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A medio siglo de la publicacion de Rayuela

by Jaime Porras Ferreira
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El 28 de junio de 1963, la editorial Sudamericana terminó de imprimir Rayuela, novela que se convertiría en la obra maestra del escritor argentino Julio Cortázar, transformaría para siempre el curso de la narrativa mundial, sacudiría lectores de todas partes del mundo y que en poco tiempo sería todo un clásico de la literatura en español. A medio siglo de su publicación, la revista Global ha solicitado a José Alcántara Almánzar, Leila Guerriero, Darío Jaramillo, Enzia Verduchi, Arturo Victoriano, Antonio Jiménez Morato, Ana Gorría, J. Alberto Rodríguez y Jaime Porras que compartan sus testimonios acerca de cuándo empezaron a leerla, lo que significa el libro para ellos y la vigencia que sigue teniendo en los tiempos actuales.

El 28 de junio de 1963, la Editorial Sudamericana terminó de imprimir Rayuela, novela que se convertiría en la obra maestra del escritor argentino Julio Cortázar, transformaría para siempre el curso de la narrativa en español, sacudiría lectores de todas partes del mundo y en poco tiempo se convertiría en todo un clásico de la literatura. Con tres propuestas distintas de lectura –la primera de una manera convencional y lineal, la segunda con el tablero de dirección que propone el autor y la tercera de la manera en que el lector decida–, Rayuela abrió nuevas posibilidades narrativas que resultaron primordiales en autores del boom y en otros de generaciones posteriores como Sergio Pitol, Augusto Monterroso, Roberto Bolaño, Enrique Vila Matas o David Foster Wallace. De igual manera, la influencia de la novela se filtró fuera de la literatura y resultó fundamental en las revoluciones que se llevaban a cabo en las artes plásticas, en el cine, en la música y hasta en lo social. Su poder encantador alcanzó a la literatura dominicana y hasta a nuestra música popular, donde un artista como Juan Luis Guerra ha reconocido ser deudor de la obra.

Es tanta su vigencia que a medio siglo de su publicación, bibliotecas y centros culturales han organizado conversatorios, exposiciones y actividades para celebrar el libro. Las revistas han preparado números especiales y la editorial Alfaguara ha anunciado una reedición conmemorativa limitada con un apéndice donde Cortázar mismo –a través de un intercambio epistolar con Francisco Porrúa– cuenta la historia detrás de la escritura de Rayuela. Uniéndose a estas celebraciones y como homenaje a esa grandiosa obra, la revista Global ha solicitado a intelectuales, periodistas y literatos de distintas partes del mundo que compartan sus testimonios de cómo empezaron a leer Rayuela, de lo que significa el libro para ellos y de la vigencia que sigue teniendo en los tiempos actuales. A continuación, José Alcántara Almánzar, Leila Guerriero, Darío Jaramillo, Enzia Verduchi, Arturo Victoriano, Antonio Jiménez Morato, Ana Gorría, J. Alberto Rodríguez y Jaime Porras nos comentan su experiencia con Rayuela. 

José Alcántara Almánzar (cuentista y ensayista dominicano) 

El ejemplar de Rayuela que conservo es de la decimotercera edición, del año 1972, que es cuando debí de leerla, arrastrado por la fascinación que me causó la obra desde las primeras páginas. Nunca antes había tenido en mis manos un texto que cuestionara de modo tan radical y revolucionario el concepto de novela y convirtiera al lector en un cómplice de su creación literaria. En vez de seguir una historia cuya trama se desarrolla de principio a fin, el autor dice que su libro es «muchos libros» e invita a elegir entre la forma convencional de acuerdo con el orden de los capítulos, o según se indica al pie de cada uno a partir del «segundo libro», que se inicia en el capítulo 73. Como es de suponer, joven al fin habituado a nociones tradicionales, hice una lectura lineal que luego, en sucesivos reencuentros con la obra, devino en aleatoria. Debo confesar que Julio Cortázar fue para mí, en mis años formati vos como escritor, un paradigma cuyas colecciones de cuentos leí y estudié de forma sistemática, deslumbrado siempre por su fértil imaginación y su brillante inteligencia para fabricar microcosmos apasionantes, en un lenguaje novedoso que se situaba en las antípodas de las convenciones literarias, ya que él sabía articular como nadie lo popular y lo culto, la descripción y el diálogo, la técnica del narrador omnisciente y el monólogo interior, amén de su sabio manejo de la parodia, el humor, la ironía, el collage, y sobre todo, una apasionante intensidad, esa tensión interior sin desmayo que caracteriza a sus mejores cuentos. El cuentista es, a mi juicio, el mejor Cortázar, con quien tengo una deuda impagable, a pesar de que también fue poeta y ensayista de fuste. Vista a la distancia de más de cuarenta años, Rayuela constituye para mí una de las cumbres narrativas del boom latinoamericano y de la literatura en lengua española del siglo XX. Es una obra maestra, no solo monumental por su sostenida excelencia a lo largo de más de seiscientas páginas, sino por la reformulación del concepto mismo de novelar.

