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Filosofía, tradición y cultura: una hermenéutica de la experiencia

by Edikson Minaya
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El filósofo dominicano analiza las relaciones entre filosofía, tradición y cultura, bajo el entendido de que la filosofía es un saber hermenéutico de la experiencia humana y, por lo tanto, sirve para sobreponerse a los obstáculos erigidos por el sentido común acrítico. Construir una comprensión que responda a la condición humana actual supone asumir de una manera crítica la tradición filosófica. 

Filosofía y cultura 

Argumentando sobre el vínculo existente entre filosofía, cultura y tradición, hemos de sostener la formación de una triangulación que es importante justificar a la hora de describir la función de la filosofía en la sociedad, junto con las competencias que desarrolla como forma de saber. 

Sostener este lazo significa que la filosofía encara un pensar críticamente la realidad en el contexto de cada cultura. Esta deviene en el trasfondo de su desempeño, a más de que agrega las cosmovisiones personales, los imaginarios y actitudes mentales que la filosofía debe dilucidar, analizar o aclarar. También, la cultura está incrustada en la dimensión histórica de la reflexión filosófica, en tanto la tradición expresa las líneas de pensamiento a través de textos u otras formas discursivas. Es decir, se materializa gracias a los textos que ponen a circular los planteamientos o argumentos de distintas problemáticas, los cuales se pueden considerar como núcleos que desatan posibles respuestas. 

En el mismo orden, la filosofía es un saber que para su construcción depende mucho de lo que dicen o han dicho otros filósofos. Por esa razón, se convierte en un conocimiento vinculado a la tradición, a los textos producidos y a la cultura en general. Pérez Tapias argumenta sobre la relación entre filosofía y cultura apoyada en la tesis de que esta última es una realización específicamente humana, un producto global y mediador de muchas manifestaciones sociales. Lo que quiere decir que ni la filosofía ni ninguna otra forma de saber escapan a la confrontación cultural. 

Aquí, la palabra clave es «mediación», la cual tiene profundas connotaciones semánticas que Podemos arprovechar en favor de las argumentaciones que expondremos acontinhuacion. Al respecto, un punto importante es que la cultura esta en el medio de nuestras acciones. Por tanto, cualquier operacion en el orden del saber la implica. Luego, los saberes y los distintos sistemas de conocimientos son «productos culturales» y la filosofía, repetimos, no es la excepción. ¿Qué significa esta condición? Que la filosofía como saber es el resultado de un largo proceso cultural e histórico y que, a la par, su práctica afecta directamente a la cultura. Esto es, la práctica filosófica ha contribuido con la transformación cultural. Ha jugado un rol no solo de mediación comprensiva, sino de educación, humanización e intervención cuando, al proponer otras maneras de interpretación de realidades o fenómenos, logra concretizar verdaderos cambios en la orientación seguida hasta el momento, pero a favor de una mejor integración del sentido. 

A propósito de este vínculo, si revisamos la historia de la filosofía se resaltan tres aspectos en la que ella, como forma de conocimiento, ha impactado a la humanidad, sobre todo a la cultura occidental: en la educación; en la justificación y argumentación de la validez respecto a otras formas de saber; en la reflexión de nosotros mismos, ayudando a incrementar la conciencia de sí desde la ética, la metafísica, la ontología, y la crítica a lo establecido desde el orden del poder.

La expresión «producto global» para calificar a la cultura significa que es una «realidad estructurada» y dinámica que integra un conjunto de procesos en el que, para su constitución, participan los individuos o grupos. Por esa razón, también se habla de «dinámica cultural» ya que abarca las producciones materiales y los distintos estilos de vida. También se debe incluir la «información socialmente adquirida» y «socialmente transmitida», hecho importante porque fundamenta las representaciones ideológicas y simbólicas, aparte de que organiza la «memoria social». Desde luego, el proceso de enseñanza-aprendizaje no escapa a este acontecimiento. Y como la filosofía siempre ha estado vinculada a este último, cae bajo su dominio. 

