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La primera vuelta al mundo

by Alejandro González Luna
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Sergio Ramírez vino a la República Dominicana a dictar una conferencia para la cátedra de literatura caribeña René del Risco Bermúdez. Pese a que en nuestro país se le conoce desde los ochenta por sus ligazones políticas y por su larga trayectoria como escritor, creo que no está de más recordar su biografía. 

Sergio Ramírez Mercado nació en 1942 en un pueblo de Nicaragua llamado Masatepe. A diferencia de muchos de su generación que prefirieron la poesía como medio de expresión, él se decantó por la narrativa. Su primer libro fue una recopilación de relatos y su segundo una novela. A partir de entonces, ha ido alternando sus trabajos narrativos con el ensayo y el periodismo. Su consagración internacional llegó en los noventa con Castigo divino y sobre todo con Margarita, está linda la mar, que ganó la primera entrega del Premio Alfaguara de Novela. 

Estuvo involucrado en la revolución sandinista y ejerció como vicepresidente de Nicaragua desde el 10 de enero de 1985 hasta el 25 de abril de 1990. Posteriormente rompería con el Frente Sandinista de Liberación Nacional, y en 1996 se lanzó como candidato presidencial por el Movimiento Renovador Sandinista. Sus experiencias en la revolución sandinista y en el mundo de la política fueron plasmadas en Adiós muchachos, libro de memorias que publicó en 1999. 

Hoy en día es uno de los grandes opositores del Gobierno de Daniel Ortega, y al igual que muchos intelectuales ha repudiado la represión y las políticas desafortunadas del actual presidente nicaragüense. Desde el 2012, Sergio Ramírez dirige Centroamérica Cuenta, que en apenas cinco versiones ha reunido a más de quinientos escritores y se ha convertido en uno de los eventos literarios más prestigiosos de la región. En el 2017 se convirtió en el primer centroamericano en ganar el Premio Cervantes. 

Es el primer centroamericano que recibe el Premio Cervantes. ¿Cómo lo ha hecho sentir? 

Bueno, lo que pasa es que el Premio Cervantes te lo dan cuando uno sigue el camino que llevan los elefantes. Es una especie de coronación siempre tardía. Sin embargo, yo estoy aquí dispuesto a sacar más fuerza para seguir adelante. Con todo el entorpecimiento que eso representa en la vida de creación literaria, porque desde que te anuncian que te han dado el premio, seis meses antes que te lo entreguen, todo se vuelve una vorágine. Cerca de la ceremonia, en abril del año pasado, ocurrió la tragedia de los asesinatos cometidos por la dictadura de Nicaragua… eso me complicó más la escritura. Pero mi último libro se publicó en el 2017, y mi interés es no quedarme callado, sino ir por el siguiente libro. 

Ya que menciona la dictadura actual de Nicaragua, ¿le ve una salida inmediata? 

Lo veo más lento. En Nicaragua debe haber una salida democrática, sin derramamiento de sangre, lo que no es fácil. Muchas veces es más fácil proponer las salidas violentas, pero cuestan mucha sangre. A estas alturas me parece que tenemos la experiencia suficiente para evitar muertes. Lo ideal es que se hagan unas elecciones verdaderas y democráticas en que el país pueda elegir. Y en eso es que el país está, y eso es lo que yo acompaño. 

Estamos en la Biblioteca Juan Bosch y me parece oportuno preguntarle sobre su relación con el cuentista y político dominicano. ¿Cómo se conocieron? 

Conocí a don Juan en el verano del 1961, en San Isidro de Coronado, en Costa Rica. Él era profesor en la escuela de formación política que la socialdemocracia había desarrollado allí. Tuve una larga conversación con él. Hablamos sobre todo de literatura, pero, claro, también de la situación política. Nadie iba a decir que ese mismo año su vida iba a cambiar radicalmente debido a los cambios que acaecieron en República Dominicana tras la muerte de Trujillo. Nos volvimos a encontrar de nuevo en los tiempos de la revolución sandinista. Luego a mí me pidieron de Alfaguara que escribiera el prólogo de esos cuentos completos de don Juan que acababan de editar. Tuve la oportunidad de hacer una reflexión profunda sobre la vida de don Juan y sobre su obra literaria. Descubrí una clave suya: mientras él estaba en la lucha política nunca escribía nada. Sabía separar los espacios. Claro, su vida política transitada era una interrupción de su obra literaria, y viceversa. Pero nunca las mezcló. 

Usted contó que escribió Castigo divino cuando se encontraba en la vicepresidencia. Fue un poco al revés de esa clave de Juan Bosch. 

