Revista GLOBAL

Batman vs. Superman: nuestra guerra

por Rubén Lamarche
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Batman vs. Superman: el origen de la justicia no es una mala película. Es una buena película incomprendida como cualquier otra película «alta» del cine internacional, y voy a decir por qué: porque aglutina todos los elementos que hacen que una película de superhéroes sea buena, es decir, concluye con algunas líneas argumentales propuestas en su historia, y otras tantas las deja para después (que no es necesariamente la regla para escribir guiones, pero a eso vamos después), y sobre todo porque apela a las pasiones más básicas del público: la de justicia, en primer lugar, y luego las del amor filial, el amor romántico, la sensualidad, el misterio, la venganza y lo desconocido. La película lidia con estos sentimientos de la manera más primitiva que podamos imaginar. Con las líneas que concluye lo hace significativamente, es decir, concienzuda y de manera definitiva (no cabe duda de que el general Zod es quien da origen a la criatura morfológicamente aventajada que surge de él y Lex Luthor…, no cabe duda de la muerte de Superman, no cabe duda del origen impreciso de la Mujer Maravilla, no cabe duda del origen del pleito entre Superman y Batman, no cabe duda del origen y del destino de Lex Luthor mismo… y así). Es con los cabos sueltos –que no lo son, porque un cabo suelto es un círculo dramático no cerrado, una historia no concluida– con los que llegamos al gran problema: pero no es un problema que se dé a partir de lo que Zack Snyder, su director, nos propone. Es un problema de interpretación: en este caso, interpretaciones distorsionadas por el gusto particular y el prejuicio…, que es un monstruo tan personal como la ropa interior que usamos. Como toda obra cinematográfica, Batman vs. Superman: el origen de la justicia sale de algún lugar, tiene un origen existencial y nos llega con todo un equipaje.

Sobre el origen de dicho equipaje, o sobre si este es o no el equipaje original, muy pocos se han puesto de acuerdo. Sobre el peso que la película puede o no tener, ¡sorpresa!, lo tiene… Y lo tiene por lo mismo que vengo diciendo desde que la vi: te guste o no, es la obra de Zack Snyder, y él sabe hacer cine de superhéroes… Es decir, capta la vena que es tan necesaria para traducir las ansias de la gente en cuanto a sus temores e historias íntimas, y adjudicarles un símbolo cinematográfico: cultura popular, si se quiere. Por lo que he podido colegir leyendo algunos cómics, Batman/Superman era una serie publicada de manera mensual por DC Comics. Los dos personajes eran, separadamente, los más populares del roster de la empresa de publicaciones… Parece increíble que la misma casa que publicaba Batman hiciera lo propio con Superman, pero es así. Es en agosto del 2003 cuando los dos superhéroes se juntan en una misma publicación como una especie de actualización de una serie previa, titulada World’s Finest Comics, en la cual Superman y Batman reunían constantemente sus fuerzas contra un mal determinado. Una crónica de la época se refiere a la serie publicada por DC Comics como «una exploración de la camaradería, el antagonismo y la amistad entre sus titulares».

Algo importante: antes de la serie limitada Crisis on Infinite Earths, ambos superhéroes eran presentados como grandes amigos. La serie señera de Frank Miller, The Dark Knight Returns, fue la primera historia de DC Comics que los pone en constante confrontación, al contrario de lo que sucede con las encarnaciones precrisis. Esta dinámica se convirtió en el canon de DC Comics con John Byrne y su The Man Of Steel, un reinicio de Superman publicado originalmente en 1986. Posteriormente entran Zack Snyder y su equipo a la ecuación. Digo posteriormente porque suena razonable que sea después. No conozco la influencia que tuvo Zack Snyder en el proceso de montar el layout de un cómic…, pero es evidente que el tipo los lee. ¿Cuál es el punto de enlace? Un formalismo. Nada más. Nada menos. Y ya: el formalismo de que se escribió un contrato y este ha de ser obedecido por las partes… ¿Y de qué va el contrato? Básicamente, dice que Zack Snyder dirigirá la película. No tengo idea sobre el control creativo de lo que salga ni del final o de lo que sea. Imagino que el currículo personal de Snyder pesará en algo aquí. A lo que quiero llegar es a que Zack Snyder le debe tanto a la audiencia del cómic como él quiera reconocer. Nada más. Nada menos. Y ya. 

