Revista GLOBAL

Un texto revisitado de Santo Domingo Sobre lo dicho y lo hecho

26 vistas

Las proyecciones sobre el fenómeno de la transformación de Santo Domingo indican la enorme contradicción entre los planteamientos técnicos de los especialistas y los resultados de los procesos aplicados en el territorio. La velocidad en los cambios físicos de la ciudad y las tendencias de usos y preferencia de sus ciudadanos impiden la aplicación de normas que reduzcan sus posibles efectos negativos. Producto del rápido incremento de la economía urbana, Santo Domingo manifiesta importantes desequilibrios ambientales e inequidad social. Un texto publicado por el autor en 2018 preveía el fenómeno y emitía mensajes para revertir lo previsible.

Releo proyecciones que hicimos sobre el proceso de transformación urbana de la ciudad de Santo Domingo para un período cercano, es decir, al menos diez años. Fue publicado en enero de 2018 y ahora cobra interés por sus planteamientos prospectivos materializados poco a poco, como si fueran parte de un extraño juego de adivinaciones. En esa ocasión ya apuntábamos razones que motivaban a los cambios esperados en la ciudad:

«Las proyecciones indican que la República Dominicana mantendrá un crecimiento económico sostenido en los próximos años. Salvo que inesperadas situaciones geopolíticas transformen el esquema financiero actual o que acciones políticas locales trastornen esta tendencia, es probable que la nación continúe con el ritmo de inversiones nacionales y extranjeras que ha caracterizado el desarrollo dominicano de los últimos veinte años».

Más allá de las especificidades que los técnicos de la economía pueden señalar, el párrafo anterior mantiene su vigencia, salvo durante el período de la pandemia en 2020, que arrastró déficits momentáneos aparentemente controlados. La nación mantiene el flujo de inversiones extranjeras y locales percibidas en distintas áreas de la economía, en particular, la construcción. Debido al auge constructivo, el territorio recibe el impacto de una rápida expansión urbana sin límites definidos que provoca desequilibrio ambiental, pérdida de tierras de cultivo, requerimientos de servicios y energía, así como desconexiones con el centro económico, entre muchos otros factores.

Dado que el país acumula desfases en la disminución de los índices de pobreza, la dinámica productiva sigue generando desbalances en la forma de vida urbana, apegada a modelos de reconversión del territorio y alejados al ideal de bienestar colectivo. Estos modelos son propios de rápidos crecimientos de capital en una economía de servicios como la dominicana. El proceso ha sido mucho más veloz que la capacidad de planificar y controlar el territorio por los organismos relacionados con los asuntos urbanos, tanto desde una visión local como regional, que afecta a la totalidad de nuestra geografía. El capital se mueve a grandes pasos en el desarrollo de proyectos inmobiliarios concebidos para garantizar retornos de inversión rápidos, de bajo riesgo y calidades discutibles.

Dicho de esta manera, los lectores que entienden que un aumento de las actividades constructivas siempre es beneficioso y necesario quedan a merced de una percepción de progreso confundida con la idea del desarrollo. Al ver mapas de la ciudad de Santo Domingo desde 1970 hasta el presente, se evidencia la ocupación continua de tierras circundantes a la urbe germinal a cargo de empresas constructoras de capital privado y del propio Estado dominicano. La generación de urbanizaciones cada vez más alejadas del núcleo central fundacional ha provocado transformaciones en el suelo con desaparición de lagunas, humedales, escorrentías naturales, áreas boscosas y aumento de superficies duras de cemento y asfalto en sustitución de la capa vegetal. Además, los residentes en esos sectores experimentan tensiones y dificultades para su movilidad, al carecer de sistemas colectivos de transportación hacia y desde sus puntos de trabajo. Las distancias son cada vez más grandes, lo cual provoca, entre muchas otras situaciones, carencia de acceso a servicios de salud, de esparcimiento e intercambio cultural, a la educación y a la seguridad ciudadana. Sectores formales de distintos niveles económicos y sociales están rodeados de asentamientos informales donde se vive otra realidad: la de supervivencia, inmediatez y limitaciones de todo tipo. Al menos 18 sectores marginales se caracterizan por altos índices de violencia, indefensión e insalubridad propios de imágenes apocalípticas. La ciudad muestra extremos considerables: desde una zona financiera de alto poder adquisitivo y conectada al gran flujo de capital representado por edificios de innovación arquitectónica, por un lado, y asentamientos que muestran degradaciones espaciales y ambientales, por otro, hasta llegar a enclaves de podredumbre y hacinamiento. Entre ellos, aislada, se encuentra la zona fundacional e histórica, destinada a la oferta turística y cultural.

