Revista GLOBAL

Significación del 12 de julio de 1924

by Pedro Troncoso Sánchez
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El pasado 12 de julio de 2024 se cumplió el primer centenario de la desocupación militar norteamericana de la República Dominicana. Se trata, según el historiador Pedro Troncoso Sánchez, de una fecha de conmemoración de alcance nacional, porque ese día fue cuando los dominicanos de nuevo vieron izar la bandera tricolor de los trinitarios en la Torre del Homenaje y en las oficinas públicas de todo el país. Cuando el 12 de julio de 1974 se cumplió el cincuenta aniversario de la salida de las tropas norteamericanas de Santo Domingo, la Academia Dominicana de la Historia invitó al historiador Pedro Troncoso Sánchez (1904- 1989), académico de número, a que ofreciera una disertación en torno a esa efeméride de tanta significación para el patriotismo nacional. A continuación, y a propósito del primer centenario de la desocupación militar norteamericana, se incluye un extracto de la referida conferencia en la que, además, el recordado historiador ofreció un inestimable testimonio sobre sus vivencias como joven estudiante en esos turbulentos años de la política criolla. Esos recuerdos permitirán al lector forjarse una idea bastante objetiva acerca de los hechos que precedieron a la ocupación militar en 1916 y también a la desocupación del territorio en 1924. 

En 1914 parecía que la crisis subsiguiente a la muerte de Ramón Cáceres había terminado: había habido elecciones, elecciones bien llevadas, y resultó electo uno de los dos grandes líderes que se compartían el panorama político de aquella época. Había triunfado Juan Isidro Jimenes Pereyra y había perdido el General Horacio Vázquez. Pero en realidad la crisis no había terminado; esa crisis que tuvo su origen en la muerte de Cáceres continuó; sus causas perduraron. En los turbulentos años 12, 13 y 14 hubo un fenómeno que se llamó “el desiderismo”. Desiderio Arias, guerrillero de la Línea Noroeste, cobró gran fuerza en todo ese tiempo y la siguió teniendo aun después de la elección de Jimenes en el 14.

«El desiderismo fue cobrando mucha fuerza, en el curso de la crisis; parecía como que en él se conjugaba toda la fuerza política del jimenismo en aquella época. En 1913 vino a la capital con una guardia de 150 hombres, que alojó en los bajos del Palacio Arzobispal en los días en que el presidente de la República lo era el Arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. De este modo el presidente de la República, aquel bondadoso sacerdote presidente de la República, quedó virtualmente convertido en un prisionero de Desiderio Arias. 

«Pues bien, en el año 14, el presidente Jimenes nombró a Desiderio Arias ministro de Guerra y Marina. Vino a ser entonces el hombre que tenía en sus manos la fuerza armada, e hizo nombrar a sus comarcanos Mauricio Jiménez y Cesáreo Jiménez en los cargos de comandante de la Plaza de Santo Domingo y Jefe de la Guardia Republicana, respectivamente. 

«En aquella época no había el cargo de Jefe del Ejército. Dirigía las fuerzas armadas el ministro de Guerra, que podía ser un civil, pero de hecho el jefe del ejército lo era el comandante de la plaza de Santo Domingo, por estar aquí la mayor suma de fuerzas militares. Estas se componían de los diversos batallones: el Batallón Ozama, el Batallón Yaque, el Batallón San Felipe, etc. 

«Mauricio Jiménez y Cesáreo Jiménez eran hermanos de padre, pero no eran parientes del presidente. Ellos eran Jiménez con “z”. El apellido del presidente terminaba en “s”. ¿Por qué? La explicación me la dio un nieto de Juan Isidro Jimenes, aquí presente. Es que ese apellido es de origen portugués. No se debe pues a influencia francesa, como se ha dicho. 

