El programa literario Vuelan las plumas emitido por Radio Universidad de Chile lleva ocho años porfiadamente en el aire. Una inédita alianza, junto al Metro de Santiago –el tren subterráneo de la capital chilena–, dio vida a un ciclo de entrevistas en vivo y con público, a destacados escritores e intelectuales en la Sala Pablo Neruda de la Estación Quinta Normal. Hasta allí llegó a comienzos de 2006 el recientemente fallecido intelectual y político Volodia Teitelboim, una de las figuras más importantes de la historia del siglo XX del austral país. La conversación que aquí presentamos es la que sostuvo Teitelboim con la periodista Vivian Lavín, y es parte del libro de pronta publicación que incluye los mejores diálogos sostenidos en un espacio que se ha ganado un importante lugar en la vida cultural de Santiago de Chile. Volodia Teitelboim comenzó su vida literaria como antologador, a sus cándidos 20 años, cuando junto a Eduardo Anguita publicó Antología de la poesía nueva, un libro por el que ha tenido que disculparse los 70 años restantes, debido a la exclusión nada menos que de Gabriela Mistral.
La deuda la dejó saldada en el año 1991, con uno de los libros más profundos e íntimos sobre la vida y obra de la premio Nobel: Gabriela Mistral, pública y secreta. Teitelboim es figura insoslayable de la historia política chilena desde mediados del siglo XX, a la que le fue infiel sólo con la literatura. Prueba de ello es la publicación en 1952 de Hijo del salitre, mientras ya era un reconocido abogado, diputado y, en 1965, senador, elegido con la segunda mayoría nacional. Su voz fue un símbolo de resistencia durante la dictadura militar, a través de Radio Moscú, con el programa Escucha Chile. Su profunda amistad y conocimiento de Neruda lo llevaron en el año 1984 a escribir su biografía, género que lo captura y domina con rigor y talento. Lo mismo hizo luego con Vicente Huidobro, Jorge Luis Borges y Juan Rulfo. De tanto andar contando vidas ajenas se decidió a contar la suya, en una saga de varios volúmenes llamada Antes del olvido. Su trayectoria y genio literario fueron reconocidos con el Premio Nacional de Literatura en el año 2002.
¿Qué valor le asigna usted a la consecuencia en la vida de un hombre? Antes de empezar, me gustaría decirle que pocas veces en mi vida he hablado en un auditorio tan redondo, amplio… Yo he visto, como seguramente muchos de ustedes, muchos metros en el mundo, y el Metro de Santiago aparece, para mí, como el mejor medio en el sentido de pureza y democratismo. Alguien dijo, un escéptico desde luego: “Chile tiene dos cosas buenas: la cordillera de los Andes y el metro”. Yo creo que tiene otras cosas buenas también, pero son materia de discusión que no vamos a tratar en esta reunión. Hace unas semanas, un grupo de amigos se juntó a celebrar los 90 años de Volodia, y en esa oportunidad usted se encargó de homenajear al resto… Volodia, respóndame, por favor, mi pregunta respecto de la consecuencia, el valor de la consecuencia en el ser humano. Las personas tienen una línea de vida porque, al fin y al cabo, se vive una sola vez y se quiere vivir de la mejor forma posible, lo cual no significa necesariamente ser millonario, tampoco ser pobre con todas las limitaciones humanas que esto significa.
Pero yo nací en Chillán, en una época muy remota y distinta, y vengo sintiendo desde niño que la vida es interesante y que la vida debe tener ciertos rasgos fundamentales. Naturalmente, esto lo está diciendo el hombre maduro, pero incluso de manera inconsciente lo tenía el niño. Ese niño, hijo de inmigrantes, lo que quería era lanzarse al torrente de la vida sin ahogarse, y ese torrente de la vida era la calle. Yo nací y me desarrollé en un medio feudal, en una zona chilena muy característica, zona huasa [campesina]. Siempre fui un huaso, y donde era E “La pobreza es la más cruel enfermedad, porque la persona no puede realizarse en situación miserable”. muy importante su majestad “el vino”… Había en ese tiempo una cantidad impresionante de campesinos, obreros que solían “dormir la mona”, incluso en días de invierno, bajo la lluvia, con los ponchos húmedos, mojados. Eso causa en el niño una especie de estupor, porque a mí también me gustaba mojarme y hacer sonar los zapatos en la lluvia, pero esto de dormir en la calle, bajo la lluvia, no lo concebía. Junto con eso, en esa época leía lo que leían todos los niños: El Peneca y Don Fausto. Cuando tenía unos diez años, encontré en el tercer patio de la casa un librote abandonado.
