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Filosofía y temáticas actuales

by Julio Minaya
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Este reconocido filósofo dominicano aborda algunos de los temas que impactan más sensiblemente la conciencia filosófica actual: problemas medioambientales, proyecto cibernético y de la inteligencia artificial por diseñar un ser humano diferente, flagelo de la corrupción y su impacto sociopolítico y moral, migraciones globales, internet y redes sociales, impacto en la intimidad e identidad de las personas, pandemia de la covid-19 y guerra en Ucrania. El resultado: un gran texto que emplea como estrategia metodológica las nociones de asombro, duda y situaciones límites, como estímulos de la reflexión filosófica. 

Impulsos del filosofar 

No hay época que no traiga aparejados sus propios problemas, pero en algunas – como la actual – la convergencia de macro problemas es tal que, al observarla con mirada filosófica, nos sobrecoge el asombro, nos asalta la duda y quedamos instalados frente a situaciones límites, ante las cuales lo único que quisiéramos es girar la cara. 

La tradición filosófica occidental nos lega una triple terminología para dar cuenta de aquello que provoca o incita a los seres humanos hacia la aventura filosófica, esto es, a la detección y formulación de preguntas cuyo móvil último es ofrecer un enfoque nuevo, provisional y abierto a la crítica, sobre una realidad que requiere ser dotada de sentido. 

En primer término, se tiene el asombro, que proviene del pensamiento griego antiguo, en específico de Platón y Aristóteles; en segundo lugar, el dudar, proveniente de la racionalidad moderna expresada en el francés Descartes; el tercero, situaciones límites, tiene su origen en la época contemporánea y forma parte de las reflexiones del filósofo alemán Karl Jaspers, afiliado al existencialismo. 

Estas explicaciones de la genealogía de la reflexión filosófica, procedentes de tres épocas y tradiciones diferentes, dan la clave de cómo se gesta, en cada persona como ente pensante, una de las más antiguas modalidades del saber. Adviértase que aquí no se hace referencia a la cuestión de cuándo comienza en la historia humana eso que llamamos filosofía, sino más bien cuándo o bajo cuáles condiciones subjetivas irrumpe la experiencia del filosofar en seres humanos dotados normalmente de capacidad racional. En otras palabras, se trata de indagar en las circunstancias psicológicas que acompañan dicha experiencia. 

La admiración y la duda son actitudes que pueden adoptarse ante cualquier hecho, fenómeno o circunstancia del mundo, de la vida o del pensamiento humano. El que se asombra o admira se subsume en la perplejidad y procura descifrar aquello que le suscita interés. Asombrarse implica en cierta medida conmoverse. Esa conmoción experimentada en la experiencia preliminar del hecho filosófico lo familiariza con el quehacer poético o artístico: un dejo de irracionalidad en el área de conocimiento más irracional. El que duda, por su parte, padece de una inquietud o vacío que lo impele a buscar un sentido o aspecto novedoso que podría estar ya proyectado o sugerido en alguna interpelación primaria. El asombro y la duda, pues, constituyen actitudes; en cambio, las situaciones límites no constituyen actitudes per se, aunque pueden generarlas. Son, más bien, acontecimientos, circunstancias extremadamente incómodas que acaecen en el plano de nuestras vidas, sacudiéndolas, sin que se pueda ejercer control sobre estas. 

Tales acontecimientos o situaciones extremas exhiben como rasgo distintivo la permanencia. La muerte, una enfermedad terminal, el sentimiento de culpa por un hecho trágico del que debo responder, son muestras de ellos. Karl Jaspers precisa: «Estas situaciones fundamentales de nuestra existencia las llamamos situaciones límites. Quiere decir que son situaciones de las que no podemos salir y que no podemos alterar […] En la vida común huimos frecuentemente ante ellas cerrando los ojos y haciendo como si no existieran. Olvidamos que tenemos que morir, olvidamos nuestro ser culpable y nuestro estar entregados al destino […]». Frente a estas, se tienen las situaciones provisionales o cambiantes que, como la denominación indica, sí pueden variar o ser intervenidas por quien las padece. Por ejemplo, una deuda cuyo saldo se realiza efectivamente, o una relación amorosa que llega a su fin, pero sendas parejas, al cabo de un tiempo, logran rehacer sus vidas con opciones nuevas. Este filósofo ejerció también la profesión de psiquiatra en la Alemania nazi. Emprendió la huida a Ginebra junto a su esposa, a quien debía proteger por ser de origen judío. La noción acuñada por Jaspers, sumergido como estaba en un contexto plagado de muerte y violencia de todo género, no pudo estar mejor relacionada con sus roles de médico y filósofo. 

Se citaron al inicio los temas más sensibles con los que tiene que enfrentarse la filosofía hoy. ¿Cómo ayudan a su abordaje las consabidas tres nociones que estimulan la emergencia de reflexiones en la disciplina? 

