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Revolución democrática: significado y actualidad

por Faustino Collado
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La definición más extendida en torno al concepto de revolución es que se trata de un cambio acelerado, radical y profundo de determinados estados, estructuras y sistemas materiales y espirituales, que signifique un avance o progreso histórico. Sin esta última distinción cualitativa, el cambio radical sería una contrarrevolución. Usado inicialmente en el campo político y social, el concepto revolución se ha extendido a diferentes ramas de la actividad humana. Se habla de revolución científico-técnica, industrial, revolución cultural, pedagógica, revolución urbana, etcétera. Cambios importantes que pueden ser calificados de revolucionarios están representados, por ejemplo, por el desplazamiento desde la física mecánica de Newton a la concepción relativista de Einstein, o a la cuántica de Max Plang; del clasicismo de Velásquez y el Greco en pintura, a los surrealistas Picasso, Miró y Dalí; del romanticismo al modernismo o la aparición del boom literario latinoamericano de Cortázar, García Márquez y otros. Estos cambios han sido indudablemente revolucionarios, al marcar una época o un período de la humanidad.

En todos los casos se va a encontrar entre las avanzadas culturales o en sus representantes más visionarios un nuevo modo de abordar la realidad, que se apoya en la conformación previa de una realidad nueva o en indicios de que lo nuevo se acerca. La impronta revolucionaria va generando una sustitución o destrucción de las estructuras y esquemas viejos, bien sea en la economía, la técnica, en la política o en la literatura. Este proceso, en unos países más largo que en otros, conlleva el uso de nuevas palabras, nuevos colores, nuevos contenidos y nuevas formas, donde muchos contemporáneos, institucionalizados con lo cotidiano, no advierten que el cambio se les viene encima. Cuando se hace referencia, por ejemplo, a la Revolución francesa de 1789, se alude a un cambio del sistema político, de la monarquía a la república; a un cambio de las estructuras económicas y sociales dominantes, de las feudales a las capitalistas; a la manifestación de una nueva forma de pensar, a una revolución de las ideas: de la creencia en la superioridad humana por linaje y títulos al concepto de igualdad, de la superstición a la ilustración, de la predestinación, la pereza, la resignación y la caridad a los paradigmas de la igualdad jurídica, a la vida en libertad, a la justicia social, al emprendimiento empresarial, al espíritu rebelde e irreverente.

En la historia dominicana de la segunda mitad del siglo xx se hizo evidente que a partir de 1959, con la gesta heroica de junio y la formación del movimiento clandestino 14 de Junio, se inicia un período revolucionario en la sociedad dominicana, que tuvo su punto culminante en la insurrección y guerra patria de abril de 1965, donde las ideas liberales, democráticas y socialistas, sintetizadas en dos palabras: liberación y constitución, propician un nuevo modo de pensar, manifiesto a través de la política, la prensa y la literatura. Para la ocasión no hubo una revolución política institucionalizada como la francesa, pero sí hubo una revolución de las ideas, que aún espera la referida institucionalización. Las revoluciones son muy diversas, y dentro de un mismo proceso social puede hablarse de revoluciones parciales o sectoriales, esto es, transformaciones profundas en un sector de la sociedad, como puede ser, por ejemplo, el sector salud en España o de la seguridad social en Chile, con inspiraciones ideológicas distintas, el primero en la socialdemocracia, el segundo en el neoliberalismo; ambos, sobre la base del principio de la universalización, produjeron un cambio estructural en el servicio de salud y la seguridad social, mejorando las condiciones de vida en los dos países.

La diversidad que ha adquirido hoy el uso del término revolución motiva a trabajar en una clasificación, en la que deben tomarse en cuenta las siguientes fuentes: 

1. La ubicación temporo espacial (Revolución rusa de 1917, Revolución cubana de 1959, Revolución de abril de 1965);
2. Los episodios que las distinguen (Revolución de los Claveles: Portugal, 1974); 
3. Sus mentores o máximos auspiciadores (revolución darwiniana, revolución cristiana, revolución sandinista, revolución keynesiana); 
4. Los contenidos manifiestos, carácter o impronta cualitativa (revolución popular, capitalista, socialista, democrática, nacional-democrática, liberal-democrática, antiimperialista, democrático-burguesa, científicotécnica, de las comunicaciones); 
5. Por su esencia espiritual (revolución religiosa, filosófica, ética, cultural).

