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El neoliberalismo como discurso e ideología: reflexiones sobre su permanencia en el Caribe hispano

by Leopoldo Artiles
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El neoliberalismo, pese a que no ha tenido éxito como propuesta de políticas públicas económicas ni como teoría, tal como se esperaba durante los años de su rotundo predominio –desde mediados de la década de 1970 hasta mediados del decenio de 1990–, sí ha triunfado como una propuesta ideológica que ha trazado límites no traspasables en el orden de la formulación de nuevas propuestas y nuevos lenguajes. El neoliberalismo sigue vigente porque sus supuestos fundamentales siguen operando como límite de lo posible y lo pensable. Esto será superado cuando nuevos discursos en ciernes, en algunas propuestas económicas y sociales alternativas, fundamenten la acción de nuevas coaliciones políticas.

En virtud de los no muy brillantes resultados de las políticas públicas de carácter económico que se aplicaron en América Latina y el Caribe desde la década de 1980, siguiendo las líneas de política recomendadas por el llamado consenso de Washington, y que desde entonces se reconocen como parte de una propuesta ideológica general llamada neoliberalismo, son muchos los que han anunciado el fracaso del mismo como propuesta y como ideología.

Es así como en el Informe Nacional de Desarrollo Humano República Dominicana 2005. Hacia una inserción mundial incluyente y renovada (pnud, 2005: 39), con respecto a la mejora de la competitividad esperada por las políticas económicas neoliberales en la República Dominicana, se afirma lo siguiente: “De esta manera, al contrario de lo sostenido por la teoría económica más tradicional (el neoliberalismo, por ejemplo), la apertura comercial de la República Dominicana no parece haberse traducido en una mejora significativa de la competitividad. Las evidencias con respecto al impacto en la productividad y la eficiencia no son concluyentes”.

Si se quiere buscar asertos aún más contundentes sobre lo limitado del éxito, si así se le quiere llamar, del neoliberalismo como paquete de políticas públicas inspiradas en la noción de la primacía del libre mercado desregulado como instancia central y coordinadora de la sociedad y, por lo tanto, no solo visto como fuente de la riqueza sino también como base normativa de la sociedad –implicando con esto una idea de ser humano como individuo racional y sobre todo autointeresado, de la primacía de lo privado sobre lo público, de la economía sobre la sociedad–, podemos recurrir a las autorizadas reflexiones de investigadores como Osvaldo Sunkel (2007), Alejandro Portes (1998), Atilio Borón, Arturo Escobar y otros.

Osvaldo Sunkel, en particular, señala con razón el carácter ideológico de esta formación discursiva llamada neoliberalismo: “Lo primero que conviene precisar es que dichas ideas constituyen en realidad una nueva ideología, la del fin de las ideologías. Según esta, se habría llegado a una estación terminal del proceso histórico, la fase final y superior del capitalismo. Este discurso comienza a debilitarse ante una realidad que lo desacredita crecientemente. La democracia, lejos de afirmarse y profundizarse, está en peligro, y, aunque se mantenga su formalidad, se está desvirtuando en muchos países. El crecimiento económico no llega a la mitad de las tasas que prevalecieron en las décadas del cincuenta y sesenta del siglo pasado. Además, depende como nunca del ahorro externo y la inversión extranjera, con lo que se hace sumamente inestable, como ha quedado demostrado en forma reiterada con las repercusiones de la crisis financiera asiática. En muchos países, las condiciones sociales continúan siendo peores que en los años setenta y se hacen crecientemente insoportables. Las protestas sociales irrumpen con violencia, mientras las conductas individuales y colectivas antisistémicas (narcotráfico, drogadicción, violencia, corrupción) se extienden y agudizan, convirtiéndose en serios problemas de gobernabilidad” (Sunkel, 2007: 474).

