Con la publicación de su inmortal novela, el celebrado autor de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), natural de Alcalá de Henares, mereció la distinción de Príncipe de los ingenios españoles por la elegancia de su prosa, la perfección de su narrativa y el valor ejemplar de esta primera novela de la modernidad. Modelo del buen decir, paradigma de la condición humana y fuente de hondas intuiciones, esta obra maestra de la literatura española constituye una representación simbólica de la conducta humana y refleja las tendencias que tipifican a los hombres y los pueblos en su comportamiento cotidiano. Cuando el hidalgo manchego, Alonso Quijano, pierde el juicio, toma el nombre de don Quijote de la Mancha, sale de su aldea en defensa de los débiles creyéndose caballero andante y, alentado por Aldonza Lorenzo, a quien llama Dulcinea del Toboso, protagoniza varias aventuras con su escudero Sancho Panza. La de los molinos de viento es la más emblemática por su arraigo en las mesetas castellanas.
Las fervientes fantasías del caballero andante chocan con la realidad y dan pie para canalizar, en variados hechos y aventuras, la dicotomía de dos personajes paradigmáticos. El valor simbólico de Don Quijote está en la representación alegórica de sus acciones y actitudes, en las que afloran la razón y la locura como expresión traslaticia de la relación alternante entre lo ideal y lo real, entendiendo la locura del ilustre personaje como una aparente alucinación ante el mundo real que sus ojos percibían, puesto que la base inspiradora de ese estadio de la conciencia está en las ideas platónicas que el autor, en un singular cauce narrativo, ilustraba en su grandiosa obra. En su valioso estudio sobre El Quijote, –incluido en la edición de la Real Academia Española editada por la editorial Alfaguara con motivo del IV Centenario–, Francisco Ayala subraya la universalidad de la obra desde la condición hispánica, señalando: “Y el toque feliz del genio cervantino estuvo en captar y acuñar el raro destino de esa comunidad, España, en el punto cardinal, en el preciso momento en que ello era posible, sin dejar que se le escapara la fugaz coyuntura. Tan asombrosa clarividencia es lo que ha hecho a las gentes pensar en una inconsciente genialidad… Cabe afirmar que, desde nuestra perspectiva, nosotros estamos en condiciones de entender El Quijote en conexiones de detalle sustraída a su propio autor –y éste sería el solo alcance legítimo de la tesis “Cervantes, inconsciente”-; pero es indudable que él tenía plena consciencia del sentido de su obra; consciencia profunda y entrañada, ya que ese sentido, siendo el de la situación cultural de conjunto, el de la conexión histórica, era también el de su propia vida individual”1. En efecto, la prosa novelística de Cervantes ha figurado en la estimación de escritores y de críticos literarios de España y de Hispanoamérica, así como de otras lenguas y culturas, como la más cabal narración novelesca reveladora del sentido de lo hispánico, expresado en la caracterización de sus tipos y personajes, en la descripción de las circunstancias de la vida humana, social y cultural de la época, en la confrontación de propuestas y actitudes a través de medios ironizantes y en la ponderación de aventuras y pasiones humanas. Lo mismo en una reflexión derivada de una intuición profunda, en parlamentos sobre asuntos concernientes a los príncipes y gobernantes o en planteamientos sobre el mundo de las letras o las armas, tan propio de su tiempo, aflora en la prosa cervantina el escritor consumado, el purista del lenguaje, el prosador gallardo y elocuente que hace de la palabra y del saber una presencia representativa de la cultura humanística y renacentista de su época.
Lo primero que hay que hacer para adentrarnos en el sentido profundo de El Quijote es desarrollar la idea de que en cierta medida la obra de Cervantes no se refiere a un personaje que da título a la novela, sino, al parecer, a un personaje altamente simbólico, representativo de una entidad espiritual humana, dividida entre dos personajes básicos en la obra, que son: el propio Don Quijote y Sancho Panza. El primero es la parte de la naturaleza humana que crece a través del sueño, de la esperanza, de una fe inquebrantable en esa dimensión del espíritu humano, y por ello tal vez onírico e irreal, en tanto que el segundo es el individuo que antes que crecer se refugia en su sentido común, que es en sí, en verdad, la parte racional, inspirada por el instinto de preservación que complementa la naturaleza humana. El ser humano tiene dos partes, didácticamente separables aunque entrañablemente fundidas en su ser interior, metafísico y trascendente, como expresión de lo que es la vida en sí, que es la razón y el sueño, el sentido común y el sentido fuera de lo común. El sentido que responde –como enseñaba Aristóteles y creía Santo Tomás– a las comprobaciones empíricas y que se niega a aceptar como verdad lo que sale del campo de la constatación material, de lo histórico, de lo vivido y lo real, de lo testimonial y lo documental; es la parte racional que omite todo mito, toda leyenda, toda referencia que no tenga un dato de lo que suele certificar la realidad.
