Revista GLOBAL

Sociedad civil Cinco Usos De Un Concepto

por Esther Hernández Medina
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Este artículo tiene por objetivo presentar un acercamiento esquemático a la documentación actual sobre el concepto de sociedad civil en el contexto de las ciencias sociales sobre y desde América Latina. La idea es identificar algunas de las grandes propuestas teóricas presentadas en los últimos 15 años, con particular énfasis en los trabajos publicados en Estados Unidos.1 Cabe destacar que este texto no abarca los orígenes del concepto de sociedad civil como tal (lo cual implicaría rastrear más de dos siglos de contribuciones en el ámbito de la filosofía política y las ciencias sociales) sino, más bien, una clasificación inicial de las modalidades principales en que el concepto ha sido utilizado después de su llamado “rescate” y uso como buque insignia; particularmente en el contexto de los procesos de democratización vividos en Latinoamérica y Europa del Este a partir de los años setenta y ochenta (Gellner, 1996).

El resurgimiento del concepto constituye en sí mismo un indicador crucial. La expresión “sociedad civil” no sólo se ha convertido en referencia obligada para académicos, hacedores de política, organizaciones sociales y ciudadanos y ciudadanas comunes sino que, además, ha sido reapropiada de maneras muy diversas e incluso con objetivos contrapuestos. Es por ello que un ejercicio inicial de clasificación de las grandes propuestas teóricas que han influido en el debate sobre este concepto puede ser de utilidad para mejorar nuestra comprensión del rol de lo que hoy llamamos “sociedad civil” en el contexto del fortalecimiento de las frágiles democracias en las que vivimos. La selección se basa en tres criterios:

a) la inclusión de conceptos desarrollados únicamente por sociólogos; por tanto, este trabajo no incluye nociones propuestas por otros actores influyentes en la región;
b) la meta de seleccionar autores y autoras cuyas ideas son, hasta cierto punto, representativas de la perspectiva teórica en cuestión y
c) la decisión de restringir esta selección a conceptos de sociedad civil a escala nacional (por tanto, dejando fuera las nociones de sociedad civil global y regional). 

1. Sociedad civil versus el Estado Osorio (1994/1999) plantea que la aparición de la idea de sociedad civil como un concepto popular en América Latina tuvo lugar sobre la base del “descubrimiento” de Gramsci en la región. Dicha influencia se materializó en función de dos factores:
a) la necesidad sentida en la izquierda latinoamericana de encontrar una nueva base teórica para evaluar la derrota representada por el surgimiento de los regímenes militares de finales de los sesenta y principios de los setenta y (b) la influencia indirecta de procesos similares de reconceptualización en Europa, incluyendo el cuestionamiento creciente del socialismo y la aparición del “eurocomunismo” como nueva plataforma política. En este contexto es en el que hay que entender la relativamente rápida popularización del concepto gramsciano de sociedad civil en oposición al Estado. De hecho, Osorio plantea que el rol de la sociedad civil fue concebido, fundamentalmente, como la función de establecer una “línea de demarcación” para separar el resto de la sociedad de la estructura estatal (Osorio, 1994/1997: 803). Evelina Dagnino, por ejemplo, sigue los pasos de Gramsci al definir la sociedad civil como un espacio de lucha por la hegemonía.

Tomando como punto de partida la inclusión de factores culturales por parte de Gramsci en el seno de la tradición marxista, Dagnino analiza la lucha de diversos movimientos sociales en Brasil y destaca que éstos no compiten sólo por recursos materiales sino también por el derecho a definir quiénes serán parte del proceso democratizador y quiénes no. Los movimientos sociales brasileños no sólo desafiaron el régimen militar sino que también lograron expandir los términos de su inclusión (material y simbólica) reapropiando la idea de derechos ciudadanos y ampliando el concepto de ciudadanía en general. Este énfasis en “el derecho a tener derechos” permite a Dagnino ir más allá de las interpretaciones anteriores de Gramsci y empezar a construir una perspectiva más abierta en la que la sociedad civil se convierte en un actor crucial por derecho propio (Dagnino, 1998: 50). Esta perspectiva ha sido criticada debido a que enfatiza demasiado la dimensión política de lo social sin tomar en cuenta estructuras políticas más tradicionales como los partidos políticos. Houtzager (2003) es uno de los autores que más ha criticado esta vertiente que él denomina “policentrismo radical”. A su juicio, este tipo de análisis incurre en los errores siguientes: 1) minimizar el rol jugado por las organizaciones políticas en la creación de la sociedad civil; 2) ignorar la importancia de los partidos políticos en articular y representar las diferencias entre los actores comprometidos con el proceso de democratización; y 3) ocultar el hecho de que la sociedad política es el espacio donde los actores colectivos y los individuos “compiten por el derecho de ejercer control sobre el poder público y el aparato estatal” (Stepan, citado por Houtzager, 2003: 9).En otras palabras, gran parte de la literatura sobre sociedad civil (especialmente la perteneciente a esta vertiente) supone que la relación entre el Estado y la sociedad civil es un juego de suma cero. Para Houtzager, esta visión es errónea y constituye un “callejón sin salida teórico”. 

