La aculturación suele pensarse como un proceso violento fruto de la colonización, pero la historia nos presenta casos en que la propia cultura se propagó, pacífica y paradójicamente, a base de adaptarse al otro y apropiarse de su saber. Es así que los jesuitas europeos que fueron a la India en los siglos XVI, XVII y XVIII lograron un abrumador éxito proselitista al adoptar el modo de vida ascético de los yoguis sannyasis y al hacerse pasar por miembros de las altas castas hindúes. El saber que reunieron durante este proceso les permitió, además, convertirse en fundadores de la indología y la antropología. 65 La aculturación, inseparable de la historia del Caribe, suele definirse como un proceso frecuentemente involuntario que surge de la colonización y sucede a expensas de la cultura propia. En nuestros días, es una palabra que se ha convertido casi en sinónimo de explotación.
La historia, sin embargo, nos cuenta raros y paradójicos casos de aculturaciones que sucedieron de manera voluntaria, que precedieron más que siguieron a la colonización, y que se realizaron precisamente para propagar la cultura propia. Los ejemplos de este tipo de aculturación son inspiradores para las sociedades democráticas actuales, caracterizadas por una diversidad cultural creciente, en las cuales frecuentemente es preciso adaptarse a la cultura del otro sin pasar por la violencia. El caso de los jesuitas europeos que fueron a la India a difundir el Evangelio en los albores de la modernidad nos presenta un ejemplo extremo, fascinante y desconocido de una aculturación que se realizó al principio según el forzoso modelo colonialista, pero que con el tiempo se convirtió en un proceso pacífico y consciente que depende no tanto de la capacidad de subordinar al otro, sino de la L acumulación y escenificación de conocimientos complejos que permitieron «convertirse en el otro» para poder transmitir las propias creencias. El desembarco de los portugueses en la India a principios de la era de la navegación el europeo era repudiado en el subcontinente asiático. Las relaciones con los portugueses habían empezado mal. Cuando en 1498 Vasco da Gama desembarcó en Calicut en su primer viaje a la India, le presentó al zamorin, o rey local, obsequios tan pobres que este último lo metió en prisión y estuvo a punto de ejecutarlo. Solo los ruegos de un nair 1 de la región le salvaron la vida.
Dos años más tarde, los portugueses se vengaron de esta humillación bombardeando el puerto de Calicut.2 Acto reprobable en cualquier parte del mundo, pero especialmente en una sociedad hindú en que la ahimsa o no violencia es un deber sagrado. A este mal comienzo siguió un peor desenlace, aunque no siempre con malas intenciones por parte de los portugueses. Una vez establecido el anhelado comercio de especias en la costa de Malabar tras la conquista de Goa en 1510, los portugueses mantuvieron sus costumbres europeas en la India. Es decir, comían carne, bebían vino, usaban cubiertos y llevaban zapatos de cuero. Todas estas costumbres horrorizaban a los hindúes, pero lo peor era que los portugueses no solo hablaban con los dalits o intocables, sino que incluso los contratan para su servicio doméstico, convirtiéndose, solo por este trato, ellos mismos en intocables. Y es que, en esos primeros años, los portugueses no conocían las castas, esos grupos sociales endogámicos, hereditarios y estratificados que constituían los pilares de la sociedad hindú. Al sufrir la violencia de los portugueses y verlos vivir con y como intocables, los hindúes sintieron tanto rechazo que los excluyeron de inmediato de su sociedad de castas. Fue así como los europeos se convirtieron en la India en símbolos de desdén y espanto. La Casa de Adoración del emperador Akbar Esta situación hacía difícil la tarea de los misioneros cristianos venidos de Europa. Pues no había ningún hindú, ni siquiera de las castas más bajas, que estuviera dispuesto a tomar lecciones de un ser impuro, y mucho menos si tales lecciones eran sobre asuntos sagrados. A pesar de esto, los misioneros jesuitas que llegaron a la India lograron incidir en las clases altas, con vistas no solo a difundir el cristianismo a todos los niveles de la sociedad, sino también a obtener el apoyo y protección de los poderosos para las misiones. Su estrategia era siempre presentar el cristianismo como una religión intelectualmente respetable.
