Por razones que no vale la pena citar, tengo memorias personales de muchos escritores dominicanos, mas no de René del Risco. Cuando murió yo era apenas un niño y sin embargo desde siempre su nombre estuvo presente en conversaciones de las que fui testigo. Del Risco es probablemente nuestro primer poeta con presencia mediática, primero como figura de la radio y la televisión, segundo como publicista y tercero como referente digno de mención después de su muerte. En mis años de secundaria volví a Del Risco, a sus poemas y a un cuento de lectura obligatoria: «Ahora que vuelvo, Ton», que ya se ha convertido en un elemento del folclore del bachillerato, lo cual, considerando las inquietudes literarias que pueda despertar en un solo adolescente, ya es suficientemente bueno de por sí.
Lo cierto es que Del Risco me llamó la atención desde temprano por las imágenes urbanas que traducía en su poesía. Es por ello que decidí abordarlo de manera crítica al plantearse desde la finalización de mis estudios de grado de arquitectura la posibilidad de dedicarme a investigar la relación entre la literatura y la ciudad. Hoy, cuando se plantea su permanencia como un clásico de las letras dominicanas, trataré de discurrir por esas imágenes y su naturaleza como traducción de la historia del mundo a través del poema. Es un lugar común el señalar que con René del Risco irrumpe la modernidad en las letras dominicanas. Se acepta como un axioma, pero acatarlo así sin más equivale a entender que es algo mágico que ocurrió de un día para otro. La modernidad, en cuanto a proceso gradual, es algo que se conformó a lo largo de muchos años; la que cambió de manera acelerada fue la sociedad dominicana y es ese cambio apresurado el que marca profundamente la poesía de Del Risco. El poeta nace en 1937, al inicio mismo de la tiranía de Trujillo. Nace en San Pedro de Macorís, una ciudad moderna desde su fundación. San Pedro nace ex novo durante los últimos años del siglo XIX y es desde sus inicios una ciudad portuaria de mucha actividad comercial.
La modernidad fue su signo de nacimiento y fue su sino, pues Trujillo corta el tránsito de este progreso para favorecer a la capital, que habría de erigirse en manifestación patente del discurso ideológico de la tiranía. San Pedro de Macorís, ciudad junto al mar –el mar que también tiene una presencia importante en la poesía de Del Risco–, será el tema de esta «Oda a Miramar» de 1964. En ella no se perciben imágenes de modernidad, se retrata una casi aldea desde uno de sus barrios de casas de colores, característica intrínseca de la conformación arquitectónica de los sectores populares. Dice el poeta: «Por tus casas / amarillas, / por tus casas / verdes, / por las piedras / enterradas / en tus calles, / por el polvo / de tus calles, / por tus solares / de pérdida yerba / y alta yerba / por la noche / que te viene del mar / y por los aires delgados / que humedecen tus techos / yo canto / en tu llanto / y en tu risa primordial». Antes de este poema, que es de la época de su retorno del exilio, otro texto evoca la ciudad natal. Se trata en este caso de una ciudad formal, de modernos edificios y espacios tal como ilustra este fragmento de «Lo mismo»: «El viento rutinario caduca / en la veleta del Ayuntamiento / y en el parque esgrimía su aislamiento / aquel árbol sombrío que callaba». Fuera de los habituales escarceos infantiles de los poetas en ciernes, Del Risco empieza a considerar seriamente lo que escribe alrededor del año 1959, precisamente el año que marca el inicio del fin de un régimen que parecería eterno para quienes no conocían otra cosa. A Miguel D. Mena debemos el haber rescatado un prólogo escrito para el libro Del júbilo a la sangre, 1 libro P El viento frío es quizás el libro más importante de la posguerra 51 que quedó listo para imprenta en el momento de la muerte del poeta. De ese prólogo, perdido por muchos años, extraigo la siguiente cita: «¿Y cómo fue el año 1959 en nuestro país? ¿Y cómo puede ser un poeta que surge en ese año? Por obligación cargado de frases de protesta, lleno de miedo, en fin angustiado». La angustia frente a la muerte omnipresente y a la represión recrudecida en los últimos años del régimen marcan la obra inicial de Del Risco. A partir de la instalación de la tiranía de Trujillo, la ciudad de Santo Domingo se convirtió en un elemento fundamental del discurso del régimen. Las crónicas de la época hablan de los esfuerzos por crear una ciudad nueva por parte de la «voluntad modernizadora» de Trujillo. Ostentaba modernos edificios y espacios públicos que servían como elementos de la retórica oficial. A esa ciudad emigraría el poeta como parte de aquel ritual de paso que implicaba para los jóvenes de provincia el venir a la capital a estudiar en la única universidad que existía entonces, la Universidad de Santo Domingo. Estos estudios serían interrumpidos por su participación en la resistencia antitrujillista. René del Risco se integra a la lucha contra la tiranía a raíz de las expediciones de junio de 1959, conoce la cárcel, la tortura y el exilio, que siempre es un oficio duro para un poeta. Va a vivir a Puerto Rico y en ese momento la isla se encontraba en una interesante encrucijada de su historia.