Tales características se encuentran en un área urbanizada de 1,420 km², formada por el Distrito Nacional y siete núcleos expansivos y dependientes del primero, pertenecientes a la provincia de Santo Domingo. Se trata de una extensión considerable, la mayor de toda la región del Caribe, que la coloca en una posibilidad de transformarse de metrópolis a megalópolis en breve tiempo. Las complejidades del término señalan un camino de dificultades cada vez mayores para la administración de la ciudad y los servicios que debe garantizar. En el caso de Santo Domingo, la mancha urbana que la define es indicio de una crisis en aumento que obligará a invertir enormes recursos humanos y económicos para paliarla. Las inconsistencias de su desarrollo urbano generarán tensiones en el reclamo de seguridad y de servicios básicos, además del mejoramiento en la calidad de vida de los habitantes. Para fines políticos ―y la ciudad es territorio para la política― se trata de un enorme reto que crece de manera constante.

Uno de los problemas más tangibles es la movilidad urbana. Los estudios indican pérdidas exorbitantes en la productividad colectiva e individual. Cada día es más impredecible, caótica y lenta la traslación, cuya velocidad promedio no alcanza más allá de los 6 kilómetros por hora en las horas de mayor congestionamiento. Ya en 2013 se presentaron estudios sobre el fenómeno de la movilidad en Santo Domingo y se advertía del incremento de las dificultades para ir de un lugar a otro con el consiguiente impacto en la reducción de actividades productivas y en la salud de los habitantes urbanos. No fueron los primeros, ya que existe una continuidad de investigaciones realizadas en años anteriores. Pero sí fue una alerta concreta justo en el momento en que el fenómeno daba saltos enormes hacia la caotización, provocada indirectamente por el crecimiento económico dominicano de las últimas décadas. Este acercamiento a la realidad del tránsito y el transporte fue realizado por técnicos del gobierno surcoreano, a través de universidades de prestigio que hicieron las investigaciones y produjeron alternativas para evitar la realidad actual.

Mediante la comparación de mapas de Santo Domingo desde la época señalada hasta el presente, se observa que el área urbanizada se modifica aceleradamente. Su geografía, formada por tres terrazas ascendentes desde la costa marina, se ha ocupado todo lo disponible, salvo por esos espacios verdes a los que ahora se reconoce su verdadera importancia, formados por parques llenos de vegetación. La mancha creciente desde mediados del siglo XX ya traspasó los límites fluviales que una vez se pensaron como extremos ―Ozama, Isabela y Haina― y se mueve hacia la unificación con San Cristóbal, Villa Altagracia, Juan Dolio y los humedales del Ozama, al norte de Villa Mella. En términos nacionales, esa mancha es una señal de verdadera preocupación por su voraz capacidad de transformar paisajes naturales y tierras productivas en suelo urbano. Es difícil saber qué es urbano y qué es suburbano en una zona de tantas indefiniciones programáticas, salvo por la distribución política en la administración, que determina municipios en busca de referentes espaciales.

