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Las nuevas humanidades

by Luisa Navarro
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Hace apenas 23 años inauguramos un nuevo siglo. A pesar de su mayoría de edad, aún parece un joven bisoño con los ojos extraviados en un mar de incertidumbres. Empero, si se le piensa desde una concepción nuevo humanista, puede tener una auténtica proyección de futuro colosal para legar un mundo mejor a los que vienen creciendo, aunque esto parezca una quimera.

Los próximos ochenta años pueden ser tan valiosos y productivos para la vida en la tierra, en todas sus formas, es decir, desde lo estrictamente humano a lo ecológicamente vivo, si audaces y comprometidos nos lanzamos al rescate de lo que parece perdido: las humanidades. Pero no desde los viejos esquemas del pasado, sin desdeñar sus aportes a lo que somos, sino superando los escollos que han limitado a las ciencias humanas o nomotéticas en términos de su producción e innovación. Esas limitaciones son antiguas, identificables históricamente por las grandes guerras por el Poder, por el control de los recursos y del ser humano, como el gran recurso, desde que existe la propiedad privada y el sistema patriarcal.

El nuevo humanismo que se requiere es uno que forme y eduque a un ser humano autónomo y crítico. Y que ese ente, autónomo y crítico, propicie unos pensares de la verdad sustentada en su esencia. Unas humanidades civilizatorias que conduzcan a una construcción social equitativa y auspiciosa. Se puede empezar por hacer una pregunta base sobre la verdad de las cosas en esta fase posmoderna de la vida humana, y volver la mirada. Ello serviría para entender que el humanismo, tal como lo conocimos antes, ha mudado su sentido muchas veces, en diferentes épocas.

Ahora, por la fuerza ineludible de lo ontológico, propio de la existencia humana, de debatir sobre su pensar y sobre la esencia de la verdad, en un plano ético y moral, ha vuelto a resurgir.

Se observa que el humanismo, como pensamiento, abarca el estudio, la interpretación y explicación de los modos de vida y la cultura, donde el ser humano es creador y constructor de realidades. Hay autores que refieren tipos de humanismos ubicados en momentos entre grandes eventos distanciados en el tiempo. El último de ellos entre las dos guerras mundiales del siglo XX. Después, la Guerra Fría, la globalización, la era digital y las nuevas tecnologías impulsaron, en los últimos cuarenta años de la pasada centuria, unas perspectivas que frenaron las libertades de pensamiento, o al menos las nuclearon en grandes bloques, como burbujas orgánicas, donde solo podía existir una forma de pensamiento.

Si bien es cierto que el ideal filosófico del bienestar humano entra en escena en ese siglo XX con una perspectiva global, abarcadora e integradora de todos los pueblos, la torre que guarda los más preciados valores culturales mundiales, esa conjunción de pensamiento y sentimiento que hace del individuo un ente íntegro, comprometido con el planeta, con la vida y sus problemas, es una torre que arde en llamas y empieza a lanzar fuera de sí las rocas que la sustentaban. Esa torre fue por siglos un conjunto armónico de producción de conocimiento llamado universidad que sostenía las sociedades y los saberes de la humanidad. Ese bienestar se traduciría en la ejecución de la acción educativa y cotidiana de la gente, y conduciría a una sociedad democrática y ética, lo que plantea un retorno de la mirada a los planteamientos del humanismo originario de tradición clásica, aunque debe ser pensada con cierto distanciamiento de la concepción mitocéntrica y más cercana a lo antropocéntrico. Un aspecto distinto sería la noción de la patria como registro de arraigo y pertenencia que permanece en la mentalidad del ser individual, el mismo que en medio de la amplitud de onda que le otorga lo global deja suspendida en el aire la identidad, al menos la idea de patria se afianza en una identidad individual, comunitaria, social y, por último, colectivo-global, y no a la inversa.

