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Los desafíos del comercio justo latinoamericano: una aproximación a partir de la Declaración de Río de Janeiro

by Marco Coscione
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Desde sus primeros pasos a finales de los años cuarenta, el movimiento por un comercio justo ha recorrido varios caminos y experimentado notables cambios. En los últimos años, frente a varios problemas internos (como, por ejemplo, la deriva del sistema certificado Fairtrade del principio original de defensa del pequeño productor organizado), los productores del Sur, especialmente los latinoamericanos, están impulsando un profundo cambio de dirección. El enfoque Norte-Sur está dejando espacio a enfoques Sur-Norte y Sur-Sur. Este artículo proporciona una visión latinoamericana sobre los futuros desafíos del movimiento por un comercio solidario, con justicia y equidad. 

Del 26 al 31 de mayo de este año, tuvo lugar en Río de Janeiro la Semana Mundial del Comercio Justo y Solidario, con una serie de actividades y reuniones que han incluido a muchos actores latinoamericanos e internacionales. Durante una semana, Río de Janeiro se ha transformado en la capital mundial del comercio justo. Estas actividades fueron organizadas principalmente por la World Fair Trade Organization (wfto) que, además, realizó en Río su asamblea general anual. Sin embargo, en ellas participaron también otras organizaciones de comercio justo y solidario, o que trabajan estrechamente con las organizaciones de pequeños productores. La declaración final, de hecho, fue firmada por las siguientes redes y organizaciones: Faces do Brasil-Plataforma de Articulação do Comércio Justo e Solidário y el Fórum Brasileiro de Economia Solidária (fbes), en representación de las articulaciones brasileñas de comercio justo y economía solidaria; la Red Intercontinental de Promoción de la Economía Social Solidaria (ripess), y su apartado latinoamericano; la cLac, Coordinadora Latinoamericana de Pequeños Productores de Comercio Justo, como red latinoamericana de organizaciones de productores codueñas del sistema Fairtrade International (fLo); Fundeppo, la Fundación de Pequeños Productores Organizados, asociación civil que gestiona el recién creado «símbolo de pequeños productores»; la Mesa de Coordinación Latinoamericana de Comercio Justo; el Espacio por un Mercosur Solidario, y Cooperativas Sin Fronteras. 

Sin lugar a dudas, podemos decir que en Río se han reunido los «estados generales del comercio justo latinoamericano», entre los cuales se destacan las dos grandes redes de productores de la región: la cLac y el apartado latinoamericano de la wfto. Recordemos que la wfto y la Fairtrade Labelling Organizations International (actualmente Fairtrade International, pero mejor conocida como fLo), de la cual es codueña también la cLac, suscribieron en el año 2009 la Carta de los Principios del Comercio Justo. Estos principios son: 1) acceso al mercado de los pequeños productores; 2) relaciones comerciales sostenibles y equitativas; 3) desarrollo de capacidades y empoderamiento; 4) sensibilización de los consumidores e incidencia política, y 5) el comercio justo como un «contrato social». Son criterios mínimos que congregan a todas las organizaciones de comercio justo a nivel internacional, pero no limitan las diferentes visiones regionales y locales del movimiento. 

A continuación analizaremos los principales mensajes que incluye la declaración final de la Semana del Comercio Justo de Río, para vislumbrar, desde la perspectiva latinoamericana, los actuales desafíos del movimiento a nivel regional y global. 

La Declaración de Río de Janeiro: cambiar el enfoque y articular redes
Las organizaciones firmantes reconocen «que el movimiento de comercio justo y economía solidaria ha crecido y se ha diversificado a nivel mundial»,1 y es cierto. No solo la economía solidaria ha sabido abrir brechas en muchos países del mundo, especialmente latinoamericanos, sino que también el comercio justo (que representa solo una expresión de la economía solidaria) ha crecido y se ha fortalecido a nivel internacional. Lo que aún falta es una buena coordinación entre todas las experiencias y todos los actores globales para ir marcando, aún más, una diferencia con respecto al modelo económico dominante, tanto a nivel local como internacional. 

