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Dos visiones tempranas sobre el devenir de Pedro Henríquez Ureña

by Miguel D. Mena
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A la desaparición de la figura de Pedro Henríquez Ureña en el escenario cultural dominicano en los años 50 le acompañaba una lenta emergencia de su figura en los ámbitos epistolares y académicos. En estos apuntes el autor valora propuestas de lecturas del legado de Pedro Henríquez Ureña en dos cartas donde el eje central es el historiador dominicano Emilio Rodríguez Demorizi, depositario de los papeles más personales del humanista. En la primera parte, se valora una comunicación de Rodríguez Demorizi al primer pedrista nacional, Juan Jacobo de Lara, por entonces prometedor académico en la Universidad de Columbia, enviada en 1958. En la segunda, tenemos una carta de Max Henríquez Ureña al historiador puertoplateño, en 1955, advirtiéndole sobre las consecuencias de una falta de «depuración» del epistolario de su hermano.

De Emilio Rodríguez Demorizi a Juan Jacobo de Lara

La publicación en 1950 de una antología de ensayos de Pedro Henríquez Ureña preparada por su hermano Max para la colección «Pensamiento dominicano» se convirtió en el último aporte de esa tradicional familia de intelectuales a la cultura de su país durante lo que quedaba de la Era de Trujillo (1930-1961).

Con Camila desde su infancia moviéndose entre Cuba y Estados Unidos, con Max ya asentado en La Habana a partir de 1953, los Henríquez Ureña se convirtieron en figuras casi fantasmales en el escenario nacional. Sólo Joaquín Balaguer se referirá a Pedro en su Historia de la literatura dominicana.1 Es sintomático el silencio generalizado en torno a las publicaciones de homenaje aparecidas en México y Buenos Aires. Incluso un premio literario creado en España en 1954,2 ganado por Guillermo Díaz Plaja con su ensayo El reverso de la belleza, no tuvo en la entonces Ciudad Trujillo resonancia alguna.

Consciente del valor de sus papeles, ya desde finales de los años 40 Pedro Henríquez Ureña había depositado su confianza en el joven historiador Emilio Rodríguez Demorizi (1906-1986), por lo demás, uno de los más cercanos colaboradores de su tío Federico Henríquez y Carvajal en la Academia Dominicana de la Historia.

Don Emilio no solamente conservaba de la mejor manera aquella invaluable documentación. A requerimiento de investigadores privados comenzó un proceso de copiado del epistolario que le legara su maestro. De esta manera el reconocido historiador puertoplateño se convirtió en el referente principal en cuanto a los investigadores del humanista dominicano que fueron surgiendo. A uno de ellos le brindó especial atención: al académico dominicano afincado en la Universidad de Columbia Juan Jacobo de Lara (1909-1989).

Una comunicación de Rodríguez Demorizi a De Lara fechada el 10 de julio de 1958, que reproducimos en el apéndice de estas notas, marca las líneas de sus investigaciones. En ella, don Emilio propone las líneas fundamentales de las estrategias escriturales y propuestas éticas de Henríquez Ureña: simpleza en la expresión, apego a lo dominicano, honestidad en cuanto a las deudas intelectuales y lo que el mismo maestro denominará «afán de perfección».

Juan Jacobo de Lara comenzará entonces un largo trayecto que lo llevará a Buenos Aires y algunas de las ciudades donde Pedro Henríquez Ureña fue marcado y, a su vez, dejó huellas. En las memorias de sus conversaciones con Borges, Adolfo Bioy Casares da cuenta del paso de De Lara por la capital argentina: se refiere a «un dominicano que habla con acento inglés [que] recorre América en busca de personas que conocieron a Ureña».3

Aquel proyecto biográfico que comenzaba a finales de los años 50, publicado finalmente en 1982, se complementaba con uno mayor, ya realizado: el de la edición de la primera compilación de las obras completas del maestro dominicano, entre 1976 y 1980.

