Revista GLOBAL

Entrevista a Ricardo Pascoe

por Iban Campo
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Ricardo Pascoe Pierce (Ciudad de México, México, 1949) tiene un discurso claro y sencillo: en América Latina las cosas no van a cambiar mientras no se consigan establecer, desarrollar y respetar proyectos de nación integrales. El profesor de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Iberoamericana, en la Ciudad de México, cree que uno de los grandes problemas políticos de nuestra región es contar con partidos a la europea para un sistema a la norteamericana y que así las cosas no pueden funcionar bien. Señala que los gobiernos de América Latina gobiernan en minorías y reclama la existencia de mayorías de consenso para poder salir adelante.

¿Por qué Estados Unidos y Canadá están desarrollados y los países del resto de América no, salvo quizá alguna otra excepción? 

Creo que tiene que ver con la formación del capitalismo en el mundo, cómo se ha dado y los mecanismos e instrumentos que permiten el flujo de riquezas en determinadas direcciones. Es una realidad histórica de la economía del mundo con la que tenemos que vivir. Ahora, dicho esto, no nos tenemos que quedar en su inevitabilidad, sino plantear estrategias viables razonables, pero también enérgicas, que den salida a la situación. Hay suficientes ejemplos en el mundo de países que han sabido hacerlo, a través de la conjunción de políticas integrales.

Dos casos, Taiwán e Irlanda. Palabras claves: agendas integrales y respeto a ellas, ¿no?

Sí, justamente uno de los ejemplos es Irlanda, que es un caso que no se ha estudiado con toda claridad. También agregaría el ejemplo de Nueva Zelanda, que ha sabido estructurar una política integral de desarrollo. Alguien me preguntaba: “¿Qué nichos de desarrollo existen para la República Dominicana en el contexto de este acuerdo de libre comercio?”. Los nichos no existen; se hacen, se crean, en atención a las capacidades de capitalización, de educación. Y el sistema educativo y su renovación es parte crucial y central de un proyecto integral. Habla de aspectos económicos. ¿Dónde queda lo político? 

Eso tiene que ver con el tema de la gobernabilidad de nuestros países, que se asocia a la historia socio-económica. En general, al carecer de sistemas políticos que parten de la idea de asegurar mayorías para la gobernabilidad, resulta que estamos permanentemente gobernando con gobiernos de minoría. Lula y Fox, por ejemplo, gobiernan con una minoría. La dificultad para construir una agenda es absolutamente real. En la condición de la confrontación partidista, es un hecho que los partidos de oposición no se conciben a sí mismos como parte del sistema. Integralmente, esto no opera. En América Latina tenemos que discutir el tema de la gobernabilidad y el de asegurar la construcción de gobiernos de una mayoría consensuada, no impuesta. Esta es la manera de construir agendas viables a 15 ó 20 años, pactadas, independientemente de quién las ejecute. 

Pero los partidos parecen tener intereses que están por encima de una agenda nacional de aplicación, independientemente de quién esté en el poder. 

Ese es el problema. La idea de construir una agenda, de hacer un proyecto de nación, se escucha en todos los países como una retórica. Eso de “proyecto de nación” es como un recurso retórico para enfrentar al otro. 

¿Cómo se cambia eso? 

Hay una necesidad de reformas del Estado, de los sistemas políticos. La gran contradicción es ésta: tenemos regímenes de partido europeos, pero un sistema político norteamericano; y así no funciona. El sistema europeo significa que los partidos operan como ejércitos. Si la dirección decide que en el Parlamento se vota de una manera, todos votan así. Ese es el partido-ejército, disciplinado, militante… y no sirve en el sistema político norteamericano. Una vez que los diputados son elegidos en Estados Unidos, en realidad votan como sea, dependiendo de sus intereses particulares. En este sistema el partido no es ejército, sino partido-individuo. Por eso, no tenemos un sistema para construir mayorías. Pactando una agenda tiene que haber plena conciencia de partidos, dirigentes y sociedad de la necesidad de exigir su pleno cumplimiento. Si esto no se hace, es imposible salir del marasmo del desarrollo parcial en el que estamos. 

¿Y qué nos queda? Porque hasta ahora no ha sido posible. 

Hacer conciencia del tema, tener una visión y empujar desde todos los sectores para su construcción. Si los partidos no se dan cuenta de esto, lo que sí corremos es el riesgo de empezar un proceso de descomposición o de simple incorporación al mercado doméstico norteamericano acríticamente, sin vela en el entierro, sin rumbo, sin dirección, sin idea de para qué nos servirá eso. Algunos se van a beneficiar y la mayoría no verá resueltos sus problemas.

