Revista GLOBAL

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La responsabilidad social empresarial, ¿rentabilidad versus prosperidad general? 

by Mirtha Olivares Alfonso
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Hoy la humanidad está generando una impresionante producción de riqueza, como nunca antes. Sin embargo, los informes de los principales organismos de cooperación para el desarrollo internacional dan cuenta de que la mayoría de la humanidad se encuentra sumida en una gran pobreza, que ya resulta inaceptable por su grado de profundidad. Las voces que se levantan a escala mundial en contra de esta situación están sobreponiendo al unísono un solo argumento a todos los demás: nuestro sentido de lo moral, que en el transcurrir de los últimos siglos parece haber sido progresivamente anulado por las teorías y modelos de organización de la producción que han sido aplicados. 

Si la Guerra Fría no hubiera llegado a su fin, el párrafo anterior parecería haber sido escrito por un seguidor del marxismo. Pero resulta que las voces que se levantan para exigir un mundo más equitativo, fundamentado en principios éticos, pertenecen a gobiernos de los países capitalistas más desarrollados del mundo, a príncipes y líderes religiosos, a dirigentes empresariales que representan a las más grandes empresas globalizadas y a una gran variedad de organizaciones de la sociedad civil comprometidas con el progreso general. Y es que generación y concentración de riqueza han crecido a la par. La inequidad está avergonzando al mundo. Nuestros modelos de desarrollo están fracasando, por exclusión.1 

Los líderes mundiales apresuran a los gobiernos a aplicar modelos de desarrollo más inclusivos para combatir la pobreza, guiados por principios éticos. La iniciativa mundial más importante de los años recientes la constituyen los Objetivos de Desarrollo del Milenio propuestos por la Organización de las Naciones Unidas,2 que ya se están adoptando ampliamente. Los países ricos aplican modelos incluyentes, protegiendo su propia prosperidad –eso sí–, mientras los países pobres buscan alternativas para no sucumbir en un nuevo orden mundial globalizado que no les favorece, pero que, de momento, es irreversible. Para los primeros ahí están, como ejemplo, la Comunidad Europea y el NAFTA (Acuerdo de Libre Comercio para Norte América, por sus siglas en inglés); los segundos ensayan esquemas de cooperación horizontal o Sur-Sur, como son el Pacto Andino, el Acuerdo de San José, el Grupo de Río, el Sistema Global de Preferencias Comerciales entre Países en Desarrollo, el Fondo IBAS y otros.3 Lo que está claro es que el nuevo orden mundial que toma lugar se ha sustentado en un esquema de comercio –los mercados globalizados– y que, por tanto, son sus actores y sus reglas de juego los referentes para encontrar soluciones a la pobreza. Las empresas llevan el protagonismo entre esos actores y no sorprende que las voces de defensa de los desfavorecidos les estén exigiendo nuevos roles sociales. De hecho, la pobreza es un mal negocio para las empresas porque no ofrece condiciones para su crecimiento y sostenibilidad: limita sus mercados y el capital humano que requieren –por la falta de educación, la desnutrición y las enfermedades–; hace que se deprecien las fuentes de materia prima, y propicia un clima de inestabilidad política. La prosperidad general lleva de la mano a la rentabilidad empresarial. 

Un asunto clave está en la confianza que el grueso de la población puede tener en los sectores empresariales para alcanzar prosperidad; esa confianza estaba depositada en los gobiernos democráticos, que han fallado. Los latinoamericanos ya están dispuestos a aceptar, incluso, gobiernos autocráticos, si es que van a resolver cómo cubrir sus necesidades básicas (los chilenos, por ejemplo, defienden las políticas económicas de su ex dictador Augusto Pinochet4 ). La confianza en el sector empresarial está en entredicho. El presidente dominicano, Leonel Fernández, aludía a este tema cuando decía: “…sin duda alguna que en los últimos tiempos, a escala mundial diría yo, ha habido una tendencia de desprestigio de las empresas, por los escándalos en los cuales han participado. El problema ya no es tan sólo de los políticos; ahora los políticos compartimos el desprestigio con las empresas. Yo veo también un fenómeno global cuando se produce el escándalo de la Enron, cuando se produce el escándalo de la World Com, cuando se produce el escándalo de Parmalat. Creo que se está diciendo que no solamente los políticos tienen que corregir su conducta, también los empresarios”. 5 