Una obra que refuta en cada página la noción misma de novela y las maneras de contar, cuyo caos aparente nos remite a la destrucción del mundo racional. Por eso ha dicho con acierto Jean Franco en su Historia de la literatura hispanoamericana que Rayuela «representa la desintegración de todo lo que constituye cultura y moralidad, y la demostración del carácter convencional del pensamiento, de la acción y de la actividad literaria». A mi entender, Rayuela es un experimento audaz e irrepetible, en el que se subvierte no solo el concepto de novela y la visión estética anteriores, sino el lenguaje mismo, con la invención de términos cargados de sugerencias eróticas (capítulo 68), el trastrueque de la linealidad (cap. 34), el contrapunto con autores y obras en los «Capítulos prescindibles»: de Apollinaire a Bataille, de Lezama Lima a Octavio Paz, de Lévi-Strauss a Malcolm Lowry, entre muchos otros. Hoy nos queda el recuerdo de un puñado de memorables personajes que, entre París y Buenos Aires, navegan en el río de la existencia, encabezados por ese Horacio Oliveira, símbolo del emigrante que sigue atado a su país, cuyas absurdidades cuestiona y rechaza. Mi evaluación actual de Rayuela es que se trata de un clásico contemporáneo, un libro único, irrepetible, de una frescura indesmayable y muy actual, cuyos fervorosos lectores de entonces seguimos admirando incondicionalmente. Pero creo que ya ningún escritor se embarcaría en una obra así, atrapados como estamos en la intrascendencia y la trivialidad de una narrativa de penosa calidad, promovida por la imparable publicidad de las grandes editoriales.

 Leila Guerriero (cronista y periodista argentina)

Mi primera lectura de Rayuela fue, en realidad, en un teatro y no fue una lectura. No recuerdo dónde ni cómo me topé, en mi adolescencia tardía, con un actor que hacía monólogos diversos. Uno de esos monólogos era el pasaje de la carta al bebé Rocamadour. La novela estaba en casa de mis padres, rodeada por una suerte de mito –paterno– que decía que era difícil de leer. Por supuesto, corrí a leerla. Y, por supuesto, no solo no me resultó difícil de leer sino que la recuerdo como un deslumbramiento. Si no me equivoco, la leí dos veces seguidas, como quien entra dos veces seguidas al cine a ver una película que le gusta (algo que he hecho mucho; algo que hice, por ejemplo, con el Drácula, de Francis Ford Coppola). Yo leía mucho, pero mi experiencia con las novelas se basaba, por entonces, sobre todo en clásicos del siglo xix, y descubrir que alguien podía hacer eso con el lenguaje, usarlo con ese desenfado, fue una especie de shock. Me produjo lo mejor que puede producir un libro en alguien que escribe: ganas de escribir. Ganas absolutas de escribir. Y durante un tiempo tuve algunos comportamientos estúpidamente románticos, como jugar, con   un novio que tenía, a las preguntas-balanza, que siempre entendí como una búsqueda de metáforas enloquecidas. Pero, al menos, nunca me sentí la Maga, como les pasó a tantas.

Darío Jaramillo (poeta y escritor colombiano) 

Yo tenía 19 años, estudiaba en Bogotá, vivía en un apartamento de estudiantes y leía con entusiasmo omnívoro. Desde que estaba en el bachillerato, y gracias al mejor consejero de lecturas que he tenido, Hernán Botero, conocía Las armas secretas, y apenas vi ese ladrillito negro en la librería Buchholz, lo compré. Creo que ese mismo día comencé a leerlo. Aquella primera vez hice algo más que eso. Muchas partes las leía y las volvía a leer. Estaba maravillado por esa forma de rebotar de capítulo a capítulo y me sentí autorizado para hacer mis propios viajes dentro del texto. Quedé deslumbrado. Era como un salto hacia adelante. Esa forma de hablar, ese humor tan serio, esa seriedad tan hilarante, esa devoción por el jazz que él convertía en poesía, la manera de tratar el amor, la amistad, los desatinados atinos de Morelli, la candidez de Oliveira, la Maga, la Maga… No, no fue una lectura, fue una iniciación, un rito, un desvirgamiento. Entero, no le he vuelto a leer más. A veces lo agarro, lo abro al azar y leo cualquier cosa. ¿Que si ha envejecido? No lo sé, por eso, porque no lo he leído ahora. Creo que yo sí he envejecido.

