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Entrevista: Pedro José Ortega

by Equipo editorial
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Pedro José Ortega es uno de los estudiosos principales de la pedrística continental. La obra, el pensamiento, la errancia intelectual de Pedro Henríquez Ureña ha sido objeto de su estudio más riguroso, de su análisis más profundo, de su criticidad más incisiva y abierta. Pedro, como el gran hombre de criterios fundadores, pero a su vez Pedro desde su humanidad llena de escollos y de un pensar que exige, al mismo modo suyo, de examen y acoplamiento a la realidad de su tiempo, incluso a la de hoy. Ortega realiza actualmente un entrenamiento posdoctoral en el Instituto de Estudios Dominicanos de City College of New York (CUNY-DSI), donde continúa investigando y difundiendo el legado de Henríquez Ureña, junto al de otros escritores dominicanos y caribeños. Una muestra de ello ha sido la reciente publicación del libro colectivo Descolonialidad, emancipación y utopías en América Latina y el Caribe. 

Desde esta entidad educativa norteamericana, Ortega ha realizado un amplio programa conmemorativo del 100º aniversario de “La Utopía de América”, realizando encuentros académicos y motivando la reactivación de instancias destinadas a estudiar y promover la obra del pensador dominicano. Dentro de este programa, recordemos la conferencia realizada con los auspicios del departamento de Filosofía y la Cátedra Pedro Henríquez Ureña de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), justo el 14 de octubre del 2022, cien años después de la lectura que hizo nuestro humanista. El panel de clausura se efectuó a la hora equivalente de aquella primera lectura. Según relata Pedro Luis Barcia en su obra Pedro Henríquez Ureña y la Argentina, eran aproximadamente las 5:30 pasado meridiano cuando el pensador dominicano pronunció esta memorable pieza. Conmemoración que estuvo respaldada por otras actividades similares en la Cátedra Pedro Henríquez Ureña de Estudios Literarios Dominicanos, de la Universidad de Salamanca, la Cátedra Libre de Estudios Filológicos Latinoamericanos Pedro Henríquez Ureña de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y la Cátedra Extraordinaria de Estudios Latinoamericanos y del Caribe Pedro Henríquez Ureña, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Pedro José Ortega cierra ahora este programa, con esta edición de Global, evaluando con inteligencia analítica y conocimiento cabal de la obra pedrística, sus concepciones más vitales, desde la óptica de un pensador de aquilatados méritos como es nuestro entrevistado.

Para comenzar, sugiero el tema del relieve que ha cobrado el concepto utopía tanto en estudios académicos como en movilizaciones sociales y políticas de distinta índole.

¿A qué se debe esto? ¿Podrías describir este fenómeno?

PJO. Comencemos preguntándonos sobre el significado de este concepto, utopía. La creación del vocablo se debe a Tomás Moro, quien escribió en 1516 un libro titulado Utopía. En su libro, Moro describe una ciudad que lleva este nombre y que solo existe como idea o como producto de la imaginación, pero que es relativamente contraria a la sociedad en la que su autor vive. Mientras en aquella reinaba el bien común, por ejemplo, en la real lo hacían otros tipos de propiedad, como la privada. Para Moro, utopía significa «no lugar». Como sabemos, el vocablo es una composición en la que se conjugan en griego οὐ («no») y τόπος («lugar»). De alguna forma, entonces, la representación juega una función crítica o de contrapunto con relación a la realidad efectiva. Y es desde este lugar creado que se proyecta lo que suele denominarse como «ideal», como expresión de deseo, como proyecto orientado a perfeccionar la experiencia vivida en el presente. 

La representación puede entenderse como una suerte de espejo al que la realidad presente se enfrenta. A veces el autor toma sus materiales del pasado para construir este tipo de representación, como hizo Tomás Moro; pero a veces los toma del presente o de premoniciones e intuiciones del porvenir, como encontramos en la versátil variedad de formas de expresión que el género utópico adquiere en nuestra vida moderna, en la literatura, la música, la danza, la arquitectura, la performance, entre otras. Sin embargo, a veces este espejo nos avisa sobre el porvenir de una sociedad que niega o contradice la dignidad humana. Es entonces cuando hablamos de distopía, en lugar de utopía. Al referirme a esta orientación del género, no puedo ignorar a George Orwell, por ejemplo, ese penetrante crítico socialista que escribió 1984, una novela distópica que anticipa justamente la sociedad dominada por el control de los seres humanos. Pero, más allá del significado del vocablo y sus implicaciones, la pregunta que formulas lleva a ponderar este doble aspecto de nuestra conversación que interroga el concepto y el momento en que vivimos. 

