Revista GLOBAL

Traducir a Pedro Mir: una historia personal

by John Landreau
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A mediados de los ochenta, el catedrático estadounidense John Landreu, inspirado por sus lecturas de Viaje a la muchedumbre y una visita que realizó a la República Dominicana, se reunió con Pedro Mir para trabajar en la traducción de sus poemas al inglés. Este artículo narra esos encuentros y la suerte que corrió la traducción al intentar publicarla en Estados Unidos. Ante la negativa de las editoriales y los académicos, el autor reflexiona sobre el prejuicio que existía en el ámbito estadounidense frente a esa poesía latinoamericana de fuerte carga social. A pesar del prestigio de Pedro Mir y el respaldo que recibió del gran poeta norteamericano Allen Ginsberg, las traducciones continúan inéditas. 

Viajé por primera vez a la República Dominicana en el verano de 1983 para acompañar a Sherri Grasmuck. Estábamos recién casados. En ese momento, Sherri estaba escribiendo lo que resultaría ser un estudio fundamental sobre la migración dominicana: Between Two Islands: Dominican International Migration (Sherri Grasmuck y Patricia Pessar, Berkeley, University of California Press, 1991). Sherri había vivido en la isla entre 1980 y 1981, se había enamorado del país y su gente, y regresaba conmigo para continuar su investigación y visitar algunos amigos. En ese entonces, participaba en la gestión de una pequeña escuela de español para extranjeros con su colega y amiga Liliana Montenegro de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra en Santiago. Estaba ansiosa de que conociera a sus amigos, y de que empezara a familiarizarme con ese pequeño país insular que tanto amaba. En esa época yo estaba terminando una maestría en literatura latinoamericana, por lo que mi español, aunque tal vez un poco académico en ese momento, era lo suficientemente fluido. 

En algún momento, durante el transcurso del verano, nos sentamos a cenar con unos amigos en Santiago que, debido a mi interés por la literatura latinoamericana, me hablaron de un poeta domini cano que debía leer. Su nombre, por supuesto, era Pedro Mir. Me dijeron que si quería empezar a entender la historia del país bajo la dictadura de Trujillo y al mismo tiempo conocer a una de las estrellas literarias de la isla, debería leer la poesía de Mir. Y debería comenzar con un poema titulado «Hay un país en el mundo». Todo esto sucedió un año antes de que Mir fuese nombrado Poeta Nacional en un acto del Congreso dominicano. Unos días más tarde me encontré con una copia pirata del poema en un quiosco de la calle El Sol. Caminé hasta el parque Duarte y abrí la tapa de papel endeble del delgado libro a estos versos, probablemente familiares para la mayoría de los dominicanos: 

Hay un país en el mundo colocado en el mismo trayecto del sol. Oriundo de la noche. Colocado en un inverosímil [archipiélago de azúcar y de alcohol… 

La potente cadencia del español, la ecoica repetición de los sonidos agudos de la i, las imágenes fascinantes y su digna dicción cautivaron mi oído y mi imaginación. No pude resistir la tentación de leer el poema en voz alta para escuchar su música y sentir su emoción. Solo puedo imaginar lo que la gente pensó de ese norteamericano (algo no tan común en esos días en Santiago) que, en plena canícula, se sentaba en un banco del parque a murmurar cosas en español. Leí todo el poema con una sensación de euforia, y luego fui directamente a donde nos estábamos hospedando para usar mi diccionario inglés-español y buscar las palabras que se me habían escapado. Este era, pensé, un generoso y ambicioso poema escrito en ese modo antielitista y revolucionario que caracterizaba a poetas latinoamericanos como Pablo Neruda y a poetas estadounidenses como Allen Ginsberg. ¿Cómo no había leído antes el nombre de Pedro Mir en mis clases de literatura latinoamericana? ¿Cómo no sentirme conmovido ante un poema que describe, con tan dolorosa precisión, la pobreza y el sufrimiento del dominicano común en versos de este tipo? 

Hay un país en el mundo donde un campesino breve, seco y agrio muere y muerde descalzo su polvo derruido… 

Así fue como empecé a comprender la realidad y la historia dominicana, con el diáfano sonido de esas palabras vibrando en mis oídos. A los pocos días había adquirido la edición de Siglo Veintiuno de Viaje a la muchedumbre, que incluye todos los grandes poemas largos así como varias piezas más cortas. Durante los próximos dos años, en los que hice amigos y conocí el país con mayor profundidad, me acompañó y, en un grado significativo, fui guiado por el lenguaje elegante y apasionado de los poemas de Pedro Mir. Los leí una y otra vez. 

