Revista GLOBAL

Radiografía del merengue en la gallera

by Alfonso Quiñones Machado
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Estos tiempos de crisis del merengue obligan a un examen sin medias vueltas, que incluya un regreso a sus posibles orígenes, de la mano de especialistas que tienen concepciones distintas en torno al fuego original; asimismo, a un repaso a su historia, especialmente la de sus dos grandes momentos: la dictadura trujillista y el dorado esplendor de los años ochenta, que realmente nació en los setenta y se internó en los noventa. Después, vinieron sus estertores. El autor disecciona esa realidad que atormenta y quiebra tantos pareceres; lo hace de un modo directo, amplio, referenciado, con conocimiento que alumbra otras realidades musicales, como la de su Cuba nativa. El resultado es un texto de precisiones, escrito con la savia nutricia del poeta y su ya conocida capacidad de escritor que sabe dirigir su palabra por senderos brillantes.

«Perdí en la gallera
Mi gallo Candela
Ya nada me queda
Perdí en la gallera
Maldita gallera…»

Juan Luis Guerra

Hay quienes sitúan los antecedentes del merengue —como una tal upa habanera— en África Occidental. Si eso fuese real, lo que vi y escuché en 1997 en África podría llamarse como el «regreso» a casa de un hijo pródigo. Porque fue una muy grata sorpresa el sonido a todo volumen de merengues de Johnny Ventura y Wilfrido Vargas en los quioscos de venta de casetes en el Boulevard de Nara Zombre, en Uagadugú, la capital de Burkina Faso. Emocionaba ver cuánto se escuchaban esos merengues también en Mali, Togo y Costa de Marfil. Y, claro, también en Angola, Mozambique, Guinea-Bisáu y otros países, adonde habían llegado, entre otras vías, a través de las grabaciones que llevaban consigo los militares cubanos de aquella aventura militar en Angola, aunque también los llevaron médicos, pescadores y maestros. Aquellos track lists i ncluían, por supuesto a la Orquesta Aragón, Benny Moré, Celina y Rutilio, la Orquesta Revé, Los Van Van, Pello el Afrokán, la Orquesta de Pancho el Bravo, la Orquesta de Enrique Jorrín, entre algunas otras. Pero ahí iban el Caballo Mayor y Wilfrido, que para muchos africanos también eran cubanos.

Obvio que el merengue tiene elementos de la música africana, sobre todo en la parte percutiva. Pero esos tatarabuelos del merengue no creo que tengan que ver mucho con el género en sí, más allá de lo referente a los antepasados de los instrumentos de percusión. Lo dijo el sabio Fernando Ortiz: el Caribe es un crisol de culturas.

Existe una especie de fascinación en el ser humano por conocer sus orígenes, de dónde proviene, como si eso lo salvara de alguna hecatombe. Yo mismo busco, afanoso, mis antecesores en el limbo de los tiempos que se tornan cada vez más oscuros. Y me pregunto qué haría si fuese a la casa de donde partió el primer Quiñones o el primer Machado de España hacia Cuba. ¿Sentiría algo especial? ¿Y después qué? ¿De qué me serviría? Lo mismo sucedería con el merengue. Si el origen del ritmo es la mezcla de elementos musicales europeos y africanos, tanto se han mezclado que hoy no son precisamente distinguibles, lo corrobora John Storm Roberts.

Hay, por otra parte, un rasgo de inflexibilidad en el ser humano y las sociedades asentadas que los lleva a rechazar los cambios. Es como una disforia sensible al cambio. Ese natural rechazo social casi siempre inicial lo han sufrido casi todos los ritmos musicales. Lo sufrieron el blues, el chachachá, la rumba, la samba, la bossa nova, el bolero, el mambo, la bachata. Como hoy lo experimenta también cierta zona de la música urbana, en específico el dembow y el trap (probablemente, no sin razón).

Una ley de 1583 imponía 200 azotes y seis años de galeras para los hombres y el destierro para las mujeres en caso de ser sorprendidos cantando, recitando o bailando la zarabanda. Años más tarde se describiría como «un baile y cantar tan lascivo en las palabras, tan feo en los meneos, que basta para pegar fuego aun a las personas más honestas», en palabras del padre Mariana, citado por Médar Serrata.