Vulnerabilidad y relevancia ética de la naturaleza 

A partir de la II Guerra Mundial, y como resultado de los portentosos avances propiciados por el desarrollo de la ciencia y la tecnología en las décadas subsiguientes, el planeta se vería sometido a transformaciones cruciales. Tales cambios drásticos han provocado asombro, dudas, y nos instalan en medio de situaciones límites de enorme envergadura. Perturbados los procesos básicos que hacen posible el desenvolvimiento normal de la vida dentro del conjunto de la comunidad biótica, se comenzó a contemplar cómo la naturaleza devenía cada vez más vulnerable. Las reacciones afloraron en el seno mismo de la biología, donde surgen los primeros movimientos ambientalistas; pero también brotan en los ámbitos de la filosofía y el arte. Estos valientes pioneros comienzan defendiendo la vida silvestre y la calidad de los suelos, deteriorada por el uso indiscriminado de plaguicidas como el DDT, pero luego siguen profundizando en los estragos que les asombran y atenazan, convirtiéndose en voces disidentes que impugnan vehementemente la concepción utilitarista y antropocéntrica que acicateaban las acciones nocivas de cara a la conservación y debido cuidado del ambiente y los recursos naturales. En este grupo alentaba un claro aliento de cariz ético, gracias a lo cual entre la ecología y la ética fue generándose un trabajo complementario que, al pasar de los años, arrojaría resultados fecundos. 

Entre los portaestandartes de este nuevo paradigma por la preservación y respeto hacia el medio ambiente y el conjunto de la biodiversidad, deben destacarse los siguientes: 

Rachel Carson, bióloga estadounidense (1907-1964), quien, con su libro Silent Spring (1962), se convierte en pionera en la denuncia de los efectos nocivos ambientales de los plaguicidas, liderando una exitosa campaña contra el uso del DDT que obligó al gobierno federal a prohibir su empleo. Firme luchadora por el conservacionismo es una de las primeras personas que en Estados Unidos se dedica a explorar los secretos guardados en los océanos. Entre sus ideas innovadoras sobresale la de que la ética y la estética estaban llamadas a jugar un rol decisivo en los esfuerzos por crear conciencia y nuevos valores respecto al cuidado de la vida silvestre, los suelos y la vida marina. 

Aldo Leopold, también estadounidense (1887-1948), ingeniero forestal, pensador y conservacionista, quien al final de su libro A Sand County Almanac (1949) incorpora una importante reflexión en la que defiende una ética de la tierra, impugnando dos posturas nodales inveteradas: la ciencia y la técnica al servicio del sometimiento del planeta, en vez de ser instrumentos para descifrar sus secretos con actitud amigable, y el antropocentrismo predominante en Occidente, frente a lo cual plantea una posición ecocéntrica. Leopold es el primer autor que postula una ética de la tierra, dejando claro el rol indelegable que está llamado a jugar la filosofía ante estos problemas cruciales. 

Arne Naess (1912-2009), filósofo noruego comprometido con el movimiento verde y fundador de la ecología profunda. Defendió la tesis de que el ser humano no tiene un derecho superior a otras especies del planeta. En 1974 escribió Ecología, comunidad y estilo de vida

Hans Jonas, que nació en Alemania en 1903 y falleció en Estados Unidos en 1993. Ha condensado sus reconocidas reflexiones en su obra El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica (1979). Aquí intenta fundamentar ontológica y éticamente la actitud responsable que debe adoptar cada persona de cara a la situación deplorable en que tenemos sumido el planeta. Este autor asume muchas de las preocupaciones de los autores precedentes. Se pronuncia por un ethos nuevo, al considerar insuficientes las teorías éticas antiguas y modernas, incluyendo a Enmanuel Kant. 

En esta nueva ética, el medio ambiente, la tierra, la naturaleza como tal deben integrarse y considerarse como materia legítima del ámbito ético y moral. En otras palabras, conceptos como normas, valores, juicios, conciencia moral, responsabilidad o respeto, que anteriormente solo cobraban sentido para tratar o referir acciones entre seres humanos —como forma de garantizar el respeto y la convivencia—, ahora tendrían que ser resignificados y aplicados en dimensiones completamente nuevas, esto es, los ecosistemas, los océanos, los ríos, las montañas. Esto, por supuesto, implicaba un cambio de paradigma operado al interior del discurso filosófico y ético, pues la naturaleza o el entorno ambiental, que antes eran indiferentes o no debían tomarse en cuenta dentro del ámbito de nuestras acciones morales, ahora adquieren relevancia y pertinencia ética, cuya urgencia e importancia van a expresarse en un nuevo imperativo categórico: «Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la tierra» (Jonas, 1995, 40).

