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Cómo ve Piero Gleijeses la libertad

by Ángel Garrido
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Con típico gracejo africano ha contado el arzobispo Desmond Tutu que le enrostró un día a Nelson Mandela su mal gusto para elegir los diseños y los colores de las camisas que usaba. Ante la crítica de Tutu, Mandela no descendió un solo peldaño del podio regente que por mandato popular ocupaba. Pero entre las partituras musicales de una amistad sana y sincera, dejó escapar la risa comedida que lo redimía del reproche: «Y mira que me lo dice un hombre que es capaz de salir en sotana a la calle», le retrucó Mandela.

El arzobispo Tutu se ríe cada vez que lo cuenta. En África queda más guasa que nunca: nos trajeron al Caribe de un solo golpe los hombres negros sojuzgados por los esclavistas blancos. Hay que oírlos entre ellos. Guasones hasta la linde última como si todos hubieran nacido en Macorís del Mar. El humor de África, como las penas de Miguel Hernández, tizna cuando estalla. Umbrío de matices, casi bruno el buen humor de la cuna del género humano.

A la hora de la chanza, la gente del Véneto italiano tiene lo suyo: Piero Gleijeses me mira a la cabeza el maltrecho sombrero invernal que para no perder uso en el bolsillo del abrigo cuando estoy bajo techo: «Te queda bien el sombrerito». Y miren que me lo ha dicho un hombre que es capaz de salir destocado a la calle. Le perdono la sorna porque veo que le jode lo que ocurrió en el suroeste de África durante los últimos tres lustros de la Guerra Fría. Pero se vuelve incisivo y audaz a la hora de analizar los hechos en su nuevo libro Visions of Freedom: Havana, Washington, Pretoria, and the Struggle for Southern Africa 1976-1991. Ya se ha estudiado en un libro anterior la Angola rediviva de escarapelas verdirrojas de la Revolución de los Claveles contra el Estado Novo en la metrópolis portuguesa. Por allí pasó el cabestro polvoriento del becerro libertario en el suroeste de África. Fue una lucha verraca y atroz porque las dos superpotencias de entonces se respetaban dentro de ciertos límites los espacios vitales, pero no tomaban café de la misma taza para no beberse entre sí los secretos de guerra. Piero Gleijeses se da a la caza de los mismos cuando ya la historia reciente les ha concedido a los hechos carta de nacionalidad.

En julio de 1991, Cuba se convertía en el primer país latinoamericano visitado por Nelson Mandela. Luego, en el año 1998, uno de los vídeos disponibles muestra a un Fidel sedente en el sofá de la habitación de Mandela en un hotel de Ginebra en el transcurso de la cumbre de la Organización Mundial del Comercio. Se trataba de un diálogo fraternal y fluido de estadista a estadista. En traje de calle el cubano. El sudafricano con el torso debajo de una de las camisas objetadas por Tutu.

Para taponarle posibles huecos al menor error interpretativo, una mujer de voz tiplisonante y sensible al tema tratado hacía las veces de intérprete. Parecería una grosería de urbanidad que Fidel estuviera sentado y Mandela de pie y erguido sobre la verticalidad incontrovertible de sus principios innegociables. Pero si se observa el inicio del video, se cae en la cuenta de que no había tal grosería: el latinoamericano estaba sentado por órdenes expresas del sudafricano: «Siéntese, siéntese», le ordena Mandela a Castro. Al tanto aquel de la locuacidad de este, no quiere que hable. Castro acata sin rechistar las instrucciones de Mandela. Se sienta Fidel en silencio y busca con la suya la mirada de su par sudafricano.