En este sentido, el verdadero campeón del acomodation en la India fue Roberto de Nobili 66 iniciativas eran favorecidas por la cultura religiosa de la India, que animaba a los gurús a debatir en público las verdades divinas. Pero la verdadera situación propiciadora era el hecho de que la mayoría del subcontinente en ese entonces estaba bajo el control del imperio musulmán mogol que el conquistador Babur (14831530) fundó en 1526, y cuyos jefes musulmanes de origen turcomogol eran ajenos al sistema de castas. Los jesuitas y los mogoles compartían por tanto el monoteísmo y el estatus de extranjeros en una cultura que tendía a rechazarlos. Estas circunstancias permitieron que se desarrollara cierta complicidad entre ellos, y los jesuitas se maravillaban de que los más fieros enemigos del cristianismo en Europa fuesen sus más fieles protectores en la India. Culturalmente inclusivo, el emperador Akbar (15561605), nieto de Babur, adoptó la cultura hindú de debatir en público las verdades divinas. En 1575, en su nueva ciudad de Fatehpur Sikri, construyó la famosa Ibādat Khāna o Casa de Adoración, donde se reunían representantes de las diferentes religiones para discutir sus enseñanzas. Con los frutos de este debate, Akbar ideó su nueva religión de Dini Ilahi o «Fe de lo divino», que amalgama diferentes creencias del sufismo, el hinduismo, el jainismo, el cristianismo y el zoroastrismo. A la Ibādat Khāna venían los jesuitas Rodolfo Acquaviva (1550 1583), Antoni de Montserrat (1536 1600) y Francisco Henriques (s.f.), que hablaba persa. Entre todos los presentes, el emperador amaba especialmente a Acquaviva.
«No porque él mismo quisiera convertirse en cristiano –planteaba Montserrat–, sino porque reconocía la convicción intensa del Padre en la verdad de su propia religión y su deseo de atraer a otros a su propia forma de vida».3 Al final, Acquaviva se retiró después el emperador no se dejaba convencer por el cristianismo debido a su repugnancia por la monogamia. Pero la corte de Akbar siguió albergando una misión jesuita permanente. A finales del siglo XVI, los jesuitas podían intercambiar ideas en un ámbito tolerante, pero la aculturación en sí, si la medimos en términos de la propagación del cristianismo, apenas había sucedido. El destino del propio Acquaviva no fue feliz, según nuestros estándares actuales, pero según los suyos fue todo lo que podía desear, pues la gloriosa corona que deseaba todo jesuita que zarpaba para la India no era sino la del martirio. La masacre de Cuncolim En Bardez, en el norte de Goa, los portugueses habían lanzado una violenta campaña de cristianización que había resultado en la destrucción de unos 300 templos.
El pueblo de Cuncolim, al sur de Goa, habitado por kshatriyas o miembros de la alta casta guerrera, dependía económicamente de las celebraciones religiosas de sus templos. Cuando la campaña destructora llegó a Cuncolim de la mano de los jesuitas, los kung colimenses se rebelaron. Siguieron practicando su religión abiertamente y erigieron templos a pesar de la prohibición oficial. En julio de 1583, Acquaviva y cuatro jesuitas, con un cristiano europeo y catorce cristianos hindúes, se reunieron en Cuncolim con la intención de construir iglesias y derribar templos. Al verlos, los habitantes del pueblo se reunieron y decidieron armarse con lanzas, espadas y otros pertrechos. Abatieron y mataron a cada miembro del grupo y mutilaron los cuerpos. El Gobierno portugués no tardó en tomar represalias. Los huertos de Cuncolim fueron destruidos y todos sus líderes ejecutados. En los años siguientes, la mayor parte de su población fue convertida forzosamente al cristianismo. Pero siguieron desafiando al Gobierno portugués, y se rehusaron a pagar impuestos. Los feroces kshatriyas también mantuvieron sus costumbres ancestrales y trasplantaron el sistema de castas dentro de la Iglesia católica. Incluso hoy en día, sus descendientes, quienes dicen ser los wankas o habitantes originales de Cuncolim, reclaman que sus antepasados construyeron la iglesia del pueblo y que son ellos, por tanto, los que deben dirigir los festivales religiosos de dicha iglesia, en vez de los que no son bunkers, que pertenecen a una casta más baja.
