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Democracia.com: los riesgos de la construcción política en un entorno digital

by Carlos Ruiz
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Los atenienses inventaron la democracia convirtiendo la política en semántica, en comunicación. Consideraron que la persuasión debía sustituir al uso de la fuerza y entendieron que la libertad era participar en la política, es decir, hablar entre iguales. Y para ello construyeron un ámbito específico donde poder ejercer esa libertad: el ágora. Y Platón estableció un criterio auditivo cuando en Las leyes aconsejó el número ideal de ciudadanos que debía tener la polis: el que permita que todos los ciudadanos puedan oír la voz del orador. Allí, todos los ciudadanos —los legitimados para la participación política— compartían el conocimiento de los hechos que les afectaban y conocían todos los puntos de vista.

La información y el pluralismo eran los elementos imprescindibles para construir la democracia. Con el hundimiento de la polis, la palabra dormitó históricamente hasta que, muchos siglos después, la impren ta revolucionó Europa y la palabra volvió a correr desbocada disfrazada de letra impresa.

Del ímpetu de esas palabras nació la democracia liberal, ya en el siglo xViii. Y el primer ensayo se realizó en Estados Unidos. Pero en América la palabra se enfrentaba a un territorio extenso donde era imposible el ágora. Demasiadas personas, demasiada distancia. La solución de los teóricos liberales fue transformar el ágora en un ágora mediática. La prensa recibió el encargo moral y político de ser el foro público a través del cual todos los ciudadanos pudiesen compartir informaciones y experiencias. Lo advirtió Alexander Hamilton, cuando afirmó que “los periódicos serán también los veloces mensajeros que tendrán al corriente a los habitantes de los lugares más remotos de la Unión”. También lo constató Alexis de Tocqueville cuando, años más tarde, observó y analizó certeramente la democracia americana y definió el periódico como un medio indispensable para “hablarse todos los días sin verse, y marchar juntos sin reunirse”.

La prensa se inviste así como pilar fundamental del sistema democrático. Pero su papel en la arquitectura política se complementará con otras dos funciones que le otorga el liberalismo. Además de su función de “ágora”, también debe ser “contrapoder”, debe vigilar para evitar que el poder, cualquier poder, se extralimite. Y la tercera función que se le encarga es la de “instrucción”, porque por el ágora deben circular todas las ideas, todos los puntos de vista. Igual que en Atenas, las democracias liberales que se crearán a partir del siglo xviii entenderán que una sociedad no puede ser libre si no lo es la palabra.

Y la libertad de palabra, como nos recuerda John Stuart Mill, es la propia esencia de la libertad humana. Kant reflexionará años después sobre la libertad de pensamiento, y entenderá que sólo un pensamiento es libre si cumple tres requisitos: que el pensamiento se pueda comunicar, que se justifique racionalmente y rinda cuentas y, por último, que se encuentre y se module con otros puntos de vista. No es casual que los tres requisitos kantianos coincidan casi milimétricamente con las tres funciones democráticas que debe observar la prensa. Por lo tanto, la prensa es la encargada de garantizar la libertad de pensamiento de todos sus ciudadanos en las democracias extensas.

Los problemas del ágora global

Platón se ha asomado momentáneamente a la puerta de la Academia y observa con perplejidad el ágora del siglo xxi: Internet. Le desconcierta, en primer lugar, su dimensión global. Le preocupa también la multiplicidad de voces que hablan al mismo tiempo, y se pregunta si es posible discernir al buen orador del sofista, el conocimiento (episteme) de la opinión (doxa), del prejuicio, del rumor. Comparte preocupación con uno de los teóricos actuales más notables de la democracia, Giovanni Sartori: “Para esos personajes del grupo de Internet (lo digo a veces con cierta ironía) la información es cualquier cosa que esté viajando en la red cibernética. El simple ruido, por tanto, deviene información si está viajando por la red […] A mi simple entender, la información debe informar acerca de algo; debe tener un contenido, y éste debe estar sujeto a un monitoreo, a un tamiz que se pueda calificar en términos de su veracidad, falsedad, credibilidad, precisión, etcétera, y a la vez evaluar lo que se dijo. El ruido es irrelevante para la democracia”.

