Esta es la conferencia póstuma de Marc L. Bazin, traducida por el intelectual dominicano Manuel Núñez. Bazin –según Núñez– se consideró la eminencia gris de la política haitiana y se dijo, urbi et orbi, que era el candidato de Washington. Esas credenciales le generaron una oposición acerba entre una porción influyente de la sociedad haitiana. La conferencia es su legado político, podría servir para iluminar a los políticos haitianos de hoy y encontrar una orientación valiosísima.
El comité preparatorio de las Jornadas por la Salvación Nacional me solicitó presentarle una ponencia sobre el tema «Una agenda para el porvenir». La he preparado abarcando los siguientes 12 aspectos:
1) Hacer del crecimiento económico el instrumento central de la lucha contra la pobreza.
2) Aumentar las inversiones.
3) Escoger el motor del crecimiento.
4) Adoptar un enfoque territorial del desarrollo.
5) Aumentar el ahorro interno.
6) Corregir las debilidades del sector de la banca comercial.
7) Crear una banca pública de desarrollo agrícola e industrial.
8) Organizar las empresas públicas.
9) Proponer un nuevo concepto e introducir nuevos mecanismos para el empleo de la ayuda extranjera.
10) Lanzar una serie de emisiones de bonos de la diáspora.
11) Disminuir el peso de la presión del crecimiento demográfico.
12) Librar la batalla contra las desigualdades. En resumidas cuentas, he mencionado estos puntos para despejar las vías de un acercamiento necesario entre Haití y la República Dominicana. Un acercamiento que impone tanto el buen sentido como la naturaleza de la situación. Antes de presentar esta agenda, punto por punto, hago tres observaciones:
• Se trata de un programa para realizarse en un periodo de cinco años;
• La realización de este programa presupone que debe ser conducido por una extremadamente amplia coalición de hombres y mujeres de buena voluntad, sin distinción de clanes o de ideologías. Basta con que estos hombres y mujeres sean transformadores, que hagan prevalecer los intereses de Haití sobre sus intereses personales.
• Para compartir los desafíos conviene decir algunas palabras sobre la situación en el punto de partida.
¿Cuál es nuestro punto de partida?
Haití es un caso especial. Contrariamente a lo que ha ocurrido en la mayoría de los países subdesarrollados a comienzos de la década de 1980, entre nosotros lo que se ha llamado la crisis de la deuda no se debía únicamente a un fracaso de la política financiera, de la inflación y de la fuga de capitales. Si solo hubiese sido eso, habría bastado con un mero ejercicio de rectificación de las finanzas públicas.
La crisis de la deuda estuvo acompañada de un déficit de legitimidad política, que procedía de métodos autoritarios y familiares del ejercicio del poder, del desconcierto que padece el aparato administrativo y de prácticas de corrupción generalizada.
La naturaleza múltiple de nuestra crisis de la deuda origina tres fenómenos correctivos que pretendieron cambiar la contextura sociopolítica de Haití. Los tres fenómenos son:
• La democratización
• La estabilización
• La liberación comercial
Se trata, en suma, de tres desafíos de envergadura. En la actualidad ninguno de esos desafíos ha sido asumido por completo. El orden constitucional ha sido interrumpido brutalmente en dos ocasiones en los últimos diez años, y enseguida se ha instalado una ocupación extranjera.
Muy a menudo, las reglas electorales han sido manipuladas, ignoradas y violadas, lo que va unido a una tasa de abstención cada vez más elevada. Los presidentes, incluso cuando han gozado de legitimidad y de autoridad carismática, se han convertido en maestros de las tácticas politiqueras, inseguras en cuanto al sentido de la dirección que conviene imprimirle al país.
El Parlamento ha sido el reflejo no de los partidos políticos con un programa y una estructura nacional, sino de personalidades con fuertes ambiciones individuales, despreocupadas de institucionalizar la democracia. La liberalización de los intercambios comerciales ha sido intempestiva y no ha conducido al aumento de las exportaciones; el déficit presupuestario es de 50 millones y, por primera vez desde 2003, la balanza de pagos ha resultado negativa en el año 2010.
Todos estos hechos y acontecimientos han conducido el país a la parálisis, han traído consigo la pérdida de confianza del pueblo en la capacidad e incluso en la voluntad de sus dirigentes de mejorar su condición, y esto a menudo ha forzado a la población a escoger el camino de la humillación o de la muerte en alta mar, los dos generadores de conflicto con nuestros vecinos.