Las autoridades eclesiásticas no se han tomado este reclamo con ligereza,4 y el hecho de que casi medio milenio después de la masacre el conflicto entre las culturas hindú y cristiana en Cuncolim persista, recuerda que cuando la aculturación sucede de manera violenta, no es completa. La estrategia del accommodation A principios del siglo XVII, sin embargo, los misioneros empezaron a cambiar su actitud, y a abandonar los métodos violentos. No tenían otra opción si querían extender el cristianismo por el subcontinente, ya que aparte de Goa y algunos otros puertos costeros dominados por los portugueses, la India era aún un imperio y un conjunto de reinos independientes de los europeos. En China, antigua civilización igualmente cerrada a los extranjeros, los jesuitas ya habían experimentado un rechazo similar al que sentían en la India y se habían abierto puertas por la vía del accommodation, método de conversión que les permitía presentar el 68 cristianismo de manera atractiva y comprensible a las culturas locales.
El Accommodations se fundaba en la intuición de que si los chinos iban a abrazar una fe para ellos tan extraña como el cristianismo, los misioneros tenían primero que adaptarse a la cultura china. Puesto que a quien los chinos respetan más era a los literatos confucianos que residían en la corte del emperador, los jesuitas no solo aprendieron a leer y escribir el mandarín y los clásicos de la literatura china –tarea difícil para los propios chinos, quienes tenían que pasar rigurosos exámenes para lograrlo–, sino que se vistieron como literatos, se dejaron barbas chinas, adoptaron los ritos del confucianismo y se comportaron en todo como sabios tradicionales chinos. Lo único que los distinguía era, por supuesto, su fe y su conocimiento de las ciencias y tecnologías europeas, con el que maravillaban a la corte del emperador. Fueron los jesuitas quienes llevaron el reloj a la China y trazaron el primer mapa del país realizado con técnicas cartográficas modernas. La estrategia fue exitosa, y resultó en cientos de miles de conversiones. En la India, ante una cultura quizás todavía más hostil a la convivencia con extranjeros, los jesuitas la necesitaban aún más. El jesuita inglés Thomas Stephens (15491619) la utilizó por primera vez al componer la Kristapurana (1616), un poema épico sobre la vida de Jesucristo en lengua konkani que adopta el estilo literario de las puranas sagradas de los hindúes. Pero el verdadero campeón de la acomodación en la India fue el jesuita Roberto de Nobili. Joven miembro de la alta aristocracia italiana, pariente de dos papas y brillante estudiante del Colegio Romano de la Compañía de Jesús, Nobili desembarcó en Goa en 1605 lleno del celo de la conversión de almas. Se piensa que durante sus primeros meses en la India conversó con el padre Stephens, ya que adoptó de él términos locales como nanas nana, que quiere decir «baño de sabiduría o iluminación», palabra que Stephens utilizaba para aludir al bautismo.
Recién desembarcado, Nobili pasó tres meses en Cochin y después fue enviado a Madurai, importante centro cultural del sur de la India y capital de un reino independiente. Ahí debía ayudar al padre Fernandes, quien a pesar de llevar once años en Madurai no había logrado hacer un solo converso hindú de casta alta.5 Después de observar la situación durante varias semanas, Nobili comprendió las razones de este fracaso. Eran las habituales: el padre Fernandes bebía vino, usaba cubiertos, llevaba sandalias de cuero y, lo peor de todo, comía carne de vaca, lo que lo declaraba automáticamente expulsado del sistema de castas.6 Además, los habitantes de Madurai habían oído hablar de los odiados europeos que vivían en la costa, a quienes llamaban prenguis, y por su tez el padre Fernandes parecía un prangui. Una vez identificado el problema, Nobili pensó, como sus colegas jesuitas de China, que el cristianismo sólo prosperaría en la India si los hábitos europeos desaparecen y si los difusores de la fe se convertían en los miembros más admirados de la sociedad. Descubrió que los kshatriyas o nobles guerreros estaban entre las castas más altas, y como él mismo era un aristócrata –incluso su apellido quería decir «noble»– se presentó al principio como un kshatriya. Pero después observó que había personas a quienes los hindúes respetaban todavía más que a los kshatriyas. Estos eran los sadhus sannyasis o ascetas yóguicos que practicaban devociones y abstinencias para llegar a la iluminación, y que eran respetados incluso por la casta más alta de todas, la de los sacerdotes brahmanes. El camino del sadhu, sin embargo, no era para cualquiera. Requería una disciplina austera y un profundo saber. Nobili tuvo la gran fortuna de conocer, en la escuela que Fernandes había abierto en Madurai, al joven y talentoso brahmán Shiva Dharma, con quien trabó una profunda amistad. Shiva Dharma le enseñó el sánscrito e incluso arriesgó su vida al procurar fragmentos de los Vedas, los textos sagrados hindúes que los brahmanes guardaban en el más severo secreto.
