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In memoriam Harry Hoetink

by José del Castillo
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El domingo 13 de febrero me hallaba en Jarabacoa disfrutando de la placidez única de un fin de semana de montaña en el magro invierno tropical. Había llevado en el equipaje un ejemplar de mi libro Ensayos de Sociología Dominicana, publicado originalmente en 1981 por Ediciones Siboney. Hacía tiempo que no repasaba su contenido, a pesar de que Taller había hecho ediciones posteriores. Recordaba que mi viejo amigo Harry Hoetink había escrito una reseña de la obra en un anuario académico europeo, pero se había borrado de mi memoria –que suele ser bastante fiel y precisa– que el eminente sociólogo holandés era precisamente el autor del prólogo. Grata fue mi sorpresa al “descubrir” que Harry había redactado en Santiago de los Caballeros su elogiosa presentación de esos ensayos. Luego pude comprobar en mi biblioteca que el autor de la reseña era el historiador Thomas Mathews, publicada en 1982 en New West Indian Guide, anuario dirigido por Harry Hoetink. Con el ánimo en alto –tonificado al releer tan amable ponderación de un profesional de las Ciencias Sociales a quien apreciaba entrañablemente y era el pionero de los estudios modernos de Sociología Histórica en el país, con su emblemático libro El Pueblo Dominicano: 1850- 1900– decidí movilizarme hacia el centro del poblado a procurar la prensa dominical.

Ya frente al kiosco de diarios de La Tinaja sufrí un verdadero shock. Mi felicidad duró poco. El matutino Hoy consignaba la infausta noticia: “Falleció ayer Harry Hoetink”. Apenas dos semanas atrás me había comunicado por e-mail con otro viejo amigo, el octogenario antropólogo norteamericano Sidney Mintz, para notificarle que en mi discurso de ingreso como Miembro de Número de la Academia Dominicana de la Historia –dedicado a la formación de la industria azucarera dominicana– haría un reconocimiento de su obra (Worker in the Cane; From Plantations to Peasantries in the Caribbean; Sweetness and Power, The Place of Sugar in Modern History), influencia y amistad. Y que lo propio haría con el fallecido y querido historiador cubano Manuel Moreno Fraginals, autor del celebrado libro El Ingenio y, por supuesto, invocaría el aporte fundamental de mi admirado Harry Hoetink, quien con su estudio modélico abrió la trocha por la cual otros cómodamente transitaríamos. Sidney me respondió emocionado. Y así sucedió el 31 de enero en los salones de la vetusta corporación académica. Más aún, recién había “bajado” de la web una reseña de la fiesta de celebración del retiro de la vida académica activa de Harry Hoetink, con fotos de Sidney Mintz, Richard Morse, Franklin Knigth, Richard y Sally Price, Anthony y Consuelo Maingot, y otros colegas de Harry y Ligia Espinal, su dulce y talentosa compañera dominicana, hermana de mis apreciados Andrés Julio y Rodolfo Espinal. Pero era domingo 13 y la felicidad duró poco. 

Perfil de una entrañable amistad 

A Harry Hoetink me unió una entrañable amistad, macerada en múltiples encuentros académicos y sociales, en compañía de otros colegas y de su esposa Ligia, cuajada en los más diversos escenarios del país, Puerto Rico y Estados Unidos. De su presencia en la Escuela de Sociología de la UASD, a la cual ingresé en 1964, tenía un vago registro, ya que partí a estudiar a Chile en los inicios del 66, con una breve visita a sus aulas a finales de ese año, hasta mi regreso del Cono Sur en 1971. Recuerdo en cambio a los belgas André y Andrea Corten, Jacques Zylberberg, al uruguayo Gerónimo de Sierra y al argentino Carlos Di Núbila. Pero otros colegas, como Franklin Franco y Carlos Dore, le tuvieron de profesor y testimonian la importancia de su huella pedagógica. Al asumir la dirección del Departamento de Sociología en 1972, encontré en sus archivos numerosas notas de cátedra mimeografiadas de Harry Hoetink.

Pero mi primer encuentro con Harry Hoetink fue absolutamente intelectual. Todavía retengo en mi memoria el impacto que me causó la lectura de El Pueblo Dominicano 1850-1900, subtitulado modestamente Apuntes para su Sociología Histórica y publicado por la Universidad Católica Madre y Maestra en noviembre de 1971. Fue el mejor regalo de Navidad que me pude hacer. Era la respuesta perfecta a la carencia de estudios sociológicos sobre el proceso de modernización capitalista acaecido en el período analizado y un modelo a seguir. Desde ese día me hice alumno libre de su escuela metodológica. 

Las 351 páginas de mi ejemplar de la obra editada por Héctor Incháustegui Cabral –en colaboración con el Instituto de Estudios del Caribe de la Universidad de Puerto Rico que dirigiera Harry– se hallan subrayadas a varios colores, llenas de anotaciones e indexadas, resultado de mis reiteradas lecturas. En ellas repasa Hoetink los cambios en la agricultura, la demografía, las comunicaciones, la economía, el aparato de poder, las instituciones culturales, la estructura social y la vida familiar de una sociedad en trance modernizador. 

