Estamos acostumbrados a referirnos al mundo natural, social y humano en términos de sus cambios y transformacio es. Sin embargo, muchas veces, ello queda en meras referencias. Y pasamos a interpretar ese mundo en términos estructurales, consustanciales a una perspectiva no dinámica, sino estática. No hemos transitado a una auténtica interpretación dinámica, consustancial a tales cambios y transformaciones del mundo a las que tanto nos gusta referirnos.
Semejante comprensión dinámica implicaría dar cuenta de la dinámica morfogénica del mundo; de su capacidad morfogénica creativa, es decir, la de dar creación espontánea a formas diversas. Creadora, entre otras, de esa forma que denominamos como la vida –los organismos vivos– y en particular del organismo humano. Y, asimismo, dar cuenta de la dinámica de la cesación-de-la-vida: la muerte, como resultante de procesos sinérgicos (integradores de orden) y entrópicos (desintegradores de orden) asociados a las variaciones de lugar a lugar (gradientes espaciales) y de instante a instante (tasas temporales) –es decir, fluir espacial y temporal– de unas u otras de las fuentes articuladas con el surgir y desaparecer, con la vida y con la muerte.
Este trabajo tiene ese propósito adelantar una comprensión dinámica –fluyente– de esas fuentes asociadas con el cambio y la transformación del mundo, con la vida y con la muerte, aprovechando la perspectiva que brinda este nuevo e importante campo del saber contemporáneo que ha dado en denominarse Pensamiento –y Ciencias– de la Complejidad Y, al mismo tiempo, propiciar la comprensión acerca de cómo desde esa nueva perpectiva del saber contemporáneo, hecha posible a partir de los grandes logros de la Ciencia moderna, devenida poco a poco –desde el siglo xvii– en la manera tradicional “de hacer Ciencia”, dicho “modo de hacerla” está, cada vez más, topándose con sus propias límitaciones, dando paso –no sin resistencias e incomprensiones (como todo proceso social renovador)– a “una nueva manera de hacer Ciencia”: la Ciencia de la Complejidad, que nos revela en el mundo lo que aquella otra “manera de hacer Ciencia”, a pesar de sus enorme logros, no fue ni es capaz de revelar: la coherencia, el carácter holístico, la creatividad de “los emergentes”, la fractalidad y la índole no manipulable ni predictible de este mundo, del que nos llegamos a creer “sus amos”.
1. Hacia una comprensión dinámico-morfogénica del mundo desde el pensamiento –y las ciencias– de la Complejidad. La Complejidad –así con mayúscula– es precisamente la denominación genérica conceptual –es decir, no del habla cotidiana– adoptada para referirnos, estudiar, aprehender y describir la manera auto-organizante, es decir, espontánea y emergente de-abajohacia-arriba, de lidiar y resolver el mundo con los confictos que se suscitan entre las diversas fuentes de su cambiar y transformarse. Cambiar y transformarse que entonces –gracias precisamente a dicha capacidad de auto-organización del mundo– redundan en el emerger de ciertas totalidades complejas abiertas al intercambio con su entorno; de nuevos y nuevos órdenes complejos (la dinámica morfogénica espontánea creativa de ese mundo, decimos entonces). Totalidades conformadas ya sea por componentes naturales (físicos, químicos, biológicos, cósmicos), por componentes sociales (económicos, sociológicos, políticos, culturales), o por componentes de la subjetividad humana (intelectuales, afectivos, volitivos, praxiológicos); o también por la articulación entre algunos o entre todos ellos. Dinámica morfogénica de esos componentes, que es una resultante de su interactuar auto-organizante:
• Interno (en el interior de esas totalidades).
• No lineal (en el cual pequeñísimas variaciones en las condiciones locales de la interacción entre componentes pueden ocasionar enormes consecuencias globales).
• Distribuido o autónomo (en el que ninguno de esos componentes le dicta al resto su comportamiento).
• Local (ninguno de esos componentes tiene toda la información acerca de la totalidad sistémica de la cual forma parte).