Estos eran los conocimientos que Nobili necesitaba El camino del sadhu, sin embargo, no era para cualquiera taba para poder presentar el cristianismo en términos familiares a los hindúes. Pidió a sus superiores que le dejaran marcharse de Madurai para fundar un nuevo tipo de misión en algún lugar donde no hubiera cristianos. Pero, como veremos, para su desgracia y la de las misiones, su petición fue denegada. Al cabo de unos meses Nobili había adquirido suficientes conocimientos para hacerse pasar por un «brahmán del norte». En el sentido estricto, no estaba mintiendo, puesto que él mismo era sacerdote y aristócrata como los brahmanes, y Roma está al norte de la India. Al mismo tiempo, se convirtió en sadhu. Vestido con ropas naranjas y calzado con sandalias de madera, dejó de comer carne y beber alcohol y contrató los servicios de un cocinero brahmán, ya que un verdadero sadhu, ocupado solo de lo divino, se hubiera rebajado al cocinar, y solo un brahmán era suficientemente puro para tocar su comida. Se fue a vivir a una cabaña y rehusó todo contacto con los cristianos locales, apartándose incluso de Fernandes, a quien recibía solo por la noche, para que el trato de un ser considerado impuro no lo mancillaron a ojos de los hindúes. Siguió estudiando asiduamente con Shiva Dharma, y al cabo de poco tiempo empezó a ser reconocido en Madurai como un excelente orador en lengua tamil, y como un santo hindú que enseñaba el camino de la liberación.
Su primer converso brahmán fue el propio Shiva Dharma, a quien bautizó con el nombre de Alberto. Cuatro jóvenes intelectuales brahmanes recibieron también el bautismo. Este era un logro sin precedentes, ya que hasta entonces el cristianismo entre los hindúes había sido, como el budismo, la religión de las castas bajas, y de los «impuros» que estaban fuera del sistema de castas. Lo que distinguía a Nobili de los otros predicadores del cristianismo era que les permitía a sus conversos mantener las costumbres y los ritos de sus castas. De esta manera venció el mayor obstáculo al progreso del cristianismo en la India, ya que para un hindú, aseguraban los jesuitas,morir era preferible a ser expulsado de su casta por no obedecer sus costumbres. Las conversiones que Nobili lograba se multiplicaban a medida que su ascenso social se aseguraba. Para la Semana Santa de 1609, ya había convertido a cincuenta hindúes, y estaba preparando la conversión de doce más. Al mismo tiempo, la fama del celo y de la modestia de sus conversos se extendía. Esto se demostró cuando dos brahmanes lo acusaron públicamente de haber hablado en contra de los Vedas, de haber declarado que los baños en Rameshwaram y en el río Kaveri no llevaban a la salvación, 70 y de haber dicho que la casta de los rajás era superior a la de los brahmanes.
Eran acusaciones graves, y fueron acompañadas de otra acusación contra Shiva Dharma por haberse asociado con un extranjero. No menos de ochocientos brahmanes se presentaron para escuchar la respuesta. Shiva Dharma la dio con tanta erudición y modestia que no solo exoneró a Nobili y a sí mismo, sino que se cubrió de gloria. Con el tiempo, el sadhu extranjero adquirió tanta celebridad y respeto en Madurai que pudo darse el nombre espiritual de Tattuva Bodhakar, o el Gurú de la Realidad. Y su comunidad creció tanto que tuvo que construir una iglesia –totalmente separada, por supuesto, de las iglesias de los intocables que ya existían en Madurai– para administrar los sacramentos. Pero «el árbol que da frutos será apedreado», dice un proverbio tamil, y otro escándalo estalló cuando un cristiano que había venido de la costa, y que sabía que Nobili era en realidad europeo, informó a los conversos de alta casta que al recibir el bautismo de manos de Nobili, y al ser tocados con su saliva como el rito católico entonces requería, habían perdido su casta y se habían convertido en seres impuros como los prenguis, lo que causó un gran revuelo entre los conversos de Nobili, sobre todo porque sabían que él iba a confesarse con Fernandes en medio de la noche, y que así podía adquirir su impureza. Catorce de ellos decidieron ir solo hasta la puerta de la iglesia y se negaron a entrar. Le aseguraron a Nobili que, aunque seguían siendo cristianos, preferían morir que convertirse en pranes.
