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Bosch y Martin, desbordados por los acontecimientos

by José Rafael Lantigua
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Luciano de Samósata puso a dialogar a los dioses griegos en un espacio lúdico y paródico donde Ares lanzaba cuerdas desde el cielo y Hermes le reprochaba sus ligerezas; donde Zeus, rey de todos los dioses, mostraba su capacidad de transformación, Hefesto hablaba de cosas banales, y Poseidón se lamentaba de tener que esperar por una audiencia con Zeus. Y, entre ellas, diosas imperturbables, Afrodita y Selene platicaban sobre temas familiares como cualquier humilde mortal. 

Habitantes del Olimpo, la docena de dioses griegos se repartían los saberes y hechuras del mundo desde aquel hogar de divinidades donde el despeñadero humano parecía haber sido concebido para su deleite: el matrimonio y la familia, los mares y terremotos, la guerra y la violencia, el comercio y la retórica; el fuego, el amor, la belleza, el deseo; la música, la poesía; la virginidad y la fertilidad; el hogar y la familia. Y arriba, muy alto, el poder absoluto de Zeus gobernando aquella tropa de dioses magnánimos y ostentosos con la fuerza del rayo, la fortaleza del águila y el cetro del cielo. Y cabría decir: el padrillo que sembraba hijas en los vientres femeniles convirtiéndolas en deidades que, lideradas por Apolo, se residenciaban en el Parnaso para proteger la música, el teatro, la tragedia, la danza, la poesía, la lírica sagrada, la astronomía, la épica y la historia. Musas de múltiples oficios, que no solo las mencionadas identificaban la totalidad de sus atributos.

Y, entre todas, Clío, la musa de la historia, dueña del tiempo y de la edad. Con la trompeta que porta en su mano derecha, parece anunciar el suceso histórico y sus pormenores. Con su corona de laureles, indica el camino de la gloria reservado a los escogidos de la historia. Y con el libro de Tucídides en su mano izquierda, recuerda el valor científico de la historia, paradójicamente alejada de mitos y deidades. Al fin y al cabo, ella es la inspiradora y cuidadora de la historia. Tucídides, el padre de la historiografía científica. Leonel Fernández acierta y sorprende al escoger a Clío para conducir desde el Olimpo una conversación entre dos sujetos relevantes de la historia dominicana posdictadura: Juan Bosch, que entra en la vida histórica del país dominicano desde un liderazgo construido sobre los débiles cimientos de una democracia en cierne, y John Bartlow Martin, en el rol de policía diplomático del Gobierno norteamericano, entonces —más de cinco décadas atrás— turbado, intimidado y casi delirante con el temor del comunismo y el afán de dirigir el concierto de las democracias emergentes de América Latina.

Martin, embajador enviado por el presidente Kennedy a Santo Domingo luego del desmantelamiento de la era de Trujillo, presenta sus credenciales en 1962 ante el Consejo de Estado presidido por Rafael F. Bonnelly. Luego de completar su misión, sería llamado de nuevo, esta vez por Lyndon B. Johnson, para servir de intermediario en la revolución abrileña. En el ínterin, solía venir a Sosúa con su familia de vacaciones. Y, mucho antes, en 1938, cuando Trujillo tenía apenas ocho años en el poder, Martin publicó un artículo en la revista Ken («Conquistador en caqui») que, leído hoy, es un formidable retrato de la dictadura y sus desmanes, una radiografía fidelísima del tirano y de la pobre nación dominicana de la época, y, sobre todo, una denuncia en alto relieve de aspectos que, solo muchos años después, serían examinados por otros autores. Martin era, sin duda, un conocedor de la realidad dominicana durante la dictadura y este conocimiento se afianzaría con su regreso al país como jefe de misión y como delegado diplomático en dos ocasiones. Por cierto, anotemos que la revista Ken, en la que Ernest Hemingway figuraba como una de sus firmas principales, se publicaría por breve tiempo, apenas durante poco más de un año —entre 1938 y 1939— sobre todo porque el entonces poderoso Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes acusó a la publicación de «comunista».

