Relaciones internacionales y pandemia

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Breve pero acucioso repaso a las relaciones internacionales durante la presente pandemia y las enseñanzas que ofrecen a sus interlocutores. El retorno a las fronteras, la crisis del multilateralismo, el auge del autoritarismo y la necesidad de reforma que requieren importantes instituciones del orden mundial. La visión precisa y acertada de una realidad global que clama por cambios profundos. 

Resulta difícil para cualquier escribano reseñar los hechos de un período de la historia, aun cuando haya sido testigo. Esto se debe a que usualmente se peca de concentrar la mirada tan enjundiosamente en el árbol, que se pierde completamente de vista el bosque. Por ello, no fueron pocos los autores que quizá reaccionaron de forma alarmista a las consecuencias que tendría la pandemia de la covid-19 en todos los ámbitos de la vida humana. 

Algunos anunciaron el fin de la vida social, el fin de la globalización, el fin del apretón de manos, el fin de las salas de cine, de los restaurantes, del trabajo en oficina, el fin de todo lo que de una forma u otra cambió por la pandemia. Aunque la historia de la pandemia y su impacto todavía se está escribiendo, es fácil apreciar que, más que muchos finales, lo que hemos progresivamente visto es la readecuación de muchas industrias y actividades a la realidad, temporal o no, de vivir con una enfermedad infecciosa y discriminatoria, pues trata a algunos peor que a otros. 

Varias predicciones de igual naturaleza se realizaron sobre el futuro de las relaciones internacionales y la geopolítica pospandemia. En lo personal, me parece que la pandemia ha funcionado de potenciador de tendencias que ya se apreciaban en el universo de la diplomacia y el balance de fuerzas geopolíticas que definen las relaciones entre los Estados. Algunas de esas tendencias eran palpables desde hace varios años: el retorno del nacionalismo, la crisis del multilateralismo, el auge del autoritarismo y una cada vez más evidente reconfiguración del ajedrez geopolítico matizada por la relación bilateral más importante en la actualidad: el binomio Estados Unidos-China. 

El retorno a las fronteras 

Las fronteras no dejaron de existir, siempre estuvieron presentes… y creo que siempre lo estarán. Lo que potenció la pandemia fue la concepción de la frontera como mecanismo de exclusión y al mismo tiempo como límite de las prioridades nacionales de los Estados. 

Para nadie es un secreto que, en la pasada década, un profundo cuestionamiento político a la integración económica y política viene adquiriendo un poder significativo en las urnas de las democracias occidentales; ríos de tinta se han escrito sobre las razones. De todas las que puedan esbozarse, incluidas el profundo efecto en los puestos de trabajo de la industria de la manufactura en Occidente, el fenómeno probablemente más poderoso es el de los flujos migratorios. Sencillamente no vivimos en el mejor momento para los migrantes. Cuando no son tildados de carga innecesaria, en muchos países hay sectores todavía minoritarios pero cada día con más relevancia política que ven la migración como parte del problema, no como una realidad inherente a cualquier economía pujante. 

Por eso, si el ataque a la globalización se fragua aviesamente desde la óptica de los migrantes, la actual pandemia del coronavirus no ha hecho más que repuntar el pensamiento nacionalista y proteccionista que desde hace años, por razones distintas, domina las agendas de los nuevos disruptivos de las democracias occidentales. En mi opinión, esto obedece a tres factores, siendo el primero inherente a la condición humana. Ver con escepticismo lo foráneo o lo distinto. El humano es un ser esencialmente tribal, una consecuencia lógica del paso del hombre recolector al hombre agricultor: solo con la cooperación de grupos y la construcción de identidades comunes (mitos unificadores) fue posible para los humanos, como brillantemente nos recuerda Harari, la construcción de sociedades, identidades nacionales e incluso deidades. Lo interesante es que se ha demostrado en reiteradas disciplinas del conocimiento que la construcción de esas identidades se basa en la exclusión de otros grupos humanos sea por lugar de nacimiento, lengua, color de piel o religión. En virtud de lo anterior, siempre existirán, nos guste o no, grupos que rechazan a otros por diferencias de cualquier índole, mucho más incluso cuando esas diferencias pueden manipularse mediáticamente con fines políticos, algo para lo cual las redes sociales son una herramienta muy poderosa. 