Algo tenía que hacer Nobili para resolver la crisis. Escribió un mensaje en una hoja de palma que clavó a un árbol enfrente de su cabaña. El mensaje decía que él no era un pringui, que no había nacido en el país de los pranguis, que venía de Roma, donde su familia gozaba de un rango similar al de los rajás o reyes de la India, que la ley que él predicaba era la del verdadero Dios, y que cualquiera que dijera que él predicaba la ley del dios de los pranguis cometía un grave pecado, ya que el verdadero Dios no era de una sola raza, sino de todas las razas, y merecía ser adorado por todos.8 Con esta declaración Nobili le dio un nuevo sentido a la palabra pangui, ahora utilizándose para designar no a los europeos en general, sino a los portugueses en particular. La estrategia no convenció a todos los conversos de alta casta, y en este sentido la misión de Nobili nunca se recuperó por completo de la acusación del cristiano de la costa. La controversia de los ritos malabares Más duro fue todavía el reto planteado por los propios jesuitas colegas de Nobili, muchos de ellos portugueses, lo cual no sorprende al considerar que Nobili había declarado que solo los portugueses eran pranguis. Dichos colegas argumentan que Nobili había adoptado el hinduismo y que sus conversos en realidad no eran cristianos, sino idólatras que habían aceptado algunas enseñanzas del cristianismo. Pero lo sorprendente y, para Nobili, hiriente, fue que el que levantó las acusaciones fue su propio confesor y compañero, Fernandes, quien sin 71 informar a Nobili envió una carta al general de los jesuitas con la lista de acusaciones. Fue el comienzo de la controversia de los ritos malabares,9 que duraría casi dos siglos.
De cierta forma, era inevitable. Los jesuitas de China también tuvieron que enfrentar la controversia de los ritos chinos, que fue el resultado de su práctica del acomodo, y que en su caso se refería a los ritos de adoración –o de conmemoración, según la perspectiva– de los antepasados. Nobili respondió a las acusaciones de inmediato. Redactó una larga respuesta que refuta las acusaciones punto por punto en el más riguroso estilo escolástico. Su argumento general era que las prácticas que permitía no poseían significado religioso alguno, sino puramente cultural, y que eran imprescindibles para mantener a los conversos dentro del sistema de castas y, por tanto, al cristianismo en la India. La respuesta de Nobili partió primero a Goa, y de ahí a Roma, donde fue leída con aprobación. Desde el punto de vista intelectual, Fernandes no podía igualarse a Nobili, y no cabe duda de que las diferencias de identidad y formación entre los dos hombres determinaron en parte el conflicto entre ellos. Fernandes era un antiguo soldado portugués de orígenes humildes y poca educación. Pero había dedicado décadas de su vida a las misiones, abriendo una escuela y una clínica muy respetadas en Madurai (fue en esa escuela donde Nobili conoció a Shiva Dharma). Y se sentía probablemente humillado por ese italiano joven, brillante, aristócrata, pariente de papas y cardenales, amigo íntimo de nada más y nada menos que el arzobispo de la curia Roberto Belarmino (15421621), que había llegado a su misión, le había dicho que sus métodos eran malos, que su estilo de vida estaba errado, se había separado de él, aceptando su compañía solo en la oscuridad de la noche, y había tenido, para colmo, un fulguroso éxito que demostraba que tenía razón. El papa Gregorio XV creó una comisión para investigar las acusaciones. Nobili tuvo que comparecer ante el tribunal eclesiástico de Goa para defender su caso, y seguir escribiendo para precisar su posición. Sus competencias retóricas le aseguraron, en vida, la victoria, y la comisión decidió que su tipo de acomodación estaba justificado para propagar la fe en África y Oriente. La nueva orden de los pandaren ses, pese a que la controversia teológica absorbió gran parte de las energías de Nobili, no impidió que su comunidad cristiana siguiera creciendo de manera continua.