El peso del Distrito Nacional sobre los demás municipios es evidente. En él se concentra el capital y las mayores ofertas culturales y económicas. Los municipios que lo rodean actúan como satélites que sirven de suministro de servidores y obreros de distintos niveles a las fuentes de producción. Son ciudades dormitorio con un comercio local de menor impacto en la dinámica económica del conjunto metropolitano. Este desbalance en el territorio tiene consecuencias inmediatas. Una de ellas, como se ha comentado, es el costo de la movilidad desde esos municipios hacia el Distrito Nacional, debido a los gastos en el transporte, la pérdida de tiempo considerable en la traslación, el desgaste físico y emocional de los servidores, así como el alto riesgo que conlleva el traslado por las condiciones del transporte público y privado.

De esta breve observación se desprende que el impacto negativo que provoca la expansión acelerada y descontrolada del territorio urbanizado es mayor que la promoción idealizada de nuevos núcleos habitacionales, esos sectores dormitorio, cerrados y desvinculados unos de otros, ampliamente impulsados por el sector inmobiliario y por el propio Estado. La extensión demanda la construcción de vías de acceso, suministro de agua potable, sistema de alcantarillado y manejo de desechos sólidos, energía eléctrica, seguridad, servicios de salud, bomberos y educación, lo que implica, además, constantes gastos en mantenimiento (pocas veces atendido), reparaciones, controles, incluyendo violencia urbana y distorsiones sociales. Estos aspectos son desatendidos por la municipalidad de manera permanente debido a su incapacidad para actuar en un territorio que se le escapa de las manos.

Muchos son los factores que provocan esta falta de atención a las demandas de esos sectores, algunos arraigados en la tradición de ineficiencia de los servicios públicos del país. Describir las condiciones de inequidad que caracterizan a la metrópolis de Santo Domingo es un ejercicio que puede reiterar lo cotidiano en la experiencia de sus habitantes, víctimas de un sistema que contiene sus propias debilidades.

Una de las características más interesantes del desarrollo del territorio urbano es la continua traslación del sector de mayor concentración de riqueza. Al traspasar las murallas coloniales a fines del siglo XIX, Santo Domingo generó nuevos polos en los que la dinámica de la producción de bienes y servicios sustituía espacios tradicionales por zonas de innovación. El fenómeno se inició con el inicio de la mercantilización de la economía dominicana dirigida a la exportación de materia prima. Quedó atrás la economía de subsistencia para dar paso a industrias que comercializaban sus productos en puertos lejanos, generadoras de nuevos grupos económicos sustentados en el comercio de importación y exportación. Una nueva clase pequeñoburguesa incidió en la demanda de nuevas formas de vida, con edificios novedosos para vivienda y comercio ubicados en sectores extramuros. El mapa urbano comenzó a diversificarse en sectores bien definidos por el poder adquisitivo de sus residentes, lo cual marcó la estratificación socioeconómica en el territorio urbano de una manera muy evidente.

A pesar de ese primer momento de expansión, el centro se mantuvo en la zona antigua, apenas en 1 km², que aglutinaba toda la fuerza mercantil, política y cultural de la ciudad. Solo el evento de la Guerra de Abril de 1965 produjo el quiebre definitivo del predominio intramuros, cuya consecuencia fue el establecimiento de un nuevo polo comercial y residencial que contenía las características de autosuficiencia frente a lo tradicional. Con la creación de un núcleo comercial enclavado en un sector de clase media pujante, conocido como Naco, Santo Domingo apuntó a la separación de los espacios referenciales y dio paso a otras experiencias urbanas. El reordenamiento económico, como consecuencia del enfrentamiento militar y popular de 1965, fomentó el desarrollo inmobiliario privado y se crearon urbanizaciones desarrolladas en terrenos de bajo costo, conectados a través de las redes de comunicación vial que el gobierno dominicano puso en práctica. De esta manera, el modelo de negocio inmobiliario estuvo motivado en la plusvalía que generaban las grandes avenidas, con la reestructuración de Santo Domingo en el último tercio del siglo XX.

