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El futuro de la educación superior dominicana

by Dinorah García Romero
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El futuro de la educación superior dominicana está determinado en gran parte por el contexto de pandemia en el que actúa. Las instituciones de este ámbito requerirían preparación para adaptarse a condiciones y a un marco de exigencia distintos. Tendrían que pensarse como entidades académicas y sociales con mayor rigor científico y elevada capacidad innovadora. 

El futuro es un tiempo que expande la capacidad del ser humano para interpretar y reimaginar signos y realidades de las que no tiene conocimiento ni control inmediatos. Son fenómenos y experiencias distantes, que se ubican más allá del presente. Para unas personas es un período que atrae y compromete. Su atracción deriva de la fuerza que le introduce a la imaginación del ser humano para reconstruir sueños y repensar utopías. Su magia se traduce en aportaciones de nuevas concepciones y enfoques que dan origen a situaciones que transforman la cosmovisión de los sujetos, sus relaciones y sus prácticas. El futuro compromete en la medida que se concretan los hallazgos que emergen al auscultarlo con una postura libre y crítica. 

Para otras personas, el futuro es un problema por las interpelaciones que produce en el ámbito personal, institucional y social. Lo es también por las posibilidades que ofrece para la búsqueda de nuevas explicaciones a la realidad presente y por las luces que aporta para analizar y comprender el pasado. Plantearse el futuro requiere toma de decisiones personales e institucionales que favorezcan cambios sustantivos en múltiples perspectivas. Estos cambios se evidencian en el modo de pensar y de hacer, en la forma de situarse en los contextos de actuación y en las lógicas que dinamizan las relaciones de los actores. 

Para abordar el futuro de la educación superior dominicana es necesario reconocer el contexto en el que se desarrolla. Hemos de plantearnos que esta realidad participa de la crisis generada por la covid-19 en las distintas instituciones de la sociedad. Con mayor o menor intensidad estas entidades han experimentado varios fenómenos que debilitan su desarrollo e incidencia en el avance educativo-cultural, socioeconómico y político de la República Dominicana. Las instituciones de educación superior despliegan esfuerzos y estrategias diversas para enfrentar, con estilo resiliente, los efectos de la pandemia. Uno de los fenómenos más relevantes es la deserción estudiantil. Las declaraciones del doctor García Fermín, ministro de Educación Superior, Ciencia y Tecnología, indican que se produjo un 38 % de deserciones (Hoy, septiembre del 2021). Esta deserción se acelera por la pandemia y la crisis económica que está activa en diferentes sectores sociales. Para determinados estudiantes universitarios, la solución ha sido abandonar los estudios y buscar un trabajo que les permita sobrevivir. La deserción de estos es preocupante, la mayoría se adapta a la nueva situación que encuentra y abandona los estudios de forma definitiva. Genera, a su vez, crisis de sostenibilidad en las instituciones de educación superior. Estas se ven urgidas a readecuar su funcionamiento, al análisis y reducción de personal. De igual manera, han tenido que endeudarse. Un reducido número de instituciones de educación superior no ha ampliado el endeudamiento; otras se han visto forzadas a recurrir a la búsqueda de préstamos y créditos que les permitan dar continuidad a las actividades académicas y honrar los compromisos con el personal activo. 

Además de los estudiantes que desertan, está la dificultad de responder a los compromisos económicos. Las instituciones de educación superior recurren a la búsqueda de financiamiento para realizar sus actividades. Al mismo tiempo, establecen programas y estrategias para fortalecer la flexibilidad académica y económica que garantice la permanencia y el trabajo de los estudiantes y docentes. Las asociaciones de universidades del país diligencian con el Gobierno e instituciones privadas la búsqueda de apoyo tecnológico y económico, para que los estudiantes participen de la formación desde la modalidad virtual con menos zozobra que la habitual por la falta de conectividad. 