Tomando en cuenta estas consideraciones generales, se puede entender el saber filosófico como un discurso argumentativo, crítico y con pretensiones de verdad que reflexiona sobre nuestro mundo, sobre la experiencia que tenemos de él o la manera en que construimos sentido desde esas mismas experiencias. Se caracteriza, además, por la radicalidad de las preguntas dirigidas a la realidad omnímoda. Las respuestas tienen carácter universal, es decir, pretenden abarcar al ser humano en su sentido global, aunque situadas en un espacio y tiempo bien concreto. Por esa razón, la tradición respecto a la filosofía se muestra como «contenido aprovechable» para formar juicios críticos sobre la manera de tratar con el mundo

Lo mismo que el arte, la religión, la mitología y las ciencias, la filosofía es también un producto cultural. Se inserta en un espacio social e histórico que la empuja a responder sobre aquellas cuestiones vitales que se plantean las sociedades e individuos que cohabitan en algún segmento de la historia. Sin embargo, eso no significa que las preguntas y respuestas filosóficas quedan encerradas en ese momento en la vida humana, pues ellas trascienden cualquier particularidad. Los que filosofan se apoderan de estas ideas, sea corrigiéndolas o cuestionándolas; sea enriqueciéndolas, negándolas, asumiéndolas a modo de influencia; sea tomándolas como punto de partida o como marco teórico para replantear una teoría. En fin, las preguntas y respuestas del saber filosófico son capaces de seguir influyendo en cada pensador o cada humanidad que las acoja con la intención de elaborar su propia reflexión crítica. Esas ideas tienen carácter recursivo. Y se avivan cada vez que son retomadas para debatir o dialogar diversos aspectos de la realidad. Diríamos que producen una minería de conceptos y problemas. 

Esto quiere decir que, aunque las preguntas y respuestas filosóficas son planteadas en un «momento cultural» determinado, aun así pueden servirnos para «orientar» nuestra vida e iluminar numerosos problemas de la actualidad. O sea, si bien muchas de estas respuestas pueden estar culturalmente condicionadas o históricamente situadas, en cambio pueden ponerse en la escena del diálogo crítico y argumentativo, a través de un proceso de actualización que la hermenéutica filosófica contemporánea ha sabido justificar. 

Esto nos lleva a preguntar por el posible fundamento del «universalismo transcultural de la filosofía», que parece surgir de su mismo proceso histórico desde los griegos, vinculado, por lo demás, a los avatares de la historia de la sociedad occidental, pues parece claro que en cada época ha surgido una visión filosófica o se ha necesitado de una para organizar los esquemas de pensamiento que legitiman la acción en todos los niveles de la vida ciudadana, incluido lo institucional. 

En este sentido se puede hablar de la relación entre la «dinámica sociocultural» y la «dinámica de la producción filosófica». Ciertamente, cuando comparamos ambas dinámicas con otras distintas a la occidental, observamos que el modo de responder y asumir teoréticamente los objetos de reflexión comporta una lógica distinta. Claro está que, a partir de aquí, habrá que investigar en qué consiste esa «particularidad» de cada filosofía desarrollada en una determinada cultura. Por ejemplo, qué distingue la reflexión occidental de otras culturas como la oriental. Pese al debate generado por esta discusión, todo parece indicar que la filosofía implica la autonomía de la razón. Hélène Laramée establece una clara correlación entre racionalidad, problemas filosóficos y argumentación al opinar que su naturaleza consiste en oponerse a cualquier forma de dogmatismo y por el deseo de desarrollar el conocimiento. 

Sin embargo, el hecho de que, gracias a todo esto, la filosofía occidental ha sido eficaz, coherente y contenedora de consistencia y fuerza lógica, no debe significar el desprecio de las diferentes formas de reflexión, en nombre de una razón totalitaria y absoluta. Por el contrario, una filosofía que se materializa desde una posición crítico-hermenéutica del sentido consiste en retomar diferentes enfoques o tradiciones para enriquecer y analizar los problemas que se plantean, con el fin de ensanchar nuestra experiencia humana del mundo. 

En conclusión, una visión hermenéutica de la filosofía reconoce la relación entre filosofía, cultura y tradición. Hace más consciente la pertenencia de toda reflexión filosófica a una tradición específica, remitiéndola a los textos producidos en cada una de sus áreas. Defiende, también, el derecho que tienen otros modos de pensamiento que se construyen desde otros contextos. De ahí, la defensa del «universalismo transcultural», que es muy distinta a una visión etnocentrista reductora de las particularidades y diferencias culturales. 

Filosofía, tradición y experiencia hermenéutica 

Desde un punto de vista hermenéutico, el filósofo recurre constantemente a la recuperación de las tradiciones con las cuales dialoga y afronta los problemas. Al hacerlo, recobra su sentido originario, pero también la cuestiona. En consecuencia, podemos decir que el filósofo nos enseña a usar la razón crítica en la comprensión de las tradiciones filosóficas. 