Lo miré y comencé a leerlo con cierto deleite. Este libro era la Biblia, y a mí me interesó como un libro de la vida porque empezaba de manera bastante dramática, con un hermano Caín que mataba a su hermano Abel, hijos del Primer Hombre y de la Primera Mujer, que son expulsados del Paraíso por comer fruta, la fruta prohibida. Yo no sabía cuál era la fruta prohibida, se decía que era la manzana, pero yo comía manzana todo lo que podía y no pasaba nada. Pero fue una gran posibilidad de entrar en la existencia humana, porque la Biblia es, hablando en forma herética, una gran teleserie de la vida en onda dramática y majestuosa. Por lo tanto, ese niño sintió que leer era absolutamente una posibilidad de conocer muchas cosas y de ir haciéndose, de ir conociendo el mundo de una forma asombrosa. La Biblia es un gran tratado de la naturaleza humana. Sí, es un gran libro de la naturaleza humana, no es un libro simplemente regocijante, va más allá es un libro de la fe, para muchos, pero no sobre la base de pintar una tierra maravillosa, sin problemas, y tampoco de pintar un hombre perfecto, sino que allí están expresadas todas las pruebas de la humanidad. Lo dijo el gran novelista ruso Fedor Dostoievski: “El gran problema es el corazón humano, donde se libra la perpetua lucha entre el bien y el mal, y el hombre está constantemente en ese dilema, tiene que decidir”. Así, de leer –yo leí todos los días varias horas– pasé al intento de escribir.
Usted nombra la Biblia como una de sus primeras y más impactantes lecturas, y en esto coincide con Gabriela Mistral, quien la aprendió de su abuela. Su libro Gabriela Mistral, pública y secreta es una de las mejores biografías que se han escrito de ella, porque se ingresa a la vida de la poeta con una prosa dulce, cariñosa y poética, con ese ojo de quien observa, interpreta, pero también venera.
Gabriela Mistral recuerda que la persona que más influyó en su infancia fue su abuela paterna de apellido Villanueva. La llamaban la teóloga en Coquimbo, porque cosía las casullas, o sea, toda la indumentaria eclesiástica, y era una seguidora muy fuerte y dramática de la Biblia. Ella siempre pensó que Gabriela, como niña problemática, debía acercarse a Dios. Y sucede así al punto que, luego, Gabriela dice: “Este es el libro de mi familia, ahí estoy yo. No hay otro libro donde yo me sienta más cerca”, y nombra algunos personajes bíblicos en los cuales ella se siente retratada. Su relación con la religiosidad fue fervorosa. Ella era una niña campesina, a la que le fue muy difícil abrirse paso porque era pobrísima y huérfana, porque el padre había abandonado el hogar. Sufrió dramas infantiles, de alguna manera ella experimentó también abusos sexuales, pero por delicadeza no lo decía… Después, en instantes de honda familiaridad y franqueza, lo reveló a personas discretas en las cuales creía.
Esta mujer tiene una conducta bíblica como los profetas. Se declaró miembro de la “campesinería”, palabra que yo no sé si existe en el diccionario, pero ella fabricaba vocablos y lo hacía con mucho talento. Decía: “Mi columna es de la clase obrera”. No le gustaba la gente siútica; tenía amigos de otras clases pero personas rigurosas respecto de la poesía. Gabriela decía que tenía contacto directo con la divinidad. En una oportunidad que discutió con un sacerdote en Punta Arenas, ella le dijo con cierta arrogancia: “Yo soy más cura que usted, porque tengo contacto directo con Dios”. Gabriela Mistral también escribía con ese sueño de hacer que la vida fuera mejor para todos. Yo creo que es una mujer que debe ser rescatada. Neruda, que la quería y respetaba, acudió a esta maestra que en ese momento era la directora del Liceo de Niñas de Temuco, para que mirara los versitos que escribía, que rayaba ya en la adolescencia. Entonces, ella lo confirmó: “Usted es poeta, pero no razone nunca su vocación.
Lea mucho, lea mucho, lea a esos rusos que se meten en el corazón humano. No lea a los franceses, porque están muy preocupados de la cama y otras cosas”. Es una mujer que la inmensa mayoría conoce de nombre, pero son sólo algunos los que conocen parte de su poesía. ¿Qué no se puede dejar de leer de la premio Nobel Gabriela Mistral? A mi juicio Desolación, que es el primer libro que no se publica en Chile. Pero ella ya era conocida, ya que los libros de lectura del liceo ponían poemas suyos y, en ese tiempo, esos textos de Manuel Guzmán Maturana iban por toda América Latina y, así, Gabriela Mistral, sin saberlo, se hizo popular para todos los maestros y maestras del continente. En los últimos años, usted se ha dedicado a escribir la biografía de grandes escritores, tanto chilenos como también latinoamericanos, en el caso de Juan Rulfo. ¿Cuál fue el plan para cada uno de estos autores a través de sus libros? En Rulfo, ¿qué quería decir de él, por ejemplo? Rulfo escribió sólo dos libros y son pequeños libros clásicos. No escribió más, pero es el mero México por dentro, y lo que cuenta es la situación de la pobreza en todo el subcontinente latinoamericano. La pobreza extendida a millones, con todo lo que significa de frustración humana.
