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El «movimiento alterado»: beber cervezas rima con cortar cabezas

by Jaime Porras Ferreira
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Diversas regiones de México están manchadas de sangre desde hace varios años. Hay que remontarse a la Revolución mexicana para encontrar un panorama con tanta violencia. La fuerza del narcotráfico y el proceder de las fuerzas del orden han dejado miles de cadáveres regados. Pero toda esta ola de muerte también puede escucharse a través de una expresión de la música popular. Lo llaman «movimiento alterado» y forma parte del más reciente rostro de la tradición del narcocorrido. Son escenas del cine gore llevadas a los canales auditivos. Cantarle al crimen no ha sido exclusivo de México. Héctor Lavoe y Willie Colón incendiaron las pistas de baile con una salsa que hacía guiños a los chicos malos; la rumba catalana contó la vida de jóvenes delincuentes en la España posfranquista; en el rap de los suburbios de Francia y de los barrios negros de Estados Unidos no han faltado pistolas y canutos, entre otros ejemplos más. Las letras de muchos géneros populares narran las realidades de cada sociedad, incluidos sus lados oscuros. Decir lo contrario sería caer en la ingenuidad.

Las raíces del corrido mexicano se sitúan en el siglo XVIII, como una variante del romance español. Esta crónica cantada de gestas, biografías, crímenes y eventos trascendentes recibió una influencia importante de los inmigrantes europeos durante el siglo XIX, a través de estilos como la polca, el vals y el chotis y del uso del acordeón. El corrido fue ganando popularidad con la Revolución mexicana y la Guerra Cristera, hasta convertirse en uno de los géneros más apreciados en el país. D Cabe, sin embargo, destacar que en la mayor parte del siglo XX y en lo que va del XXI el corrido ha tenido como principal terreno fértil el norte de México, una zona a veces incomprendida por los habitantes del centro y sur del país. Carlos Velázquez, que es actualmente uno de los escritores más sobresalientes de las letras mexicanas, en sus obras – cuento, novela, crónica– ha reflejado con atino las particularidades de los pobladores de esta región. Velázquez ha acuñado incluso el término condición posnorteña para referirse a una cultura muy activa con ídolos propios, miradas puestas en el país vecino y referencias no tan constantes a la capital nacional, vocablos cargados de espanglish, tráfico de narcóticos como asunto de toda la vida y, por supuesto, el uso de la música para contar historias. El subtítulo de uno de sus libros más aplaudidos deja en claro este último punto: La Biblia vaquera (un triunfo del corrido sobre la lógica).

El corrido es descripción de hechos sociales y el narcotráfico no data de hace unos días. José Manuel Valenzuela es uno de los mayores estudiosos de las relaciones entre el narco y el corrido. Profesor en el Colegio de la Frontera Norte (Tijuana), Valenzuela es autor de Jefe de jefes: corridos y narcocultura en México, un libro decisivo para comprender esta mezcla entre crimen organizado, sustancias ilegales, crónica popular y música norteña. De acuerdo a Valenzuela, existen cuatro generaciones de narcocorridos. La primera nació con temas como «El Pablote», compuesto por José Rosales en 1931 y que cuenta la historia del traficante chihuahuense Pablo González, y «Por morfina y cocaína» de Manuel Cuéllar en 1934. Las referencias eran en estos casos más cercanas a la imagen del bandolero que con tanto atino analizó el historiador británico Eric Hobsbawn. La segunda generación surgió en los años setenta, con el incremento del tráfico de drogas en la frontera entre México y los Estados Unidos. El primer hit de esta segunda generación fue «Contrabando y traición» de Los Tigres del Norte, grabado en 1974.