En cuanto a lo primero, advertimos que desde el surgimiento del género con el emblemático libro Utopía, de Moro, el concepto utopía ha ayudado a descubrir el poder que reside en nuestras representaciones del porvenir, y esta comprensión ha llevado a utilizar estas representaciones de forma instrumental o estratégica. ¿Quiénes las utilizan?: las instancias de poder que coexisten en una sociedad; instancias de poder económico, político, social, cultural o de cualquier otra forma de poder. La utopía, como representación, ilustra el estado de situación de una sociedad, de una época o del ser humano mismo, mientras las ideologías que dominan estas instancias de poder la usan para proyectar sus objetivos a partir de intereses particulares. Lo segundo es nuestra época; una época dominada, de un lado, por un sistema económico capitalista que esencialmente toma control de las relaciones entre humanos buscando maximizar la producción al menor costo posible, y, de otro lado, por la difusión mediática de todo lo que pueda significar para nosotros la experiencia humana. Pedro Henríquez Ureña comprendió la tendencia negativa del industrialismo de principios del siglo XX y la función crítica de la utopía, que le sirvió de herramienta para ilustrar lo que debía ser la aspiración de nuestras sociedades y para amonestar el presente. En contra de la sociedad mercantil moderna, que ve el mercado como el agente capaz de asignar valor a todo lo que nos rodea, incluida la vida misma, en la sociedad de Henríquez Ureña la organización económica ocupa un lugar subordinado. De allí que, al interrogar el rol que debemos jugar como forjadores de esta nueva sociedad, nos sugiere, y cito: «devolverle a la utopía sus caracteres plenamente humanos y espirituales, esforzarnos porque el intento de reforma social y justicia económica no sea el límite de las aspiraciones». Y aún más, advierte que «dentro de nuestra utopía, el hombre llegará a ser plenamente humano, dejando atrás los estorbos de la absurda organización económica en que estamos prisioneros y el lastre de los prejuicios morales y sociales que ahogan la vida espontánea». En otras palabras, si es que acaso es posible un tipo de reforma social y de justicia económica, esta debe estar al servicio del ser humano como expresión del «franco ejercicio de la inteligencia y de la sensibilidad, el hombre libre, abierto a los cuatro vientos del espíritu», como sostiene el autor.

De conformidad con las personas con quienes he conversado y la literatura que he estudiado sobre el tema, la conferencia «La utopía de América» constituyó un gesto de valentía por parte de Pedro Henríquez Ureña.

PJO. Ciertamente, «La utopía de América» surge justo en una época en la que las utopías eran recibidas con pesimismo y desconfianza. Inclusive la utopía de la Revolución mexicana que inspira sustantivamente el ideal de Henríquez Ureña. Apenas el mundo salía de la Gran Guerra, aquella que conocemos también como la Primera Guerra Mundial, que inició en un fatídico día de julio de 1914 y finalizó en noviembre de 1918. Era una época de recomposición del poder político mundial. Antiguos imperios como el alemán y el ruso dieron paso al surgimiento de otros o a naciones guiadas por principios de autonomía y centralización del poder político y económico, muy distintos a los que imperaban antes. Era la época de la Revolución rusa, del surgimiento de la Unión Soviética y de la lucha entre dos grandes «racionalidades»; dos sistemas de organización de las relaciones humanas: el «socialista» y el «capitalista». 

