Revista GLOBAL

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Cien años del bloomsday

by Frank Báez Evertsz
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El 16 de ju­nio pa­sa­do se ce­le­bra­ron los cien años del Blooms­day. Pa­ra los que es­tán fa­mi­lia­ri­za­dos con la no­ve­la Uli­ses, es­ta fe­cha de­be re­sul­tar tan me­mo­ra­ble co­mo pa­ra un fí­si­co la tar­de en que le ca­yó a New­ton la man­za­na en la ca­be­za. El Blooms­day es la ce­le­bra­ción del día en que se si­túa to­do el de­sa­rro­llo de la no­ve­la Uli­ses, del es­cri­tor ir­lan­dés Ja­mes Joy­ce, una de las obras que más ha in­flui­do la li­te­ra­tu­ra de to­das las lenguas. Las téc­ni­cas em­plea­das en ca­da ca­pí­tu­lo han si­do adop­ta­das por cien­tos de es­cri­to­res y se han in­cor­po­ra­do a la mú­si­ca, al tea­tro, al ci­ne y a la cul­tu­ra po­pu­lar. El Blooms­day –día de Bloom– se fes­te­ja des­de ha­ce ca­si 50 años.

Se le lla­ma así por el ape­lli­do del pro­tago­nis­ta del Uli­ses, Leo­pold Bloom, aun­que tam­bién se tra­ta de un jue­go de pa­la­bras que in­vo­lu­cra Dooms­day –que sig­ni­fi­ca día del jui­cio fi­nal– y Blooms­day –que tra­du­ci­do li­te­ral­men­te sig­ni­fi­ca día del flo­re­cer–. Es­te año pa­sa­do, ad­mi­ra­do­res de la no­ve­la ce­le­braron ma­si­va­men­te el cen­te­na­rio. De un even­to sen­ci­llo que in­cluía ri­tua­les ta­les co­mo be­ber­se una cer­ve­za en el ho­tel Or­mond1 o em­pren­der la lec­tu­ra de la no­ve­la, se ha pa­sa­do a un even­to mul­ti­tu­di­na­rio, que en es­ta oca­sión in­clu­yó es­tre­nos de pe­lí­cu­las, do­cu­men­ta­les, sim­po­sios, pues­tas en es­ce­na de obras, ex­po­si­cio­nes itine­ran­tes y ree­di­cio­nes del li­bro. En Du­blín la ce­le­bra­ción co­men­zó el 1 de abril y fi­nali­zó el 30 de agos­to. En la ma­ña­na del 16 de ju­nio los or­ga­ni­za­do­res ofre­cie­ron un de­sa­yu­no gra­tis, en la ca­lle O´Con­nell, pa­ra 10,000 tu­ris­tas pro­ce­den­tes de to­do el mun­do.

Du­ran­te el trans­cur­so del día se dic­ta­ron en­tusias­tas con­fe­ren­cias y se le­ye­ron pa­sa­jes de la obra. La pre­si­den­ta de Irlan­da, Mary McA­lee­se, asis­tió a una de es­tas lec­tu­ras. Fi­gu­ran­tes ata­via­dos co­mo los perso­na­jes de la obra se paseaban en­tre la mul­ti­tud que apro­ve­cha­ba pa­ra fo­to­gra­fiar­los y aplau­dir sus re­pre­senta­cio­nes. Ade­más, las ca­lles, los edificios mu­ni­ci­pa­les y los mo­nu­men­tos que se men­cio­nan en la obra fue­ron res­tau­ra­dos y ador­na­dos con ele­men­tos alu­si­vos a la épo­ca. De no­che, en una pan­ta­lla gi­gan­te ubi­ca­da so­bre el río Lif­fey, se pre­sen­ta­ron imá­ge­nes de Joy­ce y po­co des­pués la pe­lí­cu­la Uli­ses, de Jo­seph Strick. Con los años, la fa­ma del Uli­ses ha au­men­ta­do consi­de­ra­ble­men­te. Se han ven­di­do mi­llo­nes y mi­llo­nes de ejem­pla­res, ven­tas ini­cial­men­te es­ti­mu­la­das pri­me­ro por pro­hi­bi­cio­nes y cen­su­ras, y pos­te­rior­men­te has­ta por el vis­to bue­no de per­so­na­li­da­des y ar­tis­tas in­flu­yentes. Los ar­tis­tas y los in­te­lec­tua­les de re­nom­bre siem­pre sue­len co­lo­car al Uli­ses en­tre sus cá­no­nes li­te­ra­rios.