• Mediado (por una trama-enred de múltiples otras acciones y retroacciones entre los componentes de la totalidad).
En este sentido, para su aprehensión se torna indispensable un tratamiento holístico4 de tal dinámica morfogénica (del cambio y la transformación creadora de nuevos órdenes de Complejidad) de dichas totalidades; es decir, es preciso no desmembrarlas en su partes, como es usual en el tratamiento analítico de la Ciencia tradicional, pues tal desmembramiento destruiría precisamente lo-que-se-desea-aprehender.
La explicación radica –hoy lo sabemos ya, gracias al aludido y muy reciente desarrollo del Pensamiento y las Ciencias de la Complejidad– en que esa complejidad del cambio y la transformación morfogénicas (de la dinámica morfogénica) de las totalidades, que ha eludido a la Ciencia tradicional, no proviene de sus partes, ni siquiera de las interacciones inmediatas y externas –que entonces son irremediablemente lineales (donde pequeñas variaciones en las condiciones dan siempre pequeñas consecuencias; y grandes variaciones dan siempre grandes consecuencias: en otras palabras, la linealidad)– entre esas partes desmembradas de sus totalidades de origen; sino solamente de las interacciones internas, locales, mediadas, no lineales y distribuidas (como ya se mencionó) entre esas partes (que entonces ya no son tales, sino que se tornan en “componentes”). Interacciones internas, locales, no lineales, mediadas, distribuidas –y complejidad morfogénica concomitante a ellas– que son precisamente las que “se nos escapan de entre los dedos” en el proceder analítico de desmembrar o fragmentar en partes simples, partes desmembradas.
La aprehensión de la Complejidad requiere, pues, orientarse a la comprensión de la trama sistémico-compleja holística de articulaciones de-abajo-hacia-arriba (emergentes) entre los componentes de la totalidad estudiada con la propia totalidad; así como dearriba-hacia-abajo (descendentes) desde la totalidad hacia sus componentes. Dando cuenta, a través de ello, de una “causalidad compleja o circular” (que se demarca de la causalidad eficiente –tipo bolas-de billar– a la que quedaron reducidas a partir de la modernidad anteriores tratamientos más multidimensionales de la causalidad) y a dar cuenta de cómo, al mismo tiempo que en esa dinámica compleja el todo es más que sus componentes –lo sistémico–, cada componente contiene en sí al todo –la hologramaticidad–.
En nuestro quehacer cotidiano solemos decir que algo o alguien es “complejo” cuando ese algo o alguien es percibido por nosotros –o se nos antoja– como complicado, es decir, no aprehensible fácilmente de manera directa o inmediata. Precisamente ello llevó, incluso en la manera tradicional dehacer Ciencia (desde el siglo xvii hasta bien entrado el siglo xx), a identificar “complejo” con “complicado” y a la mencionada estrategia de indagación analítica, es decir, la de desmembrar o fragmentar en sus partes a las totalidades complejas, por complicadas, para entonces, analizando las partes, lograr la deseada aprehensión. La meta final consistíría en volver a unir –después de analizadas– todas las partes para, pertrechados ya con el conocimiento adquirido de ellas, lograr, sólo entonces, aprehender la original totalidad complicada, es decir, compleja. Tal propósito resultó irrealizable.
Así, hoy poseemos un gran tesoro de conocimientos acerca de las partes que denominamos como partículas fundamentales, átomos, moléculas, células –entre ellas las neuronas–, seres humanos individuales, planetas, estrellas, etcétera. Sin embargo, nuestro caudal de conocimientos acerca de las totalidades conformadas por esas partes: cuerpos sólidos, líquidos y gaseosos, órganos pluricelulares, entre ellos el cerebro, organismos biológicos, ecosistemas, grupos sociales y sociedades completas, sistemas planetarios, galaxias y sus constelaciones, etcétera, aunque mayor que antaño, es aún relativamente modesto, no resiste la comparación con el que hemos atesorado acerca de sus partes.