Varias filosofías convergían en aquella conflagración que aún perdura, pero bajo signos diferentes. De un lado, el marxismo, el leninismo, el estalinismo, el maoísmo, y de otro lado la ascendente consolidación del pragmatismo de John Dewey, el individualismo político de John Locke, el utilitarismo de Jeremy Bentham y los principios de la economía liberal y de mercado de Adam Smith. Mientras esto ocurre, se extienden por el mundo múltiples reacciones ante los profundos cambios que se imponen bajo el pulso de la lucha entre estos sistemas. Es en medio de esta tensión caracterizada por gobiernos de fuerza autoritaria, militarismos, totalitarismos, dictaduras, revueltas civiles, que crece el industrialismo estadounidense que criticó José Enrique Rodó, al definirlo como la «fuerza de Calibán», o del «materialismo», calificando así de «salvaje», «primitivo» y «esclavizador» este modo de vida basada en la producción de masas. América Latina no fue una excepción. Las guerras y la convulsión social no solo reflejaban la lucha por dominar la economía o la política, sino que toda la vida cultural se veía subsumida en una misma tensión de poder. Tan solo recordar la ocupación ejecutada por los Estados Unidos de Norteamérica en la República Dominicana, de 1916 a 1924. Esta fue solo una entre muchas otras efectuadas por los Estados Unidos para extender su brazo imperial en diversos lugares del planeta. Este fue el tiempo en el que nuestro mundo comenzó a fragmentarse, a dividirse entre países industrializados y no industrializados, países ricos y países pobres, países imperialistas y países dependientes, países «desarrollados» y países en vía de desarrollo, como se les llamó mucho más tarde. América Latina se encontraba sumida en una pobreza casi generalizada, en el analfabetismo, en la ruralidad; en el monoproductivismo, sorteando el camino de la construcción nacional de sus Estados. Y, más aún, tarea más difícil, la de crear una «identidad cultural»; una suerte de unidad significativa que conjugara el sentido de lo que somos realmente, una identidad que ayudara a expresar el ser de lo que somos en el gran mar de definiciones que comenzaban a regir el mundo.

En cuanto a la utopía de Pedro Henríquez Ureña se han ofrecido interpretaciones diversas, ¿cómo describirías, de forma esquemática, su utopía?

PJO. El concepto utopía es central en la obra de Henríquez Ureña, especialmente si se desea abordar su perfil social y político. Uno de los aspectos menos estudiados dentro de la variedad temática de su obra escrita. Algunos ven en «La utopía de América» una magna patria a la que debemos aspirar. La escritora Soledad Álvarez escribió un libro inspirado en este motivo de investigación. Otros desprenden de allí su americanismo o su hispanoamericanismo: un sentido de la unidad regional basado en un sentimiento cultural y unas formas de expresión que coexisten entrelazadas. Otros apelan al ideal educativo y a la biblioteca americana como elementos relevantes, ese maravilloso deseo de Henríquez Ureña de que nuestra región cuente con una colección de libros cuyos valores estéticos sean capaces de expresar lo más alto de nuestra cultura. Otros la interpretan como una utopía que no comprende a algunos grupos étnicos de nuestro acervo cultural regional, como el de los afrodescendientes. Esta variedad polifónica de interpretaciones indudablemente muestra la vitalidad y actualidad de la obra del autor del que estamos hablando. Tomando estas referencias como punto de partida, yo me inclino a entenderla como una utopía de la reconciliación. Así lo describo en un escrito que acabo de terminar. Y me apoyo en el matiz más específico de la sensibilidad expositiva de esta pieza: la unidad. Henríquez Ureña hace un énfasis especial y constante en torno a este aspecto. Entonces nos preguntamos por qué no llamarla una utopía de la unidad, en lugar de la reconciliación… Pienso en la reconciliación, o en la conciliación como nuestro autor la llama, porque esta constituye el principio activo que conduce al tipo de unidad regional expuesta en «La utopía de América». Y, pues, porque dicha unidad se propone a una región dividida y diversa, y no a una que haya nacido nucleada en sí misma o que haya logrado consolidarse por un largo periodo de tiempo a partir de alguna suerte de unidad. Por ejemplo, los Estados de la actual Unión Europea y los de los Estados Unidos de Norteamérica una vez estuvieron divididos por diversas razones históricas, materiales y sociales, pero hoy han construido una suerte de unidad particular, diferente cada una. 