Hay cien­tos de bio­gra­fías y es­tu­dios lin­güís­ti­cos rea­li­zados por men­tes tan lú­ci­das co­mo la de Carl Jung o la de Um­ber­to Eco. Al pa­re­cer, re­sul­ta de buen gus­to y sig­no de in­te­lec­tua­li­dad evi­den­te co­lo­car Uli­ses en una bi­bliote­ca, aun­que ha­ya si­do en el pa­sa­do un li­bro acu­sa­do de obs­ce­ni­dad. Tan só­lo hay que pen­sar en las 721,620 li­bras es­ter­li­nas (ca­si un millón y me­dio de dó­la­res) que se pa­ga­ron ha­ce po­co por una car­ta ori­gi­nal de Joy­ce, o en las úl­ti­mas pe­lí­cu­las re­fe­ren­tes a sus obras que han si­do pro­ta­go­ni­za­das por as­tros del ci­ne2. An­te to­do es­to, la pre­gun­ta obli­ga­to­ria es ¿se es­tá leyendo el li­bro o el li­bro es un pre­tex­to pa­ra im­pul­sar 62 Arriba, James Joyce. A la derecha, la estatua del autor de Ulises en O’Connell St., apodada “Prick with the Stick”. Página anterior, tumba de Joyce en Zurich, por Ian MacCandless.. E l 16 de junio pasado se celebraron los cien años del Bloomsday. Para los que están familiarizados con la novela Ulises, esta fecha debe resultar tan memorable como para un físico la tarde en que le cayó a Newton la manzana en la cabeza. El Bloomsday es la celebración del día en que se sitúa todo el desarrollo de la novela Ulises, del escritor irlandés James Joyce, una de las obras que más ha influido la literatura de todas las lenguas. Las técnicas empleadas en cada capítulo han sido adoptadas por cientos de escritores y se han incorporado a la música, al teatro, al cine y a la cultura popular. El Bloomsday –día de Bloom– se festeja desde hace casi 50 años. Se le llama así por el apellido del protagonista del Ulises, Leopold Bloom, aunque también se trata de un juego de palabras que involucra Doomsday –que significa día del juicio final– y Bloomsday –que traducido literalmente significa día del florecer–.

Este año pasado, admiradores de la novela celebraron masivamente el centenario. De un evento sencillo que incluía rituales tales como beberse una cerveza en el hotel Ormond1 o emprender la lectura de la novela, se ha pasado a un evento multitudinario, que en esta ocasión incluyó estrenos de películas, documentales, simposios, puestas en escena de obras, exposiciones itinerantes y reediciones del libro. En Dublín la celebración comenzó el 1 de abril y finalizó el 30 de agosto. En la mañana del 16 de junio los organizadores ofrecieron un desayuno gratis, en la calle O´Connell, para 10,000 turistas procedentes de todo el mundo. Durante el transcurso del día se dictaron entusiastas conferencias y se leyeron pasajes de la obra. La presidenta de Irlanda, Mary McAleese, asistió a una de estas lecturas. Figurantes ataviados como los personajes de la obra se paseaban entre la multitud que aprovechaba para fotografiarlos y aplaudir sus representaciones. Además, las calles, los edificios municipales y los monumentos que se mencionan en la obra fueron restaurados y adornados con elementos alusivos a la época. De noche, en una pantalla gigante ubicada sobre el río Liffey, se presentaron imágenes de Joyce y poco después la película Ulises, de Joseph Strick. Con los años, la fama del Ulises ha aumentado considerablemente.