Con desprestigio o no, se espera que los sectores empresariales continúen ganando con sus negocios, pero que, de alguna manera, en su accionar, sean solidarios con las grandes mayorías poblacionales –al final, sus empleados, proveedores, clientes–, más allá de sus tradicionales roles como generadores de empleo e ingreso. Se espera que, además de obtener grandes beneficios, se preocupen por el bienestar de sus empleados; que como consumidores de materia prima respeten el medio ambiente y los recursos naturales; que, sean sensibles a las necesidades de las comunidades desde donde operan, en fin, “que produzcan bien, haciendo el bien”. 6

La rueda de la fortuna 

Estas expectativas no toman por sorpresa a las empresas. De hecho, en sus orígenes, las empresas surgieron con un sentido de solidaridad social, poniendo a disposición de las comunidades los bienes y servicios necesarios, al tiempo que obtenían reconocimiento social y beneficios.7 En algún momento del camino perdieron ese sentido de solidaridad, para orientarse más por la rentabilidad, y no es hasta el siglo XX cuando comienzan a surtir efecto las presiones sociales para un cambio de visión en la manera de producir. En este sentido, fueron determinantes la Gran Depresión, que generó un clima laboral favorable; la Postguerra en los años cuarenta, que integró trabajadores a la gestión de la empresa; un aumento de conciencia sobre las implicancias sociales de las empresas en las décadas de los años cincuenta y sesenta; las facilidades tributarias en los Estados Unidos; los movimientos ambientalistas en los años sesenta; la globalización de mercados y la comunicación; el crecimiento de las empresas globales; la bolsa y las inversiones sociales; y el comportamiento de los consumidores, para llegar a la competitividad y responsabilidad social empresarial (RSE). 

Fueron las firmas globalizadas –las más presionadas a adoptar principios éticos para el comercio–, las que se dieron cuenta en los años noventa de que ser responsables socialmente redundaba positivamente en competitividad y beneficios para ellas. Era como si se completara un círculo en el que las empresas debían regresar a sus orígenes solidarios, con cuya práctica todos ganaban. Esa vuelta es una rueda de la fortuna. 

En realidad, no se puede ignorar que siempre han existido prácticas responsables en las empresas; lo nuevo es que ahora se manejan estratégicamente. El mundo empresarial contemporáneo demanda un nuevo concepto estratégico en el que se combinan la maximización de utilidades, la satisfacción del consumidor y el impacto en la sociedad. Adoptar la RSE implica asumir principios éticos que atraviesan todos los ámbitos del quehacer productivo, integrando un amplio conjunto de políticas, prácticas y programas a la operación de la empresa y al proceso de toma de decisiones. Abarca los fundamentos de la empresa, es decir, su misión y visión, así como los valores éticos que guían su funcionamiento; el ambiente laboral, incluyendo las prácticas de empleo, el respeto a la diversidad, el apoyo al desarrollo profesional y personal de los empleados, la salud y seguridad de los mismos y los sistemas de compensación; los procesos productivos y su impacto sobre el medio ambiente; el mercadeo responsable de los productos y el desarrollo de la comunidad donde opera, asegurándose de que el impacto sea positivo a través de reclutamiento de personas de esa comunidad, la utilización de proveedores locales, la promoción del voluntariado de sus empleados y la inversión en el desarrollo social de la misma. 