En efecto, este no es el tipo de unidad sobre el que nos habla Henríquez Ureña, pero esto significa que algunas sociedades han logrado poner de lado antiguas diferencias en favor de una estructura que no es solo jurídica, económica o política. La reconciliación, en este sentido, sugiere la necesidad de autoexaminarnos como sociedad, de perdonar, de reencontrar el camino de la armonía; una armonía que presupone no solo el camino hacia la originalidad de nuestras formas de expresión cultural, como sugiere Henríquez Ureña, sino también la armonía que hace posible el respeto y el reconocimiento universal de nuestra propia memoria histórica. ¿O es que acaso deseamos continuar el camino que lleva a construir un mundo dividido por el color de nuestra piel, por la etnia, por clases sociales o por ideologías religiosas? Permítame citar un breve fragmento del texto que ayuda a captar este aspecto esencial: «La universalidad no es el descastamiento: en el mundo de la utopía no deberán desaparecer las diferencias de carácter que nacen del clima, de la lengua, de las tradiciones; pero todas estas diferencias, en vez de significar división y discordancia, deberán combinarse como matices diversos de la unidad humana. Nunca la uniformidad, ideal de imperialismos estériles; sí la unidad, como armonía de las multánimes voces de los pueblos». 

La utopía de Henríquez Ureña sugiere de esta manera conciliar instancias opuestas entre sí: entre lo antiguo y lo nuevo, entre lo autóctono y lo foráneo, entre lo universal y lo específico, entre la unidad y la diversidad, o bien entre la realidad efectiva y la realidad por venir. De este último aspecto se desprende uno de los rasgos más originales de su ideal, pues Henríquez Ureña ve la utopía como algo realizable. Por esto dice, cito: «la utopía no es vano juego de imaginaciones pueriles». Dicho de otra manera, Henríquez Ureña mira el porvenir con optimismo, a pesar del desconcierto que reinaba a principios del siglo pasado debido a las difíciles condiciones de vida extendidas en la región. De la composición precisa del texto y de este fundamento se derivan entonces valores a los que aspira la utopía de Henríquez Ureña. Estos son: la libertad, la igualdad, la cooperación y la solidaridad entre los seres humanos. Apoyado en estos valores, propone objetivos como la emancipación económica, ya lo he señalado antes, que presupone una sociedad en la que todos los individuos tienen acceso a los bienes de la cultura. Este objetivo, en efecto, va en contra del utilitarismo económico y del individualismo político que convierten al mercado en el asignador y distribuidor por excelencia de la riqueza material y simbólica de las sociedades de nuestro tiempo. Nuestro autor propugna la emancipación de la uniformidad y de la vida instrumentalizada. Retoma la educación como fuente de libertad plena para el ser humano. 

Por esto, Henríquez Ureña dice: «demos el alfabeto a todos los hombres; demos a cada uno los instrumentos mejores para trabajar en bien de todos; esforcémonos por acercarnos a la justicia social y a la libertad verdadera; avancemos, en fin, hacia nuestra utopía». Asimismo, Henríquez Ureña es preciso en describir los instrumentos que llevan a lograr estos objetivos. Apenas los enumero aquí, son cuatro en específico, desde mi punto de vista: el nacionalismo espiritual, la educación pública y universal, el propiciamiento de la cultura social y la justicia social. Trato de resumir hasta aquí el esquema general. No obstante, creo firmemente que esta pieza, «La utopía de América», no debe ser recibida como un decálogo de reglas invariables. De ser así, se petrificarían con el tiempo los motivos esenciales a los que ella convoca. Prefiero entenderla como un cuerpo de principios que sirven para sentar las bases de una construcción mayor que nos toca a todos. Prefiero interpretarla como una declaración del derecho que tenemos a crear nuestro propio destino como región, que ha sabido construir, a pesar de su dolorosa historia, una fuente de libertad ejemplar de la que nuestro mundo puede beber: me refiero al derecho al porvenir.

¿En qué medida esto que llamamos utopía no corre el peligro de convertirse en ideología? O bien, ¿podríamos decir que tiene un componente ideológico fuerte o ineludible?