«Una vez instalado Jimenes en la Presidencia, comienza un “crescendo” de intrigas en torno a Desiderio, en torno a otros caudillos que se portaron con más prudencia, en torno a los diputados y senadores de la oposición, y llegó un momento en que se formó mayoría congresional para acusar al presidente; una acusación injusta, totalmente injusta, nada más que por un designio político. Juan Isidro Jimenes era un gobernante honorable, patriota y buen cristiano. Sin embargo, se vio envuelto en las redes de una acusación injusta como consecuencia del imperante desiderismo

«Un día de abril de 1916 se reunió el presidente con sus ministros y decidió destituir al ministro de Guerra, Desiderio Arias, y a sus dos lugartenientes, y dictó el consiguiente decreto. Ese fue el momento en que Desiderio Arias decidió sublevarse. Se atrincheró en la ciudad de Santo Domingo. En días pasados oí a un comentarista radial que hablaba de que Desiderio le puso sitio a la capital. No, quien puso sitio a la capital fue el presidente de la República. Desiderio estaba en la Fuerza, en la ciudad, y el presidente Jimenes estaba en Cambelén, Sección de San Cristóbal, en una casa de veraneo de Monseñor Nouel, que en esos días estaba haciendo un recorrido por el interior. Entonces el presidente Jimenes reúne fuerzas para someter a su destituido Ministro de Guerra y ocupar la ciudad. Viene pues la guerra, viene el sitio. De Cambelén, pasó el presidente a San Jerónimo e instaló aquí su cuartel general.



«Corría el año de 1916, un momento muy delicado para la situación mundial. Se había desencadenado la primera gran guerra. Los Estados Unidos estaban ya abocados a intervenir en ese conflicto, y tomaban sus posiciones en América. No podían tolerar que en este país hubiera nuevamente un estado de turbulencia. Había que aquietarlo. Y entonces ofrecieron su cooperación armada al presidente Jimenes, para someter a Desiderio, ocupar la ciudad, terminar con la guerra y garantizar la paz. Es el momento en que Jimenes, que estaba siendo acusado por las Cámaras, hizo una cosa contraria a lo que tal vez hubiera hecho un presidente del siglo XIX de conciencia nacional débil, todavía embrionaria: él rechazó el ofrecimiento: “No quiero que un solo soldado extranjero me ayude, yo me basto a mí mismo. Acepto la ayuda financiera, acepto ayuda en armas, pero no acepto ni un solo hombre”.

«Esta condición no pudo ser aceptada. Entonces las tropas extranjeras, la Infantería de Marina de los Estados Unidos, desembarca en nuestro país y le dirige su ultimátum a Desiderio Arias.

«En aquel momento tuvo Desiderio Arias la oportunidad de cubrirse de gloria, si era que algún ideal patrio le animaba. No opuso sus armas al invasor ni tampoco aceptó la rendición. Optó por desocupar la Fuerza dejando muchísimas armas allí –dejó hasta la bandera del batallón– y huyó al interior del país licenciando a su gente.

«Recuerdo vivamente una escena de aquellos días dramáticos: mi padre era el presidente del Ayuntamiento y en lo peor de la crisis fueron a mi casa don Pancho Peynado y don Federico Henríquez y Carvajal y mandaron a buscar al jefe rebelde. Este se presentó con sus lugartenientes, los Jiménez, y de los tres ciudadanos oyeron los tres hombres de armas una filípica como probablemente no se les había dicho antes. El muchacho de doce años que era yo en aquella época no captó bien lo tratado, pero sí me parece ver a don Pancho paseándose de un rincón a otro de la sala de mi casa, como un león enjaulado, dirigiendo a los guerrilleros enérgicas palabras dichas en alta voz mientras ellos permanecían sentados y en silencio. También me parece oír la voz vibrante de don Federico recriminándoles su actitud y tratando de hacerles comprender su irresponsabilidad ante el pueblo y para el porvenir.

