La búsqueda hecha conforme al procedimiento berliniano nos habla de varios períodos. El primero se inicia en la década de 1930 y culmina en la de 1940 y se caracteriza en su primer lustro por el interés de alertar al Estado y la población sobre los peligros de haitianizacion y en el último por la misión de justificar el genocidio de 1937. El segundo corre de la década de 1940 a la de 1960 y es aquella etapa en que se crea y consolida la ideología anti-haitiana y racista antinegra. El tercero se mueve de la década de 1960 a la de 1980 y su signo es revisar y desmontar uno por uno los elementos que constituyen esa ideología. El cuarto comienza en la década de 1980 y llega hasta fines del siglo XX, en el cual ya la revisión de los conocimientos pasados no es el norte de las investigaciones, sino más bien el interés de una descripción explicativa de esa presencia tal y como se comporta en los momentos en que los estudios tienen lugar.
Al final de este ensayo cualquier experto en el tema migratorio advierte que las Ciencias Sociales dominicanas están atrasadas en el estudio de este fenómeno, pues aún no salen decididamente de sólo ver y estudiar elementos relacionados con su faceta de inmigración laboral, sin fijar su atención en otras áreas del mismo fenómeno que son predominantes en los estudios modernos sobre migración, como son la identidad y la integración, la comunidad étnica, la segunda y tercera generaciones, el retorno, el capital social, la transnacionalidad, las relaciones Estado-inmigración y Estado-emigración, las asociaciones de migrantes… Pero quizás la encuesta nacional de la población haitiana en la República Dominicana con que probablemente se inicia un quinto período de estos estudios, sea la base para la modernización de las Ciencias Sociales dominicanas que bregan con la migración haitiana.
El inicio de los estudios
Los estudios sobre la presencia haitiana en la República Dominicana se inician en el siglo XX, aunque este fenómeno social es anterior al inicio de esa centuria. Investigaciones históricas, socio-históricas y de historia económica realizadas el siglo pasado (Cassá, Moya Pons, Peña Batlle, Silié) ofrecen datos e indicios sobre flujos poblacionales de la parte oeste hacia la parte este de la Isla Hispaniola, desde mucho antes de que éstos comenzaran a indagarse. Asimismo, los archivos de secretarías de Estado como las de Agricultura e Inmigración, de Relaciones Exteriores, de Justicia y de instituciones como la Policía Nacional y de los ayuntamientos e iglesias de provincias fronterizas anteriores a 1900, contienen informes, sentencias, querellas, registros, estadísticas, que sugieren frecuentes salidas de nacionales de Haití a la República Dominicana y regresos de éstos a Haití e incluso de asentamientos en tierras dominicanas de nacionales haitianos, anteriores (y diferentes) a los llamados bateyes azucareros y cafetaleros1. El momento en que se iniciaron esos estudios puede ubicarse en la tercera década del siglo XX2. En el primer lustro del decenio de 1930 se hicieron indagaciones y publicaciones muy discretas, que no sólo estaban movidas por el interés de conocer cómo se comportaba la presencia haitiana de antes y de ese momento. Aunque esos trabajos se apegaban a las rigurosidades técnicas e intelectuales prevalecientes en aquellos tiempos, sus fines eran de carácter político e ideológico. Intelectuales como Ramón Emilio Jiménez, a la sazón secretario de Estado de Educación, Vicente Tolentino Rojas, entonces director General de Estadísticas, y Manuel Arturo Peña Batlle, quien todavía no estaba incorporado al régimen de Rafael L. Trujillo, a no ser como miembro de comisiones relacionadas con la cuestión fronteriza, fueron las mentes y las plumas más destacadas de ese primer momento. Los trabajos de Jiménez y de Tolentino Rojas buscaban poner en conocimiento del Gobierno y de la población cuál era la magnitud presente y en perspectiva de los asentamientos de haitianos en el país.