Hoy se observa en todos los puntos del ser humano, en su rosa de los vientos, que tenemos muchas respuestas a ninguna pregunta. Tenemos una nada, un vacío; e icónicamente algunas esperanzas, que son quizás las que impiden la destrucción total de los valores. Aquí la pregunta no es qué sociedad les vamos a dejar en herencia a las nuevas generaciones, sino cuáles nuevas generaciones dejaremos en herencia a la sociedad. Unas generaciones que ante nuestro asombro han incendiado la torre que se cae a pedazos. Una masa que cree que ya no requerimos aprender lo que ofrecen las instituciones de educación superior para el éxito. Y, en medio de la perplejidad, surgen cuestionamientos de dudas. ¿Serán las próximas generaciones capaces de construir la nueva torre que requiere la vida humana en civilización o requerirán el auxilio del pasado, de nosotros, para reconstruir esa torre? ¿Cuáles son los encuentros y desencuentros generacionales existentes entre los nacidos en la segunda mitad del siglo XX y los nacidos en este primer cuarto del siglo XXI para producir un nuevo pensamiento, un nuevo concepto del ser, un nuevo humanismo? En ese punto de encuentro, si se diera, puede ocurrir la arquitectura fundamental para la reconstrucción de la sociedad si miramos a las humanidades como el elemento a reforzar y desarrollar ante el avance bestial de las tecnologías y las innovaciones espaciales.

Hace pocos días tuvimos la noticia de que India había llegado a la Luna. Una persona pedestre, sencilla, podría meditar tal vez sobre la posible inversión realizada para ese propósito, el de poner un objeto en la superficie del satélite de la Tierra, y hacer una reflexión comparativa acerca de cuántos recursos se requieren para alimentar a cientos de millones de personas que habitan en ese país, y en qué condiciones de calidad viven esas personas. Y ese ser del común no estaría lejos de alcanzar las ideas del humanismo en que lo central de lo que hacemos debe ser la vida humana, esto sin necesidad de caer en antropocentrismos ni teocentrismos. El nuevo humanismo es una voz que, en tono bajo, se escucha en labios de algunos humanistas, artistas y cuentistas sociales, también en sectores píos. Esas voces, aunque pequeñas, cargadas de autoridad intelectual, procuran una construcción teórica desde la filosofía y desde todas las ciencias humanas para repensar el vacío en que ha caído el saber científico frente al avance salvaje de las nuevas tecnologías, que tienen la dualidad intrínseca de herramientas del progreso y de desarticulación de lo estrictamente humano.

Esas voces también alertan de la utilización inadecuada de las ciencias exactas para la dominación de los pueblos y la progenie de unas ciencias humanísticas totalmente deshumanizadas que son palpables en los antivalores que proyectan los mercados mundiales en lo que consumen las nuevas generaciones como vestimenta, alimentos, adornos corporales, disputas por preeminencias de cosas que avergüenzan a sus antecesores; es decir, propician una transformación radical de moral y ética, crean un nuevo ciudadano que deja atrás elementos del bienestar general sustituidos por el bienestar particular, individual.

El otro elemento que llega como referencia es un novo humanus planteado por la teología de diferentes confesiones religiosas dentro de una diversidad de creencias a nivel mundial. Entre ellas está la jerarquía católica, representada por el papa Francisco, que llama la atención sobre la La torre que guarda los más preciados valores culturales mundiales es una torre que arde en llamas y empieza a lanzar fuera de sí las rocas que la sustentaban 43 necesidad de desinflar la burbuja y de que el ser humano ponga los pies sobre la tierra y asuma su condición de gente normal y sencilla. Claro que este es otro punto de vista referido más que nada al comportamiento. Frente a la torre que se abate, la teología, sea budista, Brahama, cristiana, musulmana, sea de las divinidades africanas, de las divinidades australianas, las de los pueblos originarios de América o cualesquiera que sean las concepciones del mundo del ser humano, se precisa de un repensar la reconstrucción de las concepciones como elemento que sustenta el bienestar social-colectivo por encima de esa embestida que parece una guerra entre lo que son las posiciones de poder de la tecnología, y de quienes la manejan, y las situaciones de sumisión y sometimiento del resto de la humanidad, desvaneciendo ese desencuentro que amenaza con romper el contacto de los seres humanos con su entorno, y de los seres humanos entre sí.

