La era del sida comienza oficialmente en 1981. Transcurrieron unos cuantos años para que llegara al cine una serie de películas y documentales relacionados con este flagelo. A continuación, se hace un recorrido por las películas más importantes relacionadas con el VIH/ sida en el que se describe y analiza la manera en que los directores y los actores las abordaron.
También se habla del filme Antes que anochezca y se establece una comparación entre la película y el libro. A finales de octubre de 2004, algunas agencias de prensa revelaron un suceso poco común. Una persona, en un cine de París, se sentó sobre algo que le pinchó el trasero. Cuando miró lo que era, se encontró con una aguja de coser que tenía atado un pequeño papel muy bien doblado en varias partes. Al leerlo, la persona tembló: «Acabas de ser infectado por el HIV».
Al principio, no le dio importancia al suceso, pero su familia la instó a hacerse la prueba del sida. Y el resultado de los análisis dio certeza a la nota dejada intencionalmente sobre el asiento de la butaca del cine y atada a la aguja infectada. Este no fue un caso aislado. Con anterioridad, el Centro de Control de Enfermedades de Francia había reportado casos similares en varias ciudades. Agujas cómo esa infectaron a parroquianos inocentes en hoteles y aeropuertos. La noticia, más que desgarradora, apoyaba la tesis de la universalidad del contagio del VIH/sida, contrariamente a lo que pensaba una buena parte de la humanidad en el sentido de que la transmisión del virus venía exclusivamente de parte de los homosexuales. Desde finales de los setenta y principios de los ochenta, años de la aparición mediática del VIH/ sida, una buena parte de la humanidad ha venido sumándose al discriminatorio criterio de que este se relaciona con el mundo homosexual. En 1982, el New York Times se refirió a «una forma extraña de cáncer que afecta a la comunidad homosexual». Dicha declaración fue el inicio de esta campaña subjetiva y falsa que no encontró forma de ser detenida a tiempo. En el cine ocurrió algo similar. Algunos estudios acerca de «la peste rosa» la vinculan con el cine gay, e incluyen entre sus precursores a algunos maestros que, como Pier Paolo Passolini, no ocultaron jamás su condición homosexual tanto dentro como fuera de la pantalla. Pero una cosa es el cine gay y otra es el VIH como tema. Cuando se vinculan ambos se tiende a afianzar la falsa tesis de adjudicar exclusivamente a las comunidades gay y lesbiana los «desastres» del mal. De esa forma, el hecho artístico queda relegado a un segundo plano cuando debería ser todo lo contrario.
La primera vez que el mundo del cine incluyó este tema en su historia no fue precisamente por su aparición dentro de una obra en celuloide. En 1985, la prensa norteamericana dio cuenta de la primera víctima famosa que contrajo el virus: el popular actor Rock Hudson, quien, por otra parte, era el prototipo del héroe norteamericano desde los años cincuenta. Todo Hollywood sabía que Hudson ocultaba su doble vida homosexual; sin embargo, la noticia de su muerte a causa del virus causó un gran impacto mediático y, por supuesto, en el mundo del cine. Seis años después, la pantalla estadounidense estrena la primera pieza dedicada a explorar la enfermedad y sus consecuencias a partir de la crónica de tres parejas gays en la ciudad de Los Ángeles. El filme, titulado Longtime Companion (Juntos para siempre), fue una obra de bajo presupuesto dirigida por Norma René que, más que aportes formales, incluyó una odisea para su distribución tanto dentro como fuera de los Estados Unidos, ya que ninguna cadena se atrevía a promover un tema tan «espinoso» debido a las seguras pérdidas económicas. La película de René quedó como la gran precursora del tema del VIH/sida y sirvió de precedente para que otros proyectos pudieran llegar al gran público. A partir de esa fecha, la industria norteamericana ha sido la que más ha promovido (tanto en obras como en concursos) la historia de los infectados con el mal llamado «cáncer gay». Como A Pedro Almodóvar, en Todo sobre mi madre, ofrece un ángulo no superado 89 industria que prioriza el entretenimiento por encima de la preservación de valores culturales, Hollywood ha incurrido en lo sensiblero. Más que en historias de trasfondo humano, la gran mayoría de las proyecciones de la meca se han enfocado en la persistencia de la homofobia. Un valioso exponente ha sido la laureada obra de Jonathan Demme, Philadelphia (1994), protagonizada por Tom Hanks. Aquí se parte de la discriminación laboral que sufre un infectado del virus que mantenía en bajo perfil su relación homosexual. Ese mismo año, el francés Cyrill Collard aborda con perspectiva novedosa la tragedia de tres seropositivos que viven una desenfrenada pasión hasta el final de sus días.