En paralelo a este fenómeno, la capital del país acaparó la mayor cantidad de inversión estatal y la concentración de industrias, comercios, empresas y estructuras de usos múltiples, lo que provocó el aceleramiento de la inmigración desde las zonas rurales y el rápido desarrollo de sectores marginales ubicados en las zonas más vulnerables de la geografía capitaleña. La diferencia entre las ciudades de provincia y Santo Domingo se manifestó en el lento desarrollo de las primeras y el crecimiento físico y territorial del segundo, otro punto importante para comprender la dificultad de promover inversiones fuera del ámbito de la capital dominicana. La estabilidad política del país y el crecimiento continuo de una economía que apostó a los servicios y al turismo impulsaron la expansión del territorio urbano y el incremento de la densidad en un perímetro céntrico que más tarde se definió como polígono central, zona de concentración de edificios de gran altura, organismos financieros privados, ofertas comerciales y de ocio, así como aumento en los valores inmobiliarios, que merece un estudio aparte. Esta zona, enmarcada entre cuatro importantes avenidas que atraviesan la ciudad en los ejes este-oeste y en sentido norte-sur, es motivo de análisis y propuestas urbanas que señalan las contradicciones en su modelo de desarrollo. A través de ella se conecta el Gran Santo Domingo, ese enorme territorio que actúa como periferia al servicio de las grandes corporaciones, instituciones y comercios concentrados en un polígono rodeado de avenidas que lo separa del resto. Así, la avenida John F. Kennedy y la 27 de Febrero forman dos ejes paralelos con vocación de autopista interurbana, difíciles de atravesar en el sentido norte-sur y capaces de establecer una separación física, psicológica y simbólica del resto de la ciudad.

Sin embargo, en los últimos años han surgido otros sectores que replican ese modelo de incremento de la densidad constructiva, tanto al suroeste de la 27 de Febrero como al norte de la John F. Kennedy, que han estimulado la presencia de focos comerciales locales con características propias. Por ejemplo, entre las avenidas Núñez de Cáceres y Luperón se ha creado un polo importante para vivienda, empresas, comercios y servicios bajo el modelo de incremento de la densidad constructiva en altura similar al del polígono central. De igual modo, los sectores onectados por las avenidas República de Colombia y Jacobo Majluta señalan tendencias similares. También se observa el mismo fenómeno de edificios en altura para vivienda y comercio en Santo Domingo Este.

El incremento de edificios en altura, centros comerciales, lugares de diversión y consumo que define al Santo Domingo de las últimas décadas se ha hecho sin la previsión ni planificación debida. El pasivo ambiental que provoca el modelo acumula un problema de gran envergadura debido a la ausencia de redes sanitarias y de recolección de aguas pluviales, así como al uso indiscriminado de pozos filtrantes para extracción de agua potable del subsuelo ante la insuficiencia en el abastecimiento de agua de la red pública. A esto se suma la elevación de la temperatura promedio, la modificación del flujo natural de la brisa, la presencia de islas de calor y los desastres en períodos de vaguadas estacionarias que se producen con relativa regularidad. Se trata de una bomba de tiempo ambiental y sanitaria que tendrá un enorme costo económico y político en los años cercanos.

Por supuesto, la transformación de zonas de baja densidad con unidades unifamiliares de poca altura en zonas de alta densidad con edificios de gran altura desarrollados en lotes no previstos para eso ha provocado una arquitectura de poca capacidad para generar bienestar más allá de los aspectos estéticos del momento. Hay una relación directa en la manera de abordar el vínculo privado con lo público. Los edificios concebidos como piezas aisladas del entorno generan desvalorización de los sectores y aumentan la inseguridad ciudadana, tal como los indicadores señalan. El desarrollo inmobiliario sigue el patrón de explotación del suelo en su máxima capacidad, ocupando toda la huella disponible y aislando los edificios de la naturaleza. Cualquier resquicio es pavimentado y dispuesto para un uso de poca dignidad, a pesar del lujo.