En el contexto pandémico las instituciones de educación superior ponen los medios necesarios para un desarrollo académico pertinente con el auxilio de plataformas virtuales. El Ministerio de Educación Superior, en alianza con estas instituciones, propone iniciativas para que las actividades académicas se desarrollen apegadas al protocolo de bioseguridad planteado por el Ministerio de Salud Pública y a las directrices de los decretos de la Presidencia de la República. No obstante, los esfuerzos desplegados, la realidad académica se ve impactada por las inexperiencias en la concepción y gestión de la modalidad virtual. Docentes y estudiantes se convierten en aprendices de la virtualidad. Esta experiencia evidencia fortalezas y aspectos mejorables, sobre todo en la etapa de inicio, por la confusión y dificultades de conectividad. 

A pesar de las dificultades afrontadas, la gestión del aspecto académico desde la modalidad virtual experimenta cambios. Los actores del ámbito académico adquieren mayores habilidades destrezas para una mejor apropiación y gestión de programas, equipos y estrategias tecnológicas. El desarrollo de las clases y el ambiente del aula virtual mejoran sus aspectos cualitativos, pedagógicos y didácticos. Los programas de grado y los de posgrado se mantienen vigentes sin incremento de la población estudiantil. Se establece una política de flexibilización de la actividad académica al ampliar plazos para la entrega de trabajos y diversificar las oportunidades de tutorías que garantizan una orientación permanente a los estudiantes. De igual manera, realizan esfuerzos para mantener una comunicación fluida con docentes y estudiantes que contribuya al fortalecimiento de la unidad y de la convivencia universitaria. De todas formas, los desafíos para el fortalecimiento de la calidad de la educación superior se mantienen vigentes. El déficit de calidad se evidencia en factores diversos, en especial en «la carencia de un sistema de evaluación que favorezca la mejora continua de planes, programas y estructuras de las instituciones de educación superior». En esta dirección, las instituciones de educación superior deben posibilitar un proceso de formación apoyado por «pedagogos a tiempo completo y con las más altas cualidades posibles». 

La salud de docentes y estudiantes se afecta por la pandemia. La comunidad universitaria siente el impacto de la letalidad de la covid-19. Esto genera incertidumbre y desmotivación entre la población universitaria. Las dificultades económicas crean problemas de carácter laboral como la suspensión de empleados de estas instituciones, lo cual genera un ambiente de preocupación y reclamos para que se mejoren las condiciones de trabajo en sus distintos niveles y ámbitos. Las instituciones de educación superior reajustan su plan general de actividades para poner en marcha planes de austeridad integral que garanticen la sostenibilidad de estas y la oferta de un servicio académico actualizado. Asimismo, su rol como actores sociales se reduce. Actúan con un dinamismo de baja intensidad en lo que respecta a la presentación de iniciativas y a la implicación en la solución de los problemas que inquietan al país. En este entorno, se centran más en la búsqueda de solución a sus problemas y disminuyen los intercambios internacionales y la acción de las alianzas estratégicas con otras instituciones homólogas. Desde un contexto desestabilizador, las instituciones de educación superior avanzan a un escenario más complejo que presenta nuevos desafíos. Les exige una manera diferente de concebirse y asumirse en el campo académico, en el ámbito de la gestión institucional y de las relaciones dentro y fuera de su territorio. 

Hoy, el mundo se abre a una nueva normalidad y esta apertura se concreta en los ámbitos local y regional. Por esto, las instituciones dominicanas de educación superior necesitan preparación para adaptarse a nuevas condiciones y a un marco de exigencia distinto. Tienen que pensar en su permanencia como entidades académicas y sociales con mayor rigor científico y elevada capacidad para incidir con un potencial innovador como academia y como actor social. El futuro les presenta cambios en diferentes dimensiones. 

