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¿Volveremos a tener futuro otra vez?

by José Rafael Lantigua
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¿Cuál es el futuro? ¿Estamos hablando del mismo futuro? Hay un futuro que ya ha llegado y hay un futuro que aguarda. ¿Es incierto o es más contundente que nunca antes? Este es, apenas, un esbozo, de lo que podría acontecer o de lo que ya comenzó a ser futuro. 

El tema lo conocí desde niño. Seguramente se acentuó en la adolescencia. Y ya, en la primera adultez, fue cita constante en las cavilaciones a las cuales el paso de los años obligaba. Todas las agitaciones mentales, los ruidos del recelo, el motín de los interrogantes, se dirigían hacia el año dos mil. Era el preludio del misterio. O, tal vez, su final. Nada sabíamos. La superstición jugaba su juego. El azar, sus posibilidades. Nos aventuráremos al juicio y al prejuicio. Sospechábamos falsamente lo que sobrevendría. Y sí, el futuro era incierto. El futuro iba a llegar. Estaba en camino. Vivíamos para él. Soñábamos con él. Nos desvivamos por él. 

Stanley Kubrick quiso ofrecernos una pauta desde una visión cinematográfica distópica y críptica que no pasó de ser un intento de ficción científica. Estábamos lejos aún, creíamos. El futuro tenía un fusil al hombro y sudor de guerrilla en las axilas. Fue pensado bajo la carnosidad de la utopía. Y allí se quedó. Encallado entre sus zarzas. No existían armas cargadas de futuro. No. El futuro tenía otro semblante, otra quijada, otra autonomía. 

Y entonces, llegó. El presente se fue borrando, esfumándose y todavía hay personas, sociedades, colectividades, gobiernos, regímenes, dirigentes, que no se dan cuenta de que hay un mundo diferente, un universo distinto, un espacio de vida común que tiene como frontera a Google. Hace veintiún años, apenas, todavía no sabíamos nada. Nos fuimos a la Plaza de la Bandera a recibir el dos mil a golpe de merengue, son y salsa porque todavía ni la bachata tenía pantalones largos ni blusas de Zara. Varios brugales ayudaron a extender la fiesta del nuevo milenio hasta la salida del sol, porque había que esperar que el astro rey presentara credenciales para que las interpelaciones del porvenir nos fuesen propicias. Pero, aún, no podíamos barruntar lo que, en poco tiempo, nos daría entrada al futuro que siempre «pensamos», aunque nuestra imaginación nunca llegó a figurarlo de la forma como arribó. La tecnología nunca fue para la humanidad una realidad tan potente como al fin se nos ofertó. Y ella, solo ella, fue la que hizo detonar la bomba del futuro. 

El presente desapareció. Y, en verdad, el futuro lo estamos comenzando a vivir. Aún no llega del todo. A pesar del avance tecnológico al que algunos todavía torpemente se resisten, falta mucho para que el futuro se instale a todas sus anchas. Empero, podemos ya forjar una lista amplia de cosas que han desaparecido, de otras que irán desapareciendo, de las muchas que han de ir instalándose, de las otras tantas que veremos y de las que no lograremos ver. El futuro, cuando existía el presente, era un albur, un rumor, una conjetura. Ahora ya está aquí, hace rato, con un ropaje diferente al que pensábamos que llevaría cuando hiciese su entrada triunfal en nuestros arbitrios. ¿Y a lo que seguirá, qué nombre le pondremos? ¿Seguiremos siendo tan ingenuos para continuar pensando que vivimos el presente? 

No es solo saber que aquellas máquinas —Underwood, Olympia, Smith-Corona, Olivetti— con las que escribimos nuestros primeros escritos, ya hace tiempo que murieron y sus fábricas cerraron para siempre, sino que con ellas murieron los carretes de tinta, el papel carbón o el liquid paper. Que desapareció el cassette, el VHS, los videoclubes, el walkman, el fax, la polaroid, los rollos de Kodak, el beeper —que fue ahorita— o aquellos primeros armatostes que fueron la prehistoria del móvil. Es que se habla ya de que desaparecerán el petróleo, los taxistas, los cigarrillos, las tiendas, los autos, los operadores de telemarketing, los vendedores de seguros, los visitadores médicos, los supermercados y las cajas registradoras. Y estamos enterados, si acaso nos lo comunicaron vía WhatsApp, que va desapareciendo el arte de la conversación, gracias a los smartphones. Y no debemos perder de vista los empleos y profesiones que habrán de culminar su período de vigencia en un par de décadas, máximo. Hace unos siete años, un rector universitario nos habló́, con mucha propiedad, de que los títulos deben revalidarse, de que una licenciatura o un doctorado obtenidos unos años atrás no tienen ninguna validez hoy si no se vuelve a las aulas, que por suerte ya existen las virtuales. 