Para el caso que nos ocupa, el de la revolución democrática, su esencia abarca, principalmente, los ámbitos político y económico. A partir del siglo xvii y principalmente de finales del siglo xviii y todo el xix, revolución democrática fue la sustitución de la monarquía absoluta sostenida por la nobleza– por la república –controlada por la burguesía–; era el establecimiento de un Estado de derecho o el imperio de la ley, impulsado por la burguesía, la clase obrera y los pequeños propietarios; expresó el cambio de la condición de súbdito por la de ciudadano, lo que implicaba el acceso a los derechos civiles y políticos conocidos como de primera generación, entre ellos la libertad de organización, expresión y difusión del pensamiento, voto universal, libertad de conciencia, derecho al trabajo, derecho a la educación básica gratuita. Podría decirse que casi todos los aspectos anteriores, más que formar parte de la revolución democrática, lo eran de la revolución liberal, que giró en torno al paradigma de las libertades, lo que es cierto para algunos países y en algunos períodos, como la Inglaterra de 1648, los Estados Unidos de Norteamérica de 1787 y la España de 1812 con la Constitución de Cádiz.

En otros países y en otros momentos, los movimientos liberales confluyeron y hasta se confundieron con los movimientos democráticos, como la Francia de 1789-1793 y el México de 1910-1917, donde la bandera social, como la redistribución de la propiedad, especialmente de la tierra cultivable para los campesinos sin tierra, daba contenido a la bandera democrática de la igualdad, completando una propuesta que abogaba por nuevas estructuras sociales y políticas.

Por esta razón, es frecuente en la historia de las revoluciones identificar las revoluciones burguesas con las revoluciones democráticas. Las revoluciones burguesas del siglo xix y algunas del siglo xx como la de Taiwán de 1949, al instaurar la república, la primacía de la Constitución y de la ley, elegir los representantes a los poderes públicos y, en algunos casos, realizar reformas agrarias, fueron de hecho revoluciones democráticas

Para denominar a este hecho político se usa el concepto de revolución democrática-burguesa, donde queda claro que la primacía del proceso la tienen los sectores burgueses, a través de sus partidos, organizaciones económicas, medios de comunicación, centros educativos, líderes religiosos e intelectuales. Cuando algunas de estas revoluciones suceden en países que ya han realizado sus revoluciones burguesas, implantando nuevas formas de dirección del Estado e incorporando nuevos sectores sociales en la conducción del proceso, como son los sectores medios y los trabajadores, entonces es más apropiado hablar de revolución democrática. Este es el caso de la Revolución cubana de 1959-1961, con una nueva estructura de poder, un nuevo ejército, su programa de nacionalizaciones y de reforma agraria, entre otros cambios profundos. Lo mismo puede decirse de la revolución democrática sandinista de 1978.

El caso de la Revolución rusa de febrero de 1917 es sui géneris, pues al ser derrocada la monarquía zarista e implantada una república fue una revolución burguesa típica, pero, al crearse los soviets de obreros, soldados y campesinos, al lado del Gobierno Provisional, se formó un doble poder que mantuvo a raya el poder de la burguesía rusa, adquiriendo el carácter de revolución democrática. En conclusión, es el contenido de clase de la dirección del proceso revolucionario, así como la profundidad de las transformaciones políticas y económicas, que establecerá si se trata de una revolución burguesa o democrático-burguesa o de una revolución democrática.

