Revista GLOBAL

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Emelio Betances Las grandes obras nos permiten reflexionar y nos llevan a leer libros nuevos, que amplían nuestra comprensión y profundizan nuestro conocimiento sobre un tema en particular. También nos hacen pensar sobre el estado de nuestra profesión y cómo ha sido moldeada por debates abiertos. Más importante aún, los grandes libros nos hacen volver a los temas y teorías estudiadas recientemente, nos obligan a echar un vistazo fresco a los temas que creíamos haber entendido. Esto es lo que Carlos Julio Báez Evertsz (CJBE) nos ofrece en su monumental Desigualdad y clases sociales, una interesante y oportuna crítica integral de las teorías de las clases sociales. Este es un libro que busca describir el sujeto del cambio social de nuestro tiempo, uno que tiene el potencial de sustituir el capitalismo neoliberal y que podría comenzar a construir el socialismo participativo o la democracia igualitaria. La primera parte del libro (capítulos 1 y 2) abre con una investigación de la desigualdad social, donde se revisan los trabajos más importantes sobre el tema (V. Pareto, T. Piketty, A. Atkinson, B. Milanovic, etc.) y advierte que «la lucha por reducir la desigualdad implica estar conscientes que tocar los intereses de la superclase que controla parte de la riqueza mundial es un camino lleno de obstáculos. Exigir la igualdad es de hecho proponer un cambio radical en la organización de las relaciones sociales que deberá llevarse a cabo en una larga marcha en la cual habrá avances y retrocesos, conflictos sociales diversos no solo entre “los que tienen y los no tienen”, sino entre los que se resisten a aceptar los cambios necesarios para una redistribución de la riqueza y los ingresos, aunque estos les vaya a beneficiar» (Báez Evertsz, 2016: 72-73).

El análisis continúa con un debate sobre la visión de Karl Marx sobre las clases sociales. Para Marx, las clases tienen posiciones objetivas en estructuras sociales derivadas de un modo particular de producción. Las relaciones de explotación y dominación política son fundamentales para definir una clase social, y las luchas de clases son el núcleo del análisis del desarrollo histórico. Por su parte, Max Weber desafía la visión de Marx argumentando que las clases sociales se basan en «condiciones determinadas por el mercado». Mediante el uso de conceptos como clase, estatus y partidos políticos, desarrolló un enfoque tridimensional para estudiar la estratificación social. En consecuencia, cada dimensión ejerce influencia sobre la otra, pero nunca se expresa como una forma de lucha de clases. Las diferentes interpretaciones de las propuestas de Marx y Weber marcaron el tono del debate sobre las clases sociales en el siglo XX y más allá.

El segundo segmento (capítulos 3-10) del libro pasa revista a teóricos funcionalistas como T. Parsons, R. Merton, K. Davis, W. Moore, B. Malinowski, A. R. Radcliffe-Brown, R. Dahrendorf a G. Lensky y S. Ossowski. Todos estos autores tienen una cosa en común: trataron de refutar la visión de Marx sobre las clases sociales y propusieron teorías alternativas basadas en el enfoque tridimensional de Weber sobre la estratificación social. Los funcionalistas desarrollaron teorías que propusieron la existencia de un continuo que va desde las clases bajas hasta las clases medias y altas. Reconocen los estratos, pero no las clases. Para ellos es inconcebible considerar la idea de clase social y lucha de clases. De acuerdo con el pensamiento de Weber, los funcionalistas reconocen la existencia de conflictos en la sociedad, pero no las clases como una expresión de las relaciones de explotación y dominación.