La intérprete eficiente y nítida que en la entrevista les asiste no añade comas ni omite matices. Solo que al traducir pasa al mudo subjuntivo lo que Mandela ha dicho en presente de indicativo: «Que antes de nada nadita de nada tiene que decirle usted cuándo visitará Sudáfrica». Mandela pone de manifiesto que ya habían recibido ellos en su país a una gran variedad de visitantes de todas las latitudes del mundo, pero no la visita oficial de la Cuba que había aportado sus soldados, sus armas, sus médicos; de la Cuba que había entrenado a su gente para luchar contra el oprobioso régimen del apartheid. Le exige el presidente de Sudáfrica al de Cuba que le fije fecha a su visita antes de tratar ningún otro tema. Era difícil para el latinoamericano torear sin burladero al africano en Ginebra.

«Dígale que me costará irme hoy mismo con él», le pide Castro a la intérprete. Pero no aparecería en Sudáfrica, vía Namibia, hasta tanto la cumbre de los No Alineados lo llevase ese mismo año 1998 a Durban, la gran ciudad índica y tercera en importancia de Sudáfrica.

Piero Gleijeses se deja embriagar por la historicidad de la epopeya y aparece lueguito para documentarla. Lleva consigo su vademécum de investigador pertinaz a una Habana de archivos restringidos que sin embargo muestra con sobriedad los límites definidos de la calvicie del león y abre para el respetado investigador universitario sus fuentes documentales. Se va Gleijeses de igual modo a la Pretoria post apartheid. A la Luanda que elige camino sin olvidar de dónde carajo viene. A la Windhoek que ostenta la capitalidad de Namibia. Políglota en lenguas varias y de troncos diversos el propio Piero, lee, deja que le lean y da a leer. Traduce, y a un tiempo mismo acepta la solidaridad académica de otros traductores. Sigue el impulso montuno de su olfato felino de profesor de relaciones internacionales de la prestigiosa Johns Hopkins University recinto de Washington, D. C. Asombrado todavía por el carácter épico de los encuentros entre Mandela y Castro, y normado Gleijeses por su entrañable pasión por las filologías himalaya y andina, apura el estudio de ambas lenguas porque desearía hacer las veces de intérprete si se reunieran alguna vez ambas cordilleras. Cumbres ha habido en la vida de Dios. Y si hubiera una entre el Himalaya y los Andes, el profesor Gleijeses estaría presto a traducirle a la una lo que dijera la otra, y viceversa.

Guerra hubo. Y Piero vive un hito en el congelamiento por parte del presidente Ford de la política de détente hacia la URSS. La presencia de Cuba en Angola determina el punto de inflexión de la política exterior estadounidense hacia su rival de la Guerra Fría. En Visions of Freedom, Gleijeses sindica el hecho bélico sudafricano con la certidumbre inapelable de topógrafo que jalona hito: «Yo investigo lo que pasó en los quince años subsiguientes», asevera.

Convoca Gleijeses al lector acucioso al pormenor revelador de los acontecimientos de la Guerra Fría en el cono sur africano con virgulilla sobre la ene de cono. Se trató en realidad de una urdimbre de puta madre enfardelada desde Pretoria por el alto mando del apartheid con el apoyo decidido y tenaz de sus aliados mundolibristas. A Séneca, que veía en quien era amigo de sí mismo a un amigo de todo el mundo, le habría resultado fácil entender por qué un pequeño país antillano trasladaba sus mejores tropas y equipo bélico, como no lo había hecho en América ningún otro país distinto de Estados Unidos y de Canadá, hasta otro continente para contribuir de manera eficaz a miles de kilómetros de casa a la derrota definitiva y para siempre del vergonzoso régimen del apartheid en el cono sur de África, con la misma virgulilla sobre la ene de cono.

Si bien en menor escala, se peleó de nuevo en el suroeste africano con la misma fiereza de fábula con que ya se había peleado en el Magreb invadido de la Segunda Guerra Mundial. Era evidente que abandonadas Angola y Namibia a suerte y verdad, las tropas bien armadas y entrenadas del apartheid habrían sin duda prevalecido sobre las debilidades intrínsecas del Movimiento para la Liberación de Angola (MPLA). Jonas Savimbi, al frente de su mercenaria UNITA, habría maniobrado para desterrar de Angola tanto a la Organización del Pueblo de África Occidental (SWAPO, por sus siglas en inglés), como al Congreso Nacional Africano (CNA). Se dibujaba sobre el cielo africano un panorama político y bélico demasiado oscuro para que no hubiera vencido con holgura el apartheid opresor.