La parte espiritual, interior, sutil y onírica, la parte que tiene que ver con lo que no es físico en el ser humano, con lo que no es supervivencia, con lo que no es manutención y urgencias vitales, con lo que no es sostenimiento del cuerpo, sino que es la dimensión que tiene que ver con el espíritu, está representada por Don Quijote. Él encarna en esa dualidad de la naturaleza humana la parte del sueño, de la esperanza o del ideal y que se relaciona con la proyección, la teleología, la meta final del individuo que tiene un sueño, un proyecto trascendente de vida y que en tal virtud es capaz de descuidar lo material inmediato –incluyendo la misma conservación de la vida– en procura de una idealización que se proyecta hacia un espacio indeterminado, indefinido o ilimitado. El Quijote va hacia un sueño, el Quijote es el sueño humano, y Sancho Panza, que lo acompaña en sus aventuras y pasiones, es la razón, la dimensión del pragmatismo y la cordura, la indicación del sentido común y la visión realista de la vida, y entre ambos forman ese personaje paradigmático, que es en esencia el sentido de lo que trata esta obra extraordinaria, y al parecer esta división de la condición humana entre razón y espíritu, entre realidad y sueño, entre verdad y mito, es decir, entre lo sustancial y lo trascendente, o lo material y lo espiritual, es el enfoque clave y profundo, fundamental y simbólico de la dimensión entrañable de El Quijote. Todo lo demás no sería más que la anécdota con sus propias características de profundidad en las cuales esta dicotomía se escenifica y se desarrolla, como un proceso de evolución y de integración, donde los personajes van hacia un intercambio de personalidad, igual como el ser humano o como la conciencia aprehende. O similar al proceso evolutivo del aprendizaje humano, es decir, el desarrollo que a fuerza de fracasos, desventuras y dolores, se inclina hacia el sentido común para sobrevivir, y a consecuencia de la transparencia del mismo sueño, ese nivel de la tendencia humana se va enturbiando con los golpes de la realidad y la razón seca que por falta de vida, por falta de sueño, por ausencia de meta, se siente desamparada, se siente tan intrascendente que entonces se inclina hacia la esperanza, hacia el ideal, hacia lo trascendente. A medida que esta obra avanza apreciamos a un Sancho Panza que empieza a hablar como un realista y don Quijote empieza a ceder a la realidad y a tener más sentido común, en una especie de convergencia hacia la condición de Sancho, para representar la racionalidad y la búsqueda de la supervivencia, de tal manera que ya en su lecho de muerte recupera la parte racional y se identifica aún más con el personaje de Sancho y ya el escudero, en esa etapa de madurez, es prácticamente un soñador.
Ellos llegan a intercambiar personalidad es, que es el proceso que se da en la misma condición humana en virtud de la identificación y la coparticipación con los influjos naturales y explicables, donde pagamos un precio de compensación necesaria, comprobando que en el que todo es sueño, los golpes de la realidad lo obligan a recuperar algo de racionalidad, y en el que todo es racionalidad o materialidad, las embestidas de la misma realidad que exige respuestas espirituales lo obligan a recurrir a la esperanza y al sueño para poder sobrevivir o entender. Y cada uno de los personajes experimenta una transformación hacia el otro, un fenómeno interesante, un proceso de empatía espiritual en que se van fusionando hasta integrarse a la naturaleza humana, al ser humano. El final de la novela en que parece que el hidalgo soñador recobra su cordura y el cuerdo escudero comienza a soñar, es una manera elocuente y traslaticia de ilustrar la confluencia armoniosa en que esas dos posiciones contrapuestas se integran revelando el mutuo influjo que experimentan.