Millones de mexicanos conocen la letra de esta canción que comienza así: «Salieron de San Isidro / procedentes de Tijuana / traían las llantas del carro / repletas de hierba mala / eran Emilia Varela y Camelia la Texana». Otros artistas y agrupaciones se sumaron a la confección de narcocorridos en esos años, y obtuvieron gran éxito en los siguientes lustros, como Ramón Ayala y Los Cadetes de Linares. La actuación de reconocidos narcotraficantes llegó a millones de oídos, con temas donde figuraban elementos como la ascensión social usando la escalera del crimen organizado, la actitud a lo Robin Hood de ciertos capos y el apego a los viejos códigos de la criminalidad. También en algunos casos las canciones subrayaban el riesgo que significaba jugar con fuego. Algunas almas se alarmaron al escuchar las letras de estos intérpretes, pero, después de todo, esto era la consecuencia del reflejo cada vez mayor del narcotráfico en la sociedad mexicana: Estados Unidos necesitaba más mercancía, se abrían nuevas rutas en la frontera, lavar dinero daba demasiados dividendos, el desempleo se paseaba con descaro y los capos intervenían cada vez más en oficinas municipales, estatales y federales. Los años noventa y la primera década del milenio vieron nacer a una tercera generación de cantantes de narcocorridos cuyas canciones serían conocidas como «corridos pesados». Así, Los Tucanes de Tijuana, Chalino Sánchez y Valentín Elizalde sonaron con fuerza en diversos medios del país. Sus letras ya mostraban un panorama del narcotráfico en plena transformación.

Ya no se cantaba solamente a las buenas acciones de los capos de la droga frente a la población ni al self-made man. Poco a poco salían a relucir hechos más sangrientos. Los acuerdos entre jefes del narco –que aseguraban menores grados de violencia– se hicieron añicos, la lucha por el control de las rutas de exportación y centros de venta conoció escenarios insospechados, la creación de grupos paramilitares por parte de algunos carteles quedó en evidencia –como Los Zetas del cartel del Golfo– y la consolidación de los traficantes mexicanos como mandamases a nivel mundial fue una realidad. Reflejo de este clima de violencia fue la muerte de Valentín Elizalde en noviembre del 2006 a manos de un comando armado. Una hipótesis muy sonada de este crimen es que Elizalde cantó un tema vinculado con un cartel en territorio enemigo. Y a todo esto Felipe Calderón, presidente mexicano del 2006 al 2012, declaró en los primeros días de su gobierno una guerra contra los narcotraficantes con diversos aspectos lamentables: la carencia de estrategias claras, la nula voluntad para combatir las redes e intereses del narco en la economía y la política, el desinterés en la defensa de los derechos humanos y la cerrazón a considerar medidas distintas a las balas, como la despenalización de ciertas sustancias. El resultado de esta violencia ha llenado de horror diversas regiones de México.

Y también cuenta con un soundtrack propio: una cuarta generación de narcocorridos conocida con el nombre de «movimiento alterado». En el 2009, los hermanos Adolfo y Omar Valenzuela, sinaloenses afincados en California, promocionaron en internet bajo el sello Twiins Music Group algunas canciones que habían sido censuradas en varias ciudades de México. El éxito fue inmediato entre miles de mexicanos que residen en Estados Unidos y poco a poco fueron programándose en emisoras en español. Además, varios establecimientos estadounidenses aceptaron vender los álbumes de estos artistas y la demanda de conciertos aumentó. Así, el trabajo de los hermanos Valenzuela, la difusión de canciones y videos por internet y la distribución de copias piratas del lado mexicano de la frontera hicieron surgir el movimiento alterado. Verbos como degollar, cercenar, secuestrar y disparar, así como frases alusivas al consumo de drogas, a las armas de grueso calibre, a la sexualidad con tintes de macho alfa y al despilfarro de dólares en parrandas aparecen constantemente en las letras de grupos como Los Buitres, Buchones de Culiacán y Los Primos, aunque la estrella de esta generación de narcocorridos es El Komander. Estilísticamente, el movimiento alterado retoma el sonido de las viejas bandas sinaloenses, pero denota también influencia de los conjuntos norteños.