Asimismo, podemos encontrar descripciones detalladas del neoliberalismo como ideología así como formación discursiva dominante o hegemónica, que basa su dominio en el plano del “sentido común” en la idea de que fuera del juego del mercado no hay otro juego, fuera del modelo de economía y de sociedad en el que vivimos no hay alternativa, de modo que necesariamente debemos adaptarnos a la idea de que constituimos sociedades de individuos fieles a sus intereses puramente egoístas, sin vínculos o lazos significativos con otros individuos más allá de lo que permite el ámbito privado familiar.

Esta formación de sentido ha sido tanto más fuerte cuanto la alternativa al capitalismo de libre empresa durante varios decenios del siglo xx, el socialismo, como formación discursiva centrada en el principio de la solidaridad y la anteposición del bien colectivo al bien meramente individual, colapsó debido al agotamiento de sus fórmulas de organización política y económica, convirtiendo lo que Sunkel llama “fundamentalismo mercadocéntrico” en la única posibilidad de construir relaciones y riqueza.

En este sentido, Bresser Pereira (2009: 87) aporta una definición del neoliberalismo como ideología igual de contundente: “En rigor, el neoliberalismo es la ideología que los sectores más ricos de la sociedad utilizaron a fines del siglo xx contra los pobres y los trabajadores y contra el Estado democrático social. Es, por lo tanto, una ideología eminentemente reaccionaria. Una ideología que –apoyada en la teoría económica neoclásica de las expectativas racionales, en el nuevo institucionalismo y en las versiones más radicales de la escuela de la elección racional– montó un verdadero asalto político y teórico contra el Estado y los mercados regulados. Si comparamos estos treinta años neoliberales con los inmediatamente anteriores, veremos que, en los países ricos, las tasas de crecimiento fueron menores, la inestabilidad económico-financiera aumentó y la renta se concentró, mientras que en los países en desarrollo que aceptaron esa ideología las tasas de crecimiento resultaron insuficientes para alcanzar a los países desarrollados (catching up)”.

El ámbito sociocultural y político

Visto los argumentos sobre el fracaso económico del neoliberalismo, o por lo menos su muy limitado desempeño, si no queremos incurrir en una valoración tan cáustica, ¿podemos decir esto en cuanto a los efectos que el neoliberalismo ha tenido en el aspecto sociocultural y político?El sociólogo político argentino Atilio Borón afirma que si bien el neoliberalismo ha fracasado en el orden de las políticas económicas, ha triunfado hasta cierto grado, sin embargo, en el aspecto ideológico, hasta el punto de condicionar las agendas de estudio y reflexión de una parte de la intelectualidad de izquierdas.

En este tenor, Borón (2003) afirma lo siguiente: “Uno de los rasgos más categóricos de la victoria ideológica del neoliberalismo ha sido su capacidad para influenciar decisivamente la agenda teórica y práctica de las fuerzas sociales, las organizaciones de masas y los intelectuales opuestos a su hegemonía. Si bien este atributo parecería haber comenzado ahora a recorrer el camino de su declinación, reflejando de este modo la creciente intensidad de las resistencias que a lo largo y a lo ancho del planeta se erigen en contra de su predominio, las secuelas de su triunfo en la batalla de las ideas están llamadas a sentirse todavía por bastante tiempo. Es bien sabido que no existe una relación lineal, mucho menos mecánica, entre el mundo de las ideas y los demás aspectos que constituyen la realidad históricosocial de una época. Esto explica, por ejemplo, que las concepciones medievales sobre la unidad del ‘organismo social’ –justificatorias del carácter cerrado del estamentalismo feudal y de la primacía del papado sobre los poderes temporales– sobrevivieran por siglos al advenimiento de la sociedad burguesa y a una de sus instituciones básicas, el contrato. No debiera sorprendernos, por lo tanto, si teorizaciones surgidas durante el apogeo del neoliberalismo y coincidentes con el mayor reflujo histórico experimentado por los ideales socialistas y comunistas desde la Revolución francesa hasta hoy perduren tal vez por décadas, aún cuando las condiciones que les dieron origen hayan desaparecido por completo”.