Hay que tomar en cuenta, además, que en la segunda mitad del siglo xix y en la primera del siglo xx el contenido social del postulado democrático revolucionario fue ampliado con el empuje de la teoría y el movimiento socialista, tomando fuerza las demandas de la jornada laboral de ocho horas, la expropiación de la propiedad territorial basada en el principio de que la tierra es para quien la trabaja, el establecimiento de los impuestos progresivos y a la propiedad, la participación de los obreros en los beneficios de las empresas y en la cogestión política y económica, y una mayor participación del Estado en la economía.

La revolución democrática representó en esa primera etapa de auge de las relaciones de producción capitalistas y de crítica aguda a esas mismas relaciones, los anhelos de cambios político y social de las nuevas expresiones orgánicas de la sociedad, tomando relevancia la defensa de lo nacional, lo anticolonial, los modelos económicos desarrollistas, las conquistas sociales de la clase obrera y las prácticas políticas liberales, democráticas y socializantes. Sin embargo, dado que el capitalismo se concentró muy pronto en cada país en pocos grupos económicos, surgiendo desde el seno de la burguesía nuevas oligarquías antidemocráticas y, a escala internacional, poderosas empresas y gobiernos imperialistas ejercieron influencias negativas en las decisiones internas de los países que aspiraban a una mayor democratización de sus estructuras, muchos esfuerzos por transitar el camino de las revoluciones democráticas y democrático-burguesas se troncharon, fracasaron o se agotaron en varios países.

Ocurrió así en España con los esfuerzos por implantar la república democrática (1930-1939); en Venezuela en 1948, con el golpe de Estado contra Acción Democrática y Rómulo Betancourt; en Bolivia, cuya revolución democrática iniciada en 1952 fue tronchada en 1964; Guatemala con el golpe de Estado en 1954; en Argentina con la salida del poder de Perón en 1956; en la República Dominicana, con la intervención militar norteamericana de 1965. En el contexto latinoamericano se puede decir que las únicas dos revoluciones que lograron sostenerse fueron la de Costa Rica, iniciada en 1948, y la de Cuba (1959), democrática-burguesa la primera, democrática la segunda. Si se toma en cuenta que la revolución democrática cubana de 1959 fue declarada socialista en 1961, entonces solo queda como excepción la revolución costarricense, cuyas acciones transformadoras más relevantes fueron la nacionalización de la banca, la eliminación del ejército, la reforma impositiva para gravar la propiedad y los beneficios de las empresas extranjeras, y el establecimiento de un Estado garante de los derechos fundamentales de los ciudadanos, entre otros aspectos. 

Descentralización

 El tema del poder es esencial a toda revolución. Locke y Montesquieu lo abordaron desde las perspectivas de la separación, equilibrio y compensación de poderes o funciones. La revolución liberal norteamericana, desde la independencia hasta las primeras diez enmiendas a la Constitución (1776-1791), se planteó el tema del poder político bajo una estructura federal, con un fuerte congreso bicameral, descentralización administrativa y centralización política.

En este modelo político descentralizado y autónomo, el territorio y la población pasaron a jugar un papel estelar, sin considerar la ubicación social o la división en clases de los pobladores. En algunos países europeos, donde la identidad territorial era muy antigua, reforzada por la municipalización del territorio a partir de 1789 en Francia y de 1808 en varios estados alemanes, la descentralización política y administrativa fue una de las vías donde se expresó la democratización del poder, pese a la tendencia centralizadora de los nuevos Estados nacionales surgidos en el siglo xix. El auge de las ideas fascistas desde la segunda década del siglo xx en Italia, Alemania, Austria, Hungría, así como de la dictadura de Francisco Franco en la España de 1939, afectó ese proceso democratizador, por suerte por pocos años, pues luego de la Segunda Guerra Mundial y la derrota del fascismo en 1945, así como de la instauración del nuevo modelo constitucional descentralizado alemán de 1949, se empezó a reconocer nuevamente el valor político, jurídico, económico y cultural del espacio local.