Yo tenía diez años de no escribir nada y tenía el temor de que como había sido electo vicepresidente me iba a alejar definitivamente de la escritura. Tendría un período más político frente a mí. Entonces iban a hacer 16 años de silencio literario. Eso me dio terror y me puse a escribir esa novela en el tiempo que el oficio político me dejaba libre. Es curioso porque es quizá una de las novelas más complejas que he escrito en cuanto a la trama y al acopio de documentación. Sin embargo, la hice en horas de madrugada. 

Mi siguiente tour de force fue Margarita está linda la mar que también la escribí en unas circunstancias parecidas. Porque yo estaba saliendo, arrancándome de la vida política, en el año 96. Venía de fundar un partido político, de probar una alternativa distinta a la del sandinismo tradicional, y salimos completamente derrotados, llenos de deudas. Entonces en ese mundo donde a mí me tocaba pagar deudas y liquidar una aventura política, la última de mi vida, yo me metí a escribir una novela compleja. Cualquiera piensa que para escribir un libro uno debe tener la cabeza despejada, solo dedicarte a eso, irte a la isla perdida, a la isla del tesoro. Pero no: tú estás escribiendo en medio de los problemas y de las presiones, en el tiempo que te dejan libre esos problemas. Creo que la escritura demuestra que se defiende sola. Busca donde agarrarse como la hiedra. 

Desde hace años imparte talleres de escritura, ¿usted cree que un escritor nace o se hace? 

Eso es un asunto de don. Naces con ese gen, es como los músicos. O como el que sabe bailar. A mí me pones a bailar y soy un desastre. Pero yo creo que sí puedes dotar de instrumentos y técnicas a quienes tienen esa vocación. Me gusta el oficio de compartir con otros los secretos de la literatura. Allá en el pueblo en que nací, en Masatepe, yo daba hasta el año pasado dos talleres anuales, que también se suspendieron por el régimen. 

¿Cuándo se pensó como escritor? 

En América Latina uno comienza a ejercer la literatura no con la idea de profesión, sino como afición. Nos enseñan desde niños el sentido de la sobrevivencia. Nadie le dice a uno que se haga escritor. Más bien te desalientan: te vas a morir de hambre, de eso no se come. Con el tiempo esa vocación se va decantando. Además, debes hacer otra decantación importante: ¿vas a escribir prosa o poesía? Yo la hice muy pronto, a los dieciséis años. Yo escribía poesía, pero me di cuenta de que la poesía que más me atraía era la que contaba historias. Me atrajo mucho la primera poesía de Ernesto Cardenal. Era una poesía narrativa y eso era lo que a mí me interesaba. 

¿Cuáles fueron sus primeros referentes? 

Tiene mucho que ver con la época en que uno crece. En mi época los referentes culturales eran las radionovelas que venían de Cuba, la música de La Sonora Matancera, Celia Cruz, Daniel Santos, los cómics y los dibujos animados, y el cine. Y luego la literatura. Cuando me preguntan sobre el primer libro que leí, yo digo que más bien es el primer libro que oí. Yo oí el Sandokán de Salgari en la radionovela. En ese sentido, la aventura a mí me la daban las voces e imaginar la descripción que hacían del mar, del sonido de las espadas… oyendo se imagina, al igual que uno imagina cuando lee. Pues todas estas raíces me llevaron a mí a las imágenes y a las voces, y luego a cómo reproducirlas en la escritura. 

De todos los cuentos que ha escrito y que Alfaguara ha vuelto a editar en una versión de bolsillo, ¿cuál es su predilecto? 

Pues a mí me gustan mucho los cuentos escritos sobre beisbol, pero desgraciadamente el beisbol no es universal. Rescataría “El juego perfecto”, porque es muy medido, muy matemático y trata de producir la distracción o la reflexión filosófica que constituyen este deporte. Siempre he sostenido que el beisbol es el único deporte que te da la oportunidad de filosofar sobre el juego. Un juego que siempre se está abriendo a infinitas posibilidades. Cada vez que el pícher lanza la bola pueden ocurrir miles de cosas. El que está sentado en las gradas puede estar haciendo de mánager porque está calculando cuál jugada es la mejor. Al que no entiende el beisbol le parece aburridísimo. Por ejemplo, los juegos más aburridos, para quienes no entienden el juego, serían los duelos de picheo. Yo he escrito cinco o seis cuentos sobre el beisbol. 

Por cierto, fue amigo de Julio Cortázar, uno de los mejores cuentistas de la lengua española. ¿Cómo se conocieron? 