Se han vendido millones y millones de ejemplares, ventas inicialmente estimuladas primero por prohibiciones y censuras, y posteriormente hasta por el visto bueno de personalidades y artistas influyentes. Los artistas y los intelectuales de renombre siempre suelen colocar al Ulises entre sus cánones literarios. Hay cientos de biografías y estudios lingüísticos realizados por mentes tan lúcidas como la de Carl Jung o la de Umberto Eco. Al parecer, resulta de buen gusto y signo de intelectualidad evidente colocar Ulises en una biblioteca, aunque haya sido en el pasado un libro acusado de obscenidad. Tan sólo hay que pensar en las 721,620 libras esterlinas (casi un millón y medio de dólares) que se pagaron hace poco por una carta original de Joyce, o en las últimas películas referentes a sus obras que han sido protagonizadas por astros del cine2. Ante todo esto, la pregunta obligatoria es ¿se está leyendo el libro o el libro es un pretexto para impulsar 62 Arriba, James Joyce.A la derecha, la estatua del autor de Ulises en O’Connell St., apodada “Prick with the Stick”.

Página anterior, tumba de Joyce en Zurich, por Ian MacCandless.. to­da una in­dus­tria? La res­pues­ta es am­bi­gua. Por ejemplo, una de las or­ga­ni­za­do­ras del Blooms­day res­pon­de que co­men­zó su lec­tu­ra, pe­ro que se le hi­zo com­pli­ca­do con­ti­nuar. Es­ta re­pues­ta es co­mún, no so­la­men­te en los lec­to­res, si­no tam­bién en crí­ti­cos y es­cri­to­res re­co­no­cidos. Es­to tie­ne an­te­ce­den­tes anec­dó­ti­cos en una con­feren­cia que el au­tor pro­nun­ció so­bre Ib­sen cuan­do tenía 18 años. Al con­cluir su po­nen­cia, se oyó gri­tar: “¡Joy­ce, ha si­do es­plén­di­do, pe­ro es­tás lo­co de re­ma­te!”3. Aquellos que le aplau­den y le ce­le­bran no lo ha­cen por pro­pia con­vic­ción, si­no más bien por un res­pe­to que es si­mi­lar al que se sien­te fren­te a una fi­gu­ra de po­der. Acer­ca del Uli­ses, Joy­ce le es­cri­bió a un ami­go: “He me­ti­do tan­tos enig­mas y rom­pe­ca­be­zas que ten­drá atarea­dos a los pro­fe­so­res du­ran­te si­glos dis­cu­tien­do so­bre lo que quie­re de­cir, y ese es el úni­co mo­do de ase­gu­rar­se la in­mor­ta­li­dad.”4 Es­ta pro­fe­cía fue ex­pre­sa­da de ma­ne­ra iró­ni­ca y, co­mo se pue­de ob­ser­var, se ha im­pues­to. La in­ten­ción del Ayun­ta­mien­to de Du­blín es loa­ble. Con es­te even­to mi­llo­na­rio se tra­ta de in­cen­ti­var la lec­tu­ra del Uli­ses en un pú­bli­co acos­tum­bra­do a consu­mir no­ve­las com­pra­das en su­per­mer­ca­dos y pe­lí­culas de Holly­wood. Una de las au­to­ri­da­des lo­ca­les de la ca­pi­tal ir­lan­de­sa de­cía que con es­tas ac­ti­vi­da­des se tra­ta­ba de re­cu­pe­rar el le­ga­do de uno de sus ge­nios. De­cir es­to es acer­ta­do e in­te­li­gen­te, pe­ro los es­cri­tos de Joy­ce mues­tran una di­rec­ción me­nos ofi­cia­lis­ta. Sus tra­ba­jos, y so­bre to­do el del Uli­ses, se fun­da­men­tan en crí­ti­cas abier­tas al na­cio­na­lis­mo, al ca­to­li­cis­mo y a la men­ta­li­dad re­gio­nal de sus con­tem­po­rá­neos ir­lan­de­ses. Por es­ta ra­zón re­sul­ta pa­ra­dó­ji­co lo que hoy en día se ha con­ver­ti­do el Blooms­day, y la mis­ma fi­gu­ra de Joy­ce. 