Desde entonces, la comunidad internacional, una vez que ha tenido conciencia de los riesgos de que Haití se convierta de manera irrecuperable en un foco de desestabilización y de terrorismo para la subregión, se ha apresurado a enviarnos un nuevo mensajero de la liberación de la esperanza del más alto nivel. Este es el contexto general en el cual se ha elaborado el proyecto de la agenda.
1. Crecimiento económico para luchar contra la pobreza
Es un hecho que la pobreza es nuestro principal problema y solo mediante el crecimiento económico lograremos disminuirla. Desgraciadamente para nosotros, la política económica actual no es una política de crecimiento, sino de estabilización macroeconómica, la cual se preocupa, ante todo, de evitar el alza de precios y el déficit de la balanza de pagos.
Esta política de estabilización, aun cuando parezca necesaria, no está acompañada de un clima institucional que permita al sector privado correr riesgos e invertir. El sector privado está obligado a funcionar sin electricidad, sin teléfono, sin servicios portuarios eficientes y a buenos precios, y todo eso agravado por reglamentaciones administrativas embrolladas, propicias para la corrupción.
Entre una estabilidad macroeconómica rígida y un clima institucional que penaliza, la pobreza no disminuye y de continuar por los derroteros del presente tendríamos que esperar 30 años para reducirla hasta la mitad.
2. Aumentar las inversiones
Sería conveniente develar el monto en que convendría aumentar las inversiones. Pero no sé. Y no puedo saber. ¿Por qué? Sencillamente al revisar las estadísticas, el nivel actual de inversiones estaría ya entre un 28% y un 30% del pib. Ahora, este rango representa en todos los países del mundo una tasa suficiente para generar un crecimiento de entre un cinco y un seis por ciento anual. En Haití, no obstante el susodicho 30% de inversiones, no hay crecimiento. ¿Qué pasa, entonces? Hay tres hipótesis:
• O bien contamos como inversiones todos los gastos financiados por la ayuda extranjera, incluso cuando no se trata propiamente de inversiones.
• O bien los importadores de muchos de los equipos, por razones estrictamente fiscales, hacen pasar como inversiones los bienes de consumo.
•O bien estamos realmente invirtiendo un 30% del pib, pero este dinero se dirige hacia otros fines. Ustedes pueden, entonces, escoger: incompetencia, falsas declaraciones, malversación de fondos. En todos los casos, hay necesidad de clarificar esta situación.
3. Escoger el motor del crecimiento , Invertir, pero dónde, ¿en cuáles sectores?
a) En la agricultura. Somos un país agrícola, y el rendimiento es desesperadamente escaso. Tendremos que favorecer a nuestros agricultores no solamente con acceso al agua, a la energía, a los fertilizantes y a los insecticidas, sino lanzando un vasto programa de recuperación de tierra en gran escala y de protección de las cuencas de los ríos. Por igual, convendría dar prioridad a la inversión pública y estimular al sector privado para que invierta en la creación de empleos en la zona rural.
b) En las infraestructuras, cuyo estado actual resulta inaceptable. A título de comparación, la República Dominicana se intercomunica con seis mil kilómetros de buenas carreteras, nosotros apenas tenemos unos mil kilómetros. Cada dominicano tiene a su disposición 340 vatios de electricidad. Cada haitiano, 27 vatios. La vivienda, el medio ambiente en las zonas pobres, los barrios marginados se encuentran en un estado deplorable. Los planes nacionales para enfrentar esto deben ser elaborados y su financiamiento debe ser asegurado por el Estado con nuevos recursos.
c) En la educación, donde los gastos por alumno deberían elevarse de 25 a 50 dólares.
d) En la industria de ensamblaje y en el turismo, los cuales deberían beneficiarse de una política fiscal adaptada a las necesidades.
4. Adoptar lo antes posible un enfoque territorial para impulsar el desarrollo
Un enfoque semejante estaría basado en la idea, ya asumida por el Estado en su fase piloto, de que los actores locales y regionales deberían hallarse involucrados en la estrategia del proceso de desarrollo de infraestructuras, porque tienen buen conocimiento de los obstáculos, aun cuando no tengan conciencia del potencial para la exportación y de la situación de los países vecinos.
Semejante enfoque estratégico sustentado por el Poder Ejecutivo ayudaría a llenar este vacío. La carretera piloto de Dondon Saint Raphael y también la de Thiothe Anse a Pitre deben contribuir a la penetración de los productos agrícolas en nuevos mercados.
