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Narradores de Santo Domingo celebran primer Bloomsday dominicano

by Rodolfo Báez
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Esta noche conoceremos más de la fiesta literaria que está arropando el mundo», dijo Inés García –actual coordinadora del Taller Literario de Narradores de Santo Domingo– a unos cincuenta admiradores de James Joyce que habían llenado el patio de la librería del Ministerio de Cultura para celebrar el primer Bloomsday dominicano. En realidad, era el segundo Bloomsday que el taller celebraba en la República Dominicana, pero el primero en que se hacía de forma oficial, inscribiéndose en la web del James Joyce Center y formando parte de los más de sesenta países que participaron en dicha celebración. El Bloomsday se celebra el 16 de junio, día en que transcurre la obra maestra del escritor irlandés James Joyce. Era tal su interés por Homero que Joyce construyó su trama no en 24 capítulos como la Ilíada y la Odisea, sino en 24 horas, un día que los protagonistas consumen y el lector justifica, posiblemente por solidarizarse con el irreverente personaje que reniega de llegar a casa, ya que sabe que su mujer le está siendo infiel.

Leopold Bloom, el personaje del Ulises, es quien dona su apellido a la festividad Bloomsday, que es también un juego con las palabras Doomsday (día del Juicio final) y Bloomsday (traducida literalmente, significa día del Florecimiento). Sin embargo, el término no aparece en la novela de Joyce, sino que se utilizó por primera vez con motivo del 50 aniversario de su publicación; pero ha sido tanta su aceptación y popularidad que cada año más y más países se suman a las diferentes actividades. De una típica ceremonia que consistía en lecturas colectivas de la novela, ambientación de algunos pasajes y en preparar los alimentos que consumen los personajes, el Bloomsday se ha convertido en una multitudinaria celebración que va desde la réplica del recorrido de Leopold Bloom por todo Dublín, hasta carreras de atletismo, representaciones teatrales y otros tipos de concursos.

Desde 1954 el Bloomsday se celebra cada 16 de junio. Esto no es casual, puesto que el 16 de junio de 1904 Joyce tuvo su primera cita con Nora Barnacle, quien años después se convertiría en su esposa y en madre de sus hijos. Resulta cómica la idea de conmemorar un evento que nunca ocurrió. Los sucesos, situaciones y personajes son producto de la imaginación de Joyce. Pero ¿no serán todas nuestras fiestas así? ¿No comienzan las tradiciones en la mente de alguien y el tiempo se encarga de santificarlas?

El Bloomsday en la República Dominicana

La idea de celebrar en territorio nacional lo que ya se ha convertido en un evento universal viene de Héctor Santana, uno de los miembros del Taller Literario Narradores de Santo Domingo. Santana resume así su devoción por el libro: «El Ulises es uno de los experimentos novelísticos más importantes de la literatura universal. Con él celebramos el amor hacia la literatura, pretendiendo que del seno de nuestras letras surjan obras que sean influidas por el Ulises. El Bloomsday es el momento en que la literatura se viste de gala para conmemorar no solo un día en la vida de unos personajes, sino, más bien, el origen del acontecimiento literario llamado Ulises».

Para otros miembros del taller el libro también guarda su magia. Valentín Amaro asegura que «recrear el mundo de Joyce desde el Caribe, leerlo, sentirlo y vivir su humor ha sido una experiencia gratificante». Vicente Arturo Pichardo puntualiza: «El Ulises trajo una literatura fresca y un modo de narrar distinto. Joyce fue más allá de lo que se esperaba. Él sabía que después del individuo está la conciencia. Por eso el Ulises es un antes y un después». Mientras, para Daniel Polanco «leer Ulises y conocer sobre Joyce, Irlanda, sus costumbres, su cultura, su humor, es tan mágico como leer el Quijote y no hay una manera más motivadora para ello que formar parte del ritual del escritor».