2. Sociedad civil versus el mercado Diversas interpretaciones del concepto de sociedad civil dan por sentado que ésta constituye un “espacio” definido por su autonomía frente al poder coercitivo del Estado y también del mercado. Aún cuando este artículo se limita a versiones recientes de este concepto, es preciso destacar que interpretaciones más antiguas sí incluían la esfera económica de la sociedad. Este es el caso de pensadores como Adams Ferguson y Adam Smith al igual que Hegel y Marx (Dore Cabral, 1999, Spencer, 2003).2 Sin embargo, la obra del historiador económico Karl Polanyi representa una evaluación más sistemática de la relación entre la sociedad civil y el mercado. En su obra La gran transformación, Polanyi estudia la revolución industrial y argumenta que el surgimiento del modelo capitalista constituye un momento de ruptura con sistemas socio-económicos anteriores porque, por primera vez en la historia, el mercado no funciona supeditado al resto de la sociedad. Por el contrario, el mercado precisa de una “sociedad activa” para su funcionamiento pero también amenaza con colonizarla y, por tanto, la primera reacciona protegiéndose vía la creación de sistemas diversos de protección social en los países más desarrollados, particularmente a principios del siglo XX. El antropólogo mexicano Néstor García Canclini ofrece una perspectiva provocadora en este sentido al analizar cómo los cambios en los patrones de consumo impactan las posibilidades y formas de ejercer la ciudadanía (Canclini, 1995). De acuerdo con Canclini, la expansión global de los mercados ha convertido a los “consumidores del siglo XXI” en “ciudadanos del siglo XVIII” (Canclini, 1995: 13). Ciertamente, Canclini no ve este proceso como un callejón de salida y, de hecho, propone opciones para articular el consumo con un modelo más crítico de ciudadanía. Sin embargo, el aspecto más relevante de su propuesta para nuestros fines es su llamado a reconocer que el mercado ha dejado de ser un espacio para el mero intercambio de bienes y se ha transformado en parte de un conjunto más complejo de interacciones socio-culturales. Aunque la contribución de Canclini no parece estar tan íntimamente vinculada a la idea de sociedad civil como las otras perspectivas incluidas en este artículo, puede ser útil para generar nuevas ideas sobre la relación entre ésta y el mercado. Por otro lado, su evaluación también sugiere importantes preguntas tales como: ¿es posible pensar en otros tipos de ciudadanía y formas de fortalecer la sociedad civil que no estén necesariamente permeadas por las relaciones de mercado?, ¿qué ocurriría si las estrategias para reubicar el mercado en el seno de la sociedad no funcionan?, ¿tendríamos una sociedad civil conformada únicamente por consumidoras y consumidores? 3.