Como reacción a ello y para trascender el aludido tratamiento desmembrante de las totalidades (y por ende, incapaz de aprehender el cambio y la transformación morfogénico-complejos, holísticos y no lineales), desde finales del siglo xx se ha comenzado a construir por el Pensamiento –y las Ciencias– de la Complejidad, un tipo de cuadro del mundo de índole holística (orientado a la aprehensión de las totalidades), no lineal y transdisciplinar; cuadro del mundo que se está constituyendo cada vez más en una alternativa (con relación al cuadro del mundo analítico, lineal y disciplinar de la ciencia tradicional) de renovada aprehensión y comprensión de la dinámica del cambio y la transformación morfogénica auto-organizante de la realidad natural, social y humana, componente de cuya complejísima trama de interacciones somos.5
Por lo mismo, dicho tratamiento en construcción está poniendo en juego un estilo de pensamiento diferente al estilo de pensamiento dicotómico, característico de la modernidad: un pensamiento-enred-de-redes o en redes-en-red, con el que se pretende conceptualizar esa visión orientada al cambio y la transformación de las totalidades, construyendo modelos reticulares de las mismas; modelos basados en-agentes (animados) y/o en actantes (inanimados), agentes o actantestramados en red, heterogeneos, autónomos, involucrados en interacciones internas, locales, mediadas, no lineales, distribuidas, y que tienen, siempre, información y conocimientos limitados de las totalidades que conforman.
El Pensamiento –y Ciencias– de la Complejidad integran asimismo a su visión una nueva comprensión de la alternancia del determinismo y el indeterminismo, del equilibrio y el desequilibrio, del orden y el desorden, de la estabilidad y la inestabilidad, de la predictibilidad y la impredictibilidad, característica –como veremos más adelante– de los comportamientos complejos y que es percibida como un caos complejo que plasma tales alternancias –diferente del caos aleatorio– pero que es susceptible de ser aprehendido a través de estrategias de indagación que actualmente construyen ese Pensamiento y esas Ciencias de la Complejidad. Y que reivindica la necesidad de reconocer y de saber lidiar con la incertidumbre, con el riesgo, con las bifurcaciones y el azar, que se muestran como no siempre perjudiciales, en la aprehensión de la dinámica del cambio y la transformación autoorganizante morfogénica de las totalidades complejas.
2. Hacia un tratamiento holístico del cambio y la transformación. La aprehensión de los fenómenos asociados con el emerger y desaparecer de los entes inanimados, y del nacer y perecer de los organismos vivos, incluyendo la vida y la muerte humanas, ha sido pues la historia de su desmembración analítica, que no propicia la aprehensión de su auténtica dinámica. Una aprehensión cabal de dicha dinámica, como ya apuntáramos, debe dar cuenta de manera holística de la capacidad morfogénica –y de los procesos vinculados con la misma– asociada con las fuentes del cambio y la transformación, e inherentes ya bien al emerger y desaparecer de los entes abióticos, como al nacer de la vida y su desintegración con la muerte. Y debe caracterizar qué variaciones en los procesos asociados a gradientes espaciales y a tasas temporales de esas fuentes son concomitantes a unos u otros de tales procesos del surgir o dejar de existir tales entes, abióicos y bióticos.
Semejante perspectiva nos tornaría más abordable la ya constatada, pero aún no aprehendida, ni conceptualizada, naturaleza fluída o fluyente del cambio y la transformación del mundo. Percibimos a los entes abióticos y bióticos del mundo y nos percibimos los unos como estructuras ya bien abióticas, ya bien organísmicas y/o personológicas más o menos fijas y constantes; cuando en realidad tales estructuras abióticas, organísmicas y/o personológicas son la resultante morfogénica de los flujos (gradientes espaciales y tasas temporales) que las constituyen:
- Flujos de masa (de sustancias).
- Flujos de energía (de campos de fuerzas en interacción).
- Flujos de información (reconocedores del entorno).
