En el mundo hay crisis. Se ha hablado de un proceso como el de 1929. O incluso peor. Cifras de desempleo, de despidos, de rebajas de salarios, de empresas en quiebra. Las páginas y espacios de los medios de comunicación reflejan a diario la depresión económica y las medidas que los gobernantes anuncian para cambiar la situación. En otras épocas, las empresas informativas sufrieron, al igual que otras, las consecuencias de la debacle financiera. Como en otras, los planes de ajuste, las reestructuraciones presupuestarias, la falta de ingresos acaparaban las reuniones de los directivos. Y ahora no es diferente. El New York Times, por citar un ejemplo rimbombante, ha despedido a parte de su plantilla y ha tenido que vender su edificio mientras busca un modelo económico con el que transitar hacia la rentabilidad en el mundo digital. En España, en 2009 han despedido a 3,500 periodistas.
En un seminario celebrado en marzo del pasado año en el Poynter Institute de Saint Petersburg, en Florida, había un gran porcentaje de participantes que buscaban alternativas individuales para seguir en la profesión tras haber recibido la carta de despido en los medios donde desarrollaron parte de su carrera. Los medios no han quedado inmunes a la crisis, pero en esta ocasión se les ha agravado el panorama por algo más preocupante: un descenso de las audiencias acompañado de una caída de los ingresos publicitarios, de la que sólo se salvan algunos medios digitales. Hay crisis en el periodismo y del periodismo, una crisis vinculada con la pérdida de los valores fundamentales de la profesión y, a diferencia de otras épocas en las que el público no tenía alternativas, en la era digital busca, encuentra e incluso crea sus propios medios para estar informado de lo que le interesa sin necesidad de recurrir al tradicional diario, al canal de televisión o a la emisora de radio. Los diarios impresos, en general, pierden lectores, rebajan sus tiradas, reducen sus ingresos publicitarios y atraviesan una crisis de credibilidad. Más de un centenar cerraron el pasado año en Estados Unidos. Las audiencias de radio y televisión también sufren caídas. Y todo ello se traduce en problemas para los modelos económicos aplicados hasta la fecha, basados en la venta o en la publicidad. Las opciones que las empresas tradicionales de medios presentan en Internet han llegado tarde porque ya otros internautas, más activos y entendedores del verdadero potencial de Internet, les han comido terreno con ofertas que enganchan con los usuarios. Se nos ha dicho que la crisis financiera es fruto de la avaricia.
La contaminación medioambiental está causada por el abuso en el uso de los recursos naturales. La del periodismo tiene su origen en el olvido, de parte de periodistas y empresas de medios, de cuál es su principal razón de ser: la gente. En el fondo, lo que nos están diciendo aquellos cuyo derecho a la información habíamos obtenido por delegación es que, si no hacemos las cosas bien, nos retirarán su confianza, que nos hemos olvidado de hacer aquello por lo que siempre nos han valorado, que no encuentran en nuestra oferta lo que nos hace valiosos y que, en definitiva, tienen acceso a otras opciones que sí llenan los vacíos informativos que se les crean en el mundo del siglo xxi. Y si aún y todo no lo encontraran, tienen la posibilidad de crearlo. Realmente, la crisis no es solo financiera, sino también de valores profesionales. Y por eso el periodismo está en crisis. Las doctrinas políticas de la segunda mitad del siglo xx abogaron por la acción a favor del bienestar. Todavía vivimos bajo los preceptos diseñados para ello. Así, lo importante es proveer de todo aquello que permita a la gente sentirse bien gracias a lo que tiene a su alrededor, a lo que posee, y no a lo que es. Ello ha estimulado el consumismo a cualquier precio y la compararía barata, siempre con el ánimo de tener más y mejor que el vecino.