Para esos fines, desde la Secretaría de Estado de Educación se envío a los inspectores de esa cartera un cuestionario para determinar el estado de la presencia de nacionales de Haití en las escuelas fronterizas dominicanas3. Además, en los boletines o anuarios de esa Secretaría se daba cuenta de los procesos de dominicanización de la educación en la frontera: nuevas escuelas, cambios de nombres de los poblados y creación y difusión de poesías, canciones e himnos de carácter patrióticos que se difundían en las zonas cercanas a Haití. La Dirección General de Estadísticas realizaba estudios demográficos, cuyas fines eran determinar la significación de los haitianos en la población de la República Dominicana, en aquel entonces y en el futuro. Era también el momento en que Peña Batlle producía algunas 28 29 de sus interpretaciones históricas sobre el papel jugado por Haití en el destino de la nación dominicana. En el segundo lustro de la década de 1930, los trabajos sobre la presencia de haitianos estuvieron condicionados por el genocidio de 1937 llevado a cabo contra los nacionales del país vecino asentados en la frontera.
La mayoría de esos estudios perseguía justificar esa acción. En ese momento hay un intelectual que destaca por encima de todos los que se dedicaron a esa labor a través de artículos de periódicos y folletines: Joaquín Balaguer, quien pronuncia charlas y publica ensayos al respecto en el país y en el extranjero, tarea que concluye en su obra La realidad dominicana, publicada con posterioridad, en la década de 1940. En las dos décadas siguientes, la labor intelectual realizada en el país sobre Haití estuvo dirigida a crear las bases y desarrollar los elementos nodales de la ideología anti-haitiana y racista anti-negra que aún pervive y predomina. Únicamente se conoce un trabajo publicado en esa época en el país que difiere de esas ideas. Es una carta escrita por Juan Bosch a Héctor Inchaústgui Cabral, Emilio Rodríguez Demorizi y Ramón Marrero Aristy, que fue publicada con su respuesta en forma de folleto por una editora de La Vega, bajo el título de Dos cartas para la Historia4.
El resto de ese tipo de escritos publicados durante esos 20 años servía al propósito de establecer el “otro”, antagónico y diferenciador, que se entendía necesario para el desarrollo y fortalecimiento de la identidad cultural y nacional. El primer trabajo de importancia en esa línea, después de terminada la década de 1930, fue el discurso pronunciado por Peña Batlle, con motivo de la fundación de la provincia San Rafael, en1941; especie de clarinada y de programa, que sirvió de inspiración y orientación a quienes lo siguieron en esa labor. En ese lapso se desarrollaron estudios que cubrían los distintos aspectos a través de los cuales se vertebra esa forma de pensar la cuestión dominico-haitiana. Los elementos jurídicos, políticos e históricos de la frontera, los culturales, que se focalizan en el lenguaje y en las costumbres, los religiosos, los raciales y los puramente históricos, que no sólo se encontraban en exposiciones dedicadas a ellos sino también en textos que explican los avances del régimen trujillista en sus esfuerzos por contrarrestar los efectos sobre el país de la presencia haitiana y en las polémicas de autores dominicanos con los del país vecino.
Los estudios post-Trujillo
Después de la desaparición de la dictadura de Rafael L. Trujillo, a inicio de la década de 1960, se produce un cambio que modifica radicalmente el sentido de los estudios sobre los vínculos de Haití y sus pobladores con la República Dominicana. La producción que había tenido lugar durante las dos décadas anteriores se somete a una revisión despiadada que desmonta uno por uno los pilares que sostenían la ideología reciamente articulada en aquel tiempo, no dejando nada en pie y conformando sobre sus despojos una suerte de contra ideología no anti-haitiana y no racista anti-negra. Esta transformación encuentra su explicación no sólo en razones intelectuales y técnicas, sino también políticas e ideológicas. La desaparición de la dictadura de Trujillo creó un ambiente político en el que las críticas a cualquiera de los elementos de su sistema parecían ciertas, justas y progresistas –lo fuesen o no–, lo cual estimuló y sostuvo ese quehacer y el nivel de su radicalidad. Además, esa guerra intelectual, político-ideológica, aparentaba desenvolverse contra posturas del pasado, que no se desarrollaban más allá de aquel día en que el régimen dictatorial cayó, que lucían muertas para siempre. La realidad era que esas ideas seguían permeando y siendo predominantes en la sociedad, sólo que en ese entonces nadie las defendía. Lo que sucedía era que sus creadores, aún vivos, sus sostenedores o simples seguidores estaban colocados a la defensiva. Era como si entendieran que en un contexto socio-histórico y político-cultural tan adverso no tenía sentido librar esa batalla o temían hacerlo. Lo importante de ese hecho a los fines de este artículo, es que esa revisión crítica y recreación de nuevas posiciones político-ideológicas no se daba en el marco de un debate que permitiera reflexionar a ambas partes sobre los argumentos del contrario.