En muchos países de América Latina, durante todo el siglo xix, el Estado caudillista y patrimonialista fue disputado a través de variadas guerras civiles entre federalistas y centralistas, quedando sólo cuatro países con un sistema federal, que es uno de los modelos de descentralización (Argentina, Brasil, México y Venezuela). Pero este federalismo latinoamericano, sin embargo, ha estado mediatizado por una Presidencia de la República muy fuerte, ocupada frecuentemente por dictadores.

Desde el socialismo, con su planteo general de la dictadura del proletariado, y sus variantes, como la planteada por Vladimir Lenin, en la Rusia de 1905: “dictadura revolucionario-democrática del proletariado y campesinos”, no tuvo cabida el movimiento descentralizador, primando la concepción centralista en lo político y lo administrativo, asentada en un Estado y un partido fuertes. Sin embargo, la tesis de Lenin acerca de la dictadura revolucionario-democrática del proletariado y los campesinos va a darle un giro conceptual al planteo de la revolución democrática. Revolución democrática por el alcance de las transformaciones, dictadura por la forma de dirección de los nuevos sujetos dominantes, que no será la burguesía, sino los campesinos y el proletariado.

Para Lenin, el proceso era de esencia revolucionaria por la presencia del proletariado, y democrático por la participación del campesinado, el cual representaba las relaciones de producción burguesas en el campo. Aquí se manifiesta uno de los errores históricos del marxismo, al desvincular totalmente lo democrático de la clase obrera y el socialismo, asociándolo solo con los sectores pro capitalistas. Pero sí es digno de tomarse en cuenta el análisis de Lenin de que si la revolución democrática está dirigida exclusivamente por la burguesía, su alcance será limitado.

La tesis de Lenin de la dictadura revolucionario-democrática del proletariado y los campesinos tuvo un eco lejano en la tesis de Juan Bosch ex presidente de la República Dominicana, cofundador del prd y fundador del pld– conocida como “dictadura con respaldo popular”, formulada en 1969, cuyo eje principal era el ataque a lo que Bosch consideraba la oligarquía dominicana.

Una de las diferencias de ambas tesis se encontraba en la determinación de la clase social que encabezaría el proceso revolucionario democrático. El proletariado, en el caso de Lenin; la burguesía, sectores medios y pequeños burgueses, en el caso de Bosch. Ambas debían de propiciar un proceso de republicación, de redistribución del poder, garantizando libertades y derechos ciudadanos, políticos y sociales, para salir del atraso económico, la incultura, con una redistribución del ingreso más equitativa.

En ambas tesis, la vocación centralista impidió que se desarrollará el elemento democrático, en lo material y en lo cultural; en el caso dominicano, por razones históricas, el uso del término “dictadura” para nada contribuyó a su asimilación. En Rusia la tesis de Lenin se concretó entre 1918 y 1930; en Dominicana, Juan Bosch cambió pronto su tesis de “dictadura con respaldo popular” por la de la “liberación nacional”, pero, ni con una ni con otra ha habido avances significativos, incluso se han verificado retrocesos.

Democracia participativa 

La teoría política democrática ha reivindicado en las últimas décadas la democracia directa y participativa: consultas, plebiscitos, referendos, revocación de mandato, iniciativa legislativa, cogestión, contraloría social, veeduría, consejos municipales y comunitarios, así como la Asamblea Constituyente, que viene desde los orígenes del sistema democrático, sobre la base de que la democracia “representativa” ha burlado el mandato del pueblo soberano. Esta democracia directa y participativa, que recién está fortaleciéndose en América, en Europa y en otros países, encuentra muchos obstáculos técnicos y políticos para consolidarse. En primer lugar está lo complejo de los sistemas y normas electorales; por otro lado, existe en los países en desarrollo una extendida pobreza, de donde se nutre el clientelismo político que distorsiona el voto y la conciencia ciudadana. Por todas partes se manifiesta la indiferencia política y el abstencionismo electoral de amplios sectores desengañados de los políticos y de la política, pues la pureza de un Juan Pablo Duarte o de José Martí, la entrega de un Manolo Tavares Justo y su Raza o Generación Inmortal, o la ética pública y privada de un Juan Bosch, un Salvador Allende o un Amín Abel, escasea por doquier. La política ha venido siendo capturada por muchas personas sin méritos, sin pasión política, tanto en la derecha como en la izquierda