5. Aumentar el ahorro interno
No hay crecimiento sin aumento del ahorro. El ahorro público no representa ni siquiera el 1.6% de los 200,000 millones de gourdes del pib y debería, pues, ser aumentado de manera considerable. Los recursos públicos deberían pasar del 10% al 15% del pib en cinco años. Y esto solo es posible con estas medidas:
a) reforzamiento de la eficacia de las recaudaciones fiscales;
b) ensanchamiento de la base imponible, tanto de los contribuyentes como de los impuestos; y una lucha seria en contra de la corrupción.
6. Corregir las debilidades de la banca
El sector de la banca comercial es la plaza fuerte de las concentraciones:
• En los haberes: tres bancos tienen el 62% del mercado.
• En las asignaciones de crédito: el 10% de los prestatarios individuales reciben el 70% de los créditos.
• En la selección de las actividades económicas: los servicios y el consumo son los grandes beneficiarios; la agricultura y el transporte prácticamente no reciben nada.
• En el mecanismo de operación: todos los créditos son a corto plazo, a largo plazo no hay nada.
• En cuanto a la categoría social de los depositantes: solo un 0.16% tiene acceso a un crédito bancario.
• En cuanto a la diferencia entre las tasas de interés sobre los depósitos y las tasas de los préstamos, resulta el doble de la que existe en cualquier lugar del Caribe. Convendría crear garantías jurídicas para los bancos comerciales que en buen derecho las soliciten en lo referente a la fiabilidad de los títulos de propiedad, de esta manera los bancos tendrían un clima de competencia más estimulante y se podría establecer un Banco Público de Desarrollo.
7. Crear un banco público de desarrollo
El objetivo sería financiar la agricultura y las pequeñas y medianas empresas a largo plazo y a tasas de interés remunerativas, pero que no nos penalicen.
La proposición de crear un Banco Público de Desarrollo ha suscitado dos tipos de reacciones:
• En un bando, se frotan las manos imaginando que esta entidad bancaria significaría automáticamente el retorno al idai y a una práctica de préstamos generosos para proyectos malos que no son reembolsables y dando preferencia a personas bien colocadas políticamente.
• En el otro bando, la ortodoxia prevalece: ¿cómo –se muestran indignados– considerar hacer financiamiento público en estos tiempos de privatizaciones a ultranza? A los primeros, nosotros les respondemos que no hay una fatalidad de la mala gestión para un banco por el simple motivo de que sea público. Un buen consejo de administración, un personal competente y reglas de operaciones bien elaboradas pueden evitar toda desviación de las normas. A los segundos, les recuerdo que el sector público, aún en nuestros días, controla la mayor parte del crédito en la mayoría de los países subdesarrollados.
8. Poner en orden las empresas públicas
Se trata de empresas encargadas de suministrar el agua, la electricidad, el teléfono y de asegurar los servicios portuarios. Se trata, en resumen, de empresas que son el pulmón de la sociedad y de la economía. Ahora bien, estas empresas están mal administradas, tienen personal de más. En 2005, el monto de las subvenciones era de 47 millones de dólares.
Tratemos de administrar esas empresas mediante contratos estrictos, o bien privatizándolas. Pero, tanto en un caso como en el otro, convendría poner en práctica, por adelantado, órganos de control y de regulación encargados de vigilar y sancionar la corrupción, de fijar los márgenes de precios a los consumidores y de verificar que la gestión se haga con arreglo a los términos del contrato.
9. Introducir un nuevo concepto de la ayuda extranjera Las necesidades de ayuda extranjera son considerables. Para impulsar el crecimiento y la reducción de la pobreza, tendríamos que contar con cinco mil o siete mil millones de dólares. Para financiar los gastos de funcionamiento del transporte y las infraestructuras, de esos cinco mil o siete mil millones de dólares de inversiones, haría falta de un 5% a un 30% adicional. Para financiar los gastos imputables a la realización de los Objetivos del Milenio, tendríamos que contar con 1,400 millones de dólares por año, de 2010 a 2015. O sea, aproximadamente 8,500 millones de dólares.
Ahora bien: nosotros sabemos que el Tesoro Público tiene un déficit de 50,000 millones de dólares. La concepción haitiana de la ayuda extranjera es mala. Hay que hacer el inventario de nuestras necesidades y presentar luego la factura a los donantes. Nosotros debemos, por el contrario, establecer un calendario de necesidades acompañadas de un registro de resultados, después de haber establecido no solamente la parte correspondiente al esfuerzo nacional, sino además un diagnóstico completo de los problemas y de los medios –en recursos humanos, equipos y mantenimiento– con los cuales pensamos realizar nuestro plan de inversiones.