De haber cedido Cuba a las presiones del alto mando soviético para que retirara sus tropas del Cono Sur, las fuerzas independentistas de Angola y Namibia habrían sido vencidas por la invasión pretoriana en sentido doble: por alusión histórica a los soldados romanos y por alusión al topónimo que a la capital del apartheid designaba. Y no lo dice quien el libro de Gleijeses reseña. Lo garabateó sobre las ruinas de un muro en afrikáner, un soldado pretoriano que había sobrevivido a los fieros combates: «Los Mig-23 nos partieron el corazón», escribió en alusión a los aviones de guerra que usaron los cubanos.

El verbo abrasador y rico en matices de Nelson Mandela doblaba setenta veces siete al del soldado vencido. Año y medio después de haber salido de la prisión de Robben Island donde pasó 27 años, el gigante antiapartheid se referiría al hecho en Matanzas (Cuba) de la siguiente manera: «Aquella impresionante derrota del ejército racista le dio a Angola la posibilidad de disfrutar de la paz y consolidar su soberanía. Le dio al pueblo de Namibia su independencia, desmoralizó al régimen racista blanco de Pretoria e inspiró la lucha contra el apartheid dentro de Sudáfrica. Sin la derrota en Cuito Cuenavale nuestras organizaciones nunca hubieran sido legalizadas».

La muerte en polvorosa del propio Savimbi en el año 2002 ofrece un testimonio incontrovertible de lo que habría sido él como gobernante. Cuando las tropas leales al MPLA lograron cercarlo en su natal Moxico, Savimbi iba protegido por treinta espalderos de su entera desconfianza. Cuando lograron por fin rodearlo luego de bloquear los dos puentes de su probable escapatoria y lo forzaron a batirse en azarosa retirada, en un gesto digno del menor encomio, Savimbi fue el trigésimo primero en caer. Ningún hombre bajo sus órdenes inmediatas contaría jamás cómo vivieron sus últimos meses ni quien los sufragó. Otra tareíta para el lector preocupado por la historia reciente del continente que sirvió de pesebre a la raza humana.

Como se hiciera por un momento abstracción del carácter gris y cruel de aquella guerra desigual, bien podría recurrirse a la alegoría musical que por cierto se enraíza en la influencia africana en la cultura antillana, y la cual aparece recogida en las letras de la conocida composición musical de Oscar Muñoz Bouffartique que popularizó Celia Cruz, y en ese caso las letras de Muñoz Bouffartique pasarían del pretérito indefinido del indicativo al modo potencial de los infinitivos dar, pegar y echar: Songo le habría dado a Borondongo, y Borondongo le habría dado a Bernabé, porque Bernabé le habría pegado a Muchilanga y le habría echado a Burundanga. No se reprodujo en la práctica aquel despelote sin término de la canción de Muñoz Bouffartique porque a las tropas cubanas se les hincharon los pies, Monina.

Nelson Mandela no lo olvidó nunca. Y fue a Cuba a decírselo a los cubanos. Volvió a repetírselo a Fidel en persona en la Ginebra fría y neutral que industrializa la paz, pero que no la genera ni la auspicia en los campos inmisericordes del continente más explotado del planeta. (El autor habla de Piero Gleijeses, reconocido escritor, reputado investigador, experto en política exterior cubana y profesor de relaciones internacionales en la Johns Hopkins University. Su libro Visions of Freedom fue publicado en 2013. Es autor de La crisis dominicana, libro editado por el Fondo de Cultura Económica en 1984).


1 comment

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