En este proceso de crecimiento y profundización de las relaciones justas y solidarias, «las organizaciones de comercio justo y solidario han venido desarrollando diversas iniciativas», como «sistemas participativos de garantía, verificación de pares, certificación, acreditación, símbolos y marcas propias, que permitan mejorar la retribución económica y social para los y las pequeños(as) productores(as) organizados(as), en la perspectiva de desarrollo autogestionario y sustentable».2 Es aquí, quizá, donde todavía se presentan las diferencias más sustanciales entre los distintos actores del comercio justo: por un lado, la fLo gestiona un proceso de certificación basado principalmente en estrictos estándares a nivel de la producción, mientras que la wfto pretende certificar a las organizaciones y todo el proceso, a la largo de la cadena justa y solidaria, desde la producción hasta el consumidor. Son dos visiones distintas que, naturalmente, han recorrido caminos diferentes, pero han enriquecido igualmente el movimiento internacional. 

Desde la investigación social, me he interesado mayormente, hasta el momento, en el comercio justo certificado Fairtrade; por lo tanto, en los próximos párrafos voy a hablar con más detenimiento sobre este. Actualmente, la fLo certifica solo alimentos, con la excepción de las flores, los balones deportivos, el algodón, el oro y la madera; esta parte del movimiento global, que comercializa productos alimenticios certificados Fairtrade, se vio obligada a cuestionar su mismo desarrollo y los caminos que ha tomado en los últimos años por la enorme diversidad interna que la caracteriza, y por la evolución negativa que ha conocido su centro de representación y regulación (la entidad fLo) para responder al rápido crecimiento de un nicho de mercado en continua expansión. 

Nacida para unificar los criterios entre las diferentes iniciativas nacionales y para mejorar la gestión de las relaciones entre los productores del Sur y los compradores del Norte, la fLo se ha convertido en un enorme aparato burocrático donde priman intereses poco claros y sobre todo de corto plazo. La visión estratégica de esta organización, según los pequeños productores latinoamericanos, se ha alejado profundamente de los principios originarios del comercio justo, diluyendo sus estándares y englobando, en sus circuitos, actores que nada tienen que ver (ni quieren tener que ver) con el movimiento social que busca reequilibrar las relaciones comerciales globales y de esta manera redistribuir las riquezas. Se trata de actores como los grandes supermercados globalizados o las plantaciones. 

En la última década, las fuerzas en juego en el movimiento han cambiado drásticamente. Tanto que, a finales del 2011, Fair Trade usa anunció su salida del sistema internacional fLo, aduciendo varias razones, pero principalmente para abrir sus circuitos comerciales a plantaciones, supuestamente responsables y sostenibles, en todos los diferentes rubros que hasta el momento no admiten plantaciones bajo el sistema de sello Fairtrade. 

Certificar una plantación de café significaría para muchos estudiosos del tema, así como para muchos pequeños productores, la «muerte del comercio justo». Merling Preza, la expresidenta de la junta directiva de la cLac, lo explicaba de la siguiente manera: «Eso ya no es comercio justo. Los grandes siempre han estado en el sistema de mercado global y el comercio justo nació para que también los pequeños, explotados por los intermediarios, pudieran independizarse y acceder al mercado. Con la entrada de las plantaciones, los pequeños se verán totalmente desplazados, sobre todo en rubros como el café, producto símbolo de lo que ha sido hasta ahora el movimiento».

Así es. El comienzo del comercio justo certificado tiene aroma a café y origen latinoamericano. Los primeros pasos de la que hoy en día es la certificación Fairtrade los recorrieron juntos la Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo (uciri, de Oaxaca, México) y la ong holandesa Solidaridad, creando el sello Max Havelaar. Abrir los canales del comercio justo a los supermercados tradicionales fue la vía para responder a la necesidad de los pequeños productores de colocar cada vez mayores volúmenes de sus productos en los mercados internacionales e integrar cada vez más productores al movimiento. Al mismo tiempo, fue la respuesta a la creciente demanda de productos justos y solidarios. 

Sin embargo, en noviembre de 1988, cuando se lanzó en Holanda el primer paquete de café con el sello Max Havelaar, nadie podía imaginar que los pequeños productores, de actores protagonistas de esta nueva relación justa, se convirtieran en un actor más dentro de un marco comercial que, poco a poco, aceptaría en su interior otros esquemas productivos como las plantaciones o los productores no organizados. Actualmente, gracias al fuerte trabajo de la cLac, desde sus bases hasta la junta directiva de la fLo, el pequeño productor parece volver al centro del sistema. Los futuros cambios en la gobernanza interna de la fLo y en la gestión de los servicios a los productores marcarán un momento importante en el camino hacia la vuelta al sentido original del comercio justo: la defensa del pequeño productor. La nueva agenda fLo para los próximos años, Powering up Smallholder Farmers to Make Food Fair, parece ser una buena señal. 