Debemos ensanchar el cuadro de la cooperación buscando nuestra incorporación al acuerdo cafta (Caribbean Free Trade Agreement) con los Estados Unidos, y del cual ya otros países de América Central, incluyendo a la República Dominicana, son miembros. La ventaja de ese acuerdo radica en que sería un compromiso firme y definitivo de los Estados Unidos, y no una concesión revocable, que abriría la vía a un flujo de inversiones extranjeras que nos han faltado hasta ahora.
Otra vía que hay que explorar sería un acuerdo con los Estados Unidos que facilitaría la entrada de un contingente de nuestros compatriotas y su empleo en la agricultura y los servicios; a cambio de eso, Haití se comprometería a velar por su repatriación desde que concluyan sus contratos. Un acuerdo semejante haría más competitivos ciertos sectores en los Estados Unidos, daría a los inmigrantes un peculio invertible en Haití, disminuiría la presión de los braceros y mejoraría la naturaleza de nuestras relaciones con nuestros dos vecinos.
No tenemos una buena capacidad de absorción de la ayuda extranjera. A menudo damos la impresión de aceptar el principio de reforma, que es el precio que hay que pagar para recibir la ayuda. Los contratos de ejecución se hacen sin pasar por el procedimiento riguroso de licitación. Paralelamente, del lado de los donantes la ayuda aparece a veces amarrada. Resulta, pues, más costosa, viene acompañada de numerosas condiciones que vuelven el consumo de la misma un tanto difícil.
10. Emitir los bonos de la diáspora
Suponiendo que se solucione la cuestión de la doble nacionalidad y que se apacigüen las tensiones entre las dos comunidades, deberíamos, entonces, considerar la emisión de bonos por el Banco de la República de Haití (brh) a ser suscritos por los haitianos del exterior, cuyas transferencias al país se calculan, en la actualidad, en más de 1,500 millones de dólares por año. Tales bonos tendrían por objeto contribuir al desarrollo, permitiendo, igualmente, a los suscriptores diversificar su cartera de valores. Los bonos serían emitidos a largo plazo, no serían negociables, con vencimientos múltiples y tendrían cortes de 100 a 1,000 dólares. Y solo serían pagaderos en la madurez.
La experiencia de esos bonos la ha tenido Israel desde mayo de 1951 y representa en la actualidad 25,000 millones de dólares, aproximadamente el 32% de su deuda exterior. Fue con esos recursos con los que esa nación emprendió con éxito los trabajos de desalinización de las aguas del mar.
11. Reducir la presión demográfica
La tasa media de crecimiento de la población era de 1.4% entre 1971 y 1982. Entre 1982 y 2003, fue de 2.5%. La urbanización ha sido igualmente rápida, 4.9% por año, y el porcentaje de la población que vive en las ciudades es de 40%, mientras que en 1982 ese porcentaje era de 25%. Por añadidura, la población es joven. La mitad de los haitianos tiene menos de 15 años y dos tercios se encuentran por debajo de los 25 años. Esa estructura poblacional significa que una explosión demográfica es inevitable si el Estado no asume la misión de disminuir las tasas de incremento mediante la intensificación de los métodos de planificación y la educación de la población.
En su defecto, la presión sobre los ya escasos recursos del suelo y los servicios sería intolerable. Entre el año 1960 y el presente la densidad por habitante se duplicó, alcanzando el alto nivel de 300 personas por kilómetro cuadrado.
12. Librar batalla contra las desigualdades
Las oportunidades para mejorar las condiciones de vida serán un desastre si la población continúa aumentando a ese ritmo, mientras la superficie del país no ha aumentado un solo kilómetro cuadrado. Las desigualdades deben reducirse si queremos alcanzar el crecimiento.
Haití es el país con mayor desigualdad de América Latina y del Caribe. América Latina es el continente con más desigualdad del mundo. En Haití el 10% de la población dispone del 50% del ingreso nacional. Medidos con el coeficiente de Gini –unidad de medida de concentración de riqueza que va de 0 a 1 y según la cual mientras más nos alejamos de 0, tenemos más desigualdad–, los países con menor desigualdad, como Finlandia y Canadá, tienen un 0.4 de coeficiente, América Latina un 0.52 y Haití un 0.66.