¿Qué le debe? No tengo idea, dije «tanto» a la audiencia del cómic «como quiera reconocer» para ser diplomático: las audiencias y sus preferencias han probado ser tan veleidosas y contradictorias como una mujer embarazada… Así que lo que Zack Snyder le debe a ella, en particular a los geeks y puristas del cómic (que no necesariamente entienden lo que es la dinámica de tomar y dejar del cine de superhéroes), se anula a la hora de que el director se siente con un editor a hacer el montaje de la película. Es decir, viéndolo de otro modo, es que el director es un geek… que está en mejor o en peor posición, es un hecho de una ambigüedad irresistible, pero un geek, al fin y al cabo. Entonces, ¿no es su juicio privado puesto en tela de juicio a nivel colectivo, porque el tipo es el geek que hizo la película, un atrevimiento? Ustedes sean los jueces… porque para eso han probado ser tan buenos como un crítico de cine, aunque menos informados. Una amiga me dijo lo siguiente: «La pulpa está escrita de manera que la narrativa tampoco valora la cronología. Está escrita para decir lo que se le antoje a quien sea que se involucre en su creación». Y es cierto: en este sentido, el pulpo pulpa de que habla ella es el ensayo del open source que conocemos hoy día, democratizado, pero no demasiado, claro está. En semejante entorno, donde no se respetan los órdenes temporales (inclusive, la misma DC no los respeta, así que vete tú a saber), ¿podemos condenar a Snyder por hacer esta versión? La pulpa no tiene forma, en el sentido de la obra de arte misma…, o sea, que es inútil culpar a Snyder porque la película no es lo suficientemente purista solamente porque usted lo sea… Es decir, los puristas que se callen si no les gusta, y si les gusta porque es «lo nuevo», entonces, nada, les gustó y ya. Ser purista y decir que la película no te gusta porque el cómic esto y lo otro te desautoriza de plano. Si no te gustó, efectivamente, que sea por sus méritos como película de superhéroes, que sea por sus méritos como parte de la cultura popular, méritos que a tu juicio no alcanzarán estatus de película a considerar…; no porque no es fiel a un cómic… Porque ser fiel a un comic es, a mi juicio, como que la mujer a quien amas se deje dar un beso por piedad. Pero el caso es que en el pulp había un patrón en su realización, en su ejecución. Las novelitas de este formato (novelas de a diez centavos la unidad, impresas en papel barato bajo un parámetro fijo: violencia) son las que dan origen a los paquitos de superhéroes. Son, si se quiere, su abuelo. Combinando una técnica que más tarde se aplicaría al cine en la manera del story board más un resumen del texto en sí mismo, los paquitos tomaron prestado del cine noir el look tenebroso que más tarde se traduciría en Ciudad Gótica, o el look avant-garde de Metrópolis. Así, más o menos, nacen Batman y Superman.

Con lo cual voy a los cabos sueltos: ¿Quién es el tipo que se convierte en cyborg? Me dicen que Victor Stone. En todo caso, yo no lo recuerdo en la película. Pero, como yo no recuerdo muchas cosas, atribuyámoslo al cómic entonces, así como la aparición de Flash, en uno de sus saltos temporales para advertirle algo a Bruce Wayne. Esa, junto con la escena de Batman cuando entra a un camión rodeado tanto por correligionarios como por contrincantes, quienes entonces se enfrascan en una batalla que, al final, Batman pierde. Antes, Superman ha hecho su entrada triunfal, asesinando a dos de los compañeros de Batman. Y luego, cuando la Mujer Maravilla ha accedido a unos documentos que Batman le ha entregado, vemos a Aquaman debajo del mar rechazando el embate de un submarino. De hecho, noto mucha controversia en los medios, pero, no habiéndome sumergido en ella, veo que existen todas estas variantes con una sola constante: que el juicio quede maniatado ante el gusto personal. ¿Es posible? Sí, lo es; si no, no hubiera tanto crítico de cine proBatman o pro-Superman o pro-Mujer Maravilla. El caso es que todas estas historias a las que se mira como quien pasa por un pasillo secreto y abre puertas sin orden aparente, que, aunque incomprensibles forman parte de un todo (la formación de The Hall of Justice), son interesantes en sí mismas y añaden encanto a la trama. Pero esto es tema de un libro que se titularía Zack Snyder y el Salón de los Puristas, donde él se sienta a escuchar a todos los puristas del mundo diciéndole lo que debe hacer con su próxima película de superhéroes. Esto necesariamente me lleva a reflexionar sobre qué es el disfrute. Llevado a sus términos más primitivos, el disfrute es eso que hacemos con plenitud, en condición de «gozar, divertirse, alegrarse, regocijarse, contentarse, deleitarse» y todos sus derivados.

