Revista GLOBAL

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La pregunta acerca de la dominicanidad trasciende lo insular dominicano. La incidencia de la migración criolla en Nueva York, Madrid y hasta en algunas islas de las Antillas Menores o el impacto del merengue y la bachata en los escenarios internacionales conlleva el cuestionamiento sobre aquellos valores culturales que nos unen y proyectan en tanto comunidad. La discusión sobre la dominicanidad ha quedado como detenida en los paradigmas funcionalistas y estructuralistas de finales del siglo XX. Lo dominicano se ha visto como esencia, geist (espíritu). La identidad nacional ha sido contabilizada a partir de producciones, consumos, procesos históricos, sin preguntarse desde un principio por los alcances de los mismos conceptos de “identidad” y de “nacional”. Preguntarle a los dominicanos sobre “lo dominicano” es adentrarse en un conjunto de respuestas donde lo común será el objeto y el consumo.

Tampoco tiene que ser de otra manera, porque –y aquí adelanto el final de este texto– una conclusión que vengo repitiendo desde finales de los años ochenta es que “lo dominicano” no existe en tanto cosa y/o sujeto, sino como un acuerdo estratégico. Nada de atributos o propiedades, sólo el detenimiento en el punto de alguna coordenada de “lo nacional” para dejar que cada cual siga caminando con sus sombras e indeterminaciones en lo que vendrá. Según la generalidad de las visiones a las que nos tienen acostumbrados las tesis más frecuentes sobre “lo dominicano”, la patria envuelve y elimina la nación. Esta última, por su parte, compacta, vincula, como si las particularidades locales no fuesen eso: ritmos vitales, asunciones particulares de un tiempo, un espacio y un sujeto social.

¿Qué relación se podría establecer, pues, entre “lo dominicano” y “lo cibaeño”, por ejemplo? ¿No estaríamos frente a un cuadro demasiado generalizador, ante una solución holística del tema de “lo nacional”, donde lo histórico contiene y trasciende los procesos propios de cada región? ¿Tiene algo que ver el dominicano fronterizo con el animador de un centro turístico de Punta Cana? El marxismo quiso darle forma final a la cuestión al plantear las clases sociales y sus contradicciones internas como “el motor de la historia”. El marxismo no sólo comenzó su agonía cuando los proyectos sociales de la Europa del Este se fueron a pique. Ya desde los años sesenta, y en especial desde la revuelta de 1968, se demostró que el deseo, el placer y la representación también eran valores esenciales de la sociedad actual. La sobredeterminación de “lo dominicano” como algo que arroparía a todos los habitantes de esta media isla, sin plantearse previamente la significación de los temas locales y aun la pertinencia de concretar una definición de “lo dominicano”, conllevó a crasos errores políticos.

Balance

Entrados ya al siglo XXI, el balance que podríamos hacer sobre la forma en que las ciencias sociales concibieron el tema de las identidades en el último cuarto del siglo XX parte de la siguiente constatación: no hubo implicación en un diálogo con los aportes que fuesen más allá de Max Weber (1864-1920) y Louis Althusser (1918-1990), para citar a dos grandes representantes de la sociología y filosofía alemana y francesa, respectivamente. Sin obviar la importancia de temas tales como el prestigio, el carisma, la autoridad, junto a otros tan relevantes como son las instituciones y los aparatos de la ideología, también se debieron haber abordado las líneas establecidas por Friedrich Nietzsche (1844-1900) en torno a la relatividad de los valores y la línea de razonamiento que ahí empieza, entre cuyos grandes pensadores destacaríamos a Walter Benjamin (1892- 1940), Gilles Deleuze (1925-1995), Michel Foucault (1926-1984) y Jean Baudrillard (1929-2007).

Es decir, que no ha habido una reflexión convincente en torno a las relaciones y los dispositivos del poder, la constitución de las modernidades y, como corolario de ello, las producciones de identidades en las que nos hemos desenvuelto.