Su película Las noches salvajes es una pieza de obligada referencia al citar los clásicos del género. En los últimos años, los norteamericanos han tocado otros aspectos del mundo de los enfermos del VIH como las redes semi clandestinas de personas que buscan infectar (Boleto al paraíso, Gerardo Chijona, 2010), el repunte de la promiscuidad (Happy Together, Won Kar Wai, 1997), así como el tema de los enfermos terminales que deciden poner fin a sus días con la ayuda de médicos y familiares. Pedro Almodóvar, en Todo sobre mi madre, ofrece un ángulo no superado: el tema del contagio adquiere ribetes no discriminatorios y salta al mundo de las personas «normales». Galardonada con el Óscar a la mejor película extranjera en 2002, aquí no se proyectan sentimientos de lástima, ignorancia o resignación. Sus protagonistas saben crecer en medio de sus dramas respectivos y no se dan por vencidos. Con esta obra de arte, Almodóvar supera los días en que el cine miraba al VIH por encima del hombro. A la realizadora cubana Belkis Vega le corresponde inaugurar el tema del VIH en el cine caribeño con su documental Viviendo al límite (2004). En su caso, Vega se aparta de la línea homofóbica y sensiblera con que el cine comercial presenta a los pacientes del virus para concentrarse en el mundo interior de sus personajes. Ella no se detiene en explicaciones «malditas». No se preocupa de informar o sugerir sobre las preferencias o no de sus protagonistas. Vega humaniza sin pretender. Evita tremendismos. Aporta ese toque de espiritualidad que pocos cineastas han logrado dentro de este tema. Fotograma de la película Todo sobre mi madre 90 Esta es la historia de tres hombres y dos mujeres infectados con el VIH/sida que no solo aceptan el mal que han contraído, sino que son capaces de vivir como cualquiera a pesar de estar marcados por la muerte. La directora no solo partió de la experiencia de sus personajes, sino que realizó un trabajo de investigación previo con instituciones, especialistas y personas. Su puesta en escena no es convencional.
El documental incluye el recurso conocido mundialmente como playback theater (teatro espontáneo), que une a la técnica del documental la dramatización de las historias de los personajes por actores seleccionados por ellos mismos, capaces de transmitir sus respectivas historias con movimientos y diálogos, acercando al espectador a una visión más emotiva y dinámica. Actores y testigos se complementan con escenas exteriores donde los enfermos muestran su cotidianidad. Vega ha logrado vestir de arte la confesión de cinco condenados, entre risas y sorpresas. En ellos, el VIH/sida abandona su terrible tremendismo para insertarse como un canto de sobria claridad, un viaje de lo real a lo subjetivo donde el asombro irradia hermosura. Cuando apareció la primera edición del libro de memorias de Reynaldo Arenas, el mundo de la literatura de habla hispana no advirtió que se trataba de un documento terrible. En muchos espacios se leyó entre líneas, a imagen y conveniencia, y la vida del autor solo quedó como espacio crítico contra una fórmula política instaurada en el poder. Arenas concluyó Antes que anochezca a duras penas, meses antes de su suicidio en una buhardilla de Nueva York. No se quitaría la vida el escritor por estar infectado por el VIH/sida, sino por un indeclinable sentimiento de angustia. La angustia por volver a su patria fue superior a las constantes humillaciones que allí le hicieron sufrir. Al sentirse herido de muerte, se encerró a escribir como un demente, y no se detuvo hasta que terminó su libro. Era un escritor de pies a cabeza que dedicó su vida más al complejo e incomprendido mundo de la creación literaria que a las veleidades del sexo, aunque encontró en este el complemento indispensable para llevar su profesión hasta sus últimas consecuencias. Reynaldo Arenas concibió Antes que anochezca como su venganza personal. Su ajuste de cuentas contra la intolerancia. Su desafío a un tiempo.