Según un entendido, de los sentidos son la visión y el oído los que han sido intelectualizados en mayor medida…, y estoy de acuerdo: ya no olfateamos por necesidad. Thomas Crow, en El arte moderno en la cultura de lo cotidiano, dice, citando un libro del maravilloso Walter Benjamin cuando habla de Baudelaire: «[…] y que entre tanto su mejor parte fuese el goce, jamás el dominio, es lo que hacía que el plazo que les daba la historia fuese objeto de pasatiempo […] Quien pasa el tiempo busca goces”, dice Benjamin». Que se ajusta fielmente a lo que yo fui a buscar en Batman vs. Superman: el origen de la justicia: un goce, un placer fugaz, como se titula la correspondencia de Truman Capote. Y la fui a ver con mis hijos: Rebecca y Armando. A Rebecca lo que le gustó, curiosamente, fue el aspecto romano de la película: es decir, la lucha entre estos dos gladiadores. La construcción de la trama es interesante, pero no fue lo que le atrajo: no tiene antecedentes con los cuales apreciarla, no tiene precedentes a partir de los cuales formarse un juicio. ¡No tiene cómo explicarla ni explicársela a otros! Eso, y por supuesto, la Mujer Maravilla.

A Armando, por igual, la lucha de Batman y de Superman le pareció que dura muy poco. Ellos no tienen información salvo la que, de forma muy mediocre, les he dado: cerca de un ochenta por ciento de mi experiencia viene de las películas de Batman…, el restante veinte por ciento se lo doy a los paquitos leídos perdidamente, y tres libros o novelas devoradas con hambre ya de viejo. Es decir, nada en el plano editorial, lo que significa que no soy un geek… Pero la pregunta es: ¿hace esto (el no ser geeks) que nuestra experiencia (la mía, la de mis hijos) sea menos placentera a la hora de disfrutar de los dos superhéroes y de la superheroína, y de sus aventuras juntos y por separado? ¿Quién decide sobre la plenitud y la trascendencia de dicha experiencia? A mí, por otro lado, me gustó el pleito y la puesta en escena general. Zack Snyder ha ido cambiando con el tiempo, se podría decir que ha evolucionado favorablemente. Su estilo se ha convertido en «chic-improvisado», quizá más íntimo, que viene de una bestial planificación formal de sus argumentos. Con lo cual no quiero decir que Batman vs. Superman: el origen de la justicia sea una película torpe. La distancia del Zack Snyder de 300 a esta es abismal, no así la distancia de Watchmen, todavía su mejor película, por ser la más original de todas… Y aquí abro una nueva puerta: la de Watchmen como película de superhéroes que todos conocían pero que nadie podía hacer. En algún sitio leí que, a diferencia de los amigos de Marvel y del resto de la comunidad de cómics que vemos en el cine, en esta película podemos explorar una gran cantidad de emociones. Esto es falso. Todos los cómics exploran los sentimientos más bajos y más altos de la naturaleza humana. Quien piense lo contrario sencillamente peca de imbecilidad: ¿qué otro género está colectivamente más imbuido de humanidad que el cómic? ¿Qué es un superhéroe más que una persona cuyas capacidades de sentir, pensar, amar, odiar, se encuentran potenciadas a niveles nunca imaginados, ni siquiera por ellos, para conseguir esa magnificación de sentimientos que son los superpoderes? Batman vs. Superman: el origen de la justicia comienza con una de esas frases que tanto gustan a los directores de películas de superhéroes: «hubo un tiempo, más arriba, un tiempo anterior… hubo cosas perfectas. Pero las cosas se derrumban, las cosas de la tierra, y lo que cae, caído está». Esta frase la dice Batman mientras lo vemos, de niño, en el entierro de sus padres, y