Eso sí, con una narrativa sumamente explícita. Uno de sus primeros éxitos fue el tema «Sanguinarios del M1», cantado al unísono por varios de sus miembros, en una especie de «We are the world» de la destrucción. La canción comienza así: «Con cuerno de chivo y bazuca en la nuca /  volando cabezas al que se atraviesa / somos sanguinarios locos bien ondeados / nos gusta matar». Al final se indica a quién va dirigida la canción a manera de homenaje: «Manuel Torres Félix / mi nombre y saludos / para Culiacán». Torres Félix fue durante años lugarteniente de Joaquín El Chapo Guzmán y murió en un enfrentamiento con militares. Culiacán (capital del estado de Sinaloa) aparece con frecuencia en los temas del movimiento alterado como el epicentro del arraigo de grupos criminales y cantantes. A su vez, no se trata de una casualidad territorial, ya que esta cuarta generación de narcocorridos está muy vinculada con el cartel de Sinaloa. Beto Quintanilla ha compuesto corridos donde habla de Los Zetas, y Los Inquietos del Norte han cantado temas donde aparece La Familia Michoacana, pero la mayoría de sus intérpretes habla de las gestas de Guzmán y sus secuaces. Los artistas del movimiento alterado han sido acusados –como también ha ocurrido con otros cantantes de narcocorridos desde hace décadas– de componer canciones a pedido directo de algunos traficantes a cambio de dinero.

En entrevistas y documentales –vale la pena mirar una y otra vez Narcocultura de Shaul Scharz–, los cantantes lo han confirmado, e incluso señalan que en algunos casos deben pedir permiso a un traficante para saber si está de acuerdo con algunas letras antes de que se difundan. El movimiento alterado es canción, pero también cuenta con otros elementos en su parafernalia. La vestimenta corresponde a la usanza norteña, pero con onerosos accesorios que reflejan la bonanza en la billetera y con cortes de cabello no muy distintos a los del reguetón. En los conciertos algunos músicos suben al escenario con carrilleras en el pecho, ropa camuflada y chalecos antibalas; y no ha faltado el caso de una bazuca inutilizada sobre la espalda de un cantante. A todo esto hay que añadir coches deportivos de gran cilindrada, camionetas de doble tracción, referencias a la religiosidad del narco (Jesús Malverde, la Santa Muerte) y actuaciones en películas de bajo presupuesto. Capitalismo salvaje, live fast and die young, las drogas ilícitas abriendo autopistas invisibles en la frontera, burlas al Estado por olvidarse de muchos: todo en pocos minutos de canción. Minutos que también pueden servir para enviar mensajes a los bandos enemigos, con ayuda de imágenes de extrema crueldad en internet. Omar Valenzuela, uno de los fundadores del sello Twiins Music Group, señaló hace unos años en una entrevista que los músicos solo quieren ofrecer diversión y que, después de todo, un concierto de estos grupos permite que la gente se sienta narcotraficante por breves momentos.

