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El tránsito a la democracia pos-Trujillo todavía sigue con interrogantes y deudas

by Néstor Medrano
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La historia política de la República Dominicana no es lineal ni perfecta. Ha sido, como todos los procesos, producto de factores y circunstancias en los que muchas veces existe una tela muy frágil para atribuir culpas y responsabilidades al enaltecer sus glorias y condenar sus desatinos. De lo que muchos están seguros es de que, en su discurrir, esos procesos han sido en algunos casos influidos por rémoras humanas como la ambición, la traición y el deseo de estar investidos de un poder sin límites, por encima del bien y del mal. Ese proceso lo vivieron los patricios fundadores de la dominicanidad: Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez, Ramón Matías Mella y otros trinitarios, que se vieron envueltos en la furia y el envilecimiento de hombres como Pedro Santana y Tomás Bobadilla, quienes izaron la bandera del denuesto y la traición para manchar y destruir al Padre de la Patria.

Es importante acotar ese acontecimiento. Ambos, Santana y Bobadilla, denostaron y minimizaron de modo perverso la actitud y el rol de Duarte en los hechos que condujeron a la culminación del proceso de dominación haitiana. Santana, con méritos militares y de genio político que muchos ponen en duda, escribió: «Se había fugado [Duarte] a la entrada del general Riviere [Charles Hérard) en esta capital, dejando a sus amigos y compañeros en el mayor peligro, a causa de su imprudencia».1 Las tentativas de Santana para desarticular el movimiento de los trinitarios y los esfuerzos de Juan Pablo Duarte –que culminaron con la Independencia Nacional–, sus actitudes luego de la batalla del 19 de marzo, el gobierno duro que encabezó y la persecución contra el fundador de la nación dominicana son material de análisis para otro trabajo, que, sin embargo, se circunscribe a esos procesos que perfilan los hechos que han devenido en mil consecuencias funestas durante la historia de la República Dominicana.

De manera que, tal vez, algún día alguien se preocupe de estudiar esos procesos y sus implicaciones, si la clase política dominicana ha fomentado ese caos hasta muy entrado el siglo xx en nuestro país, y ha permeado de forma muy negativa la capacidad de apreciación de nuestro proceso democrático, una vez limitado a la decapitación de la dictadura de Trujillo. Hay quienes sostienen que la historia democrática del país todavía es muy joven para abordarla desde criterios objetivos, sin que primen o graviten, de manera directa o indirecta, sentimientos en carne viva de grupos, sectores, familias y personas dolientes, víctimas y victimarios de los distintos episodios.

La dictadura no fue fortuita El enfoque de los más de 50 años de historia democrática en la República Dominicana conlleva, o por lo menos debería conllevar, algunas consideraciones para arribar a los protagonistas y al proceso que pudo culminar con la decapitación de la dictadura que se extendió desde el 16 de agosto de 1930 hasta el 30 de mayo de 1961. Los estudios ponderados sobre el férreo régimen de fuerza que encabezó Trujillo indican que esa dictadura militar no fue un resultado fortuito auspiciado por la voluntad libérrima del pueblo.

Los cauces históricos que engendraron una dictadura considerada entre las más sangrientas del continente fueron originados, según se puede confirmar con el estudio objetivo de la historia, por la inestabilidad de un sistema político que más que un sistema político per se en el que confluyen los elementos primordiales que hacen posible la interacción humana de grupos e intereses de manera armoniosa, era un escenario donde prevalecía la manigua, las actitudes personalistas de generales y caciques armados que se imponían y sobrevivían en ese caos interminable e inconcebible. Otro punto gravitante en la determinación de los factores que incidieron en la llegada al poder de Trujillo fue el lastimoso estado económico en que se encontraba el país.

Al igual que Haití y la parte oriental de la isla en la etapa de la invasión haitiana que se extendió por más de 21 años, y para hacer valer el carácter circular de nuestra historia, a la llegada de Trujillo al poder las arcas públicas estaban extenuadas. El gobierno de Horacio Vásquez había sido demolido por la corrupción; el despilfarro, la malversación de fondos y el envilecimiento del presidente fueron el detonante que creó una atmósfera capaz de provocar una especie de golpe de Estado, mal articulado y con pocas armas. Trujillo logró erigir una tiranía y consagró, a costa de las armas y del terror político, un gobierno que desconoció en todas sus modalidades y prácticas los derechos humanos, hizo de la persecución y de la eliminación física y moral de sus opositores el modus operandi y construyó toda una estructura criminal que traspasó los linderos nacionales.