En el año 2006, Héctor Acosta, el Torito, se presentó en un conocido restaurante de Boca Chica donde se desarrollaba una boda de una familia de la clase alta. La primera parte del set fue de merengues, la gente bailaba, todo iba a las mil maravillas. De pronto, sin anunciarlo, el Torito cantó una bachata que acababa de lanzar, más conocida como «El anillo». Inmediatamente, le dejaron la pista vacía. La bachata era todavía rechazada por la alta sociedad dominicana. El destacado intérprete dio la orden de seguir con los merengues.

Pero el merengue no siempre fue tan aceptado como en la citada boda animada musicalmente por el Torito. A mediados del siglo XIX fue visto como música de ocio, lujuria y violencia, y experimentó una campaña de repudio por parte de intelectuales de Santo Domingo y Puerto Rico. En cambio, hoy nos preocupa su desaparición.

El gobernador de San Juan, Puerto Rico, en 1849, a la sazón el recto Juan de la Pezuela, caracterizado por sus decretos dictatoriales que impedían estar en la calle a las doce de la medianoche, mudarse de casa o celebrar bailes en casas sin permiso previo, entre otros, dictó una resolución que dejaba establecido que «el baile que vulgarmente se llama merengue, habiendo llegado a ser en casi todos los pueblos de la isla una causa de depravación de costumbres de los que en él se divierten, y un objeto de escándalo para los que lo ven, queda desde luego prohibido, bajo la pena de 50 pesos de multa a los que lo toleren en sus casas y de diez días de prisión a los que lo ejecutan», citado por Emilio Rodríguez Demorizi.

Como dije al comienzo, algunos han hablado de la posibilidad de que el origen del merengue esté en la upa habanera, un ritmo del cual no existen referencias hoy día; un ritmo que a su vez habría llegado del África Occidental y que accidentalmente habría recalado —como una de esas pateras que llegan a Europa cargada de africanos— por Panamá, Venezuela, Puerto Rico, Haití y Santo Domingo. El musicólogo cubano Jesús Gómez Cairo, fallecido en el año 2023, cruzó correspondencia con la musicóloga dominicana Catana Pérez de Cuello sobre este asunto e hizo alusión a las búsquedas realizadas sobre la upa habanera, a petición de Catana, lo cual arrojóresultados que, de manera categórica, negaron la existencia o la mención de la supuesta upa habanera, al menos en Cuba.

Por otra parte, el historiador dominicano Emilio Rodríguez Demorizi negó el origen haitiano del merengue: «Los orígenes del merengue siguen, pues, en la niebla. No parece que pueda atribuirse a origen haitiano. De haber tenido esa oscura procedencia no habría gozado de boga alguna en 1855, época de cruentas luchas contra Haití; ni los que en ese año repudiaban al merengue habrían dejado de señalar tal procedencia como suficiente motivo. Tampoco lo señaló Ulises Francisco Espaillat en sus escritos contra el merengue en 1875».

Sin embargo, hay cierto parecido entre el ritmo funaná de Cabo Verde y el merengue dominicano. En la manera de tocar la percusión, incluido el sonido de la güira. Y la funaná de hoy día nos recuerda bastante el merengue, especialmente ese merengue de tempo acelerado que hoy hace el maestro Henry Jiménez. Pero esto no prueba nada.

Probablemente, el origen de la palabra «merengue» provenga del pequeño pueblo de Meiringen en Suiza, que era conocido por sus fabulosos dulces de merengues. En el siglo XIX, los turistas se dieron cuenta de que el nombre del pueblo sonaba a «merengue». En el Oxford English Dictionary, aparece como una palabra proveniente del sustantivo «meiringen», pronunciado «méringuè» en lengua suizo-alemana. Este término proviene de la zona del valle del Aare, cercano al lago Brienz, en Berna, Suiza, donde se encuentra el pueblo de Meiringen, cuya fecha de fundación se desconoce, aunque se supone debe ser anterior al año 1692, cuando por primera vez aparece escrita la palabra «merengue» en uno de los volúmenes de recetas del cocinero François Massialot titulado Nouvelle instruction pour les confitures, les liqueurs et les fruits.