Primera cita 

Co­mo gé­ne­sis de es­tas ce­le­bra­cio­nes se ha­lla un en­cuentro amo­ro­so de vi­tal im­por­tan­cia: la pri­me­ra ci­ta de No­ra Bar­na­cle con Ja­mes Joy­ce. La ci­ta tu­vo lu­gar el jue­ves 16 de ju­nio de 1904, día en que se de­sa­rro­lla el Uli­ses. Pe­ro ela­bo­re­mos es­to un po­co. En el año 1904, Joy­ce cuen­ta con 22 años, aca­ba de re­tor­nar de Pa­rís y ha co­men­za­do la re­dac­ción de la no­ve­la Step­hen He­ro5. An­te­rior­men­te ha­bía rea­li­za­do dos via­jes a Pa­rís donde ha­bía pa­sa­do la ma­yor par­te del tiem­po le­yen­do en bi­blio­te­cas. Du­ran­te la se­gun­da es­ta­día re­ci­be la no­ti­cia de que su ma­dre es­tá al bor­de de la muer­te. És­ta, después de una lar­ga ago­nía, mue­re el 13 de agos­to del año 1903. Co­mo se ob­ser­va en los pri­me­ros ca­pí­tu­los del Uli­ses, la muer­te de Mary Ja­ne Joy­ce afec­ta­ría no­table­men­te al es­cri­tor, aun­que no só­lo lo ha­ría de ma­ne­ra sen­ti­men­tal, si­no tam­bién en otros pla­nos exis­ten­cia­les; has­ta se po­dría de­cir que su muer­te se vin­cu­la a una crisis que Joy­ce es­ta­ba pa­de­cien­do en ese momento y que ha­lla­ría su re­so­lu­ción en el exi­lio. A lo lar­go de to­do el Uli­ses se no­ta esa de­so­rien­ta­ción en Step­hen De­da­lus, el al­ter ego de Joy­ce (el ape­lli­do De­da­lus ha­ce re­fe­rencia a dé­da­lo o la­be­rin­to). El 10 de ju­nio co­no­ce a No­ra Bar­na­cle, una jo­ven ca­ma­re­ra de pe­lo co­bri­zo que pro­ve­nía de una re­gión ir­lan­de­sa lla­ma­da Gal­way. Joy­ce la vio cuan­do ella ca­mi­na­ba so­la por la ca­lle Nas­sau. Se acer­có tí­mi­damen­te y le di­ri­gió la pa­la­bra. Joy­ce lle­va­ba pues­ta una go­rra de na­ve­gan­te; ella, al ver ese de­ta­lle y sus ojos azu­les, su­pu­so que se tra­ta­ba de un ma­ri­ne­ro sue­co. Acuer­dan sa­lir el 14 de ju­nio, pe­ro ella no asis­te a la ci­ta y de­ja plan­ta­do a Joy­ce en la es­qui­na de Me­rrion Squa­re.