De esta manera, los valores intrínsecos para, primero, ser buenas personas, y luego adornarse con los bienes materiales que fueran necesarios para desarrollar ese “bienser” quedaron en un segundo plano para dar paso a la avaricia, a la comodidad, al egoísmo e incluso a la ignorancia. Esta descripción, trasladada al mundo del periodismo, se traduce en la primacía de los ratings de audiencias sobre la calidad de contenidos. Las empresas sólo se preocupan de vender más, sin importar qué están vendiendo, y los periodistas se apegan a la audiencia como manera de sobrevivir en un negocio cada vez más alejado de la verdadera esencia del ejercicio periodístico. E incluso han mentido o se han inventado historias con tal de ganarse el favor del público y el reconocimiento profesional. El periodista-protagonista toma la delantera. Lógicamente, no todos los medios y periodistas han caído en tan tremenda dejadez y desidia profesional. Y el periodismo de calidad sigue teniendo cabida y reconocimiento, aunque también deba someterse a un escrutinio para repensar su quehacer en un mundo cada vez más digital. Pero hasta a las cabeceras serias de diarios o a los principales canales de televisión se les acusa de defender tales o cuales intereses políticos o comerciales, antepuestos a lo que debería ser su verdadero negocio: la elaboración de contenidos informativos serios y profesionales sin importar a quién afectan, colocando en el inicio del proceso a la gente.
Por eso, en momentos en los que para la crisis económica se pide una solución basada en recuperar los valores humanos como base para mover el motor financiero, en el mundo del periodismo no estaría de más repasar algunos de sus fundamentos y rescatarlos del baúl de los recuerdos para instalarlos en la base del accionar de periodistas y empresas, teniendo como punto de arranque que es el público, ahora quizá más segmentado y atomizado que nunca, al que hay que informar y para el que hay que informar, y cuyos intereses hay que descifrar para anteponerse a los intereses particulares de quienes hacen la información y de quienes invierten para que se haga. Es hora de volver a los fundamentos del periodismo para salir de la crisis. De poner a las personas y al bien común en el primer lugar de puntos a tomar en cuenta a la hora de plantear una historia periodística. Recuperar parámetros y claves profesionales que se explican en las facultades y escuelas, descifrar las nuevas realidades del mundo y de sus habitantes para establecer la nueva ecología informativa, en la que se debe asumir que el público ya no es un agente pasivo que recibe los mensajes, sino un actor que contribuye con sus propios contenidos a alimentar y enriquecer la información que divulgan los medios. Hay que entender la tecnología como una herramienta para trabajar mejor y no como un instrumento hacia la conformidad y el abandono. Y asumir que los periodistas ya no estamos solos, que hay otros muchos que informan, a su manera, que la información se ha atomizado, que hay que trabajar cada día más en la especialización temático-informativa y que hay que aprovechar todo lo bueno que la era digital pone a nuestro alcance. La creatividad es uno de ellos. No son pocas las veces que ojeamos diarios, cambiamos de canal de televisión, preferimos escuchar música en la radio y hasta navegamos superficialmente en las ofertas de Internet. Y es que no hay mucha cosa que ver, escuchar o leer. Los medios aburren y deben despertar del letargo con grandes dosis de creatividad. El público está vivo, y quiere vivir. Si no se elabora información viva para que las personas la incorporen a su cotidianidad, el camino de la tumba está más cerca. Si se atraviesa una crisis de creatividad, basta tomar cualquier objeto al alcance, observar y anotar en un papel las palabras que vayan surgiendo durante el proceso. Luego, se enlazan entre sí, se añaden otras relacionadas… Pensar, pensar, pensar. Un sencillo ejercicio puede ser el inicio de una gran historia. También va siendo hora de recuperar la credibilidad. No sólo vinculada con la veracidad de una historia, con que los datos incluidos en ella sean ciertos, con que las frases escritas correspondan a una declaración real.
El de la credibilidad es parte fundamental del negocio y si no se le hace caso, llega la hora de morir. Paco Sancho, profesor de la Universidad de Navarra, decía que la credibilidad debía tomar en cuenta el “respeto y defensa de los valores fundamentales de los ciudadanos y de la comunidad a la que se dirige el trabajo profesional; huida del sensacionalismo afrontando las informaciones delicadas con el máximo respeto hacia las personas implicadas y sus derechos, y con respeto y a los derechos y las sensibilidades de los receptores de la información; ser cuidadoso, veraz y respetuoso con la ley y con los derechos de las personas”. La meta debería ser lograr que, en sus conversaciones, las personas vuelvan a decir: “Eso que dices es verdad porque lo he leído/visto/ escuchado en tal o cual medio”, o “si fulano lo ha dicho en la tele, es verdad”. El rigor es otro de los fundamentos imprescindibles del periodismo. Hay que contrastar las informaciones, verificarlas, precisarlas, contextualizarlas. De nuevo, Paco Sancho tiene la clave. “La misión del periodista no es la de enjuiciar, sino la de ofrecer elementos relevantes y necesarios para que los ciudadanos sean quienes juzguen y lo hagan con acierto”. Si el dato ofrecido es incorrecto, los juicios y las decisiones tomadas con base en él serán igualmente incorrectos, con las consecuencias que ello pueda tener para las personas que tomaron el dato por bueno y válido. No estaría de más que los periodistas cuiden los datos de sus historias con el mismo rigor con el que uno exige que otros escriban correctamente su nombre y apellidos. La capacidad de criterio para discernir es, si cabe hoy en día en mayor nivel, algo de suma importancia para trabajar en un medio de comunicación. No solo para distinguir entre lo que es noticia periodística y lo que no; también para seleccionar la información que se va a trabajar. Es bastante habitual escuchar en las salas de redacción: “No tengo espacio”, “Sólo dispongo de un minuto para el reportaje y me ocuparía como cuatro”. Es cierto, cada día hay menos espacio.