Pertinencia

¿Es la revolución democrática una etapa histórica del desarrollo político de los pueblos ya superada? Ciertamente ya no se habla de revolución democrática, ni en lo político, es decir, en la teoría y la literatura política, ni en la política o lucha por el poder. Hay que recordar que el concepto de revolución democrática fue opacado y, si se quiere, superado hace unas décadas por tres nuevas propuestas políticas: la primera, la de la revolución socialista, la segunda, la de las democracias populares, implantadas en el Este europeo después de 1945, también de inspiración socialista, y la tercera, la de liberación nacional, frente al colonialismo y neocolonialismo auspiciado por algunos países europeos y por Estados Unidos, de fuerte presencia en Asia, África y América Latina. En cuanto a la evolución del discurso político, el uso del término revolución se tuvo como más apropiado en boca de los portadores de las ideologías anticapitalistas, mientras que fue abandonado por otras corrientes políticas que entendieron que ya habían hecho su revolución (capitalista, burguesa, liberal) o que era imposible de realizar, suponiendo que las aspiraciones revolucionarias eran caminos a transitar sólo por los radicales o los anarquistas

Pero el balance obliga a reexaminar de nuevo la cuestión. Se debe tomar en cuenta que en muchos países lo que hubo fueron revoluciones liberales y no revoluciones democráticas, o que estas últimas se quedaron truncas; que en algunos las revoluciones liberales-democráticas o democráticoburguesas se estancaron; que en muchos países los cambios y transformaciones democráticas han formado parte de un largo período de transición democrática, donde la revolución democrática o los cambios democráticos profundos se han diluido, como estrategia y como ideal, pasándose a hablar de simples reformas y no de revolución.

Que en otros países no ha habido ni una cosa ni la otra, ni reformas ni revolución, pues su clase dominante y/o gobernante, en este caso la burguesía y sus fracciones y algunos sectores medios, así como sus partidos, no han desarrollado ni aplicado una visión de nación, una visión de Estado moderno, ni han asumido en la realidad los postulados democráticos, propiciando un oligopolio político, mezclando lo aristocrático con lo despótico, a veces con el ropaje de lo popular. En el caso de los países que hicieron la revolución socialista, y de aquellos que alcanzaron su independencia política de las potencias colonizadoras, empezando un camino propio de desarrollo, hemos visto que se han producido regresiones y que lo democrático se plantea nuevamente como un ideal, como aspiración cultural, independientemente de que se defienda el modelo capitalista o el socialista. Es decir, el déficit democrático se registra en todas partes, tanto en lo económico y lo social, como en lo político y lo legal.

En la República Dominicana, por ejemplo, hubo una insurrección, una guerra civil y una guerra patria en 1965, cuyos postulados, sintetizados en la consigna “vuelta a la Constitución [de 1963] sin elecciones” (Constitución suspendida por un golpe militar en septiembre de 1963), plantearon las características clásicas de una revolución democrática: reestructuración del poder tradicional con la participación de nuevos sectores sociales, innovaciones en el funcionamiento del Estado, transformaciones sociales a favor de los explotados y excluidos. Nuevamente, sin embargo, el elemento social más progresivo fracasó frente al conservadurismo, como sucedió con los postulados democráticos de la Constitución de 1844, de febrero de 1854, de la Revolución de Moca y la Constitución de 1857, de la reivindicación patriótica y social que implicó la Guerra de la Restauración y la Constitución de 1865, entre otros esfuerzos liberalizantes y democratizadores. Por eso, en el caso dominicano, una buena parte de los contenidos que históricamente se plantearon desde el ideal de la revolución democrática siguen siendo una tarea pendiente. Es esta realidad histórica y actual la que da vigencia al planteo de la revolución democrática, aunque existen algunas diferencias con experiencias anteriores en cuanto a la conducción del proceso, los puntos del programa democrático y los métodos para lograr su concreción.