Eso ocurre ahora: unos pocos se benefician de la situación y muchos van cada día a peor. Creo que ocurre eso, pero esa realidad tiene que obligar a líderes de partidos, a los líderes de opinión, empresarios, etcétera, a percatarse de que, si no hay una reforma política integral que tome en cuenta el tema de la gobernabilidad para pactar proyectos de nación con mayorías, no vamos a poder salir de esto.

¿Quién tiene que tirar del carro? 

En principio tienen que ser los dirigentes políticos. Tienen una gran responsabilidad. 

¿Los mismos que tenemos ahora o hay que esperar a otra generación? 

La sociedad exige que estos o los que vienen respondan a la realidad, que es ésta: no hay gobernabilidad eficaz en América Latina. La gobernabilidad eficaz no es el fascismo, no es el autoritarismo, no es el populismo; es una nueva convivencia democrática que tiene que basarse en la construcción de mayorías reales y de los temas de los que no hablamos. Hay que replantear el método: no discutir todo por debajo de la mesa, sino arriba de la mesa. Por debajo de la mesa un gobierno puede planificar el asesinato de un líder, pero otra cosa es discutir que se está pactando la futura relación de los países, incluso en términos políticos, sin siquiera advertir públicamente que eso es así y lo que se está discutiendo. Prefiero la ruta difícil de la Unión Europea, que es discutir todo arriba de la mesa, enfrentar el tema, a lo que acontece en América Latina, por ejemplo, con los tratados de libre comercio, que son comerciales, pero también profundamente políticos y modifican de manera importante la relación política, las estrategias de relación e incluso las políticas exteriores de los países, y no lo estamos sintiendo. Y eso es parte del error político que cometemos en América Latina. Y eso es un obstáculo para el desarrollo económico: hacer las cosas sin decir que las estás haciendo, no consensuar, sino, en el fondo, imponer. Esto no genera ambientes de consensos nacionales para ir adelante con un proyecto de desarrollo. Así, nuestro sistema político se resiste a la posibilidad de construir un proyecto nacional integral, que es la única manera de enfrentar los impactos negativos de un tratado de libre comercio.

Dentro de este contexto, ¿cómo ve lo que muchos llaman el “giro a la izquierda” de América Latina? ¿Es el camino para alcanzar lo que usted comenta de agendas integrales?

Siento que ése no es el tema. La idea de que existe ese giro, conceptualmente, es inútil porque no resuelve lo que acontece en nuestro continente. Por ejemplo, independientemente del giro que se dé, el dato importante en Sudamérica es el Mercosur, no la ideología de quien gobierna Argentina, Brasil, Uruguay o Paraguay. Lo fundamental es la consolidación del Mercosur como un polo de mercado muy importante y dinámico en vías de expansión y que da solidez en términos económicos a los proyectos de América del Sur. El tema no es quién gobierna, sino las estrategias para consolidar ese proyecto regional del Mercosur. Lula está siendo más criticado por la izquierda que por la derecha. Ha sacado adelante una profunda reforma del sistema de pensiones que la derecha siempre quiso hacer y no pudo lograr, y lo hace peleándose con un sector de su partido. Tabaré está recibiendo ataques de la izquierda del frente amplio, no de los blancos o de los colorados. Yo no hablaría de giro a la izquierda, sino de un giro hacia una nueva gobernabilidad, con nuevos pactos sociales que pasan por estos partidos que tradicionalmente son vistos como partidos de izquierda. Se trata de un nuevo pacto, y eso es lo importante.

Con esta “nueva gobernabilidad”, ¿hay que ser optimista o no?

Yo quiero ser optimista, en primer lugar porque sigue la lógica de los pactos regionales. Estos nuevos pactos no están implicando que las sociedades se aíslen, sino que van al encuentro del mundo. Ahora bien, me preocuparía que no fuesen capaces de construir, en efecto, un proyecto de nación integral y de largo plazo. Estos nuevos pactos tienen que servir para construir esos proyectos. Si no lo logran, sí se corre el riesgo de tener grandes dificultades más adelante. Los pactos sociales que hoy emergen pueden resquebrajarse y, si eso ocurre, va a ser muy difícil construir nuevos mecanismos. No percibo por parte de estas nuevas fuerzas emergentes, en estos pactos sociales entre grupos populares tradicionales con grupos empresariales, el desarrollo de crear un mecanismo de gobernabilidad de largo plazo, que es reformar los sistemas para asegurar mayorías consensuadas. Y quisiera que no fuera así, pero en la República Dominicana y México, y en Brasil más, veo la fragmentación del poder político en grandes partidos, no en dos, sino en tres o más, y esa fragmentación del poder político es un recetario para un sistema que no funciona bajo el sistema norteamericano. Fox en México no ha podido sacar ninguna reforma significativa adelante por esto, y la percepción popular es que ha fracasado.


1 comment

สั่งเค้ก julio 18, 2024 - 8:25 pm

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