Mientras la agenda que deben desarrollar las empresas que asumen la RSE es amplia, cubriendo ambiente de trabajo, medio ambiente y comunidades, los beneficios para ellas también son vastos. Diego de la Torre, empresario y académico peruano, los resume de la siguiente manera: 

– Mejor acceso a mercado de capitales. 
– Menor riesgo de operación, lo que genera mejores condiciones de crédito. 
– Menores primas de seguros 
– Reducción de costos a través de la eco-eficiencia. 
– Mayor brand-equity e imagen corporativa. 
– Mayores ventas y fidelidad de los clientes. 
– Mayor capacidad de atraer empleados talentosos. 
– Buenas relaciones laborales. 
– Mayor productividad, calidad y motivación del personal. 
– Mejor salud y seguridad (menos ausentismo). 
– Reducción de supervisión estatal. 
– Procesos de due diligence simplificados, debido a un buen gobierno corporativo. 
– Aprobación y simpatía de los medios de comunicación e instituciones de la sociedad civil. 
– Posicionamiento diferenciado en el mercado.8 

Ya se ha dado la voz de alarma: la falta de responsabilidad social de las empresas puede llegar a constituirse en nuevas barreras no arancelarias para las exportaciones latinoamericanas. En el contexto internacional, los aranceles se han ido reduciendo gradualmente y las barreras no arancelarias han pasado a desempeñar un rol preponderante, por ser una vía para que los países ricos nieguen entrada a productos y así proteger a su industria. 

Si Estados Unidos, Canadá, Japón y la Unión Europea exigen a sus empresas estándares de conductas socialmente responsables, se debe esperar que, más temprano que tarde, estas empresas requerirán lo mismo a sus proveedores.

Las nuevas exigencias en materia de acceso a capitales es otro aspecto crucial al que las empresas tendrán que prestar atención, ya que hay una gran tendencia por parte de los inversionistas a privilegiar a las empresas con prácticas responsables. 

Poniéndole el cascabel al gato 

Esa tendencia también se nota en los individuos. La población general, en su calidad de público consumidor, está experimentando el acceso a productos provenientes de todas partes del mundo y se ha visto favorecida por una mejora del poder adquisitivo de algunos grupos sociales y por gran cantidad de información propiciada por las comunicaciones globalizadas. Esto le ha significado nuevas opciones para seleccionar los productos y, por ende, un nuevo poder como blanco del mercado. Al tiempo que demanda más altos estándares de calidad, el público consumidor está formando un nuevo sistema de valoraciones que sustenta sus decisiones, porque también los valores se están internacionalizando. Ya no sólo basta conocer los precios y la calidad de los productos, sino que también quiere conocer quiénes los fabrican y con qué grado de responsabilidad social se hace.11 

Con la globalización, todos los productos tienden a convertirse en commodities, donde la calidad y el precio están estandarizados, por lo que una clave para diferenciarlos se encuentra en una multiplicidad de aspectos intangibles que apelan a emociones e historias. Un ejemplo de esto es lo que Diego de la Torre ha denominado “el efecto Paul Newman”, surgido de una experiencia personal. Mientras compraba en un supermercado en Londres, eran tantas las salsas para espaguetis y tan similares en precio y calidad, que su decisión de compra se dificultaba, hasta que finalmente obtuvo un criterio: había una, patrocinada por el actor Paul Newman, cuyos beneficios se destinaban a causas sociales. Esta anécdota hizo que De la Torre realizara estudios más amplios sobre los intangibles. Éste refiere que “hasta 1990, el valor de una empresa en la Bolsa de Nueva York era casi el mismo que su valor en libros. Hoy en día, la relación promedio entre el valor de mercado y el valor en libros es de tres a uno, según datos de la reserva federal de Estados Unidos. Esto significa que de cada 900 dólares de valor de una empresa, 600 dólares son atribuibles a activos intangibles, tales como capital intelectual, conocimiento, reputación, gerencia profesional, habilidad para entender diferentes culturas y mercados, y una sólida ciudadanía corporativa. Estos activos intangibles no son registrados en los estados financieros, pero sí cuantificados por el mercado a través de la diferencia entre el valor bursátil y el valor contable”