En 1966, el embajador Martin publicaría su célebre y voluminoso libro Overtaken by Events, que en República Dominicana no se conocería hasta nueve años después, publicado aquí bajo el título El destino dominicano. Cuando Juan Bosch sale del país, luego de la instalación de Joaquín Balaguer como gobernante, lleva debajo de su brazo izquierdo un ejemplar del libro de Martin. En el aeropuerto de Cabo Caucedo le despiden dos ministros, enviados junto con una escolta militar por el presidente Balaguer: el entonces muy joven secretario de Agricultura, Fernando Álvarez Bogaert, y el de Educación, Víctor Hidalgo Justo. Ha de recordarse que el país vivía entonces la resaca de la revolución abrileña y, políticamente, la derrota de Bosch en las elecciones de ese mismo año. En su autoexilio, Bosch leyó el libro de Martin. Tal vez había iniciado su lectura en Santo Domingo, antes de su partida.

El ejemplar había sido de Sacha Volman, a quien Martin se lo había enviado con una amable dedicatoria («En recuerdo de años de tumulto, esfuerzos y afectos»), y de las manos del rumano de Besarabia, que tantos roles variados jugó en la vida política dominicana posdictadura, pasó a manos de Bosch. Ese ejemplar, años más tarde, se quedó en poder de Leonel Fernández, a quien Bosch se lo facilita para que escriba un artículo para el periódico Vanguardia del Pueblo. Una vez concluida la misión por Fernández, Bosch le obsequia el histórico libro, y decimos histórico porque, aparte de los pormenores que relata, desde la visión muy personal y, en muchos tramos, subjetiva, de Martin, el ejemplar citado contiene 411 observaciones escritas por Bosch en los márgenes y, conforme detalla Fernández, «entre esas observaciones había 212 comentarios, 69 expresiones (“mentiras”, “falsedades”, “no es verdad”, “no señor” y equivalentes), 59 veces la advertencia “ojo”, 39 subrayados sin comentarios, 26 veces el empleo de calificativos como “bárbaro” o “exagerado” y 6 llaves sin comentarios»

Este es el «valor añadido» que tiene el ejemplar de Overtaken By Events que lo convierte, sin duda alguna, en un documento histórico. Y ese documento histórico, en poder de Fernández, debía ser conocido, y no es difícil suponer que el autor del nuevo libro sobre el largo texto de Martin y las observaciones de Bosch —protagonista de la obra del norteamericano— tuvo que plantearse la disyuntiva de cómo compartir con la sociedad lectora, de dentro y de fuera del país, el entramado de observaciones de Bosch colocado sobre el armazón del libro de Martin. Pudo encontrarlo en Clío, la musa de la historia. Y Clío lo condujo hacia el Olimpo para abrir un diálogo entre los dos personajes, reviviendo los acontecimientos que describe Martin y enjuicia Bosch, en ocasiones recriminando al escritor y diplomático por lo que consideraba sus «mentiras», y en algunos casos concediéndole méritos, en función de la amistad que los unió a ambos durante un tiempo. Leonel Fernández, en el que es para nosotros su mejor libro, consigue construir un diálogo entre los relatos de Martin y los comentarios de Bosch anotados en el ejemplar citado, siendo «lo más fiel posible a sus ideas, utilizando sus propias palabras o citándolos de forma indirecta mediante paráfrasis». Pero, para que el diálogo fuera más sustancial y completo, Fernández acude a otras fuentes: de parte de Martin su libro It Seems like Only Yesterday (Parece que fue ayer) y documentos desclasificados que contienen escritos de Martin dirigidos a la Casa Blanca, al Departamento de Estado y al Consejo Nacional  de Seguridad, y de parte de Bosch, libros de su autoría como Trujillo, causas de una tiranía sin ejemplo, Composición social dominicana y Crisis de la democracia de América en la República Dominicana, entre otros, a más de artículos publicados en diarios nacionales y libros de otros autores. Al final, el resultado es exquisito.