Los realizadores de esa tarea eran en su mayoría jóvenes (y algunos no tan jóvenes) historiadores, sociólogos y de otras disciplinas sociales adscriptas o cercanas, en términos teórico-metodológicos, al marxismo. Este es otro elemento que explica que las variables políticoideológicas estuviesen presentes en la labor intelectual que desarrollaban. Por aquel entonces, ser marxista difícilmente se reducía a una postura frente al conocimiento, sino que implicaba normalmente una militancia más global frente a las distintas esferas de la sociedad y del mundo. O sea, que la revisión crítica y la reconstrucción teórica e ideológica que realizaban eran sólo una parte de una lucha más general nacional e internacional. No se trataba pura y simplemente de demostrar equivocado el viejo pensamiento y establecer uno nuevo. Era más lo que se buscaba. Se perseguía contribuir desde ahí con un proceso de cambio más general de la sociedad, donde el todo socioeconómico y político-cultural fuera removido. Eran así de radicales los términos de las confrontaciones, de las que no escapaba el frente de las ideas7. Durante los 20 años que dura ese proceso hay muchas desigualdades en los momentos de la incorporación y en las señas intelectuales y políticas de sus participantes, en las orientaciones y en las calidades de las obras que se realizan, en la continuidad de los trabajos que parten de ellos; pero ninguna de esas diferencias anula el propósito común –intencional o de hecho– de revisar lo escrito en los 20 años anteriores y suplantarlo. Durante la primera de esas dos décadas, la generalidad de los profesionales o estudiosos o intelectuales que se dedican a esa labor proceden del exilio político a que obligó el régimen de Trujillo a sus opositores. La convulsión política que signó el primer lustro de la década de 1960 lo convierte prácticamente en perdido para los fines de esta evaluación, a menos que se fije la atención en obras ya realizadas y divulgadas en esos primeros cinco años por los dos únicos sobrevivientes intelectuales y políticos de ese exilio, que fueron Juan Bosch y Pedro Mir, y, en la discreta pero significativa labor realizada en ese mismo período por Hugo Tolentino Dipp. Me refiero, en el caso de los dos primeros, a obras históricas que no estaban dedicadas al tema haitiano, pero que sí hacían un inmenso ruido a elementos nodales del compacto armazón ideológico que sobre la identidad nacional y cultural se había creado a lo largo de las décadas de 1930, 1940 y 1950.
Los juicios de Bosch acerca de la revolución haitiana y de su líder Toussaint Loverture, uno de los tres genios políticos que ha producido América, como decía ese 30 autor, distan mucho de los que se podían encontrar en la bibliografía histórica del período mentado9. El libro Tres leyendas de colores de Mir se publica después de 1965, pero su contenido son las mismas charlas que dictaba a cientos de jóvenes que, en grupos más pequeños, se reunían con él en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), no en sus aulas ni en sus salones de conferencias, sino entre las matas de mangos de solares aledaños al pequeño edificio donde se alojaban la Escuela de Sociología, la Escuela de Idiomas y el Instituto de Sismología de esa institución; charlas en las que exponía una interpretación de las participaciones raciales en la historia de Santo Domingo muy distinta a las conocidas en los textos de los 30 años anteriores. Tolentino Dipp, de su lado, escribe y publica en ese primer lustro sus apuntes biográficos de Gregorio Luperón, con el que ganó el concurso organizado por el gobierno de Juan Bosch con motivo del primer centenario de la Restauración, pero, quizás más importante que eso, pronuncia y publica una charla sobre la nación dominicana en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. En ambos textos replantea muchos de los énfasis históricos que se habían hecho hasta entonces sobre el proceso, lento y doloroso, como lo califica, de formación de la nacionalidad dominicana10.