Lejos de obtener una ciudad hermosa, garante del placer en lo ordinario y lo esencial, la capital dominicana ya se encamina hacia un conglomerado árido y difícil. Lo incrementa el ruido, la polución, la poca iluminación, la carencia de estímulos para el viandante, insegura y dispersa, calurosa y de poca sombra, de escasa presencia de agua, de espaldas al mar y con preferencia por los centros comerciales, las torres de oficinas y los espacios anodinos. Y a todo este panorama se le suma el caos como norma existencial, latente en la movilidad cada vez más errática, cruel y desesperante. Cada viernes la ciudad expulsa un nutrido grupo de sus habitantes, quienes viajan a distintos puntos del país en busca de otras experiencias vivenciales, para retornar el domingo, obedientes, a prepararse para la batalla urbana que les espera al día siguiente.

Una oportunidad para la buena práctica de la planificación urbana lo constituye la conclusión de la avenida de circunvalación que rodea el Distrito Nacional. Mediante un arco, conecta Haina con Boca Chica y debe ser atendida con mucho cuidado para evitar un manejo incontrolable a ambos lados de vía. Alrededor de esta vía se exponen enormes terrenos baldíos que ahora tienen vocación industrial y residencial. Hay propuestas para definir la política de desarrollo de esa enorme franja disponible para el crecimiento que requiere acción política responsable. Es un territorio que bien puede convertirse en modelo de desarrollo controlado, espacio para aplicar teorías urbanas coherentes, o en su defecto, dejar que la fuerza económica actúe según sus propios intereses. La experiencia nos ha demostrado las lamentables consecuencias de esta última opción.

En la construcción de este escenario de contradicciones ha participado la sociedad en su conjunto. No basta con identificar culpables sino reconocer que hemos optado por un patrón de desarrollo urbano tan acelerado y desigual que ahora se manifiesta como una distopía. Es interesante ver cómo en nuestro artículo de 2018 se advertía este proceso para promover liderazgos capaces de encontrar rutas de mejoramiento urbano en su conjunto. En uno de sus párrafos dice:

«Ya que el perfil de las ciudades señala un incremento de construcciones cada vez más altas, en especial en Santo Domingo y Santiago, los proyectos arquitectónicos desbordarán los límites de los lotes tradicionales. Debido a que la lotificación de nuestras ciudades responde a la época de una expansión destinada a la arquitectura doméstica individual, los proyectos corporativos (oficinas, hoteles, instituciones públicas y privadas, etc.) demandarán la fusión de lotes o la reconversión de manzanas completas para dar cabida a edificios de grandes dimensiones».

Y se advertía un proceso que apenas comienza a manifestarse:

«El crecimiento económico dominicano se reflejará con fuerza en el territorio urbano. Más allá del surgimiento de un mayor número de proyectos importantes que demuestren un dinamismo comercial, la ciudad será víctima de transformaciones profundas. En ese proceso, los sectores urbanos tradicionales serán intervenidos con estructuras de mayor tamaño y de uso de suelo corporativo o comercial, lo cual provocará la emigración de actividades de comercio minoritario vinculadas a la vecindad. La idea de barrio, referente de una tradición de vínculos sociales afianzados en la familiaridad, recibirá un impacto contundente».

Los modelos que provocan aislamiento y separación se indicaban de la manera siguiente:

«Las dificultades de la metrópolis podrían promover una arquitectura aislada y convertida en pequeñas fortalezas como respuesta a la inseguridad ciudadana, si se retrasan las políticas oficiales de reducción de la violencia urbana. En tal caso, los cierres herméticos en contra del ruido claustrarán los espacios de convivencia y mermará la relación de vecindad».

Todas estas observaciones planteadas como señalamientos ante un manejo del desarrollo territorial incoherente aspiraban a generar una actuación de compromiso colectivo. Una actitud positiva desde el ejercicio privado del diseño y la construcción, la formación integral de los estudiantes de ingeniería y arquitectura, que se acompañaran de políticas públicas definidas, coherentes y significativas en pro de un reencauzamiento del modelo existente.