1. Dimensión académica 

Los planes de estudios podrían demandar un equilibrio entre el desarrollo teórico y el desarrollo práctico. Ambos aspectos se consideran interdependientes para superar la fragmentación del conocimiento, de las ideas y la desarticulación entre teoría y práctica. Se reafirma esta interdependencia para posibilitar un desarrollo humano más integral. De igual modo, se priorizarían planes de estudios que refuercen la adquisición de conocimientos para resolver problemas de la vida cotidiana de los docentes, de los estudiantes, de las familias y de la sociedad. Se produciría, además, una valoración de la inteligencia práctica, unida al desarrollo intelectual de los sujetos. Las carreras que favorecen un comportamiento resiliente y transformador ante los efectos del cambio climático y el cuidado de la biodiversidad tendrían un impulso especial. Asimismo, dentro del campo de la medicina, tendrían una importancia alta las carreras vinculadas al tratamiento de los virus y a la elaboración y aplicación de vacunas. El mundo podría enfrentarse a nuevas pandemias y, por esto, la enfermería y la pedagogía del cuidado se podrían considerar como carreras de interés en el futuro de la educación superior. El aprendizaje de idiomas continuaría con elevada importancia. La aldea global en la que habitamos convertiría en necesidad la búsqueda de vías para hacer de la interacción un espacio de comunicación asertiva. El aprendizaje de idiomas diversos posibilitaría un mayor desarrollo humano, sociopolítico y económico de los sujetos y de la sociedad en general.

Las carreras relacionadas con las tecnologías de la información y comunicación continuarían con alta incidencia. El desafío estará en procurar una formación pedagógica y didáctica para que el sentido educativo prime ante el sentido comercial. Además, las instituciones de educación superior priorizarían «la perspectiva sistémica en la formación» (Escala et al., 2021) para que los aprendizajes de los docentes sean consistentes. De otra parte, la carrera de Educación dejaría de ser puente de los estudiantes que fracasan en otras. Adquiriría mayor rigor científico y respondería a una política integral de formación. Además, integraría de forma orgánica las tecnologías de la información y comunicación. Se especializaría en una formación híbrida en la que virtualidad y presencialidad se convertirían en modalidades habituales de trabajo. La metodología de la educación virtual respondería a criterios y principios pedagógicos con enfoques socioeducativos reflexivos e innovadores. De igual forma, procuraría un trabajo colaborativo con el ámbito preuniversitario ya que, como sostienen Arias, Elacqua y González-Velosa (2017, p. 263), «mejorar la calidad de los niveles primario y secundario es un requisito inapelable para alcanzar buenos resultados en la educación superior». Esto requiere una interrelación sistémica entre los ámbitos preuniversitario y de educación superior para promover, juntos, aprendizajes e innovaciones. 

La formación en perspectiva investigativa podría adquirir una mayor importancia. El docente como investigador de su propia práctica ocuparía en el futuro un rol relevante en el centro educativo y en las diferentes instancias del sistema educativo dominicano. El saber empírico y el saber científico encontrarían espacio en el aula, en el centro y en la comunidad educativa. La educación del futuro podría demandar un docente formado científicamente para hacer realidad la innovación y las transformaciones que la sociedad requiere y que el sistema educativo necesita. Carreras masificadas como Derecho, Mercadeo y Contabilidad bajarían la densidad estudiantil y serían tratadas con mayor calidad académica, impulso al desarrollo del pensamiento crítico y fortalecimiento del comportamiento ético en el ejercicio de la profesión y de la corresponsabilidad ciudadana. Estas carreras requerirían un enfoque profesional articulado a rigor científico, con fundamentos sociocríticos y humanizadores. 