- Flujos de sentido (interpretantes de la identidad propia).6 Entre los componentes –materiales y no materiales– que conforman esas totalidades abióticas, organísmicas y/o personológicas, y entre ellas y su entorno (aquel ámbito del medio ambiente capaz de impactar globalmente sobre tales totalidades). Flujos de masa, energía, información y sentido que cambian y se transforman auto-organizantemente –afrontando y dando solución espontánea a través de semejante auto-organización a sus propios conflictos– propiciando así el emerger –morfogénico– de nuevos y nuevos órdenes de complejidad, desde lo no vivo hasta lo vivo; o de propiciar su desintegración cuando tales conflictos se tornan insolubles para la existencia abiótica o biótica. Y donde lo que percibimos estáticamente y solemos denominar como “estructuras” son sencillamente procesos con una tasa de variación temporal de esos mismos flujos muy lenta (y con un gradiente de variación espacial muy local), que entonces aparenta una constancia que no es tal; y que se nos revelarían en su índole procesual-dinámica si los contempláramos desde otra perspectiva temporal más dilatada (y desde otra perspectiva espacial más localizada) que las cotidianas para nosotros.
3. ¿Por qué y para qué existen los flujos de masa, energía, información y sentido y cómo se plasma su articulación autoconsistente? esa integralidad dinámico-compleja morfogénica de flujos articulados de masa, energía, información y sentido da cuenta, respectivamente, de la sustancialidad, del dinamismo, de la organización y de la identidad de los entes abióticos, así como de los organismos vivos, incluyendo al organismo y la persona humanos: constituye una matriz capaz de evolucionar autoorganizadamente con potencial morfogénico. Matriz por conformar una pauta invariante que da marco a –y propicia– variaciones cuantitativas y cualitativas (espaciales y temporales) de sus términos integrantes (de la masa, de la energía, de la información y del sentido) sin perder por ello su conformación o pauta integral. De esa manera, semejante matriz ontológica morfogénica es capaz de conjugar constancia y novedad; fijeza y cambio.
Tal integralidad de articulación de flujos es la responsable de que los entes del mundo abiótico y biótico –incluyendo el organismo y la persona humanos– estén conformados por sustancias (o sea, por entes materiales con masa de reposo y masa de movimiento), que solemos denominar como “cuerpos”; de que plasmen una dinámica –sean capaces de cambiar y transformarse– a través de la energía de interacción de campos de fuerza (entes materiales con masa de movimiento, pero sin masa de reposo), que solemos denominar como interacciones energéticas; de que posean la capacidad de reconocer su entorno, con-formándose y acoplándose al mismo en lo que acostumbramos a denominar como organización; y de que sean capaces de reconocer-se reflexivamente en lo-que-son, adquiriendo lo que denominamos como su identidad.7
El flujo de intercambios de masa plasma la sustancialidad de uno u otro ámbito de la realidad y tiene que ver directa e inmediatamente con la necesidad de dar solución –en las condiciones ambientales prevalecientes en uno u otro ámbito y época– a unas u otras modalidades de agregación y/o desagregación –y no cualesquiera, sino las propiciadoras de una concomitante morfogénesis sustentable– de las sustancias previamente emergidas. Todos sabemos el resultado histórico de tal imperativo ontológico: la presencia de las modalidades de agregación de masas (sustancias) que denominamos como “cuerpos” sólidos, o como líquidos y/o como gases, sin las cuáles nuestros propios organismos no podrían existir ni mantenerse como tales.
Lo que nos lleva a la necesidad de un tratamiento morfo-dinámico –y concomitante con la articulación de flujos de masas (sustancias)– de los procesos morfogénicos, sin reducirlos a una morfología y/o a una taxonomía clasificatoria (por útiles que éstas efectivamente puedan ser).
Por lo mismo, la presencia ontológica ineludible de un flujo de masa articulado con los flujos de energía, información y sentido, tiene que ver con la solución ontológica (es decir, la que adopta la realidad espontáneamente) para la plasmación físico-espacial de nuevas y nuevas formas naturales, sociales y humanas, aprovechando la presencia fáctica de unas u otras sustancias y su potencialidad, a través de una u otra dinámica morfogénica de cambio y tranformación, por medio de procesos –sinérgicos– de agregación y procesos –entrópicos– de desagregación. Nuestro organismo humano es sólo un caso particular –una instanciación– de lo expresado.