En 1985 había urdido la idea de traducir la poesía de Pedro Mir al inglés. Pensé que el fervor populista de la voz y la política de Mir tocarían una fibra favorable en el público estadounidense, especialmente en el contexto de las revoluciones centroamericanas de la década de 1980, y el apoyo inquietante de Estados Unidos a las dictaduras represivas a las que los lectores estadounidenses se oponían. Después de todo, fue durante estos años cuando varios poetas centroamericanos como Roque Dalton, Otto René Castillo y Ernesto Cardenal se estaban traduciendo y publicando en inglés. A finales de la primavera de 1985, conseguí la dirección de Pedro con un amigo dominicano y le escribí para sugerirle la idea de traducir y publicar sus poemas. Mir me escribió en su manera típicamente refinada, diciendo que la idea le parecía «muy halagadora» y que estaría encantado de reunirse conmigo en el verano, tan pronto llegara a Santo Domingo. 

Llegué una mañana a principios dejuliode1985alacasadeMirde la calle Josefa Perdomo, en Gazcue, para comenzar un proyecto de traducción de un año de duración, y un esfuerzo aún más largo de publicación. Pedro me recibió con una gran sonrisa y extendió los brazos para darme la bienvenida. Era el primer día de lo que se convertiría en un diálogo interesante y cálido entre nosotros sobre poesía, ideas y política. Yo había traído conmigo los primeros borradores de las traducciones de todos los poemas de Viaje a la muchedumbre, y tenía una lista de preguntas que quería hacerle acerca de las referencias que no entendía, y sobre la selección de algunas palabras y sus significados. Me imaginaba que esta entrevista sería la única gran oportunidad que tendría para conversar con don Pedro y hacerle estas preguntas. Lo que no me esperaba, y nunca podría haber imaginado, es que él estaría interesado y dispuesto a dedicar tanto tiempo y esfuerzo al proyecto. Esto es exactamente lo que pasó. Durante dos semanas, llegaba todas las mañanas temprano a la casa de Pedro, y trabajábamos juntos en su oficina tomando café. Nos echamos sobre sus poemas y mis traducciones verso a verso, lo que en ningún modo se debía a que las cuestiones de significado o interpretación fuesen espinosas. Con unas pocas excepciones, yo tenía una idea precisa del significado de las palabras, los versos y las estrofas. Lo que ocupaba tanto nuestra imaginación era lo que Walter Benjamin en su famoso ensayo sobre la traducción llama la «intención» de un texto. La tarea del traductor, según Benjamin, no es transmitir información de un idioma a otro, o producir un texto que «se parezca» al original.

En cambio, «[…] el lenguaje de una traducción puede –de hecho, debe– dejarse ir, para así dar voz a la intentio del original no como reproducción, sino como armonía, como complemento de la lengua en que se expresa, con su propio tipo de intentio» (Benjamin, 79). Al leer tanto sus textos originales como mis traducciones, Pedro y yo fuimos rápidamente empleándonos en un escrutinio detallado acerca de los poemas en ambas lenguas. Desde la perspectiva de la intentio de una traducción al inglés, nos encontramos hablando de la intentio de los poemas en su español original. Creo que fue sorprendente y al mismo tiempo profundamente estimulante para ambos. Por lo tanto, nuestras conversaciones durante muchos días giraban en torno a la poética: los ecos que acompañan a palabras específicas, los sentimientos que transmite tal o cual secuencia de palabras y, por supuesto, la música. Al final, como dice Benjamin, el lenguaje de un poema encarna una «forma de ver». Día tras día, no hablábamos solo de los problemas obvios de sentido y significado, sino también de las «formas de ver» la política dominicana y la historia que estaba plasmada en los poemas, así como las formas de ver y sentir que expresan sobre la historia personal de exilio y anhelo del propio Pedro. Aunque el manuscrito final de las traducciones tomó otro año de trabajo y colaboración, sus metas fueron concebidas durante esa primera serie de entrevistas con Pedro. Queríamos, como Benjamin expresa tan elocuentemente, hacer un texto en inglés que «[…] en lugar de parecerse en significado al original […] amorosamente y detalladamente incorpore el modo de significación original, de forma que el original como la traducción sean reconocidos como fragmentos de un lenguaje mayor […]» (Benjamin, 78). 