La tercera sección (capítulos 11 y 12) pasa a diseccionar los escritos de Marx sobre la formación social histórica para explicar su concepto de clases sociales. CJBE encuentra que el método dialéctico de Marx muestra en cada punto que la explotación y dominación capitalista siempre están en el centro del análisis. Pasa una buena cantidad de tiempo discutiendo la importancia del trabajo productivo e improductivo para definir las clases sociales. Marx fue el primero en considerar el hecho de que la aplicación capitalista de la tecnología al proceso de trabajo iba a disminuir el tamaño de la clase trabajadora productiva, pero advirtió que los trabajadores improductivos en el comercio, las finanzas, los servicios, etc. también eran miembros de la clase trabajadora. Por lo tanto, si tenemos en cuenta este análisis, la clase trabajadora en su conjunto no está disminuyendo, sino que se está ampliando como trabajador colectivo (ver más adelante). La cuarta parte del libro (capítulos 13 a 16) examina las teorías neomarxistas sobre las clases sociales. Señala los trabajos de G. Carchedi, N. Poulantzas y E. O. Wright. Estos escritores hacen contribuciones significativas sobre la definición de pequeña burguesía o nueva clase media. Mientras Carchedi y Wright se centraron en la ubicación contradictoria de clase de la nueva pequeña burguesía o la nueva clase media, Poulantzas, utilizando una perspectiva estructural, divide una formación social en tres ámbitos: económico, político e ideológico. Poulantzas tiende a privilegiar la esfera ideológica al discutir el lugar en el debate de la pequeña burguesía o la nueva clase media. Lo significativo de las contribuciones de estos tres autores neomarxistas es que buscan definir el sujeto del cambio social. Si la clase obrera industrial se redujera, argumentaron, ¿debería aliarse con la pequeña burguesía o la nueva clase media para que tenga éxito la revolución? La quinta unidad (capítulos 17-19) se centra en los teóricos neoweberianos, que incluyen a John H. Goldthorpe, Anthony Giddens y Frank Parkin. Estos tres notables sociólogos británicos hacen grandes contribuciones al estudio de las clases sociales, y comparten una perspectiva similar basada en la perspectiva de Weber sobre las clases sociales. A Goldthorpe se le atribuye el desarrollo del «esquema de clase Goldthorpe», que en su última versión incluye 11 clases, pero en la representación de datos empíricos se pueden agrupar en tres categorías: servicio, intermedio y clases trabajadoras.

A pesar de que Goldthorpe afirma que su marco no está condicionado por ninguna teoría macrosociológica, Giddens y Wright afirman que tiene una clara identificación neoweberiana porque define las clases en función del mercado y la ocupación. De manera similar, el enfoque teórico de Giddens está en deuda con Weber porque para él, una clase es un efecto del mercado en el sentido más amplio del término, aunque menos determinada por los modos de producción. No obstante, reconoce que las sociedades capitalistas están claramente definidas como sociedades de clase en comparación con las sociedades feudales y de otro tipo. En cuanto a Parkin, considera que el enfoque de Weber sobre la clase es más pertinente que el de Marx, pero reconoce que la desigualdad es sistemática y está anclada en el orden material. Al igual que los marxistas, considera que la clase social es el núcleo de la estructura social de las compensaciones, pero sigue a Weber al definir la clase a partir del mercado y el orden ocupacional. A pesar de su endeudamiento con el enfoque de Weber sobre la clase social, Parkin y Giddens están relativamente cerca del marxismo en su preocupación por abordar el orden material de la clase y su centralidad en las sociedades contemporáneas.

La sexta porción del texto se enfoca en estudios culturales (capítulos 20 y 21). La investigación se concentra en los trabajos de E. P. Thompson, Stuart Hall, Terry Eagleton y Pierre Bourdieu. Estos autores centran su atención en la relación entre cultura y clase social. Aunque Thompson es reconocido como uno de los historiadores marxistas británicos más notorios y ha sido miembro del Partido Comunista Británico, trató de distanciarse de lo que él llamaba «determinismo económico marxista». Definió la clase en términos de experiencia, mientras que Stuart Hall introdujo la idea de identidad y raza como elementos significativos necesarios para comprender la clase social. Eagleton retoma la llamada reducción de la clase obrera y afirma que, lejos de desaparecer, está aumentando debido a la incorporación de las mujeres a la fuerza de trabajo. Bourdieu recurre tanto a Marx como a Weber para tratar de definir las clases sociales, pero se mantiene más cerca de Weber mediante el uso de la noción de legitimidad. Para él, la aceptación o el rechazo del mundo social se basa en la legitimidad y, por lo tanto, las relaciones de clase no pueden reducirse exclusivamente al poder. Bourdieu introduce los conceptos de capital cultural, social y simbólico y, como tal, amplía la definición de clase social, lo que nos permite capturar elementos culturales que están ausentes en el concepto de clase de Marx.