En el segundo lustro de la década de 1960, después de los acontecimientos de Abril de 1965, un grupo de figuras política e intelectualmente menores comienza una labor que se hace sistemática acerca de elementos importantes de la predicha ideología. El mismo Tolentino Dipp, Federico Henríquez Vásquez, Emilio Cordero Michell y Franklyn Franco Pichardo dan los primeros pasos en las revisiones históricas, que durante toda la década de 1970 continuarán, desde la Historia misma, desde la Sociología y desde otras Ciencias Sociales. Asimismo, a finales de los 60 y a principios de los 70 aparecen tres textos, que son los primeros antecedentes de un tipo de estudio distinto, que intenta establecer, mediante procedimientos estadísticos y sociológicos, la realidad de la presencia haitiana de ese momento. Se trata de un primer esfuerzo por cuantificar la mano de obra haitiana en el mercado laboral dominicano realizado por la Oficina Nacional de Planificación (ONAPLAN), de los trabajos de campo y consiguientes análisis realizados acerca de la industria azucarera, por un equipo de sociólogos encabezado por André Corten y constituido por Isis Duarte y Magda Acosta y de la encuesta que, sobre la inmigración haitiana hacia la República Dominicana, realizó el equipo del Instituto Dominicano de Estudios Aplicados, dirigido por Frank Marino Hernández. Pero es en la segunda parte de ese período, en la década de 1970, en la que se crean las condiciones intelectuales y político-ideológicas que hacen de esa revisión y reconstrucción críticas del pensamiento sobre la nación una labor más consciente y más en consonancia con los elementos heurísticos de la época. En ese momento retorna al país un grupo de jóvenes que había adquirido su formación básica bajo el régimen de Trujillo y que antes, durante o después de la Revolución de Abril de 1965, decide realizar o completar su educación superior en Latinoamérica y Europa.
El grupo
Roberto Cassa, Rubén Silié, Lil Despradel, José del Castillo y Walter Cordero son los nombres más destacados de los miembros de ese grupo que, durante ese período, se dedican a tratar temas directamente relacionados con la presencia haitiana11. El primero hace una lectura crítica de la historia nacional, a la vez que produce ensayos con la intención de desvelar cómo se constituye la ideología anti haitiana y racista anti-negra. Silié aplica los principios de la escuela de los Anales al siglo XVIII del Santo Domingo español en un contrapunteo –más en el proceso de investigación, que en el proceso de exposición– con lo que sucedía en esa misma época en el Santo Domingo francés, haciendo explícitos los movimientos poblacionales que ya se producían de un lado a otro de la isla. Despradel elabora una periodización del antihaitianismo dominicano, que aún mantiene su validez, y del Castillo hace estudios definitivos sobre la contratación de braceros cocolos12 y haitianos a principios del siglo. Cordero es quien más lejos llega entonces, y todavía, en desentrañar el carácter universal, no sólo anti-haitiano, del racismo en la República Dominicana. Pero todavía en esta etapa se escriben y publican cuatro trabajos, los cuales son una suerte de transición entre este período y la creación de un nuevo tipo de búsqueda, que aparentemente se conforma con describir y explicar cómo se desenvuelven los procesos de desplazamientos humanos de la parte oeste a la parte este de la Isla Hispaniola.