Al día si­guien­te el es­cri­tor le en­vía la si­guiente no­ta: “De­bo es­tar cie­go. Es­tu­ve mi­ran­do mu­cho ra­to una ca­be­za de ca­be­llos ro­jo os­cu­ro, pe­ro lle­gué a la con­clu­sión de que no eras tú. Me fui a ca­sa comple­ta­men­te des­con­so­la­do. Me gus­ta­ría en­con­trar­me con­ti­go, pe­ro tal vez no lo de­seas. Es­pe­ro que ten­gas la ama­bi­li­dad de acep­tar la ci­ta ¡si es que no te has ol­vi­da­do de mí!”6. Fi­nal­men­te, No­ra ac­ce­de a sa­lir. Se ci­tan en­ton­ces el jue­ves 16 de ju­nio de 1904. ¿Qué pa­sa el 16 de ju­nio de 1904? ¿Por qué esa fe­cha es tan de­ter­mi­nan­te pa­ra Joy­ce? Bue­no, Joy­ce se ena­mo­ra. Pe­ro no só­lo se ena­mo­ra, si­no que se sien­te co­rres­pon­di­do y com­pren­di­do en un Du­blín que ca­da día se le ha­cía más di­fí­cil de so­por­tar. En su bio­gra­fía so­bre Joy­ce, Ri­chard Ell­mann ano­ta: “Si­tuar el Uli­ses en esa fe­cha fue el tri­bu­to más elo­cuen­te –aun­que in­di­recto– que Joy­ce rin­dió a No­ra: era un re­co­no­ci­mien­to del efec­to de­ter­mi­nan­te que tu­vo so­bre su vi­da su re­la­ción con ella. El 16 de ju­nio en­tró en con­tac­to con el mun­do que le ro­dea­ba de­jan­do atrás la so­le­dad que siem­pre sintió des­de la muer­te de su ma­dre. Más ade­lan­te le di­ría a No­ra: ‘Tú hi­cis­te de mí un hom­bre’. El 16 de ju­nio fue el día que se­pa­ró a Step­hen De­da­lus, el jo­ven re­bel­de, de Leo­pold Bloom, el ma­ri­do com­pla­cien­te.”7 Des­de ese día sal­drían cons­tan­te­men­te por las ca­lles de Du­blín. No­ra, en los tiem­pos en que vi­vía con su tío en Gal­way, se ves­tía de hom­bre pa­ra en­con­trar­se con 64 un mu­cha­cho del que es­ta­ba ena­mo­ra­da. No lle­ga­ría a esos ex­tre­mos con Joy­ce, pe­ro eso da a en­ten­der lo versá­til y re­suel­ta que era. Al re­ci­bir las pa­sio­na­rias car­tas que le man­da­ba el es­cri­tor, ella in­ten­ta­ba res­pon­der­le con in­ge­nio y en cier­ta oca­sión lo hi­zo con una car­ta co­pia­da de al­gún ma­nual de co­rres­pon­den­cias. Di­cha car­ta fue ana­li­za­da por Joy­ce y un ami­go has­ta que se per­ca­ta­ron del en­ga­ño. Hay un pa­sa­je del Uli­ses que trans­cu­rre en una ci­ma de­no­mi­na­da Howth, la cual ofre­ce una vis­ta pa­no­rá­mica del mar, la ciu­dad y la ba­hía. Se­gu­ra­men­te No­ra y Joy­ce es­tu­vie­ron du­ran­te esos días en ese si­tio, y ese even­to fue ela­bo­ra­do pos­te­rior­men­te en la no­ve­la. El pa­sa­je es el si­guien­te: “Es­con­di­dos ba­jo los he­le­chos sal­va­jes en Howth. De­ba­jo de no­so­tros, ba­hía, cie­lo dormi­do. Ni un rui­do. El cie­lo. La ba­hía vio­le­ta ha­cia la punta Lion. Ver­de jun­to a Drum­leck. Ver­dia­ma­ri­lla ha­cia Sut­ton. Cam­pos sub­ma­ri­nos, las lí­neas de un le­ve par­do en la hier­ba, ciu­da­des se­pul­ta­das. Ha­cien­do al­mo­ha­da de mi cha­que­ta ella te­nía el pe­lo, ti­je­re­tas en las ma­tas de bre­zo mi ma­no ba­jo su nu­ca me vas a de­sa­rre­glar to­da. ¡Oh pro­di­gio! Blan­da­fres­ca de lo­cio­nes su ma­no me to­có, me aca­ri­ció: sus ojos en mí sin apar­tar­los. Arre­ba­ta­do ya­cí so­bre ella, sus car­no­sos la­bios abier­tos, be­sé su bo­ca. Ñam. Sua­ve­men­te me dio en la bo­ca la ga­lle­ta de anís ca­lien­te y mas­ti­ca­da. Pul­pa nau­sea­bunda que su bo­ca ha­bía mas­ca­do dul­ce y agria con sa­li­va. Ale­gría: la co­mí: ale­gría. Vi­da jo­ven, sus la­bios que me dio en ho­ci­qui­to. La­bios blan­dos, ca­lien­tes, pe­ga­jo­sos, ge­la­ti­no­go­mo­sos. Flo­res eran sus ojos, tó­ma­me, ojos acep­ta­do­res. Unos gui­ja­rros ca­ye­ron. Ella si­guió tum­bada. Una ca­bra. Na­die. Arri­ba en­tre los ro­do­den­dros de Ben Howth an­da­ba una ca­bra con pa­so se­gu­ro, de­jando caer sus pa­sas. Em­bos­ca­da tras he­le­chos ella se rió en ca­lien­te abra­zo. Lo­ca­men­te ya­cí so­bre ella, la be­sé: los ojos los la­bios, el cue­llo es­ti­ra­do, la­tien­do, pe­chos de mu­jer lle­nan­do su blu­sa de ve­lo de mon­ja, grue­sos pe­zo­nes er­gui­dos.