Todo lo anterior señala que la responsabilidad social es parte indispensable de toda empresa que pretenda competir con éxito en un mundo globalizado, y que una población cada vez más educada e informada está dispuesta a ponerle el cascabel al gato, premiando con su preferencia a productos o servicios de empresas responsables y castigando con su indiferencia a aquellas que no tienen un impacto positivo. El gráfico 2 ilustra lo expuesto. 

También ha habido estudios mundiales que muestran que en los países de América con mayor grado de desarrollo, esa tendencia de los consumidores también toma lugar. Un ejemplo lo provee la encuesta CSR Europe/MORI, 2000, que se llevó a cabo en 20 países de cuatro continentes y que exploró actitudes, opiniones, evaluaciones e imágenes de la población con respecto a las empresas.12 Según estos datos, un 14% de los consumidores de Canadá ha castigado la conducta socialmente no responsable de las empresas, en España, un 9%, y en Chile, un 5%; en los países de mayor ingreso per capita, en promedio, el 12% de los consumidores sancionan esta actitud. Si hay un sector interesado en que se amplíe la RSE fuera de las empresas, ese es el gubernamental. Estas prácticas están dirigidas al bienestar de diversos grupos de interés (stakeholders) que incluyen a los accionistas, los empleados, los proveedores, los clientes y las comunidades. 

En un escenario hipotético en que todas las empresas formales estuvieran ejerciendo la RSE, el sector privado estaría asumiendo, voluntariamente, el grueso de las responsabilidades por el desarrollo nacional. Se estaría dando solución, de forma masiva, al ingreso familiar, la seguridad social, la salud, la educación, la vivienda, el saneamiento ambiental y la protección de los recursos naturales (en la República Dominicana, el 49% de los ocupados –unos 3.2 millones de personas– son patrono o socio activo y trabajadores en el sector privado formal13). Y por si fuera poco, con sus prácticas éticas y transparentes, las empresas estarían proveyendo al Gobierno parte de los ingresos que necesita para asegurar el bienestar de sus propios empleados y los servicios adicionales que requieren todos los ciudadanos. Sería su tablita de salvación, porque en el escenario real ponsables por el ingreso de sus trabajadores, su seguridad social y en algunos casos, su salud, pero la mayoría obvia los servicios no contemplados en las leyes laborales. 

Ademas, los actores de la RSE incluyen en sus agendas preocupaciones generales de nuestro tiempo, tales como viabilidad a largo plazo del modelo económico de libre mercado; consolidación democrática; desarrollo sostenible; corrupción; transparencia; culturas indígenas; balance entre trabajo y familia; microempresa y sector informal; educación; pobreza; brecha digital; inversión social; estándares globales y ecoeficiencia.14 

En la zona de Asia-Pacífico la RSE ha canalizado esfuerzos en temas como el trato justo, el respeto y comercio internacional; en Europa, los derechos humanos, el medio ambiente y el civismo corporativo; en Estados Unidos, el gobierno corporativo, los derechos humanos y la lucha contra la corrupción; y en América Latina, la unificación normativa para la reducción de la pobreza y la obtención de principios de buen gobierno para eficientizar la RSE.15 No en balde la mayor parte de los gobiernos del mundo ha puesto sus ojos en esta estrategia competitiva, muchas veces incentivados por los mismos organismos internacionales. 

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas (CEPAL) ya ha incluido a la RSE dentro de la lista de fuentes innovadoras de financiamiento del desarrollo.16 En los Estados Unidos y Japón existen numerosas leyes que incentivan las contribuciones sociales de las empresas. 