«Cuando corría el plazo del ultimátum, Desiderio volvió a mi casa. Mi padre pensó que le iba a comunicar su decisión de oponer resistencia, siquiera simbólica, a las fuerzas invasoras que iban a entrar en la ciudad, pero lo que hizo fue pedirle cinco mil pesos para racionar las tropas y poder irse. Mi padre le contestó que el Ayuntamiento no podía disponer de ese dinero. Desiderio optó por abandonar la Fuerza y dejar que los soldados se abastecieran por sí mismos en los campos vecinos. Es el momento en que la ciudad queda desguarnecida, y es el momento en que el mismo gran patriota destinado a ser el prócer de la Tercera República se constituye en jefe de una policía de emergencia que él mismo organizó. Francisco José Peynado invitó a la juventud más consciente de la capital a que prestara servicios policiales, porque la Policía Municipal —entonces no era nacional— se había ido a unirse al presidente Jimenes en San Jerónimo. Su jefe lo era el general Miguel Ángel Morillo.

«Habiendo quedado la ciudad sin los guardianes del orden público, la Fuerza vacía, la cárcel vacía y todos los presos comunes pululando por las calles, incluso los condenados por asesinato y robo, en una situación tan caótica, era urgentísimo tomar aquella medida. Fue don Pancho —le voy a decir don Pancho porque es como me satisface, y no Francisco José Peynado. Es como le dije toda mi vida— quien salió de su casa y con aquella personalidad extraordinaria de que estaba dotado, se rodeó de oficiales y de jóvenes agentes improvisados, que fueron quienes hicieron el servicio de vigilancia en la ciudad en lo que se normalizaban las cosas.

«Vino la intervención, y enseguida se produjo la protesta viril dominicana contra aquel acto de fuerza. 

«Fue elegido como presidente provisional el Dr. Francisco Henríquez y Carvajal, pero esto vino a ocurrir en julio. Hubo una lucha muy grande entre el mes de mayo y de julio; no había presidente; fue mandado a buscar a Cuba. Viene don Francisco Henríquez y Carvajal, gran dominicano, sabio médico, patriota, con una historia ilustre ya en nuestro país, y se hace cargo de la presidencia de la República y es él quien tiene que enfrentar las exigencias del poder interventor. Este quería que hubiera reunión de constituyentes, que hubiera elecciones generales, que hubiera gobierno definitivo, pero que también hubiera un pacto por el cual la República quedara ligada a los Estados Unidos mediante el establecimiento de una misión financiera y de una misión militar, es decir, para que quedara mediatizada nuestra soberanía. Pero el presidente Henríquez se negó a todo lo que implicara una merma de nuestro honor nacional, de nuestra soberanía nacional.

«Llegó el momento en que el poder interventor, dueño de las aduanas, dejó de pasarle al Gobierno la suma correspondiente a la recaudación aduanera. No se pagaron sueldos, no se pagaron servicios.

«Don Pancho Peynado era el ministro de Hacienda, y él decía:

-“Yo estoy en la posición paradójica de un ministro del Tesoro que no tiene tesoro a su disposición, ni un centavo para pagar nada”.

«Al no ceder el Gobierno a las exigencias del poder interventor es cuando viene el 29 de noviembre de 1916 la proclama del Capitán Knapp, estableciendo un gobierno militar. Fue un hecho de voluntad unilateral. Aquí ningún dominicano se prestó para legalizar la intervención, ningún dominicano se prestó para crear un régimen de soberanía mediatizada; tuvo el poder interventor que actuar por propia cuenta, por voluntad unilateral, mediante una proclama militar, estableciendo un gobierno militar y la ley marcial, que debían sustituir al gobierno compuesto por dominicanos.

«A raíz de la proclamación de Knapp y la instalación del gobierno militar vino la protesta del pueblo dominicano. La primera expresión de esta protesta fue la de nuestro ministro en Washington, Armando Pérez Perdomo, [quien] fue al Departamento de Estado y entregó su nota de protesta y se retiró.

«Después se formó, ya a la altura de 1919, cuando se iniciaron las conferencias de Versalles, la Comisión Nacionalista. El presidente de ella, el doctor Francisco Henríquez y Carvajal, a quien se llamó el presidente de jure porque su salida de la presidencia había sido obra de un acto de fuerza, y de jure seguía siendo presidente, fue a Versalles y quiso hablar a Wilson y con el secretario de Estado americano. Encontró las puertas cerradas. Yo le oí una conferencia en el Teatro Colón para relatar sus diligencias. Recuerdo que dijo muchas cosas que yo muchacho de pocos años, un adolescente, no entendí bien, pero recuerdo cuando dijo: “Fui a Versalles, no me dejaron entrar por la puerta, pero me metí por la ventana”. Esa frase se me grabó en la mente.