Lamentablemente, en este escenario no podemos profundizar mucho cada uno de estos asuntos. Sin embargo, quiero subrayar que desde la creación de la Fair Trade Labelling Organizations International, los pequeños productores latinoamericanos no han dejado de cuestionar el sistema global del comercio justo sellado y siempre han propuesto nuevas acciones para ir rescribiendo, desde abajo y desde el Sur, las relaciones de fuerzas y las reglas de juego que predominan en los circuitos globales «justos». Gracias a estos esfuerzos, las redes de productores del Sur, codueñas del sistema fLo, representan ahora el 50 % de los votos en la Asamblea General de la fLo, con lo que han reequilibrado así su voz y participación con las de las iniciativas de certificación del Norte. 

Es también por estas razones por las que la Declaración de Río pone énfasis sobre el aspecto fundamental del enfoque original del comercio justo. Citando el texto firmado el 29 de mayo, las organizaciones se comprometen a «fortalecer nuestras organizaciones, a través de: a) priorizar el protagonismo de los pequeños(as) productores(as) organizados(as); la relación con los consumidores conscientes, críticos, solidarios, éticos; y el desarrollo de los diversos actores económicos y sociales que actúan en la cadena del comercio justo y solidario».4 Además de la defensa del pequeño productor organizado, punta de lanza de la cLac dentro del sistema fLo, la declaración subraya la importancia del rol de los consumidores. 

Aquí tenemos que hacer una pausa y reflexionar un momento sobre uno de los desafíos futuros del movimiento por un comercio justo. En el caso de los países latinoamericanos, la construcción de un mercado interno de comercio justo, sostenido por «consum-actores» conscientes, activos y responsables, todavía parece una utopía. No tanto porque estos actores potenciales no existan, sino porque todavía no están articulados y no comparten un relato común. Si para los consumidores éticos y comprometidos de Europa fue relativamente fácil –durante la Guerra Fría y las luchas por la descolonización– alimentar la voluntad global de justicia y construcción de un «nuevo orden económico internacional» (empujada sobre todo por los países «no alineados»), para muchos países latinoamericanos de hoy día no está muy claro cuál debería ser ese relato.5 Sin embargo, los latinoamericanos todavía comparten (hoy de nuevo con mucho fervor) esos ideales de participación y protagonismo popular «desde abajo» que la supuesta «tercera vía» ha casi eliminado del todo del panorama europeo. 

Por tanto, para crear certificaciones de comercio justo cada vez más participativas, como muchos están defendiendo, es indispensable, a mi juicio, apostar por los mercados internos. Para ello, por un lado las autoridades tienen que desafiar el statu quo y generar políticas públicas a favor de los pequeños productores y artesanos nacionales (en varios países de la región, esta tendencia va concretándose poco a poco); por el otro, las organizaciones de comercio justo tienen que abandonar gradualmente el comercio justo basado casi exclusivamente en la exportación de commodities y ampliar el abanico de productos, acercándose cada vez más a los productos de la canasta básica. Ambos actores, además, tienen que trabajar en la concienciación de los consumidores locales y nacionales. El entramado de organizaciones de economía solidaria y por la autonomía y soberanía alimentaria que caracteriza a muchos países de la región constituye sin duda el terreno fértil en el cual el comercio justo latinoamericano podrá construir nuevas alianzas estratégicas, ir hacia esquemas más participativos y, de esta manera, revertir las tendencias negativas del comercio justo certificado de las cuales hablaba anteriormente. 

Por este motivo, otro de los compromisos que se han asumido en Río de Janeiro es muy importante: la «integración dinámica y concreta con el conjunto del movimiento social, del cual somos parte, que lucha por la defensa de los derechos humanos, la identidad cultural y el territorio, el empoderamiento de las mujeres, la inclusión generacional, el respeto por la diversidad e identidad cultural; la lucha contra las causas del cambio climático y el respeto al medio ambiente, la soberanía alimentaria y la lucha por el derecho a la tierra».6 Este punto todavía es bastante débil para el comercio justo. A pesar de ser un importante movimiento social internacional, su articulación con otros movimientos sociales de la región es muy escasa. Quizás el movimiento cooperativista represente el principal vínculo, pero las relaciones con los nuevos movimientos sociales son prácticamente inexistentes, así como la visibilización del comercio justo dentro del panorama de los movimientos sociales. Un asunto pendiente para las ciencias sociales de la región. 