Estamos convencidos de que esta interpretación es correcta: si bien el neoliberalismo ha hecho crisis en el plano económico, y de eso hay evidencias claras en el Caribe y en América Latina, y como discurso económico global se resiente del problema como lo muestra la incapacidad para explicar con sus parámetros explicativos la actual crisis recesiva mundial, y mucho menos resolverla, debido a la persistencia de ideas clave como la de que una crisis que aniquila empleos debe abordarse con medidas de austeridad, el neoliberalismo permanece en general como la formación ideológica dominante, fuera de la cual parece ser imposible pensar alternativas, y sólo es posible pensar en “correcciones” hacia dentro, a tal grado que se puede tener la impresión de que el neoliberalismo hoy, como ideología hegemónica, define hasta el espacio en el cual se le hace oposición, así como también define la naturaleza de sus adversarios.

Esto responde al hecho de que como formación ideológica se nutre del descalabro traumático de lo que fuera, como ya hemos dicho, la alternativa por excelencia, es decir, el socialismo “real” cuya posición no ha podido ser reemplazada por otra variedad de socialismo asociado secularmente a la democracia, la socialdemocracia, pues en la medida en que el avance del neoliberalismo ha supuesto el desmonte de las instituciones del Estado de bienestar vinculadas a ideales y programas de la socialdemocracia (aun en aquellos casos nacionales en que las instituciones del Estado de bienestar fueron creadas por fuerzas no necesariamente ligadas a la socialdemocracia histórica), también la socialdemocracia se vio forzada:

1) a negociar con el llamado pensamiento único, cediendo a las presiones estructurales energizadas por la ideología neoliberal, o 2) a perder completamente su espacio político-institucional. De modo que hasta la alternativa “moderada”, sistémica en pro de más amplios derechos políticos y sociales careció de una propuesta contraria al neoliberalismo globalizado.

Al aceptar como un hecho consumado el fenómeno de la globalización contemporánea, con la desregulación de la circulación de capitales financieros privados a escala global, la integración de las redes de comunicación e información como resultado de la aplicación de las innovaciones tecnológicas en dichos campos, y la aceleración del tiempo social y económico concomitante (la economía del “clic”), las visiones que han pretendido resistir los poderes que materializan la propuesta neoliberal, aun cuando se definen como antisistémicas, se ven condicionadas a actuar y significar dentro del marco de inteligibilidad de la lógica neoliberal.

La crisis del modelo de industrialización

La pregunta que surge en este escenario es la siguiente: ¿cómo una ideología que a todas luces desmonta derechos sociales dados como “adquiridos” puede imponerse inclusive contra la resistencia que provoca, e inclusive integrar las plataformas programáticas de los partidos?

Evidentemente, y siguiendo la aproximación del materialismo histórico, la ideología es eficaz cuando se convierte en fuerza social y cuando constituye la expresión significativa de procesos sociales específicos y de grupos, organizaciones o clases sociales capaces de establecer su dominio en el orden de las ideas. El neoliberalismo se proyecta como la ideología capaz de deslegitimar las instituciones del Estado de bienestar o cualquier expresión aislada del mismo en diversas formaciones estatales, porque los procesos que culminaron en la crisis de la deuda en la década de 1980 destruyeron las coaliciones que sostenían ese modelo de Estado.

En los casos de la República Dominicana, el Caribe y América Latina, se trató de la crisis del modelo de industrialización de sustitución de importaciones y las políticas proteccionistas que lo acompañaron, no solo de la industria sino de sectores amplios de la población que eran protegidos por vía de subsidios a los servicios del Estado.