Por otro lado, el flujo de intercambios de energía, que aporta el dinamismo de uno u otro ámbito de la realidad, es siempre concomitante con el ya aludido flujo de masa (o sea, no puede existir uno sin existir al mismo tiempo el otro),9 aunque sólo sea porque toda masa presenta un equivalente energético (y toda energía tiene un equivalente másico).10 Pero no sólo por ello, sino porque el flujo de energía se vincula de modo inmediato a la imperiosidad de solucionar –dada la índole de las masas (sustancias) ya existentes e involucradas en los ya aludidos procesos morfogénicos de agregación y desagregación– el problema ontológico de con cuáles interacciones entre fuerzas disponibles en tales circunstancias llevar a cabo –de modo dinámicamente factible y propiciadora de la adecuada (ni insuficiente, ni excesiva) estabilidad– la articulación de las interacciones concretas y específicas entre esas masas –tambien concretas y específicas– que-se-agregan y/o que-sedesagregan.
El flujo de intercambios de cuotas de información para el reconocimiento del entorno –la “decodificación” de lo “codificado” en el mismo– tiene que ver directamente con las modalidades de organización de uno u otro ámbito de la realidad natural, social o humana, a través de proporcionar la solución espontánea de la siguiente importante necesidad ontológica: ¿Cómo, disponiendo de la presencia de sustancias –con masa– y de interacciones energéticas apropiadas, emergido todo previamente y sujeto a comportamientos tanto necesarios como azarosos, poderlos combinar espontáneamente en el seno de una u otra totalidad ordenada más global (por ejemplo, en un cuerpo sólido abiótico y/o en el organismo humano) pero abierta a subsiguientes intercambios con su entorno; y que la misma posea una conformación tan robusta o resilient (o sea, tan resistente, dinámicamente hablando) que incluso los comportamientos azarosos y no adecuados de esos componentes –y de ese entorno– no comprometan siempre la existencia de esa totalidad compleja?
De ahí se desprende la necesidad de una comprensión cualitativa de la noción de información como “aquéllo que in-forma”, o sea, “aquéllo que propicia también –esta vez informacionalmente– la constitución de una forma”; sin reducirla –como comúnmente se hace– a su comprensión meramente cuantitativa, como “la magnitud media del logaritmo de la probabilidad” (Shannon), que sólo mide la imprevisibilidad de la información.
Por lo mismo, la presencia ontológica ineludible de un flujo de información articulado con los flujos de masa y energía tiene que ver con la solución ontológica (es decir, la que adopta el mundo espontáneamente) para correlacionar los comportamientos azarosos con los comportamientos determinísticos de los componentes involucrados en una u otra dinámica morfogénica de cambio y tranformación, a través de la creación de un orden a partir del desorden (el problema ontológico de “domar” la correlación orden/desorden). El caso particular de la organizacionalidad de nuestro organismo humano no es ninguna excepción.
Asimismo, el flujo de intercambios de sentido se presenta vinculado siempre a la reflexividad identitaria de una u otra realidad natural, social y/o humana, y es siempre concomitante con el ya aludido flujo de información (no pudiendo existir uno sin existir al mismo tiempo el otro).12 Precisamente, la adquisición de sentido identitario (natural,13 social y/o humano) constituye la solución a la necesidad ontológica de reconocer
se como lo-que-se-es y va siempre acompañada –como las dos caras de una misma moneda– de la demarcación con respecto a un entorno que ha sido reconocido –como lo que no se es, lo que no es la identidad propia; a través, esto último, del ya aludido intercambio de información, propiciándose así la demarcación identitaria con respecto a dicho entorno. No de otra manera conformamos nuestra propia identidad personológica los seres humanos, al demarcarnos relativamente de nuestro entorno natural y social.