Enzia Verduchi (poeta mexicana) 

Leí Rayuela a los 17 años, en el último año de preparatoria en Campeche, al sur de México. Un amigo muy querido, Carlos Vadillo, que era (y es) un lector apasionado de Cortázar, me prestó su ejemplar. Siempre estaré agradecida a Carlos por presentarme el universo cortazariano de Rayuela, Historias de cronopios y famas, Deshoras, Los reyes, Bestiario, Las armas secretas, Final de juego… A nuestra breve edad Julio Cortázar nos llevó a un mundo paralelo y distinto de nuestra realidad tropical. La experiencia que me deja Rayuela es la libertad creativa y la libertad de lectura. El poder leer la novela de tres maneras distintas y en el orden que me apetezca, armar y desarmar el lenguaje, el sonido de las palabras, y a la vez, sentirme y ser parte de una trama que se inicia en Quai de Conti y llega hasta el cementerio de Montparnasse; me significa la libertad en ambas direcciones, los alcances del idioma y la imaginación. En los últimos años he escuchado y leído que Rayuela ha envejecido. En lo personal creo que sigue teniendo la misma frescura y complejidad de hace cincuenta años, conserva su originalidad e inteligencia. Un joven lector del siglo xxi puede encontrar y encontrarse en los caminos de Horacio Oliveira, la Maga, Rocamadour, Etienne, Morelli… Sentirse identificado, porque con Rayuela no eres un simple lector, eres parte del argumento.

Arturo Victoriano (académico dominicano radicado en Toronto)

Mi primera lectura de Rayuela fue deslumbrante. Mi madre recibió un ejemplar de regalo y este cayó en mis manos. Tendría algunos 14 o 15 años. Recuerdo haberla leído «normalmente» y después comencé a saltar los capítulos siguiendo las indicaciones de Cortázar. Hoy poseo la edición crítica editada por la Unesco que compré en París en el 2000 (soy todo un dechado de clichés). Es uno de mis «libros para llevar a una isla deshabitada» sin lugar a dudas. La releo cada cierto tiempo. Obviamente la leí este año. Es un libro que me conduce a un lugar especial, no solamente la adolescencia de la primera lectura, sino también a la identificación que a veces surge con personajes o situaciones. He estado, varias veces y en diferentes países, en el concierto de Mme. Berthe Trépat. Cuando leí el libro en la escuela de posgrado discutíamos sobre como si bien las actitudes de los personajes, sobre todo las de Oliveira, habían sido superadas tanto por los movimientos feministas como por la corrección política, no había pasado lo mismo con la forma de la novela y su modo de tratar el lenguaje. Sigo considerándolo un libro importantísimo. Si tuviera que enseñar un curso general de literatura latinoamericana del siglo xx, lo incluiría sin reservas. De hecho, sigue estando en las listas de lecturas de la mayoría de las universidades norteamericanas donde se enseña español. En América Latina, al parecer el libro sigue gozando de muy buena salud y hasta es citado muchísimo en las redes sociales donde se ha generado un meme cortazariano que reza algo así como «Deja de citar mis frases en Facebook y ponte a leer mis libros». A mí esto último me parece una excelente recomendación.