Las respuestas de los intérpretes del movimiento alterado subrayan una y otra vez que ellos nada tienen que ver con la violencia; solo reflejan lo que está ocurriendo en la calle. Cuentan lo que se vive en buena parte del país y dan voz a lo que sienten los que están del lado oscuro de la ley. Si de sentimientos se trata, vale la pena citar unas líneas de «El amor y la guerra», tema de Bukanas de Culiacán: «Corto manos y cabezas / lo saben princesas / no tengo piedad pa tumbar los contras / cumplo las reglas del bisnes / torturo y liquido al que no se reporta / solo que tengo un problema / que lo hago pensando en tus besos preciosa». ¿Qué se puede decir sobre los intentos de censurar el movimiento alterado? No hay mejor recurso que descolgar el teléfono y llamar al académico José Manuel Valenzuela para preguntarle al respecto. Señala que la censura de los narcocorridos no es algo nuevo. Ya se habían prohibido los de segunda y tercera generación en radio y televisión, sobe todo cuando el narco «salió del clóset» en la música, citando nombres y apellidos de traficantes y políticos y también al hacer referencia a periodistas asesinados. Luego, con los corridos pesados y el movimiento alterado, la prohibición se instala en algunas zonas vetando su difusión en bares y conciertos, aunque comenta que esta música ha encontrado sus propias formas de llegar al público (internet, copias piratas, recitales del otro lado de la frontera o en ciudades mexicanas más permisivas). ¿Y estos intentos de censura son una buena medida? Valenzuela responde: «Es sobre todo una medida efectista. No resuelve ni aporta. Está vinculada con una tradición moralista que no mira completamente el problema. No se prohíben por la preocupación hacia los jóvenes. Lo que hay que entender es cómo impacta el narcotráfico y la violencia en las propias vidas de la población. La censura es el reflejo de una estrategia equivocada». Agrega al respecto: «Se parte de la idea de que quien escuche corridos caerá en las redes de narco, consumirá drogas o simpatiza con los narcos. Esto es completamente falso.

Si el narco no estuviese en la cotidianeidad de la gente, sería otra cosa. Esto no tiene nada que ver con las canciones. Es tan pueril como pensar que José Alfredo Jiménez ha sido uno de los grandes culpables del consumo de alcohol en México. Hay que ir a los temas de fondo: ¿Cuáles son los elementos que provocan la expansión del narcotráfico? ¿Por qué existe un aumento de la violencia? No hay que trivializar asuntos tan serios pensando en los corridos». En un momento de la conversación con José Manuel Valenzuela, sale a colación el futuro del narcocorrido. Comenta que es difícil que la violencia en las canciones disminuya mientras sigamos siendo testigos de una época terrible. «El corrido cuenta historias (como el cine, la literatura y el periodismo). Así que si sigue el empobrecimiento, si el Estado no atiende problemas, si sigue la impunidad, si continúan muriendo sobre todo jóvenes, si en el tema de las drogas no se cambia de estrategia, veremos que todo seguirá igual», apunta. Joaquín El Chapo Guzmán espera su extradición a los Estados Unidos en una cárcel de Ciudad Juárez; los estudiosos de la criminalidad advierten que el viejo capo Rafael Caro Quintero está de vuelta en el negocio; aumenta la heroína producida con amapolas guerrerenses, y hace pocos días un enfrentamiento en Valle Hermoso (Tamaulipas) entre militares y miembros de un cartel dejó cinco muertos. Mientras tanto, El Komander prosigue con su gira de conciertos en el norte mexicano y California, donde cada noche entona frente al público las letras que lo han llevado a la fama.  

El nuevo corazón musical del Perú 

Antes y después de alcanzar el éxito, Corazón Serrano, el grupo de cumbia peruana más popular de hoy, fue varias veces discriminado por su nombre y el origen social de sus miembros. Cuando llegaron a Lima, la capital del país, un promotor musical llevó sus discos a una conocida radio para que los difundiera. El medio rechazó el material por tratarse de «un grupo de serranos». «¿Corazón Serrano? Ese nombre no pega. ¿Por qué no lo cambian?», así les contestaban con soterrado racismo a sus fundadores, los hermanos Guerrero Neira. Pero ellos no modificaron ni una letra de su nombre artístico, convencidos de que ser serranos en el Perú debía ser motivo de orgullo («serranos a mucha honra») y no el común insulto racista con el que a diario se descalifica a la mayoría de la población peruana: los andinos y los migrantes de la sierra en un país pluricultural y prejuicioso.