Ciudad Trujillo, D. N. 10 de julio de 1958

Amigo Lara:

Aunque no sé bien cuáles son los aspectos de la vida y obra de P.H.U. que Ud. se propone estudiar, le apunto algunas ideas, movido por el simpático empeño de su hermana en ayudarle.

Van algunas cosas que espero le sean de utilidad.

Las cartas no están bien cotejadas, así es que me avisa cualquier duda que tenga que ver con el original.

Tenga esas copias el tiempo que desee y luego me las retorna.

Con el mayor agrado le serviré. Que su trabajo, pues, venga pronto a honrar a un gran dominicano y a honrar a su país y a Ud. mismo.

Su amigo,

Emilio Rodríguez Demorizi

1) Confusión en la Bibliografía de P.H.U. Su práctica de reelaboración de sus estudios.

Ejemplos:

El artículo Vida intelectual de S.D., en Horas de Estudio, se convierte, reelaborado, en el ensayo La literatura dominicana. El mismo tema se desdobla y nace La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo.

2) La preferencia por los ejemplos dominicanos en sus estudios de crítica, etc. Siempre menciona a dominicanos.

3) Su probidad intelectual. El dato ajeno, menos importante, tenía siempre la procedencia. Asimismo, las ideas.

4) La bondad, la ponderación, la sencillez solemne de sus escritos.

El placer de enseñar. El gozo de la conversación constructiva. Su comprensión. Su abandono de las formas superfluas. Economía de estilo. Sea objetivo, decía a Enrique Anderson Imbert, uno de sus mejores discípulos, ante su noticia de que deseaba escribir acerca de él. En esa expresión, sea objetivo, está su norma literaria. Nada de ripios ni de adornos inútiles.

6) Humano, correcto, puro, sobrio, generoso, su vida corresponde a su estilo.

7) Examen de sus altos ideales humanos, expuestos en sus escritos. La utopía de América, por ejemplo.

8) Sus gustos literarios: la poesía.

9) Sus gustos artísticos. Escritos acerca de música (véase Música popular de América, etc.). Escritos acerca de las artes plásticas. Ver, en escritos ajenos a estos temas, sus constantes alusiones a la música.

10) El ambiente familiar: Salomé, la poesía y la educación; don Pancho [Francisco], el saber científico; influencia de la formación francesa de su padre, estudiante de medicina en París en tiempos del dictador Ulises Heureaux.

11) El círculo de amigos en México. El ambiente propicio: [Alfonso] Reyes, [Antonio] Caso, etc.

12) Ideales de cultura para su Patria.

13) Su altruismo. Contraste con su ausencia de lo político.

14) Optimismo y fe en su obra.

15) Su profunda espiritualidad.

De Max Henríquez Ureña a Emilio Rodríguez Demorizi

La complejidad de las familias Henríquez y Carvajal, Henríquez Ureña y Henríquez Lauranzón ha llegado tan lejos como para ser motivo de ficción. Sólo hay que recordar la novela In the name of Salomé, de Julia Álvarez,4 para plantearse un cuadro con tantos actores y actrices, geografías, actos y acciones cuyas madejas envuelven buena parte de la historia cultural iberoamericana de la primera mitad del siglo XX.

A Max (1886-1968) le tocó capitanear el grupo de los Henríquez Ureña: por su longevidad, por mantener ese extraño equilibrio entre tiempos tan sombríos como los de la república cubana prerrevolucionaria y la mismísima Era de Trujillo, donde se manejó como un perfecto equilibrista.

A diferencia de Camila, que no fundó familia, y de Pedro, que tuvo la suya ya en una edad adulta, a Max le tocó ser parte de una dinámica familiar y de un entorno que ameritaba cierta firmeza en términos de vínculos sociales.

De los tres, podríamos considerarlo el más tradicional, por no decir conservador. Debido al origen cubano de su esposa Guarina, a sus años de residencia en esa gran Antilla, a su gran activismo cultural, Max fue también quien tuvo que cultivar un mayor pragmatismo en sus relaciones sociales. También fue más cercano a su padre, Francisco Henríquez y Carvajal, que su hermano Pedro.

