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Michèle Mattelart: «En los tiempos de crisis se agudiza la amenaza de regresión, de retorno a los códigos tradicionales»

by Elina María Cruz
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Tenaz militante del movimiento de las mujeres desde las trincheras intelectuales europeas, Michèle Mattelart tiene autoridad como pocas para hablar de la evolución del feminismo y su vigencia en el siglo xxi. Su enfoque sobre la situación de la mujer de estos tiempos toma en cuenta los avances pero también los riesgos de perder conquistas logradas al cabo de años de reclamos y acciones individuales y colectivas.

De nacionalidad francesa, viajó a América Latina, específicamente a Chile, en 1963, después de haber estudiado literatura comparada en la Sorbona. Empezó su enseñanza y sus investigaciones en cultura y comunicación en el Centro de Estudios de la Realidad Nacional (ceren), de la Universidad Católica de Santiago, especializándose en la reflexión sobre género, política y medios. Durante la Unidad Popular, asumió un rol activo en la búsqueda de una alternativa en materia de medios en la televisión y en Quimantú, la editorial del Estado. Después del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, retornó a París, donde prosiguió con su labor de enseñanza e investigación impartiendo cursos en varias universidades y desarrollando proyectos para el Centre National de Recherche Scientifique (cnrs) y la Unesco. Sus aportes están contenidos en múltiples libros de los que es autora (o coautora, junto con Armand Mattelart, esposo y compañero en sus luchas intelectuales), que tienen gran acogida internacional. Entre ellos destacan: La cultura de la opresión femenina; Women, Media, Crisis; Los medios en tiempos de crisis; Pensar sobre los medios; e Historia de las teorías de la comunicación. En el escenario propicio del congreso de la Asociación Española de Investigación de la Comunicación (ae-ic) repasó su trabajo de décadas junto a Aimée Vega, del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de la Universidad Nacional de México, y Claudia Alvares, de la Universidad Lusófona, de Portugal, con quienes compartió una mesa de discusión sobre «Género, comunicación e investigación desarrollada por mujeres», en representación del Centre National de Recherche Scientifique, de Francia.

Mattelart –quien visitó en el año 2009 el país, por invitación de la Fundación Global Democracia y Desarrollo (Funglode), junto a Armand Mattelart– ofreció sus impresiones a Global en el marco de dicho congreso. En la conversación puso de relieve el reducido espacio que se da a las mujeres en los puestos directivos de los medios de comunicación, un fenómeno generalizado que contrasta con el hecho, común también, de que las escuelas de periodismo registran una matrícula mayoritariamente femenina desde hace años. También invitó a las mujeres a seguir despiertas, atentas a los movimientos de ideas y de realidades que son portadores de promesas de porvenir.

¿Se puede hablar de una pérdida de vigencia del feminismo en la actualidad en el mundo? ¿O resulta mejor ponderar diferentes realidades? Pensar que el feminismo ha perdido interés e influencia en la actualidad es acreditar opiniones comprometidas con la defensa de ciertos intereses y que no toman en cuenta ciertas realidades. En algunos contextos, sobre todo en las sociedades «desarrolladas», esta opinión se apoya sobre la afirmación de que las mujeres han alcanzado un nivel de igualdad con los hombres y han conseguido todos los derechos: educación, empleo, liberación sexual… Hubo indudablemente en estas sociedades una mejora de la situación de las mujeres y de la representación de su imagen, que fue el fruto de las luchas feministas. Pero inclusive en estas realidades donde las mujeres han conseguido muchos derechos, sigue existiendo mucha discriminación y no hay que perder de vista nunca que estas conquistas pueden ser amenazadas.

Mira lo que pasó recientemente en España: en diciembre del 2013, el gobierno de derechas suspendió el derecho al aborto adquirido en el 2010 bajo el socialista Zapatero. Millones de mujeres españolas pensaban que habían obtenido este derecho para siempre. Una gran parte de los políticos españoles se han levantado contra esta reforma que haría recaer el país en las tinieblas franquistas. Pero el ultraconservador ministro español de Justicia mantiene que no renunciará a un texto que «devolverá a las mujeres su dignidad». Las feministas denuncian un retorno al orden moral. No defienden el aborto en sí, sino el derecho de las mujeres a disponer de ellas mismas. Así uno ve que la vigilancia debe ser mantenida. La lucha no termina nunca. Nada está adquirido para siempre. Yo agregaría que en los tiempos de crisis se agudiza la amenaza de regresión, de retorno a los códigos tradicionales.