En el Perú, «serrano» es una expresión usada despectivamente contra los que proceden o tienen rasgos, vestimenta o apellidos de la sierra, la región atravesada por la cordillera de los Andes donde habitan los campesinos y las comunidades indígenas que soportaron históricamente explotación e injusticia. Postergada A por las élites, la sierra ha sido asociada con la miseria, el atraso y la servidumbre. En las zonas urbanas gritarle a alguien «¡serrano!» es remarcar una supuesta superioridad étnica («blanca»), económica, física o social a fin de menospreciar al otro («el indio»). Un absurdo total en un país mestizo por donde se le mire desde el desembarco del Imperio español y de los migrantes asiáticos, africanos y europeos de otros lares. Sin embargo, el término ya ha sido interiorizado como una ofensa en la idiosincrasia nacional. Simboliza a alguien sucio, maleducado, pobre, ladrón, bruto, servil, etc. Y su talante vejatorio se reforzó con las masivas migraciones de los serranos a Lima y a otras urbes costeñas, década tras década, desde 1950.

Era gente que, empujada por el hambre, bajaba desde los Andes para poblar las zonas marginales de la capital en busca de oportunidades. Se asentaron en los pedregosos cerros que cercaban la Lima criolla y en los campos baldíos de las afueras de la ciudad, donde solo se veía el cielo gris y, con suerte, el mar verdoso. Pese a su miseria fueron recibidos con desprecio. La capital es el centro del poder político y económico del país, y la frase «los serranos destruyeron Lima» es un lamento de segregación y rechazo usado por miembros de las élites «blancas» y transmitido a las nuevas generaciones. Es el mismo rechazo que, a media voz, expresaron contra Corazón Serrano al inducirlo a cambiar su nombre. Pasarían muchos años para que el grupo fuera aceptado y los portones del difícil mercado musical de Lima se le abrieran de par en par y con alfombra roja.

La historia de la familia Guerrero Neira es el relato del migrante excluido que lucha por sus sueños. Es el resultado de un trabajo perseverante de más de veinte años iniciado en 1993. Ahora sus canciones suenan hasta en las fiestas de las «élites blancas». Según su director musical, el guitarrista Lorenzo Guerrero Neira, su ritmo es la suma del sanjuanito ecuatoriano con la música tropical andina. Lo llaman «cumbia sanjuanera», pero por sus letras podría llamarse «cumbia romántica». No utilizan vientos, pero sí sintetizadores y guitarra eléctrica, el instrumento base de la música tropical peruana. Sus letras sencillas hablan de la infidelidad, el desamor, el despecho y los amores imposibles. Desde el 2012, el grupo se ha presentado en todo el país con un promedio de asistencia de diez mil espectadores, superando en un mismo festival a Víctor Manuelle, Héctor El Bambino, Carlos Vives y hasta a la figura mundial de la música clásica, el tenor peruano Juan Diego Flórez. Tocan sin teloneros y hasta por ocho horas seguidas. Para verlos, las entradas cuestan 30 soles (US$ 9) y el negocio se extiende a la venta de miles de cervezas (bebida mencionada en sus canciones como acompañante contra las penas).

La botella cuesta 10 soles (US$ 3). Además, durante los conciertos se distribuyen gratis sus discos (una razón de peso para su fama). Desde el 2013, el grupo ha ocupado los primeros lugares en las listas de videos más vistos en las redes sociales y como tema tendencia en Google. Se trata de un negocio a todo dar, sin contar el enorme mercado informal que propicia fuera de los locales con la venta de souvenirs. Sus seguidores son jóvenes y gente de sectores humildes, pero también lo siguen los trabajadores independientes (formales e informales), los micro, pequeños y medianos empresarios migrantes, que comenzaron desde abajo como ellos. Son los mismos que con sus ganas de progresar han timoneado, en buena medida, el buque de la economía peruana en las últimas dos décadas. Parecerá extraño, pero la fama de Corazón Serrano no se debe estrictamente a sus apariciones en los medios, sino a sus conciertos en el interior del país. Por mucho tiempo, el grupo pasó inadvertido para la gran prensa. Solo alguien valoró su potencial: Higinio Capuñay, un empresario también norteño como los Guerrero Neira, dueño de una cadena de radios y periódicos. Sus medios de comunicación habían impulsado el despegue de otros conjuntos, así que a cambio de sus primicias musicales le dio a Corazón Serrano una difusión significativa en la prensa y lo contrató como telonero. Esta alianza le asfaltó al grupo el camino a la fama hasta que, irónicamente, una trágica noticia engrandeció su popularidad. En marzo del 2014 falleció súbitamente una de las cantantes y fundadoras: Elita Guerrero Neira.