Una vez que esta coalición se desmonta, una vez que se transita a la conformación de un nuevo modelo económico aperturista, privatista y orientado a la economía de servicios, el vacío que se constituye en el plano de la subjetividad es llenado por las interpelaciones propias del neoliberalismo: se exalta la iniciativa individual, contra la iniciativa estatal, se refuerza la noción de sociedad civil, pero como sinónimo de sector privado y, de hecho, se abrió así el concepto para facilitar la intervención de ciertas formas de subjetividad y de acción social corporativa que no dejan de ser interesantes, pues sobre todo en el caso dominicano, el sector privado visto como sociedad civil asumió por este medio demandas y fines que desbordaban intereses puramente corporativos el tema de la educación pública, por ejemplo aunque el efecto negativo no esperado de muchas de estas acciones fue que, al pertenecer a un marco liberalindividualista de acción, hubo propuestas que luego se convirtieron en políticas públicas que mercantilizaron excesivamente determinados servicios que responden al ejercicio de ciertos derechos sociales, como ocurre, por ejemplo, con el caso del servicio de salud en los nuevos esquemas de seguridad social.

Esto es aún más claro en sociedades donde, como en la dominicana, el tema de la ineficiencia del Estado para brindar servicios de calidad a la ciudadanía y de su permeabilidad extrema a relaciones rentistas y clientelistas crea un buen caldo de cultivo para la retórica antiestatista típica del discurso neoliberal. Pero hay que reconocer que, en el caso dominicano, aunque dicha retórica ha estado presente, en poco tiempo se moderó ante el cambio que, en la década de 1990, experimentó el discurso sobre el Estado a nivel de los organismos multilaterales y en la propia comunidad de economistas y sociólogos asociados al proyecto neoliberal, ante la evidencia de que las políticas de apertura y privatización y desregulación de los mercados no habían contribuido a disminuir la pobreza. Es entonces cuando se revive un viejo término inyectándole vino nuevo, el término gobernanza, y se convierte al Estado en un actor estratégico de la gobernanza para los fines de administrar eficazmente y eficientemente los recursos públicos, ejercer labores de coordinación de determinadas acciones propias de actores sociales, económicos y políticos, con un sentido de facilitación y subsidiariedad.

Para lograr un Estado capaz de ejercer la correcta gobernanza, el mismo tenía que ser sometido a procesos de reforma, apelando en muchos casos a ideas trabajadas en el mundo de la gerencia privada, como el enfoque de la calidad total y de la reingeniería. El concepto de gerencia penetró profundo, no sólo en el Estado, sino en ámbitos de estudios sociales poco sospechosos de responder a esta lógica. Es así como se empieza a hablar de gerencia política, y hasta de “gerencia de procesos sociales”.

En otras palabras, el Estado es visto como una institución cada vez más parecida, en sus procesos de gestión, a la empresa privada, y en su condición de actor público por excelencia debe conciliar su vocación pública con métodos de gestión utilizados y probados en el mundo de la empresa privada. A todo entonces se le pone un precio, la lógica neoliberal induce a formularse preguntas como las siguientes: ¿cuánto cuesta el reconocimiento de determinado derecho? El gasto público en salud o en educación pasa a considerarse como partes de un menú más amplio de opciones de política y, en muchos casos, las decisiones se inclinan a una u otra, prioritariamente, en función de costos y precios.

Costos, precios y derechos

En la medida en que la gobernanza está sujeta fundamentalmente a consideraciones de orden económico, de costos y de precios, y sobre todo cuando el país del Estado en cuestión resulta ser afectado por un choque económico externo o interno, los derechos, sin importar cuán fundamentales sean, estarán en un orden de dependencia o subordinación a las anteriores consideraciones.

Esto no quiere decir que se ignore completamente al ciudadano, como no se ignora tampoco a la sociedad civil; el problema radica en la estrategia de significación en la cual estas nociones se articulan, a qué otras nociones se subordinan, o con qué otras nociones se condensan. Por ejemplo, si al Estado se le ve como una institución responsable de brindar determinados servicios básicos a los ciudadanos y ciudadanas, ¿da lo mismo que la relación se presente como relación de Estado soberano y ciudadanos investidos de derechos o como una relación gobierno-cliente? ¿Hasta qué punto la noción de consumidor, que como sujeto de derechos es indudablemente empoderadora en el terreno de las relaciones de intercambio o de comercio, es inocente si se la traslada al trato o intercambio entre Estado y ciudadano? ¿Qué noción de persona, de individuo encierran estos conceptos, y que al final dan vida a una ideología que se supone fracasada en el terreno de las políticas económicas?