En ese sentido, apelar al nuevo humanismo en este siglo obliga a retrotraernos a capítulos de la historia donde encontrar ejemplos que sustenten lo que pudo significar el humanismo primigenio. Las civilizaciones humanas, desde los tiempos de la antigua Babilonia, en que aparecen los primeros escritos en las tablillas cuneiformes de Gilgamesh, o las primeras evidencias del ser humano grafiado de las antiguas civilizaciones occidentales, exponen lo que los pueblos de esa región del mundo pensaban y sentían, a través de los cantos a la diosa Ishtar, quizás la primera versión humana de lo divino que conocemos en la escritura, registrado en la poesía. Esto es, en el sentir, la inspiración, lo intuitivo, lo que conduce a percibir el mundo.

Ese ancestro no se asombra de los metales, ni del fuego, ni de su capacidad de construir; no se sorprende de hacer técnicas o prácticas repetitivas de las cosas ni de su uso como tecnología; no se sorprende del hierro, no le asombra la aleación de los metales que es capaz de lograr ni los instrumentos que manufactura para su uso en el sistema productivo que va creando, no se sorprende, Debemos retrotraernos a capítulos de la historia donde encontrar ejemplos que sustenten lo que pudo significar el humanismo primigenio 44 ve el desarrollo en lo estrictamente humano: pensamiento y sentimiento, y lo expresa en lo más humano, que es la poesía.

Ese ser humano que es nuestro ancestro de la civilización sumeria, en la tradición occidental, pues en el mundo oriental el curso de las cosas es diferente; los sumerios, ya en guerra con los acadios, van a recorrer grandes distancias utilizando un mecanismo que no son sus pies. En Occidente y Oriente la gente inventa, crea herramientas que todavía utilizamos, que no eran transitorias sino permanentes en el desarrollo y el progreso, como la rueda, el hierro, la espada; toda la tecnología avanzaba, sin desligarse de su sentir, su pensar, sus emociones, sus creencias, sus concepciones.

Aunque se le llama así a partir del preguntar en las civilizaciones clásicas de la Antigüedad, la humanitas es pensada por vez primera bajo este nombre expreso y se convierte en una aspiración de la época republicana romana. El crecimiento del Imperio romano propició la tarea de distinción clasista en la que el homo humanus era solo el ciudadano de Roma, dejando para el resto la clasificación de homo barbarus. Luego, la teología ocupará nuevamente el espacio de la mitología y las antiguas civilizaciones caen en el esquema occidental de la edad de las tinieblas de las ciencias, opacadas por la idea de un dios único en las sociedades de los hombres diversos.

El ser humano alcanza la luz de nueva cuenta a partir de una renovación de las humanidades, donde la filosofía insufla a todas las ciencias la urgencia de gestar conocimiento fresco, inédito, actualizado, desacralizado y sustentado en toda lógica, del dinamismo de los saberes científicos que implicaron las universidades en la modernidad. Para ello toma el control de todas las ciencias ligadas a la teología. Luego, los humanistas seguirían la línea de pensadores como Heidegger con su máxima metafísica de lo que «antes que ante todo ES el ser».

Indudablemente, ese punto de partida del desarrollo de las civilizaciones fueron las humanidades. Francisco Petrarca, en el siglo XIV, recupera el pensamiento grecorromano, pero dentro de una concepción que examina al hombre, su vida y acciones para lo divino. A este pensar le sigue la posición dualista del alma y el cuerpo de René Descartes entre los siglos XVI y XVII. Descartes reflexiona en la metafísica con matices en el pensamiento escolástico de san Agustín, san Jerónimo y santo Tomás de Aquino, quienes ya habían realizado textos teológicos con intertextualidad de los filósofos de la antigüedad clásica, lo que conllevó entre muchos otros cambios la separación de la integralidad del conocimiento en las ciencias exactas, naturales y humanas. Las tendencias desarrolladas por los seminarios del humanismo teológico evolucionaron en su encierro sobre sí mismo, concomitante con los asombros de una primera globalización del mundo atlántico dada por las rutas comerciales, el comercio triangular entre Europa, África y América, que explosionaron un siglo después en la revolución industrial y le dieron un nuevo contexto al humanismo.