Al final de un año de trabajo y reelaboración de las traducciones, tenía un manuscrito terminado que incluía los tres grandes poemas por los que Mir es más conocido: «Hay un país en el mundo», «Contracanto a Walt Whitman» y «Amén de mariposas», y una selección de sus piezas más cortas como «Elegía del 14 de junio», «Al portaviones Intrépido», «Balada del exiliado», «Si alguien quiere saber cuál es mi patria», «Ni un paso atrás» y «Dominí». 

En el cuadro, como un pequeño ejemplo, mi versión en inglés de una sección especialmente difícil de «Hay un país en el mundo». El reto de esta sección consistió en hacerse eco de la música, de la apretada sintaxis y del esquema de la rima en español, y al mismo tiempo reflejar la intentio del lamento y la ira por los desterrados campesinos dominicanos. Esto requirió una serie de decisiones en inglés que no se corresponden literalmente a las decisiones en español, pero cuyos acordes intentan presentar, junto a la versión en español, una misma música. 

En el verano de 1987, yo había escrito un largo prefacio al manuscrito presentando al lector inglés la obra de Pedro Mir y situándolo en el contexto de la historia dominicana. Pedro me dio una autorización por escrito y el apoyo para publicar el manuscrito en un formato bilingüe de página opuesta, y lo envié para su revisión a los editores estadounidenses que o bien se especializaban en poesía o tenían una serie sobre poesía o traducción. Habíamos puesto todas nuestras esperanzas en que el manuscrito se publicara, debido a que Pedro era un destacado poeta dominicano y porque existía una afinidad política y poética entre su trabajo y el de algunos de los poetas centroamericanos cuyas traducciones de entonces atraían un gran número de lectores. Entre 1987 y 1991, enviamos el manuscrito a un mínimo de treinta editoriales y lamentablemente recibimos cartas de rechazo de todas. Muchas simplemente decían que recibían demasiados envíos y que no podrían leer dicho manuscrito en ese momento. Otras ofrecieron algunos breves comentarios críticos sobre el infeliz matrimonio entre política y poesía, como la carta de rechazo que recibimos de una editorial universitaria. En dicha carta, el editor decía que algunos de los colaboradores consideraron que «la escritura de Mir era menos interesante como poesía que como declaración política, que no muestra un sofisticado sentido de la forma, y que por lo tanto su audiencia potencial era extremadamente limitada en una cultura que tiene una fuerte tradición modernista y, ahora, posmodernista.

Los lectores sienten que su introducción fue apropiada para el poeta, aunque uno criticó haber resaltado los problemas sociales y políticos a expensas de los valores literarios» (Venuti, correspondencia privada). La crítica a la poesía de Pedro y a mi introducción aquí articulada – aparte de su arrogante superioridad primermundista– se basa en la suposición de que no hay matrimonio posible entre los «valores» literarios y el compromiso con la política y la historia. Esto, por supuesto, es absurdo, en relación con lo que realmente nos muestra la historia de la literatura donde sobresalen textos y autores en los que este matrimonio se consuma a la perfección. Pensemos, por ejemplo, en las obras de escritores como José Martí y Pablo Neruda, en las de Walt Whitman y Allen Ginsberg. La idea de que la política no tiene cabida en la poesía es más un reflejo de las limitaciones de la imaginación del lector estadounidense de entonces, que de la calidad o la importancia de la poesía de Pedro Mir. Al igual que hace veinte años, hoy sigo igual de convencido de que la obra de Pedro merece lectores en inglés. 

En 1988, después de un año de rechazos (que iban a continuar hasta 1991), escribí a Allen Ginsberg pensando que estaría interesado en la poesía de Pedro, que sentiría una afinidad con él –porque, al igual que Pedro, en su poesía celebra al Whitman demócrata, no al demagogo– y que podría tener algunas sugerencias de lugares de publicación. Anexé a la carta dos poemas de mi traducción: «Amén de mariposas» y «Contracanto a Walt Whitman». También le describí la reacción que había estado recibiendo de los editores sobre el contenido político de los poemas de Pedro. Resultó una agradable sorpresa cuando Ginsberg contestó rápidamente diciendo que había apreciado mucho los poemas, y los había leído en la tradición «[…] político-surrealista clásica latinoamericana» y resaltó que eran «realmente poemas literarios, no mero comentario social, sino buenos poemas […]».