En 1631 ya tenía a dos sacerdotes ayudantes. Uno de ellos, el padre Martins, se encontraba embarazosamente dividido en sus funciones entre los cristianos de alta y baja casta. Enseñaba a los de alta casta durante el día, y a los de baja casta por la noche, cuando nadie pudiera verlos. Sentía que les debía todo su tiempo a los de las castas bajas, mucho más numerosos, y además el subterfugio no podía mantenerse para siempre. Nobili había adoptado el rígido código de los sadhus sannyasis, que le otorgaba un estatus comparable al de los brahmanes, pero había notado que entre la casta élite de los villares había unos sacerdotes, los pandarens, que no eran necesariamente brahmanes, y que no tenían, por tanto, que mantenerse tan separados de las castas inferiores. Nobili se dispuso, entonces, a crear, dentro de su misión, una nueva orden de panda ramas. El primer pandamar fue Balthasar da Costa, cuyo nuevo estatus le permitió un tremendo éxito. En tan solo tres años bautizó a más de 2,000 personas, cientos de ellas de las altas castas. Fue el principio de las conversiones masivas, caracterizadas por la dulzura de los conversos, que harían de la misión de Madurai una de las más deseadas y prestigiosas de la Iglesia católica. En 1645 Nobili fue trasladado primero a Ceilán y luego a Madrás, donde murió, casi ciego, en 1656. Después de él, todos los jesuitas misioneros de la India fueron novelistas. Casi ninguno adoptaría la vida extremadamente ascética del sadhu sannyasi que Nobili había Los jesuitas habían adquirido una reputación científica 72 llevado hasta su último aliento, con la devoción profunda que siempre lo animó. Pero la mayoría se convertirían en pandarams, pudiendo así tratar no solo con las castas altas, sino también con la gran mayoría de los hindúes, pertenecientes a las castas bajas. Así el cristianismo en la India avanzó a zancadas y siguió siendo la religión de los pobres. Del decreto de Tournon a Omnium solicitó que el sistema de castas se hubiera introducido dentro de la Iglesia fue la principal acusación contra los jesuitas después de la muerte de Nobili. La siguiente crisis llegó en 1699, cuando el arzobispo de Menopur,10 jesuita, decidió transferir todas las parroquias de Pondicherry, la ciudad que los franceses dominaban en la costa este de la India, a los jesuitas.
Los sacerdotes capuchinos, a quienes dichas parroquias habían pertenecido hasta ese momento, se quejaron a la Sagrada Congregación para la Propagación de la Fe en Roma de lo que consideraban como un robo, y añadieron la acusación de que los jesuitas alentaban la idolatría con su tolerancia de los ritos malabares. El papa no les devolvió a los capuchinos sus parroquias de Pondicherry, pero sí decidió investigar los ritos, y en 1703 envió a la India para estos fines a su legatus a latere CharlesThomas Maillard, cardenal de Tournon (16681710). Mal informado acerca de los ritos, fuertemente influenciado por los capuchinos, y sordo a las explicaciones de los jesuitas, quienes insistían en que los ritos no tenían significación religiosa, sino sólo cultural, el cardenal publicó en 1704 el decreto Inter graviores, que prohibía sumariamente los ritos malabares bajo pena de severas sanciones. Desesperados, y sabiendo que la prohibición de los ritos y, por tanto, la exclusión del sistema de castas, significa el final de sus misiones, los jesuitas siguieron permitiendo los ritos en el mayor secreto posible. Las comunidades cristianas de la India perduran de esta manera, pero no sin antes recibir un nuevo golpe en 1740, cuando el capuchino francés Pierre Parisot llegó a Pondicherry como Procurador General de las Misiones Extranjeras. El padre Parisot pasó cuatro años en Malabar y Pondicherry, y ahí los miembros de su orden parecen haberle transmitido un odio tan intenso por los jesuitas que decidió dedicar lo que le quedaba de vida a abogar por la disolución de la Compañía de Jesús.