Sociedad civil versus el mercado y el Estado 

Philip Oxhorn en cierta forma combina las dos perspectivas anteriores al definir la sociedad civil a partir de su oposición en relación tanto con el mercado como con el Estado. El primero condiciona el potencial de la sociedad civil al crear intereses comunes que pueden fomentar el surgimiento de actores colectivos importantes y al afectar el acceso a recursos al igual que la capacidad de generar acciones colectivas; por ejemplo, las dificultades que enfrentan los trabajadores del sector informal en comparación con los del sector formal de la economía (Oxhorn, 2003). De manera similar, el autor considera que la exclusión generada por los modelos económicos impuestos por los regímenes autoritarios constituyó uno de los factores fundamentales en la rearticulación de la sociedad civil en varios países de la región (Oxhorn, 1995a). A diferencia de Dagnin –quien enfatiza cómo los grupos populares transformaron el discurso dominante en la sociedad brasileña usando un discurso basado en derechos–, Oxhorn presta más atención al rol jugado por las “relaciones de poder” entre la sociedad civil y otros actores presentes tanto en el Estado como en la esfera productiva. A su juicio, dichas relaciones generaron una sociedad civil débil en el contexto latinoamericano. Más aún, lo que él denomina como la “resurrección de la sociedad civil” toma lugar como un requisito de los procesos de democratización en la región. Sin embargo, una vez iniciada dicha reactivación, los procesos de democratización no necesariamente contribuyen a fortalecer o a hacer la sociedad civil más democrática. De hecho, se ha verificado una creciente desmovilización de actores clave de la sociedad civil en América Latina, incluyendo a los sectores populares. La conclusión de Oxhorn podría lucir más pesimista que la mayoría de las perspectivas sobre la noción y potencialidades de la sociedad civil en la región. A pesar de ello, su perspectiva ofrece una dosis de realismo necesaria en este debate. Su análisis también es similar a la visión de Houtzager y ambos enfatizan la necesidad de entender la sociedad civil en el marco de su relación con los partidos políticos; particularmente en el caso de los sectores populares. Una de las preguntas pendientes sería: ¿cuáles son entonces los incentivos que pueden inducir a los partidos políticos a tener una relación permanente y productiva con la sociedad civil cuando los actores sociales que pueden desafiar a dichos partidos se encuentran tan desmovilizados? 

4. Sociedad civil como “redes de asociación” 

Otra vertiente importante de la literatura sobre sociedad civil en América Latina parece estar inspirada en la obra de Durkheim y su interés en lo que él denominaba la “solidaridad mecánica” (basada en la similitud entre las y los integrantes de una sociedad poco diferenciada) versus la “solidaridad orgánica” (basada en la creación de consensos en una sociedad con componentes especializados como los órganos del cuerpo humano). El concepto de solidaridad orgánica parece permear la obra de Doug Chalmers y sus colegas vía el tipo ideal de “redes asociativas” o “redes de asociación”. Éstas constituyen “estructuras no jerárquicas formadas a través de las decisiones de múltiples actores reunidos para dar forma a la política pública” (Chalmers et al, 1997: 567).3 Los autores plantean que las “redes asociativas” parecen estar desplazando a las estructuras tradicionales en la región: el clientelismo, el populismo, el corporativismo y la movilización de masas. De manera similar a Houtzager y Oxhorn, Chalmers y otros autores centran su interés en conceptualizar los mecanismos de vinculación entre la sociedad civil y la sociedad política más que en definir la primera de manera aislada de la segunda. Sin embargo, esta perspectiva teórica se distingue por destacar el potencial de conexión dentro de la sociedad. Chalmers y sus colegas exploran los factores que mantienen los vínculos entre la sociedad civil y el estado en una manera que nos recuerda el análisis de Durkheim sobre los factores que mantienen al individuo vinculado al resto de la sociedad.

Los autores concluyen que el proceso de recomposición de dichos vínculos responde al potencial de asociación liberado por los cambios recientes en la región. Dichos cambios incluyen: a) la creciente dispersión de las actividades de toma de decisiones; b) el impacto de los sistemas modernos de comunicación al abaratar los costos para la interacción entre los actores políticos; c) un cambio positivo en la percepción de las élites sobre el “peligro” de la movilización de las masas; d) los efectos de la internacionalización de muchas áreas de política pública en la región y e) el proceso de aprendizaje basado en los fracasos anteriores de las instituciones políticas (Chalmers et al, 1997). Es interesante destacar que los autores dejan el modelo lo suficientemente flexible como para ser aplicado a diferentes contextos en América Latina. Sin embargo, dicha flexibilidad puede socavar la utilidad del concepto. Por ejemplo, dado que estas redes conectan diferentes actores a través de “vínculos interpersonales, de prensa y/o organizacionales” y de una manera “no jerárquica”, ya no es posible observar a organizaciones específicas y sus activiades como parámetros de una sociedad civil consolidada y democrática. ¿Cómo entonces podríamos operativizar este concepto de sociedad civil para poder aprovechar su potencial analítico? A mi juicio, parte de este potencial consiste en que esta teoría ofrece una manera novedosa de estudiar la relación entre la sociedad civil y la sociedad política de la región al igual que entre la primera y otros actores.