El segundo factor es de corte económico: aunque en discursos ante organismos multilaterales muchos políticos alabaron en los noventa y al inicio del nuevo milenio la reducción global de la pobreza (algunos incluso la atribuyen exclusivamente a las virtudes de la mano invisible), no todos esperaban que la convergencia económica que progresivamente se daba entre Occidente y Oriente tendría costos sociales para el primero. En efecto, para nadie es un secreto que China es (y quizá siga siendo) la fábrica del mundo, el lugar donde la mayoría de las cosas se producen, donde el outsourcing ha tenido un impacto real en el empleo. Mientras baja la expectativa de vida del estadounidense no educado de los estados pertenecientes al rustbelt, otrora centro de manufactura industrial, Shenzhen es, dicen algunos, la ciudad del futuro. 

El tercer factor y probablemente el más poderoso en el futuro inmediato es que la pandemia de coronavirus nos ha mostrado el lado oscuro de la interdependencia: así como se globalizan las ideas, también se globalizan las enfermedades. Para muestra, basta mirar el brote inicial de la ciudad de Wuhan que tomó al mundo por asalto. Hoy es más barato viajar, millones de personas lo hacen a diario llevando consigo enfermedades a través de las fronteras. ¿Y no creen ustedes que esta realidad inherente a la modernidad será explotada por los políticos? 

De igual forma, esta crisis hace que los Estados reconsideren la importancia de sectores estratégicos para los intereses nacionales como el de la producción de fármacos. China y la India son hoy líderes mundiales, cualquier problema que afecte sus industrias afecta la disponibilidad de insumos básicos en el mundo. Asimismo, las propias empresas norteamericanas y europeas se preguntan cómo pueden tener proveedores a precios competitivos más cercanos geográficamente y menos concentrados en un solo país. Estos son factores que indudablemente marcarán la forma en que se piensa la política industrial, el turismo, las cadenas de abastecimiento e incluso el outsourcing de ciertas industrias. 

El multilateralismo en crisis 

Un marcado retorno a las fronteras y a los discursos nacionalistas en las principales capitales del planeta rivaliza necesariamente con el fortalecimiento de los mecanismos de cooperación multilateral. Para nadie es un secreto que en la pasada década, mucho antes de la pandemia, los principales espacios de concertación de consensos globales se encontraban rezagados. Tal es el caso de la Organización de las Naciones Unidas, una institución que, a mi juicio, adolece de enormes debilidades, pero sin la cual, indudablemente, viviríamos en un peor planeta. 

Sobre la ONU y su crisis, su inercia y al mismo tiempo su reforma, preferimos quizá extendernos en otra oportunidad, pero es el punto de partida para la crítica que comúnmente reciben los espacios multilaterales: mucho diálogo y poca efectividad. Uno pensaría que la pandemia sería el punto de partida ideal para reforzar la cooperación internacional necesaria para salir de esta crisis. 

Sin embargo, la desigual distribución global de vacunas nos ha permitido valorar hasta qué punto el interés nacional está por encima del bien común. Es una pena, pero la realidad es esa, la mayoría de los líderes de las democracias occidentales han priorizado en sus acciones los intereses de sus capitales sobre los intereses de la humanidad. 

No podemos sucumbir ante la tentación del nacionalismo en la distribución de las vacunas, pues ello tendría profundas implicaciones para la humanidad. Sin coordinación global ni un mecanismo confiable, inclusivo y sobre todo humano, las consecuencias inevitables de la ley de oferta y demanda pondrían en peligro la vida de millones de personas vulnerables en países de escasos recursos. La fabricación de vacunas, como de otros tantos productos, depende de cadenas de suministro diversificadas en muchos países, por lo que es vital una distribución equitativa para evitar que los esfuerzos individuales de cada nación impacten negativamente la producción masiva que el planeta necesita. Es momento de pensar en la vacuna contra la covid-19 como un bien público global. Para mí, resulta inconcebible que no exista un consenso global sobre la necesidad imperiosa, sobre cualquier otra, de vacunar a todos los seres humanos sin importar el color del pasaporte. Aunque discursivamente se diga, lo cierto es que las vacunas me hacen recordar a Orwell cuando decía que todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros. 

