Revista GLOBAL

Una isla y dos ángulos en contrapunto

by Joseph Harold Pierre
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Entender a la República de Haití y a su vecina la República Dominicana en el contexto de las consecuencias del terrible sismo del 12 de enero de 2010 amerita una perspectiva más amplia que las noticias cotidianas. La isla de La Española, como la llamó Cristóbal Colón, se encuentra en el centro del arco antillano, junto a Cuba, Jamaica, Puerto Rico y las antillas menores. Es un conjunto de islas que van desde la península de La Florida, en Estados Unidos, y la península de Yucatán, en México, hasta la desembocadura del río Orinoco, en Venezuela. Las Antillas forman parte junto al istmo centroamericano del entorno del mar Caribe, convirtiéndolo en un “Mare Nostrum”, como lo fue el mar Mediterráneo para el Imperio romano. Pero eso es lo aparente, lo que se percibe en los mapas; a nivel geopolítico, el mar Caribe está bajo dominio de Estados Unidos, y los países que lo circundan están siempre a expensas de su influencia e intervención desde finales del siglo XIX. La Española tiene 76,480 kilómetros cuadrados, y es la segunda de las islas antillanas en tamaño luego de Cuba. De esa extensión, Haití tiene 27,750 kilómetros, del lado oeste de la isla, y la República Dominicana 48,730 kilómetros, del lado este; prácticamente una proporción 1:2. 

Cada país tiene aproximadamente 10 millones de habitantes, por lo que la densidad poblacional del lado de Haití es casi el doble de su vecino dominicano, y si se compara esta isla con Cuba, que tiene 110,000 kilómetros cuadrados y una población de 11 millones de habitantes, la densidad poblacional de La Española en relación con Cuba es casi el doble. El caso de Haití en particular es más grave, ya que con un territorio que ni siquiera alcanza un tercio del de Cuba, es prácticamente tan poblado como este último (cabe más de tres veces en Cuba con casi la misma población). La llegada de los castellanos en 1492 dio nuevo nombre a la isla y exterminó su población aborigen en menos de cuatro décadas mediante la guerra, la esclavitud y las epidemias. Los tainos, que poblaban todo el arco antillano, eran del grupo de los arahuacos de Sudamérica y habían navegado de isla en isla poblándolas de pequeñas aldeas dedicadas a la recolección, la pesca y una escasa agricultura de subsistencia. Los tainos denominaban Haití a la isla de La Española, nombre que en su lengua significaba isla de montañas altas, ya que posee las cumbres más elevadas de las Antillas. Santo Domingo fue otro nombre que surgió para la isla en el mismo siglo xvi, debido a que fue la ciudad más relevante durante la primera mitad de dicho siglo en todo el continente recién encontrado por los europeos. 

Desde entonces hasta el presente, es común que se hable de la isla de Santo Domingo e incluso mucha gente conoce a la República Dominicana como Santo Domingo. Precisamente, el nombre de República Dominicana viene del gentilicio dominicano o dominicana, como habitante de la isla de Santo Domingo. A comienzos del siglo xvii, el rey Felipe iii ordenó la parte devastación de la parte oeste de la isla de Santo Domingo y la concentración de toda la población en la sudeste, en torno a la ciudad de Santo Domingo, para evitar el comercio de los pobladores criollos con comerciantes de otras potencias europeas y debido a la debilidad del Imperio español para proteger esa área militarmente. El resultado fue el establecimiento de una colonia francesa en esa parte de la isla, llamada precisamente Saint Domingue, el mismo nombre que usaban los españoles para la isla pero en francés. Será de esa colonia francesa que surgirá lo que modernamente es la República de Haití. Mientras la colonia española fue abandonada económicamente por su metrópoli, reduciendo su población a niveles desoladores y forzando a los pocos habitantes a sobrevivir en condiciones primitivas, la colonia francesa se convirtió en la fábrica productora de azúcar más importante de Francia y concentró centenares de miles de africanos esclavizados y los forzó a trabajar inhumanamente. El grado de violencia de la esclavitud en Saint Domingue –de los amos blancos franceses contra sus trabajadores negros– explica en gran medida la violencia de la sublevación de los esclavos al finalizar el siglo xviii y la terrible guerra que tuvieron contra el contingente de tropas más grande que hasta ese momento había cruzado el Atlántico, al mando del general Leclerc, cuñado de Napoleón. Evitar ser sometidos de nuevo a la esclavitud llevó a ese pueblo de hombres y mujeres, unos nacidos en África y otros nacidos en Saint Domingue, pero descendientes de africanos, a escribir una de las páginas más memorables de la humanidad en su lucha por la libertad, y a lograr la primera independencia latinoamericana, en enero de 1804, y la segunda del continente americano, luego de la de Estados Unidos. 