La cobertura sensacionalista de la noticia y el hecho de haber fallecido tan joven la catapultó rápidamente a mito popular. Lo que iba a ser un sepelio privado se convirtió en un acto que congregó a miles. Aún no había llegado el ataúd cuando en las afueras del cementerio se habían apostado, como en los conciertos, cientos de vendedores de souvenirs. La noticia no solo despertó la solidaridad en las redes sociales, sino que también avivó el racismo: «falleció Edita Guerrero, ahora mi empleada (sirvienta) me pedirá descanso» y otros mensajes en ese tono. La familia respondió a estas expresiones con una carta pública: «Los peruanos poco a poco entendieron que nuestro país es multicultural y que la riqueza nacional radica en que somos fruto de muchas razas y de todas las sangres […] la herencia artística de Edita Guerrero nos evidencia que ella es del Perú completo […] en una sociedad que, paulatinamente, rompe las barreras geográficas y étnicas». El féretro de la cantante partió rumbo al cementerio desde la casa de sus padres, en el asentamiento humano Micaela Bastidas, un barrio popular de la región Piura habitado en sus inicios por migrantes sin recursos. La familia se había mudado ahí con la esperanza de difundir más rápido su música.Los hermanos Guerrero Neira crecieron en las serranías del norte del país, en el pequeño y rústico poblado de Bellavista, un asentamiento al que se llega por una trocha imposible de cruzar bajo lluvias torrenciales. Siendo niño, Lorenzo, el mayor de los hermanos, fue enviado por sus padres a estudiar a la ciudad de Piura, la capital de la región.

Él ha contado que combinaba sus tareas escolares con la venta de pan y golosinas, y que ni bien culminó la escuela se matriculó en clases de música con el inquebrantable propósito de formar su grupo musical. La familia se mudó más cerca de Piura, la ciudad principal, fronteriza con el Ecuador. La música de dicho país y de la sierra son forjadoras del estilo de las orquestas piuranas. Ocurre lo mismo en el resto del Perú, donde se han fusionado con armonía los ritmos foráneos con los costeños, andinos y amazónicos. Se trata, pues, de un fenómeno complejo para los especialistas porque nunca se está quieto: transmite y renueva demandas y expresiones culturales desde lo popular; y cruza de ida y vuelta las capas sociales. Con los estudios musicales culminados, Lorenzo Guerrero Neira convenció a sus hermanos menores de formar una agrupación familiar. Al principio solo pensó en cantar para la gente de la sierra. Pero con el reconocimiento notó que la cosa prometía. Su hermana Irma Guerrero, vocalista del grupo, ha recordado que en sus primeras presentaciones en fiestas patronales apenas tenían un teclado electrónico que alzaban con cajas de cerveza porque no tenían dinero ni para los parantes. «Antes de ser cantante, yo trabajé como sirvienta en Piura.

La patrona me daba de comer los restos del almuerzo en un plato descartable. Almorzaba sola en la cocina», ha revelado Irma Guerrero en una entrevista para la televisión. Mientras su hermano Floro, que en las últimas elecciones intentó sin suerte ser parlamentario, relató que en sus inicios compró con su hermano Lorenzo una rústica guitarra por 70 soles (US$ 20) pagada en muchos plazos. Así grabaron y vendieron, a menor escala, discos de huayno, el género musical andino más popular del país y una de las fuentes de la cumbia peruana. «Tocábamos en las fiestas patronales, pero también trabajábamos en una estación de combustible de cuatro de la mañana a cinco de la tarde», cuenta Floro Guerrero, hoy subgerente de Corazón Serrano y que en su época como empleado de la gasolinera se gastaba buena parte de su salario llamando a la radio local para pedir que pusieran la canción de su hermano, hasta que, después de un mes de insistencia, le hicieron caso. Ahora la familia tiene su propio bus, su estudio de grabación y se han presentado en Estados Unidos, México, Chile y Bolivia. Los especialistas consideran que estamos frente a la cuarta etapa de lo que se denomina cumbia peruana, cumbia tropical andina o chicha. Un subgénero que fusionó los ritmos andinos y amazónicos con la cumbia colombiana y el rock, aunque tiene otras influencias y diferentes variantes según su región.