Antonio Jiménez Morato (escritor y académico español) 

Leí Rayuela con quince o dieciséis años, creo. La leí de los dos modos que indica la nota del inicio. Primero leyendo los 56 primeros capítulos de modo convencional y luego siguiendo el tablero de dirección. Recuerdo que me fascinó, pero no pude dialogar con ella hasta la segunda vez que la leí, creo que en segundo o tercero de la carrera, por imperativo académico en esta ocasión. Rayuela, como toda la obra de Cortázar, es el juego, la posibilidad de trasladar a la literatura lo que en el terreno de las artes plásticas había propugnado Duchamp: colocar al lector como verdadero centro de la obra. En realidad, es en 62/Modelo para armar donde Cortázar realmente llevó eso a la práctica, ya que Rayuela ofrece en sí tan solo dos lecturas: una convencional donde se muestra el viaje a la locura de Oliveira de modo tradicional y otra donde ese viaje a la locura se experimenta en la lectura del libro, el lector se ve inmerso en esa neurosis. Eso es algo interesantísimo, no sé si muy nuevo, pero el éxito de la novela facilitó que la gente tuviera conciencia de que podía hacerse. Otro tema es que, como sucede siempre, el mensaje lo captaran en realidad muy pocos. Evidentemente el libro no ha envejecido, lo ha hecho la lectura que se hizo de él como texto supuestamente contestatario y el símbolo en que se convirtió. Durante los años ochenta y noventa escuchamos muchas veces que Rayuela se había quedado desfasada y que eran en realidad los cuentos de Cortázar lo que mejor había sobrellevado el paso del tiempo.

Y no, el asunto es que la mirada rediticia y meramente lucrativa de los ochenta y sesenta asumía con mayor naturalidad los «experimentos cuentísticos» de Cortázar que sus «riesgos novelísticos». 62/Modelo para armar sigue siendo hoy una pieza poco leída y poco ensalzada, y Rayuela merece una lectura acorde con el mundo de hoy, sin prejuicios. Aspectos como la interactividad, la composición fragmentada y llena de collages, la cita, la cita pervertida, las lecturas oblicuas, la hacen muy interesante. Pero, al mismo tiempo, Cortázar es ahora víctima de la misma lectura superficial y cómoda que él mismo hizo de la literatura que lo precedió. Pienso, por ejemplo, en el trato que dispensa a Galdós en la novela. En realidad, la valoración de Rayuela como algo caduco, mero reflejo de una época ya cerrada, es la misma que hizo él de la narrativa galdosiana. Hasta en eso el autor se cava su propia fosa y dirige el modo en que los lectores futuros se acercarán a él. Hoy Rayuela es, ya, parte de la historia de la literatura, y eso no lo va a cambiar nadie, pero, como sucede con todos esos monumentos custodiados por la academia, eso lo aleja de su verdadera intención, que era la de socavar esos mismos mecanismos que hoy ensalzan el libro dentro del canon. Para mí, la herencia cortazariana pasa por no tener canon alguno, por cuestionar la misma idea de una literatura canónica, incluso conceptos como el de autoría o crítica, incluso el de lector. Prefiero pensar que don Julio, ese tío excéntrico que todo escritor tiene, buscaba algo así cuando escribió Rayuela. Prefiero creer, porque al final todo se limita a una serie de creencias, que su mensaje sí me llegó. Pero puedo estar equivocado, por supuesto.

Ana Gorría (poeta y traductora española) 

La primera vez que leí Rayuela tenía quince años. La leí con entusiasmo y sorprendida ante lo que podía ser una narración que quería abarcarlo todo, el orden del desorden, ideal para un adolescente. Recuerdo el entusiasmo con el que conocí el gíglico, la simpatía ante el terror a los diccionarios de Oliveira, el terror a las haches… París desde entonces fue un objetivo. Pero solo el París de Rayuela, que como descubrí años más tarde formaba un sol en el mapa de la capital francesa. Rayuela es una novela que supuso un hito en mi formación como lectora. Recuerdo haberla leído en la edición de clásicos de Seix Barral y haber agotado todos sus caminos hasta el punto de que el libro se deshojó por el capítulo 62. A estas alturas, disfruto más de los cuentos de Cortázar. Creo que Rayuela es un libro imposible y esa es una de las razones tanto de su vitalidad como de la caducidad de su propuesta. Creo que Rayuela envejece, en consecuencia, para cada lector, pero es un libro que va a mantenerse muchos años como un libro de culto para los no iniciados. Además, resulta imposible pensar el siglo xx literario sin pensar en personajes tan maravillosamente construidos como la Maga u Horacio Oliveira. Creo que la potencia icónica de Rayuela, su voluntad de descentrar los discursos, su ánimo de subvertir lo real permanecen vigentes frente a su arquitectura. Mi preferido es el capítulo del tablón que supone el episodio 41. Pienso que con estos matices, y dada la riqueza de niveles y la posibilidad de lecturas que engendra, el grado de apreciación y el nivel de aceptación serán constantes a lo largo de la historia, pese a lo caduco de su arquitectura imposible.