El proceso de democratización del país fue traumático. Aunque para muchos existan discrepancias en los criterios, el proceso democrático de la República Dominicana no comienza con la muerte a tiros del tirano el 30 de mayo, ni con la destrucción de las estatuas, los monumentos y toda la ordalía escultural alusiva a la imagen del sátrapa y sus familiares, sino con la llamada destrujillización del país, que fue más allá y tuvo una relación vinculante con la salida traumática de los hermanos Héctor Bienvenido (Negro) y José Arismendy (Petán) Trujillo y del hijo del ajusticiado tirano, Ramfis Trujillo Martínez. El proceso se materializó casi totalmente con la expulsión de Joaquín Balaguer, quien dirigió todas las negociaciones con la intrincada familia y tuvo que soportar a los tíos enfrentados con «el muchacho», como le decían Petán y Negro a Ramfis –según relata Bernard Diederich en su libro Trujillo: la muerte del tirano (1978)–, de quien se quejaban de que, al frente de los cuerpos armados, se estaba desprendiendo de muchos de los bienes de su padre. Sin embargo, hablar sobre el proceso democrático remite necesariamente a una fase de su consolidación que comienza con la elección como presidente de la República del profesor Juan Bosch, líder del Partido Revolucionario Dominicano (prd), el 20 de diciembre de 1962.

Bosch, escritor y enemigo político de Trujillo, a quien combatió junto a los grupos progresistas de dominicanos en el exilio, ascendió al poder en un entorno respecto al cual la historia ha sido profusa en datos enumerativos, pero parca en cuanto a los hechos y la atmósfera de sombras que todavía imperaba en los sectores conservadores. Según se explica en el libro de Joaquín Gerónimo En el nombre de Bosch, «A su regreso a Santo Domingo, después de un exilio de 24 años, Bosch supo interpretar correctamente el nuevo escenario interno de la confrontación social y política en ausencia de Trujillo y su corte de lacayos; supo identificar, con precisión de orfebre, dónde estaban los enemigos, dónde los amigos y dónde los aliados, y así pudo ganarse el respeto, la admiración y la confianza de unos y otros, para finalmente alzarse con el voto de las mayorías nacionales en las primeras elecciones libres celebradas después de 30 años de dictadura».

2 Enumerar los hechos que consolidaron ese proceso siempre ha sido una labor de la cual los historiadores han dado una visión lineal, guardando las formas para evitar la controversia sobre hechos realmente controvertidos. ¿Quiénes fueron los responsables del golpe de Estado contra Bosch, sus actores principales, sus instigadores directos e indirectos? ¿Por qué una guerra civil a poquísimo tiempo de descabezarse una dictadura que aniquiló los ideales de libertad y el pensamiento político de toda una nación durante decenios? Hay instituciones que jugaron un rol después de descabezada la dictadura de Trujillo, como el Consejo de Estado, que, con Joaquín Balaguer en el exilio, fue dispuesto por Estados Unidos para organizar una transición hasta lograr elecciones y cuyo cuestionamiento forma parte de esa estela de contradicciones que rodea nuestra historia. Las iniciativas económicas y sociales y la puesta en vigor de una Constitución que realmente protegía las garantías ciudadanas fueron frenadas por esos grupos que vieron en Bosch, entre otras cosas, una extensión del comunismo gobernante en Cuba, debido a la importancia geopolítica de la República Dominicana, por su ubicación estratégica en el Caribe.

A la muerte de Trujillo muchos pensaron que el pueblo no solo sería beneficiado con los bienes dejados y usufructuados por el dictador y su satrapía, sino con una democracia abarcadora. Euclides Gutiérrez, historiador, miembro del Comité Político del Partido de la Liberación Dominicana y uno de los biógrafos más importantes de Bosch, de quien fue asistente por mucho tiempo, indica lo siguiente: «La incapacidad política para enfrentar las necesidades más urgentes de las grandes mayorías, vino a sumarse a la corrupción y la ignorancia administrativa; la sustracción de bienes del Estado y del patrimonio de la familia Trujillo en beneficio de allegados y protegidos del gobierno de facto, esos hechos estimularon la creación del movimiento constitucionalista en el seno de las Fuerzas Armadas».