Más que enfrentar a “la dominicanidad”, enfrentamos a las “dominicanidades”. Preguntarnos por la identidad es trazar los márgenes de nuestros procesos de modernización. Identificarse es identificar: especificar un rostro, especificar una huella, trazar una línea, plantear un mapa, mover, moverse, constituir un territorio, paisajes, insertarnos en otros territorios y paisajes, destacar lados comunes y también opuestos, considerar las irregularidades de tanto valor como las simetrías.

Antes de plantear algunas de estas líneas de profusión de dominicanidades por medio de la obra artística del Colectivo Shampoo, consideremos el tema de la insularidad. Ya que hemos visto lo conceptual, adentrémonos un momento en lo histórico, para tantear la temperatura de lo dominicano desde este primer decenio del siglo XXI.

Post-insular y postmodernidad

En la segunda mitad del siglo, los años más agitados y definitorios son los del lustro que va de 1961 a 1965 –desde la muerte de Rafael Trujillo hasta la Guerra de Abril– y el decenio de los años noventa. En el primer momento, recompusimos los cimientos de la modernidad económica y social. En el segundo, nos propusimos acceder a la postmodernidad.

Mientras que para los especialistas económicos los noventa fueron “la década perdida”, para los dominicanos fueron tiempos de ganancia y de agitación, de rupturas con un orden bonapartista y la sensación de participación social, política. En ese decenio se operó un giro radical en torno a las percepciones del imaginario dominicano consigo mismo, ya que nos situamos en el plano de lo internacional de manera activa. Son años bisagras, entre los fundamentos de una modernidad material que se ha heredado de los 12 años del primer Joaquín Balaguer (1966-1978) y la entrada en un proceso de democratización donde tanto el orden político como el social atravesarán por profundas transformaciones en cuanto a su posición y movilidad. Entonces accedíamos a las aguas de la contemporaneidad, es decir, el acoplarnos al ritmo en que se movía la modernidad –o lo que luego se llamaría globalización– de la comunidad internacional.

La isla –o media isla– dominicana no sólo es una condición geográfica. La isla nos territorializa, traza márgenes de actuación, de movimiento, de alcance. La isla es espejo. Detrás del mar está todo. Delante del mar estamos solos. Lo insular implica un ritmo, una orientación, cierta circularidad porque nos sabremos no solamente limitados, sino doblemente limitados, porque nuestro vecino en la isla se nos ha formulado históricamente como un ente de oposición permanente, según los valores de las clases dominantes.

El dominicano se ha conformado en el a-islamiento, en tierra de límite, en pliegue del imperio español, en zona permanentemente limítrofe. Aquí se han reflejado desde el siglo XVI en toda su crudeza grandes crisis de la política europea: las rivalidades de España con Inglaterra nos dejaron la devastación de Santo Domingo a manos de Francis Drake en 1586; las pugnas con el naciente protestantismo de corte francés u holandés nos llevaron a despoblar el norte y el oeste de la isla, posibilitando luego el surgimiento de la rica colonia de Saint-Domingue francés y la actual República de Haití; las relaciones con el antiesclavismo norteamericano nos trajeron la comunidad inglesa de Samaná en el último cuarto del siglo xix; las apetencias imperialistas norteamericanas produjeron dos ocupaciones militares en el siglo XX, entre 1916- 1924 y en 1965.

Redefinición

La República Dominicana entra a un proceso de redefinición de sus estrategias de inserción en lo internacional. Los sueños de industria azucarera se transformaron en propuesta de país como destino turístico. Al acelerarse los procesos migratorios, comenzamos a depender cada vez de la especie de “situado” que nos llegaba desde Estados Unidos y Europa. La consigna del Partido Revolucionario Dominicano (prd) al ganarle las elecciones en 1978 al Partido Reformista (pr) y así concluir 12 años de represión –“el Estado somos todos”– comenzó a sedimentar el papel histórico de los partidos y las formas de asociarse políticamente.