Otra faceta de tal concomitancia entre los flujos de intercambio de sentido y de información consiste en que toda información –incluso una misma información– es siempre susceptible de adquirir diversos sentidos portadores y propiciadores de identidad (y todo sentido de identidad correlaciona con un significado que es entonces codificable informacionalmente). El mismo contenido informacional de este trabajo que ahora exponemos, para nuestro caso de interpretación humana, adquirirá tantos sentidos personalizados como personas lo lean.
Recapitulando, la existencia de flujos articulados de masa, de energía, de información y de sentido, se vincula con la necesidad imprescindible de dar solución ontológica (es decir, la que adopta la realidad espontáneamente) a la correlación y conjugación:
• de los procesos de agregación y desagregación de sustancias (masas);
• de las interacciones energéticas entre fuerzas adecuadas y suficientemente estabilizantes de tales agregaciones y desagregaciones;
• de los comportamientos azarosos y los comportamientos deterministas de tales componentes sustanciales y energéticos, plasmando una organización informacionalmente constituida de los mismos; • así como del necesario reconocer-se de la totalidad de que se trate en su propia identidad de sentido, con la concomitante demarcación respecto a “lo que no se es”, tramándose todo ello en una u otra dinámica morfogénica de cambio y tranformación natural, social y/o humana.
La comprensión de tales circunstancias ontológicas –no resueltas por la ciencia analítica, lineal y disciplinar tradicional– sólo pueden ser resueltas a través de la comprensión de un mundo en el que:
• se conjugan agregación y desagregación, orden y desorden, estabilidad e inestabilidad, homogeneidad y heterogeneidad, equilibrio y desequilibiro (con igual jerarquía ontológica14), predictibilidad e impredictibilidad, previsiblidad e imprevisiblidad15 (con igual jerarquia epistemológica), y por lo mismo, con la presencia siempre de una gama no lineal de alternativas previsibles, pero no predictibles) ontológicas de comportamiento (alguna de las cuales se actualiza y las otras no, en dependencia de las condiciones existentes y de las que se van propiciando en denominado “adyacente posible”) y de formas fractálicas no clásicas (con autosimilaridad a diferentes escalas), formas reales (no ideales) que son las resultantes de la competencia entre las diversas dinámicas presentes en el mundo natural, social y humano; es decir, el mundo de-lo-quedóen-el-medio,16 propio del enfoque de la dinámica compleja morfogénica autoorganizante en su avance incesante hacia lo-adyacente-posible.
4. El avance hacia el-adyacente-posible. La aludida matriz ontológica morfogénica de flujos en red se erige entonces en una matriz básica, capaz de evolucionar autoorganizadamente desde el ámbito o mundo de lo no vivo (físico, quimico, geológico, cósmico), hasta arribar a la emergencia de los agentes autónomos vivos y su ulterior evolución hasta los seres humanos y sus sociedades.
Presenta, entonces, lo que se denomina como “autosimilaridad transescalar”, es decir, la recurrencia de la misma conformación cuando se transita a través de escalas diversas. Autosimilaridad transescalar que constituye una de los rasgos que presenta la geometría fractal, que es la característica para el mundo real y resultante precisamente de su dinámica morfogénica17 (y no la geometría formal –euclideana, rimaniana o minkowskiana– que solemos aplicar en nuestros estudios tradicionales).
El potencial morfogénico –y su capacidad de fractalizarse– de tal matriz ontológica básica se plasma a través de las siguientes circunstancias que van dando origen así a las diversas manifestaciones –plasmaciones, manifestaciones o instanciaciones– de la sustancialidad, del dinamismo, de la organización y de la identidad de la realidad:
• Sucesivas rupturas espontáneas de simetrías en el flujo de masa (intercambio de “cuotas” de masa a partir de fluctuaciones internas o perturbaciones externas –inevitables, pues obedecen al azar– de las sustancias presentes).
• Sucesivas propiciaciones, o sucesivos constreñimientos, dinámicos del flujo de energía (intercambio de “cuotas” de energía, concomitantes –por autoconsistencia de las interacciones entre fuerzas– con aquellas rupturas de simetrías entre masas).