Es preciso apuntar que Bosch había ganado las elecciones del 20 de diciembre de 1962, las primeras que se realizaban en el país luego de la decapitación de la dictadura trujillista, en las cuales derrotó a Viriato Fiallo y a otros seis candidatos al lograr el 59% de los sufragios –obtuvo 628,044 votos de 1,054,944, con lo que alcanzó también un predominio en el Congreso Nacional–. Su gobierno, que se inauguró el 27 de febrero, solo duró siete meses, pues fue derrocado el 25 de septiembre de 1963. Según un escrito publicado en el periódico Listín Diario al conmemorarse el 45 aniversario del derrocamiento de Bosch,4 «las reformas sociales concebidas y propuestas por el político que venía del exilio fueron el primer choque que tuvo el nuevo régimen con los grupos conservadores. Luego hubo nuevos conflictos por el establecimiento de impuestos y la ley que estableció el precio tope del azúcar que se exportaba. En los primeros meses de la administración de Bosch el azúcar alcanzó en los mercados mundiales precios sin precedentes, por lo que el gobierno introdujo el proyecto que limitaba las ganancias de las empresas azucareras».

En el referido escrito periodístico, Euclides Gutiérrez Félix, para quien el derrocamiento de Bosch sumió al país en el atraso más profundo de toda su historia, señala: «Sus adversarios, estimulados desde afuera y más que nada por la ignorancia y el escaso desarrollo que tenían la oligarquía y los sectores económicos dominantes, continuaron conspirando, realizando concentraciones masivas de supuesta Reafirmación Cristiana, anticomunista, y terminaron organizando un levantamiento militar apoyado por Estados Unidos». La historiografía dominicana no ha sido uniforme con relación a los hechos que provocaron la asonada militar en contra de Bosch. Bernardo Vega, en su libro Kennedy y Bosch (1993), afirma que aunque hubo muchas causas para el golpe militar de 1963, la determinante fue la lucha contra la corrupción que se proponía emprender el entonces presidente de la República. Como elemento de esta corrupción, narra que en un viaje que Bosch hizo a México, como invitado del presidente Adolfo López Mateos para celebrar el aniversario de la independencia mexicana, y en el que lo acompañaba el ministro de las Fuerzas Armadas, este le propuso comprar aviones de guerra ingleses por 6 millones de dólares, a lo que el mandatario se opuso. Por esa compra se cobraba, según estimaba Bosch, una comisión que iba del 15 al 20%.

Bosch, Balaguer y Peña Gómez La democracia dominicana, al mismo tiempo, ha debido pagar un precio muy alto en persecuciones, injusticias, latrocinio y desmanes de grupos que se beneficiaron del caos que se suscitó entonces, precio al que los historiadores se han limitado en sus relatos. De ahí la complejidad del asunto: muchos han visto o han deseado ver el proceso democrático en función de las actitudes, a veces mezquinas, de gran parte de los actores del proceso. Después del Consejo de Estado, después de la llamada Revolución de Abril, en la que un grupo de militares constitucionalistas pugnaron por el retorno de la constitucionalidad y el restablecimiento de Bosch en el poder; después de las distintas fases del Triunvirato y del Gobierno de Reconstrucción Nacional, después de los cientos de muertes, del estallido en las calles de una ciudad partida en dos, surgió un liderazgo que muchos años después sería reducido a tres hombres: Juan Bosch, Joaquín Balaguer y José Francisco Peña Gómez. Este liderazgo, cuestionado cada uno dentro de su entorno y de su contexto, si bien construyó el ensayo posible para encarrilar el país por los atisbos de una democracia que florecía, todavía tiene cuentas pendientes con una historia que no muestra de manera clara los aportes y los errores de cada uno de ellos en cada proceso. De nuevo, cito a Joaquín Gerónimo: «Lo que nadie puede negar, porque forma parte de la historia tangible, es el papel estelar que le correspondió jugar a Peña Gómez en el momento decisivo de la sublevación armada, cuando al mediodía del 25 de abril de 1965, desde los micrófonos de la Radio Santo Domingo, que había sido tomada por las fuerzas constitucionalistas, se dirigió a todo el pueblo con su estentórea voz de tenor y sus acentos fónicos. Esa acción lo catapultó. Sin embargo, la forma en que se desarrollaron los acontecimientos a partir de la proclama del 25 de abril llevó a muchos dirigentes del prd, incluyendo a Peña Gómez, a considerar fracasada la revolución constitucionalista. Durante los días 27, 28 y 29 muchos desertaron y fueron a asilarse a las embajadas establecidas en el país. Peña Gómez fue uno de ellos, aunque posteriormente regresaría, para integrarse a las filas de la revolución bajo el mando del coronel Caamaño».5 Plantear estos aspectos quizá parezca desvinculado de un tema como los 50 años de democracia dominicana, y tal cosa no es así.