Una ética apropiada a las circunstancias y desafíos del presente (Cuello Nieto, 2012, 191) «debe ocuparse, no solo de las relaciones morales entre los seres humanos, sino además […] de la acción humana en relación con otras criaturas vivientes y con el medio ambiente en general, los cuales, frente a la realidad del fenómeno humano, han adquirido un valor y dimensión moral propios». Para Jonas y los demás autores reseñados no bastaría ya ser responsable, respetuoso o justo de cara a los Homo sapiens; también habría que actuar con sensibilidad y conciencia ética en dimensiones consideradas no humanas, para cuyo tratamiento o abordaje la ética exclusivamente antropocéntrica ya no tiene suficiente capacidad teórica para su abordaje. Pero ¿dónde radica la explicación de esta deficiencia del saber ético en las etapas anteriores? La respuesta es que «antes de nuestra época las intervenciones del hombre en la naturaleza tal y como él mismo la veía, eran esencialmente superficiales e incapaces de dañar su permanente equilibrio […] La naturaleza no era objeto de la responsabilidad humana; ella cuidaba de sí misma y cuidaba también, con la persuasión y el acoso pertinentes, del hombre. Frente a la naturaleza no se hacía uso de la ética, sino de la inteligencia y de la capacidad de invención» ( Jonas, 1995). 

[No debe pasarse por alto la contribución del oceanógrafo, ambientalista y cineasta francés Jacques Cousteau (1910-1997), por el énfasis puesto en los derechos de las generaciones futuras, a tal punto que con su insistencia mediática motivó la célebre Carta de los derechos de las generaciones futuras, publicada en 1979. Sin dejar de mencionar su labor de investigación científica y exploración marina desde el buque Calipso. Legó más de 70 grabaciones televisivas, tres películas de largo metraje y más de 50 textos bibliográficos]. 

El vigor, pues, con que tales voces se levantaron para colocar un muro de contención ante lo que contemplaban perplejamente adquiría connotación casi profética si se compara lo expresado ya en el año 1949 con lo que ocurre en la segunda mitad del siglo XX y las dos décadas que llevamos del XXI. ¿Es casual que fueran estadounidenses y europeos los primeros seres humanos que dieron el grito de alarma acerca de lo que venía aconteciendo con la vida silvestre y la explotación y esterilización sin límites de los suelos? En modo alguno, pues hay que percatarse de que en estas partes del mundo tiene su origen la sociedad moderna, bajo los esquemas del capitalismo que se despliega desde siglos anteriores. 

La segunda gran guerra crearía las condiciones para que la huella ecológica no pasara ya desapercibida y fuera interpretada por primera vez como herida ecológica, ya inocultable e inaceptable ética y moralmente hablando. Pero en el presente ya los vocablos de huella y herida ecológica resultan insuficientes para describir lo que acontece de cara al planeta, y habría de emplearse un término más cónsono con la realidad: tragedia ecológica. No se trata de una posición pesimista sin más; se trata de una realidad a la vista de todo el mundo. Es a partir de esta realidad, y como forma de reacción, que surge y se propaga un sentimiento llamado a animar y dar sentido al pensar y quehacer de muchas personas en el mundo. Se trata de la ecoamistad, cuyo rasgo principal es la actitud amigable o armoniosa hacia la naturaleza. El movimiento verde se propagó por el mundo entero, no solo por las urbes principales del mundo contemporáneo. 

Ecoamistad y los «pecados ecológicos» 

La ecoamistad representa todo lo contrario de un sentimiento que comenzó a gestarse en los orígenes mismos de la modernidad occidental. Francis Bacon expresó brillantemente entre los siglos XVI y XVII la vocación de poder y sometimiento ejercida por los seres humanos sobre el entorno natural. Con él se inaugura un programa indetenible y responsable de toda actitud amigable para con la tierra. Su frase «conocer es poder» resume una concepción de la naturaleza cuya influencia ha pervivido hasta nuestros días. 

Cierto que varios siglos antes el pueblo hebreo ya la había consignado en el libro del Génesis, donde se plasma esta noción del hombre como dueño y señor de todo lo creado por Yaveh. Así pues, se advierte cómo estas tres instancias culturales —religión, ciencia y filosofía—, en armónico concierto, decantan y consolidan una concepción y actitud frente al planeta y el entorno natural en que se enarbola un sentimiento que podría considerarse de ecoenemistad. Actualmente, y como signo de los tiempos, la ecoenemistad está siendo finalmente combatida por los tres ámbitos culturales que antigua y modernamente participan en su configuración arquetípica, portadora de la nueva relación ser humano-naturaleza que demandaba la modernidad naciente. En efecto, una conferencia del patriarca Bartolomé, cabeza de la Iglesia ortodoxa rusa, pronunciada en Santa Bárbara, California, el 8 de noviembre de 1997, marca el punto de inflexión en la consideración sobre el medio ambiente dentro del mundo cristiano. Citado por el papa Francisco, el patriarca sostiene: «Que los seres humanos destruyan la diversidad biológica en la creación divina; que los seres humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio climático, desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus zonas húmedas; que los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todos esos son pecados».