Hay muchas regiones del mundo donde impera todavía el orden T 28 patriarcal. En estos países, la lucha de las mujeres tiene un rol clave. Las manifestaciones de las «primaveras árabes» mostraron en primer plano a individuos mujeres. En esos contextos donde están más rezagadas, ellas están a la vanguardia de las reivindicaciones políticas, tienen una posición que llama la atención. Creo que el feminismo juega su carta allí, porque con una vida de más opresión, estas mujeres ponen el germen de los deseos de emancipación. Creo que les toca a ellas levantar las nuevas banderas.

Una investigadora que analizaba el sexismo en una serie televisiva de EE. UU. destacaba que en una encuesta muchas mujeres afirmaban que el feminismo hizo su trabajo y ya no se necesita. ¿Qué reflexión le deja esa afirmación?

Estas mujeres expresan el sentimiento de una parte de la nueva generación de mujeres que gozan hoy de derechos y de posibilidades de desarrollarse que sus madres no tenían. Esta generación no tuvo que luchar para conquistar estos derechos. Disfruta de los beneficios sin identificarse con el feminismo y sin ver la necesidad de la lucha que se dio y la que hay que seguir dando. Por parte de ellas hay un rechazo al feminismo hard que agitaba los años setenta y ochenta, lo encuentran fuera de moda y «poco fotogénico». Entre paréntesis, quisiera decir que la palabra feminismo suscita más rechazo que «movimiento de las mujeres», por ejemplo, que tiene también mi preferencia.

Este nuevo sujeto mujer del que hablamos está llevado a suspender la crítica y a adherirse a una imagen de niña moderna que ve en esta suspensión una condición de su libertad. Quiere ser cool: es una noción que expresa una relación acrítica con las representaciones sexuales dominantes del universo comercial, y contiene una cierta hostilidad hacia las posiciones feministas claramente asumidas en el pasado. Se adhiere a un nuevo régimen de significaciones sexuales apartadas de la política y basadas en la igualdad, en el placer. Creen en la mayor capacidad de los individuos para planificar su vida, para hacer «su vida». Ciertos teóricos cómplices del neoliberalismo acompañan esta actitud posfeminista. En sus libros, hay solamente ecos muy lejanos de las luchas que fueron necesarias para producir las libertades de las que gozan las mujeres jóvenes de Occidente.

Ciertas investigadoras han emprendido la crítica de esta nueva generación en cuyo seno pueden surgir también, hay que decirlo, acentos de desencanto, un sentimiento de vacío. Estas autoras (como la británica Angela McRobbie) han mostrado su preocupación por este aspecto del paisaje mediático, encarnado por unas nuevas heroínas de este girl power en la pantalla, mujeres jóvenes que se adhieren a un modelo de conducta guiado por el individualismo, un etos de la libertad que no reconoce vínculo alguno con las luchas de las mujeres por su independencia.

Michelle Bachelet ha dicho, a propósito de su victoria como presidenta por segunda vez, que están triunfando los que marchan a favor de la equidad. Hay dos presidentas en funciones en América Latina, en Costa Rica y Argentina. Y una vicepresidenta en la República Dominicana. ¿Qué lectura puedes sacar de ese panorama? Es cierto que estas mujeres pueden ser vistas como «el símbolo» de las conquistas de los últimos decenios, algo un poco inesperado en una América Latina que, de forma a veces muy estereotipada, se sigue considerando «machista». Pueden ser interpretadas como la revancha de las mujeres y aparecer como el símbolo de una simetría por fin adquirida entre hombre y mujer, tanto más radical y fuerte en cuanto se expresa al más alto nivel del poder Ejecutivo. Y esta situación donde las mujeres alcanzan la magistratura suprema se va repitiendo. Es así como en Francia dos mujeres se estaban disputando el Ayuntamiento de París en las elecciones municipales de marzo del 2014. Sin embargo, hay que restituir la verdad en torno a estos casos excepcionales. Son signos fuertes. No cabe duda. Pero recuerdo los prejuicios sexistas que se expresaron con cierta brutalidad cuando una mujer, Segolène Royal, se presentó en el 2007 como candidata a la presidencia de la República en Francia, por parte incluso de hombres de su propio partido que desconfiaban por principio de la capacidad de una mujer para asumir este puesto. Y muchas ministras han confesado la resistencia, acompañada a veces de manifestaciones de violencia, que encuentran en su oficio por el hecho de ser mujeres, sobre todo cuando ocupan puestos y responsabilidades que están más identificados con el relevo del dominio o de la autoridad viril: agricultura, defensa…