El último segmento del estudio (capítulos 22- 24) se centra en el posmodernismo y su afirmación de que las clases sociales han desaparecido. En su tratamiento de la posmodernidad, CJBE ofrece un estudio profundo de las obras de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe y las de Michael Hardt y Tony Negri. Estos dos pares de autores eran marxistas, pero se alejaron progresivamente del marxismo hacia lo que llamaron posmarxismo. En ambos casos se basaron en el análisis lingüístico y discursivo para afirmar que el análisis de la clase social ya no es una lente útil para observar las sociedades contemporáneas. Laclau y Mouffe proponen una teoría del discurso que niega el peso de la realidad y la reemplaza por discursividad. Según Norman Geras, esto los lleva al relativismo debido a su afirmación de que todos los objetos obtienen su existencia gracias a los discursos. Esto implica que no existe la objetividad, sino una realidad prediscursiva (Báez Evertsz, 2016: 591). Por su parte, Hardt y Negri proponen el concepto de multitud para reemplazar a la clase social. Según Negri, «es un concepto de clase, una nueva versión de la clase […] Implica que las clases trabajadoras están en minoría […] Se convierten en mayoría, cuando se le añaden a todos los trabajadores que realizan trabajo intelectual, inmaterial, autónomo, sea este más directivo y creativo o de tareas rutinarias, inevitablemente subordinado […]» (citado en Báez Evertsz, 2016: 616). Debido a su vaguedad, este concepto ha sido identificado con el pueblo, los sectores populares o la plebe.

En contraste, CJBE propone el concepto de trabajador colectivo como el sujeto de los cambios que potencialmente podrían conducir al socialismo participativo o la democracia igualitaria. El trabajador colectivo constituye «esa mayoría social que compone una parte importante de la población económicamente activa y no activa, de trabajadores intelectuales, manuales, industriales, de los servicios, profesionales, de medios de comunicación, de la enseñanza en todos los niveles, de la sanidad, de los servicios públicos, las mujeres, los precarios, los desempleados, los jubilados, los trabajadores autónomos e incluso, la llamada por algunos sociólogos ‘subclase’ de los actuales excluidos sociales […]» (Báez Evertsz, 2016: 673). Esta definición amplía la clase trabajadora al incluir el trabajo productivo e improductivo para definir el sujeto del cambio social de nuestros tiempos.

El trabajador colectivo construye el poder social, que consiste en la capacidad de movilizar a las personas para llevar a cabo acciones colectivas voluntarias y diversas en la sociedad civil. El poder social es diferente del «poder económico», que se basa en la propiedad y el control de los recursos económicos. Por otro lado, el poder estatal ejerce control a través del uso de reglas (leyes y estatutos) y su capacidad para hacerlas cumplir a través de su «monopolio del uso de la violencia legítima». Luego, para lograr la democracia igualitaria o el socialismo participativo, es necesario vincular el poder social con el poder estatal de tal forma que este último se subordine al primero. Se sigue que la combinación del poder social y estatal, a su vez, subordinaría el poder económico en la sociedad (p. 671). CJBE concluye que los intereses vitales del trabajador colectivo o la clase trabajadora deben sustituir al capitalismo neoliberal. Este es el hilo conductor de cualquier movimiento o partido político cuyo objetivo sea construir el socialismo participativo.

Para concluir, Desigualdad y clases sociales es una obra oportuna publicada en un momento en que el tema de la desigualdad social se ha convertido en una amenaza para la democracia. Nos recuerda que el concepto de clase sigue siendo pertinente para analizar las sociedades modernas y que la clase trabajadora ha sido en gran medida transformada por el capitalismo en una clase media asalariada. Las distinciones por ingreso, credencial, género, raza, etnia u orientación sexual diluyen el hecho de que la gran mayoría de la clase media es, esencialmente, la clase trabajadora, el sujeto estratégico del cambio social, es decir, el trabajador colectivo. En resumen, una revolución social no está fuera de escena, pero, por el momento, lo más importante es producir cambios que puedan generar reformas sociales que contribuyan a mejorar la vida de los trabajadores, ya sean asalariados o autónomos.

Nota

Texto traducido del inglés al español por Giselle Rodríguez Cid.


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