Por ello, varios siglos después de la antigüedad clásica, Descartes plantea que «todo lo que es y existe se mueve en un eje de tiempo y espacio». Y, al explicar, hace una separación de lo unido, lo integral del pensamiento que en ese momento fue de alianza, coronado por la filosofía, entre la historia y la física. Aunque de esa misma forma hace, sin intención expresa, una disección estructural de las áreas del conocimiento nomotético, o de disciplinas cuyos fenómenos se explican a través de leyes construidas en epistemes, y no nomotéticas, esto es, sujetas a interpretación hermenéutica que permanecerá en el debate hasta entrado el siglo XX.

Algunas reflexiones de la filosofía pudieron desviar el camino y encauzar la debilidad de las ciencias humanísticas al producir una afección en el sistema de pensamiento universal. En una suerte de síndrome del Rey Lear de William Shakespeare, la filosofía repartió entre sus hijas, las ciencias exactas, humanas y de la naturaleza, todos sus recursos y se quedó en la absoluta miseria. En la miseria de la filosofía se esparcen y dispersan las ciencias humanísticas y sociales de manera paralela a las ciencias de la naturaleza y a las exactas, como si un conocimiento fuera ajeno al otro. Entonces, surgen las bases metodológicas de todas las ciencias por separado, cada una en una lucha interna de conflictos lógicos y éticos; además de esa otra lucha, la externa, con las demás áreas y disciplinas por quitarse pedazos de terreno. De esta forma, las ciencias, como las hijas de Lear, acogidas por su propia naturaleza y libre albedrío, se comportan por varios siglos, después de las guerras religiosas o cruzadas, como la gente que las hacen, esto es, arrancándose la vitalidad unas a las otras, creciendo como islotes separados y distantes que heredaron campos del conocimiento hasta espontáneos algunas veces, por entender sus creadores que no se desprendían de ningún otro existente y que eran ejercicios de demiurgos, en una Babel de especializaciones desconocedoras de lo otro, del objeto de estudio y de las unidades de análisis de otras ciencias. Esos islotes, si se cruzaban, era a través de débiles puentes donde una disciplina siempre tuvo la intención de expropiar y descabezar a la otra. Nada más alejado de la naturaleza del conocimiento que reclama ser integral, ser la fuente del todo, no el nada de la Nada.

Es cierto que el conocimiento se ha expandido, y cada vez abrimos más los ojos ante la enormidad de saberes que cae sobre nuestro lente sin que podamos asirlos por falta de tiempo, y descubrimos, de más en más, que somos tan efímeros cuando el conocimiento es tan grande. Es indudable que los humanismos en las ciencias, en las artes, en lo literario y de las sociedades, también se escindieron en una multiplicidad de campos de estudio que terminaron creando métodos y técnicas propios, La Filosofía repartió entre sus hijas, las ciencias exactas, humanas y de la naturaleza, todos sus recursos y se quedó en la absoluta miseria 46 un vocabulario científico particular y una construcción de variables de aproximación supuestamente epistémicas que nos heredaron en esa Babel. Esa honda brecha se mantiene. Desde diferentes esferas de las ciencias se producen altercados por territorios que cada disciplina reclama como propios. Se afianza en una lucha por significaciones y significantes conceptuales, por la validación instrumental de observación e interpretación de resultados en informaciones y data que procrean narrativas estancas de saberes en prolegómenos menos útiles que sus principios complicados, aunque simples. En tanto, desarticulan los vínculos con otras miradas desde las otras ciencias y desde otros contextos.

Si bien es cierto que son resabios de épocas de predominio del racionalismo, el empirismo y el positivismo de factura decimonónica, también al final de ese período se expandió un humanismo artístico y literario que permeó la educación; y, por ende, lo políticamente democrático, lo económico y sus procesos de auge, crisis y depresión de la producción de capitales en los centros de poder, reordenaron la noción colonialista de los espacios imperiales de poder, en lo geopolítico, dando paso a la concreción de Estados territoriales, más amplios unos, disminuidos otros, reconfigurando la distribución planetaria de países.