J. Alberto Rodríguez (académico dominicano) 

Mi primera experiencia con este libro data de 1978, a escasos días de la celebración de las elecciones nacionales que pondrían fin a los terribles doce años de Balaguer. Para ese entonces yo apenas tenía 17 años y recién venía de quedar maravillado con otros escritos de Cortázar que precedieron a Rayuela, como fueron su cuento fantástico Casa tomada –el cual forma parte de los ocho relatos que integran su primer libro de cuentos conocido como Bestiario–, y su ya emblemático Historias de cronopios y de famas. Es una época en la que no se tenía tan fácil acceso a los libros como hoy, por lo que el primer ejemplar de Rayuela que tuve entre mis manos y que luego leería con fruición vino de la mano de un amigo del barrio, quien a la vez lo había conseguido por medio de un pariente que se lo había traído de España. Cuando inicié la lectura, lo primero que me dejó desconcertado fue que la primera página del libro tenía como título «Tablero de dirección» y que allí Cortázar me proponía dos maneras diferentes de lectura, rompiendo con ello, en el mismo portal del texto, el orden formal entre lo escrito en el libro y el recorrido que yo haría como lector. Para mí esta propuesta que hacía Cortázar fue un gran sacudión, ya que me colocaba en la disyuntiva de tener que dejar de lado al lector cautivo y pasivo que había sido hasta ese momento, para convertirme en un agente activo que podía elegir y en cómplice del autor. Esta manera de abordar la lectura de un libro me dejó deslumbrado y acrecentó la admiración que sentía por Cortázar. Creo que vista desde hoy, a medio siglo de su aparición, Rayuela es una obra que mantiene la frescura y esa atmósfera que ha convertido a Cortázar en un gurú de la iniciación literaria. Desde 1984 conservo conmigo un ejemplar de Rayuela de la editorial argentina Edhasa, al cual de vez en cuando me arrimo para leer algunos fragmentos, dándome cuenta de que no he terminado de leerlo. Espero que mis hijos lo lean y conserven para cuando este trúcamelo arribe al centenario

Jaime Porras (periodista mexicano radicado en Canadá) 

Resulta ya bastante trillado afirmar que uno descubre y comprende muchas de las cosas de nuestra América Latina viviendo en Europa. Fuentes, Vargas Llosa y otros escritores más lo han repetido hasta el cansancio. En mi caso, salvando todas las distancias con esos colosos de las letras, a lo largo de diez meses de estadía en suelo francés descubrí a los 17 años las obras de diversos artistas latinoamericanos, imposibles de encontrar en la biblioteca o en la tienda de discos de mi pequeña ciudad del sur de México. De esta manera, el cine de Sanjinés, las canciones de Sindo Garay y los cómics de Fontanarrosa fueron para mí una sorpresa de gratísimas recompensas. Recuerdo también que Isabelle –mi «madre francesa»– tenía una bella colección de libros en español. Sentado en el mismo sofá me sumergí durante horas en cuentos, ensayos, novelas, poesías y crónicas. De todo lo leído en esos meses, lo que más me impactó fue aquel voluminoso libro que por primera vez me invitaba a tomar una decisión como lector: comenzar por la primera página y parar en el capítulo 56, seguir la hoja de ruta propuesta por el autor o simplemente leer la obra caóticamente. Opté por la primera opción y dentro de mis propósitos de vida quedan aún pendientes las otras dos posibilidades de lectura. ¿Qué decir de esa experiencia?

Lo mismo que millones: me enamoré de la Maga, tuve el deseo de tener una cofradía de amigos para hablar de todos los temas, crucé el Atlántico miles de veces con la mente y, last but not least, me quedé asombrado por tanta pasión de Cortázar por el jazz, esa «música de gringos», de acuerdo a la definición empleada por una viejita de mi ciudad. Con los años Cortázar pasó a formar parte de mis autores imprescindibles, aunque debo confesar que el mejor sabor de boca me lo llevé con Rayuela. Me sigue pareciendo un libro que demuestra las posibilidades infinitas de la novela –por más que tanto crítico ande anunciando por doquier la muerte de dicho género–, que ejemplifica a esos rebeldes que cada generación tiene y que es ejemplo de inventiva, ambientación y trabajo descomunal. Siento orgullo de este tesoro de la lengua española y envidia infinita del cabrón de Cortázar.


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