La sociedad dominicana se ha estructurado sobre un proceso democrático lento, episódico y hasta nostálgico. El derrocamiento del gobierno de Bosch ha sido descrito como una de las taras históricas que empañaron el verdadero motor de la democracia. La gesta de abril de 1965, la lucha constitucionalista y los miles de muertos a partir del desembarco de las tropas de los marines fueron la consecuencia de una interrupción que no debió producirse. No debió ocurrir el golpe de Estado, porque rompía el filamento orgánico de la razón de ser de la democracia. Ese acontecimiento era la cristalización de todo un proyecto comenzado por los ajusticiadores de Trujillo; quiérase o no, Bosch era la respuesta para la democracia. Si bien nadie ha podido establecer por qué Bosch permitió que ocurriera dicho golpe. Cuando se le preguntó a Ramón Andrés Blanco Fernández6 por qué el profesor Juan Bosch, a sabiendas de que se le derrocaría, no sustituyó los mandos militares que sirvieron al gobierno anterior, respondió: «Yo también quisiera saber las razones por las cuales no destituyeron a esos mandos militares.

Creo que el profesor Juan Bosch quiso integrar a todos los dominicanos a ese proceso democrático que se iba a vivir. Y le manifiesto esto porque yo fui estudiante en el Instituto de San José, Costa Rica. Por lo que conocí a Bosch antes de regresar al país, y como yo había sido militar, él se acercó a mí para preguntarme si con los mandos militares que existían en esa época se podía gobernar el país. Mi manifestación fue negativa, porque yo entendía que la mayoría de los mandos eran trujillistas y seguían a los trujillistas».7 Blanco Fernández explica con datos inéditos hechos controvertibles y discutibles de un conocedor de la estructuración política del pensamiento boschista: en la gestión sietemesina del líder de los perredeístas no hubo un solo preso político, no hubo un solo lesionado por las fuerzas represivas del Estado.

El proceso democrático en la República Dominicana se ha fortalecido, aunque para muchos de nuestros pensadores, escritores e historiadores ese fortalecimiento no se ha registrado. Para Carmen Imbert Brugal, el retorno del trujillismo 50 años después de su derrocamiento es preocupante. Reflexiona que «la publicación de entrevistas, libros, la mención de episodios gloriosos, el protagonismo de esbirros impunes, la integración de la familia del sátrapa a la sociedad –algo que no es nuevo pero ahora es público– la distribución de injurias con extraordinario apoyo mediático, permite una alharaca irresponsable y manipuladora»,8 y se pregunta: «¿Será que Trujillo es sinónimo de autoritarismo en la República Dominicana?». Concluye haciendo alusión a la encuesta Demos 2004, en la cual se refleja que en el país reina el fatalismo, el paternalismo, el providencialismo y la adscripción a un líder fuerte como evocación de ese autoritarismo sin Trujillo pero que es Trujillo. Y señala que «al mayoritario apoyo a la democracia no le corresponde una amplia presencia de actitudes demócratas en el sentido de favorecer el funcionamiento de la forma democrática de Gobierno, pues las actitudes y valores autoritarios están presentes tanto en la esfera pública como en la privada». Lo que se ha concebido como un proceso democrático ascendente no ha erradicado de manera absoluta esa percepción de la existencia de ese «ser autoritario» y esa esencia del autoritarismo acendrado en la sociedad dominicana, en los espacios no solo públicos sino privados y hasta en las concepciones de gran parte de la sociedad y la familia.

En el ámbito político las prácticas han evidenciado trastornos en algunos de los procesos electorales que tuvieron vigencia en toda nuestra historia republicana y en determinadas épocas se promovieron iniciativas que atentaron contra la soberanía misma y la existencia nacional, promovidas por anexionistas y forjadores de protectorados como Pedro Santana y Buenaventura Báez. Un bosquejo periodístico permite ponderar que desde el 30 de mayo de 1961, pasando por el ensayo democrático de Bosch y la instauración del Triunvirato, hubo un proceso protagonizado por fuerzas conservadoras que dieron al traste con la gestión sietemesina del escritor y político, lo que se convirtió en el caldo de cultivo para el estallido de abril de 1965. La historia no ha sido, sin embargo, lo suficientemente explícita para narrar con todos sus detalles esos hechos; para analizar, por ejemplo, el papel del Gobierno de Reconstrucción Nacional que encabezó el general Antonio Imbert Barrera, héroe nacional y uno de los ajusticiadores de Trujillo, víctima de un atentado que por poco lo lleva a la tumba en uno de los gobiernos de Balaguer. El primero de junio de 1966 se celebraron elecciones que fueron ganadas por Balaguer, que había regresado del exilio.