La formación de dos Estados

La independencia haitiana tuvo una triple dimensión: anti-racista, anti-esclavista y anti-colonialista. Personajes como François Mackandal, Dutty Boukman, ToussaintLouverture, Dessalines, Henri Christophe y miles más que los siguieron deben llamarnos la atención en cuanto fueron los que se pusieron de pie para decirle al mundo entero que eran seres humanos y que como sociedad merecían su lugar bajo el sol. Sus tácticas de lucha: envenenamiento, incendio y ceremonias vudú, les costaron el desprecio de muchos pueblos y generaciones debido a una historiografía a las órdenes del poder dominante, pero esas prácticas se inscriben en el instinto de supervivencia del ser humano, que está dispuesto a todo con tal de seguir viviendo, y viviendo dignamente. La independencia haitiana, como epopeya de hombres y mujeres negros que no eran considerados como seres humanos por las grandes potencias esclavistas, nació bajo la agresión permanente de franceses, ingleses y españoles que buscaron en diversos momentos reducir la joven nación de nuevo a la esclavitud. Al final, los gobernantes haitianos tuvieron que aceptar pagarle a Francia una inmensa suma de dinero en concepto de indemnización, hecho que hundió la economía haitiana durante décadas. Estados Unidos tardó sesenta años en reconocerla como nación independiente, y muchas de las naciones iberoamericanas que se independizaron a partir de 1810, con ayuda haitiana en armas y oficiales, no colaboraron con el reconocimiento de Haití debido a que mantuvieron la esclavitud en sus nuevas repúblicas.

La miseria actual de Haití tiene antecedentes muy claros y responsables muy definidos. La inestabilidad política en el lado español permitió a Jean Pierre Boyer tomar control de toda la isla a partir de 1822, hasta que en 1843 una alianza entre sectores haitianos y dominicanos lo derrocó y al año siguiente se proclamó la independencia dominicana. Aunque durante 12 años hubo diversos intentos de gobernantes haitianos por recuperar la parte este de la isla, eso nunca se logró y en ningún otro momento posterior de la historia de ambas naciones Haití intentó volver a ocupar la parte oriental. Por el contrario, la anexión de la República Dominicana a España en 1861 fortaleció los lazos entre los dominicanos opuestos a perder su soberanía y el Gobierno haitiano que ganaba un indeseado vecino esclavista. Las tropas dominicanas derrotaron a España y la expulsaron en 1865 con el fuerte respaldo de Haití. El hecho de que Haití haya desistido de conquistar a la República Dominicana no ha tenido ningún efecto en su gestión interna. Desde su independencia en 1804, Haití ha sido un campo de batallas entre los terratenientes militares y el resto del pueblo, entre las diferentes facciones burguesas, la una negra y la otra mulata, ambas a expensas del pueblo. En medio de este laberinto político haitiano, al final del siglo xix surgieron dos partidos políticos dirigidos por grandes intelectuales, el Partido Liberal y el Partido Nacional. Estos pudieron implementar en el país una base para la germinación de la democracia, pero, al igual que los otros, la lucha por el poder y la perpetuación del establishment les impidió ese honorable trabajo que les hubiera reservado un lugar especial en el panteón histórico haitiano.  