Dos de esos estudios ya han sido citados. Ellos son el de José del Castillo sobre la contratación de braceros a principios del siglo XX y el de José Israel Cuello sobre la matanza de haitianos de 1937. En ambos casos se trata de una escrupulosa presentación de informaciones inéditas sobre esos temas encontrados en los archivos de esas épocas, de tal forma expuesta que parecen ser los datos por sí mismos, más que los autores, los que construyen y narran esas realidades. Los otros dos trabajos son las tesis de grado de Sociología de Frank Báez y Wilfredo Lozano, luego publicadas como libros. El primer texto es una explicación sociológica de la industria azucarera dominicana y el segundo de la primera intervención militar de los Estados Unidos de América a la República Dominicana entre 1916-1924, lapso imposible de estudiar sin bregar con el tema de la producción de azúcar de caña. Los datos que contienen son de carácter secundario, pero expuestos en un marco teórico-metodológico que los convierten en obras originales y novedosas. Su interés primero y único, al menos expresamente, en el caso de Báez, era ofrecer una descripción de la evolución socioeconómica y política de la industria azucarera en la República Dominicana, y, en el caso de Lozano, dar una explicación del significado de esos ocho años de ocupación militar americana en el tipo de desarrollo capitalista de este país.
Cambios de fin del siglo
En las dos últimas décadas del siglo XX se producen cambios que se orientan en dos sentidos diferentes. Uno que altera varios de los elementos que habían caracterizado los estudios inmediatamente anteriores. Primero, la revisión y reelaboración críticas de la producción anterior a 1960 sobre ese tema dejan de ser el propósito principal de los investigadores, que ahora están más interesados en una descripción explicativa de esa presencia tal y como se comporta en los momentos en que los estudios tienen lugar. Segundo, la Historia y la Crítica Histórica dejan de ser las disciplinas predominantes de esos estudios, para ocupar su lugar la Sociología y la Antropología. Tercero, mientras la generalidad de los resultados de los estudios anteriores a la década de 1980 servían para reforzar la nueva forma de analizar la relación con Haití y la presencia de sus nacionales en tierra dominicana, los resultados de los que se ejecutan después de iniciado ese decenio se podían utilizar para orientar el trazado de políticas relacionadas con esa presencia. En el otro sentido, esos cambios tienen que ver con el surgimiento de una contra crítica dirigida a revisar la producción que tiene lugar en las décadas de 1960 y 1970.
Esta labor se refuerza con la decisión de grupos editoriales de volver a publicar parte de la producción que sobre el tema se había elaborado o publicado bajo el régimen de Trujillo, sobre todo los libros de Peña Batlle. La maduración de dos procesos, uno político y otro intelectual, hacen posible esos cambios. El fin del Gobierno termidoriano de los 12 años de Joaquín Balaguer, con el triunfo electoral del Partido Revolucionario Dominicano en 1978, es un momento importante para los afanes nacionales de una sociedad más abierta y, en consecuencia, más adecuada al surgimiento y a la difusión de nuevas ideas, al planteo y desarrollo de cualquier tipo de debate y al uso de los conocimientos científicos en la elaboración de políticas sociales y económicas. La década de 1980 puede considerarse aquella en que se comienzan y se terminan los estudios sociológicos y antropológicos de la presencia haitiana en los ingenios azucareros de la República Dominicana. Sus metas son crear conocimientos técnicamente aplicables a los cambios que se requieren en la industria del azúcar de caña, a la vez que establecer su significado en el conjunto social y cultural de la nación. Este primer proyecto lo realizaron varios equipos de investigación e investigadores individuales.