Las apuntaciones en torno a lo «privado» que le hace Max a Rodríguez Demorizi encajarían en este cuadro de moral cuasi victoriana. Al parecer Pedro sólo se debería corresponder a un ideal de lo público, sin dejar traslucir miserias, precariedades, contradicciones, opiniones contrarias. Max sabe que el epistolario de su hermano conservado por el historiador dominicano también revela claves íntimas de la historia intelectual latinoamericana. Por eso las salvedades que le hace, el no querer herir, a sabiendas de que ciertamente hubo fracturas. Por suerte que don Emilio Rodríguez Demorizi no realizó trabajo de purga alguna.

Pero también hay que seguir trabajando en la transcripción de ese archivo. Ciertamente hay importantes comienzos, como el realizado por Bernardo Vega,5 pero el mismo se concluyó abruptamente en el último y crucial período de su vida: del 1937 a 1946.

Al transcribir esta comunicación de Max Henríquez Ureña a Emilio Rodríguez Demorizi, pensamos al mismo tiempo sobre la significación de una ética de la escritura biográfica: en qué medida podemos concebir los momentos críticos como espacios de verdades/realidades. Estamos sin lugar a dudas ante una gran tarea. Y gracias a Max Henríquez Ureña y también a Emilio Rodríguez Demorizi por ser actores primarios en estas instancias críticas donde el autor de «La utopía de América» sigue siendo motivo de grandes apuestas por la verdad en el ser y en el estar.

Diciembre 23, 1955

Mi querido amigo:

Oportunamente recibí su grata de noviembre, cuya respuesta me han hecho retardar mis atareos de fin de año en la Universidad de Villanueva, y un cursillo sobre literatura inglesa del momento actual que me pidieron en el Lyceum.

Me regocija saber que en breve me han de llegar los libros que le pedí y algunos otros nuevos. Recibí, en efecto, el folleto El contrato, con los artículos de mi padre, y en la Embajada me dieron dos o tres ejemplares más.

En cuanto al Archivo literario de Hispanoamérica, la presentación que Ud. hace me parece adecuada, pero no basta, a estas alturas, prescindir de lo que sea enojoso, sino, sencillamente, todo lo que sea de carácter íntimo, sea en lo familiar, sea en lo amistoso. Lo que tenga ese carácter y además lo que sea ajeno a la literatura y a la vida intelectual no debe publicarse. En las mismas cartas que Pedro me rescribió y yo le mandé, debe haber muchas cosas que no recuerdo, pero que son estrictamente familiares y por lo menos esos párrafos deben suprimirse en la publicación, así como comentarios y juicios ocasionales sobre tal o cual amigo, que pueden ser mera cuestión del momento. En esa materia no hay más que 2 caminos a escoger: o publicar la parte literaria e interesante para la vida intelectual, y suprimir lo que no tenga ese carácter; o prescindir de publicar toda carta, en que lo íntimo y personal esté mezclado con lo otro.

Por lo que respecta a la lista de corresponsales de ese archivo, que ya había sido publicada en la Dominicanidad de PHU, le indico ahora, como Ud. me pide, los que (entre los extranjeros) han muerto ya: Bernardo Reyes, E. González Martínez, Antonio Caso, Xavier de Villaurrutia, Luis G. Urbina, Jesús Valenzuela, Genaro García, Enrique Fernández Ledesma, Efrén Rebolledo, Nicolás Rangel, Carlos Pereyra, Carlos González Peña. (Todos estos, de México).De otros países:

Cuba: Enrique J. Varona, Carlos de Velasco, José Antonio Ramos, Rafael Montoro, Ml. Márquez Sterling, J. A. González Lanuza, Enrique Piñeyro, Luis Felipe Rodríguez, Juan Antiga.De Estados Unidos: L. S. Rowe, John D. Fitz-gerald, J. D. M. Ford, Archer Huntington.De Argentina:

José Ingenieros, Ernesto Morales.Del Uruguay: José E, Rodó, Pedro Figari, Julio Lerena Juanicó, Víctor Pérez Petit.De Centro-América; Justo A. Facio.Del Perú: Francisco García Calderón, Edwin Elmore.De Venezuela; J. Gil Fortoul.De Puerto Rico: M. Fernández Juncos.De España: Amado Alonso, Rafael Altamira, Andrés González Blanco.De Inglaterra; J. Fitz-Maurice Kelly.De Francia: E. Martinenche, R. Foulche Delbosc.De Italia: Arturo Farinelli.

Todavía puede haber alguno más, de lo que no estoy seguro, y le apunto en esa probabilidad, estos nombres a comprobar: Luis González Obregón (México), Enrique Vasconcelos (era hermano de José, y no puedo precisar si fue el que se suicidó), Alfonso Pruneda (también de México); y de los Estados Unidos, Carroll Harden, W.R. Shepherd, H.R. Lang, Walter Pach, E. W. Olmsted.

No tengo, de momento, ningún ensayo disponible para mandárselo, aunque siempre estoy escribiendo. En la revista Noverim, de mi Universidad, acaba de salir uno sobre Dos historias francesas de las literaturas hispanoamericanas, en las cuales, por cierto, hago notar que casi no aparece nuestro país. Prepararé algún otro trabajo análogo para la Revista Dominicana de Cultura. ¿Cada cuánto tiempo saldrá la revista? ¡Lo felicito por esa iniciativa, que hacía falta!

He sabido que la Academia Española ha despachado circulares a todas las Academias Correspondientes, invitándolas a concurrir al segundo congreso de Academias de la Lengua, que será en la segunda quincena del año que dentro de pocos días se inicia. Yo concurrí en representación de nuestra Academia de la Lengua al primer congreso de igual índole que se celebró en México, en 1951. En aquella ocasión, el gobierno de México decidió sufragar los gastos de viaje y permanencia de todos los académicos que quisieran asistir, y nuestro gobierno acordó, por su parte, entregar a cada uno de los que íbamos al Congreso, una suma prudencial para gastos personales, $500. En la presente ocasión, la Academia Española ha obtenido que el gobierno español sufrague dichos gastos, pero limitándolos a una comisión de tres miembros que envíe cada Academia, y los demás pueden ir por su cuenta.

Como yo asistí al primer congreso, parece natural que la Academia nuestra me incluya en esa comisión. De los que fuimos en 1951 ha fallecido Enrique Hernández, y tengo entendido que Víctor Garrido no podría asistir ahora.

Pensé escribir una comunicación al presidente de la Academia, que tengo entendido que sigue siéndolo Juan Tomás Mejía, exponiéndole la cuestión, y expresándole que yo estaría dispuesto a ir; pero como Ud. es miembro de la institución, dejo pendiente esa comunicación para más tarde, y espero que Ud. me informe si hay algo resuelto sobre el particular, y si Ud. mismo estaría en actitud de ir.

Guarina se une a mí para desear a Ud., a Silverita y a la niña nuestros mejores votos de navidad y año nuevo.
Lo abraza su afmo.
Max Henríquez Ureña

Notas

1  Ciudad Trujillo: Librería Dominicana, 1956, pp. 269-272.
2 Organizado por la Agrupación Cultural Iberoamericana de Madrid. En la conformación de este certamen tuvo un gran papel la figura del ensayista y poeta dominicano Antonio Fernández Spencer, por entonces residente en Madrid.
3 Adolfo Bioy Casares: Borges. Edición al cuidado de Daniel Martino. Buenos Aires: Editorial Destino, 1996, p. 530.
4 Chapel Hill, NC: Algonquin Books, 2000.
5 Treinta intelectuales dominicanos escriben a Pedro Henríquez Ureña. Academia Dominicana de la Historia, vol. 126; Archivo General de la Nación, volumen 235, 2015.


2 comments

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