Los conflictos del siglo XX 

Las luchas intestinas corroyeron la base de la nación haitiana a un punto tal que las naciones europeas y los Estados Unidos de América vieron en Haití una presa fácil. En 1915, Estados Unidos invadió Haití y al año siguiente invadió a la República Dominicana. Durante 8 años, la isla completa estuvo bajo control de un solo Estado que no era Haití ni República Dominicana, sino Estados Unidos. En ambas naciones se desarrollaron movimientos populares que enfrentaron con las armas al invasor norteamericano, descollando dos líderes de extracción humilde como Charlemagne Peralte, en el lado haitiano, y Oliverio Mateo, en el dominicano, y movimientos cívicos que llevaron solicitudes para terminar con la intervención hasta Washington y Europa. Como consecuencia directa de la dictadura militar norteamericana, en 1930 Trujillo ascendió al poder en la República Dominicana. Entre sus crímenes se destaca siempre la matanza de ciudadanos negros, en su inmensa mayoría haitianos, en la frontera domínicohaitiana en 1937. Ese genocidio y el resentimiento social de Trujillo por su origen familiar contribuyeron a que varios intelectuales al servicio de la dictadura trujillista desarrollaran un discurso de identidad dominicana con fuerte sesgo antihaitiano y una versión de la historia dominicana donde se enfatizaba más la hostilidad entre ambos pueblos que su semejanza y vocación de solidaridad. De manera prepositiva, intelectuales como Peña Batlle y Balaguer afirmaban las falacias de que los dominicanos éramos blancos y los haitianos negros, los dominicanos seguían el cristianismo y los haitianos el vodú, los dominicanos eran de extracción europea y los haitianos africanos.

El impacto de esa perspectiva tiene todavía mucha influencia por cuestiones generacionales, falta de una reforma profunda en el modelo educativo y el peso específico que tienen los sectores más conservadores de la política dominicana en el discurso oficial. Del lado haitiano, la ocupación estadounidense ha pesado mucho en el resto de la historia del país. Los estadounidenses fortalecieron la estructura de “castas sociales” que ya existía en Haití. La burguesía mulata fue consolidada en el poder y tenía a su servicio la Fuerza Armada Haitiana “made in usa” y los presidentes, quienes durante la ocupación fueron todos mulatos. La revuelta de la mayoría del pueblo, esto es, los de piel negra, no se hizo esperar. El movimiento indigenista con intelectuales como Francois Duvalier, quien luego se convertiría en el dictador que se conoce, enaltecía los valores de la negritud y la necesidad de volver al origen africano. Junto a este movimiento revolucionario intelectual está Rosalvo Bobo, que capitaneaba un movimiento social inspirado en Charlemagne Peralte. El fortalecimiento de la estructura de castas sociales que consolidaron los norteamericanos ha hecho casi impermeable a todo cambio la compartimentación social haitiana, lo que explica que hoy en día Haití consta de un 2% de la población que constituye la burguesía con más del 50% de la riqueza del país, un 18% de los haitianos que pertenecen a la clase media y un 80% de pobres, entre los cuales la mayor parte es indigente, es decir, vive con menos de un dólar diario.

La emigración de miles y miles de haitianos pobres durante todo el siglo xx hacia la Republica Dominicana, primero para la industria azucarera y luego para todo tipo de actividad agrícola y la construcción, ha forjado el mito de la “invasión pacífica” y el clásico argumento de “robo de empleos”. En la práctica, la economía dominicana perdería competitividad, especialmente para el mercado interno, sin esa mano de obra haitiana empobrecida por la situación de ilegalidad y salarios tan bajos que ningún dominicano aceptaría. Los mercados y supermercados se llenarían de productos importados antes que locales si se les pagaran salarios justos a los jornaleros haitianos; muchos estamentos de la clase media no podrían acceder a viviendas nuevas si los constructores fueran dominicanos, y muchas obras públicas del Estado se encarecerían significativamente. Siempre existe la posibilidad de la tecnificación de los procesos productivos, pero a los industriales dominicanos y los gobiernos recientes les resulta más cómodo disponer de trabajadores “fantasmas” que cobran una miseria y no pueden reclamar derechos, que modificar técnicamente el aparato productivo y la construcción. Se suma a esa emigración de jornaleros pobres la de miles de estudiantes haitianos de clase media que ingresan a las diferentes universidades dominicanas para realizar sus carreras de grado y postgrado. Es un fenómeno de los últimos 15 años. En algunas de las universidades dominicanas, la población haitiana alcanza el 10% de la matrícula. Es un grupo muy activo y se destaca por su dedicación a los estudios. Algunos han comenzado a ocupar plazas de profesores de francés e inglés en distintas escuelas de educación media. Sus niveles de integración con los estudiantes dominicanos es muy variado, y va desde la plena asimilación, en algunos casos, hasta la formación de pequeños guetos. Este fenómeno ocurre también en la formación de sacerdotes y pastores evangélicos: la cantidad de seminaristas haitianos en los centros dominicanos es cada vez más significativa, y es notoria la presencia de muchos sacerdotes y pastores haitianos en las iglesias dominicanas. 