El 26 de noviembre de 1854 apareció por primera vez la referencia al ritmo merengue en el periódico El Oasis, de Santo Domingo. La referencia fue despreciable, e incluía firmas de varias personas de quienes solo aparecen los nombres sin apellidos. Una estratagema demasiado antigua, que recuerda hoy la treta de los bots que se usan de manera automatizada en redes sociales. Lo importante es que la referencia periodística señala una fecha que demuestra su existencia. El 24 de noviembre de 2024 se celebraron 170 años de aquel aviso que, probablemente, haya sido la primera campaña, que consistió en la entrega de cuatro textos, uno cada día.

En 1855, el periódico El Dominicano publica un artículo que compara algo «desabrido como un baile sin merengue». Ese mismo medio cita en 1874, refiriéndose a los pasodobles en las bandas de música, la expresión «los mismos merengues en algunos pianos». «En Santo Domingo, la tambora aparece en orquestas populares en 1812, para la celebración de la Constitución de Cádiz, junto a instrumentos de cuerdas y el güiro», establece José Guerrero. Según algunos estudios, en 1870 se introduce el acordeón. En 1874, el saxofón.

«De Santo Domingo a Cuba y viceversa pasaron gentes y músicas durante la colonia después del tratado de Basilea (1795) y de las guerras de la Restauración (1861-1865) y de las guerras de Independencia de Cuba (1868-1898). El proyecto de confederación antillana promovía migraciones y músicas. En cada reunión pública se tocaban danzas boricuas, cubanas y dominicanas», sigue diciendo José Guerrero. El propio historiador afirma que el merengue se menciona en Cuba en 1847, en Puerto Rico en 1849 y en Santo Domingo en 1854. Por aquellas épocas el trasiego de embarcaciones de medio calado entre las islas era no solo común, sino que se hacía en alto número. Y en aquellas goletas el merengue puede haber viajado de un lugar a otro. No necesariamente de Cuba a Puerto Rico y de ahí a Santo Domingo. Pudo ser al revés: de Santo Domingo a Cuba y a Puerto Rico. Hasta que encontró la siembra definitiva en Santo Domingo. Aunque, a decir verdad, en la historia del merengue no hay nada establecido. No existen pruebas de que no existiese desde antes.

Durante varias décadas, a partir de 1930 y hasta 1961 (la Era de Trujillo) y en especial en las de los 80 y 90 del siglo XX, el merengue gozó de un vertiginoso desarrollo. Expresión musical natural de los millones de hombres y mujeres nacidos en esta tierra, aunque el 80% o más de los merengues que se consumen hoy día fueron creados y grabados en esas dos últimas décadas del siglo XX.

De cualquier modo, de entonces acá mucho han cambiado el merengue y su ejecución. Si ya en 1870 se introduce el acordeón como parte del instrumental merenguero, ¿qué hace que todavía en los años 30 se tocara el merengue con guitarras? Joseíto Mateo, el Rey del Merengue, da cuenta de que en esa época estaba de moda el tipo de cuarteto o sexteto cubano. La influencia del son era grande entre los músicos y bailadores. De ahí, posiblemente, que el merengue volviera a tocarse con cuerdas, como parte del repertorio de esas agrupaciones musicales dominicanas.

¿Pero sobre qué instrumentos se construye el merengue? Pienso que primero, y especialmente, sobre el metrónomo de la tambora, ese instrumento de cuyo ejecutante Rafael Solano ha dicho: «Es un hombre solitario que lleva la carga de una orquesta entera, todos bajo su dependencia metronómica y rítmica», capaz de hundir el barco del merengue.

No obstante, la siembra tardó años en rendir frutos. El merengue alcanzó su definición mejor, su cédula de identidad, con las creaciones y aportes de Ñico Lora. No hay mejor libro de texto de historia acerca de la Restauración que el compendio de merengues de ese gran creador musical cuya vida artística se desarrolló principalmente en su Cibao natal. Luego, con nombres como el Trío Reynoso, el Cieguito de Nagua, Tatico Henríquez= y otros, siguió evolucionando.