Además, a pesar de que existen varias referencias al movimiento por un comercio justo dentro de los estudios económicos y sociales de las realidades regionales de la economía solidaria, aún no se ha desarrollado, en y desde
América Latina, un ámbito de estudio específico sobre el comercio justo.

Aunque muchos académicos no hayan descubierto todavía (o no quieran reconocer) el potencial «en movimiento» del comercio justo, este puede ser considerado un «movimiento social contrahegemónico contemporáneo»: como acto de resistencia (rehusando participar en todos los canales comerciales hegemónicos, tanto en el Sur como en el Norte), como acción redistributiva (redistribuyendo recursos entre Norte y Sur, como primer paso hacia una transformación más estructural) y como acción social radical (que influye positivamente en la transformación estructural del sistema, a pesar de luchar constantemente contra tres limitaciones: la manera de pensar y conceptualizar el comercio justo, la imposición de las iniciativas del Norte al Sur, y la concentración del poder real en la parte intermedia de la cadena de suministro). En este sentido, las ciencias sociales de la región se encuentran frente a un desafío enorme. 

El punto 5 de la declaración dice así: «Deseamos que haya mayor participación y control social en los acuerdos y tratados internacionales, bilaterales y multilaterales, que favorezcan y aseguren los derechos de los y las pequeños(as) productores(as) locales organizados(as) y los consumidores en general». Control social, la cuestión central de todo proceso de democratización que queramos construir. En este sentido, la «descolonización» de las prácticas Norte-Sur o del pensamiento hegemónico es de fundamental importancia. En un interesante artículo publicado en 2009, Frans Van der Hoff, 9 uno de los fundadores de la certificación Max Havelaar (antecedente nacional de la actual fLo), subraya algunos de los desafíos más urgentes del movimiento por un comercio con justicia, pero el más importante es incrementar sustancialmente las prácticas democráticas dentro de las instituciones de comercio justo, así como dentro de las organizaciones de base de los productores. 

Según Van der Hoff, gran parte del proceso de innovación del comercio justo tiene que empezar por aprender de las experiencias de los productores del Sur, quienes de verdad están en la posición para entender los problemas reales y no los síntomas: «Los actores del Norte deben aprender a escuchar y respetar el punto de vista de sus socios del Sur. […] Muchos actores del Norte creen que pueden solucionar los problemas rápidamente. No aceptan que se requiere tiempo para corregir las deformaciones socio-económicas que el sistema capitalista ha producido durante siglos». Los productores del Sur saben muy bien que el problema no es la pobreza, sino la falta de control democrático sobre el sistema. «Transmitir estos mensajes desde la experiencia de los pobres […] es quizás el legado más importante que el Comercio Justo puede dejar a las futuras generaciones» (Van der Hoff, 2009: 59).

Cuando hablamos de «falta de control democrático sobre el sistema» nos referimos a un problema global, a mi juicio el principal problema de todas las crisis que están viviendo nuestras sociedades. Sobre todo una crisis de la civilización. Como dice el teólogo brasileño Leonardo Boff, en una entrevista de Osvaldo León (aLai, 2008: 2 y 30), «La Tierra está enferma, busca un nuevo equilibrio y encontrar ese nuevo equilibrio va a significar el sacrificio de muchas especies y muchos ecosistemas […] vamos hacia un caos, pero el caos es siempre generativo […] nunca es caótico, pero para generar tiene que destruir ese orden anterior». Las prácticas de economía solidaria y comercio justo van por este camino, buscan destruir el viejo orden y hacer que un nuevo orden, justo y solidario, sea finalmente dominante. 

La reestructuración de la gobernanza interna del sistema fLo, impulsada sobre todo por los pequeños productores latinoamericanos, el fortalecimiento de la cLac y el lanzamiento de una nueva certificación, el Símbolo de Pequeños Productores, cuyos objetivos principales son la diferenciación al interior de los circuitos justos y la apuesta por los mercados locales y nacionales en los países de la región latinoamericana, representan las nuevas luchas de los pequeños productores organizados de comercio justo certificado Fairtrade en América Latina. Por otro lado, el Sustainable Fair Trade Management System de la wfto también representa otro camino. Lo importante es que, respetando las diferencias, se mantenga el protagonismo de los pequeños productores organizados, excluidos y marginalizados por el sistema político y económico imperante. 