En la República Dominicana de hoy 

La República Dominicana ha logrado en los últimos 30 años determinados avances modernizantes, especialmente en la infraestructura pública y privada, las comunicaciones, en algunas áreas productivas, en las prácticas políticas liberales, en la participación laboral, educativa y política de la mujer, entre otros aspectos. Incluso, se ha logrado un crecimiento económico sostenido. Sin embargo, las instituciones y las prácticas políticas democráticas no funcionan, delatando el gran peso del pasado caudillista, del despotismo, el autoritarismo y el clientelismo; en términos sociales tenemos los indicadores de las sociedades más atrasadas del mundo: en el analfabetismo, tasa bruta de matriculación y gasto educativo, en mortalidad infantil y materna, en enfermedades contagiosas, en desempleo y subempleo, redistribución del ingreso, pobreza absoluta y pobreza extrema, en corrupción pública, en concentración política.7 En una situación así, para poder transitar con dignidad por el siglo xxi, se necesitan en este país cambios profundos y rápidos, es decir, revolucionarios, no solo en un sector, sino en la sociedad toda. 

Por la época en que vive la humanidad, de mutua influencia e interdependencia entre los países; por la inconformidad creciente que existe en la población; por la unificación progresiva del discurso político liberal y democrático en torno a cambios políticos y sociales necesarios; por la necesidad de producir un cambio en la correlación de fuerzas políticas y sociales a favor de los democráticos, teniendo una propuesta unificadora, se ha vuelto pertinente relanzar una revolución democrática en la República Dominicana. Esta revolución democrática debe ser integral, aunque como estrategia avance primero, por ejemplo, en los cambios políticos democráticos, incluyendo transformaciones constitucionales y legales.

La revolución democrática que nos planteamos debe incluir: 

1. Revolución en la ética pública 
2. Revolución política
3. Revolución educativa 
4. Revolución territorial 
5. Revolución económico-social 

Para cada una de estas cinco revoluciones se requiere de una propuesta específica, formando parte de un todo transformador, que algunos han denominado un Nuevo Proyecto de Nación, tarea que las élites políticas e intelectuales dominicanas más conscientes y comprometidas con su pueblo deben acometer, utilizando para ello cualquier foro de consenso o integrándose a esfuerzos ya existentes.De mi parte ofrezco una valoración sintetizada de los objetivos de estas cinco revoluciones.

Revolución ética.

La revolución en la ética pública persigue reducir la discrecionalidad actual en el gasto público, transparentar las decisiones públicas para develar y resolver el nepotismo y los conflictos de intereses, crear mecanismos fuertes de prevención y castigo de la corrupción, centralizados, descentralizados y externos, en todas las instituciones, así como en el sector privado.

Revolución política.

El propósito de la revolución política es contribuir a apoderar al pueblo soberano de su inmanente poder supremo, a través de las figuras del referendo, la Asamblea Constituyente, el plebiscito, la consulta popular, el cabildo abierto, la contraloría social, la audiencia pública, la revocación del mandato, los mecanismos de cogestión gubernativa como los consejos municipales, sectoriales y nacionales, construyendo un Estado democrático, que sea participativo, transparente, controlado, efectivo, orgánicamente pequeño, institucionalmente fuerte, con delegación, desconcentrado y descentralizado.

Un requisito esencial que debe acompañar el carácter democrático del Estado, para su estabilidad y eficacia, es el establecimiento en toda la administración del Estado, con rango constitucional, de la carrera administrativa. En el caso de la descentralización, estoy convencido que en la República Dominicana, sin una amplia descentralización política y económica a favor de los municipios, no hay revolución democrática.

Revolución educativa

En cuanto a la revolución educativa, esta debe, para ser tal, eliminar el analfabetismo en tres años; elevar el nivel escolar básico promedio de los cuatro grados actuales a ocho grados, en un tiempo de diez años, llevando a por lo menos un millón de personas adultas que hoy están fuera de las escuelas; elevar la matrícula secundaria y universitaria en 50% en cinco años, en la cual un 50% de los matriculados, por lo menos, hará carreras tecnológicas y de ciencias básicas; garantizar que, por lo menos, un 20% de la fuerza laboral ocupada realice cursos de especialización cada año.