La primera etapa se remonta a fines de la década de 1960 cuando el grupo Los Destellos fusionó la cumbia, la guaracha y el rock psicodélico; mientras Manzanita y su conjunto unificaron la cumbia con el huayno. Al mismo tiempo, en la selva surgió la cumbia amazónica. Todos estos estilos se consolidaron en los años setenta. Este movimiento musical y cultural se expendió en paralelo a las masivas migraciones del campo a la ciudad, iniciadas en los años 50, y que se asentaron en zonas marginales de la ciudad llamadas «barriadas» (que con el tiempo devinieron en vecindarios de la clase trabajadora, de donde surgieron muchos de los nuevos ricos del Perú). La música que acompañó a los descendientes de esta primera ola migratoria fue la cumbia andina, cuyas letras describían su nueva realidad urbana. A fines de los años setenta y en los ochenta se inició la segunda etapa de la cumbia, que fue llamada «chicha».

La chicha hablaba de la vida del inmigrante y del provinciano en Lima, que seguía creciendo a ritmo acelerado: pasó de 1.8 millones de habitantes en 1960 a 4.6 millones en 1981. La tercera etapa de la cumbia peruana surge en la década del 90 con la tecnocumbia, que agregó ritmos brasileños, selváticos y el sonido tropical del norte colombiano. Este estilo tocó a su fin a inicios de siglo y fue usado políticamente por el entonces presidente de la República, Alberto Fujimori, para sus campañas electorales. En el 2007, la muerte de los integrantes del grupo Néctar en un accidente de tránsito en Argentina y el éxito del conjunto selvático Kaliente llamaron la atención del público limeño. La cumbia iniciaba así su cuarta etapa bajo un nuevo cariz: la cumbia romántica, que tuvo su manantial en las composiciones de Estanis Mogollón, otro cantautor piurano, creador del tema Cómo hago, un hit en Latinoamérica grabado por el dominicano Eddy Herrera. Desde entonces los conciertos se realizaban en toda Lima, incluso en los distritos de los sectores socioeconómicos altos, en sus discotecas y balnearios exclusivos. Para el sociólogo Santiago Alfaro, «hubo una democratización del género. Hasta las empresas del sector privado convocaron a los grupos para sus campañas de publicidad» (El Comercio, 25/8/14). No obstante, el racismo continuó. En el 2008, el Grupo 5 –otro grupo de cumbia– fue entrevistado por Cosas, una revista dirigida a los sectores sociales «blancos». Para la entrevista vistieron a los músicos con prendas de las marcas Ermenegildo Zegna y Valentino. La boutique Designers, que había entregado los trajes, lamentó que se usaran para vestir a los músicos porque «Esa marca es para gente seria, y la cumbia no es seria. No sabíamos que la ropa era para el Grupo 5.

He recibido malos comentarios de mis clientes», afirmó la vocera de la tienda. ¿Es la música popular la que penetra en las clases dominantes o son estas las que se dejan permear?, le preguntaron al curador de arte Alfredo Villar, especialista en la cumbia peruana: «Se dejan permear. Todos los medios están controlados por la clase dominante, no hay medios populares. Jamás va a haber un directivo que venga de las clases de abajo, siempre se ha impuesto una política cultural bien colonialista y de subordinación a lo que viene de afuera. Cuando vino Humboldt en el siglo XIX ya dijo que Lima estaba más cerca de Londres que del resto del Perú» (Diagonal, 18/9/13). El auge de estos grupos marchó de la mano con el buen momento económico del país, que, pese a sus enormes desigualdades, ha sido presentado al mundo como un modelo de desarrollo. Asimismo, hoy el público cuenta con más recursos que hace treinta años, cuando campeaba la escasez, el desempleo y la guerra contra el terrorismo.