De ellos destacan tres grandes trabajos: el realizado por el Fondo para el Avance de las Ciencias Sociales, bajo el título de El Batey y dirigido por Frank Moya Pons, con un equipo de analistas sociales constituido por Fernando Ferrán, Martín Murphy y Carlos Dore Cabral; la investigación de Frank Báez Evertsz, Braceros haitianos en la República Dominicana y la investigación de Martín Francis Murphy, Historical and Contemporary Labor Utilization Practices in the Sugar Industries of the Dominican Republic. El primero de estos trabajos se hizo por encargo del Consejo Estatal del Azúcar en 1983, con un financiamiento del Banco Interamericano de Desarrollo. El segundo fue la tesis que presentó el autor para aspirar a doctor en Sociología en la Universidad Nacional Autónoma de México y su primera edición data de 1984. El tercero fue 32 la tesis que presentó el autor para optar al título de doctor en Antropología en la Columbia University, en 1986. Estos tres trabajos se complementan entre sí, siendo el que dirigió Moya una minuciosa investigación de las condiciones socio-económicas existentes en los bateyes de los ingenios del Consejo Estatal del Azúcar; el de Báez se focaliza en estudiar la lógica de la migración laboral de Haití hacia la República Dominicana, y el de Murphy establece una comparación entre el uso de la mano de obra haitiana en los ingenios del Estado, de las empresas privadas dominicanas y las empresas privadas extranjeras. Existen otros estudios menores realizados por las instituciones mismas del sector azucarero, por las ONG que se ocupan de trabajar con los inmigrantes y refugiados haitianos en el país y por estudiosos, cuyos ensayos encontraban cabida en revistas que se pueden considerar como especializadas en ese tipo de temas, como es Estudios Sociales13. Preguntas sin contestar A los finales del decenio de 1980 y a lo largo de la década de 1990, los estudios aludidos van dejando preguntas sin contestar que son asumidas por algunos de esos especialistas. Se producen dos direcciones básicas de investigación a partir de esas cuestiones. Una que tiene que ver con las otras áreas de la economía nacional a que se va extendiendo la mano de obra haitiana en dimensiones significativas.
Así, los estudios sobre la presencia haitiana salen de los ingenios azucareros y se dirigen, primero, hacia la producción cafetalera, con los resultados de una encuesta realizada y analizada por Wilfredo Lozano y Frank Báez. Más adelante, el mismo Lozano, en el marco de sus estudios sobre los jornaleros agrícolas, se dedica a desentrañar en una nueva encuesta y consecuente análisis, las características de la presencia haitiana en el arroz.
Finalmente, en esa línea, Rubén Silié y Carlos Segura comienzan a estudiar los conglomerados de haitianos en las zonas urbanas, sobre todo los que se concentran en la industria de la construcción. La otra línea de investigación tiene que ver con la extensión de la presencia haitiana, pero no en términos de la estructura geográfica o económica de la República Dominicana, sino de la extensión de los haitianos a través de sus hijos nacidos en este país, ya sea de parejas de haitianos, de parejas de haitianos y de dominicanos, e incluso de parejas de descendientes de haitianos, o sea, de parejas de dominicanos de ascendencia haitiana. Carlos Dore Cabral ha sido el único de los especialistas mencionados que se ha dedicado, de manera continua y sistemática, a estudiar a los dominicanos de ascendencia haitiana, que han sido colocados, a diferencia de otras descendencias de extranjeros, en la condición del único grupo étnicocultural que forma parte de la población dominicana. En cuanto al otro tipo de investigación que se produce en las décadas de los 80 y los 90, que consiste en una contra crítica de aquellos trabajos que se elaboran y publican en las dos décadas anteriores y que sólo cuenta con una obra realmente importante. Me refiero a El ocaso de la nación de Manuel Núñez, que se publica a inicios de 1990. Antes de ella, algunos articulistas, en exposiciones de menos monta, se habían ocupado de 33 aspectos relacionados con la inmigración de haitianos, pero ninguno de esos artículos periodísticos ni todos juntos, llegaba a lo que podría considerarse una crítica consistente de los estudios en las décadas de 1960 y 1970. Es más, ni siquiera eran una crítica correctamente articulada a uno solo de los aspectos de esos estudios. El libro de Núñez es diferente, pues consiste básicamente en eso, en una crítica exhaustiva de todo lo que se había escrito en aquel período y aún después sobre el tema, tanto en términos de revisión crítica de la literatura anterior a la década de 1960, como en términos de unas Ciencias Sociales que crean conocimientos técnicamente aplicables y que desvelan el significado del fenómeno que estudian.