Las asignaturas serían más diversificadas por la influencia de las tecnologías de la información y comunicación, por la adaptación al cambio climático, por los avances de las ciencias y la previsión ante nuevas pandemias. Se ampliarían las asignaturas optativas para contribuir al desarrollo de la libertad y de la capacidad de toma de decisiones de los estudiantes. Este ejercicio potenciaría su formación ciudadana; los capacitaría para clarificar y fundamentar sus opciones. El futuro podría exigirles a las instituciones de educación superior la preparación correcta para acoger con nueva visión asignaturas como la filosofía, la antropología y la ética. La pandemia activa en las personas la necesidad de conocerse y de profundizar en los cimientos de su ser, de sus valores y, sobre todo, de su vida. Además, la constante violación de la dignidad, derechos y participación de las personas le introduciría una importancia elevada a la ética. De la misma manera, la asignatura vinculada a género. Este aspecto se convertiría en una necesidad para que hombres y mujeres redescubran su complementariedad y refuercen el respeto recíproco. La educación superior del futuro trabajaría la perspectiva de género para que se fortalezca la igualdad entre hombres y mujeres. Aunque el número de mujeres se eleva en educación superior, esto «no ha implicado cambio en el nivel de empoderamiento» (Beltré, 2017, p. 397). La situación señalada constituye un reto más para la educación superior dominicana. De otra parte, los planes de estudios en educación superior evidenciarían mayor calidad, por el peso que las artes tendrían en la formación del estudiante universitario. Las artes, en sus diversas modalidades, irrumpirían en el ámbito académico, por la nueva sensibilidad que los conflictos y las exclusiones globales despiertan en pueblos, instituciones y personas. El sentido estético y humanizador de las artes constituiría una necesidad en la educación y en la convivencia de las instituciones de educación superior. 

2. Comunidad científica 

La educación superior del futuro requeriría la construcción de comunidades científicas capaces de aportar a los procesos de transformación que este tipo de educación y la sociedad demandan. Para ello aplicaría una política de investigación que comprometa el pensamiento y la práctica de los docentes puesto que, desde la perspectiva de Sánchez, «no hay auténtica docencia sin investigación». De igual modo, comprometería a estudiantes y gestores. Esto requeriría una mejora notable de las condiciones en las que estos actores funcionan en el ámbito interno de las instituciones de educación superior. Las comunidades científicas se caracterizarían por una actuación investigativa permanente y la aplicación del rigor propio de este proceso a las diferentes actividades de la vida académica y de la intervención social. Parte de su trabajo sería potenciar la curiosidad intelectual y posibilitar una práctica investigativa convertida en cultura, tanto en los docentes como en los estudiantes. En esta dirección, las comunidades científicas desplegarían esfuerzos y mecanismos diversos para favorecer una forma de pensar orientada desde la perspectiva de Paricio al «razonamiento complejo». Estas comunidades le podrían aportar consistencia académica, experiencias innovadoras y actualización a la misión institucional. Descartarían la privatización del conocimiento y de los hallazgos investigativos. Crearían redes de investigación para el fortalecimiento de la construcción de conocimiento y la búsqueda de explicaciones nuevas a la realidad de las instituciones de educación superior y de la sociedad. Asimismo, estas requerirían la formulación de intencionalidades para la implicación colectiva. En este sentido, Bowden y Morton sostienen que, en la realidad de las universidades, «la conciencia colectiva presupone la existencia de objetivos compartidos de conocimiento». Los actores de las comunidades científicas deberían analizar y clarificar, también, los enfoques con los que abordarían los conocimientos. El trabajo en esta perspectiva precisaría nuevos aprendizajes en la búsqueda de apoyos financieros capaces de convertir el funcionamiento de las comunidades científicas en una experiencia sistemática y sostenible. 

3. Desarrollo humano y social 

La educación superior dominicana pondría énfasis en un equilibrio entre el desarrollo cognitivo y el desarrollo emocional y afectivo de los estudiantes. Estos tendrían en el futuro mayor capacidad para enfrentar las situaciones de conflicto al tiempo que fortalecerían su madurez y su capacidad de resiliencia. Asimismo, se avanzaría hacia el aula y el aprendizaje invertido, y por ello los estudiantes pondrían en acción sus conocimientos y experiencias para crear un dinamismo más participativo y democrático en los procesos de enseñanza y de aprendizaje. Estos procesos promoverían el protagonismo de los estudiantes, quienes se convertirían en agentes activos de lo que acontece en el aula, en el centro y en la comunidad. Los docentes desarrollarían un liderazgo reflexivo e innovador que les permitiría poner los cimientos de una comunidad estudiantil que investiga, pregunta y muestra actitud emprendedora. 