Y el papa Francisco, en su célebre encíclica Laudatio Si, 18 años más tarde, ratifica, amplía y pone de realce las preocupaciones de su «homólogo» ruso: «Para poner solo un ejemplo destacable, quiero recoger brevemente parte del aporte del querido patriarca Ecuménico Bartolomé […] Se ha referido particularmente a la necesidad de que cada uno se arrepienta de sus propias maneras de dañar el planeta […]» (papa Francisco, 2015). No deja de ser un gesto de generosidad y de honestidad intelectual que el papa reconozca las contribuciones hechas por Bartolomé al cuidado de la casa común o la tierra. Sin embargo, y como ironía de la vida, el Patriarca ha prestado un significativo y decidido apoyo a la guerra que ha emprendido Rusia contra Ucrania, con sus resultados ecológicos nefastos y trágicos. Con razón, el jefe de la Iglesia católica ha dirigido duras impugnaciones a su colega, a quien le ha exhortado a que «No se convierta en el monaguillo de Putin» (BBC, 4 de mayo de 2022). 

Para los cristianos ortodoxos y católicos los temas y problemas medioambientales no impactaban anteriormente en su conciencia religiosa ni moral. Pero, con el paso del tiempo, la conciencia ecológica fundamentada teóricamente por filósofos, biólogos y artistas, pero, sobre todo, la lucha impulsada por el movimiento verde, fue imponiéndose y ganando terreno incluso en sectores que se habían mantenido ajenos a estas cuestiones vitales del mundo de hoy. No deja de ser un acontecimiento relevante que los fieles ortodoxos y católicos confiesen y se arrepientan de sus pecados ecológicos. 

Sin embargo, la defensa del medio ambiente y la custodia del planeta no está́ exenta de conflictos en ninguna esfera del humano acontecer, pues no obstante el papa Francisco plantear que el catecismo católico debe introducir los pecados contra la ecología, cuatro años después el cardenal Gerhard Muller, de Sidney, dijo que la Iglesia «no es un partido verde» y que «la política medioambiental no tiene que ver con la fe y la moral. Estas son cuestiones para los políticos y para la gente que vota por el partido ecologista con el que coincide». 

Situación internacional y estado de la cuestión en la República Dominicana 

El desarrollo exponencial de los avances tecnológicos al servicio del afán de lucro, el tema de la vulnerabilidad de la naturaleza o el tema de respetar el derecho de las generaciones futuras a disfrutar de un planeta con condiciones viables, obligan a adoptar el principio de precaución en materia de medio ambiente y recursos naturales. No se puede dejar la tierra a merced del capital salvaje que pretende engullirlo todo, ni de los políticos que, en aras de llegar y mantenerse en el poder, delegan, transigen y ponen en manos de poderes fácticos la toma de decisiones en temas tan cruciales. 

Vinculado a esta actitud egoísta y ecológicamente nociva, se tiene al utilitarismo antropocéntrico, el cual se expresa en lo que se denomina ambientalismo de libre mercado. Tal perspectiva «defiende mercantilizar todos los recursos y las principales especies (por ejemplo «privatizando» ballenas). Entienden que el mercado ofrece las mejores opciones para gestionar esos recursos, como puede ser propietarios que defienden sus ecosistemas o especies. 

Desde Hans Jonas viene postulándose que las nociones de dignidad y derechos humanos no son exclusivamente de las personas que vivimos en el presente, sino también de las generaciones por venir; pero, además, de la naturaleza, para la cual deben postularse también dignidad y derechos. Se tiene, incluso, dos países en cuyas constituciones se consignan sendas nociones jurídicas. Nos referimos a Ecuador y Bolivia, lo cual habla muy bien de Latinoamérica, región del mundo donde surgió la teoría o ética del buen vivir, expresada en las formas de vida y la visión de la naturaleza de los pueblos originarios de los Andes y la Amazonía. La categoría central de esta perspectiva ética es Pachamama o la Madre Tierra. Herederos y propagadores de esta concepción son hoy pensadores/as de Bolivia, Ecuador, Brasil, Colombia y otros países de Suramérica. En la región, asimismo, se tiene el legado de Leonardo Boff, con múltiples obras dedicadas a dimensionar el cuidado del planeta con énfasis en la Amazonía. Del mismo modo, sobresale la llamada teoría del extractivismo, impulsada y sistematizada por el uruguayo Eduardo Gudynas, quien ofrece un excelente abordaje de la forma intrusa y esquilmadora con que se extraen del seno de la tierra metales preciosos, petróleo, etc. Como puede advertirse, la ética ecológica sigue experimentando avances y respondiendo a los retos actuales. Surgen nuevos conceptos como ciudadanía ecológica, ciudadanía terrestre, justicia ambiental o justicia ecológica. Hoy se enarbola una ética planetaria que prefiere hablar de matria en vez de patria, conforme los problemas medioambientales y ecológicos sobrevuelan las fronteras, revistiendo un carácter básicamente global, terrestre. 