El gobernador era Luis Muñoz Marín, artífice de una modernización material del país y de una fórmula intermedia entre la colonia y la independencia plena de la isla. Y es de este aspecto de modernidad material de donde proceden las imágenes que pueblan la poesía de René del Risco. Imágenes de ciudad: de «restaurantes con música», de edificios en altura y de los anuncios de los cinematógrafos, edificios paradigma de la Convite familiar tras la liberación de René del Risco (1960) 52 modernidad arquitectónica caribeña. El poeta pasa a residir en Santurce, que para la época se llena de altos edificios comerciales y hoteles. De esta manera se expone al cambio. Sus vivencias se llenan, por así decirlo, de unas visiones aceleradas de modernidad, de unas imágenes que traducidas en un diálogo interno se convertirán en la materia prima de los poemarios que publicó luego en Santo Domingo. Al regresar luego de ser decapitada la tiranía, se integra a la labor profesional como creativo publicitario. Encuentra un país de nuevas libertades pero políticamente convulso. La lucha contra los remanentes de la dictadura, el advenimiento de la democracia con el Gobierno de Juan Bosch, la Constitución liberal de 1963 y el golpe de Estado de septiembre son los acontecimientos que marcarán estos años de incipiente democracia. El tránsito hacia un orden político más participativo se verá interrumpido y se instalará un Gobierno de facto que enfrentará la insurrección guerrillera del Movimiento 14 de Junio, liderado por Manolo Tavárez Justo. El ciclo se cierra con el levantamiento de un ala militar que propugnaba por el retorno al Gobierno constitucional en abril de 1965 y la intervención de los Estados Unidos. La ciudad y la guerra, un tema Hay un momento en la historia de las ciudades en las que estas dejan de ser y se transforman en otra, con el mismo nombre, las mismas calles pero con otro sentir y otra imagen. Ha ocurrido por obra de la naturaleza y por sucesos acaecidos. Por ejemplo: Varsovia será para siempre una ciudad relacionada con un gueto, Ciudad México con Tlatelolco, Bogotá con los sucesos de abril de 1948, y Santo Domingo pierde su inocencia en abril de 1965 como ciudad en armas en el reducido espacio de Ciudad Nueva y la Zona Colonial. Es este quiebre el que va a marcar profundamente la poesía de Del Risco.