Don Quijote como expresión de identidad
Podríamos decir, con Jorge Luis Borges, que la experiencia relatada por Cervantes es como un espejo, en tanto trata de manera anecdótica y deíctica, es decir, en forma ilustrada y ejemplarizadora del comportamiento humano dentro de un desenvolvimiento de cotidianidades sociales, sin colocarse en el plano de la teorización abstracta, como obra de reflexión que va de lo particular a lo general, de la anécdota a la ilustración de la cual se extrae una imagen de la condición humana, y no como en la especulación filosófica en la que un concepto de la condición humana da lugar a la aplicación de determinadas anécdotas o historias personales. Esto marca expresivamente la diferencia entre filosofía y literatura, o una de las diferencias que hay entonces como anécdota, como narración de vicisitudes de aventuras de los seres humanos, en su desenvolvimiento con la realidad social, en su vinculación con la realidad humana, con la realidad natural, con la realidad histórica, que da aliento y sustancia a la novela. Don Quijote logra aciertos particulares, que es lo que hace posible que quede esclarecido su hallazgo filosófico o su paradigma gnoseológico de representación simbólica en su planteamiento espiritual, si bien se puede analizar en ese aspecto general, como una alternativa en la presentación de dos personajes, o la fragmentación de un personaje en dos tipos humanos, lo que en el fondo constituye una alegoría de la condición humana. También se puede decir que en cada uno de los capítulos del libro, en su manejo del lenguaje, en su presentación de situaciones, en su ironía y jocosidad, en sus rasgos particulares, es también la obra de un genio que logra aciertos ejemplares de género y estilo, convirtiéndose en paradigma de la novela. Como narración literaria la novela de Miguel de Cervantes logra aciertos idiomáticos y estilísticos, eso ya lo sabemos, como lo han demostrado decenas de libros que desentrañan este aspecto y cientos de artículos que profundizan en múltiples facetas de esta novela singular, pero es bueno reiterarlo. Conviene enfatizar, así, que la connotación filosófica como expresión de una dicotomía humana es una dimensión esencial e importante en la valoración de esta novela y, tal vez más importante aún, es el hecho de que esa reflexión nazca de la descripción de una aventura particular entre dos individuos que, en apariencia, lo que manifiesta es la manera de ser de dos personajes, que son un tonto y un loco, y que de la acción de ese “tonto” y ese “loco” surja la posibilidad probable y demostrable de que detrás de esa apariencia, detrás de esa acción anecdótica, bajo el sustrato de esa acción narrativa, está la elaboración de lo que es nuestra condición particular y universal como seres humanos.
Esa es una caracterización narrativa de una grandeza edificante. Desde el punto de vista de la novelación, y desde la perspectiva de su identidad, lo más valioso para nosotros, hablantes hispanoamericanos, es la revelación de tantos novelistas de nuestra lengua que en el cultivo de las letras se han nutrido de esta obra singular, que ha sido para nuestra novelística la obra más influyente de todos los tiempos, estilos y tendencias. Como ilustración de su arraigo en nuestra identidad cultural y literaria, tendríamos que pensar en dos posibilidades: primero, como obra que trata asuntos universales está presente en toda congregación humana en cualquier parte del mundo y en todos los tiempos y culturas, es decir, en cualquier civilización, aún sea con culturas sumamente ajenas a los valores occidentales, ya que en todo el mundo hay seres humanos soñadores y seres humanos manejados por la racionalidad y el sentido común, es decir, tendremos a Quijote y a Sancho en tanto representan universales humanos, no universales españoles ni universales hispanohablantes. En ese sentido, Sancho Panza y don Quijote representan una especie de seña de identidad de la condición humana enfocada desde una perspectiva novelística determinada; ahora bien, en el plano del idioma español y de las culturas que se desprendieron de la cultura española, como la hispanoamericana, debemos establecer que Don Quijote ha atravesado todas nuestras identidades. Somos pueblos quijotescos, o sea, pueblos donde el elemento onírico, el elemento mítico o el elemento legendario, se sobrepone a la razón y al sentido común. Como tal, como pueblos que están desde hace siglos en esa etapa de vivencia pautada por una mentalidad mágica –lo que luego se conocería como una expresión peculiar de la narrativa latinoamericana, conforme lo han ilustrado en sus respectivas narrativas escritores de la talla de Miguel Ángel Asturias, Juan Bosch, Alejo Carpentier, Juan Rulfo o Gabriel García Márquez en sus relatos de realismo mágico–, parecería que tiene más sentido El Quijote en uno de estos pueblos hispanohablantes que en la propia España. Condición quijotesca que parece identificarse más con nuestra manera de ser, de pensar y de sentir que heredamos de España, no por atraso sino por mentalidad, no por capricho sino por modo de vida e idiosincrasia, en el contexto propicio al engendro de las esperanzas y su variable, en el ámbito de la desesperanza, de la creencia, de los sueños y de los mitos.