Sin embargo, alcanzar estos objetivos sin el apoyo de las instituciones públicas puede seguir siendo una utopía. En este sentido, las organizaciones presentes en Río lucharán para «que el comercio justo y la economía solidaria sean reconocidos por los estados a través de políticas públicas afirmativas que valoricen, fomenten y financien las diversas iniciativas y actores sociales, sin comprometer la autonomía e independencia de las organizaciones de la sociedad civil que aseguren el derecho al trabajo asociado». Los casos de Brasil y de Ecuador, en la actualidad, pueden ser considerados quizás los más avanzados en cuanto al reconocimiento de las aportaciones de las organizaciones de pequeños productores, de la economía solidaria y del comercio justo en sus respectivos países y en la región latinoamericana. Pero en cuanto a incidencia política, otro gran desafío de las organizaciones de comercio justo, todavía falta mucho por hacer. Así como falta mucho por hacer para la construcción de un comercio justo Sur-Sur, otro de los desafíos para la relectura y reescritura, presentes y futuras, desde el Sur, del movimiento por un comercio justo. A este propósito, en su último punto, la declaración dice: «Destacamos la necesidad de impulsar relaciones comerciales entre las organizaciones de productores de comercio justo y solidario con los gobiernos en sus diversas instancias, como instrumentos de organización e inclusión social, distribución de ingresos económicos, democratización del consumo, valorización cultural y sustentabilidad económica y política de los emprendimientos económicos solidarios».

Conclusiones: los desafíos para el movimiento latinoamericano

A lo largo de este artículo hemos podido rescatar algunos de los más importantes desafíos para el comercio justo internacional. Primero: seguir desarrollándose y fortaleciéndose también a partir de las diversidades internas, que lo caracterizan y lo enriquecen, pero siempre partiendo de una perspectiva de desarrollo autogestionario y sostenible. Segundo: mantener bien presente el centro neurálgico del movimiento: priorizar el protagonismo de los pequeños productores organizados por encima de otros actores como pueden ser las plantaciones o los productores no organizados, como es el caso de los esquemas de certificación reconocidos por la fLo. 

Tercero: fortalecer los lazos con el conjunto del movimiento social, especialmente en América Latina, para ir construyendo de manera incluyente otro camino hacia el buen vivir. Cuarto: incrementar la democratización y el control social de las dinámicas productivas, comerciales y de consumo. Quinto: descolonizar la perspectiva económica y política del movimiento y reescribir, desde el Sur, su historia, sus procesos y sus desarrollos futuros. Esto incluye todo el proceso de reestructuración de los sistemas de governance interna del movimiento, como en el caso de la fLo. 

Sexto: el trabajo de incidencia con las autoridades e instituciones públicas de cada país. Séptimo: la construcción o el fortalecimiento de mercados internos de comercio justo y, por tanto, la apuesta por la concienciación de consumidores responsables también en los países de la región. Octavo: la construcción de un comercio justo Sur-Sur, entre los países latinoamericanos y también con África y Asia. 

El nuevo camino ya está abierto, y los nuevos equilibrios geopolíticos internacionales lo pueden favorecer. Mientras los países del Norte están cada vez más en crisis, las propuestas más interesantes de alternativas de desarrollo sostenible nos llegan desde el Sur. América Latina está, sin duda, protagonizando este cambio de época. El movimiento por un comercio justo no está exento de estas evoluciones globales. En este marco, los pequeños productores organizados de comercio justo tienen todo la experiencia y el potencial para convertirse en los actores protagónicos del movimiento a nivel regional e internacional. 

Notas 

Declaración de la Semana Mundial de Comercio Justo, Río de Janeiro, 29 de mayo del 2013.

Declaración de la Semana Mundial de Comercio Justo. Entrevista personal a Merling Preza, 9 de mayo del 2012. 

Declaración de la Semana Mundial de Comercio Justo. Por esta razón la cLac prefirió usar el término símbolo de pequeños productores y no, para poner un ejemplo, símbolo de comercio justo

Declaración de la Semana Mundial de Comercio Justo. Shreck, A. (2005): «Resistance, redistribution, and power in the Fair Trade banana initiative», Agriculture and Human Values, vol. 27, núm. 4, págs. 17-29. 

Declaración de la Semana Mundial de Comercio Justo. Van der Hoff, F. (2009), «The Urgency and Necessity of a Different Type of Market: The Perspective of Producers Organized Within the Fair Trade Market», Journal of Business Ethics, vol. 86, suplemento 1, págs. 51-61. 

Traducción propia del inglés al español.

Declaración de la Semana Mundial de Comercio Justo. Declaración de la Semana Mundial de Comercio Justo. 


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