La Comunidad Europea lanzó en Lisboa en 1999 el Libro Verde, que plantea un marco estratégico para el fomento de la RSE. En Inglaterra ya existe un Ministerio de RSE y en Francia se han decretado leyes para normar los informes empresariales, exigiendo incluir aspectos sobre su comportamiento ético. 

En 1999 Naciones Unidas lanzó el Pacto Global, suscrito ya por muchos gobiernos alrededor del mundo.17 En el año 2000, en el marco de la Cumbre del Milenio, y en 2002, en el de la Organización de Estados Americanos (OEA), los jefes de Estado y de Gobierno de América suscribieron acuerdos para promover la RSE en sus naciones.

Por su parte, en la República Dominicana, el gubernamental Programa Nacional de Competitividad ha incluido a la RSE como eje transversal de sus proyectos y ha propuesto al país un Pacto Sobre la Oportunidad Social Compartida, enfocado en las pequeñas y medianas empresas,18 y el presidente ha dicho que el diálogo nacional sobre la RSE es “…reflexión de gran importancia en el país, de la que ahora hemos estado más o menos ausentes y de la que ya no podemos seguir ausentes […] se exige en los acuerdos internacionales, como en el caso del Tratado de Libre Comercio DR-CAFTA, con una cláusula donde el país se compromete a respetar los principios de la Organización Internacional del Trabajo, la sindicalización, el derecho a la negociación colectiva, principios fundamentales de lo que son las normas laborales y, también, el respeto a las normas del medioambiente, como obligación moral de las empresas”.19 

Ni tan cerca que queme al santo ni tan lejos que no lo alumbre 

Debido a sus múltiples contribuciones, la RSE también resulta de interés para otros actores ligados al desarrollo sostenible. Las organizaciones no gubernamentales han sido claves para impulsar el tema, al desarrollar esquemas institucionales y técnicos para aplicar la estrategia y operar una gran cantidad de programas de difusión, incluyendo los dirigidos a los empresarios. Las entidades académicas han ayudado a conformar el concepto de RSE –todavía en construcción– y están formando a los recursos humanos que lo tendrán que aplicar en las empresas. Los organismos internacionales que trabajan con el desarrollo están contribuyendo con acuerdos y guías que sirven de referencia a las prácticas de RSE (OIT, OCDE, OMC, GATT, PNUD y otros).20

Las experiencias señalan que el éxito en el fomento de la RSE se facilita cuando todos los actores sociales adoptan sus principios, y más aún cuando se concretan alianzas entre ellos, ya sean orgánicas y gremiales, tácticas (ONG) o de interés (comunidades locales, gobiernos), entre otras. Los blancos de las prácticas de la RSE no podrían ser alcanzados si los socios de otros sectores no participaran también bajo el amparo de principios éticos. Esto resulta crucial para contribuir a la aceptación y credibilidad de la RSE, así como también para enriquecer su práctica, con las distintas experiencias que cada uno puede ofrecer. No obstante, cada actor tiene una perspectiva diferente y preocupaciones propias. En nuestro país, las organizaciones sin fines de lucro han expresado que una buena parte del empresariado dominicano no conoce o no tiene interés en la RSE, y han hecho un llamado al Estado para que la propicie sosteniendo un ambiente macroeconómico favorable y creando mecanismos de incentivos, tales como la eliminación del límite de las donaciones admisibles por ley; la exigencia de transparencia, y el cumplimiento fiscal al sector empresarial, a fin de destinar mayores recursos a los programas sociales.