Ha sido Georg Gadamer quien rehabilitó el concepto de tradición, otorgándole un nuevo impulso que podemos aprovechar en una reflexión metafilosófica, guiada desde una visión hermenéutica tal y como la proponemos aquí. Vamos a retomar algunas de sus ideas y a incorporarlas a las nuestras. De antemano formulamos que sostener el vínculo entre filosofía y tradición es resaltar su carácter histórico y dialógico. Pero, además, retomar su compromiso en la contrastación y debate de las ideas. Con ello hacemos coincidir la construcción del filosofar con la dinámica interpretativa en la que la lectura, el texto y el aprendizaje de métodos y esquemas de pensamiento son vitales para su pleno desenvolvimiento. Así, reafirmamos el carácter constructivo y creativo de la filosofía. Un saber capaz de innovar y renovar el pensamiento, junto con los conceptos que le sirven de base para entender la realidad. 

Pero la filosofía no solo se sitúa en un diálogo constante con la tradición o lo transmitido, sino que además genera rupturas con ella. O sea, elabora una crítica competente en la que reformula aquellos intentos por responder cuestiones esenciales ya planteadas. Por esa razón, desde una perspectiva metódica, pensamos que la filosofía cuando elabora sus argumentaciones contiene tres momentos fundamentales: el de la conservación, el del diálogo y el de la crítica. Ante esto, traemos a colación la respuesta aclaratoria de Gadamer cuando expresa que abrirse a la tradición o defender que la filosofía deba «adherirse» a ella, no significa en modo alguno «privilegiar lo tradicional», como si nos sometiéramos ciegamente a la fuerza de su contenido. Más bien lo que significa es que la tradición «no se agota» en lo que se sabe del «origen de algo». Y por tal razón, su comprensión no se acaba en la inmediatez del fenómeno. O sea, la tradición no se concluye con intentar comprender la génesis de los problemas y las vicisitudes o contextos en las que han surgido las respuestas. Se necesita dar un paso más. La filosofía debe incorporar en su camino hacia la reflexión una «diferenciación crítica» respecto a las opiniones comunes, incluso, hacia algunos puntos de vista científicos que son aceptados sin más, solo por el hecho de provenir de autoridades científicas «certificadas». 

La filosofía asume la responsabilidad de cuestionar el mundo, que no es otra cosa que el intento de enseñar al sujeto la capacidad de responder o reaccionar ante lo imprevisto de la vida exigiéndole un «juicio racional». En ese horizonte, como bien explica Gadamer, la crítica filosófica no es un reproche al otro, sino la búsqueda de verdades susceptibles de ser confrontadas y enriquecidas. Ahora bien, desde el contexto de la filosofía, cuando hablamos de tradición lo hacemos para referirnos a lo transmitido. Sin embargo, no debemos creer que la transmisión lingüística y su cumplimiento en la lectura son cosa única de la literatura en tanto escritura creativa. Ella también compete a la filosofía e incluso a la ciencia. Dado que el soporte de su expresión, enseñanza, conservación, sigue siendo el texto, sin importar si es digital o impreso. El texto es una «cosa» que se lee. Y la lectura llega a transformar la interioridad del que lee, invitándole a construir significados distintos a los que poseía. La filosofía tiene el mismo comportamiento. De ahí, que cuando en múltiples ocasiones se hace referencia a la filosofía, es común encontrar la expresión que dice: «invitación a pensar». Dicha invitación resguarda una función hermenéutica. O sea, su capacidad interpretativa, puesto que aquel que se sitúa en el camino del pensar debe también interpretar lo que escucha, lee y ve. En efecto, parte de la tarea del pensamiento actual consiste en entender a la hermenéutica desde estas condiciones del saber, ya que el análisis y la interpretación de textos se comprenden como troncales para la construcción del conocimiento. 

Pero, independientemente de que la filosofía pueda ser considerada como una «forma de ver» el mundo que escala a nivel popular, desde un punto de vista académico en cuanto a la formación del filósofo la lectura es vital. Aquí, cuando hablamos de lectura nos referimos explícitamente a la comprensiva con fines interpretativos y reproductivos. Así que resulta inevitable que el filósofo esté sumergido en tradiciones. Y esto significa que está sometido a prejuicios en el buen sentido de la palabra, dado que la filosofía está limitada y condicionada a la tradición. Sin embargo, esto no quiere indicar que no se superen aspectos de la misma tradición. Lo que realmente quiere decir es que no podemos hacer filosofía de espaldas a ella, a los textos, al caudal de categorías que han fundado y redefinido diversas líneas de pensamiento. 