En este sentido, se pondría más énfasis en «relaciones horizontales» entre los estudiantes y los profesores. Con respecto a los docentes se adoptaría una actitud más humana, al preocuparse no solo por su saber técnico sino por sus emociones, sentimientos y condiciones de trabajo. Se le pondría más cuidado a su condición de persona, no solo a su saber y a lo que debe hacer. Estos «han de humanizarse y humanizar en cualquier circunstancia y contexto en el que se encuentren». Los funcionarios requerirán mayor consistencia profesional y comportamiento ético. De igual manera, fortalecerían el trabajo en red y una mayor efectividad en su gestión con el apoyo de los avances de las ciencias y de las tecnologías. El desarrollo humano y social se orientaría a promover la capacidad de iniciativa y de intervención social de los docentes. El docente de educación superior tendría que saltar las fronteras del aula y convertirse en un actor social capaz de generar cambios socioeducativos en otros escenarios locales. Del mismo modo, estos profesores se organizarían para que la formación y el carácter interdisciplinario afiancen la calidad del trabajo que habrían de realizar. 

4. Organización y gestión 

La educación superior del futuro estaría orientada por un nuevo marco legislativo y dentro de un marco de cualificaciones que fortalecería su calidad y eficiencia. La gestión sería más flexible, creativa y emprendedora. La flexibilidad le permitiría un trabajo colaborativo y un ejercicio con visión plural y democrática. La gestión dialógica y creativa adquiriría fuerza para hacer de las instituciones de educación superior un espacio de construcción participativa y de transparencia. Los gestores habrían de fortalecer su capacidad investigativa y la capacidad de anticipación para que la misión institucional sea más consistente y coherente con los requerimientos de la normativa de la institución y de la sociedad. Los responsables de la gestión se prepararán para tejer nuevas alianzas y fortalecer las existentes. La construcción con otros sería una lógica permanente. Las acciones unilaterales y de carácter individualista quedarían fuera de los principios que regirían la gestión del futuro. Se pondría énfasis en una gestión que tendría como prioridad a las personas. A partir de esta postura, promovería todo aquello que permita progresar con visión sistémica y acción razonada para el bienestar colectivo. 

5. Dimensión del cambio cultural 

La educación superior del futuro se abriría a cambios en la cultura institucional. Sería más participativa, solidaria e inclusiva. La participación de los actores sería un factor clave para el desarrollo de estas instituciones. De las «50 instituciones de educación superior» vigentes en el país, más de 35 pertenecen al sector privado. En términos generales, en este sector la participación es más restringida y controlada. Se tendrían que preparar para impulsar desde la práctica una participación amplia y formativa. La solidaridad podría ser un valor prioritario para reforzar el compromiso personal y colectivo. Además, para que la sensibilidad por los problemas de los compañeros se traduzca en un empeño por el crecimiento de todos. La práctica individualista empobrece la calidad de la institución; por ello, la necesidad de la solidaridad que promueve eficiencia y desarrollo compartido. La inclusión sería otro de los valores que tendrían primacía en la cultura institucional. Las instituciones de educación superior tienen el riesgo de convertirse en instituciones excluyentes al ofrecer un tratamiento desigual a sus empleados y al tolerar la competencia malsana que se incuba en grupos de influencia dentro de estas instituciones. La inclusión no puede responder a sectores particulares. Ha de dar respuesta a las necesidades de las instituciones y de la sociedad. El cambio de cultura institucional exigiría mayor coherencia entre la filosofía de la institución y la práctica. Al enfrentarse a un cambio cultural, las instituciones de educación superior tendrían que estar dispuestas a reaprender, a introducir cambios en el modo de entenderse como entidades académicas y como parte de la sociedad. 