Esa articulación de lo real y lo imaginario, el baciyelmo de los contrarios, se aprecia en el siguiente pasaje de Don Quijote: “Mira, Sancho, por el mismo que denantes juraste te juro –dijo don Quijote– que tienes el más corto entendimiento que tiene ni tuvo escudero en el mundo. ¿Que es posible que en cuanto ha que andas conmigo no has echado de ver que todas las cosas de los caballeros andantes parecen quimeras, necedades y desatinos, y que son todas hechas al revés? Y no porque sea ello así, sino porque andan entre nosotros siempre una caterva de encantadores que todas nuestras cosas mudan y truecan, y las vuelven según su gusto y según tienen la gana de favorecernos o destruirnos; y, así, eso que a ti te parece bacía de barbero me parece a mí el yelmo de Mambrino y a otro le parecerá otra cosa. Y fue rara providencia del sabio que es de mi parte que es de mi parte hacer que parezca bacía a todos lo que real y verdaderamente es yelmo de Mambrino, a causa que, siendo él de tanta estima, todo el mundo me perseguiría por quitármele, pero como ven que no es más de un bacín de barbero, no se curan de procuralle, como se mostró bien en el que quiso romperle y le dejó en el suelo sin llevarle, que a fe que si le conociera, que nunca él le dejara” (I, XXV, 237). Mario Vargas Llosa, al estimar que la pareja don Quijote-Sancho sigue cabalgando en el mundo hispánico, escribió: “…indisolublemente unidos en esa extraña alianza que es la del sueño y la vigilia, lo real y lo ideal, la vida y la muerte, el espíritu y la carne, la ficción y la vida. En la historia literaria ellos son dos figuras inconfundibles, la una alargada y aérea como una ojiva gótica y la otra espesa y chaparra como el chanchito de la suerte, dos actitudes, dos ambiciones, dos visiones”2.
Hilaridad
Uno de los efectos en que la lectura de Don Quijote se manifiesta es una especie de hilaridad compasiva, ya que la hilaridad es una especie de risa, de jocosidad, de ironía. Hay una suerte de comedia de las equivocaciones, muy propia de la visión irónica del protagonista de la novela y del teatro español; inclusive esa idea de la confusión que da risa, en este caso por una aparente falta de racionalidad de los personajes, que confunde una moza ordinaria, corriente y fea con la idealidad del arquetipo de la belleza humana, con tanto encantamiento que la bautizó con el hermoso nombre de Dulcinea. O como los molinos de viento que creía eran monstruos a los cuales enfrentar. Esas escenas de locura humana, de ceguera humana, de desvinculación humana con la dura y a veces desconcertante realidad produce un estado que, a nosotros los humanos, que no creemos estar en ese estado de alteración de la conciencia sino bajo el dictado de la racionalidad y de cordura, nos produce risa, como nos producen risa y tal vez compasión las actitudes de algunos locos.