Los algoritmos están dominando el mundo y ampliarán su predominio en las décadas por venir. Uber revolucionó el servicio de taxi, pero se están probando con éxito los autos sin conductores. El taxista es una especie en peligro de extinción. Y habrán de serlo decenas de profesiones que todavía muchos se preocupan por estudiar, cuando el ¿futuro? indica lo contrario. Las profesiones que estudiarán nuestros nietos no existen aún. Se están preparando los pénsums académicos. Los trabajos manuales, herencia de los dos siglos anteriores al actual, van en declive. Brian Krzanich, ejecutivo de Intel, ha vaticinado que «la revolución de la inteligencia estará impulsada por los datos, las redes neuronales y la potencia de la computación». La medicina comienza a ser tarea de máquinas. Y pronto lo será también el ejercicio de la abogacía, profesiones estas que sufrirán cambios radicales. Un experto asegura que «la abogacía puede cambiar más en los próximos diez años que en los últimos dos siglos».

Si nuestras universidades no adoptan nuevos códigos, los abogados y médicos que se están formando hoy tendrán que volver a estudiar apenas reciban sus títulos de graduados. Lo que se plantea en las sociedades desarrolladas y en los círculos de poder de la nueva estructura en camino es cuál será el rol de los humanos en la sociedad digital y cómo será el mundo de aquí a diez, a quince, a veinte años. La robotización producirá diagnósticos más seguros y eficaces, y algunos aseguran que esto lo veremos en apenas dos o tres años. Servirán para prevenir mejor las enfermedades, para vigilar los quebrantos cardíacos, para anticipar el riesgo de infartos. Necesariamente, habrá un shock laboral en las próximas dos décadas. Se van a perder millones de empleos y los profesionales que no estén preparados para adaptarse sufrirán serias penurias. El mundo de hoy y de pasado mañana no es primarias abiertas o cerradas, gobernantes decadentes, sistemas políticos petrificados en el tiempo, populismo, dictadura, democracia o disputas congresuales. El mundo que se nos viene encima, que ya lo estamos viendo llegar, es de cambios de paradigmas totales, es de un progreso que tiene otras características, es de avances vertiginosos en los que el algoritmo y la big data tendrán el poder en sus manos. 

Hay mucha gente a nuestro alrededor que todavía no termina de entender —y probablemente morirá sin haber entendido— que la época en que nacimos y nos desarrollamos se extinguió. Ocupamos nuestros días actuales en el papeleo de sus exequias. Se afirma que en Estados Unidos se acumulan los centros comerciales abandonados en las afueras de las ciudades. Las ventas online arruinaron esos negocios. Amazon, sobre todo, se esmeró́ en convertirlos en «morbosos cementerios de una época cada vez más lejana». Una empresa que comenzó despachando libros por internet, hoy invierte millones de dólares en automatizar sus pedidos online de cara ¿al futuro? Los primeros paquetes conducidos por dron ya han sido probados con éxito por Amazon en el Reino Unido.

Se afirma que los únicos humanos que necesitará Amazon serán los clientes. Me confirma un estudio reputado que «Amazon necesita la mitad de los trabajadores que un centro comercial de Macy’s por cada cien dólares que factura». (Por cierto, Macy’s va rumbo a su extinción como uno de los grandes almacenes de Estados Unidos, igual que Walmart y El Corte Inglés, en España, obligados a convertirse en tiendas en línea y olvidarse de su existencia como las hemos conocido). La inteligencia artificial suplantará en menos de cinco años muchos oficios y profesiones ajenas a la robotización. En Boston, un grupo de jóvenes del MIT ha creado Spyce, el primer restorán robótico que cocina y sirve hasta doscientos platos por hora. El éxito es tal que ya planifican crear su propia cadena de negocio. Los clientes piden la comida en una pantalla electrónica. Adiós, cocineros y camareros. ¿Quiénes podrán sobrevivir? Los fisioterapeutas, los cuidadores, los dentistas («todavía no hay algoritmos que saquen muelas y arreglen esguinces»), y en especial las tareas relacionadas con la percepción y manipulación en entornos desordenados, la inspiración creadora, las artes, el humor, la inteligencia creativa y la inteligencia emocional. La cultura y sus cauces, con otros matices, sobrevivirán. La automatización no ha podido con ellas aún. 

El mundo cambió. El futuro llegó. En consecuencia, ya no existe. Es solo delirio, espejismo. Ya veremos lo que le sucederá en poco tiempo y qué nombre le pondremos (al otro futuro).


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