• Sucesivos re-conocimientos (decodificación) de información acerca del entorno (intercambio de “cuotas” de información acerca de esas asimetrías, propiciaciones y constreñimientos –espaciales o temporales– de masa y de energía emergidos en ese entorno y autoconsistentes con los mismos).
• Sucesivos reconocer-se (en elsentido-del-sí-mismo), (intercambio de “cuotas” de sentido identitario –interpetador de-lo-que-se-es y concomitantemente demarcador, por contraste, con lo-que-no-se-es, resultante del aquél reconocimiento decodificante del entorno y autoconistente con él).
Estas manifestaciones las conocemos bien y las denominamos estructuralmente como partículas fundamentales, átomos, moléculas, células, organismos vivos, eco-sistemas, personas, sociedades, estrellas, galaxias, entre otras, refiriéndonos a las mismas como “formas de organización” de la realidad. Pero que no solemos conceptualizar –como lo estamos haciendo en este trabajo– como plasmaciones –todas– de la dinámica –del cambiar y transformarse– de una misma matriz ontológica morfogénica básica de masa-energía-información-sentido.
Cada vez que emerge por vez primera una u otra de tales plasmaciones, manifestaciones o instanciaciones de dicha matriz ontológica morfogénica básica, surge un nuevo ámbito del mundo hasta entonces no existente (y más temprano que tarde se expande territorialmente y perdura temporalmente): así surgió el ámbito de los fenómenos y procesos cosmogénicos –con las primeras partículas fundamentales–; el ámbito de los fenómenos y procesos físicos –con los primeros átomos–; el ámbito de los fenómenos y procesos químicos –con las primeras moléculas–; el ámbito de los fenómenos y procesos biológicos –con las primeras células–; el ámbito de los fenómenos y procesos de especiación –con los primeros ecosistemas–; el ámbito de los fenómenos y procesos de la subjetividad humana –con los primeros homo-sapiens–; el ámbi to de los fenómenos y procesos sociales –con los primeros patrones de interacción social de los grupos humanos–.
Y tal camino creativo del mundo natural, social y humano, de plasmación en plasmación, de manifestación en manifestación, de instanciación en instanciación, dinámico-morfogénicas de dicha matriz de masa-energía-información-sentido no se lleva a cabo de cualquier manera, sino que se produce como un incesante avance hacia lo adyacente posible del espaciode-las-posibilidades. Es decir, desde lo ya plasmado, manifestado, instanciado, hacia aquello que es factible de ser plasmado, manifestado, instanciado, con una sóla plasmación, manifestación o instanciación ulterior de la dinámica –del cambiar y transformarse (natural, social o humano)– de que se trate.
Solamente lo que esté en ese espacio de posibilidades dinámicomorfogénicas a la distancia-espaciotemporal de una sóla instanciación (de un solo paso-dinámico-morfogénico) con relación a lo ya existente está en ese adyacente-posible. Las plasmaciones o manifestaciones posibles que se hallen a dos o más “pasos” dinámico-morfogénicos con relación a lo ya plasmado o manifestado se hallan en el no adyacente posible; mientras que las plasmaciones o manifestaciones no factibles (por dinámica-morfogénicamente similares que sean a las ya existentes) comprenden el adyacente-no-posible.
Aquéllas requerirán más de una instanciación ulterior para plasmarse, y éstas no se plasmarán. Ni unas ni otras se tornarán realidad con la subsiguiente instanciación de la dinámica-morfogénica (natural, social o humana) en cuestión.
El mundo –nos demos cuenta de ello o no; nos guste o no– nunca “salta por encima” de su adyacente posible. Marcha de adyacente-posible en adyacente-posible, indefectiblemente (a diferentes ritmos dinámico-morfogénicos –que dictan un tiempo endógeno, interno a la dinámica del mundo– según la índole del ámbito de que se trate, abiótico o biótico, e incluyendo su eventual fractalización ante conflictos entre dinámicas diferentes. El surgir o desaparecer de los entes abióticos, así como la vida y la muerte de los bióticos, no constituyen excepción alguna. Sólo sobrevienen cuando están en el adyacente posible de los procesos dinámicos que conciernen a los flujos –y sus conflictos– de las cuatro fuentes ya aludidas del cambio y la transformación ontológicos que les anteceden.