Nuestro desencanto político no se inició en 1989, cuando el fenómeno de la Perestroika y la Glasnost (transparencia) soviética comenzó a deshelar el bloque socialista, sino desde 1982, cuando coincidieron fenómenos tan dispares como el suicidio del presidente de la República Antonio Guzmán, el acceso al telecable, la expansión del walkman, la aceptación nacional de la bachata como ritmo emergente y el surgimiento del servicio privado de transporte por motocicleta o “motoconcho”.

Si apreciamos los alcances de este conjunto de fenómenos tan dispares e interconectados entre sí, veremos entonces que los mismos se corresponden con sustentos de lo que luego se definiría como entrada a las esferas de la “postmoder nidad”: estado de desagregación social, reclusión en lo privado, la política como negocio, la conclusión de las utopías, la celeridad como principio de la movilización, el consumo como mediación de legitimación y dominio.

Dentro y en medio de estos procesos, ¿cómo pensar la dominicanidad? Todo esto, en caso, lógico está, de que la “dominicanidad” alguna vez existiese o fuese algo consistente, y no sólo fórmula para etiquetarnos.

Las propuestas del Colectivo Shampoo

El Colectivo Shampoo es un grupo de artistas visuales provenientes del área publicitaria. Surgió en 2003, como producto de la amistad y el deseo de no seguir con la típica carrera de los directores creativos, planteándose un estilo de hacer un arte que, de estar en los sesenta, bien pudiésemos llamar “contestatario”. Pero cuidado con las etiquetas. El colectivo no se plantea los apocalipsis de entonces ni tampoco se propone pedagogía alguna, en el sentido del realismo socialista. Ciertamente son hiperrealistas, tanto así que llegan a la piel misma de las dominicanidades dominantes.

En un principio el colectivo estuvo conformado por Mario Dávalos, Jaime Guerra, Maurice Sánchez, Ángel Rosario y Miguel Canaán, agregándose posteriormente Juan Dicent. Después de cinco años de propuestas en común, el grupo ha estado en un proceso de recomposición en el que finalmente han quedado tres pilares: Sánchez, Rosario y Cananán, agregándose en 2006 Engel Leonardo.

Dijimos que salieron de las publicitarias, pero fue ¡para formar la suya propia! Lo curioso de la nueva empresa es que al fin se cumple la utopía de vivir y trabajar al unísono, sin explotaciones previas o posteriores, de pensar la política a través del arte, la amistad, la solidaridad y la crítica. Gana el arte, la expresividad; y la amistad también gana.

Publicistas al fin, Shampoo vive la pasión y las estridencias del imaginario del dominicano. No gustan del resaltamiento particular de sus miembros, por eso hablaremos ahora del colectivo.

Desde 2003 han desarrollado una valiosísima reflexión en torno a la dominicanidad. Comenzaron con el proyecto D’ La Mona Plaza, y luego presentaron trabajos sobre el motoconcho, la guagua y la yipeta. Han completado el círculo al recuperar aquel primer proyecto y presentarlo en el Museo de Brooklyn, junto a otros artistas dominicanos, en una exhaustiva exposición sobre el espacio caribeño, Infinite Island, que estuvo abierta desde el 31 de agosto de 2007 hasta el 27 de enero de 2008.

Desde el canal de la Mona hasta el infinito

El proyecto D’ La Mona Plaza fue presentando en 2003 en el marco de la Trienal Poligráfica de San Juan de Puerto Rico.

Al parecer, todo se trabajó de un proyecto inmobiliario, a construir entre las islas de Santo Domingo y Puerto Rico, que sirviese de espacio de descanso y recreo de los yoleros que salían en busca de mejor vida, es decir, el poder llegar a Estados Unidos. La publicación de un pequeño anuncio en la prensa dominicana y la simpleza y sensacionalismo de medios locales llevaron a D’ La Mona Plaza a titulares de primera plana. Hubo paneles de televisión, editoriales periodísticos y discusiones radiales sobre el tema. ¿Cómo era posible semejante desaguisado? ¿Qué manos casi criminales estaban detrás de semejante insensatez?