Ese humanismo de base social, cargado de significados, armado de elementos simbólicos en medio de las crisis y los desgastes, dio surgimiento a un pensamiento social de marcado humanismo entre la Comuna de París y la Primera Guerra Mundial, al decir de lo que algunos llaman humanismo marxista. Esto se sustenta en la idea extraída por muchos de lo expresado por Carlos Marx en El 18º Brumario de Luis Bonaparte de que «Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidos por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado». Después de eso vendría el debate contra ese tipo de humanismo referido al libre albedrío y la voluntad humana sin tomar en cuenta a profundidad la teoría de la alienación del mismo autor.

Esto no apuntaba solo a la vida en Europa, como se ha traducido por más de cien años, sino al ser humano en todas las latitudes. Un ser arropado por crisis de salud, alimentarias, de errancia de los pueblos desplazados, invasiones, catástrofes naturales. Ser humano, gente, persona en la búsqueda de alternativas, inserto en esos movimientos libertarios, autonomistas, independentistas, de liberación nacional y de liberación individual. Un ser individual y colectivo que fue entretejiendo, en esos movimientos, reclamos de derechos de los pueblos, etnias, lenguaje, cultura, género, generaciones, ciudadanía, tanto en lo individual como en lo colectivo.

Así, al inaugurar el siglo XX las sustituciones de elementos céntricos y concéntricos en el orden político de la dominación planetaria, trajo consigo empujes al repensar las ciencias sociales, las ciencias humanas y la humanización de las ciencias de la naturaleza y exactas para ponerlas al servicio del bienestar humano, orientando un experimento de reincorporación de toda forma de conocimiento en su solo cuerpo, quizás obligado por una catástrofe sin precedentes como la producción y uso de la bomba atómica. La nueva pregunta sin respuesta muestra a un humano creador de elementos para el bienestar o la destrucción de sí mismo. El humanismo se desplomaba. Eso obligó a mitad del siglo XX a buscar algunas respuestas que tuvieron como documento de mucha importancia la Carta sobre el humanismo, de Martin Heidegger, quien rechaza la voluntad humana del libre albedrío y sustenta el humanismo en que «El hombre no es nunca en primer lugar hombre más acá del mundo en cuanto sujeto, ya se entienda éste como yo o como nosotros. Tampoco es nunca solamente un sujeto que al mismo tiempo se refiera también siempre a objetos, de tal modo que su esencia resida en la relación sujeto-objeto. La esencia del hombre existe ya previamente en la apertura del ser, cuyo espacio abierto es el claro de ese ente en cuyo interior puede llegar a ser una relación entre el sujeto y el objeto». Así, liberada de responsabilidades, la discusión sobre la esencia humana vuelve a su origen.

Después de Heidegger, la escuela francesa del estructuralismo reaviva un debate contra el humanismo, con gran influencia en los países periféricos de Asia, África y América, desde la filosociología de Louis Althusser, que planteaba que entre el ser humano y su contexto o condiciones reales de existencia se construye una ideología como representación imaginaria. El imaginario se va a trabajar así ampliamente en la etnografía y etnología antropológicas de Claude Lévy-Strauss y el análisis del discurso de Michel Foucault sustituyendo la voluntad humana, esto es el libre albedrío, y también el planteamiento heideggeriano del ex ante. La torre de Babel va a fundar múltiples babeles en todas las escuelas de pensamiento que se constituyen a sí mismas, en las universidades, en espacios de poder.

No ha existido un humanismo compacto. Por el contrario, siempre hubo muchos tipos de humanismo y tendencias antihumanistas. En cada pico de reaparición del pensamiento humanista como estudio del ser, la diversidad de orientaciones ha sido dispersa y diversa, en ramillete, como han sido sus conspicuos gestores más conocidos o los que conocemos después del avance de la imprenta.