La situación ambiental en que nos encontramos actualmente no cesa de ofrecer nuevos términos y reflexiones tendentes a captar, debatir y denunciar el nivel de deterioro y vulnerabilidad al que está sometido el planeta y su variada biodiversidad. Cambio climático, extinción de especies, contaminación del aire, ríos y océanos, reducción de la capa de ozono, deterioro y extinción del lecho y caudal de los ríos, desertificación, tienen al mundo sumido en la debacle. ¿Cuál será el impacto final, en términos ambientales y ecológicos, de la fatídica guerra desatada por Rusia contra Ucrania? Ya están a la vista los estragos ocasionados por la contaminación y la destrucción, con sus secuelas de víctimas humanas, miles de desplazados y daños invaluables en el conjunto de los ecosistemas y la biodiversidad. 

En la República Dominicana brillan los esfuerzos por contener los intentos depredadores del medio ambiente y nuestros recursos naturales. Las compañías extranjeras y el capital criollo aspiran a libertad de acción para emprender todo tipo de proyectos mineros, pesqueros, de tala de árboles para comercializar su madera o plantar en su lugar nuevas urbanizaciones, o bien con fines de edificar modernos hoteles turísticos. Pero una de las acciones que vienen provocando más conflictos y hasta muertes es el otorgamiento de permisos para la extracción de agregados y gravilla en nuestros ríos. 

Todavía el país no sale del asombro por el asesinato perpetrado en la persona del ministro de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Orlando Jorge Mera, que tiene vinculaciones diversas, entre ellas no otorgar autorización oficial para sacar de los ríos materias primas empleadas en la industria de la construcción. La custodia y protección de nuestras fuentes acuíferas es de vida o muerte y debemos estar agradecidos de los funcionarios que están dispuestos a no transigir ante las apetencias y voracidad de personas e instituciones para las cuales la tierra es una especie de cantera o inmenso arsenal de recursos donde se puede arrancar o violar todo lo que se encuentre, sin ningún escrúpulo. De ahí que merecen ser reconocidas aquellas personalidades, vivas o muertas, que están o estuvieron dispuestas a dar su vida por una causa cuasi sagrada. Luchando sin cesar contra compañías que se robaban el lecho del río Nizao, con la connivencia de las autoridades, Sixto Ramírez, habitante de la ribera de dicha fuente fluvial, fue fusilado por empleados de una grancera. Ofrendó su vida por resguardar una de las fuentes de vida más valiosas, como son los ríos. Es, en tal sentido, el primer mártir ecológico de nuestro país. Ojalá se cree la conciencia necesaria entre toda la ciudadanía y entre los empresarios y las instituciones públicas para que no tengan que sucumbir más vidas al defender parte del patrimonio natural del pueblo dominicano. 

Una terminología que nos concierne directamente es la de «migración ecológica», la que hace años afecta al hermano país de Haití y tiene sus causas más remotas en los desmontes y la tala de madera propiciados por el colonialismo francés. Los migrantes ecológicos tienen sus peculiaridades, entre ellas que lo que buscan en primer lugar es qué comer. Se quiere sobrevivir y hay que evitar morir de hambre. Este se constituye en uno de los principales problemas para los habitantes de toda la isla y no solo de República Dominicana, como podría pensarse, y debe ser sopesado con la inteligencia y la prudencia que amerita. 

Poshumanismo y transhumanismo: desvelos por el diseño de un nuevo ser humano 

Si en el tema anterior se puso de relieve la crítica de la ética contemporánea a la ética antigua y moderna, en tanto su enfoque antropocéntrico carecía del aparato teórico y conceptual para dilucidar apropiadamente los problemas suscitados en el entorno ambiental, en esta segunda parte se mostrará cómo desde la óptica poshumanista se discrepa de los relatos del humanismo por carecer de herramientas categoriales que permitan dar cuenta de los cambios y aspiraciones sustanciales de la humanidad en las últimas tres décadas. 

Provocan asombro y despiertan muchas dudas los esfuerzos emprendidos por la biología, la cibernética y la inteligencia artificial, tendentes a delinear los perfiles de un ser humano con características situadas más allá de las que exhibe hasta el presente. Con serias objeciones emanadas de los campos de la filosofía o la ética, el derecho y la teología, las investigaciones y reflexiones inter y multidisciplinarias de científicos, ingenieros y filósofos no se detienen, toda vez que tienen propósitos bastante claros y definidos. 

Para ponernos a tono con lo que viene ocurriendo desde finales del siglo XX, conviene analizar las dos primeras tesis del Manifiesto Poshumanista divulgado por Robert Pepperell en 1995: «Ya es claro que los humanos hemos dejado de ser las “cosas” más importantes del universo. Lo anterior es algo que los humanistas no han podido entender aún. Todo el progreso tecnológico de la sociedad humana se articula hacia la transformación de la especie humana como se entendía» (Pepperell, 2012, citado en Matos Moquete, 2018). 