El estudio del surgimiento de la industria azucarera moderna y la influencia de la inmigración empresarial procedente de Cuba, el desarrollo de la economía tabacalera y la producción de cacao en el Cibao, el emplazamiento de la línea ferroviaria La Vega-Sánchez y del ferrocarril central que conectaba a Santiago con Puerto Plata, las comunicaciones telegráficas y telefónicas, la aparición de manufacturas locales (chocolaterías, fábricas de ron, cerveza, hielo, cigarros, pastas, zapatos, hojalaterías, panaderías), la formación de nuevos centros urbanos como San Pedro de Macorís y Sánchez y la reanimación de otras ciudades, son algunos de los tópicos tratados por Hoetink. En El Pueblo Dominicano 1850-1900 se plantea la conformación de dos sociedades yuxtapuestas –la cibaeña, con su democratismo económico y social cimentado en el tabaco y su liberalismo político; y la sureña, basada en el hato ganadero y la plantación cañera, más polarizada socialmente y políticamente conservadora–, se analiza la política de caudillos y el control autoritario de los aparatos de poder, el debate entre el positivismo hostosiano y el escolasticismo sobre educación y valores morales, así como la aparición de las iglesias protestantes, las logias de odd fellows, y el funcionamiento de la comunidad judía sefardita radicada en el país. La vida cultural, las costumbres, las creencias populares y la organización familiar aparecen magistralmente retratadas en el libro, en un estilo ameno y convincente. El diestro manejo de las fuentes históricas –que a contrapelo de la opinión generalizada entre los círculos intelectuales dominicanos Hoetink se encargó de evidenciar que eran abundantes– y el análisis equilibrado de los eventos y los personajes, estableció un canon en las investigaciones de las ciencias sociales en el país que se hizo inevitable a todo profesional que se reputará serio. Antes de su aparición en forma de libro, Harmannus (Harry) Hoetink publicó por entregas en la revista Caribbean Studies los textos que luego reuniría, en una serie titulada “Materiales para el estudio de la República Dominicana en la segunda mitad del siglo XIX”. El motivo original del estudio –ampliado posteriormente– fue el régimen de Ulises Heureaux, cuyo sofisticado maquiavelismo tropical sedujo sin dudas al autor. 

Hoetink caribeanista 

Nacido en Holanda en 1931 como Harmannus Hoetink, Harry se vinculó al Caribe, región en la que residió en Curazao, Puerto Rico y República Dominicana, realizando una fecunda labor académica, tanto en la docencia y la investigación, como en la dirección de entidades como el Instituto de Estudios del Caribe de la Universidad de Puerto Rico. Desde Holanda dirigió el Centro de Estudios y Documentación Latinoamericanos (CEDLA) y su importante revista, que ha servido de puente entre latinoamericanistas a ambos lados del Atlántico. Fue un activo miembro de la Caribbean Studies Association (CSA), uno de cuyos congresos presidí en Santo Domingo en 1983, y del International Congress of Americanists (ICA), que se beneficiaron de sus aportaciones como expositor en múltiples temas. Sobre sus áreas de dominio organicé ciclos de conferencias y charlas cuando encabecé la Dirección de Investigaciones Científicas de la UASD, del Museo del Hombre Dominicano y de la Academia de Ciencias de la República Dominicana. Al momento de su deceso se hallaba jubilado como Profesor Emeritus de la Rijksuniversiteit, de Utrecht, Holanda.

Harry formaba parte de una destacada generación de americanistas y caribeanistas integrada por figuras como Magnus Morner, Richard Morse, Gordon K. Lewis, Thomas Mathews, Sydney Mintz, Franklin Knigth y Manuel Moreno Fraginals, entre otros. Sus publicaciones abarcaron campos tan complejos como las relaciones raciales en el Caribe, en su obra The Two Variants in Caribbean Race Relations: A Contribution to the Sociology of Segmented Societies, (London, Oxford University Press, 1967), la esclavitud y las relaciones raciales Slavery and race relations in the Americas: an inquiry into their nature and nexus (New York, Harper & Row, 1973), así como investigaciones sociológicas e históricas sobre Curazao. Sobre la República Dominicana, a la que visitaba con frecuencia, publicó además otros textos acerca de los americanos de Samaná (en Eme Eme Estudios Dominicanos), y de la estratificación, inmigración y las relaciones raciales. Contribuyó con un capítulo sobre la historia dominicana en el período 1870-1930 en la prestigiosa colección Cambridge History of Latin America, y más recientemente se ocupó de la movilidad social y la estratificación en el siglo XX.

Hoetink dominicano 

Harry Hoetink amó a esta tierra como el que más. No sólo se casó con una dominicana exquisita y talentosa, sumamente culta, formó familia y se vinculó a los Espinal. Gustaba de la calidez y el ingenio de su gente, a la que admiraba, de los cigarros Aurora, del aromático café Santo Domingo, del excelente ron Brugal añejo y de la cerveza Presidente. Era un apasionado de la gastronomía criolla, de los pescados, el lambí, los cangrejos y los langostinos de Sánchez. Disfrutaba de la calidad del Vesuvio, del desaparecido Mesón de Castilla y del Mesón de Bari con sus empanadas de catibía. Prefería alojarse en el Lina. Con amigos como Frank Moya Pons, Manuel García Arévalo, Francis Pou, Bernardo Vega, Radhames Mejía, Agripino Núñez, Jimmy Pastoriza, Hugo Tolentino, Willy Lozano, Rubén Silié, Tony Maingot, Juan Manuel García Pasalacqua, Sydney Mintz, Richard y Sally Price, Juan Bosch y doña Carmen Quidiello, disfrutamos de la sociabilidad fácil, del coloquio agudo y del fino humorismo de un holandés del Caribe, conocedor del merengue y de la poesía de Manuel del Cabral, cuyo Compadre Mon admiraba. La edición que hizo The Johns Hopkins University de su libro (The Dominican People 1850-1900, Notes for a Historical Sociology), me fue dedicada por Harry en junio de 1983, con una breve anotación: “Para José, agradeciéndole su amistad”. Hoy devolvemos el gesto en estas modestas notas de nostalgia y reconocimiento.


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