El sismo y el futuro 

Frente al sismo que acaba de ocurrir, la respuesta de la sociedad dominicana y el Gobierno ha sido impactante por su volumen y rapidez. Desde la misma madrugada del 12 al 13 de enero, equipos de prensa dominicana y algunos primeros voluntarios cruzaron la frontera sur camino de Puerto Príncipe. Las primeras ayudas y los primeros equipos para quitar escombros que se movilizaron desde el mismo territorio haitiano pertenecían a compañías dominicanas de construcción que operan en Haití. El presidente dominicano visitó a su homólogo en la devastada capital haitiana el 14, cuando todavía se escuchaban miles de gemidos bajos los escombros y no terminaban de llegar los principales equipos de rescate. Hospitales y clínicas privadas de todo el territorio dominicano comenzaron a recibir un flujo enorme de heridos, y los hospitales de la frontera fueron acondicionados para recibir miles de heridos por estar más cerca del lugar de la tragedia. Todos los sectores de la sociedad dominicana contribuyeron y sigue aún la promoción de ayuda para Haití en los medios de comunicación.

Esta reacción de solidaridad y cariño hacia la sociedad haitiana y su tragedia es un giro profundo de lo que había sido la propaganda de los sectores más xenófobos de la República Dominicana, sectores que han mantenido en los medios de comunicación la tesis trujillista del rechazo a todo lo que representa Haití y la amenaza de la pérdida de la identidad si no cerramos la frontera con el vecino insular. Ante tantas muestras de simpatía con Haití de parte de todas las clases sociales dominicanas, estos grupos reaccionarios han tenido que poner un fin a sus discursos, al menos por el momento. La paz y la fraternidad entre la República Dominicana y Haití, su mutuo progreso material y social, dependerá de si se logra sostener y ampliar esta nueva actitud o si en algún momento la prédica trujillista regresa. La República Dominicana necesita fortalecer –mediante políticas públicas, la iniciativa privada y el sistema educativo– una visión de Haití como hermano y socio insular. Legalizar el estatus de los centenares de miles de haitianos y descendientes de los mismos en su territorio, tanto como extranjeros residentes, como reconociéndose su condición de dominicanos para los nacidos en nuestro suelo. La sociedad dominicana no puede seguir gestando un gueto de dominicanos a los que se les niegue su nacionalidad por ser de origen haitiano. Al igual que los descendientes de españoles, árabes o chinos que hoy día contribuyen como dominicanos al desarrollo del país, tenemos que integrar al desarrollo de la República Dominicana a los miles de descendientes haitianos que son dominicanos. Del lado haitiano, las secuelas del terremoto son muy evidentes y corresponden a la situación antes descrita pero agravada por factores como: • Primero, la mayor parte de la destrucción de edificios por el terremoto se debió a malas construcciones. Mientras que el sismo de 7.3 grados en la escala de Richter mató a más de 250,000 personas en Haití, el de Chile de 8.8 grados provocó menos de mil muertos. Esto se debe al grado de pobreza del pueblo haitiano y a la gran debilidad del Estado haitiano que no impone normas para las construcciones. • Segundo, la estructura de castas haitiana genera un espíritu de caciquismo o caudillismo entre los líderes políticos haitianos.

Dicha estructura no favorece la emergencia de nuevos líderes. De ahí la dificultad para los jóvenes, sobre todo profesionales vanguardistas, de integrarse en la sociedad haitiana. • Tercero, la debilidad del capital humano haitiano. No se puede pensar en el arranque de un país sin la participación activa de sus ciudadanos. El grave problema de Haití es que el 80% de su población se empantana en la miseria y, por lo tanto, está desprovisto de las capacidades necesarias para el avance de la sociedad haitiana. Haití necesita una gran inversión en educación para fortalecer su capital humano, una estructura favorable al surgimiento de nuevos líderes sociales y políticos, y la organización de una sociedad civil. Se necesita urgentemente la reconstrucción física del país, pero en el diálogo con el pueblo haitiano; ningún proyecto decente y sustentable para su bienestar se puede articular sin que sean los haitianos los protagonistas.


8 comments

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