«Me parece ver a don Pancho Henríquez allí sentado con su levita cruzada, como se usaba antes, hablando a un público que no cabía en aquella sala del Teatro Colón, que existió hasta el día del ciclón.

«En aquella época la Comisión Nacionalista trabajó. Aquí se realizaron colectas para permitir la campaña de la misión nacionalista. Hubo la Semana Patriótica; se recolectaron decenas de miles de pesos; no sé cuánto. Con eso pudo la misión nacionalista viajar, viajar a Europa, viajar a los Estados Unidos, viajar a Sudamérica, y emprender una campaña de prensa mundial contra la intervención. Todo el pueblo dominicano era uno en el esfuerzo; unos con más fe que otros.

«Recuerdo también una conversación de un gran nacionalista, Enrique Henríquez, frente a otro que no se mostraba tan radical y que decía que la desocupación pura y simple era un sueño, una utopía. Entonces Enrique Henríquez le dijo: “Debemos insistir en ella porque me consta que los americanos sostienen la intervención en Santo Domingo como se sostiene un clavo ardiendo en la mano”. Expresión que yo niño le oí. No puedo evitar hablar en torno a lo que fue mi vivencia. Hubo otra persona que me va muy de cerca y quien dijo: “Hay que insistir, porque los americanos no resisten que se les diga una verdad cuatro veces”.

«Esa comisión trabajó y luchó. Estuvo durante un tiempo en Washington, pero llegó un momento en que los fondos faltaron. El pueblo dominicano ya había dado de sí todo lo que podía dar para auspiciar las diligencias de aquellos nacionalistas. La Comisión tuvo que retirarse de Washington porque no tenía recursos para mantenerse allí.

«Fue un momento muy serio. Cuando aquella Comisión dejó de trabajar en Washington, declinó muchísimo la campaña de prensa; declinó mucho por falta de dinero. 

«Señores: es el momento en que surge Francisco José Peynado. En ese momento crítico, en el año 21, es cuando Francisco José Peynado por propia cuenta va a Washington. Él sabía que no podía exprimírsele más dinero al pueblo dominicano. Por eso fue con sus propios recursos. 

«Desde muy joven se había distinguido Francisco José Peynado por la nobleza de sus sentimientos, por la brillantez de su inteligencia y por su valentía. Apenas alcanzada la edad del ciudadano manifestó su aversión al régimen tiránico de Ulises Heureaux y se incorporó a una conspiración para derrocarlo. Fue hecho preso y estuvo a punto de ser fusilado. Aprovechó el tiempo de su prisión para continuar con ahínco sus estudios de derecho. También se dedicó a alfabetizar a otros presos, entre ellos al famoso guerrillero Perico Lazala. Después de la caída de Heureaux se convirtió prontamente en uno de los abogados más competentes y prestigiosos de este país. Se mantuvo ajeno a las pugnas partidistas y sólo hizo acto de presencia en el terreno político o en el diplomático cuando lo movió alguna razón patriótica. En los primeros años del siglo se le vio siempre en la dirección de actividades civiles edificantes. Es famoso el discurso que pronunció como mantenedor en los Juegos Florales antillanos de 1915, que fue una profética advertencia respecto del futuro inmediato del país. 

«Muchas veces se confunde la riqueza con la generosidad. Hay personas que lucen ricas, pero en realidad es que son generosas. Esa era la clase a que pertenecía Francisco José Peynado, de relativa fortuna formada en el trabajo profesional. En aquel momento en que flaqueaban las fuerzas dominicanas para seguir la lucha por la recuperación de la soberanía es cuando él surge, vamos a decir providencialmente. Llegó a Washington por propia cuenta; a él no lo llamó nadie; a él no lo conocía Charles Evans Hughes, como dice un diccionario biográfico. Él fue por propia cuenta, y se conectó con Charles Evans Hughes, el Secretario de Estado, porque se lo presentó el Senador McCormick, uno de los cuatro que vinieron aquí a investigar los hechos de la intervención americana. 