Es la más cruel enfermedad porque la persona no puede realizarse en situación miserable. ¿Y qué representa Vicente Huidobro? Vicente Huidobro es el polo opuesto. Su madre le dijo: “Yo te tuve a ti no para que fueras presidente de Chile, sino rey de Chile, y si no fueras tan loco ya lo hubieras conseguido”. Una madre impetuosa, soñadora, amante de su hijo, que lo empuja a la grandeza a la que él se incorpora como un hecho natural. La misma madre contacta con genealogistas españoles para que establezcan si Vicente y ella descienden de los reyes de España. Los expertos recurren a los prelados que se suponen ilustrados e investigadores, y ellos, al cabo de algún tiempo, responden: “Sí, efectivamente, los Fernández, es decir, los antepasados de ella, y por lo tanto del hijo, han sido reyes. Se trata de Alfonso, el Sabio”. La madre cree que con esta respuesta el joven que quiere ser poeta se tranquilizará, pero él le dice: “A mí no me interesa ser descendiente de un rey poeta, lo que me interesa es un rey conquistador”. Y entonces completan el examen genealógico y establecen que, efectivamente, el Cid Campeador es un antecedente de Alfonso X, el Sabio, por lo tanto, de Vicente Huidobro. Entonces, Huidobro inmediatamente escribe un libro sobre el Cid Campeador. Se sentía sinceramente conquistador, el conquistador de “la corona mundial de la poesía”, que no existe; el conquistador, desde luego, de mujeres; el conquistador de la cocina, porque inventaba platos… y todo lo intentó.
Quiso fundar de nuevo la poesía, y por eso fabricó o insinuó esta escuela de la cual aparecía como fundador, que se llamaba el creacionismo, en competencia con la naturaleza, la naturaleza que es la gran creación, pero él dice: “Por qué cantáis la rosa ¡Oh, Poetas! / Hacedla florecer en el poema”. Y de Pablo Neruda, ¿qué es lo que quiso mostrar de él? ¿Qué es lo que rescata usted de un personaje del cual se sabe tanto? En un sentido distinto es el contrapunto de Huidobro, porque Pablo Neruda como Gabriela Mistral son personas de pueblo, tienen una infancia difícil, una juventud en la que no siempre se come, aunque todos los días se beba. Neruda estaba dominado en ese tiempo por la bohemia, que él, después, afortunadamente abandona. Pero para eso tiene que dejar Chile, dejar sus amigos de parrandas, que se emborrachan todas las noches, y por eso va a dar al Oriente en un cargo precario de cónsul, que no tiene un sueldo fijo. Pero Neruda es, para mí, no un poeta en la luna, sino que es un poeta con los pies en la tierra y, efectivamente, tenía mucho sentido común. Pero quiero decir que su sombra es muy frondosa y tapa a otros grandes poetas, deja a Gabriela en una situación más desconocida, a Huidobro mucho más.
Huidobro vendía muy pocos libros, muchas veces los autoeditaba y en su casa había estantes llenos con libros que no se vendían. Sin embargo, fue un gran hombre que al fin de su vida reconoció que “él no era un pequeño Dios”, porque llegó el momento en que la mujer que él más quiso, Ximena Amunátegui, se fue de la casa y tuvo otro amor con el cual se casó y tuvo hijos. Eso para él era inconcebible, el mundo “patas arriba”, incomprensible. ¡Cómo eso le pasaba a un hombre que era un súper hombre, un súper amante, según él, y el hombre que atraía a las mujeres! Aparte de eso, y el hecho de que un muchacho amarillento que apareció en 1921 en las calles de Santiago y en el Instituto Pedagógico, que no tenía ninguna prosapia literaria, social, ni de nada, fuera ascendiendo a través de los libros que publicaba, como Crepusculario y Veinte poemas de amor y una canción desesperada, y que en la consideración del público se hiciera popular, esto enfermó, de alguna manera, más gravemente a Vicente Huidobro y, también, a Pablo de Rokha. Y de ahí vinieron también las querellas, la guerrilla literaria, en palabras de Faride Zerán. Con este Neruda de frondosa fama es que se inicia una novela suya que es prácticamente desconocida para el público chileno. Me refiero a La guerra interna, su última novela publicada en México en 1979 y que no ha sido aún publicada en Chile. Se trata de una obra con mucha poesía pero también aparecen monstruos… pareciera ser un grito de rescate de la memoria. ¿Es esta la novela histórica en la que usted quería retratar lo que estaba sucediendo en el Chile de la dictadura? Esta novela no se parece mucho a las otras que escribí. Es una novela hija del exilio, que quiere re flejar la atmósfera que se vivía en Chile en los primeros años de la dictadura, pero yo no quise hacer un libro simplemente realista elemental, porque en ese caso yo no podría ensayar como personaje a un Neruda que ya había muerto. Este libro es de ruptura de la realidad, y pide socorro con la participación de la fantasía, que se cifra en los personajes terroríficos del cine, como Bela Lugosi, Drácula, etcétera. A ellos se les contrata como especialistas en torturas, pueden utilizar técnicas modernas, como la electricidad… es decir, son doctores en la materia.