La debilidad de ese otro tipo de estudios consiste en que se trata de un solo estudio y que este se reduce a una crítica, a partir de la cual no se elabora un nuevo conocimiento que sea capaz de explicar, desde su propia óptica teórica e ideológica, los nuevos fenómenos que comporta la presencia de haitianos en la República Dominicana a principios del siglo XXI. Esto no lo logra la obra de Núñez ni en su segunda edición, ampliada y corregida, donde revisa las críticas que había formulado hace 10 años e incorpora las que hace a los trabajos que se producen en las décadas de 1980 y de 1990. Después de esta última edición de El ocaso de la nación, se han publicado algunos ensayos de cierta importancia por otros autores que se mueven en la misma línea de pensamiento que él, pero reducidos al área legal y tratando un aspecto específico de la cuestión, que es el de la nacionalidad de los descendientes de haitianos nacidos en la República Dominicana. A pesar de esas limitaciones, es necesario tenerlos en cuenta si se quiere tener una idea exhaustiva de los así llamados estudios sobre la presencia haitiana en la República Dominicana. Sus autores son prestigiosos juristas, como Lupo Hernández Rueda y Peligrín Castillo.
Asignaturas pendientes
Si la situación de los estudios de la presencia haitiana en la República Dominicana, descrita y explicada hasta aquí, es la que existe a principios del siglo XXI, cualquier conocedor de las teorías de las migraciones puede darse cuenta que las Ciencias Sociales dominicanas están muy atrasadas en el conocimiento global del fenómeno de la inmigración haitiana hacia la República Dominicana. En realidad no se ha pasado, después de tantos años estudiándolo y con tan variadas formas de estudiarlo, de lo que se puede considerar la primera parte o etapa de ese conocimiento, que consiste en validar que el proceso migratorio tiene lugar y establecer la naturaleza y la lógica de la inserción de esa fuerza de trabajo en la economía dominicana. No se ha ido mucha más allá, si exceptuamos los estudios sobre los dominicanos de ascendencia haitiana y la situación de la mujer haitiana y dominicana de ascendencia haitiana. Es que modernamente los estudios migratorios siguen teniendo como base esa primera etapa sin la cual es imposible avanzar hacia otros niveles, pero sus preocupaciones centrales hoy día son otras, como los procesos de identidad e integración de los migrantes y sus descendientes, los negocios étnicos, las del capital social, el papel de las remesas al país de origen, el transnacionalismo, las organizaciones de los migrantes, las relaciones entre los inmigrantes con el Estado que lo recibe y las relaciones de los emigrados con el Estado desde dónde salen. En ninguno de estos y otros posibles aspectos específicos generados por los procesos migratorios han incursionado las Ciencias Sociales dominicanas, en el caso de la presencia haitiana en la República. Sólo en el recién iniciado siglo XXI se ha realizado la primera encuesta de carácter nacional y con vocación de representatividad entre los haitianos que viven y trabajan en la República Dominicana, a través de la que se pueda dar cuenta de cuál es su realidad completa, no parcial, como ha sido hasta ahora. Este estudio fue realizado por la sede dominicana de la Facultad de Ciencias Sociales de América Latina (FLACSO) y dirigido por Rubén Silié con la participación de Antonio Morillo, Brígida García y Carlos Dore Cabral. De este esfuerzo sin precedentes en los estudios migratorios llevados a cabo en la República Dominicana sólo se ha publicado un informe preliminar y muy rudimentario de los resultados. La base de datos que se construyó con esa investigación, sin embargo, puede contribuir a que las Ciencias Sociales dominicanas acometan estudios sectoriales mucho más a tono con la actual evolución de las investigaciones sobre los desplazamientos poblacionales en el mundo y que ofrezca un saber más profundo sobre lo que ha significado y significa la presencia de los nacionales de la parte este de la Isla Hispaniola en la República Dominicana.
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