«Esa fue la vinculación que le valió a él, a pesar de que tenía muchas otras vinculaciones en Washington, pues había sido por dos años ministro Plenipotenciario en los Estados Unidos. Pudo así discutir con Charles Evans Hughes un plan para la desocupación de este país de una manera honorable. Él tuvo que vencer muchas resistencias; tuvo que superar incluso concesiones efectuadas de parte dominicana, para volver sobre una posición de más decoro nacional… 

«Entonces vino la ejecución del plan. Ese plan de la desocupación contiene una serie de cláusulas que sería larga de leer en este momento. Me voy a limitar a decir lo que no dice, que es lo importante. Es decir, señalar la ausencia de las exigencias americanas que se venían reiterando desde tiempo atrás; desde el año 12. Por eso dice aquí, en este folleto, que en ese plan quedó eliminada en absoluto la misión militar, la que ya había en los otros dos países intervenidos, con o sin mando, en cualquiera de sus formas. Asimismo, quedó eliminada en absoluto la Guardia de Legación; quedó eliminado en absoluto el Consejo Financiero; quedó eliminado en absoluto todo control sobre nuestra hacienda; quedó eliminada en absoluto la garantía subsidiaria de nuestras rentas internas para el servicio de la deuda; quedaron eliminadas en absoluto la convocatoria y dirección de las elecciones, por el Gobierno Militar.

«Peynado consiguió que no fuera el Gobierno Militar quien convocara a elecciones, sino un gobierno dominicano provisional, como se hizo. Quedó eliminada en absoluto la presencia de tropas americanas cerca de las mesas electorales. Ese fue un punto muy difícil de conseguir. Quedó eliminada en absoluto la necesidad de que se aceptara contractualmente la imposición de técnicos por el Gobierno Americano. Quedó eliminada en absoluto la necesidad de ratificar todos los actos del Gobierno Americano que engendraron efectos jurídicos y un orden administrativo al cual se ajustara transitoriamente la vida de la nación.

«Don Pancho decía: “Si aceptamos esta fórmula entonces estamos validando la proclama Knapp del 26 de noviembre de 1916 y eso no puede ser”.

«De modo que a gestiones de Peynado sólo se aceptó lo que era inevitable, es decir, la validación de aquellas disposiciones del gobierno militar que hubieran implicado la creación de rentas, la erogación de fondos y la creación de derechos en favor de terceros.

«De este modo quedaban eliminadas una serie de órdenes ejecutivas que no tenían ese carácter. De no haberse aprobado la validación de esas órdenes ejecutivas en este país se hubiera producido un caos.

«Aquí está la enumeración completa de las órdenes ejecutivas validadas, quedando fuera las no validadas; están los contratos en el orden administrativo: fomento, comunicaciones, agricultura, inmigración, interior y policía, sanidad y beneficencia y hacienda; están las órdenes departamentales, los contratos, las convenciones internacionales, etc. Todo eso tenía que ser ratificado necesariamente. Eran hechos que habían engendrado relaciones jurídicas. Si hubieran quedado desconocidos, en este país hubiera habido un caos cuyos efectos tal vez duraran todavía en litis que se habrían iniciado entonces.

«Don Pancho vino de Washington con su plan en los bolsillos y lo mostró al pueblo. No voy a entrar en detalles de la lucha que libró para que el pueblo se diera cuenta que él traía algo compatible con el honor nacional y mejor que cualquier cosa antes soñada.

«Se formó el gobierno provisional, presidido por Juan Bautista Vicini Burgos y comenzó a ejecutarse el Plan de Evacuación.

