La nueva situación de Haití, creada a partir de la celebración de las elecciones del pasado 7 de febrero, sorprende por lo que ha sido su historia más reciente y por lo que eran los hechos relacionados con su presente coyuntura política, en especial con el proceso electoral mismo. Desde 1986, en que el vecino país salió de la dictadura depredadora 1 y criminal de los Duvalier, se ha movido en bajas, de crisis política en crisis política, y en paralizaciones –salpicadas de agudos retrocesos– en los órdenes económico y social. En los 20 años que precedieron a estas últimas elecciones de 2006, que es el mismo periodo en el que en el resto de América Latina y el Caribe se restablece y fortalece la democracia representativa, en ese país el nacimiento de esa forma de gobierno era impedido por golpes de estado en 1987, 1988 y 1991 o por procesos electorales fraudulentos en 1995, 1997, 1999 y 2001.2
Junto a esto, sus desastrosas condiciones materiales, de vida y de trabajo pueden entenderse apelando solamente al indicador de desarrollo social del pnud (Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidas): en 1998 ocupaba la posición 157, en 1999, la 150, en 2000, la 134 y después de ese año comienza a caer y en 2004 baja a la 150 y en 2005 a la 153.3 En fin, la que sigue es la forma normal de definir la situación de la parte oeste de la isla de Quisqueya: “La violencia, la polarización política y social, el colapso económico y la falta de los recursos más básicos sólo son algunos de los sombríos enunciados con los que es posible describir la realidad haitiana”.4 Los hechos que tenían lugar alrededor de los afanes internacionales y nacionales para que se celebraran las elecciones con las que se entendía que se restablecería el orden democrático y se recuperaría la soberanía no eran nada alentadores y, por el contrario, daban a entender que era difícil que esos comicios se realizaran y que, de hacerse, su celebración podía ser una prueba más de las dificultades existentes para llevar a ese país por los caminos que transita el resto del subcontinente latinoamericano y caribeño y que, aun celebrándose los escrutinios, éstos no contribuirían a cambiar el curso que traía esa nación desde hace dos décadas.
El hecho clave y más convincente en el sentido predicho era la sistemática posposición de la celebración de esas elecciones; estas posposiciones tuvieron lugar el 13 de noviembre, el 20 de noviembre y el 11 de diciembre de 2005 y el 8 de enero de 2006, y en esa ultima ocasión, un cable de la agencia Efe fechado el 31 de diciembre de 2005 en Puerto Príncipe decía que el cep (Consejo Electoral Provisional) de Haití “suspendió ayer las elecciones presidenciales del próximo 8 de enero y se declaró incapaz de fijar una nueva fecha para su celebración”. “No hay una fecha realista para las elecciones”, declaró a Efe el consejero del cep Patrick Fequiére, quien participó en una reunión con todos los partidos políticos haitianos, en la que se decidió desconvocar, por cuarta vez, las elecciones.5 Sólo un mes después de la fecha pospuesta se celebraban los comicios y desde que las urnas fueron abiertas comenzó a sentirse un aire de cambio en todo Haití. Una de las grandes aprehensiones con respecto a este proceso –la posibilidad de una abstención sin precedentes en los procesos electorales haitianos– se despejó de inmediato, pues, según informo a bbc Mundo Josepha Gauthier, miembro del cep, de los 3 millones y medio de personas inscritas en el padrón electoral votaron más del 75% y el cep aseguró que el 80% de los electores había participado en el proceso.6
Nivel de participación
Si se recuerda que en las elecciones anteriores, en noviembre de 2000, cuando fue electo por segunda vez Jean Bertrand Aristide, sólo votó el 5% de los inscriptos en el padrón electoral, el altísimo nivel de participación en el último proceso comicial sugiere una recuperación del entusiasmo y de la creencia popular de que ese evento era una oportunidad para modificar la situación. El único precedente de esa cantidad de votantes fue el 75% que se contó en las elecciones de diciembre de 1990 en que Aristide fue electo por primera vez, y aquel era un momento caracterizado por el entusiasmo y la esperanza en una transformación de una realidad ancestralmente negativa.7
Otra de las grandes aprehensiones con relación a ese proceso electoral –que no hubiese ganador en primera vuelta– también se despejó prontamente, en cosa de sólo una semana. Los primeros resultados ofrecidos por el cep otorgaron al candidato René Préval el 61% de los votos. Tras escrutar y validar aproximadamente un 31% de los votos emitidos, la misma institución dio a ese candidato como ganador con el 65.1% de los votos. Posteriormente se creó una mini-crisis que dio lugar a la suspensión del conteo de los votos, pero el 14 de febrero, después de serios disturbios que implicaron la desaparición de urnas con votos atribuibles a Préval y protestas por parte de los seguidores de este candidato dirigidas a aclarar la situación, el Consejo reanudó el proceso de revisión de los sufragios que le dieron como ganador con el 51.2% de los votos.