5. Sociedad civil como “esfera pública” Pablo Mella sostiene que la corriente seguidora de Habermas se desarrolló, por lo menos en sus inicios, bajo la influencia del trabajo de Cohen y Arato en Estados Unidos. Ambos autores conciben la sociedad civil como una red de actores fuera del ámbito estatal que participan activamente debatiendo temas de carácter público. Al mismo tiempo, Cohen y Arato proponen una visión “tripartita” de sociedad. Desde su punto de vista, el Estado, el mercado y la sociedad civil son los pilares fundamentales de las sociedades contemporáneas. Por tanto, analizar las interacciones entre estos tres sectores puede contribuir a mejorar nuestra comprensión de la naturaleza de diversos procesos sociales (Mella, 1998). Mella toma como ejemplo dos artículos representativos de esta vertiente en los años noventa: el primero por el brasileño Valmor Schiochet y el segundo por el académico mexicano Alberto Olvera junto con el politólogo brasileño Leonardo Avritzer. Mella concluye que el primero incurre en el error común de aplicar acríticamente el concepto de “esfera pública” al contexto latinoamericano. Por el contrario, Olvera y Avritzer critican el hecho de que la teoría de Habermas no toma en cuenta la especificidad de la trayectoria histórica latinoamericana. Sin embargo, a juicio de Mella, los autores continúan usando la capacidad de razonamiento (y deliberación) como un parámetro causal en su propuesta, sin explicar cómo dicha capacidad se desarrolla y difunde en la sociedad dados los precedentes autoritarios enfatizados por ellos mismos en su crítica. Leonardo Avritzer ha continuado desarrollando esta línea de trabajo a través de su concepto de “públicos participativos”,4 precisamente con el fin de adaptar la “esfera pública” de Habermas a la realidad latinoamericana. La propuesta de Avritzer (2002) es interesante porque toma como punto de partida la teoría de Haberlas, pero también intenta responder a algunas de las críticas más importantes hechas a dicha teoría. Por ejemplo, Avritzer parecería responder a parte de las críticas externadas por la filósofa estadounidense Nancy Fraser. En primer lugar, Fraser (1992) recalca la necesidad de prestar atención a las desigualdades sociales más allá del ideal de la “esfera pública burguesa” de Habermas. Avritzer, en efecto, estudia el accionar de grupos generalmente considerados marginados especialmente en el caso del presupuesto participativo de Porto Alegre. Fraser también plantea la existencia de públicos “múltiples” pasando por aquellos desarrollados por grupos subordinados en cada sociedad y enfatiza que muchos de estos públicos sí incluyen (o pueden incluir) procesos de toma de decisiones (a diferencia del carácter exclusivamente deliberativo del público habermasiano). Los casos analizados por Avritzer también son congruentes con las características planteadas por Fraser. Habría que ver cómo el marco analítico desarrollado por el autor puede ser utilizado para analizar espacios de deliberación donde participan grupos que enfrentan formas más profundas de discriminación, por ejemplo, discriminación racial, de género o por orientación sexual.5 También es necesario evitar el riesgo de caer en un razonamiento de tipo circular6 vía la exploración más sistemática de lo que ocurre en ambos lados de este vínculo. O sea, volviendo a Houtzager, prestando más atención a las condiciones en las cuales los partidos políticos (tales como el PT en Brasil y parcialmente el PAN y el PRD en México) pueden sacrificar ganancias concretas en el corto plazo para involucrarse en procesos democratizadores de largo plazo.

A modo de conclusión Nuestra exploración sugiere que ya contamos con varias perspectivas teóricas interesantes para utilizar el concepto de sociedad civil en el contexto de América Latina. Aquí me permito ofrecer algunas ideas para continuar esta exploración. Primero, la documentación sobre el concepto de sociedad civil en América Latina enfrenta el mismo problema que tiene en otros lugares. O sea, el hecho de que la popularidad creciente del concepto ha disminuido su utilidad analítica. Casi todos los trabajos incluidos en la presente selección se refieren a este desafío. De hecho, algunos autores como Houtzager simplemente han decidido dejar de usar el concepto. Otros autores, como Pablo Mella (1998), advierten sobre el riesgo de que el uso extendido del concepto sea confundido con un “falso consenso político”. De acuerdo con esta perspectiva, el hecho de que la mayor parte de la documentación sobre cambio social y movimientos populares en la región ha sido replanteada como documentación sobre “sociedad civil” después de 1990 puede llevarnos a pensar que estamos hablando de los mismos fenómenos.