«Vino el proceso pre-eleccionario y don Pancho Peynado, como lógica consecuencia de su hazaña, vino a ser un candidato presidencial; un candidato presidencial apoyado en el primer momento por la nación entera. Pero frente a él renacieron las intrigas de viejo estilo. Frente a él se levantó un partido tradicional, con su caudillo tradicional. Y a la hora de la prueba, a la hora de la elección, ¿quién ganó? ¿El patriota nuevo y superdotado que había ido a Washington a conseguirnos la libertad y la reposición de la bandera? No. Fue el viejo caudillo quien ganó la contienda electoral.

«Fue el momento en que don Pancho dio un ejemplo que yo no sé si se ha repetido en este país. Él acató el resultado de las elecciones y felicitó al candidato contrincante. Eso lo consigna Welles, Sumner Welles en su “Viña de Naboth”. Este historiador dice que don Pancho Peynado, en su conducta como candidato vencido, dio un ejemplo para todos los países de la América Latina. Porque don Pancho, ante todo y sobre todo, por encima de ser el presidente, y por encima del derecho que le asistió para impugnar las elecciones, lo que él quería era que se cumpliera su Plan de Evacuación sin demora. Él dio una lección que yo quisiera que aquí se aclimatara para bien de nuestro país: el saber ser candidato derrotado.

«Habiendo llegado ya a la altura de la república restaurada, vamos rápidamente, para terminar, a ver qué hizo la intervención aquí.

«Padecimos nuestra intervención; la más corta, la más corta de todas. Fue una intervención en que por primera vez ese gran poder interventor, que fue los Estados Unidos, no dejaba su bandera en alguna parte del país intervenido.

«Ellos intervinieron en Cuba, pero se quedaron en Guantánamo; intervinieron en Filipinas, y se quedaron poseyendo a Filipinas; intervinieron en Puerto Rico y se quedaron en Puerto Rico; intervinieron en Panamá y todavía está ahí la Zona del Canal. Pero de aquí se fueron en absoluto, por obra y gracia del esfuerzo patriótico unánime de todos los dominicanos dirigidos por sus líderes nacionales y por la pericia patriótica de Francisco José Peynado.

«Durante la intervención americana hubo un gobierno militar. ¿Qué hizo de positivo? Algunas cosas indudablemente: pusieron mucho empeño en los servicios sanitarios, pusieron mucho empeño en los servicios educativos; también hicieron realizaciones en lo relativo a vías de comunicación, en organización presupuestaria y administrativa, en el saneamiento de las tierras.

«Pero al lado de eso hubo algo negativo importantísimo: que no nos dieron ninguna lección ni ningún ejemplo de democracia; nosotros no vimos en los interventores una práctica democrática que se pareciera a la de su país de origen.

«Quedamos tan atrasados como en tiempo de Concho Primo cuando se fueron… Se puede señalar como consecuencia esta otra: hasta 1916 nosotros llevábamos nuestra vida republicana turbulenta; había lo que llamó Hostos el revolucionismo: un Estado armado frente a un pueblo armado; era fácil fomentar revoluciones de tipo conchoprimesco. Pero la intervención determinó, en primer lugar, el desarme del país. Todo el mundo quedó desarmado. Sólo el Estado tenía armas. Eso coincidió con un segundo factor: fue la época en que se desarrollaron grandemente las posibilidades bélicas de los Estados. Fue la época en que se comenzó a utilizar el avión como instrumento de guerra; en que se inventó el tanque, y en que se perfeccionó la artillería.

«Entonces ¿qué resultaba? Que ya no se podían repetir las revoluciones de tipo antiguo frente al gobierno. Ese recurso quedó cerrado. Si vamos a llamar Concho Primo a ese estilo de vida, ahí murió Concho Primo. Si el Estado era la única entidad armada, entonces era el Estado el único que podía volverse contra sí mismo. Como consecuencia de la intervención, al revolucionismo clásico sucedió lo que ahora llaman “el golpismo”. Es una palabra que se ha puesto de moda pero que está bien fraguada. El golpismo es el medio por el cual el mismo Estado, con sus propias armas, trastorna las cosas. Eso sucedió en 1930. El llamado “Movimiento Cívico” no fue más que la fuerza armada del Estado al servicio de una ambición”.


6 comments

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