Los poshumanistas enarbolan, pues, un programa diseñado estratégicamente para transmutar al Homo sapiens, tal y como ha sido concebido desde la perspectiva humanista de los autores renacentistas, pasando por la Ilustración hasta llegar a la época contemporánea. Están convencidos de que el relato humanístico acusa un grave desfase de cara a los nuevos desafíos que tienen ante sí las personas en el mundo de hoy. En opinión del filósofo alemán Peter Sloterkijk —que en 1999 retó a Jurgen Habermas por sus tesis defensoras de un humanismo neoilustrado—, el modelo actual de humanismo resulta incapaz de informar y formar a las personas en los temas relacionados con «las nuevas formas de relaciones humanas y las transformaciones del espacio íntimo, privado y de los espacios públicos a partir de la revolución digital» (Chavarría, 2013, citado por Matos Moquete, 2018). 

Frente a estos autores, Manuel Matos Moquete sostiene que no habrá de renunciarse del todo al humanismo, tal como ha sido concebido en Occidente, ya que estableció principios y valores acerca de la persona humana que mantienen su validez tras varios siglos de vigencia. Tras argumentar la necesidad de no abandonar sin más el proyecto humanístico, el lingüista y pensador dominicano plantea la urgencia de «un relato total del humanismo, un relato abierto e inconcluso como el humanismo helénico y el renacentista. Un relato que conserve el núcleo ideológico de aquellos relatos, pero con una nueva narratología: nuevas acciones, nuevos tiempos, nuevos personajes y nuevos valores». 

Matos Moquete deplora el nuevo ethos y algunas formas de vivir de la sociedad actual, surgidos al calor de las nuevas transformaciones propiciadas por la tecnología de la información y la comunicación, donde reinan la deshumanización y la ausencia de propósitos e ideales. En tal sentido, deplora que en nuestros días los seres humanos «Estamos reducidos a la irrisión, al escarnio, a la cultura del entretenimiento. La fiesta, el juego en general, los matatiempos o los ganatiempos, son la expresión de la situación dramática del ser humano, que ya no puede esperar nada de la historia y ante el absurdo […] se entretiene indefinidamente con palabrerías, tecnologías y trucos de las mil maneras, entre ellos el gran consumo, sello característico de esta sociedad». El autor enlista algunos de los avances de la bioingeniería y la biomedicina, como fecundación in vitro, células embrionarias, clonación, descodificación del ADN; empero considera que estos adelantos no son totalmente ajenos a la utopía ya abrazada por el humanismo, desde su primera expresión en la época renacentista. En tal sentido, al ser humano como un hecho cultural, no de carácter divino, «Nadie, ni siquiera Dios, lo creó cuando según el Libro del Génesis dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” […] El ser humano ha sido obra del ser humano en un largo y tortuoso proceso de evolución, sobrevivencia y adaptación al medio, armado de dos recursos que le son congénitos: el lenguaje y el razonamiento». 

Otro autor que importa considerar es José Ignacio Galparsoro, quien trae a colación el tema de la evolución en la dilucidación de la temática. Para este autor, la evolución desempeña una función relevante cuando se trata de explicar el fenómeno humano en su aspecto biológico o cultural, indicando que el hombre constituye un resultado más del ciego proceso evolutivo. Además, que el ser humano puede intervenir en el complejo proceso de la evolución para tratar de «mejorar» sus prestaciones biológicas y atravesar así el umbral de lo humano con la meta de alcanzar una condición «poshumana» o «transhumana». En tal sentido, Galparsoro expone y pregunta: se están empezando a abrir las puertas para que la razón (un producto de la selección natural) pueda actuar de manera consciente sobre el mecanismo evolutivo. Se plantea así una cuestión, inquietante para muchos: ¿Se puede cambiar la naturaleza (incluyendo la naturaleza humana) de manera consciente? A la que sigue otra: Si se puede, ¿se debe hacer? 

Como puede apreciarse, en los días que corren se transita una etapa febril en que científicos, ingenieros, filósofos y artistas se lanzan con avidez a conquistar la inmortalidad y la divinidad. Como señala Yuval Noah Harari, la inmortalidad ha sido una gran meta humana. Nos orientamos cada vez más hacia una prolongación de la vida humana. La felicidad es un reto acariciado, ya proclamado por Platón. Hemos alcanzado un alto nivel de bienestar, pero no somos felices. Ese es un propósito que la humanidad no abandona. La divinidad implica un dominio del ser humano de su propia imagen y de su propio destino, sin la intervención de fuerzas sobrehumanas. Los hallazgos científicos y los nuevos inventos tecnológicos se dirigen hacia esa meta. 