A Julio lo conocí en Costa Rica en el año 1976. Él llegó a San José para dictar unas conferencias en el recién creado Colegio de Costa Rica que había creado la ministra de cultura Carmen Naranjo. Ernesto Cardenal vino de Solentiname. Luego fuimos a Solentiname los tres juntos. Pasamos un fin de semana allí y de ahí resultó el cuento de Julio «Apocalipsis de Solentiname». 

Ese mismo año, en el mes de octubre nos encontramos en la Feria del Libro de Frankfurt, que ese año estaba dedicada a América Latina. Eran los tiempos de la gran conquista de Europa por Latinoamérica. Además de Julio Cortázar, estaba Mario Vargas Llosa, Manuel Puig, Juan Rulfo, Augusto Roa Bastos. Así que había una excelente representación. 

Luego nos encontramos en París. Tres años después del triunfo de la revolución retornó y siguió viniendo hasta su muerte con Carol, su esposa. De manera que hubo un vínculo no solo personal conmigo, sino también con el país. Él escribió un libro que se llama Nicaragua violentamente dulce, que es muy aleccionador y que trata de cómo él veía a Nicaragua con una esperanza muy distinta a lo que había sido Cuba en su momento. 

Dirige Centroamérica Cuenta, un festival literario, que se realiza en Nicaragua desde el 2012. El evento ha reunido a más de quinientos narradores y periodistas en sus cinco ediciones. Sin embargo, el año pasado desplazaron Centroamérica Cuenta de Nicaragua a Costa Rica. 

En Nicaragua ya no había condiciones para seguir haciéndolo. Arrastrábamos problemas desde antes. Habían prohibido la entrada a un periodista francés que trabajó con la revista Charlie Hebdo. El Gobierno le negó la entrada. De seguro para hacer un acto de fe con los países musulmanes. Cuando llegó Leonardo Padura teníamos esa duda. Por suerte no ocurrió nada. Y bueno, los acontecimientos del año anterior hicieron imposible que realizáramos una celebración literaria en medio de una tragedia. Así que lo suspendimos. Este año lo hicimos en Costa Rica. El año que viene lo haremos en Guatemala. Es probable que lo hagamos en la República Dominicana en el futuro inmediato. Cuando se den las condiciones prepararemos un regreso triunfal a Nicaragua. 

¿Cómo ve la literatura latinoamericana actual? 

Cuando uno piensa en los años sesenta, lo que ocurrió en América Latina es una verdadera multiplicación de los panes. Pero cuando se decía el boom se referían a cuatro. O cinco cuando tú agregas a José Donoso. Luego había otros periféricos como Manuel Puig, Bryce Echenique o Jorge Ibargüengoitia. Pero no llegaban a contar una docena. 

Sin embargo, hoy ves la literatura latinoamericana del siglo XXI, y solo el número de escritores jóvenes que aparecen cada año en esas listas del Hay Festival se te van multiplicado tanto que ya es imposible tener control, y no te estoy hablando de números, sino de un número calificado, porque son escritores muy buenos. Hombres y mujeres. Lo que también es una novedad. Anteriormente el número de mujeres de los círculos literarios era reducido. Entonces uno sabía de Alejandra Pizarnik, que era casi una leyenda, o Rosario Castellanos, de México, como narradora, o Luisa Valenzuela. Pero ahora hay una conquista del terreno literario por las mujeres. Me parece que todo esto es en beneficio de la salud de la literatura latinoamericana, que se ha multiplicado en número, pero también en calidad. 

Usted vino invitado por la Fundación René del Risco a dictar una conferencia sobre el Caribe. ¿Qué noción tiene del Caribe? 

Pues yo quiero hablar del Caribe como una dimensión cultural. Creo que el Caribe es la gran matriz de la literatura y la cultura latinoamericana más allá de lo que se cree. Hay un Caribe del Pacífico en una cultura como la de Guayaquil. Y una cultura del Caribe en el Atlántico abierto como en la ciudad de Salvador de Bahía. Este es un concepto más que geográfico. Me aventuro a decir que la Yoknapatawpha de Faulkner es caribeña y que el Mississippi es un río del Caribe. Además, no es solo la literatura, sino también la música y la pintura. El Caribe es una exageración en sí mismo. Cuando se habla de la literatura de García Márquez, de esta legitimación de la exageración, yo digo que eso no es más que el Caribe, aquí todos somos exagerados. Se habla en términos exagerados. Se cuentan las historias más increíbles y disparatadas con toda naturalidad. De la mezcla, de la composición y de la riqueza del Caribe —de ese melting pot— nace toda una literatura.


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