PJO. En 1929, siete años después de la conferencia de Henríquez Ureña en Argentina, el destacado sociólogo Karl Mannheim publicó un libro pionero en el análisis de este problema: Ideología y utopía: introducción a la teoría del conocimiento. El autor muestra en esta obra que las utopías, en su proceso de difusión, aceptación y adaptación, pueden pasar a convertirse en ideologías. Las ideologías, expone, son como ficciones mentales que ocultan la verdadera naturaleza de una sociedad. Esta condición fue anticipada por algunos pensadores anteriores a Mannheim, como Karl Marx y Friedrich Engels, quienes expusieron en el libro La ideología alemana que las ideologías constituyen la supraestructura de una sociedad, siendo las convenciones y la cultura dos de sus componentes dominantes. De manera que la tensión entre dominación y resistencia no es ajena ni a la creación utópica ni al poder que ciertas ideologías adquieren. Sin embargo, el problema de la relación entre utopía e ideología puede verse con mayor claridad a partir de la obra Principio de esperanza, publicada en 1954 en tres extensos volúmenes por el filósofo Ernst Bloch. Es indudablemente uno de los estudios más extensos sobre el género y propone la esperanza como principio activo de la función utópica. A partir de esta síntesis, se entiende entonces la utopía no solo como una manifestación estética o literaria, sino como parte intrínseca del repertorio imaginativo y vital del ser humano, que ineludiblemente extiende o proyecta su presente hacia un porvenir posible. La utopía puede nacer, así, como forma de expresión de la resistencia de unos grupos sociales ante el poder de las clases dominantes. 

La utopía de Henríquez Ureña responde a esta necesidad, la de revelar lo que algunas ideologías de su tiempo ocultaban. Y lo hace rearticulando algunos conceptos en contra de los que dominaron su tiempo. Así pues, en lugar de nacionalismo político, Henríquez Ureña nos habla de nacionalismo espiritual; en lugar de identidad cultural, nos habla de expresión y manifestación de la cultura; en lugar de utilidad material e individualismo, nos habla de libertad; en lugar de instrumentalización de la vida y control social, nos habla de un ideal de excelencia del carácter y exalta el esfuerzo humano, la capacidad de perfeccionamiento constante, de ponderación crítica; en lugar de hegemonía económica y militarismo, nos habla de una voluntad con la que el ser humano es capaz de sobreponerse a las crisis; en lugar de blanqueamiento racial y étnico, nos habla del ideal de una sociedad amplia, varia y extensa.

En fin, el nuevo lenguaje que invoca la utopía por él formulada interroga conceptos y expresiones que dominaron su tiempo y que aún perviven en América Latina. Y, algo que no podemos olvidar, el pueblo es héroe en esta representación del porvenir. El pueblo que es nuestra América. Leamos lo que dice Pedro Henríquez Ureña: «es el pueblo que inventa la discusión, que inventa la crítica. Mira al pasado, y crea la historia; mira al futuro, y crea las utopías». Al situar la utopía en el «pueblo», Henríquez Ureña la sustrae del lugar donde antes se encontraba situada como un «no lugar», es decir, en la imaginación o en algún territorio desconocido según los modelos canónicos del género en la tradición de ascendencia europea y angloamericana. La Utopía de Tomás Moro y la República de Platón, aunque le sirvieron de punto de partida para proponer su utopía, fueron dos grandes modelos que le dieron forma a aquel canon utópico.

Y además de este importante tema de la utopía, ¿cómo se explica la vigencia del pensamiento de Pedro Henríquez Ureña, de la producción de una cierta bibliografía pasiva sobre el autor?