Este momento coincidió con el boom internacional de la culinaria peruana, un espacio que ha reafirmado en buena medida la identidad pluricultural del país. En el 2011 se sintió el desgaste de varias orquestas y su lugar fue ocupado por Corazón Serrano, que, al llegar a Lima, tuvo alto impacto mediático. Por ejemplo, tres de sus conciertos se transmitieron en directo en un canal de señal abierta: los sábados por la noche y en horario estelar. Para el sociólogo Santiago Alfaro, «Corazón Serrano es el fondo musical del Perú, por eso no es extraño que la muerte de Edita genere esos sentimientos de dolor. Debemos tomar en cuenta que el amor es ahora el tema que predomina en el campo popular, pues es marco cultural de la economía de mercado» (El Comercio, 25/8/14). La simpleza de sus letras y su mensaje a veces ingenuo de enamoramiento o despecho atrapa seguidores. Lo han demostrado canciones como Dos cervecitas (con 10.5 millones de visitas en YouTube desde el 2015) o El final de este amor (con 8.4 millones de visitas en seis meses).

Además, las letras de sus canciones destacan el papel de la cerveza como un agente inestimable de la confraternidad entre los peruanos. El mensaje es: alrededor de una caja con cervezas desfogamos las penas, olvidamos las dificultades y bailamos con Corazón Serrano: Como yo sufrí, nadie ha sufrido / como yo lloré, tampoco han llorado / Dos cervecitas, para empezar / y otras dos cervezas para ser feliz (bis) / Si tomando voy a ser feliz / entonces ¡salud! (Dos cervecitas) Otro de sus éxitos, El estúpido, es un canto de las mujeres engañadas. Un tema que compite en insultos con ese himno popular de Paquita la del Barrio titulado Rata de dos patas: No sabes cómo es que se trata / a una mujer como yo / lleno de patrañas, una araña, laucha, cucaracha / bicho, sanguijuela, no fuiste a la escuela, escoria / tricocéfalo, una lacra, ignoras cómo se trata / a una mujer como yo. Pero más allá de sus composiciones simples y trilladas, el público se ha identificado con la reivindicación que ha hecho Corazón Serrano de lo migrante, lo provinciano, lo serrano. No lo dicen explícitamente en sus letras, pero lo sugieren con su historia, su imagen y su nombre.

Como explica el especialista Alfredo Villar, lo que transmite la cumbia peruana «es la gesta provinciana en Lima, a la que le cambiaron el rostro en su lucha por la construcción de ciudadanía desde abajo en un país que se resiste a cambiar» (Radiodialnet, 18/11/14). La cumbia peruana ha puesto a los protagonistas de los grandes cambios en primer plano. Villar añade: «La gesta provinciana avasalla a la república criolla (los blancos), y quiebra ese discurso del poder, de arrogancia, que niega, desprecia y excluye». ¿Cuál será la siguiente etapa de esta vertiente musical y por cuánto tiempo más estará Corazón Serrano en la cima? La cumbia peruana, como el destino de mi país, son asuntos con pronóstico reservado. De lo que no hay duda es de que con este torbellino sonoro, lo «serrano» ha dejado de tener únicamente ese sentido peyorativo para encarnar también el progreso, el orgullo y los sueños, como aquel que un día tuvo doña Eladia, la madre de los hermanos Guerrero Neira, cuando en tiempos de hambre le dijo a su esposo: «Cómo quisiera que nuestros hijos fueran artistas». 


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