La observación de Sartori debe hacernos reflexionar porque quizá nos encontremos ante la revolución comunicativa más importante de la humanidad después de la imprenta. Porque Internet ha conseguido integrar en una única plataforma todos los medios de comunicación anteriores. Es el medio de medios. El ágora que necesita la democracia ya no es copresencial, como en Atenas, ni tipográfica; ahora es multimedia y la imagen, con su irresistible fuerza seductora, desplaza progresivamente a la palabra.

En este contexto, es imprescindible interrogarnos sobre el impacto de las nuevas tecnologías en el periodismo porque, como hemos visto, cualquier cambio que afecte a la información, afecta a la propia democracia. Las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación han irrumpido con fuerza en el periodismo, influyendo poderosamente en la actividad a nivel empresarial, profesional y de contenidos, así como también en la audiencia.

La convergencia mediática se ha convertido, sin duda, en un estadio evolutivo casi obligado para que las empresas periodísticas puedan competir con ciertas probabilidades de sobrevivir en un mercado global y local. Esta profunda transformación requiere que nos detengamos a pensar sobre algunos aspectos que el nuevo marco tecnológico establece, y las posibilidades y riesgos que comporta.

Desde el punto de vista empresarial, la convergencia mediática posibilita la concentración y creación de grandes grupos multimedia. Uno de los riesgos que implica es si en esa fusión la empresa matriz no es periodística, porque entonces la comunicación –básicamente, contenidos de entretenimiento– puede devorar a la información y situarla en un segundo plano. Es más barato entretener que producir información de calidad. Es una de las preocupaciones que manifiestan Bill Kovach y Tom Rosenstiel en Los elementos del periodismo.

La propia tecnología puede favorecer este desplazamiento de la información porque la mayoría de diarios digitales poseen mecanismos de contabilidad para conocer al instante cuáles son las informaciones más leídas y, en función de las cifras, condicionar la estrategia editorial priorizando la publicación de hechos curiosos, sensacionalistas o de impacto que cuestionan la propia definición de noticia y su vinculación ineludible con el interés público. Mediante este tipo de mecanismos, el “interés público” ya no sería el elemento sustancial que definiría el concepto de noticia porque sería sustituido por el “interés del público”.

Internet implica también una aceleración de la velocidad, tanto desde el punto de vista de producción de la noticia como de su recepción. Es un viejo problema que ya planteó Platón. El conocimiento, la reflexión, requiere tiempo. Por eso estableció en su Estado ideal que gobernarían los filósofos, es decir, los que disponían de tiempo para conocer. Lo advirtió William Howard Russell, el corresponsal de Times que cubrió la guerra de Crimea en 1854. Era el primer conflicto bélico que contaba con una infraestructura importante de cable telegráfico, lo que posibilitaba transmitir con una inusitada rapidez las crónicas periodísticas. Ante tal velocidad, Russell se mostraría contrariado: “El telégrafo ha venido a destruir nuestras facultades inductivas y especulativas. Antes de completar nuestras investigaciones, ya han llegado a Londres los datos a través del telégrafo”.

La competencia entre empresas informativas se ha visto afectada también por esta velocidad. Si antes la información exclusiva y de calidad marcaba la pugna entre los medios, en las versiones digitales gana la batalla el que publica más rápido. Y esto comporta otro riesgo, porque disminuye el tiempo para comprobar y verificar las informaciones que provienen de fuentes que se encuentran en la red. Todos recordaremos cuando diversos informativos de cadenas de televisión emitieron en 2005 la imagen de un soldado norteamericano secuestrado en Irak. La fotografía fue descargada de una web islamista en la que se amenazaba con asesinar “al soldado John Adam”. Las grandes agencias de noticias internacionales dieron por cierto el secuestro y distribuyeron la foto. Y numerosos medios de comunicación la reprodujeron. En realidad se trataba de un muñeco.