21 El sector empresarial plantea, por su parte, que el papel principal, innegociable y fundamental de las empresas es el de la creación de empleos, aunque cumpla con otros roles sociales; que existe una creciente conciencia empresarial de que su progreso está íntimamente ligado al progreso del país; y que, ademas, su motivo para la acción no puede restringirse al ánimo de generar beneficios individuales. Para cumplir sus roles sociales, las empresas no necesitan tanto de incentivos, especialidades, ni privilegios, sino de mejoras en el marco que propicia su competitividad y el flujo de inversiones, incluyendo el fortalecimiento de la democracia y el estado de derecho y la igualdad de condiciones con respecto a otros países, para incursionar en los mercados internacionales.22 La cúpula del sector empresarial dominicano, el Consejo Nacional de la Empresa Privada (CONEP), ejecutó el primer programa de apoyo a la RSE en el país y ha tomado el liderazgo en la promoción del tema.

Más vale pájaro en mano

La República Dominicana ha adoptado un sinnúmero de modelos y esquemas, propuestos desde el exterior, para acelerar su desarrollo pleno, pero la mayoría de ellos han resultado como pájaros volando, con rumbo hacia otros destinos. Sin que todavía se sepa cuán eficaz puede ser para resolver grandes retos –por ser un concepto aún en construcción–, la RSE es un caso concreto de contribución al desarrollo, con resultados mensurables. Es portadora del germen del nuevo liderazgo público-privado que necesita el mundo de hoy y ya ha demostrado tener múltiples beneficios sociales, principalmente a escala local, que es el ámbito de acción más próximo para los individuos. 

Si bien nuestro país apenas está dando sus primeros pasos en el tema de la RSE, las reglas de juego del nuevo orden mundial están exigiendo grandes y acelerados cambios en todos los ámbitos –social, económico, político, ambiental, cultural, justicia–, y, a falta de otras propuestas creíbles, ya tiene un pájaro en la mano que precisamente requiere, para florecer, los cambios que de todas formas tendrá que cumplimentar. La RSE es una estrategia competitiva y también herramienta del desarrollo sostenible que promete el éxito cuando sus metas son compartidas por todos los actores sociales, condición indispensable para construir un proyecto de nación.

Bibliografía

Banco Central de la República Dominicana, Estadísticas sobre el Mercado de Trabajo 1991-2004, Santo Domingo, 2005. 

Banco Interamericano de Desarrollo (BID), “Estrategias empresariales de RSE”, en Del Dicho al Hecho, II Conferencia de Responsabilidad Social Empresarial, relatorías, México D.F., 2003. . Banco Interamericano de Desarrollo/Fondo Multilateral de Inversiones (BID/FMI), Adopción de Responsabilidad Social Empresarial en pequeñas y medianas empresas (TC 03-05-03-2), Memorando de Donantes, Documento público, 2003, . Comisión de las Comunidades Europeas (CE), Comunicación de la Comisión concerniente a la Responsabilidad Social Corporativa: Una contribución empresarial al desarrollo sostenible, COM (2002) 347 final, Bruselas, 2 de julio de 2002. Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), Objetivos de Desarrollo del Milenio: una mirada desde América Latina y el Caribe, Santiago de Chile, 10 de junio de 2005 (LC/ G.2331, Naciones Unidas). De la Torre de la Piedra, Diego, Responsabilidad Social como ventaja competitiva, artículo no publicado, como material de apoyo en la actividad de capacitación del Programa de Fomento de la Inversión Social Empresarial (PFISE), CONEP-BID, 2002.

Disponible en. Gertsacov, Daniel, Responsabilidad Social Empresarial en las Américas: Hacia un Movimiento Continental, Forum EMPRESA, trabajo preparado para el Programa de Fomento de la Inversión Social Empresarial (PFISE), Santo Domingo, 16 de Octubre de 2001, . Olivares, Mirtha, Estudio Base del Programa de Fomento de la Inversión Social Empresarial (PFISE), CONEP-BID, documento no publicado, 2003, . Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Informe Nacional de Desarrollo Humano, República Dominicana 2005, Santo Domingo, 2005. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), La democracia en América Latina: hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos, 2a ed., Buenos Aires, Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, 2004. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Objetivos de Desarrollo del Milenio, República Dominicana 2004, Santo Domingo, 2004.


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