Venció entonces a Bosch, quien había enarbolado la consigna «Vergüenza contra dinero». Balaguer ascendería al poder el primero de julio. De 1970 a 1978, el entonces líder del Partido Reformista se mantendría en el poder con toda suerte de mañas, en lo que constituyó una etapa nublada de acontecimientos sombríos, con muertes y persecuciones que todavía hoy se discuten. Las elecciones de 1978 fueron ganadas por Silvestre Antonio Guzmán, al que le sucedería en el poder en 1982 su compañero de partido Salvador Jorge Blanco.

La circularidad histórica del país y los enfrentamientos entre los líderes del Partido Revolucionario Dominicano permitieron el retorno al poder de un anciano Balaguer en el año 1986. En 1990 volvieron a enfrentarse Balaguer y Bosch, y de esa contienda el caudillo reformista salió victorioso nuevamente. Balaguer, quien había agotado al frente del poder un ejercicio basado en el paternalismo y el asistencialismo, con los rigores del autoritarismo heredado de Trujillo, volvió a ganar en 1994 –enfrentándose esa vez al doctor Peña Gómez– unas elecciones cuyas consecuencias tambalearon el proceso democrático y crearon una de las crisis políticas de mayor envergadura. Posteriormente, la República Dominicana logró fortalecer su sistema democrático a través del juego político y las decisiones soberanas de la población, que junto a sus actores políticos ha lidiado para mantener el proceso actual de alternabilidad en el poder.

En 1996 el Partido Reformista Social Cristiano, con su líder, el doctor Joaquín Balaguer, pactó con el Partido de la Liberación Dominicana y se formó el Frente Patriótico, que permitió un apoyo en segunda vuelta al joven abogado y experto internacionalista Leonel Fernández Reyna, con la presencia además del presidente ad vitam del pld, Juan Bosch, lográndose un triunfo histórico frente al líder del Partido Revolucionario Dominicano, José Francisco Peña Gómez. Esta alternabilidad democrática luego permitió el ascenso al poder del perredeísta Hipólito Mejía, quien gobernó desde 2000 hasta 2004. El doctor Leonel Fernández retornaría al solio presidencial para mantenerse por el mecanismo de las elecciones durante dos períodos consecutivos hasta agosto de 2012. El Partido de la Liberación Dominicana retuvo el poder en la última justa electoral, y Leonel Fernández Reyna se lo entregó a Danilo Medina, ambos discípulos de Bosch, el líder que encendiera el aliento democrático durante la búsqueda de las libertades y la vuelta a la constitucionalidad del año 1965.

Notas

1 Proclama contra Duarte, incluida en el libro de Orlando Inoa Biografía de Juan Pablo Duarte, Letra Gráfica, 2010, p. 61. 2 Joaquín Gerónimo. En el nombre de Bosch, Editora Búho, 2008, p. 46. 3 Guerra de Abril, inevitabilidad de la Historia. Comisión Permanente de Efemérides Patrias, Editora Búho, 2007. 4 «Se cumplen hoy 45 años del derrocamiento de Juan Bosch», Listín Diario, 20 de noviembre de 2012. 5 Joaquín Gerónimo, ob. cit., p. 75. 6 Blanco Fernández entre 1948 y 1952 fue raso de primera clase del Ejército Nacional y en 1965 viceministro de Educación del gobierno constitucionalista. Participó en la formación del Movimiento 14 de Junio entre 1959 y 1960. Entre 1968 y 1973 fue miembro del prd y en 1973 formó parte de los fundadores del pld. 7 Ramón Andrés Blanco Fernández. «Juan Bosch y la Constitución de 1963: causas que dieron origen a la Guerra de Abril» en Guerra de Abril, inevitabilidad de la Historia, ob. cit., p. 321. 8 «La macana sin Trujillo o la triste historia de la sumisión». Coloquios 2011, Ediciones Ferilibro, 2012, p. 11.


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