La convergencia mediática establece como uno de sus ideales que un periodista debe ser capaz de dominar diversas tecnologías e informar sobre un hecho a través de soportes diferentes. Es el periodista polivalente, que comporta dos problemas potenciales. El primero es que la empresa reduzca personal, dedicando menos recursos humanos y económicos a la información; el segundo, que el profesional disponga de menos tiempo para investigar y elaborar la información.

El canto acrítico al ‘periodista ciudadano’ Una de las profecías más extendidas en el ciberespacio es que Internet posibilita, por fin, romper con la unidireccionalidad de los medios de comunicación. El ciudadano, el receptor, entra de lleno en el proceso comunicativo y reivindica un protagonismo que, hasta ahora, le era negado. Se llega a hablar incluso de la figura del “periodista ciudadano”, que experimenta el tránsito de receptor a productor de la información. Sorprende el entusiasmo con el que los propios medios digitales han acogido esta expresión. Igual que sorprenderían expresiones análogas como “médico ciudadano” o “ingeniero ciudadano”.

Con ello no queremos entrar en el viejo debate sobre si es necesario o no obtener el título universitario o disponer de cualquier otro requisito para ejercer el periodismo, pero tampoco queremos soslayar que es imprescindible una preparación intelectual, técnica y profesional para hacerlo con ciertas garantías. Porque puede haber sorpresas desagradables.

Es lo que le ocurrió al prestigioso diario español La Vanguardia. El 31 de diciembre de 2004 publicaba dos fotos espectaculares en portada sobre los efectos del tsunami, que causó docenas de miles de muertos en Indonesia. En el pie de foto de una de las fotografías, el rotativo explicaba que: “Un testigo cuya identidad se desconoce tomó este excepcional documento en una ciudad de la isla de Sumatra, en Indonesia. Capta el momento en el que la ola gigante alcanza a un grupo de personas que observan el fenómeno con incredulidad. La segunda foto recoge el primer intento de huida. La Vanguardia ha tenido acceso a estas imágenes por medio de un empresario catalán que opera con compañías indonesias”. En la edición posterior, el diario reconocía el error y explicaba el proceso que lo indujo. El empresario, lector de La Vanguardia, había recibido a su vez las fotografías vía correo electrónico de unos representantes de una empresa textil con la que mantiene negocios. Finalmente, el diario reconoció que las fotografías publicadas correspondían realmente a los efectos de un tifón que azotó la isla de Taiwán dos años antes. El ciudadano puede aportar pistas o denunciar hechos a las redacciones de los medios de comunicación –como siempre ha ocurrido–, pero no debe convertirse en periodista, porque no lo es.

La interactividad, la comunicación instantánea entre el periodista y el ciudadano sí permite una interesante relación que puede contribuir a una mayor exigencia de rigor y de transparencia del proceso informativo. El ciudadano puede interrogar al periodista sobre algunos aspectos de la información, cuestionar el uso de algunas fuentes o la exclusión de otras, e incluso mostrar su disconformidad sobre la dimensión ética de una noticia. Es lo que ocurrió el 23 de febrero de 2008 con una noticia que publicó en su edición digital The New York Times. En la información se cuestionaba la ética del entonces candidato republicano John McCain. Citando dos fuentes anónimas, el artículo especulaba sobre la relación entre el senador y Vicky Iseman, gestora de un lobby, y los posibles tratos de favor que en su actividad política podía haber dado McCain a las empresas representadas por Iseman.

Pocas horas después de su publicación, los redactores de la noticia se vieron obligados a responder a más de 4,000 preguntas formuladas por los lectores a través del correo electrónico. El intercambio de puntos de vista se convirtió al final en un apasionante debate sobre la propia actividad periodística.

Otra faceta en la que el ciudadano ha adquirido protagonismo comunicativo es en el amplio ámbito de la opinión. Cartas del lector, comentarios, blogs, foros de debate, etc. Y esta participación es celebrada como una revolución de las comunicaciones y como una revitalización de la democracia. ¿Lo es? En todo caso, la respuesta a esta pregunta debe ser provisional, porque nos hallamos en el epicentro de un cambio comunicativo importante y no disponemos de la perspectiva suficiente. Sin embargo, sí que podemos constatar la existencia de algunos problemas que se desprenden de la potenciación de esta participación ciudadana en los medios digitales. Uno de ellos es el anonimato. En la mayoría de los casos, los participantes se identifican con un seudónimo, es decir, no se identifican. Los medios permiten el anonimato y éste posibilita, intencionadamente o no, la irresponsabilidad en la opinión que manifiestan. Pero sobre todo existe un riesgo que afecta directamente a una de las sustancias de la propia democracia: el pluralismo.