PJO. La vigencia del pensamiento de Henríquez Ureña adquiere su fuerza de la amplia variedad temática de su obra y de la visión conceptual con que logró organizar lo que pudo captar del conocimiento compartido en su tiempo. Esta vigencia se sustenta en un aspecto insoslayable: su biografía de intelectual errante que lo llevó a establecerse en distintos países, desde su infancia y juventud temprana en la República Dominicana, hasta su vida adulta en los Estados Unidos, España, México y Argentina. En cada lugar dejó una impronta memorable; ayudó a construir cimientos para el desarrollo cultural y a crear instituciones; organizó y animó redes de producción intelectual conectando a artistas, escritores, editores y gestores de distintos lugares del mundo, sensibilizados con un propósito común como el que he tratado de exponer, el de la unidad. Esta explicación general que ofrezco no se debe solo a la extensión limitada de nuestra entrevista, sino también a la necesidad urgente de una biografía global sobre su vida. Hasta ahora, los escritos biográficos más reposados versan sobre su vida en cada uno de estos países. Son contribuciones invaluables, pero una inmensa cantidad de matices queda fuera del estudio biográfico parcial. Creo necesaria una biografía que conecte su vida con la sensibilidad de lo que fue para Pedro Henríquez Ureña su patria espiritual: América. Por otra parte, la obra de Henríquez Ureña representa un programa de estudio en el que debemos continuar profundizando. No es un programa de investigación social o humanística que deba ser tomado de forma doctrinaria o dogmática. Más bien ayuda a captar matices y líneas de trabajo que el esfuerzo y la inteligencia de los jóvenes investigadores de hoy permitiría ensanchar y proyectar, como lo pensó, hacia la construcción de una mejor sociedad; una sociedad varia, extensa y armónica. Una organización posible de este programa podría describirse a partir de tres dimensiones o esferas de trabajo: en primer lugar, se puede apreciar una dimensión temática en la que encontramos la historia, las memorias sociales, las herencias culturales y las corrientes de pensamiento. Henríquez Ureña esbozó un mapa conceptual que ayuda a continuar ampliando estos temas desde América Latina y el Caribe. Es también un punto de partida para continuar profundizando en sus evocaciones y estudios sobre la Grecia clásica, el período románico, el Renacimiento, la Ilustración, el Romanticismo, la modernidad. En segundo lugar, encontramos los aspectos estéticos, la crítica, la literatura y la lingüística. Aquí tenemos otro cuerpo de saber, un camino amplio sobre el que su obra nos deja en perspectiva una suerte de proyecto que conduce a perfeccionar el oficio de la crítica para aquilatar nuestra poesía, nuestro teatro, la música, la danza, el estilo literario. En tercer lugar, comprende sus publicaciones sobre filosofía, sobre problemas políticos y sociales y, en efecto, la utopía, que es para mí como un sol que irradia luz hacia muchos de los temas trabajados por Henríquez Ureña. Allí están presentes su universalismo, su americanismo, su hispanoamericanismo y su iberoamericanismo; o su crítica al industrialismo vacío de proyecto cultural y al individualismo. Todos estos puntos son de relevancia sustantiva en nuestro tiempo y, al parecer, lo seguirán siendo.

¿Cuál es la reflexión que se desprende de la vida y la obra de Pedro Henríquez Ureña para la vida académica dominicana, para la crítica y para la producción del conocimiento en el campo de las ciencias sociales y de las humanidades?PJO. La tarea parece simple al pronunciarla, pero apunta a un gran compromiso. Es el compromiso de estudiar. Estudiar con cuidado, sabiendo siempre que una obra es un producto humano, una dignidad siempre sujeta a la pasión, a la debilidad y al error. Por esto, la mirada del crítico a su tema de estudio debe ser humanizadora ante todo, y, aun siendo así, no es infalible: esta condición de reconocimiento del otro permite tomar distancia de las ideologías, del fetichismo, del culto a la persona y de los anacronismos que imponen las instancias de poder o que estas utilizan para seducir a las personas. En otras palabras, creo que debemos interpretar nuestros objetos de estudio con sentido humanizador, porque ayuda a ser objetivo. En cuanto un individuo es exaltado, merecidamente o no, resulta difícil devolver ese «ídolo» al territorio mundano y conflictivo de la construcción social, a las fragilidades de los valores morales, a las comparaciones de la reflexión ética. 

Las raíces familiares de Henríquez Ureña, relacionadas con la aristocracia, y el rol que ha jugado el Estado dominicano en la canonización de su obra y de sus contribuciones plantean esta exigencia al crítico. Sin embargo, de forma poco común, el aura magnificente de toda esa simbología con la que el Estado proyecta la imagen de este hombre, más allá de la fama, el poder y los sujetos sociales y políticos que la erigen, coincide en Henríquez Ureña con el carácter de una persona que toma distancia de toda vanidad y superficialidad. Un maestro, emigrante, sin puestos de excepción en la academia, sin inclinación ideológica profesa, sin riquezas materiales acumuladas. Al parecer, estuvo siempre ocupado en lo que entendió como misión de vida: perfeccionar el oficio de la crítica para descubrir los metales preciosos de nuestras formas de expresión, la trasmutación de nuestra riqueza cultural en rasgos de una patria universal, para ayudar a conciliar nuestro presente con nuestra memoria histórica. En esto descubro el desafío y la exigencia, que consisten en armonizar en nuestro ser estos dos elementos distintos: la vida y la obra.


2 comments

IsmaelRat febrero 10, 2024 - 7:45 pm

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EarnestMic febrero 11, 2024 - 2:13 pm Reply

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