Ca­lien­te la la­mí. Me be­só. Fui be­sa­do. Ce­dien­do to­da me al­bo­ro­tó el pe­lo. Be­sa­da, me be­só.”8 Du­ran­te esos me­ses No­ra pro­cu­ra­ba rei­te­rar­le que es­taba in­te­re­sa­da en él, pe­ro Joy­ce ge­ne­ral­men­te ac­tua­ba de ma­ne­ra ex­cén­tri­ca y le en­via­ba car­tas don­de con una sin­ce­ri­dad de­sa­fo­ra­da ex­pli­ca­ba que re­cha­za­ba to­do el or­den so­cial de la épo­ca. No­ra has­ta lle­gó a pre­gun­tar­se si su no­vio es­ta­ba lo­co; sin em­bar­go, siem­pre con­tes­ta­ba sus car­tas afir­ma­ti­va­men­te. Es­tos rei­te­ra­ti­vos sí ten­drían un va­lor sin pre­ce­den­tes en Joy­ce y en su obra, co­mo por ejem­plo en el úl­ti­mo ca­pí­tu­lo del Uli­ses –el fa­mo­so mo­nó­lo­go de Molly Bloom– que fi­na­li­za de la si­guien­te ma­ne­ra: “Y lue­go le pe­dí con los ojos que lo vol­vie­ra a pe­dir sí y en­ton­ces me pre­gun­tó si yo que­ría sí de­cir sí mi flor de la mon­ta­ña y pri­me­ro le ro­deé con los bra­zos sí y le atra­je en­ci­ma de mí pa­ra que él que me pu­die­ra sen­tir los pe­chos to­do per­fu­me sí y el co­ra­zón le co­rría co­mo lo­co y sí di­je sí quie­ro Sí.”9 De es­ta ma­ne­ra aca­ba el Uli­ses, re­pi­tien­do los sí de Molly Bloom que se ase­me­ 65 La familia Joyce en Feldkirch: James, Lucía y Nora Joyce. jan a los de No­ra Bar­na­cle en esos días, y mu­cho más aún si se pien­sa en el sí de me­dia­dos de sep­tiem­bre, cuando Joy­ce le pre­gun­tó en una car­ta si es­ta­ba dis­pues­ta a aban­do­nar­lo to­do y par­tir al exi­lio con él. Fran­ces­ca Ro­ma­na Río, en su li­bro Vi­da y obra de Ja­mes Joy­ce, co­men­ta es­ta si­tua­ción: “Cuan­do ha­cia me­dia­dos de sep­tiem­bre Joy­ce pro­pu­so a No­ra huir con él ha­cia las tie­rras del exi­lio, no le pro­pu­so al mis­mo tiem­po pa­sar tam­bién por el ayun­ta­mien­to y por la pa­rro­quia an­tes de par­tir. Se so­breen­ten­día que No­ra acep­ta­ba se­guir­lo li­bre­men­te sin con­sa­gra­ción ni le­ga­liza­ción de un la­zo que pa­ra Joy­ce era tan­to más fuer­te y vá­li­do cuan­to más li­bre y con­tras­ta­do. Su ma­ne­ra de ac­tuar, de he­cho, sus­ci­tó mu­chas crí­ti­cas en un Du­blín ca­tó­li­co y vic­to­ria­no. No­ra fue con­si­de­ra­da una mu­jer de ba­ja es­to­fa y él un des­ver­gon­za­do pre­sun­tuo­so.”10 An­tes de su par­ti­da, Joy­ce le es­cri­bía a No­ra car­tas de es­te es­ti­lo: “Ano­che. Mien­tras te es­pe­ra­ba, me sen­tí aún más in­quie­to. Me pa­re­cía es­tar li­bran­do por ti una ba­ta­lla con­tra to­das las fuer­zas so­cia­les y re­li­gio­sas de Ir­lan­da, y sen­tí que no te­nía en qué apo­yar­me sal­vo en mí mis­mo. No hay vi­da aquí, ni mo­ra­li­dad, ni ho­nes­ti­dad. La gen­te vi­ve to­da su vi­da ba­jo el mis­mo te­cho y al fi­nal es­tán tan se­pa­ra­dos co­mo siem­pre… El he­cho de que pue­das ele­gir así y po­ner­te a mi la­do en mi aza­ro­sa vi­da me lle­na de or­gu­llo y ale­gría. Per­mí­te­me, que­ri­dí­si­ma No­ra, de­cir­te lo mu­cho que de­seo que com­par­tas cual­quier fe­li­ci­dad que me aguar­de, y ase­gu­rar­te mi gran res­pe­to por ese amor tu­yo que de­seo me­re­cer y co­rres­pon­der.”