En las páginas del libro, más que un odio atroz contra quienes lo humillaron, se respira el dolor, el cinismo y la irreverencia de un gran escritor que –justo o no– pasó su vida en la terrible búsqueda interior en medio de dos sociedades que le cerraban sus puertas, avergonzadas por su condición de «carroña» moral. Se publicaron las memorias y muchos ocultaron su rostro con vergüenza, mientras que otros encerraron el tomo en los profundos e ilegibles espacios del polvo. Pecho adentro, sus detractores no admitían tanta verdad trascendida, tanta grandeza emocional, tantas impiedades profesionales. Reynaldo Arenas «no perdonó a nadie». Ni al Gobierno cubano ni a las fanfarrias de Miami. Por tocar los duros cimientos del poder, debía ser olvidado. Pocos apostaron a reediciones masivas. Mucho menos a que Hollywood la incluyera en su catálogo. Era, en apariencia, un caso cerrado. La noticia del filme removió las entrañas del mundillo cultural. Sus detractores temblaron. La humanidad vivió jornadas de esperanza frente al mito de la resurrección: una película sobre un disidente cubano contagiado por el VIH/sida y producida en los Estados Unidos era una magnífica ocasión para mostrar una vez más las veleidades del enfrentamiento interminable entre los Reynaldo Arenas concibió Antes que anochezca como su venganza personal 91 dos extremos cubanos. Sin embargo, al mirar el sello de la casa productora, se sabía lo que iba a venir: un documento moralizante contra una sola de las partes en conflicto. Quienes conocían el libro reían entre dientes porque Antes que anochezca no era solo un documento de denuncia contra los excesos castristas: significaba tal vez la primera contundencia literaria de un inmigrante cubano contra la sociedad antillana de Miami. Allí estaban con el nombre de «humillaciones» las indiferencias hacia el exiliado escritor en sus primeros años norteamericanos. La sociedad cubana de Miami, según Arenas, condenaba a todo escritor cubano exiliado por el simple delito de pensar. Vivir en Miami fue a la larga su gran frustración. Ser homosexual, escritor y pobre eran delitos perseguidos por el «capitalismo». Pero aquí hay algo peor: Arenas, en sus memorias, denuncia el maltrato y los deshonores contra otros escritores exiliados cubanos por parte de esa comunidad. La versión cinematográfica de Schnnabel (uno de los pintores abstractos más exitosos de los Estados Unidos) no solo ignora este episodio, sino que despoja su tragedia de todo signo de cuestionamiento a Miami.
Esto, unido a la caricatura de una sociedad, hace que la cinta transite por el marco de la incredulidad. Su injustificada timidez al presentar la confesa y episódica preferencia sexual es desconcertante. Reynaldo Arenas no fue conspirador ni lavaplatos. Tal vez un niño campesino que, para su propia fortuna, nunca terminó de crecer: vivía demasiado ajeno a los desafueros del poder. Esta imagen no está en la cinta. El discurso cultural se pierde entre frases traídas por los pelos y manipulaciones políticas que creíamos perdidas. El noventa por ciento de la historia transcurre antes de los sucesos del Mariel, en 1980. La desigualdad tendría un lógico pretexto si la cinta concluye tras la llegada de Arenas al «paraíso de la libertad», con final abierto. Pero la inclusión de unos escasos y no creíbles minutos de «felicidad» norteña no tiene ni el encanto de la verdad ni la gracia del arte. Una de las actuaciones memorables de los últimos años es la que alcanza el español Javier Bardem encarnando a Reynaldo Arenas. Los excesos de los guionistas son suplidos por la maestría actoral. El personaje se erige contra el escritor cubano Reynaldo Arenas 92 manipula su vida y delata lo más difícil de alcanzar: lo creíble. No en vano, la Academia lo nominó al Óscar como mejor actor. Bardem se metió en la piel de Reynaldo Arenas con más responsabilidad y sentido del arte que Schnnabel en la interpretación del libro.
El filme no pasa de ser un burdo instrumento de propaganda política en medio de una guerra ideológica que parece no morir para los cubanos. Schnnabel tuvo en sus manos la posibilidad de contribuir a la unidad a partir de una tragedia individual. Pero su intención no era esa. Al erigirse como Dios y sancionar solo a una de las partes en conflicto, deja mucho que desear. Before night falls es un panfleto, a pesar de algunas caracterizaciones de la época bien logradas. Javier Bardem, como actor, es otra cosa. Es lo más cercano al respeto que merece la cultura en tiempos de intolerancia. Hasta el presente, la historia del cine ha formado un catálogo multiforme de obras sobre el VIH/sida. Una gran cantidad de esos filmes que tocan el tema también se han proyectado desde una perspectiva gay. Con esto se ratifica que el prejuicio continúa. Ahora los cineastas han caído en el mismo error de la mayoría de los estudiosos del cine al presentar en sus filmes a los gays y lesbianas como responsables del mal. El gran logro de la llegada de las seropositivas al séptimo arte, desde el punto de vista ético, supone el rompimiento de esquemas. Ya no se censuran ni se rechazan filmes. La realidad hizo posible que el espectáculo visual fuera un vehículo natural de apertura y aceptación hacia los contagiados. Pero, a decir verdad, todavía quedan muchos tabúes por romper.
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