Revolución territorial. 

La revolución territorial –dado el caos y la tribalización territorial existente, con 32 provincias, 155 municipios, 170 distritos municipales y más de 50 proyectos de elevación territorial depositados en el Congreso Nacional, donde la mayoría no reúne las condiciones para ser tales– tiene como objetivo simplificar la división territorial, reduciendo las provincias, creando las regiones, eliminado la categoría de distrito municipal, dando poder a los municipios para realizar las reestructuraciones territoriales que consideren de lugar. Sin esta revolución no se tendrá una administración eficiente, una reestructuración y redistribución del poder político y económico, y una participación real del pueblo en los asuntos públicos.

Revolución económico-social

Finalmente, la revolución económico-social persigue una amplia redistribución del ingreso y la propiedad para reducir la enorme desigualdad actual, disminuir la pobreza y elevar la calidad de vida. La primera estrategia debe ser incorporar a amplios sectores al estatus de propietarios: de viviendas, tierras, empresas, acciones, patentes industriales y derecho de autor, al tiempo que se incentiva el ahorro. La segunda estrategia es el estímulo del empleo, especialmente el productivo, con incentivos para la mediana y pequeña empresa, privilegiando la interconexión económica cooperativa, asociativa y la de clúster. La tercera estrategia es el incentivo y estímulo a los proyectos individuales o colectivos, privados, públicos o mixtos que persigan la organización y asociación de productores, trabajadores y consumidores, para la vigencia y defensa de la eficiencia productiva, el aumento de la productividad, la calidad, el aumento del ingreso real, la solidaridad económica y el fortalecimiento de la identidad cultural.

Una revolución económico-social democrática para que sea posible y se sostenga, en el caso dominicano, necesita que se mejore sustancialmente el sistema eléctrico, reduciendo el costo y estabilizando la distribución; congelar y reducir la deuda externa, al tiempo que se atrae inversión extranjera; racionalizar el gasto público, cerrando y fusionando organismos actuales innecesarios, eliminando el gasto superfluo y no planificado, aumentando la inversión pública en infraestructura, educación, salud, seguridad social, medio ambiente, en investigación y desarrollo. Esta revolución democrática, para concitar el protagonismo de los más afectados por las injusticias sociales, incluyendo policías y militares, para generar la confianza de un pueblo descreído, para generar el interés de los más capacitados, el apoyo de aliados internos y externos, requiere de un cambio de estilo en la forma de hacer política, eliminando la ostentación, el derroche, el militarismo, la demagogia, el providencialismo, donde el dueño del proceso sea el pueblo.

Notas 

1 Antonio Gramsci, Antología, Siglo xxi Editores, México, 1970, páginas 72-105. 2 John Locke, Ensayo sobre el Gobierno Civil, Ediciones Alba, Madrid, 1987. 3 Charles de Secondat, barón de Montesquieu, Del espírtu de las Leyes, Editorial Claridad, Buenos Aires, 1971. 4 Alexis de Tocqueville, La Democracia en América, Fondo de Cultura Económica, México, 1996, páginas 96-105. 5 Vladimir I, Lenin, Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1976. 6 Juan Bosch, Dictadura con respaldo popular, Editora Arte y Cine, Santo Domingo, 1970. 7 Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud), Informe del Desarrollo Dominicano en 2005. 8 Faustino Collado, Estado democrático y carrera administrativa, Impresora Mediabyte, Santo Domingo de Guzmán, 2005. 9 Faustino Collado, La gestión pública en Santo Domingo de Guzmán. Ficción de una autonomía, Impresora Mediabyte, Santo Domingo, 2003.


1 comment

ทำความรู้จักค่ายเกม Simpleplay septiembre 8, 2024 - 6:50 pm

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