A fi­na­les de sep­tiem­bre el via­je es­ta­ba de­ci­di­do, aunque en al­gu­na par­te de su co­ra­zón Joy­ce pen­sa­ba que No­ra, al igual que Eve­lin (pro­ta­go­nis­ta de uno de los re­la­tos de Du­bli­ners), no se atre­ve­ría a su­bir al bar­co. Lle­ga en­ton­ces el ocho de oc­tu­bre, día en que la pa­re­ja aban­do­na Du­blín. Joy­ce lo­gró reu­nir di­ne­ro su­fi­cien­te pa­ra los pa­sa­jes de bar­co, pi­dien­do la co­la­bo­ra­ción de ami­gos y has­ta de re­co­no­ci­das fi­gu­ras li­te­ra­rias. Co­mo Joy­ce no que­ría que su pa­dre su­pie­ra que se es­ta­ba es­capan­do con una mu­jer de cla­se so­cial in­fe­rior, de­ci­den su­bir al bar­co por se­pa­ra­do. Pri­me­ro su­be Joy­ce y al ra­to su­be No­ra. Ri­chard Ell­mann co­men­ta lo que su­ce­de des­pués: “La pa­re­ja lle­gó a Lon­dres. Nin­gu­no de los dos con­fia­ba ple­na­men­te en el otro. Cuan­do lle­ga­ron a la ciu­dad, Joy­ce de­jó a No­ra en un par­que pa­ra ir a vi­si­tar a Art­hur Sy­mons. Ella cre­yó que nun­ca vol­ve­ría. Pe­ro no só­lo vol­vió si­no que, pa­ra sor­pre­sa de sus ami­gos y tal vez de sí mis­mo, se que­dó con ella pa­ra siem­pre. En cuan­to a No­ra, iba a ser tan só­li­da co­mo una ro­ca por el res­to de sus días.”12 

¿Mil años del Blooms­day?