Las preguntas realizadas desde la filosofía tienen el sentido de un buscar. Y aquello que encuentra no es más que un «esquema conceptual de la realidad» que ejerce la interpretación o comprensión sobre nosotros mismos. Por eso el texto, junto con las experiencias, son aspectos primordiales en la formulación de conceptos o argumentos que sirven para exponer cualquier «bosquejo de la realidad». O sea, los textos funcionan como punto de partida en la explicación de las experiencias que son «objeto» de preocupaciones para la filosofía. En esto consiste, para nosotros, el ciclo del trabajo filosófico. De ahí que el problema epistemológico clave para una hermenéutica que se autocomprenda como histórica es la cuestión de la legitimidad de los prejuicios positivos que impulsan al intérprete. En ese sentido, no existe oposición entre tradición y razón, y la filosofía es fiel ejemplo de la reivindicación de su vínculo. 

En ese mismo orden de ideas, todo texto filosófico tiende a producir un nuevo corpus de información e ideas que pueden ser usados, a posteriori, por otros. Es en este sentido que decimos que todo filosofar está abierto siempre al futuro. O sea, a las otras humanidades que vendrán y que, igual, tendrán que vérselas como si lo que se dice ahora fuese lo anterior. Por eso, filosofar implica aprender a trabajar o a tratar con los textos. Ellos representan a las tradiciones que abordan desde su perspectiva teórico-práctica. Desde este contexto, la hermenéutica que procuramos debe preparar la relación entre texto y mundo, relación que puede reconocerse como experiencia hermenéutica o de interpretación. Pero la experiencia hermenéutica tiene que ver con la tradición. Es decir, con la transmisión de mensajes y contenidos que se expresan a través de textos y obras de la cultura. Con esto queda claro el vínculo entre tradición y lenguaje, que posibilita la comunicación de contenidos en los que el signo y lo simbólico juegan un papel fundamental. 

Una de las características del saber filosófico es su capacidad de considerar a la tradición no como simple objeto de consumo, sino como experiencia interpretativa que abre futuros de sentidos y que sirven para comprendernos, vinculándolos a nuestro universo de significados de los cuales nos hemos apropiado. Así, la tradición se comporta como un tú que tenemos que comprender en el marco de un diálogo tal como si estuviéramos hablando con una persona e intentáramos conocer su «interioridad» y nosotros comunicarle un sentido cualquiera. Empero, esta comprensión que realiza la filosofía desde la tradición no se establece pasiva o acríticamente, sino desde la confrontación, el cuestionamiento y la problematización. Ante esto, la filosofía debe procurar la discusión de ideas, motivando la búsqueda de la verdad. 

De su parte, la crítica y el análisis metodológico de estas ideas otorgan a nuestra herencia cultural una nueva dinámica crítica frente a ideologías o dogmatismos. Este ejercicio permite comprender la realidad como un «hecho» denso y complejo. Carácter reflexivo que es fundamental, pues convierte a la filosofía en un conocimiento que procura la alteridad como «dialéctica de la reciprocidad», y, por lo tanto, no funge como «señor» del pasado, sino como su pastor. Por eso, la tradición nos abre a la libertad de cualquier comprensión, haciéndonos ver en los textos algo más que meras palabras. 

Conclusión 

Hemos planteado aquí la postura que establece la intrínseca relación entre filosofía, cultura y tradición. Entendimos la importancia de fundamentarla ya que esclarece la pertinencia y necesidad de este saber en la sociedad, además de comprender mejor su función esclarecedora o crítica. La filosofía se constituye como una indagación del sentido, confrontando un sinnúmero de visiones o actitudes acerca de la realidad. 

En ese orden, el papel de la tradición es de vital importancia para la filosofía, que la investiga, actualiza y cuestiona. No puede haber filosofía sin acercamiento a la tradición. La misma se manifiesta en las líneas de pensamiento que se expresan en textos y otras formas discursivas. La tradición sirve de soporte para elaborar las sucesivas reflexiones que son respuestas a problemas fundamentales de la existencia donde la cultura juega el papel de condicionamiento previo. Por tanto, desde un punto de vista académico, aunque la filosofía no se limita a él, las investigaciones filosóficas siguen el recorrido de una determinada tradición, la cual posee determinantes culturales importantes que aquel que filosofa debe tener en cuenta. En ese sentido, conviene dar el paso de la comprensión de las tradiciones de interés hacia la experiencia hermenéutica que está cargada de una conciencia histórica que entiende la finitud y los límites de la existencia. O sea, nos obliga a asumir un espacio precario que se identifica con las formas culturales, las prácticas, los textos, los discursos que están determinados por el contexto cultural, haciendo imposible una visión absolutista de la verdad. 

Referencias 

Gadamer, Georg (1996): Verdad y método, vol. I y II, Salamanca: Sígueme. 

Laramée, Hélène (2007): Introduction à la philosophie, Canadá: Chenelière Education. Pérez Tapias, J. A. (1995): Filosofía y crítica de la cultura, Barcelona: Editorial Trotta.


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