El Taller Literario Narradores de Santo Domingo (tnsd) es relativamente joven. Fue fundado en diciembre del 2009, como una respuesta a la necesidad de un espacio dedicado exclusivamente a la narrativa, por el entonces director del Sistema Nacional de Talleres Literarios, Valentín Amaro, y por Eulogio Javier, actual director, quien para entonces ejercía de subdirector. La actual directiva (2014) está compuesta por tres mujeres: Inés García, Raisa Pimentel y Niurca Herrera (coordinadora, subcoordinadora y encargada de proyectos, respectivamente).

Cuando la directiva del taller aceptó la propuesta de realizar el Bloomsday, la coordinadora se puso en contacto con The James Joyce Centre Dublin e inscribió al país en la celebración de este año. En la página , se puede ver a la República Dominicana al lado de países como España, Suecia o Australia.

De vuelta a la fiesta Esa noche, cuando la delgada silueta de Inés se dobló sobre el micrófono, dejó claro que el Bloomsday dominicano lo inauguraríamos leyendo el primer capítulo del Ulises, que, en la traducción de José María Valverde, consta de 15 páginas. Luego, probaríamos algo del arte gastronómico del libro, beberíamos leche, té y, por supuesto, alcohol.

La velada prometía ser genial. En el patio habían colocado hileras de velas que parecían iluminar el camino hacia un cielo menos distante que el soñado. Sentados frente al podio, desde donde hablaba Inés, los miembros del taller aguardaban su turno para leer el fragmento del primer capítulo que les correspondía. Inés no se hizo rogar y de inmediato su vocecita, incapaz de alzarse más allá de la pálida luz de las velas, inició la lectura: «Solemne, el gordo Buck Mulligan avanzó desde la salida de la escalera, llevando un cuenco de espuma de jabón, y encima, cruzados, un espejo y una navaja».

Era curioso ver como estos devoradores de libros sentían ansiedad por leer algo que con toda seguridad ya habían leído. ¿Respeto al trabajo serio, a la literatura de calidad, a los libros que se escriben una vez y permanecen para siempre? No lo pude averiguar, pero sus rostros serenos insistían en que nuestros nervios eran una muestra de respeto por la literatura, y de que si un día dejábamos de sentirlos, ya no valía la pena.

Héctor Santana saltó desde la primera fila y sustituyó a Inés en la lectura. Tras él, Mildred Rodríguez tomó el libro aún tibio (lo afirmó al tocarlo), posiblemente por las emociones, y batallando con su timidez soltó la primera oración como cuando lee uno de sus textos cargados de inocencia. La lectura se fue haciendo más diverti da. El alcohol había soltado las lenguas. Cuando anunciaron que la cena estaba lista, por un momento nos olvidamos de los libros, porque el pan, el té y la leche a los que se hacía referencia en el texto que leíamos comenzaron a fluir de mano en mano como si salieran del mismo Jesucristo.

Tras la lectura, Héctor Santana se puso en pie, tomó el micrófono y nos recordó un pasaje de Ítalo Calvino sobre los clásicos: «Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir. Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado».

Después rebuscó entre las páginas del Ulises y leyó: «A Leopold Bloom le gustaba saborear los órganos internos de reses y aves, la sopa de menudillos espesa, las mollejas que saben a nuez, el corazón asado relleno, los filetes de hígado empanados, las huevas de bacalao fritas. Pero lo que más le gustaba eran los riñones de cordero a la plancha que le proporcionaban al paladar un delicado gustillo a orina tenuemente aromatizada». En seguida, empezó a circular una bandeja con riñones y pan que la esposa de Héctor Santana había preparado emulando un pasaje del Ulises. Desde ahí la fiesta tomó otro matiz. La lectura fue sustituida por el sabor de los condimentos, el olor rancio y la grasa en los dedos. En cada bocado, en cada pedazo de pan y de riñón, en el sorbo de té, leche o alcohol… estaban Joyce y sus personajes

El primer Bloomsday dominicano parecía terminar, y, sin embargo, una llamita acababa de encenderse. Quizás muy pequeña para ser vista por veinte millones de ojos atosigados por la globalización, pero con la esperanza de guiarnos y unirnos a los que gritan (a un mundo aparentemente sordo) que, aun viviendo tan ocupados, la humanidad nunca olvidará sus creadores, a los hombres y mujeres que consagraron sus vidas para eternizarla con sus obras.


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