El poeta participa en la Revolución de Abril como combatiente. Formó parte de ese grupo de dominicanos que se referirán a esa experiencia como «la guerra» después de que esta se integrará al imaginario de la frustración por la democracia no restaurada. Durante la contienda su producción poética no se detiene. Son versos que comunican la atmósfera de la ciudad sitiada y hablan del amor y de la muerte. La guerra –como dijimos antes– es el parteaguas de la ciudad de Santo Domingo. Después de la contienda bélica los norteamericanos emplazan en el poder a Balaguer, que inicia un proceso de modernización urbana con una serie de proyectos viales de corte haussmaniano que tenían como finalidad crear un mecanismo de control político militar que permitiera sofocar otra insurrección y al mismo tiempo borrar de la memoria colectiva los lugares donde ocurrieron hechos fundamentales de la Revolución de Abril. Balaguer instala, además, un Gobierno con apariencia de representativo y civil, pero en realidad se trata de una dictadura basada en un aparato militar que manejaba a su voluntad. Se inicia un proceso de represión y amordazamiento de la opinión pública que crearía un clima de peligro inminente y de muerte omnipresente. Esto se reflejaba en la literatura de la época, en poemas y cuentos y en las actividades de grupos como El Puño (al que pertenecía Del Risco), La Máscara y otros colectivos literarios, amén de la obra de otros escritores de generaciones anteriores que estaban activos. Existía un sentimiento generalizado de frustración y derrota por parte de los escritores, artistas e intelectuales que no formaban parte del tren del régimen balaguerista. En 1967 el poeta publica un importante poemario: El viento frío, que es quizás el libro más importante Baudelaire se posiciona de manera crítica respecto a las transformaciones aceleradas de la modernidad 53 importante de la posguerra. Es el canto a la frustración de la derrota y al orden vital que se retoma después de la contienda. En «El viento frío», poema que da título al libro, Del Risco abre con un exordio donde el poeta declara poner sus palabras «del lado de la vida» para, a seguidas, dar paso a cavilaciones sobre el orden de cosas heredado de la guerra: «Ahora estamos frente a otro tiempo / del que no podemos salir hacia atrás / estamos frente a las voces y las risas, / alguien alza en sus brazos a un niño, / otros hay que destapan botellas / o buscan entretenidamente alguna dirección, / una calle, una casa pintada de verde / con balcones hacia el mar…». Ciudad desolada, derruida, ciudad derrotada que, a pesar de haber retomado un poco el ritmo de lo vital, no deja de ser ciudad de muerte y de muertos. Es, además, el canto de la utopía traicionada y el desencanto característico del que entiende que ha abandonado el camino y se ha insertado de alguna manera en las filas de los alienados de la ciudad moderna. Ese extrañamiento se encuentra presente en el poema «No era esta ciudad»: «Hubiera sido completamente absurda / esta ciudad, / nadie se hubiera acercado a las vidrieras / a ver trajes de baño, / máquinas de afeitar, pantalones McGregor, / nadie hubiera intentado / pensar en este amor de palabras oscuras, / detrás de copas de Martini, / en estos altos pisos / donde el rumor de la vida nos aprisiona, / nos empuja a besarnos, / nos deja llorar / y luego con el dorso de la mano nos hace aparecer / con el rostro tan limpio como siempre…». Vidrieras, bienes de consumo, «altos pisos», son símbolos de las bondades de la vida moderna y sin embargo esos altos pisos se definen a la vez como prisión. El sujeto perdido en el torbellino social de la modernidad (Berman, 1988)2 es una constante en El viento frío. La ciudad se plantea como escenario del amor, el encuentro y, a la vez, de sentirse perdido y ajeno. Este extrañamiento es un tema común en la literatura desde la irrupción de la modernidad y ha sido Calle El Conde (1973) 54 tratado ampliamente por la crítica.