En otra esquina de la media isla, en San Juan de la Maguana —a decir de Emigdio Osvaldo Garrido Puello, conocido por sus coetáneos como don Badín—, a principios del siglo XX se bailaba sobre todo carabiné y balsié. Y según él: «El carabiné es tan rumboso, ágil y movido como el merengue; quizás más vistoso y entretenido». En las páginas 303-305 del segundo tomo de sus Obras Completas, hay una rica crónica relacionada con la primera vez que bailó merengue, la cual aporta luces sobre los tiempos «prehistóricos» del ritmo. Los hechos que relata debieron suceder presuntamente entre 1915 y 1920.

«Según los estudios folclóricos, el merengue es originario del Sur. Sin embargo, yo no lo conocía y por supuesto no lo había visto bailar. Todavía el merengue no había ascendido en la escala social. No se había vestido de smoking y frac. Sus alegres ritmos eran desconocidos en mi tierra, donde el campesino se divertía con el carabiné y la mangulina. Ahora el espíritu de imitación, tan dominicano, le ha llevado otros ritmos, si no más alegres, por exóticos más admirados.

»Al hacer mi entrada en el baile, que era celebrado en salón aparte, me ofrecieron, preparada de antemano, como pareja, una garbosa y bella joven, tan rebosante de vida que era una incitación al amor, aunque este sentimiento, por su provisionalidad, no fuera más que la vaga y lejana sensación de algo que se deslice en la nada. Observo lo que hacían los otros jóvenes, encuentro animado y travieso el merengue y estrechando dulcemente mi pareja, bailo con alguna desenvoltura.

»Pero, a pesar de que la orquesta era buena, y el merengue juguetón y bullanguero incitaba al entusiasmo y a la jovialidad, a mí me lucía el ambiente desanimado, frío y depresivo, carente de esa inquietud que transmite al corazón el deleite de vivir. Juzgué que quizás mi presencia producía esa cohibición y encogimiento y que, como caballero avezado a las lides sociales, debía abrir una puerta por donde se colara la perdida alegría. Mientras así pensaba, sorpresivamente el baile cobra vivacidad y calor humano. Parecía como si un solo de vida hubiera insuflado las parejas y las hiciera moverse y contorsionarse como en una sinfonía de pies y caderas revolucionarias del ambiente. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué producía esa inesperada transformación? Eché una ojeada a rostros y rincones y de inmediato capté la clave: en un ángulo del salón, una montaña de zapatos se erguía como una pirámide de suela y piel. Oteo los pies de las parejas, y menos mi compañera y yo, todos los presentes estaban descalzos. Fuera estorbos y viva la alegría.

»Los pies resbalaban delirantemente sobre el duro suelo como si los impulsara una rueda mágica, provocadora del remolinear de faldas y caderas. La desanimación y la frialdad la generaban los pies engrillados».

Lo que parece ser indiscutible es que el merengue, como casi todos los ritmos de la música popular, tiene hoja de nacimiento, o de asentamiento, en las llamadas clases bajas, menos pudientes o menos favorecidas. Para algunos, el merengue se enraizó en las zonas de tolerancia, en los barrios bajos de Santiago y así llegó a la capital. En una entrevista que le hicimos a Joseíto Mateo para el filme El Rey del Merengue, confirmó: «los hombres de la alta sociedad iban a los barrios a buscar prostitutas y allí, en los cabareses bailaban merengue». Johnny Ventura expresó en otra entrevista que él probaba los merengues los jueves con las muchachas del cabaré de Cambumbo.

Cuando el dictador Rafael Leónidas Trujillo asumió su primer mandato, en 1930, se encontró con que el merengue era rechazado, sobre todo por la clase alta de la sociedad. Su sagacidad consistió en adueñarse del género, usarlo en sus campañas, llevarlo a los salones, vestirlo de gala, dignificarlo e insuflarle aire. Así, de ser un ente rural, orillado y rechazado, el merengue pasó a convertirse en «obligatorio ». Trujillo lo impuso en los salones de baile y cada vez fue gustando más a los bailadores. Y como si fuera poco, le abrió espacio en la radio, principal medio de la época. Bien lo asegura el escritor Andrés L. Mateo cuando cita la Antología de la música de la Era de Trujillo (1931-1961), del maestro Luis Rivera, donde de medio millar de composiciones de merengue, 300 exaltan la figura del Jefe.