Ni siquiera Internet salva esta barrera porque hay que medir la paciencia y capacidad de uso de la gente a la hora de plantear la arquitectura final de un artículo con todos sus elementos y con todas las opciones multimedia al alcance. Por eso, se necesita una gran capacidad de selección informativa y eso no es posible si no se tiene el más fino y acertado de los criterios profesionales. No hay que pensar en la falta de tiempo o espacio, sino en lo que uno puede dar de sí en el espacio y tiempo que tiene a su disposición. Hoy en día recibimos y tenemos acceso a más información que nunca. Los datos bailan delante de nuestros ojos. A veces no sabemos ni por dónde empezar a organizarlos. Es hora de aplicar el concepto de la claridad. El caos de cifras, nombres, conceptos, lugares que manejamos necesita ser organizado para llegar a un panorama claro de la historia. Pero no sólo eso. A la hora de contar, una vez seleccionada la información organizada, se debe hacer también con claridad. La preparación de esquemas puede ser el mejor aliado para las historias cortas. Y largas. En las ocasiones en las que he tenido que impartir clase de redacción, he hablado con los alumnos de la importancia que tiene hacer un alto en el camino antes de comenzar a escribir o montar algo. Es el momento de revisar todas las notas, concatenar documentos, hacer un esquema con las claves de la historia y organizar la estructura en la que podemos prepararlo. Todo este proceso previo, hacer un buen esquema de trabajo, lejos de ser un gasto de tiempo, es una inversión.
Uno aprende, a medida que se organiza, aquello que quiere contar, y con las ideas claras, puede escribir con mayor soltura en pos de la claridad narrativa, a la que es de rigor añadir la sencillez, entendida como la pulcritud en el uso del lenguaje y el correcto orden del mensaje. “Mamá, mamá.. Papá, papá… esposa, esposa… novia, novia… hijo, hijo…”. Elija al ser querido que quiera y pregúntese si lo que ha preparado sería entendido por él o ella o no. Sus familiares y amigos son su mejor público y nunca querrá decepcionarlos. Aunque en los manuales de periodismo no suele aparecer, el escepticismo es otro buen valor recuperable. En lugar de creer y dar por bueno lo que nos cuentan, no estaría de más ser un malpensado, en el sentido de poner en duda las informaciones que nos llegan con el fin de verificarlas y de averiguar lo que existe tras bastidores. Investigar más allá de las declaraciones oficiales, de los discursos bonitos, de los testimonios con cara de ángel… Este tipo de actitud puede ayudar a dar a las historias el verdadero valor que contienen, a no exagerar situaciones y a no servir de portavoz gratuito de intereses alejados del bien común y social. Y si lo que se alega para convertirse en mero transmisor de mensajes es falta de tiempo, la respuesta es: buenos archivos y bases de datos.
A veces una sencilla llamada a alguien bien informado en un tema puede cambiar la noticia. Es preferible recibir un palo noticioso a dar a conocer algo que no es cierto o que está fuera de contexto o dimensión para luego tener que rectificar. Decía Miguel Angel Bastenier, ilustre periodista de El País, ahora dedicado por entero a su columna de análisis internacional y a formar periodistas, que, más que de ser independiente, el periodista debería ocuparse de ser honesto. Coincido con él en que la honestidad es un valor profesional que hay que recuperar en el camino hacia la mayor cota de independencia periodística, valor que viene de la mano de la ética y que implica bastante más que no corromperse. Nueva cita de Paco Sánchez: “El periodista independiente amplía constantemente la cantidad y calidad de sus fuentes, alejándose de la excesiva proximidad y abriéndose a todo el espectro social; somete a sus fuentes a un constante chequeo de fiabilidad, lo cual no significa que sea desconfiado sino prudente; y nunca cede a las presiones externas ni de los protagonistas de los hechos porque sabe que lo que divulga es la verdad, y una verdad necesaria que debe conocer la sociedad”. Si a esto se le añade que el periodista primero debe ser buena persona.