Les Mémoires utiles et nécessaires, tristes et consolans, sur les Missions des Indes orientales (1742) posiblemente promovieron la bula de Benedicto XIV, Omnium sollicitudin, la cual prohibió terminantemente no solo los ritos malabares en la India, sino los confucianos en la China. Esta bula constituyó un gran obstáculo para las conversiones en Oriente, y fue solo parcialmente revocada en 1939, cuando la Iglesia permitió de nuevo la veneración china de los antepasados –bajo el caveat de que no poseyera significado religioso. Entre disputas teológicas y amenazas de disolución, los jesuitas logran compartir sus conocimientos científicos con las castas altas. En 1733 el padre Jean Calmette (16921740) escribía que las ciencias «no eran las fuentes de agua viva que dan la vida eterna, pero por escogencia de Dios se convierten en sus canales, y es solo en la boca del canal que los Grandes de la India quieren aplacar su sed».11 El príncipe de Orissa, reportaba el padre, había invitado a los jesuitas a su corte para ser instruido por ellos, mientras que el rajá gran conocedor de astronomía, Sawai Jai Singh II de Jaipur (16881743), les había pedido a los padres Claude Stanislaus Boudier (16861757) y JeanFrançois Pons (16981752) que fueran a su corte para hablar de astronomía, lo que los padres hicieron en agosto y septiembre de 1734. Y es que los jesuitas habían adquirido una reputación científica. En 1689 el padre Jean Richaud (nacido en 1633), la primera persona que utilizó un telescopio en tierra hindú,12 descubrió que la brillante estrella sureña Alpha Centauri era de hecho una binaria. Fue la segunda binaria hallada. La primera, Alpha Crucis, había sido descubierta Voltaire nunca supo el engaño en el que había vivido 73 ta por otro jesuita, el padre Fontenay, cuatro años antes en el Cabo de Buena Esperanza. En cuanto al jefe de las misiones jesuitas en la India, el padre JeanVenant Bouchet (16551732), dibujó el primer mapa confiable de Madurai y de los reinos circundantes, que envió a Francia en 1719.13 A estos descubrimientos científicos acompañaron descubrimientos técnicos, lingüísticos y culturales. Los europeos de esa época se quedaban deslumbrados ante la belleza, la calidad, la artesanía y los colores de las telas hindúes. El padre GastonLaurent Coeurdoux (16911779) decidió hacer una investigación detallada del tema –descubriendo en el proceso milenarios secretos, como por ejemplo que el brillante e inigualable rojo sólo podía fijarse exitosamente con desperdicio de vaca –y envió reportes detallados de sus descubrimientos a Europa, con la esperanza de que la industria europea los emulara. Hemos visto, por otro lado, cómo Shiva Dharma le proporcionaba a Nobili fragmentos de los textos sagrados hindúes, arriesgando su vida, pues estos textos permanecían guardados con tanto celo que, incluso dos siglos después de Nobili, los jesuitas todavía no los conocían en su mayoría. Sin embargo, cuando en 1730 el rey Luis XV de Francia expresó el deseo de agrandar su Biblioteca Oriental y de poseer los Vedas, el padre Calmette consiguió por fin reunir los cuatro textos completos. Fue el primer occidental en hacerlo. El descubrimiento del protoindoeuropeo En 1760, Louis Laurent de Federbe, conde de Maude (1725 1777), le entregó un texto con el título de Ezou Vedam a Voltaire, presentándose como una traducción francesa de un original sánscrito. Voltaire se entusiasmó y lo publicó en 1778. Los orientalistas, sin embargo, lo examinaron detenidamente, y para 1782 ya sospechaban que se trataba de una falsificación, la más famosa de la historia del orientalismo. 74 La palabra Zour en el título de la obra es una versión de Esos, el nombre de Jesús. Ezourvedam significa, por tanto, «el Veda de Jesús». Los jesuitas franceses de la India habían aislado en los Vedas que ahora poseían los elementos que más se asemejaban a las enseñanzas cristianas, y habían compuesto un «Veda» cristiano con ellos. Este texto se había presentado en Francia como un texto traducido del sánscrito, pero era en realidad un texto que se había redactado en francés con la intención de traducirlo al sánscrito. Voltaire nunca supo el engaño en el que había vivido, pues murió el mismo año en que el Ezourvedam se publicó. La aventura del Ezou Vedam sugiere que los jesuitas profundizaron sus conocimientos del sánscrito.