Si se da seguimiento a la ruta delineada por los principales impulsores del transhumanismo y el poshumanismo, se tiene la información de que hacia el 2050 se podrán verificar algunos de sus grandes pronósticos. Esto implicará que se tenga que cambiar parte del andamiaje jurídico presente en muchas de nuestras constituciones, puesto que se tendrán que promulgar derechos cívicos para las máquinas inteligentes, actualmente inexistentes en las legislaciones, las cuales para operar van a requerir ser dotadas de identidad y de derechos. Pero no eso solamente: será un imperativo flexibilizar y ampliar los esquemas en los planos ontológicos, única forma de reservar a los cyborgs derechos para interactuar con el conjunto de los seres vivos. Estos constituyen algunos de los desafíos que arrojan las reflexiones últimas de los autores propulsores del poshumanismo y el transhumanismo, con las cuales vienen provocando nuestra capacidad de asombro y las dudas por todo lo que pueda suceder. 

Pandemia complicada con la guerra en Ucrania: hacia un ethos y cultura de paz y del compartir.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la humanidad no había experimentado situaciones límites tan catastróficas como las registradas en los últimos tres años en el contexto de la presente pandemia. Situaciones que se complicaron extremadamente cuando, sin haber salido de la crisis sanitaria, Rusia sorprendió con la invasión y declaratoria de guerra a Ucrania. Duro golpe a los ideales, predicados por la Unesco y personas de buena voluntad, de construir una cultura de paz. Tales ideales se han estrellado siempre frente al ansia voraz de las potencias por agregar territorios y acumular más poder dentro del tablero político global. 

A mi modo de ver, la pandemia de la covid-19 deja a la humanidad cinco enseñanzas: 

Los países ricos no piensan en los demás cuando de favorecer a sus gentes se trata. Fue una ignominia ver cómo hubo cúmulos de vacunas en algunas naciones, cuando en la mayoría fallecían millones de personas por no estar inoculadas. 

El azar tiene más incidencia en nuestras vidas que la que solemos atribuirle. En el transcurso de su desarrollo, nuestra existencia está expuesta a múltiples factores y eventos que bien pueden encerrar posibilidades, pero también generar obstáculos o limitaciones. «Escogemos» o decidimos actuar en medio de algunas circunstancias, pero esas circunstancias pueden también «escogernos a nosotros». Significa que nuestra libertad, en realidad, está condicionada de muchas maneras. 

La ciencia y la tecnología, si bien no tienen la solución de todos los problemas, pueden solucionar algunos, hasta cierto punto. La vacuna contra la covid-19 es fiel demostración de ello. Denostada y recusada por muchos, permitió que miles de millones de personas siguieran con vida. La tecnología jugó un ostensible papel. Por ejemplo, aun con las consabidas limitaciones, la docencia pudo continuarse en los lugares que tuvieron conexión gracias a los entornos virtuales que la posibilitaron. El teletrabajo, que ya era una realidad, amplió su cobertura e hizo viables las faenas laborales y la oferta de servicios online. En los hogares, mediante los canales informativos y comunicativos, hubo facilidades para la información y el entretenimiento de las personas que, de otro modo, no habrían podido soportar tanto tiempo en estado de encierro. Nunca se pensó que familiares y amigos diseminados por el mundo llorarían y se darían consuelo a través de Zoom, Google Meet u otra plataforma digital. 

Se corre el riesgo de acostumbrarse a una vida aislada y ajena a las prácticas de la alteridad y la solidaridad. Suelen darse casos de personas que al estar confinadas por un largo periodo desarrollan el síndrome del presidiario, a saber: habituarse a las formas de vida del encierro y preferirlas a las de un estado de vida libre. Frente a la tendencia bélica de muchos Estados y Gobiernos, que, dicho sea de paso, obtienen ganancias exorbitantes en base a su industria armamentística —por lo que la guerra lleva aparejado un aspecto económico que no debe desdeñarse—, y de cara al espíritu individualista de una sociedad basada en el espíritu de lucro y del «sálvese quien pueda», debe abogarse por los valores que enfatizan una cultura de paz y un ethos fundamentado en el compartir y en la justicia social. 

Hoy se está más convencido que antes de que la vida del ser humano pende de un hilo y de que, por tanto, podría perderse en un abrir y cerrar de ojos. En tal sentido, debemos estar conscientes de nuestra ineludible fragilidad, de la poquedad que nos caracteriza, y de la condición fundamentalmente contingente de nuestras vidas. El estoico Epiciclo sostenía que el origen de la filosofía es el percatarse de la propia debilidad e impotencia. Distingo tres momentos cruciales en que nos vimos abatidos casi todos/ as: el primero, cuando tras el diagnóstico fatal de algún familiar o amigo entrañable afectado de covid-19, se ordenaba mantenernos alejados, sin posibilidad de verle o asistirle en momentos cruciales; segundo, cuando esa misma persona fallecía y debía ser sepultada sin ninguno de los ceremoniales propios de la tradición; tercero, cuando uno se enfrentaba a la imposibilidad de dar un abrazo de mutuo aliento y resignación a personas a las que nos atan lazos de íntima familiaridad o amistad. La partida a destiempo de familiares y seres queridos en el marco pandémico, aún vigente, nos pone en actitud de escarmiento, tornándonos conscientes de que la vida es una breve estancia y, en razón de ello, debería ser aprovechada al máximo. En realidad, constituye una calamidad que sea necesario atravesar por estas calamidades para caer en la cuenta de esta gran verdad. 