Evitaremos el abordaje sobre el lenguaje, como instrumento importante de transmisión cultural de la historia humana y su explicación en ese debate. Empero, no podremos obviar, en tanto, que el lenguaje como factor vinculante ha conducido la humanidad a lo que la inteligencia artificial relega, contribuye a la ligazón, siempre que su uso sea sustentado en valores, de aquello No ha existido un humanismo compacto. Por el contrario, siempre hubo muchos tipos de humanismo y tendencias antihumanistas 48 que vuelve al pensamiento clásico, y que se desarrolla en una historia de la misma dimensión del ser humano y de las líneas asumidas en el orden del progreso. En un mundo en el que se bombardea de ideas brevemente expresadas, en códigos descifrables solo por grupos reducidos, códigos que no se sustentan en premisas de aproximación a un razonamiento progresivo y a experimentaciones que sustenten explicaciones. Todo ello aupado por sistemas híbridos que conduzcan a lenguajes limitados y sin aportes a la realización de comparaciones y validación de conjeturas. Por el contrario, se observa un empequeñecimiento en los espacios académicos de los temas de divulgación científica, un aumento cuantitativo de la matrícula en los centros de enseñanza superior sin correlatos cualitativos sustentantes de valores en programas, amplitud de conocimiento, uso apropiado de la inteligencia natural y artificial para la producción de nuevo conocimiento, sino conducentes a la repetición anquilosante, la nulidad de la criticidad, la decadencia de los sistemas de verificación de la información y datos, todo lo cual parece remitirnos a Federico Nietzsche y su idea de transvaloración.

En esa entente, las ciencias humanísticas quedan golpeadas como hijas ilegítimas, fuera de la herencia y son las que salen a socorrer al padre abandonado, al indigente antiguo Rey Lear, a la filosofía, la antigua madre de todas las ciencias. Mas, en el siglo XXI, el ser humano, a nivel universal y apoyado por las redes sociales, ha concitado niveles de libertad, pluralidad, diversidad, sin importar los idiomas, los lenguajes o los dialectos. Todo esto tiene la apariencia de una nueva forma de liberación, de estar sustentado en un eje plural que se expresa en la forma del medio que se adopte, a veces sin límites de expresión, que deja a las personas siendo amigas de desconocidos en una página web, exponiendo las grandezas y pequeñeces de lo humano en todas sus manifestaciones, y que sigue arrojando toneladas de respuestas a preguntas que no se han suscitado.

Por otro lado, el nuevo orden mundial presenta una velocidad de traslación sin precedentes históricos. Lo vertiginoso de los cambios en todos los aspectos de la vida humana está impulsando cuestionamientos de relevancia para los que no se están produciendo reflexiones que procuran respuestas. Es una suerte de perplejidad de movimiento en las nubes, donde espacio y tiempo se relegan, donde por azar lo que estaba separado, en todos los sentidos y, por ende, en el pensamiento científico, vuelve a buscar su unidad originaria de creación, en un reencuentro apoyado por la inteligencia artificial, el último gran avance de la humanidad.

Hoy la expresión no tiene límites. Deja al desconocido, por el encuentro en esas redes, en calidad de amigo, casi hermano, pareja, familia, exponiendo toda la grandeza y la pequeñez de lo íntimo, lo privado, lo cotidiano con muchas respuestas a ninguna pregunta. Queda en situación ruinosa la ciencia, en una inversión del conocimiento, de los aprendizajes, de la criticidad, reducidos todos a esa nada que reclama a gritos un nuevo humanismo, una revolución cultural universal.

Tenemos preguntas nuevas y urgencias nuevas que deben abordarse desde una concepción del mundo en equilibrio, dialogante, pensante, responsable, ética, creativa y científica, desde el nuevo humanismo, tan imprescindible en nuestras universidades de hoy, ya casi convertidas en institutos para la titulación en casi nada.

Referidos:

CarlosMarx, 18º Brumario de Luis Bonaparte, Madrid, Fundación Federico Engels, pág. 10. Martin Heidegger, Carta sobre el humanismo, Madrid, Alianza, 1990.


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