Por el contrario, Mella plantea que hay un serio problema en no sacar a la luz el sesgo implícito existente en las teorías sobre democratización en la región, ya que suponen el surgimiento de la llamada sociedad civil en Latinoamérica como uno de los indicadores de la evolución de nuestros países hacia el modelo de la sociedad “moderna”. Otro hecho destacado en las críticas del uso indiscriminado del concepto de sociedad civil se refiere al riesgo de pasar de un rompecabezas teórico al siguiente sin abordar las serias dificultades conceptuales presentes en ambos. De acuerdo con Cancilini (1995), el primer rompecabezas sería el de conceptualizar el rol de “lo popular” en la región. En otras palabras, hemos pasado a utilizar un nuevo concepto totalizante (el de sociedad civil) sin realmente resolver los problemas implícitos en ambos conceptos. Más aún, dado que diferentes actores utilizan el nuevo concepto sobre la base de diferentes interpretaciones, sociedad civil realmente se convierte en una “comunidad imaginada” a la Anderson7 en vez de una categoría analítica. Desde mi perspectiva, críticas como éstas son importantes y legítimas pero también es necesario reconocer que la diversidad de interpretaciones del concepto de sociedad civil constituye un indicador en sí mismo. O sea, es preciso estudiar y comparar dichas interpretaciones al igual que las asimetrías de poder que ellas reflejan entre actores involucrados en los procesos de democratización que nos interesan (por ejemplo, la asimetría entre organismos internacionales y actores nacionales).

En las palabras de Dagnino, existe la necesidad de abordar “la lucha por el poder de interpretar” el concepto como tal. Un segundo elemento a destacar es la existencia de un creciente nivel de insatisfacción con las “posiciones idealistas” sobre el concepto y rol de la sociedad civil entre los académicos que trabajan en Latinoamérica. Por ejemplo, un grupo importante de estudiosos ha destacado la necesidad de evitar la tentación de visualizar la sociedad civil como el ámbito de todo lo bueno en el contexto de los procesos de democratización en la región (Álvarez, Dagnino y Escobar, 1998). Por el contrario, se precisa analizar también las relaciones de poder dentro de la sociedad civil. Igualmente, se precisa problematizar las propuestas teóricas importadas de otros lugares para evitar la reproducción acrítica de modelos foráneos. La idea es, por el contrario, tomar dichas propuestas como puntos de partida para “fomentar modernidades alternativas” en la región (Calderón citado en Álvarez, Dagnino y Escobar, 1998: 9). De acuerdo con Fernando Calderón, este es precisamente el desafío planteado por algunos movimientos sociales en América Latina: cómo entrar y transformar el proyecto modernizador sin abandonar nuestras diversas identidades. Finalmente, es importante enfatizar el “carácter relacional” de las propuestas incluidas en esta selección.

Incluso las perspectivas que van más allá de definir la sociedad civil en oposición a otros ámbitos subrayan la interacción entre la sociedad civil y otros sectores. A mi juicio, lo que podría hacer falta entonces es:

a) repensar estas relaciones de una manera más dinámica y b) encontrar nuevos modos de conectar los aprendizajes derivados de la recuperación de lo cultural como un eje analítico central con la necesidad de recuperar el análisis de los actores más tradicionales (por ejemplo, los partidos políticos). Como planteara Houtzager, los últimos juegan un rol mucho más importante en relación con la sociedad civil de lo que generalmente estamos dispuestos a asumir. Lo anterior significa que incluso las propuestas teóricas más ambiciosas sobre la llamada sociedad civil en América Latina pueden enriquecerse significativamente al incluir el rol de la sociedad política en el análisis, al igual que las condiciones bajo las cuales la misma tiende a abrirse más a conexiones con la sociedad civil. También necesitamos investigar en mayor profundidad las contradicciones internas y las asimetrías de poder dentro de ambos sectores, y la forma en que las restricciones impuestas por las culturas políticas predominantes interactúan con diferentes niveles de autonomía y movilización de los actores sociales de la región.

Bibliografía

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