A modo de conclusión 

Apiñados en las grandes ciudades tratando de eludir los riesgos que acechan a cada paso, combatiendo una contaminación in crescendo y disputando los espacios vitales con autos y artefactos, así vamos hoy por la vida los seres humanos. 

Lejos de ir ligeros de equipaje, como es recomendado, muchos vamos atiborrados de cosas que en muchos casos ni necesitamos, pasando por alto que, en vez de nosotros usarlas o consumirlas a ellas, son ellas las que nos usan y consumen a nosotros. Ridículamente, pretendemos llenar nuestros vacíos existenciales acudiendo a un consumismo insaciable, colmando de desechos el planeta, al que hemos convertido en un inmenso vertedero. 

Atenazados por el miedo y la incertidumbre, puesto que la pandemia, combinada con la escasez de productos debido a la guerra desatada por Rusia contra Ucrania, torna cada vez más difícil la subsistencia y la sana convivencia entre personas y países, se pretende sustituir la fuerza de la razón, del diálogo respetuoso y de las normas y valores éticos, por la fuerza ciega de los misiles y de la soberbia político-militar de cúpulas gobernantes. 

Se ha diseñado el control de una ciudadanía indefensa manipulando sus gustos y emociones con recursos sofisticados proporcionados por las tecnologías de la información y la comunicación. 

Las fakes news o noticias distorsionadas disputan su eficacia mediática con opiniones sustentadas en la objetividad o debidamente argumentadas. No por casualidad ha surgido un vocablo nuevo, infoxicación, para designar el estado de ansiedad y estrés que genera entre las personas el cúmulo infinito de informaciones que se reciben constantemente, pero sin estar en capacidad de asimilar y discernir. 

Si el poder invisible de la divinidad pudo convertirse en guardián efectivo para garantizar el orden y el cuidado de personas y bienes en sociedades tradicionales que no conocían el satélite ni el poder mágico del algoritmo, en la etapa actual se pretende aplicar todo el poder de que son capaces los recursos electrónicos o digitales para generar otro poder invisible: el satelital, el de las cámaras, facilitado por la tecnología de última generación. Gran Panóptico de nuestro tiempo, todo se vigila y controla desde poderosas plataformas que no podemos ver los simples mortales. Así las cosas, el accionar humano abriga temores bien fundados de que se sabe todo cuanto hacemos, que se conocen nuestros gustos y preferencias, quedando en entredicho la privacidad, la libertad individual. Por esta ruta eficaz de monitoreo de la conducta, examinando y cotejando fotos, imágenes y trazos virtuales de nuestra incursión en el mundo y el cibermundo, se corre el riesgo de robotizar y despojar al ser humano de lo más preciado de su condición de ser humano: su dignidad e identidad personales. 

En los tiempos en que Dios era mantenido como guardia efectivo en las sociedades tradicionales, prometiendo el paraíso celestial como recompensa para los justos y el infierno para los pecadores, el miedo constituía también la piedra angular para asegurar un comportamiento ajustado al entorno sociocultural correspondiente. Hoy, la tecnología, con todo su poderío, convertida según algunos autores en una nueva religión por los poderes mágicos e infinitos que reviste, no puede ni debe cargar con la responsabilidad de pautar y dar sentido al ethos nuevo en que nos instala la sociedad de la información, pero también de la infoxicación. 

En tal contexto, la filosofía debe continuar desempeñando el rol de potenciar la racionalidad crítica frente al ser y el acontecer del mundo actual; favorecer el diálogo constructivo entre los diversos saberes; propiciar una mirada o visión de conjunto de la realidad; contribuir con los debates en torno a los componentes principales que deben caracterizar a la nueva ética que demandan las circunstancias en un mundo que precisa del respeto mutuo para una sana convivencia, pero que hoy lucha en medio de desigualdades e injusticias sociales insostenibles, de inseguridad, violencia; todo lo cual se complica hoy por los efectos de una larga pandemia y los conflictos bélicos que ocurren en Ucrania. La filosofía, pues, hoy más que nunca, debe estar atenta a los latidos de una realidad harto compleja e inquietante, ante la cual hay que seguir manteniendo la capacidad de admirarse, de dejarse interpelar por la duda y estar muy atentos a las situaciones límites. 

Tres motivos que han impulsado a las personas al cultivo de la filosofía. 

Julio Minaya, doctor en Filosofía por la Universidad del País Vasco. Es profesor titular de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde fue director de la Escuela de Filosofía (2002-2008). Miembro de número de la Academia de Ciencias de la República Dominicana; vicepresidente de la Red Iberoamericana de Filosofía y presidente-fundador de la Asociación Dominicana de Filosofía. Autor del libro Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico (2014). 

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