Hacía siglos que los europeos se asombraban de las semejanzas entre las lenguas hindúes y europeas. Fue en 1768 cuando el padre Cœurdoux –el mismo que había estudiado cómo los hindúes teñían sus telas– observó por primera vez las semejanzas generales entre el sánscrito y las lenguas europeas. Pero no solo eso, sino que teorizó sobre la descendencia común de una lengua madre ancestral. «De los hijos de Japeto –escribió a la Academia de Inscripciones y Lenguas Antiguas en París– algunos hablaban griego, otros latín, otros sánscrito. Antes de su separación total, la comunicación que tuvieron juntos mezcló un poco sus lenguas, y permanecen rastros de esta antigua mezcla en las palabras comunes que subsisten aún». 14 Era su manera de anunciar la existencia del protoindoeuropeo, al mismo tiempo que componía Moeurs et coutumes des brahmanes (1777), el primer tratado de indología jamás escrito, que se ha convertido en un clásico de la antropología primitiva. Pero la Academia de Inscripciones no leyó su memoria en público ni la imprimió, respectivamente, hasta años después de recibirla. Fue, por tanto, el inglés sir William Jones (17461794) el que se llevó la fama de haber descubierto el protoindoeuropeo en 1786. Para ese entonces la Compañía de Jesús ya estaba disuelta. Tras la expulsión de los jesuitas de gran parte de Europa desde mediados de siglo, Clemente XIV abolió la Compañía en 1773. Las acusaciones levantadas contra los ritos ma 75 labores fueron uno de los muchos instrumentos utilizados en Europa para deslegitimarla. Aunque las misiones extranjeras reemplazaron a los jesuitas en sus puestos en la India, la nueva administración no logró mantener las misiones cristianas, que para 1770, cuando los jesuitas se marcharon, debían integrar a cientos de miles de conversos. No es de sorprender, ya que los ritos fueron prohibidos, y el personal clerical, ya muy escaso para comunidades tan vastas, disminuyó todavía más.
Sería sólo sesenta años más tarde, después de la restauración de la Compañía de Jesús en 1814, cuando los jesuitas regresaron a sus antiguas misiones de la India, ahora reducidas y transformadas. Conclusión En el ámbito de la aculturación, el caso de los jesuitas en la India muestra un proceso de aprendizaje. Durante el siglo XVI, colaboraron con la violencia ejercida por el imperio portugués, derribando templos y denostando la religión nativa. Si, en este contexto, el número de conversiones al cristianismo es un índice del nivel de aculturación, entonces la aculturación forzosa tuvo poco éxito, ya que el número de conversiones fue relativamente bajo. El caso de los wankas de Cuncolim demuestra, además, que este proceso fue acompañado de un fuerte apego a las tradiciones hindúes que sin duda planteaba –y plantea hoy en día– un reto a los principios cristianos. Durante el siglo XVII, el método de acomodaciones que Stephens y Nobili llevaron a la India convirtió a los jesuitas en maestros de la aculturación. En especial, la insistencia de Nobili en adoptar la cultura y espiritualidad hindúes, hasta el punto de convertirse en sadhu, permitió a los jesuitas lograr conversiones masivas al cristianismo con las que ninguna otra orden pudo competir.
Al mismo tiempo, los impulsó a hacer importantes observaciones culturales, y a convertirse en fundadores y precursores de la indología, la etnografía y la antropología. La excepción que el Accommodation representó se ve, sin embargo, en el rechazo eclesiástico de los ritos malabares y en el cierre final de las misiones. Escasean los individuos que estén dispuestos a despojarse de su identidad propia hasta el punto de «convertirse en otro». Esta es una hazaña que sólo la devoción puede lograr. Pero escasean todavía más las culturas, o incluso las subculturas, que acepten a este tipo de devotos. Esta es una situación que los siglos no ha cambiado, y es útil que las sociedades democráticas actuales, habitadas por tantas culturas diferentes, piensen en cómo hacerlo.
7 comments
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