Estamos, pues, recién comenzando a construir –con ayuda del Pensamiento –y Ciencias– de la Complejidad (sumamente “ jóvenes” aún, pues datan del último tercio del recién finalizado siglo)– una comprensión auténticamente dinámico-morfogénica del mundo, capaz de mostrar la coherencia, la fractalidad, la índole holística no manipulable, la creatividad emergente no predecible, de ese mundo. Mucho camino queda aún por recorrer para desarrollarla ulteriormente, pero los fenómenos –y problemas– naturales y sociales a los que cada vez con mayor frecuencia se enfrentan los seres humanos y sus sociedades, algunos de los cuales ya han comenzado a plantear la problematicidad de la superviviencia misma de nuestra especie, requieren con urgencia que avancemos resueltamente por ese camino y sigamos construyendo –entre todos– esta “nueva manera de hacer Ciencia”.
Nueva manera que encuentra cada vez más “entusiastas cultivadores” en nuestros países latinoamericanos y caribeños, como mi reciente visita a la hermana República Dominicana –y los contactos tenidos allí con los Capítulos de Complejidad RD de Santo Domingo y con el recién creado en Santiago de los Caballeros– me ha permitido comprobar.
Es entonces el deseo del autor de este trabajo que el mismo, al menos, estimule a aquéllos que lo lean a acompañarlo –y a esos otros estudiosos– en esa ruta y empeño aludidos.
Notas
La(s) Ciencia(s) de “la Complejidad” se dedica(n) a estudiar el comportamiento denominado como “complejo” en una u otra clase de totalidades sistémicas. Son múltiples sus cultivadores en países diversos. En Iberoamérica se han destacaco Rolando García (México), Humberto Maturana y Francisco Varela (ambos de Chile), entre otros. El Pensamiento de “la Complejidad” desarrolla las impli
caciones cosmovisivas, filosóficas (ontológicas, epistemológicas, axiológicas) o lógico-metodológicas más generales de aquélla(s) Ciencia(s), aportándoselas, y a su vez enriqueciéndose con los resultados de esa(s) Ciencia(s). Su cultivador más asiduo –y acuñador del término– ha sido Edgar Morin (Francia). En el ámbito latinoamericano se destacan Pablo González Casanova (México), Enrique Dussel (Argentina-México), Enrique Leff (Argentina-México) y Frank Hinkelammert (Alemania-Costa Rica), entre otros. El Pensamiento –y las Ciencias– “de la Complejidad” se originan, como campo más o menos ya eclosionado–y por ende reconocido– del Saber contemporáneo, a partir de los años ochenta del recién finalizado siglo, en ciertos países desarrollados, sobre todo en Bélgica (Escuela de Bruselas; Ilya Prigogine, Isabelle Stengers, Gregoire Nicolis), Francia (Benoit Mandelbrot) y Estados Unidos (Instituto de Santa Fé: Murray Gellman, John Casti y Brian Goodwin, entre otros); también en ese país, Mitchell Feigenbaum, Fritjof Capra (Berkeley). Y desde allí han ido extendiéndose gradualmente hacia diferentes ámbitos geográficos, incluyendo el hispanoamericano. De entre los aludidos, hemos tenido el privilegio de contar con la presencia en nuestros Seminarios Bienales de Complejidad de La Habana, de Capra, Dussel, Stengers, Leff, Morin, Gonzáles Casanova, Nicolis, Casti, Goodwin.
El llamado “efecto mariposa”, que es como se alude cotidiana y popularmente a la no linealidad.
Es en las sociedades, obra de componentes dotados de conciencia, donde predominan hoy las totalidades jerárquicas, en las cuales algunos de sus componentes le dictan a los demás “lo-que-deben (o no)-hacer”.
Del griego “holos” (el todo, la totalidad, lo completo).
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