Un diálogo póstumo que Clío conduce en presencia de varias de las divinidades del mito griego, que encandila al lector y lo lleva de manos de la musa de la historia por el itinerario de enredados conflictos donde Martin relata su visión de la tragedia dominicana de la dictadura y sus secuelas, el golpe septembrino y el drama intramuros de abril de 1965. Y Bosch, aclara, rebate y explica pormenores que solamente pueden ser comprendidos a la luz de la época y de la dura situación que le tocó encabezar en aquel tiempo aciago, terriblemente infausto para la democracia que buscó instalar en su patria, enfrentando la fiereza de los vientos en contra y la desbordada marea que ahogó los intentos de reconstruir la sociedad dominicana después de treinta años de dictadura.

Plutarco era muchas cosas, pero sobre todo era político y un biógrafo de la historia. Agregaría que era un pedagogo, pues sus obras muestran un perfil didáctico y moral. Como Luciano de Samósata, que mencionamos antes, hizo brillar su pensamiento en el siglo II después de Cristo. Con su saber enciclopédico y su talante moralizador escribió Vidas paralelas. Buscaba insuflar en el espíritu de sus compatriotas el valor ético de sus grandes hombres, las enseñanzas que de sus vidas se desprenden y los méritos acumulados en su trayectoria personal e histórica. Alejandro y César, Pericles y Fabio Máximo, son sus ejemplos, y de ellos no nos va a comunicar apologías, sino a exponer sus andaduras fértiles, la fuerza de sus visiones, la marcha de sus claves humanas, mediante la comparación entre personajes. Las que describe son vidas en pareja, unidas por acontecimientos específicos, pero que conservan su autonomía narrativa. Leonel Fernández, como Plutarco, enfrenta —en el mejor de los decires— a dos hombres vinculados a una etapa espinosa, enrevesada, de nuestra historia posdictadura, reedificando con la exposición de sus vidas paralelas el drama, con sus tintes trágicos, sufrido por la nación dominicana durante el período inmediatamente posterior a la caída de Trujillo, el proceso eleccionario de 1962, el golpe septembrino y su corolario: la Revolución de Abril. El resultado de este careo histórico es un conocimiento mayor de dos trayectorias contrapuestas, de una realidad controversial desde ángulos distintos, y la enseñanza que emana del rol jugado por dos protagonistas de la historia dominicana del tiempo que se describe.

Cuando Juan Bosch sale hacia el exilio en 1937, John Bartlow Martin viene a Ciudad Trujillo, recién casado, y aquí se establece por varios meses. Comienzan a encadenarse, en el azar siempre insólito de la historia, estas dos vidas que, un cuarto de siglo más adelante, se encontrarían de frente en el discernimiento y empuje de los hechos que los arrollaron a ambos. Biografía personal, cultural, literaria y política de los dos juanes. El muestrario de dos vidas que nos permiten revisar, desde las relecturas de sus obras, aspectos que conocíamos y ya teníamos olvidados, u otros que nos resultan auténticas revelaciones. Como Bosch, Martin no deseaba ser político, sino escritor. Como Bosch, Martin estuvo ligado a grandes personalidades políticas, antes de labrar su destino propio. Pero hay matices profundos que los diferencian. Martin es un analista del tema dominicano proclive al desaliño del opinador inconsulto, aunque acierta a veces en sus enfoques históricos. Bosch es un estudioso a fondo de la realidad de su país, como lo fue de las geografías que le dieron albergue durante su ausencia. Es la confrontación de ideas y actitudes que se va a extender más allá de lo previsible, en ocasiones bordeando criterios iguales, en otras, en contienda abierta.