Más interesante aún es la descripción que Ginsberg hace de la sección 10 del «Contracanto» (donde el «yo» de Whitman se entrega al capitalismo) como «brillantemente adjunto», y describió «Amén de mariposas» como «también brillante», tal vez más perfecto [que «contracanto»] (correspondencia personal). Tanto Pedro como yo apreciamos mucho esta afirmación de un importante poeta norteamericano, pero por desgracia, a pesar de sus buenas sugerencias, nunca pudimos encontrar un editor norteamericano dispuesto a darle una oportunidad al manuscrito. Continuamos enviando el manuscrito a las editoriales hasta que finalmente desistimos en 1991. En este contexto, las últimas palabras de mi introducción al volumen adquieren un significado particularmente irónico. Escribí: «Es gratificante ver la poesía de Pedro Mir traducida al inglés. El tono agónico de protesta e ira en su poesía, junto con su ferviente nacionalismo utópico, son elementos comunes en lo que podría llamarse la tradición moderna de la poesía política en América Latina. El canon de la poesía latinoamericana traducida al inglés se enriquece cuando están representados Pedro Mir y poetas como él». 

Como colofón a este triste capítulo de la poesía traducida al inglés de Pedro Mir, sorprendentemente, años después de haber abandonado toda esperanza de publicar el manuscrito, apareció en 1993 una versión en inglés de los poemas de Pedro, publicada por Ediciones Azul del Hostos Community College de Nueva York y traducida por Jonathan Cohen y Donald D. Walsh, bajo el título Countersong to Walt Whitman and Other Poems. El libro es decepcionante, ya que las traducciones de Walsh no son poemas, sino el primer borrador de versiones literales de los poemas que tradujo enladécadade1980yledejóa Pedro. Pedro me dio una fotocopia de los poemas de Walsh cuando empecé a trabajar con él. Traté de ponerme en contacto con Walsh paraversiqueríaseguirtrabajando en las traducciones (pensando que podríamos colaborar) y descubrí que había sucumbido al cáncer a una edad temprana. Tuve la desafortunada tarea de informar a Pedro por carta a principios de 1986 que esta era la razón por la que su amigo Donald Walsh había «desaparecido» tras redactar sus primeras transcripciones de los poemas.

Fue decepcionante para los dos, porque Walsh había trabajado en estrecha colaboración con Ernesto Cardenal en Nicaragua y había producido buenas traduc ciones de varios volúmenes de su poesía y prosa. En cualquier caso, los textos de Walsh son traducciones literales que fueron pensados como textos base con los que trabajar en la creación de los poemas acabados en inglés. En su forma actual, no tenían la intención de ser poemas terminados, ni tampoco fue apropiado ofrecerlos como tales al lector en inglés. No voy a plantear públicamente la hipótesis de por qué sucedió esto, pero sí sé que el resultado es una traición a Pedro Mir y su obra. También sé que Pedro no mantuvo en secreto nuestro trabajo, y que específicamente se lo comunicó con antelación a los editores. Por supuesto, me siento molesto por el curso que tomaron los acontecimientos, pero sobre todo me siento apenado por Pedro: la torpe, disonante traduccióndeCountersongtoWaltWhitman and Other Poems es la única versión del trabajo de Pedro en inglés. 

A pesar del decepcionante capítulo final de esta historia, siempre atesoraré mi colaboración con Pedro. Era un hombre eternamente dulce y de espíritu generoso. Su amor por el lenguaje –en realidad, su confianza en la importancia de las palabras– y su sensibilidad profundamente ética fueron y siguen siendo una inspiración para mí como escritor y como académico. Don Pedro Mir fue mi mentor y guía en la República Dominicana. Inspirado en él, leí la historia dominicana y me familiaricé con su increíblemente rica tradición literaria, tan injustamente ignorada fuera de la isla. 

Durante unos veinte años, volvimos cada año a la isla para visitar a amigos y refrescar nuestro acento cibaeño. En ese sentido, la República Dominicana es como una segunda patria para nosotros. Todavía volvemos cuando podemos. En resumen, hay un país en el mundo que me encanta y que conocí por primera vez a través de los ojos de Pedro Mir, cuya forma de ver permanece conmigo siempre que regreso. Le estoy eternamente agradecido por eso. 

Nota: traducción del inglés por Giselle Rodríguez Cid. 

Bibliografía 

benjamin, Walter: «The Task of the Translator» en Selected Writings, volumen 1: 1913-1926, Cambridge: Harvard University Press, 1996, pp. 253-263. 

ginsberg, Allen: Carta al autor, 9 de mayo de 1988. 

mir, Pedro: Viaje a la muchedumbre, México: Siglo Veintiuno, 1972. 

venuti, Lawrence: Carta al autor, 27 de abril de 1988. 


2 comments

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