6. Responsabilidad e intervención social 

Esta dimensión fortalecería la calidad de las instituciones de educación superior al potenciar su capacidad para participar y proponer soluciones a las dificultades que obstaculicen el desarrollo del país. De igual modo, estarían prestas para prevenir problemáticas que podrían afectar a las comunidades de su entorno y que podrían extenderse a nivel nacional. La responsabilidad social se asumiría con sentido innovador y capacidad de emprendimiento. La población universitaria, estudiantes y docentes, se implicaría de manera activa en esta responsabilidad. Estos se integrarían con un conocimiento claro de los propósitos y de las metas acordadas. La responsabilidad y la intervención social serían más sólidas y claras, por lo cual sería imprescindible una auditoría interna de lo que se hace, cómo se hace, desde dónde se hace y quiénes son los beneficiarios directos e indirectos de la responsabilidad y de la intervención social que la institución impulsa. Para trabajar con eficiencia esta dimensión sería necesario revisar los fundamentos que la sustentan y rectificar enfoques y acciones que desvirtúan la identidad de la misión que se ha de cumplir desde esta dimensión. Esta no debería asumirse como un compromiso instrumental, para eludir impuestos. Habría de acogerse como un compromiso orgánico de la institución de educación superior. De ser así, las intervenciones tendrían como foco las vulnerabilidades de la sociedad y los avances científico-tecnológicos con los que se podría hacer avanzar la educación superior y la organización social. 

Síntesis abierta 

La educación superior del futuro hará de las instituciones de educación superior un conjunto de organizaciones orientadas a la construcción de las ciencias y a la humanización del sistema de educación superior y de la sociedad. Para ello, afirmarían su vocación hacia el estudio, análisis, interpretación de los fenómenos con una inteligencia estratégica y una sensibilidad transparente hacia la solución de los problemas prioritarios del sistema de educación superior y de la nación. Estas instituciones superarían la práctica centrada en sí mismas. Se abrirían a nuevos aprendizajes y a la construcción compartida de conocimientos y propuestas que garanticen competitividad académica, social y económica. Igualmente, que hagan avanzar al país de tal modo que salga del rezago institucional y académico que lo afecta. Las instituciones indicadas optarían por una educación superior integral, inclusiva y con equidad. 

Referencias 

Arias, E., Elacqua, G. y González-Velosa, C. (2017). «Aprovechando al máximo la educación superior». En Busso, M., Cristia, J., Hincapié, D., Messina, J. y Ripani, L. (eds.). Aprender mejor: políticas públicas para el desarrollo de habilidades. Washington: Banco Interamericano de Desarrollo. 

Beltré Díaz, Marcia Josefina (2017). Educación Superior y empoderamiento. Tesis doctoral. Universidad de Sevilla. Facultad de Ciencias de la Educación. Departamento Didáctica y Organización Educativas. Idus. us.es, octubre 17/10/21. 

Bowden, J. y Morton, F. (2011). La Universidad, un espacio para el aprendizaje. Más allá de la calidad y de la competencia. Madrid: Narcea, S. A. de Ediciones. 

Escala, M. (coord.), Benavides, M., Abreu, L., Heinsen, M., González, S., Valverde, G. y Roncagliano, R. (2021). Estudio Evaluativo. Programa de Formación Docente de Excelencia en República Dominicana. Informe final. Santo Domingo: OEI/INAFOCAM. 

Espinal, José Alfredo (2021). «Por COVID; Ministro dice 38 % desertó de universidad». Hoy, sección El País, 20 de septiembre del 2021. 

Paricio, J. (2019). «Un currículo para la transformación de la forma de pensar y actuar del estudiante». En Javier Paricio, Amparo Fernández e Idoia Fernández (eds.). Cartografía de la buena docencia universitaria. Un marco para el desarrollo del profesorado basado en la investigación. Madrid: Narcea, S. A. de Ediciones. 

Sánchez, E. (2017). Retos de la Educación Superior en América Latina: El caso de República Dominicana. Revista Ciencia y Sociedad, 42(1): 9-23, https://doi. org/10.22206/cys.2017.v42i1, octubre del 2021. 

Vargas, T. (2021). Análisis sociocultural y antropológico de la Dimensión 2 del Estudio Evaluativo. Programa Formación Docente de Excelencia. Informe específico. Santo Domingo: OEI/INAFOCAM. 


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