más tarde, al precipitarse en la cueva que decidirá su destino. El tipo no es ningún filósofo o poeta guerrero… desafortunadamente. Superman, quien nos recuerda a los dioses de la mitología (truenos, poder, mientras él se suspende en el aire o sale de la pantalla cual bala disparada de una poderosa pistola), nos lleva a la altura, en su lucha con Batman, con frases hechas a la medida: «Los demonios no vienen del infierno. No, vienen del cielo», y «si Dios es todopoderoso entonces no puede ser todo lo bueno. Si es todo lo bueno, entonces no puede ser todo lo poderoso» … y así…, y pensamos que mejor de ahí se daña, porque de hecho no puede estar mejor de ahí. Como símbolo de todo lo que es la cultura popular a nivel mundial, Batman vs. Superman: el origen de la justicia se queda donde nosotros queremos que comience. Se queda en el bien contra el mal, y mientras más simples sean los personajes más sencillos será para el ciudadano de a pie distinguir los estilos de ambos a la hora de batallar contra el mal. Uno no puede evitar pensar que si estos dos son capaces de echarse a pelear por el chisme que armó Lex Luthor, entonces no pueden ser tan inteligentes… hasta que Batman lanza estas máximas de su filosofía existencial personal, y Superman las ejecuta. Batman vs. Superman: el origen de la justicia es Ben Affleck y Henry Cavill en los papeles de Bruce Wayne/Batman y Clark Kent/Superman. Tenemos a Alfred, interpretado por Jeremy Irons, como un alcohólico al mejor estilo inglés que extiende la bondad de su cinismo a cada escena en que está involucrado. La Mujer Maravilla es interpretada por Gal Gadot, a quien reconocí de una Fast and Furious.

Completan el cast Holly Hunter, Amy Adams, Lawrence Fishburne, Diane Lane, Kevin Costner y, memorable como solo él puede serlo, Jesse Eisenberg en el papel de Lex Luthor. Lo cual me hace pensar: el extranjero es Batman… y voy a decir por qué, aparte de lo normal que salta a la vista: la película se desarrolla en Metrópolis. Todos los personajes de Batman (el comisionado Gordon et al.) permanecen misteriosamente ausentes, en parte porque este no es terreno de Batman y porque la memoria inmediata de esas personas que lo rodean está demasiado vigente en las mentes de los que le quieren mejor: Gary Oldman, en particular, y el enemigo/amigo de Batman, el fiscal Dos Caras. La noción de que el enemigo de Batman sería demasiado terrenal para Superman nos luce necia…, pero hay que admitir que es una opción, si bien para necios, que sigue siendo válida. Las películas de Snyder anteriores a esta (300, Sucker Punch, Superman: Man of Steel, y la memorable Watchmen…) varían en sus propuestas plásticas, en lo que traen a la mesa, todas dentro de un cine puramente comercial y, en sus confines, un cine con los más altos valores de producción y terminación. Esto quiere decir que su cine no es fácil de criticar. 

De estas, Watchmen es la que tiene un lugar preferencial en mi memoria: un grupo de superhéroes amargados no es un tema simple de abordar. En fin, que Batman vs. Superman: el origen de la justicia, como dije, es una buena película. La disfruté de cabo a rabo, porque se dónde ubicarme a la hora de ver una película de superhéroes: es ahí, donde está mi silla, y nada más, donde ocurrirán todos los apocalipsis propios del cine, donde se redimirán los semidioses que libran batallas para salvarnos del mal. Yo los contengo…, dejo a los puristas su lucha por ese algo fundamental que los aleja tanto de un disfrute pleno y que los condiciona en su percepción de una buena historia. 


6 comentarios

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