Cass Sunstein ha realizado uno de los trabajos más interesantes sobre el pluralismo en Internet. El punto de partida de su análisis es que para que haya libertad de expresión debe cumplirse un requisito importante: los individuos han de entrar en contacto con materiales no previstos, que no hayan elegido previamente. Sin el encuentro con puntos de vista diferentes al de uno mismo, considera que es difícil que la democracia reciba tal nombre. La reducción del pluralismo, del acceso a otros puntos de vista no proviene, como era el temor de muchos autores, de una censura oficial, sino que es el propio ciudadano el que limita su acceso a ideas diferentes a las suyas.

Y lo hace, en gran medida, gracias a las posibilidades de las nuevas tecnologías, que le proporcionan filtros para que seleccione lo que le interesa y sólo lo que le interesa. Las nuevas tecnologías posibilitan que el ciudadano confeccione un diario hecho a su medida y que contenga opiniones coincidentes con las suyas, lo que Sunstein denomina el daily me. El propio ciudadano encoge el mundo. En este sentido, el autor opina que la red está generando “una disminución sustancial en las interacciones con los demás que no se han previsto o elegido de antemano.” Advierte, además, que en las webs que él analizó tampoco se produce este encuentro con ideas diferentes, sino que se acentúa la tendencia a retroalimentar los propios puntos de vista con ideas afines, lo que provoca una polarización de la opinión, una radicalización social.

Difícilmente puede contribuir al pluralismo democrático una participación ciudadana que descalifica el punto de vista del otro, cuando no lo insulta directamente. Los medios digitales deben establecer mecanismos de control para que esta participación ciudadana se inscriba en el respeto y la tolerancia. Internet es el reino de la opinión. Tradicionalmente, la opinión acompañaba a la noticia sobre un hecho para contextualizarlo y entenderlo ampliamente. En la actualidad todos se ven capacitados para opinar, y este manto de opinión llega incluso a sepultar el hecho.

Pero opinar no es teclear lo primero que se ocurra. Implica reflexión, conocimiento y, sobre todo, como hemos señalado, una exigencia moral de fundamentar aquello que se opina. Sin embargo, el alud de opiniones que posibilita la red se sitúa en un territorio de impunidad. Y los medios –digitales o convencionales– y los profesionales son parcialmente responsables de esta situación. Las nuevas tecnologías facilitan extraordinariamente el acceso a los hechos sin que el periodista tenga que investigar. Y muchas veces el mismo hecho se transforma con envoltorios diferentes para su distribución multiplataforma.

Normalmente, lo que envuelve el hecho para que parezca diferente es la opinión. Como denuncian Kovach y Rosenstiel, lo que deberían hacer los periodistas es intentar descubrir y verificar de forma independiente los hechos, y no camuflarlos con opinión. Porque así, además, los hechos que circulan por la red son los mismos: los periodistas beben, en palabras de los periodistas norteamericanos, “en el mismo abrevadero”. Un último aspecto que queremos abordar es el del entretenimiento. Los teóricos liberales consideraron que la democracia no era posible si el ciudadano no disponía de cierto conocimiento sobre los asuntos públicos, y por ello consideraron la libertad de prensa como el principal axioma democrático.

Sin embargo, el internauta parece preferir los contenidos de entretenimiento. Si la tendencia actual se consolida, ¿será posible una democracia sin ciudadanos convenientemente informados? El predominio de la imagen y su inexorable avance sobre la palabra puede alterar epistemológicamente al ciudadano, como señala Sartori, que nos habla de un homo videns que desplaza al homo sapiens, que pierde capacidad de abstracción y que sólo confiere autoridad a la imagen.