Hay que valorar este acceso de ciertas mujeres a la función presidencial como un signo notable de reconocimiento de la equidad, pero conviene analizarlo tomando en cuenta la dificultad que tienen amplios sectores de la sociedad a la hora de romper con los prejuicios en lo que se refiere a la representación de los sexos, sus atributos, la definición de sus roles. Y sobre todo, estos casos de éxito excepcional no deben ocultar la situación ampliamente mayoritaria de desigualdad frente al empleo, por ejemplo: desigualdad de salarios, dificultad de acceso a los puestos de decisión, mayor riesgo de cesantía, trabajos menos valorizados, sin olvidar el acoso sexual. Quisiera agregar que la decisión de ciertas mujeres de solicitar los sufragios para acceder a los cargos supremos suscita interés en mucha gente por el hecho de irrumpir de manera disruptiva en el orden de las cosas, en el ordenamiento tradicional de las conductas de cada uno de los sexos. Últimamente, ciertas series de televisión como la proveniente de Dinamarca, Borgen, una mujer en el poder, tienen una mujer en el poder. Recurrieron con gran éxito internacional a este tema que permite poner en escena unos debates de mucha significación para el público sobre la dificultad de conciliar vida pública y vida privada, amor y trabajo, ambición personal y dedicación a los niños, doble o triple jornada, etcétera.

En este encuentro, en la mesa en la que ha participado como investigadora de referencia en el mundo de los medios y el feminismo, el balance ofrecido no ha sido auspicioso, positivo. ¿Acaso en el escenario mediático no se avanza al ritmo de otros espacios de poder, como el de los partidos políticos? ¿A qué atribuye que los medios no hayan cedido el espacio tan reclamado por las mujeres? Lo sorprendente es que las escuelas de periodismo y las facultades de comunicación presentan un porcentaje muy alto de mujeres estudiantes, lo que nos llevaría a pensar, reflexionando a muy grandes rasgos, que es al nivel de la contratación, del reclutamiento por parte de las empresas de prensa y comunicación donde hay un problema y que estas empresas prefieren contratar hombres.

Habría que hacer un análisis muy fino, lo que no pretendo aquí. Y no basta con decir que una vez más son criterios marcados por estereotipos de género los que influyen en la contratación de hombres o mujeres en los sectores de la información y la comunicación. No basta con decir: niñas bonitas en la presentación de los programas (¡ligeros!) de televisión, hombres a la cabeza de los departamentos de noticias (¡serias!). (Lo que tiene cierto grado de realidad objetiva sin dejar de ser caricaturesco). Habría que profundizar en el análisis de este sector, lo que por lo demás hace Aimée Vega Montiel, quien se expresó sobre este punto durante ese encuentro y en esa mesa. Hacer estudios comparativos entre los diferentes países. Así me vienen a la mente nombres y rostros de mujeres que tuvieron una carrera periodística de mucho renombre, por cierto un número menor de mujeres que de hombres. Pero siento aquí los límites de una apreciación por cifras, por cantidad. Un ángulo más interesante consistiría en preguntarse si el criterio del «profesionalismo» que es imperativo en este sector, y que imprime sus normas, no estaría más en concordancia con el perfil de un periodista masculino, estimado más serio, más «objetivo», que con el de una mujer estimada más guiada por la afectividad, etc., siempre los prejuicios y los estereotipos que siguen teniendo vigencia, aunque se esté evolucionando en ciertas franjas de los medios, debido también a leyes que, en ciertos países, obligan a respetar la paridad, a contratar un cierto porcentaje de mujeres, etc.

Hay que agregar también que el contexto de crisis aguda que conocen los medios en la actualidad, amenazados por la competencia desenfrenada y el desmenuzamiento de las plantillas, no favorece una evolución armoniosa de la situación. Recordemos como se resumía la suerte de una mujer en la Gran Crisis: last hired, first fired, la última en ser contratada, la primera en ser despedida.

Frente a lo que pasa en los medios, yo no tomaría como modelo los partidos políticos para favorecer el avance de las mujeres. Las mujeres que logran estar presentes a niveles altos de la política lo deben la mayoría de las veces o a una ambición muy fuerte o a un coraje excepcional y una voluntad de compromiso ciudadano muy fuerte, porque el mundo de la política es un mundo muy duro para una mujer, quizás el más propenso a la dominación del hombre. Yo no sé si la elección de Michelle Bachelet, por segunda vez, a la presidencia de Chile se debe al apoyo incondicional del Partido Socialista. Creo más bien que su elección la debe a su capital personal muy fuerte.

En su exposición se refirió a la diferencia que supone hablar de género y medios y no de mujer y medios. ¿Podría compartir esta visión? Yo me refería al hecho siguiente: toda denominación representa una apuesta semántica y política. Hace tres o cuatro decenios, cuando empezaron los estudios sobre este tema, se hablaba de «mujeres y comunicación», o «mujeres y medios», etcétera. Inclusive se habló de «mujer y medios». El genérico «mujer» es cada vez más refutado. Lo que se critica en esta denominación es la concepción esencialista del sujeto mujer, que revela el supuesto valor universal de este sujeto que estaría garantizado por el zócalo biológico del sexo, esta representación estructural de un mundo inmóvil, con las reparticiones entre los sexos ineludibles dado que se fundamentan en la naturaleza de las cosas.