Clío está conduciendo el diálogo. El Olimpo es asiento de dioses y musas. Divinidad y Parnaso. Allí han sido convocados estos dos hombres para que aclaren sus pareceres, enfaticen sus dilemas, canalicen sus avatares, respondan a las preguntas que la musa de la historia les señala con la noble persistencia de quien busca colocar sobre la mesa de estos dos comensales aguerridos los manjares de la verdad y la justicia. El lector espectador del diálogo está atento. No puede sustraerse a una conversación que va tomando su cauce desde que se inicia con la fuerza de la memoria y la contraposición de ideas y visiones. Cada uno es cada uno y «sus cadaunadas», decía Ortega y Gasset. Ambos exploran en sus recuerdos, vivos aún, enfocados en lo sucedido desde sus diferentes perspectivas. El guion está escrito de antemano. Basta solo inquirir en los espacios que las escrituras de ambos dejaron como huellas. Martin es obstinado, pertinaz, en sus juicios. Cuando enuncia y describe (y traza físicos y temperamentos de sus enjuiciados). Y cuando evalúa una actitud, un suceso. Bosch está a la defensiva. Martin suele agredir, desdeñar, confundir. El suyo es el juicio de un procónsul. Y el oficio lo consume hasta sus límites. Bosch tiene que responder la agresión. Y para cumplir con esta necesaria actitud, debe poner claras las situaciones señaladas y, en no pocas ocasiones, poner a temblar el Olimpo. Martin es impreciso, errático en sus reportes. Pero su narrativa es interesante.

En su momento, fue clave. Anduvo rápido para contarla. Después, vinieron otras versiones, la de Bosch en primer lugar. La hora en el Olimpo, frente a Clío, confronta las historias rendidas en tiempos pretéritos. Hay frases de Bosch que emocionan y, a su vez, otorgan un matiz diferente a lo consabido: «La delegación del Partido Revolucionario Dominicano rompió el hechizo del miedo que separaba a los dominicanos, a cada uno de todos los demás, y también a todos los dominicanos del resto del mundo, y le comunicó movimiento histórico al acto del 30 de mayo». El lector ha de subrayarlo, en rojo. Martin, en ocasiones resaltables, formula descripciones que también hay que subrayar: «Conocí al jefe del 14 de Junio, Manolo Tavárez Justo, en una casita apartada de uno de sus parientes […] tenía 36 años, alto, buen tipo, guapo, tez color oliva, ojos oscuros de un luminoso trágico, una voz suave y triste, modales apagados y manos delicadas. Tenía un cierto aire mesiánico […]». Y Viriato, Balaguer, Bonnelly, López Molina, Miolán, Silfa, Ramfis, Amiama, Imbert, Volman, Reid, Fernández Domínguez, en el tablero de la memoria histórica de las dos personalidades enfrentadas en el diálogo olímpico. Y personajes ocultos, cuyos nombres parecen omitirse, aunque el lector los identifique y anote al margen. Los márgenes de un texto que sigue reanotándose.

En sus inicios, el diálogo se conduce con sobriedad. Al avanzar, Bosch se ve obligado a replicar. Martin recuerda a Bosch: «[…] hombre alto, erguido, de canas rizadas, pómulos altos, frente ancha y alta, impresionantes ojos azul brillante y con una mirada sospechosamente zigzagueante […] sus rasgos parecían tallados. 