En Del Risco esta alienación se mezcla con el sentimiento de derrota luego de la fugaz visión de la esperanza de un cambio. Extinguida la «pequeña llama», solo queda la poesía y el poeta vertical junto a sus versos. La ciudad aparece enfrentada al sujeto en el poema «Y no importa». Es Santo Domingo despuntando a la modernidad plena, conjurada en imágenes que aún no correspondía a la realidad de una ciudad somnolienta, que todavía no se sacudía del todo de la tutela trujillista y ya se veía transformada por los manejos políticos del balaguerismo. Del Risco no canta la ciudad verdadera, es una idea de ciudad que tiene su génesis en la experiencia puertorriqueña del poeta unida al trauma de abril de 1965. Es la ciudad que empieza a recorrer el camino de la modernidad sin haber agotado aún su tránsito premoderno. No existió esa ciudad, existe hoy y es quizás una de las razones a partir de la cuales la poesía de Del Risco permanece vigente. Nunca habló del presente que le tocó, construyó sus imágenes poéticas a partir de lo que era su idea de ciudad y esa idea era cónsona con la modernidad urbana en un grado más avanzado que el que ostentaba el Santo Domingo de entonces. El sujeto es víctima de esa ciudad futura y así lo dice el poeta en estos versos: «… esa misma forma de morir que tiene una muchacha / llamada Vicky, Luisa, Aura, Rosa, / ante una taza de café / víctima de toda una ciudad, / de toda una vida nómada, terrible, tonta…». De una época cercana al libro El viento frío es «Esta carta», quizás uno de sus poemas que más recurre a imágenes urbanas. La ciudad es Caracas, ultramoderna metrópolis latinoamericana. Los ojos llenos de modernidad, el tedio, la presencia constante de la muerte hasta llegar al presentimiento de la muerte propia cuando dice: Esta carta bien puede estar fechada de este modo: Hotel Canaima, de Maturín a Abanico Caracas, Venezuela Noviembre, 1966 Señor René del Risco Estimado René: Anoche, aproximadamente a las 10:00 p. m., llegaste aquí a Caracas y todavía sientes ese dulce terror de haber muerto trágicamente en tu país. La impresión que produce la ciudad en el poeta se hace patente y dice: «Ahora estás aquí en Caracas: / Dos millones y pico de personas / alrededor de altos edificios / y ese letrero de los cigarrillos Park / que has visto esta mañana / al correr la cortina de tu cuarto…». Manifestación en la calle El Conde (1965) 55 La memoria de la infancia, reducto premoderno, salvaguarda de las cosas amables, de los momentos felices se contrapone al vértigo de la vida urbana y la huida hacia otro país. El ámbito periurbano representado por la locomotora del central es el paraíso perdido; el lugar del nombre propio y la identidad, a diferencia de la ciudad donde hay que adivinar quién es quién entre la multitud: «Tienes la duda extraña / de ser otra persona, / de haber crecido repentinamente / dejando atrás la locomotora del central, / la torre de la iglesia / cortando un cielo de nubes retardadas / en el que tú aprendiste / a ver el humo sucio de los barcos, / las golondrinas como duras tijeras / en la soledad… / Alguien ha muerto. Tú lo sabes. / Por eso abres el grifo / y metes la cabeza en ese chorro tibio, / y tomas la toalla / y estás de nuevo en la ventana / mirando la ciudad: / Sabes que encontrarás letreros / y cabezas en la avenida Urdaneta, / zapatos marrones, / ojos de repente fijos en la luz del semáforo / hacia las puertas, los taxis, / las esquinas. / Y te sentirás también moviéndote / entre todos, / integrado a esa flotante masa / desconocida / que irrumpe en la ciudad / desde los aviones llegados a Maiquetía / y que tú te empeñas en descubrir, / en reconocer su nacionalidad / tan solo por un gesto, / el arco de las cejas, / el modo de vestir». Alguien ha muerto en la ciudad. Ha muerto sin nombre, ha dejado de ser entre la masa. En Del Risco la ciudad es angustia. Angustia necesaria para la vida y, por lo mismo, traición del propio ser.
Al cantar la ciudad que se transforma, Del Risco se inserta en una tradición iniciada por Baudelaire, observador por excelencia del sujeto en la encrucijada que implica estar ante lo efímero y lo contingente y su contraparte, lo permanente y lo inmutable. Baudelaire se posiciona de manera crítica respecto a las transformaciones aceleradas de la modernidad. De igual manera es René del Risco quien canta la modernidad dominicana y plantea sospechas respecto a esa modernidad incipiente. El viento frío es el más claro ejemplo. Son esas sospechas, aún no resueltas, las que han dado a Del Risco la condición de permanencia como referente en la literatura dominicana.
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