Con ese apoyo masivo de la población al candidato René Préval se limitaron las posibilidades de que se crearan dificultades alrededor de las elecciones para presidente de la República. Se eligió uno en el lapso más corto y de esa forma se cerró la posibilidad de ese proceso de segunda vuelta en el que siempre pueden pasar tantas “cosas” y más en un país sumido en un especial caos social y político.
Ese respaldo masivo inmediato a un candidato tiene la ventaja de que aparentemente la mayoría de la población está de acuerdo en lo que quiere y el país cuenta con un presidente con soporte suficiente para actuar sin dificultades por el lado de las masas.
El triunfo de René Préval –sin que eso implique necesariamente preferencias en relación con los candidatos– hay que verlo también como uno de los elementos que provocan la sensación de cambio en Haití. En una situación tan deprimida en todos los sentidos como la haitiana, él era la oferta que representaba lo que más anhela en este momento la población: tranquilidad estable, el milagro (en el caso de Haití) de que se inicie un proceso y que, a su vez, llegue a su fin; pues era de todos los candidatos (y de todos los haitianos), el único que había sido presidente y había terminado su periodo y entregado el mando a su sucesor.
Los otros candidatos que se consideraban (y se les consideraba) con posibilidades de triunfo –al menos si se iba a una segunda vuelta– eran Charles Henri Baker, un acaudalado propietario de fábricas de ropa que no tenía ningún tipo de vinculación avenente con las mayorías, y Leslie Manigat, que si bien es cierto que había logrado una especie de transformación en su perfil y estilo políticos que lo acercó y prácticamente lo convirtió en el candidato de las clases medias progresistas, no dejaba de ser, para las mayorías, el ganador de unas elecciones organizadas por los militares y en las que cuatro de los candidatos se retiraron, denunciando las múltiples irregularidades que había en las mismas y que, para colmo, sólo duró en el gobierno cinco meses, pues fue derrocado por los mismos militares que habían facilitado su ascenso.10 Si así era la oferta de candidatos, la decisión de las mayorías por René Préval “se hizo fácil”, como canta Rubén Blades en su clásica salsa “Pedro Navaja”.11
Los pasos dados por el candidato ganador con posterioridad a su triunfo parece que también contribuyen a esa suerte de esperanza que renace en Haití desde el instante en que se iniciaron los comicios del pasado 7 de febrero. La decisión de hacer su primer viaje como presidente electo a su vecina la República Dominicana aparentemente fue un gran acierto, por lo mucho que significan para ambas poblaciones las buenas relaciones entre los gobiernos de sus países. Esa fue una forma de desagraviar al presidente Leonel Fernández por los actos escenificados en su contra en su reciente visita a Puerto Príncipe. Además, logró que de inmediato se estableciera una agenda de trabajo entre ambos países, que incluía el tema de la migración y el comercio entre los dos, que son dos temas claves para el desenvolvimiento de la vida de sus conciudadanos, al menos para aquellos que residen en el territorio haitiano, que son todavía la mayoría de los nacionales de ese país.12 Después de ese viaje se vio reforzada la imagen de que es cierta la decisión de los gobiernos de los dos países de mejorar y fortalecer sus relaciones bilaterales, lo cual, en el caso de los presidentes Préval y Fernández, está mucho más asegurado por el hecho de que ambos coincidieron antes en los gobiernos de sus países, en el momento en que precisamente más se ha avanzado en cuanto a acuerdos y realizaciones en la historia de las relaciones dominico-haitianas.
América del Sur como segundo destino del presidente electo fue posiblemente otro acierto que reforzó la creencia de las posibilidades de cambio. Con ese paso Préval está dando a entender que Haití es parte del subcontinente latinoamericano y caribeño y que es como parte de ese conglomerado que debe enfrentar sus dificultades y moverse internacionalmente. Hasta ahora, dadas sus propias políticas y preferencias, se le veía más vinculado a Europa, en especial a Francia, y también a Canadá, con lo cual probablemente perdía algunas ventajas que podría obtener de vincularse más estrechamente al continente y a la región a la cual pertenece geográficamente y no a otros países que lo tienen en cuenta por razones históricas o por simples políticas coyunturales o especiales.