Como es sabido, el merengue originalmente se tocaba con instrumentos de cuerda, guitarra, tres, bandurria. Recuerda Joseíto Mateo en la citada entrevista que compuso su primer merengue, «La cotorrita de Rosa», con el primer cuarteto con el que cantaba en un cabaret de Barahona. Este cuarteto estaba compuesto por una tambora, unas maracas que él tocaba mientras cantaba, así como una marímbula o lambófono y una guitarra. De hecho, y esto es muy interesante, el merengue se caracterizaba, y todavía sucede, por que casi siempre, al final, se cerraba el tema musical con un «chanchán», onomatopeya de dos acordes donde intervienen todos los instrumentos. Según Mateo, esto se llamaba «echar la música». Es decir, el que estaba tocando las maracas se acercaba a una pareja de bailadores y señalaba a un hombre con las maracas mientras la música cerraba con el característico chanchán. Esto significaba que, entre los bailadores, ese hombre era el encargado de «pagar» esa canción que había finalizado. El hombre decía al que despachaba detrás del mostrador: «ponle una cerveza a los músicos». La cerveza sin abrir era entregada a los músicos, que la colocaban con las demás detrás del cajón de la marímbula, en una esquina del salón. Al final de la noche, los músicos iban con todas las cervezas recaudadas y las entregaban al encargado del bar, que a su vez les daba el dinero que costaban. Ese era el pago que recibían los músicos. José Guerrero opina con razón que el acordeón sustituyó las cuerdas del merengue contradanzado cambiándole su estructura de manera radical. En ese proceso de transformación, el merengue pudo alcanzar un tempo diferente, acelerar un poco, y cada vez se volvió más narrativo. En eso es pariente del vallenato. Es curioso que la llegada del acordeón proveniente de Austria a través de Alemania ocurriera casi al unísono en Colombia y en Santo Domingo. Ambos géneros musicales son profundamente narrativos, sobre todo en sus inicios, lo cual se ha mantenido en el merengue de perico ripiao.

Por esa misma época llegó a Cuba el órgano de manigueta desde París, que fue desembarcado en la bahía de Cienfuegos y de ahí llevado en una goleta a la ciudad costera de Manzanillo, en el golfo del Guacanayabo, donde el son se adueñó de su sonido. El acompañamiento del órgano de manigueta es con güiro o güira de metal, tímpanos y congas, y no se canta casi nunca, pues es una música «molida» para bailar. Aquí la música es «sonada» por el aire que impulsa el fuelle y toca los detalles que han sido calados en el cartón que pasa al compás de la manigueta. En los carnavales de Manzanillo, el órgano oriental (se le llama así por ser del Oriente de la isla de Cuba) tiene en sus repertorios mazurcas, polcas y merengues que siempre son muy bien recibidos por los bailadores.

En el merengue, los músicos y, en especial, los bajistas se rigen por el ritmo de la tambora y la güira, tanto en velocidad como en patrón rítmico. Como se sabe, el bajo es un instrumento armónico-melódico-percutivo, el puente entre la armonía y la percusión. Pero tanto en las orquestas de merengue como en los conjuntos de perico ripio existe un instrumento que es el que más juega con la síncopa y es la envidia de muchos músicos: el saxofón.

El maestro del saxo Lino Borbolla, perteneciente a la estirpe de los que introdujeron el órgano de manigueta en la zona oriental de Cuba, siempre fue admirador del sonido del saxo dominicano en el merengue. En los carnavales de la ciudad de Manzanillo, donde el merengue es un género muy querido, era él quien siempre se hacía cargo de los jaleos en las partes de la Orquesta América o cualquier otra big band de la zona. Eraun estudioso del jaleo, y su admiración por los saxofonistas dominicanos la pasó a otros jóvenes de la época que no eran precisamente músicos.

En una entrevista, el gran saxofonista cubano Paquito D’Rivera confirmó su admiración por el saxofonista dominicano Tavito Vásquez y se refirió al «virtuosismo innato de los saxofonistas dominicanos de merengue». Narró entonces, en 2018, cómo siendo un niño de nueve años había venido a la Semana Aniversaria de La Voz Dominicana junto a su padre, y tocó junto a la orquesta de Tavito Vásquez y la Orquesta San José, de Papa Molina, en 1957.