Quizás sea demasiado pronto para aventurar una conclusión, pero no podemos eludir plantearnos la cuestión. Como se la planteó Neil Postman en Divertirnos hasta morir. Su reflexión se inscribe entre dos de las grandes antiutopías de la historia: 1984, de Orwell, y Un mundo feliz, de Huxley. El primero temía que el poder político impidiese que el ciudadano accediese al conocimiento. El segundo consideraba que el peligro era otro: que los propios ciudadanos perdiesen el interés por el conocimiento.

Los profetas de Internet vaticinaron un territorio virtual libre, donde empresas y gobiernos no podían entrar ni regular. Pero el liberalismo político nos enseñó que la única manera de garantizar la libertad de todos es poniendo límites al poder, a cualquier tipo de poder. Internet, en este sentido, no puede ser un poder fuera de control.

Notas:

Arendt, Hanna. La promesa de la política. Barcelona: Paidós, 2008, pp. 153-154.
Platón. Diálogos. Madrid: Gredos, 1999. Volumen ix. Leyes (Libros Vii-xii), Ley es V, 737 e, p. 414. El filosofo considera un número adecuado, siguiendo el criterio expuesto, el de 5,040 ciudadanos.

Hamilton, A.; Madison, J.; Jay, J. El federalista. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2001, p. 371.
Tocqueville, A. La democracia en América, 2. Madrid: Alianza Editorial, 2002, p. 146.

Mill, John Stuart. Sobre la libertad y comentarios a Tocqueville. Madrid: Espasa Calpe, 1991, p. 78: “[…] Pues ésta es la región propia de la libertad humana. Comprende, en primer lugar, el ámbito (domain) de la conciencia, que exige libertad de conciencia en el más amplio sentido; libertad de pensar y de sentir; absoluta libertad de opinión y sentimiento sobre cualquier asunto práctico, especulativo, científico, moral o teológico. La libertad de expresar y publicar opiniones puede parecer que cae bajo un principio diferente, en tanto que pertenece a aquella parte de la conducta del individuo que concierne a otras personas; pero, siendo casi de tanta importancia como la misma libertad de pensamiento, y descansando en gran parte en las mismas razones, resulta prácticamente inseparable de ella.”

Sartori, Giovanni. Videopolítica. Medios, información y democracia de sondeo. Madrid: Fondo de Cultura Económica de España, 2003, p. 25.

Kovach, Bill; Rosenstiel, Tom. Los elementos del periodismo. Madrid: Ediciones El País, 2003, p. 19-20. Los autores afirman que “por primera vez en nuestra historia es cada vez mayor el número de empresas no periodísticas que publican y transmiten noticias, lo que ha dado lugar a una nueva organización económica que tiene grandes consecuencias. Existe la posibilidad de que la información independiente se vea sustituida por un comercialismo interesado que se haga pasar por noticia. Si esto ocurre, perderemos a la prensa como institución independiente, libre para vigilar a los demás poderes e instituciones de la sociedad. […] En el nuevo siglo, uno de los interrogantes más serios que puede plantearse la sociedad democrática es si la prensa independiente podrá sobrevivir”.

Leguineche, Manuel. “Yo pondré la guerra” (W. R. Hearst). Cuba 1898: la primera guerra que se inventó la prensa. Madrid: Ediciones El País, 1998, pp. 52-53.

Se trata de la portada de La Vanguardia del 31 de diciembre de 2004. Se puede consultar a través de la hemeroteca digital del diario.

La explicación completa se puede consultar a través de la hemeroteca digital del diario en la edición de los días 1 y 2 de enero de 2005, página 8.

Sunstein, Cass. República.com. Internet, democracia y libertad. Barcelona: Paidós, 2003, p. 33. En la nota al pie de página número 3 de la p. 19, afirma que en el año 2000, cerca de 30 millones de personas habían personalizado su página web; unas diez veces más que en 1998. Ante el incremento espectacular, advierte que las cifras pueden quedar obsoletas enseguida.

Kovach, Bill; Rosenstiel, Tom. Los elementos del periodismo. Madrid: Ediciones El País, 2003, p. 106.


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