En ese viaje a América del Sur hizo otra cosa que quizás contribuya asimismo a estimular la esperanza de la población. De alguna manera se adhirió a la idea de que los esfuerzos por sacar a Haití del profundo hoyo socioeconómico y político en que se encuentra y colocarla al nivel del conjunto de países de Centroamérica y el Caribe, que es su específica región, es también responsabilidad de la comunidad internacional.13
Dificultades
No toda la situación haitiana relacionada con el proceso electoral recién celebrado está tan despejada como se ha querido destacar hasta ahora. Esto puede hacer que los hechos no se desarrollen en el sentido de que las cosas comiencen a cambiar para bien.
Una de esas dificultades es que las elecciones del pasado 7 de febrero, previstas para elegir el presidente y los miembros del Parlamento, sólo pudieron cumplir su primer cometido y todavía se está pendiente de las elecciones parlamentarias. Y estos comicios que probablemente se celebren en abril pueden colocar, o más bien, seguro colocarán al presidente Préval en una situación en que no será tan fácil para él y su gobierno decidir qué hacer y hacerlo. En estas elecciones, a diferencia de las presidenciales, Préval no puede ganar la mayoría; en ese ámbito de poder en Haití la simpatía de la población está dividida entre cuatro o cinco partidos que ya se sabe que serán los que controlarán el Parlamento.
O sea que, luego de las elecciones parlamentarias, todas las decisiones que adopte el Gobierno que ameriten pasar por el Congreso estarán sujetas a debates y negociaciones entre el Ejecutivo y un Parlamento opositor. Esta situación no es mala ni buena en sí misma; su bondad o maldad para el proceso de rescate institucional, socioeconómico y político de la nación vecina dependerá de la actitud que adopten ambas partes.14
Otra amenaza contra los cambios que se tiene la oportunidad de hacer en estos momentos es Jean Bertrand Aristide, quien lo ha sido para todos los gobiernos que ha habido en Haití después de la caída de la dinastía duvalierista, incluso para los suyos. Su fuerza es el gran influjo que ejerce sobre las grandes masas haitianas, aunque existen ya varios indicios de que éste no es igual al que tuvo en la segunda parte de la década de 1980 y en la primera parte de la década de 1990. El más significativos de esos indicios es que en las últimas elecciones en que ganó la Presidencia sólo participó el 5% de los votantes contra el 75% que votó en las elecciones en que ganó por primera vez. Y que en todo el proceso que condujo a su salida de Haití sin terminar su segundo mandato –independientemente de cuál sea la verdadera historia interna del mismo– no gozó del apoyo popular que tuvo en las crisis políticas anteriores en que se vio envuelto.
No obstante, Aristide es Aristide o por lo menos él lo cree. Por eso, el pasado 23 de febrero –a menos de dos semanas de la celebración de las elecciones y a menos de una de que René Préval fuese reconocido como ganador–, desde Johannesburgo, el ex sacerdote católico y ex presidente de la Nación haitiana dijo: “[El voto a Préval] fue un voto para mí, por supuesto. La gente lo ha dicho claramente, la gente votó de la manera que lo hizo porque me querían de regreso”.15 Mientras en ese mismo momento, en el mundo, en países de Europa y de América, se congratulaba al pueblo haitiano por la demostración de civismo inesperado que fue su proceso electoral y a René Préval por su triunfo. Esas solas declaraciones, por su contenido y por su oportunidad, son una muestra fehaciente de los contratiempos que Aristide, dentro o fuera de Haití, puede crearle al proceso en marcha del otro lado de la frontera dominico haitiana.
Esas no son las únicas dificultades que tiene frente a sí la nueva situación posible de crear y fortalecer en Haití. No. Hay otras de carácter político, como las relaciones entre el gobierno o el Estado y la sociedad civil, entendiéndose ésta como las numerosas organizaciones de base que existen allí y las pocas ong que hasta ahora se han formado; de carácter económico, que no es sólo la conocida depresión de toda la economía haitiana, sino las dificultades que por mucho tiempo ha habido para un entendimiento entre los sectores económicos y sus gobiernos; social, que tienen que ver básicamente con lo que significa para cualquier gobierno lograr la gobernabilidad, la legitimidad de sus acciones, en un espacio donde más del 80% de la población está por debajo de la línea de la pobreza, sólo el 28% tiene acceso a la sanidad y donde únicamente el 46% puede usar agua potable y el 52.9% es analfabeta.16 Esta situación está en marcha y a la fecha de escribir este artículo no es dable decir más, desde fuera de Haití, sin entrar en la pura especulación.
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