El musicógrafo José del Castillo marca la entrada del saxofón al conjunto típico a inicios del siglo XX. En uno de sus ricos textos que publica los fines de semana en el periódico Diario Libre, contó que la inclusión del instrumento fue puramente casual. Se había enfermado el bombardino de un conjunto y «fue reemplazado por un saxofonista. “Gustó tanto y obtuvo tal apreciación”, que el saxofón se quedó como parte de los conjuntos de merengue». De hecho, la pieza «Los saxofones», de Cachí Vásquez, es una obra de homenaje a este instrumento de tanto protagonismo en la mayoría de los merengues.

La gallera es un extraordinario espectáculo musical concebido por el maestro Jochy Sánchez, de Santiago de los Caballeros. En una de sus piezas ocurre un enfrentamiento entre dos saxofonistas tenores para ver cuál da la nota más aguda y demuestra más destreza en el jaleo. Esta pieza en específico concitó la admiración durante dos noches en el Teatro Heredia, de Santiago de Cuba, los días 4 y 5 de julio de 2015.

Al llegar el nuevo milenio, el merengue comenzó a decaer. En primer lugar, por los cambios en la industria de la música, con la desaparición de sellos disqueros, la aparición de las nuevas plataformas de distribución y la democratización de los medios de producción musicales a partir del año 2000.

Shawn Fanning, un estudiante de la Universidad de Northeastern en Boston, había creado Napster, la primera plataforma de éxito del mundo y la tatarabuela de Spotify. A través de Napster se podían compartir sus archivos MP3. Desde 1999 hasta 2001 tuvo 57 millones de usuarios. Entonces perdió un juicio contra la Recording Industry Association of America (RIAA), pero ya el daño estaba hecho.

Los cambios siguieron profundizándose: en 2003, Appel lanza iTunes y en 2007 lanza el primer iPhone de la historia. Las ventas totales de discos cayeron en Estados Unidos un 9.5%, un 1.2% más que el año anterior. Las compras de música se desplomaron en todos los géneros principales. Es probable que lo más significativo musicalmente hablando ese año fuera el disco Back to Black, de Amy Winehouse. A la sazón, los líderes del merengue se habían acomodado. Habían descubierto que se podía seguir viviendo y cantando en vivo sin necesidad de mantenerse poniendo hits.

Los ingresos globales del streaming aumentaron en un 22.9% en 2019, hasta alcanzar los 11,400 millones de dólares, según la IFPI (Federación Internacional de la Industria Fonográfica, 2020). El informe sobre el año 2023 señala que este fue el decimocuarto año de crecimiento consecutivo en Latinoamérica. Los ingresos aumentaron un 19.4%, hasta alcanzar los 1,500 millones de dólares. El informe subraya que el trabajo y la inversión de los sellos discográficos continuaron impulsando el crecimiento mundial, con alzas de ingresos en todas las regiones respecto al año anterior. Y por si fuera poco, los sellos discográficos ven con buenos ojos la incorporación de la IA, pero insisten en la necesidad de prácticas comprometidas con la ética.

La industria del merengue tiene una parte demasiado ínfima dentro de ese crecimiento. Y se debe, sobre todo, a los artistas internacionales que están sirviéndose de este ritmo para pegar nuevos hits. El merengue, lamentablemente, forma parte de un pasado inmediato que ha comenzado a desdibujarse con rapidez, sobre todo después de la pandemia, cuando, además de lo expuesto, la música urbana tuvo las condiciones naturales para instalarse en el ideario de los adolescentes y jóvenes de las clases alta y media del país, desplazando lo que quedaba del ritmo. Ellos veían con cierta envidia lo que hacían los de su edad en los barrios. Así fue como el teteo se convirtió en un enemigo acérrimo del merengue.

Los merengueros más jóvenes de hoy día, Rafely Rosario (37 años), Manny Cruz (41), Vicente García (41), Manerra (40) o Steffany Constanza (24), dentro de 30 años serán septuagenarios. Ellos, al menos por ahora, son los últimos mohicanos. Los «gallos» van desapareciendo de la gallera.


2 comments

drover sointeru diciembre 31, 2024 - 6:34 pm

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nodlmagazine enero 12, 2025 - 7:13 am

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