Ca­da per­so­na se de­fi­ne pa­ra siem­pre en un mo­men­to es­pe­cial de su vi­da. Pa­ra San Agus­tín fue el mo­men­to en que en­tró a la fe cris­tia­na. Pa­ra Wi­lliam Bu­rroughs el dis­pa­ro ac­ci­den­tal con que ma­tó a su es­po­sa, lue­go de que és­ta se pu­sie­ra un va­so en la ca­be­za y él fa­lla­ra la pun­te­ría. Pa­ra Ja­mes Joy­ce y No­ra Bar­na­cle fue el en­cuen­tro del 16 de ju­nio de 1904. Por cier­to, es­ta ci­ta se re­la­cio­na con otro en­cuen­tro real que la­ li­te­ra­tu­ra ha mi­ti­fi­ca­do: el en­cuen­tro de Dan­te Alig­hie­ri con Bea­triz dei Bar­di. El poe­ta ita­lia­no la vio por pri­me­ra vez cuando és­ta te­nía nue­ve años. Que­dó ena­mo­ra­do, y cuan­do Bea­triz mu­rió se pro­pu­so de­cir de ella lo que ja­más fue di­cho de nin­gu­na. Y lo hi­zo. Al igual que lo hi­zo Joy­ce en el Uli­ses y en di­ver­sos tex­tos con res­pec­to a No­ra. ¿Per­du­ra­rá el Uli­ses? ¿Se con­ti­nua­rá le­yen­do en los pró­xi­mos mi­le­nios? ¿O sim­ple­men­te se que­ma­rá en un fue­go tan vo­raz co­mo el de la li­bre­ría de Ale­jan­dría? Respon­der a es­ta pre­gun­ta es, más que to­do, un ejer­ci­cio de fe o una apues­ta. En el ter­cer ca­pí­tu­lo del Uli­ses, Step­hen De­da­lus me­di­ta so­bre la pos­te­ri­dad y ob­ser­va el pro­ce­so: “Cuan­do uno lee esas ex­tra­ñas pá­gi­nas de uno que de­sapa­re­ció ha­ce mu­cho uno se sien­te uno con uno que una vez.”13 Por más que se re­co­noz­can las in­no­va­do­ras téc­nicas y el ca­rác­ter en­ci­clo­pé­di­co, hay un hu­ma­nis­mo que re­co­rre de ex­tre­mo a ex­tre­mo las 783 pá­gi­nas del li­bro.

Uli­ses es­tá lla­ma­do a per­du­rar y a ser en­ri­que­ci­do con los en­tu­sias­tas lec­to­res de ca­da nue­va ge­ne­ra­ción. Se pue­de to­mar una ti­je­ra y re­cor­tar el li­bro, ex­tra­yen­do el vir­tuosis­mo, las re­fe­ren­cias per­so­na­les y co­lec­ti­vas, los ar­ti­ficios de ca­da pá­rra­fo, y to­da­vía se man­ten­drá una his­to­ria ar­que­tí­pi­ca y re­pre­sen­ta­ti­va de nues­tra ci­vi­li­za­ción. Con res­pec­to al Blooms­day, creo que las con­me­mo­racio­nes van a con­ti­nuar por un lar­go tiem­po, pe­ro que con los años los joy­cea­nos, co­mo los co­no­ce­mos hoy, van a ser ca­da vez me­nos, has­ta ex­tin­guir­se. El li­bro va a pre­sen­tar otra pers­pec­ti­va y se abri­rá a nue­vas po­si­bi­lida­des y a otros en­fo­ques e in­ter­pre­ta­cio­nes. Yo apues­to a que Uli­ses va a per­du­rar más que Du­blín. Yo apues­to al tiem­po cir­cu­lar. Así co­mo yo he de vol­ver a es­cri­bir es­te ar­tí­cu­lo, Joy­ce y No­ra van a vol­ver a pa­sear jun­tos por las ca­lles del Du­blín de 1904.


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