Sin embargo, donde los políticos han fallado, la ciencia nos ha dado una lección impresionante. Es mucho lo que hemos aprendido sobre la covid-19. Del primer gran brote en el norte de Italia aprendimos sobre los peligros del uso excesivo de ventiladores, mientras que de Corea y Singapur aprendimos sobre la enorme importancia del uso de herramientas tecnológicas integradas para asistir a los ciudadanos y evitar brotes masivos. En fin, las experiencias, el coraje y la entrega de médicos, científicos y profesionales de todo el mundo han hecho posible que diversos tratamientos y medicinas reduzcan la mortalidad del virus. 

La vacuna de más rápido desarrollo de la historia fue la de la papera, en la década de los sesenta, y tomó cuatro años. La primera vacuna de tecnología mRNA de Moderna (una empresa que nunca había fabricado vacunas) fue creada en tres días, y todo el tiempo que tardó en llegar al mercado fue por la necesidad de hacer estudios rigurosos para demostrar que era segura para los humanos. ¿Por qué́ fue esto posible? Por los enormes avances de la ciencia, pero también por los elevados niveles de cooperación de científicos de todo el mundo. Si los diplomáticos y los políticos aprendieran de los científicos, quizá un multilateralismo inclusivo y renovado podría surgir en el futuro inmediato. 

El auge del autoritarismo 

Desde mucho antes de la pandemia, una preocupación de los observadores contemporáneos del discurso político es una marcada tendencia en las democracias occidentales hacia las medidas fuertes, los líderes poco convencionales e incluso el lenguaje político beligerante. Para muchos, la llegada al poder de Trump y Bolsonaro era la antesala de profundos cambios que inexorablemente nos llevarían a una profunda erosión de las instituciones necesarias para el funcionamiento de la democracia. Sin embargo, el auge del autoritarismo para mí no significa necesariamente la elección de jefes de Estado que muestren desdén hacia los límites al poder político necesarios para la democracia. Pues, como decía Mussolini, la mejor forma de matar una gallina es quitando una pluma a la vez. Se trata de la erosión de los controles que imponen las constituciones y las leyes en nombre de lograr mayores niveles de eficiencia y eficacia en la acción pública. 

Se trata de demonizar el diálogo y los consensos políticos en favor de la concentración del poder esperando que con ello se puedan resolver los problemas que la ciudadanía pide que se resuelvan. De nuevo, la covid-19 ha sido en mi opinión un potenciador de esta tendencia, especialmente en el mundo en desarrollo. ¿Por qué́? Pues, porque las emergencias son un escenario ideal para diluir los controles, la fiscalización y los límites requeridos para evitar los excesos y las arbitrariedades del poder. Hoy, más que nunca, pareciera que el clamor generalizado, especialmente en el mundo en desarrollo, en el que las carencias son mucho mayores, es por un Gobierno más efectivo, sin importar el costo. La inseguridad económica y hasta alimentaria ocasionada por la pandemia en millones de hogares nos lleva necesariamente a jerarquizar nuestras demandas sociales… y si lo básico está en peligro, con mucha más razón un concepto que quizá resulte abstracto como «transparencia» en la gestión pública sea menos importante. Creo que algunos jefes de Estado se han acostumbrado muy rápido a los amplios poderes que otorgan las emergencias, lo que me lleva a pensar que el retorno a la normalidad, especialmente en países de instituciones débiles, no sea necesariamente un camino claro y sin contratiempos. 

Finalmente, el último ámbito de impacto de la pandemia, y tal vez el más importante, es la relación bilateral entre China y Estados Unidos, un tema tan complejo y extenso que, me parece, amerita una entrega adicional en una próxima edición de GLOBAL.