Con respecto a este tema de la confusión entre ciudadano y cliente en el discurso de las políticas públicas en el contexto neoliberal, es interesante considerar el argumento de alguien como el economista norteamericano Paul Krugman, cuando discute los debates que se han estado produciendo en el congreso de su país con respecto a las reformas posibles para reducir los costos del servicio de salud. Un detalle que Krugman resalta en un artículo publicado en el New York Times, titulado “Patients are not Consumers” (Los pacientes no son consumidores), es la manera como se ha aceptado en el discurso político dominante la noción de que a la hora de discernir sobre reformas del sistema de salud que reduzcan los altos costos del servicio, se argumenta a favor de recortes en el gasto público en el sector salud, considerando al paciente como un “cliente” que puede “elegir”, entre un menú de opciones con precios diferenciados, la “mejor” alternativa para su bolsillo.

En este sentido, Krugman (2011) expone un argumento que vale pena citar extensivamente. “He aquí mi pregunta: ¿Cómo se convirtió en algo normal, o para el caso, incluso aceptable, referirse a pacientes médicos como ‘consumidores’? La relación entre paciente y médico solía considerarse algo especial, casi sagrado. Ahora los políticos y los supuestos reformadores hablan sobre el acto de recibir atención como si no fuera diferente de una transacción comercial, como comprar un coche –y su única queja es que no es lo bastante–. […] Ahora bien, lo que los republicanos de la Cámara proponen es que el Gobierno simplemente descargue el problema de los crecientes costos de atención médica a los ancianos, es decir, que reemplacemos ‘Medicare’ con vales que se pueden aplicar a un seguro privado, y que contemos con que las personas mayores y las compañías de seguros negocien algunas forma de acuerdo. Esto, según ellos, sería superior a lo que los expertos propongan, porque abriría la atención médica a las maravillas de la ‘elección del consumidor’. ¿Qué pasa con esta idea (aparte del valor sumamente insuficiente de los vales propuestos)? Una respuesta es que no funcionaría.

La medicina ‘basada en el consumidor’ ha sido un fiasco en todas partes donde se ha intentado. […] La atención médica, después de todo, es un área en la que se debe tomar decisiones cruciales: decisiones sobre la vida y la muerte. Sin embargo, la toma inteligente de decisiones requiere una gran cantidad de conocimiento especializado. Además, las decisiones a menudo se deben hacer en condiciones en que el paciente se encuentra incapacitado, bajo un estrés severo, o necesita una acción inmediata, sin tiempo para la discusión, por no hablar de la comparación con el acto de hacer compras. […] La idea de que todo esto se reduce a dinero –que los médicos son ‘proveedores’ de la venta de servicios de salud a ‘consumidores’– es, además, enfermiza. Y la prevalencia de este tipo de lenguaje es un signo de que algo anda muy mal no solo con este debate, sino con los valores de nuestra sociedad”.

Me parece que es ahí donde radica la razón de la permanencia de la ideología neoliberal, pues como lo manifiesta claramente Krugman en su artículo, el discurso neoliberal ha “reencuadrado” muchos términos y nociones a los cuales solíamos dar un sentido determinado, como era el caso de la atención médica, que se solía concebir como un servicio especial, no completamente atado a consideraciones crematísticas, que ahora pasa a ser un servicio basado en la relación “proveedorcliente” que lo encuadra fundamentalmente en el contexto de las transacciones comerciales y financieras. Resulta entonces que esta lógica discursiva ha penetrado de tal manera nuestro lenguaje y ha generado tantas redefiniciones de términos cambiando los contextos de su funcionamiento que, al final, nos ha hecho aceptar también como cosa consumada, definitiva e inevitable, la validez del mundo de relaciones que se estructuran bajo la orientación del nuevo discurso.