Una de las debilidades del manejo del territorio de la ciudad es la inexistencia de una cultura de continuidad en los planes y proyectos municipales. La tradición dominicana de comenzar desde cero cada vez que se producen cambios administrativos en la alcaldía o en el gobierno central ha conducido a gastos de recursos y a experimentos fallidos por la volatilidad en la aplicación de planes de ordenamiento territorial, normativas y visiones a largo plazo. La Ley N.o 368-22 de Ordenamiento Territorial, Uso de Suelo y Asentamientos Humanos, promulgada el 22 de diciembre de 2022, ha sido un esfuerzo logrado después de varios años de gestiones para su definición y aprobación. Con este instrumento se pretende reducir la improvisación en los planes municipales e interurbanos elaborados constantemente bajo esquemas de ineficiencias ancestrales. Criticada en el ámbito de los especialistas, al menos es una herramienta que deberá encauzar políticas públicas en favor de mejores entornos urbanos. Ya en el artículo 194 de la Constitución dominicana de 2010 se había ordenado la elaboración de un marco legal. Su correcta aplicación constituye un enorme reto que se debe afrontar sin demora.

Algunos aspectos han mejorado en años posteriores a la publicación del artículo. Son pequeñas acciones cuyo impacto, ante tanta dificultad, no se aprecia. El rescate de espacios públicos y el rediseño de sus componentes han servido para fomentar un sentido de pertenencia de los vecinos, quienes han mostrado actitudes para la convivencia y el esparcimiento plural. Pequeños parques en sectores específicos, de baja escala y diseño gratificante, han sido intervenidos con la cooperación conjunta de la administración de la ciudad y empresas privadas. También se suma el rescate de la franja costera de Santo Domingo, así como la creación de parques recreativos donde antes había basureros y usos que deterioraban el sector en su conjunto. Hay proyectos en proceso, principalmente los que rescatan el borde del río Ozama, tradicionalmente lugares de vulnerabilidad extrema ahora convertidos en zonas de mejoramiento ambiental y social. Son acciones imperceptibles ante tantas demandas para una metrópolis diversificada en sus características e intereses. Evidencian el enorme trabajo que queda por delante.

Aquel artículo revisitado y que ahora ha motivado esta reflexión, concluía con una exhortación a los arquitectos más jóvenes a asumir su rol de responsables de un ejercicio profesional ético, comprometido con mejores prácticas urbanas:

«Esperamos que la nueva generación de arquitectos dominicanos desarrolle, también, una arquitectura con un diseño integral, maduro y sin estridencias, construida con materiales de calidad, portadora de una integración del espacio público desde su misma concepción y consciente de su temporalidad y trascendencia. Arquitectos que eviten aquella arquitectura aislada, neutral, pasajera, carente de preocupaciones teóricas, concebida solo para su presente, destinada a una sociedad más individualista, más tecnológica y menos apegada a aquellos ideales que ya no garantizan su propia concepción del mundo. Hay un gran reto en el porvenir».

Santo Domingo siempre genera textos de interpretación de sus particularidades. Algunos desde el ámbito profesional, mientras que otros como intento emocional de testigos de sus grandezas y debilidades. Quizás porque se ama lo que se critica como si sirviera de revolución personal, esta ciudad, tan agreste a veces como sutil en otras, acoge nuestros deseos como herramienta para la construcción de un territorio más promisorio, lleno de significancias y trascendencias. Grandes han sido los episodios de su historia. En nuestras manos descansan las continuidades necesarias y las transformaciones ineludibles.


Deja un comentario

* Al utilizar este formulario usted acepta el almacenamiento y manejo de sus datos por parte de este sitio web.

Global es una publicación de la Fundación Global Democracia y Desarrollo y su Editorial Funglode. Es una revista bimestral de naturaleza multidisciplinaria, que canaliza las reflexiones sociales y culturales, acorde con el pensamiento y la realidad actual, elevando de este modo la calidad del debate.

© Revista GLOBAL. Todos los derechos reservados. FUNGLODE.

Are you sure want to unlock this post?
Unlock left : 0
Are you sure want to cancel subscription?
-
00:00
00:00
Update Required Flash plugin
-
00:00
00:00