Las desigualdades del nacimiento se perpetúan toda la vida y se reproducen en cada generación. Eso es moralmente injusto. Es igualmente catastrófico en el plano económico, porque las desigualdades ejercen una presión a la baja en la tasa de crecimiento, desde el momento en que el 90% de la población dispone de medios limitados para participar en el aumento de la producción.
Combatir las desigualdades pasa por la igualdad en el reparto de las oportunidades entre todos desde la infancia, y por medidas de recuperación y de igualación de las oportunidades en el mercado de trabajo.
La necesidad de un acercamiento a la República Dominicana
En 1960, la República Dominicana y Haití tenían un nivel de ingreso per cápita similar: 500 dólares. En 2009, Haití se encontraba aproximadamente a un nivel similar al de 1960. La República Dominicana, en 2002, tenía un ingreso per cápita de más de 2,500 millones de dólares. O sea, cinco veces más que nosotros. El índice de fragmentación geográfica es similar. Los Estados Unidos son el principal socio comercial de ambos países. Al igual que los dominicanos, tenemos acceso a las facilidades de la Caribbean Basin Trade Act (Cuenca del Caribe). Los dos países han pasado por obstáculos similares en el crecimiento debido a la baja de los precios de los productos primarios en el mercado mundial.
¿Cómo explicar las diferencias de resultados económicos? El entorno económico es más favorable al sector privado en la República Dominicana, hasta el punto de que los dominicanos exportan mucho más de 4,000 millones de dólares de la industria de ensamblaje (zonas francas) y se benefician de una inversión de más de 900 millones de dólares.
Además, el 30% de las remesas de los dominicanos en el extranjero (2,000 millones de dólares) va a la inversión, mientras que, entre nosotros, el grueso de las remesas del extranjero va al consumo. El análisis contable de los componentes del crecimiento muestra que las diferencias de resultados son imputables a las diferencias de productividad. En Haití, el descenso drástico del ingreso en los años 1980-1990 se encuentra vinculado a la baja productividad total de los factores, mientras que en la República Dominicana ocurre lo contrario.
El turismo representa de un 6% a un 7% del pib dominicano. El nuestro se derrumbó. Por igual, la liberalización intempestiva del comercio exterior sin que fuese acompañada de medidas para reactivar la oferta ha contribuido al hundimiento de varios productos agrícolas, mientras que en la República Dominicana se ha negociado mejor el apartarse de la producción tradicional (azúcar, tabaco, café, cacao, minerales).
La fase de transición democrática ha dado lugar a varios compromisos entre los principales actores y ha perturbado mucho menos la estabilidad política, mientras que, entre nosotros, la mayoría de las crisis se han saldado con la violencia.
La principal razón de las tensiones entre los dos países radica en la presión social que los haitianos en situación ilegal plantean al país vecino, a pesar de los inmensos servicios que rinden a su economía. La solución a la atmósfera de crisis permanente entre los dos países está en un acercamiento del nivel de resultados económicos entre Haití y la República Dominicana. Las circunstancias son favorables.
El potencial de aumento de la producción y de la exportación de la industria de ensamblaje y la creación de empleo resulta considerable. Nuestra mano de obra es abundante y hábil. Las zonas francas dominicanas, concentradas en la industria de ensamblaje, enfrentan una competencia severa a consecuencia de la eliminación de los Acuerdos Multifibras, lo que lleva a los productores a orientarse hacia nuevos productos y hacia nuevas técnicas de producción.
La decisión de la Organización Mundial del Comercio (omc) de dar por terminada la promoción de políticas de exportación para las zonas francas dominicanas en 2010 nos ofrece un potencial de aumento de nuestra porción en el mercado americano del ensamblaje y de las perspectivas de colocación de la coproducción, combinando mano de obra haitiana y producción dominicana. Por lo demás, no hay razones para que la coproducción se limite a la industria de ensamblaje, desde el momento en que las principales trabas haitianas a la producción –mal clima institucional, infraestructuras arruinadas, formación deficiente– habrían sido evitadas.
A estas medidas directas de atenuación de las diferencias de resultados entre los dos países, podría añadirse la incorporación de Haití al acuerdo rd-cafta, el incremento de la movilidad de los recursos de mano de obra haitiana hacia Estados Unidos a través de un acuerdo bilateral, y la puesta en práctica de un acuerdo de armonización de las políticas económicas y comerciales entre los dos países, particularmente en el plano de un trato equilibrado de la producción y del intercambio entre los dos países. Un acercamiento semejante sería una iniciativa de buen sentido, conforme a la naturaleza de las cosas.
2 comentarios
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