El Colectivo Shampoo, sin proponérselo, llevó al tapete un acuciante problema nacional: el de los yoleros.

Los viajes ilegales a Puerto Rico datan de los años setenta, cuando a lo acuciante de la crisis económica del país se unió la relativa facilidad de acceder a un posible “american dream” por medio de los viajes en yola. En D’ La Mona Plaza se presentaron en grandes paneles tanto el proyecto inmobiliario como los posibles usuarios: mujeres envueltas en su licra, hombres de la chiripa, sujetos en los márgenes de un proscenio donde se juega toda la sangre y el sudor de la cotidianidad dominicana.

Aquí se enfrentan casi trágicamente las dos caras de la dominicanidad, la de la miseria acuciante y la de la arquitectura más cumplidora de los sueños turísticos-caribeños. El complejo se dividía en dos grandes bloques, a manera de boomerangs, unidos por un puente levadizo. ¿Estamos ante las dos orillas de este canal de la Mona? ¿No cabe dentro de la definición de la dominicanidad el ansia de llegar a la otra orilla? ¿Sería posible pensarnos sin pensarnos como “reflejo de” la haitianidad y/o la puertorriqueñidad?

¿Es lo dominicano una bola que se estrella entre la línea fronteriza y la voracidad del Caribe? La nervadura de lo dominicano está en los bordes, o frontera con Haití o canal de la Mona.

El motoconcho

La segunda propuesta del Colectivo Shampoo se presentó en el marco de la Bienal del Caribe de 2003, en el Museo de Arte Moderno de Santo Domingo. Titulada La plástica dominicana, presentaba una motocicleta –o motoconcho– envuelta en una resina parecida al ámbar. El Colectivo Shampoo miraba de reojo al Jurassic Park (1993) de Steven Spielberg, en cuyas primeras escenas aparecía una pieza de ámbar con los restos a partir de los cuales comenzarían a reproducirse los dinosaurios de la actualidad.

El ámbar de Shampoo contiene una pieza de motoconcho, pieza vital del nuevo paisaje de la modernidad dominicana, constancia de que el caballo no ha desaparecido –le han puesto motores–, de que la ruralidad tampoco se ha esfumado –las árganas a veces son las mismas árganas–, de que los viejos caballeros que transportaban ahora son los corajudos motoconchistas que llevan a cualquier adonde sea. Aquí es importante hacer un breve paréntesis para referirnos a la importancia de considerar el papel de los vehículos de motor. Los mismos fueron introducidos en la República Dominicana hacia 1905. Pasaría algo más de medio siglo para que comenzaran a convertirse en parte tan esencial del paisaje como los árboles o el mismo sol.

Las motocicletas fueron introducidas en los años sesenta. El modelo italiano de la Vespa era entonces el dominante. Cobradores, chiriperos, hasta los padres de familia utilizaban este transporte para llevar a los pequeños o a la familia entera a dar paseos. La introducción en el mercado de las motocicletas japonesas a finales de los años sesenta comenzó a transformar el paisaje. Mayor velocidad, medio más económico, los barrios populares comenzaron a llenarse de motocicletas.

La socióloga Laura Faxas plantea que para los dos decenios siguientes, “en Santo Domingo, como resultado de un proceso de hiperurbanización caótico, en el contexto de un crecimiento poblacional significativo y de una gestión política de corte clientelista de los servicios urbanos, asistimos al desarrollo y a la agudización progresiva de una crisis general de los servicios urbanos, en particular en el transporte y en la electricidad, que rompió los frágiles equilibrios sociales existentes” (Faxas, 2002).