Tenía un porte de gran dignidad […] tenía el aire de alguien nacido para gobernar». El juicio cambiaría con el paso del tiempo —del diálogo, quiero decir— y, por ende, se trastocó la amistad surgida, de un Martin que admiraba a Bosch, de un Bosch que creía en su amigo Martin. Bosch es de juicios fuertes cuando comienza a combatir las mentiras que le enrostra al embajador USA: «[…] era un hombre de cara amarga y alma fina». Luego, dirá cosas duras, a medida que Martin cambió de parecer. El diplomático que llama «bueno y lerdo» a Viriato y define a los cívicos como «clase anacrónica», llamará más tarde a Bosch: «misterioso, furtivo, suspicaz, inclinado a terrores infundados». El pleito —sin suerte— está echado. Martin tiene un mal concepto de los dominicanos, incluyendo a los de clase alta, y hasta de su literatura. Bosch explica la composición social del país desde el rango de su erudición y la fortaleza de sus principios. Ha creado un sistema de análisis, un nuevo lenguaje político y un formato de expresión que llega a las masas. Posee, además, humor intelectual, razonado y político. El lector tiene la impresión de que Martin camina con un dilema dual frente a Bosch. Lo cree grande, aunque no lo diga así, pero lo combate, cree en las mentiras que de él se propalan, lo cita mal, lo cree inducido al castrocomunismo —cuco de la época—, no le confiere méritos a su manera de gobernar, sin reparar que es la primera experiencia democrática de un país pelonero y atrasado, de que el de Bosch es un Gobierno que apenas se conforma, y de que la oposición derrotada actúa con insensatez. Alguna vez, pensará el lector, Martin creyó que Bosch podía ser un títere, un líder manejable. No lo fue. Su dignidad nunca pudo ser derrotada, aunque lo sacaran de Palacio el 25 de septiembre. Visto a la distancia de este diálogo en el Olimpo, Bosch toleró tal vez en exceso las impertinencias injerencistas de Martin, afanado en dictarle normas al presidente de la República. O Martin intentaba engañar o calmar a Bosch, o Bosch era más inteligente que Martin. Y creo que lo era. (Anotación al margen del lector).

Componendas y recelos aupados. Medianías de arietes dudosos enquistados en el Gobierno de Bosch. Conspiración en auge desde antes de la toma de posesión. Conjurados que no estuvieron en el vehículo que los condujo a todos a Palacio a repartirse el botín, pero que fueron parte olvidada de la conjura desde periódicos y entidades privadas. La sangre derramada por la codicia y la presencia de sospechas y pavores infundados. Y un falso Martin que, sin Bosch saberlo, puso sobre el candelero todas las alternativas para ejecutar el golpe impulsado por la trilogía Hungría-Luna-Rib. En fin, un diálogo que Leonel Fernández registra con la solidez del documento irrefutable, sin agregarle nada, fiel a la escritura amplia de los dos hombres convocados por Clío. El decoro de Bosch se engrandece con este diálogo póstumo. Quizás no estén todas las anotaciones que escribió en los márgenes de Overtaken by Events, pero sí como la «doblez y la tendencia irrefrenable hacia la mentira» de Martin, así como su irrespeto a las reglas del juego de la diplomacia, hicieron perder los viejos afectos de Bosch hacia él. La obra de Fernández cierra con un gran final que corona un diálogo sin pausas ni declives. Un libro de perfil didáctico, de pedagogía política, que nadie debería perderse.

Nota.

 Este artículo fue publicado originalmente en dos entregas en la columna «Raciones de Letras» del Diario Libre. La primera se realizó el 30 marzo y la segunda el 6 de abril del año en curso.

Bibliografía 

Bartlow Martin, John: El destino dominicano. Editora de Santo Domingo, Santo Domingo, 1975. Bosch, Juan: Composición social dominicana. Historia e interpretación. Editora Tele-3, Santo Domingo, 1970. Diederich, Bernard: Una cámara testigo de la historia. El recorrido dominicano de un cronista extranjero 1951-1966. Funglode / Fundación Cultural Dominicana, Santo Domingo, 2003. Fernández, Leonel: Ideas en conflicto. Diálogo póstumo entre Juan Bosch y John Bartlow Martin. Editorial Funglode, Santo Domingo, 2019. — Años de formación. Escritos políticos de vanguardia. Editorial Funglode, Santo Domingo, 2012. — Años de avance. Escritos políticos de teoría y acción. Editorial Funglode, Santo Domingo, 2018. — El delito de opinión pública. Censura, ideología y libertad de expresión. Editorial Funglode, Santo Domingo, 2011. Jiménez, Félix: ¿Cómo fue el gobierno de Juan Bosch? Alfa & Omega, Santo Domingo, 1988. Plutarco: Vidas paralelas. Círculo de Lectores, Madrid, 1997. Samósata, Luciano de: Diálogos de los dioses. Relatos fantásticos. Prólogos: Luis Gil y Carlos García Dual. Círculo de Lectores, Madrid, 1996


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