El honesto no engaña a nadie y garantiza altas dosis de credibilidad. Por último, sin querer dar la lista por cerrada dado que hay otros valores profesionales que se podrían sumar a ella, la formación. El periodista debe actualizarse y preocuparse por aprender cada día más de muchas cosas, pero también de periodismo. Sobre todo, en estos tiempos digitales en los que se repiensa la profesión para adaptarla a las nuevas exigencias de la sociedad de la información y del conocimiento. La formación periodística debe ser continuada y sostenida en el tiempo. Y tender a la especialización en temas y conceptos propios de la profesión, pero también de las materias con las que se trabaja en el día a día para lograr mejores niveles de información para el público. Y para incorporar al quehacer diario las nuevas tecnologías, los nuevos códigos y los nuevos lenguajes. Para ello no hay que esperar a ser enviado a tal o cual curso, o a tener el dinero suficiente para pagar el registro en un seminario. Existen libros, expertos y documentos, sobre todo en la red, con los que se puede aprender mucho y de los que se puede aprender mucho. El saber no quita lugar.. y hoy en día, mucho menos.
Actitudes humanas
A la retahíla de valores profesionales cabría añadir actitudes de carácter humano, tan necesarias como los primeros. Los periodistas no son robots programados para hacer una tarea. Como seres humanos, sienten. Por ello, es importante tener ilusión por lo que uno hace, para no caer en la desidia, el conformismo o la pasividad. La capacidad de asombro nunca debe perderse, sobre todo, ante pequeños detalles que para muchos pasan desapercibidos, pero donde pueden estar las mejores y más valiosas historias. Hay que tener ganas renovadas de querer hacer las cosas bien, cada día mejor y de tener la inquietud de querer saber cada día un poco más de lo que nos rodea. La perseverancia puede ayudar a luchar contra los reveses, a defender la calidad frente a la mediocridad. Y perseverancia para buscar, buscar y buscar todos los días explicaciones, personas con algo importante e interesante que contar, datos que confirman teorías… Pasión para mantener encendida la llama de las noticias.
Entusiasmo para convencer a quien haya que hacerlo de que lo que uno investiga y persigue merece la pena. Humildad, porque primero es la gente, luego la gente y, al final, la gente. La vuelta a los fundamentos profesionales y la recuperación de ciertas actitudes humanas constituyen una necesidad para una clase y una profesión en crisis si quiere salir de ella. Los dueños de las empresas dirán que todo esto es muy bonito, pero lo que ellos ven al final del día es una cuenta de resultados y la proyección de ganancias. Alfonso Nieto, también profesor de la Universidad de Navarra, dijo un día en clase que “toda empresa tiene el deber ético de ganar dinero”. Las periodísticas, por igual. Y la mejor y sostenida manera de lograr la rentabilidad es con contenidos profesionales y de calidad. También decía Miguel Angel Bastenier que si una empresa periodística da pérdidas un año sí y otro también, y se mantiene en el mercado, hay que revisar, porque su fin no es estar al servicio de la sociedad. Las empresas periodísticas pueden y deben ser rentables. Y la base para ello es tener una buena materia prima, que no es otra cosa que hacer buen periodismo. Y el buen periodismo es un buen negocio. Sólo hace falta adaptar el modelo de monetizarlo.
Bibliografía
Casals Carro, María Jesús, Mensajes periodísticos y Sociedad del Conocimiento: Libro homenaje al profesor José Luis Martínez Albertos, Madrid: Fragua Editorial, 2004. Grijelmo, Álex, El estilo del periodista, Madrid: Altea Taurus Alfaguara, 2008. Hall, Kevin y Ruth Merino, Periodismo y creatividad, México: Editorial Trillas, 1995. Kapuscinski, Ryszard, Los cinco sentidos del periodista, Colección Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Restrepo, Javier Darío, El zumbido y el moscardón, Colección Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.
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