El mérito del texto “El otro sendero”, de Hernando de Soto, en la década de 1980, radica precisamente en una operación de esa naturaleza: De Soto vio los actores informales de la economía como “empresarios” no reconocidos como tales en el mercado, contribuyendo así a crear una nueva identidad, denunció una sistema de exclusión, por supuesto arraigado en el Estado y en las leyes, y propuso la movilización de los informales como reclamantes de derechos de participación en el mercado libre.

En este contexto, una pregunta emerge de inmediato: ¿Cómo superar esta lógica?

Lamentablemente, un fenómeno social de la complejidad como el que describimos no admite, para nuestro infortunio –y esto tiene consecuencias epistemológicas serias en lo que respecta a nuestra relación crítica con el neoliberalismo– recetas prospectivas fáciles. Por lo tanto, aun cuando parezca una proposición oscura, podemos señalar que la superación de la lógica neoliberal para lograr una auténtica sociedad y Estado de derechos se apoya de manera ineludible en la construcción de una nueva coalición social, política y económica, dotada de nuevos lenguajes que quizá estén potencialmente cifrados en la economía solidaria y en el comercio justo, que sostenga un proceso de cambio político y económico local y global.

La crisis que vive el capitalismo global en estos momentos puede abrir ventanas de oportunidad para reformular las agendas democráticas, la colaboración entre trabajadores –tanto los manuales como los del conocimiento– y grupos medios, así como sectores empresariales identificados con otra ética de producción y de acumulación. Eso está por verse, sólo podemos apostar a que los sujetos emergentes puedan, en medio de este caos transitorio, armar proyectos posibles en cuyos lenguajes no sea tan difícil aceptar como imperativos la búsqueda de la justicia social, de la equidad, del reconocimiento de los derechos de minorías y mayorías. En fin, sonamos utópicos, lo sabemos, pero esto da la medida de cuán grande es el reto de articular una idea crítica que pueda inspirar nuevos discursos, nuevas acciones que señalen una ruta viable de escape de la jaula –¿de hierro?– del neoliberalismo.

Bibliografía

–Borón, Atilio, “Poder, contra-poder y antipoder”, ponencia presentada en el V Encuentro Internacional de Economistas sobre Globalización y Problemas del Desarrollo, La Habana (Cuba), 10 al 14 de febrero de 2003, pág. 1, , consulta: 20 de noviembre de 2011.

— “Raíces de la resistencia al neoliberalismo”. alai-Amlatina, Centro de Estudios Miguel Enríquez, Archivo Chile, enero de 2005, , consulta: 20 de noviembre de 2011. –Bresser-Pereira, Luiz Carlos, “El asalto al Estado y al mercado: neoliberalismo y teoría económica”, Nueva Sociedad, 221, mayo-junio de 2009.

–De Soto, Hernando, El otro sendero: la revolución informal. Editorial Oveja Negra, Colombia, 1987.

–Krugman, Paul, “Patients are not Consumers”, The New York Times, 21 de abril de 2011, . —Portes, Alejandro, “El neoliberalismo y la sociología del desarrollo: tendencias emergentes y efectos inesperados”, Perfiles Latinoamericanos, diciembre de 1998, vol. 7, número 013, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Distrito Federal, México.

–Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud), Oficina de Desarrollo Humano, Informe Nacional de Desarrollo Humano República Dominicana 2005. Hacia una inserción mundial incluyente y renovada, Santo Domingo, República Dominicana, 2005. –-Sunkel, Osvaldo, “En busca del desarrollo perdido”, en Repensar la teoría del desarrollo en un contexto de globalización. Homenaje a Celso Furtado. Vidal, Gregorio; Guillén, Arturo (comp). Consejo Latinoamericano de Ciencias SocialesClacso, enero de 2007.


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