Extrañamente, la contemplación de otra criatura semejante que ha perdido el control de su sistema mental y de percepción de lo que decimos que es la realidad, nos produce antes que preocupación o miedo, risa, y después, quizá, pena. Primero nos da risa el loco, el que aparenta loco, y luego elaboramos una especie de compasión; esa es la actitud regular, inmediata, instintiva del ser humano ante esa experiencia; esa ha sido la experiencia que muchos tienen, pero también nos da una dosis de heroísmo, independientemente de la condición de aparente irracionalidad, locura o confusión que presenta El Quijote. Es indudable que en todo esto hay nobleza, dignidad y heroísmo, y los seres humanos, por otra razón que quizá tampoco entendemos, aún los peores seres humanos, aún los menos nobles y los menos dignos, tienen la tendencia instintiva de identificarse en su mundo ideal con causas nobles, dignas y heroicas, aunque la práctica cotidiana sea una negación de eso que realmente predica o acepta o promueve o lo emociona de tal manera que el personaje de don Quijote nos extrae lo mejor de nosotros, nos hace momentánea o permanentemente heroicos, nobles y dignos. Ese es quizás su gran efecto en la conciencia: despertar ese heroísmo y ese sentido de la virtud haciendo que nos identifiquemos con lo mejor de la naturaleza humana que él termina representando.
Como modelo literario
Esta obra inmortal del siglo XVII, siendo una expresión de una cultura y una visión del mundo específicas de la España renacentista, ha trascendido a su creador y a la historia que la nutre estableciéndose como uno de los personajes más representativos de la literatura universal. Un profundo conocedor del alma española, como fue sin duda Américo Castro, dejó consignado en su memorable obra El pensamiento de Cervantes, lo siguiente: “Cervantes se halla situado en el centro del problema literario que afecta a la íntima estructura del siglo. El Renacimiento había labrado formas características para las dos tendencias que venían señaladas desde la Edad Media: literatura idealista (serie heroico-trágica) y literatura con inclinación hacia la materia (lo cómico, lo picaresco, lo que con mayor o menor precisión se llama realismo, y que a veces es simple naturalismo). Al acentuar el Renacimiento, con intensidad no vista antes, el poder de la razón y del ideal, de una parte, y la propensión a los valores más inmediatos y terrenos de otra, ambas tendencias adquirían vida nueva e intensa dentro de los nuevos géneros literarios que surgieron del siglo XV al XVI”3. En otro pasaje de su valiosa interpretación histórica y literaria, el historiador español sintetiza otro aspecto que he subrayado: “Lo genial de Cervantes se revela en el arte con que ha introducido en lo más íntimo de la vida de sus héroes el problema teórico que inquietaba a los preceptistas; el autor ha colocado a Don Quijote en la vertiente poética y a Sancho en la histórica; pero serán ellos y no el autor quienes pugnen por defender sus posiciones respectivas, y lo que es árida disquisición en los libros se torna conflicto vital, moderno, henchido de posibilida des. Don Quijote hablará en nombre de la verdad universal y verosímil; Sancho defenderá la verdad sensible y particular” 4 .
De la lectura de El Quijote se derivan muchas consideraciones que convierten la novela en un valioso canal de la cosmovisión de una filosofía y cultura, haciendo de la ficción la confluencia de planteamientos concep – tuales, sociales, sicológicos, antropológicos y literarios a la luz de la historia, la realidad y la idiosincrasia del pueblo español. La obra de Cervantes ha sido considerada modelo de narración novelística por su armonía compositiva con un lenguaje claro, variado, elegante; por la pureza expresiva derivada de la forma castiza del lenguaje y el buen gusto en sus giros y locuciones; por su belleza descriptiva con el rigor de los datos sensoriales y el consecuente encanto estético; por la actitud optimista y esperanzadora mediante un empeño resuelto y tenaz en la lucha por la vida frente a adversidades y penurias; y por la singular ironía reflexiva y humorística de quien asume los avatares del mundo y de la existencia con la disposición serena, resuelta y valiente de hallar la razón de lo viviente 5 .
Quizás el sentido más valioso de esta obra maestra de la literatura española radica en la vertiente humanizante que enarbola su ficción, puesto que diversas razas y culturas se hallan retratadas en el comportamiento y las actitudes que caracterizan los dos personajes claves de esta singular narración. La imaginación de don Quijote y la visión pragmática de Sancho confluyen en el punto de encuentro y convivencia armoniosa, participativa e integradora. Los seres humanos tenemos a veces tan dentro la dicotomía Sancho-don Quijote que en la vida somos uno y otro. Eso explica la razón por la cual la novela de Cervantes ha sido paradigma del género en las letras universales.
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