La novela cuenta un caso, el de una niña pequeña, supuestamente hija del dictador, que escucha que su padre es el presidente de un país donde se hacen cosas crueles, y que entonces quiere ir y comprobar por sí misma todo esto. Esto parte de una realidad: en el exilio conocimos la noticia de la expulsión de muchos chilenos, entre ellos de Jaime Castillo Velasco, que defendía a los perseguidos y también era abogado de derechos humanos, quien fue expulsado del país y llegó a Roma. Yo fui a verlo, y entre las cosas que me conversó, me dijo: “La hija mayor de Pinochet fue a mi estudio y me dijo: Mire, don Jaime, yo estoy preocupada por lo que se dice sobre mi papá. Pero yo no le creo a ninguno de los upelientos, no le creo a nadie de izquierda. Yo le creo a usted, porque lo considero una persona de alta moralidad, y quiero que me diga si en este país se tortura o no se tortura.
Y Jaime Castillo Velasco le dice: Sí, se tortura. Y ella le dice: ¿Y cómo lo puedo comprobar yo? Bueno, yendo a alguna casa donde se tortura, puede ir a Villa Grimaldi… Entonces ella fue invocando el fuero que le daba el hecho de ser hija del presidente, pidió que la dejaran entrar, alcanzó a ver algunas cosas en Villa Grimaldi, pero después los funcionarios reaccionaron y no le permitieron seguir su visita”. Alguna gente pensó que yo había inventado a esa niña, y sí, inventé una niña, de 9 a 10 años, pero no inventé naturalmente a la hija mayor de Pinochet, quien en algún diario hace un par de semanas dijo que ella al principio trató de ayudar un poco, y que incluso quiso comprobar si hubo torturas. La guerra interna es un libro que escribí con el afán no de hablar tanto de lo que la gente podría saber en el extranjero sobre Chile, sino que buscaba introducirme en el clima subjetivo, moral, psicológico de las personas. Entonces, todos sus personajes, los de la Junta, como Merino, el general de aviación, el carabinero, todos aparecen hablando cada cual en su idioma, en su idioma personal y, en ese sentido, se puede dar luz más allá de lo que uno puede pensar. En el libro, en alguna parte por cierto, dice que “la guerra es la quinta sinfonía del arte militar, y habrá una tercera guerra y eso será estupendo”. Eso lo dijo Merino en una de sus charlas de los martes.
Esta guerra interna es una novela de lo escabroso, en la que hace un retrato de época de la dictadura. Si tuviera que elegir un género, un tono para escribir una novela en el Chile de 2006, ¿qué preferiría? Yo preferiría una novela pacífica, esperanzada, que dijera también cosas bonitas. Trataría de asomarme a una fotografía del país hoy y, particularmente, a la juventud. A mí me apena muchísimo esa juventud que pretende independizarse, romper con lo establecido, negar lo que está arriba, incluso que se deja atrapar por la droga, desde la que hay un paso para llegar al delito. Yo pensaría en evocar esa juventud de la esperanza, porque es ella la que tiene que hacer el siglo XXI y es bueno que la cultura, la lectura, el arte también estén en ellos. Me gustaría colaborar en esa toma de conciencia democrática y libertaria en la juventud, porque hay que imitarla, no a nosotros mismos.
Ya no tiene mucho sentido la repetición del drama, y para que éste no se repita, se necesita un país de democracia, de libertad… lo que se ha conseguido bastante, pero nuestra democracia todavía tiene imperfecciones, no es completa, y yo creo en la participación de todos, y creo también en la incorporación de todos no sólo en la vida política de los partidos, sino también de todos los movimientos: ecológicos, femeninos, juveniles, porque tenemos que interesar a toda la gente para que opine respecto de este país que hay que hacerlo entre todos.
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