Esta crisis de la representación del sujeto mujer es muy reveladora de la influencia de las corrientes de ideas (posfeminismo, poscolonialismo, posestructuralismo, posmodernismo) que marcan el contexto académico y también, en cierta medida muy difusa, impregnan el ámbito «popular», las reacciones, los modos de sentir de la generación joven. 

En cambio, «el género» es una hipótesis que permite mostrar que todo no deriva de la naturaleza. Es una noción que reenvía a «un sentimiento de la identidad» y que entrecruza la multiplicidad de las relaciones sociales de dominación (de clase, de raza, de sexo). «El género» aparece como algo que no está dado, como algo construido por la cultura. Está concebido como el producto de una construcción social. Cuestiona los roles de las mujeres y de los hombres en la sociedad, las desigualdades entre los dos sexos y también entre las sexualidades, porque pone en tela de juicio la norma de la heterosexualidad. Este concepto permite por cierto re-investir ciertas problemáticas al poner de relieve el peso de la diferencia de los sexos en el sistema social. Pero se ha acusado a esta noción de suavizar la problemática feminista, de hacerle perder parte de sus aspectos subversivos, razón por la cual los estudios de género estarían más aceptados por la institución académica o por los organismos que se ocupan del desarrollo al nivel mundial que los que se reclaman explícitamente del feminismo. En Francia y en Italia varias investigadoras prefieren emplear «diferencia de los sexos» o «relaciones sociales de sexo» o inclusive las nociones de «masculino» y «femenino» que les parecen más cargadas de sentido, de simbolización. La historiadora Joan Scott, que fue la primera inspiradora de esta noción de «género» en un importante trabajo publicado a finales de los años ochenta, en el que el género era considerado una primera manera de significar las relaciones de poder, estima que esta categoría ha perdido su poder subversivo, prestándose cada día más a la mirada demócrata-liberal sobre las diferencias sexuales y sociales. En la misma línea, otras autoras piensan que la noción de género puede servir a políticas sociales progresistas, pero que contribuye en la realidad a la perennidad de las tareas, de los territorios y de las identidades.

En todo caso, el gender, «género», se ha impuesto. Los gender studies han sustituido a los women studies. El libro que la filósofa norteamericana Judith Butler publica en 1990, Gender Trouble, contribuyó fuertemente a consagrar esta denominación. El subtítulo de este libro Feminism and the subversion of identity implica una nueva etapa de la crítica feminista.

¿Cuáles retos asume ahora como investigadora? Al cabo de más de cinco décadas sigue activa. Es un referente que compromete a la generación de relevo. ¿Qué le diría, como sugerencia o recomendación, para lograr dejar una huella, como la ha marcado usted? Yo les diría: Sigan despiertas. Sigan atentas a los movimientos de ideas y de realidades que son portadores de promesas de porvenir, que requieren ser escuchados, auscultados, con una mente atenta, generosa pero a la vez rigurosa. La generación a la que pertenezco tiene una responsabilidad frente a la nueva generación que evoluciona en un contexto de gran complejidad, donde reina mucha incertidumbre, tanto a nivel de las posibilidades de inserción social como a nivel de la elaboración conceptual; pero mucha riqueza también, mucha creatividad en los espacios donde se sigue buscando vías alternativas. Que sigan buscando vías alternativas de vida frente a las falsas promesas del neoliberalismo.

El pensamiento de las mujeres ha contribuido históricamente a la renovación del pensamiento en general y de las ciencias humanas y sociales en particular. Me ha molestado siempre que se vea a las mujeres como ocupando un lugar aparte, al lado, donde efectivamente se las hace coexistir con categorías más o menos marginales. Al contrario, pienso que el movimiento de las mujeres está dentro, se mueve en el interior de los grupos, de la sociedad. No está en las periferias de la conciencia del discurso progresista. Y es esta interioridad en relación con lo social la que permite introducir en el universo político algo diferente. De ahí la importancia del movimiento de las mujeres para la crítica social, porque constituyó históricamente un doble subterráneo y reprimido de este discurso. Permite introducir algo que es lo otro, que se debe también a que la formación política de este movimiento de mujeres no tuvo su origen en las fábricas, en el mundo de la producción, sino en los lugares resguardados de la reproducción, del espacio familiar, de la vida doméstica y cotidiana.

Hay que continuar e interrogarse sobre el contenido de la palabra emancipación porque esta palabra la requieren corrientes y programas de signo distinto. La llave está ahí, en la educación, en la conciencia. Y lo vuelvo a decir, tenemos una responsabilidad en la socialización de la nueva generación.


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