La tabla siguiente puede dar una idea de las transformaciones demográficas que tuvieron lugar entre 1981 y 1999, y del auge de los medios de locomoción, siendo la motocicleta el de mayor expansión. La síntesis es clara: por cada ocho habitantes en el país dominicano hay un vehículo de motor.

La guagua-taptap

En 2006 el Colectivo Shampoo comienza a desarrollar un proyecto de animación junto al conjunto musical Batey Cero: la habilitación de un autobús que se desplazaría entre Haití y Santo Domingo, vinculando a artistas de ambas partes de la isla. Guagua-TapTap se denominó, rindiendo homenaje a estos dos populares medios de transporte. Nunca antes se había realizado entre los habitantes de esta isla un intercambio a este nivel: popular, autogestionado, crítico.

Acercarnos, buscar los lazos comunes, desarrollar el concepto de ritmo que nos vincula, vincular nuestras experiencias insulares y comprometernos con el cuidado de un espacio común. Mientras el común de la política dominicana se impregna cada día más de un conservadurismo en el que sólo se radicalizan las miserias humanas, Shampoo se plantea la apertura de nuestra creatividad hacia otras creatividades. ¿No será este el sueño de Pedro Mir en su poema “Hay un país en el mundo”? Algún día comenzarán a descorrerse las fronteras que pueden resultar inútiles.

La yipetocracia

El último proyecto del Colectivo Shampoo se presenta en la Bienal de Artes Plásticas de 2007, en el Museo de Arte Moderno. La Yipetocracia no es más que una yipeta de paja. Utilizando palmas y canas, se ha armado un prototipo de ese objeto que es más que un objeto del placer –y que nos perdone Buñuel por hacerle cierto guiño a su película–.

La yipeta comenzó a dominar las calles dominicanas hacia mediados de los años ochenta. Desde entonces se ha convertido en símbolo de bienestar, estabilidad y seguridad. Frente a las calles llenas de hoyos y cierta inseguridad ciudadana, la yipeta es como una pequeña fortaleza con cuatro ruedas.

El Colectivo Shampoo nuevamente nos retrotrae a ese mundo en extremo y yuxtapuesto, a este orden esquizo de la dominicanidad, donde los tiempos históricos no se suceden sino que se sobreponen unos a otros. A la casi eternidad que prometía el ámbar hay que insertarle un motoconcho. A lo casero e inflamable del guano, la palma y las ho jas en general, hay que acomodarle la fortaleza de la yipeta. Aquí toca el Colectivo Shampoo un punto nodal de la dominicanidad: lo simultáneo de algo que podría ser en otra parte historia porque va pasando pero que en nuestro caso es cierta gravidez metafísica, como si el movimiento no implicase cambios, sino simples cambios de posición.

La sociedad dominicana está atravesada por una celeridad que no conduce a ninguna parte, un miedo muchas veces al símismo, y valores muchas veces más propios de entornos patriarcales que de sociedades modernas. Ya hemos dicho que la dominicanidad no es definible en un solo concepto. Ahora sólo resta concluir planteando la posibilidad de leernos vía la producción artística.

El Colectivo Shampoo ha recorrido a golpe de yipetas, motoconchos, guaguas y yolas el mapa de la dominicanidad moderna. Las huellas que dejan estos vehículos serán los huesos por los que seremos reconocidos. El dna de la dominicanidad estará estructurado también en los objetos que nos permitirán trasladarnos.

Bibliografía

Baudrillard, Jean (1978), Cultura y simulacro. Barcelona, Editorial Kairós, 1993. Faxas, Laura, “¿El retorno del Estado? Procesos sociodemográficos, gestión política y transporte urbano en Santo Domingo”. Mérida (Venezuela), Fermentum, año 12, N.º 34, mayo-agosto de 2002, p. 241. Foucault, Michel (1979), Microfísica del poder. Ensayos y entrevistas compilados por Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría. Madrid, Ediciones de la Piqueta, 1986.


2 comments

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