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La carta de la dolarización

by Víctor A. Canto
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La historia dominicana contiene la clave respecto a la política monetaria apropiada para el país. Analizando nuestro pasado podemos identificar qué tipo de política funcionó, y, si tenemos suerte, lograremos entender las razones que obligaron al país a abandonar dicha práctica en perjuicio de su bienestar económico a largo plazo. Para saber adónde vamos es importante saber de dónde venimos. Nuestro pasado monetario contiene la solución a la actual situación del país. La historia monetaria dominicana empieza en 1844. A raíz de la Independencia, el Gobierno emitió el peso dominicano, que, originalmente, circulaba a la par con las monedas española y mexicana.

Lamentablemente, las leyes de entonces no especificaron ningún mecanismo de convertibilidad que impusiera una disciplina monetaria para controlar de forma automática la emisión de dinero inorgánico. La falta de regulaciones institucionales y el deseo miope de los gobiernos de turno de aumentar el gasto público, a falta de recaudaciones fiscales, tuvo que ser financiado con excesivas emisiones monetarias inorgánicas o mediante el endeudamiento externo. Los abusos de emisiones ocasionaron una depreciación sistemática del peso dominicano que lo llevaron de su paridad oficial de uno a uno, a mediados del siglo XIX, a 50 pesos por dólar. 

En 1863 el Gobierno eliminó toda posibilidad de respaldar la moneda dominicana con reservas internacionales (oro o moneda extranjera) y autorizó al Banco de la Nación para imprimir papel moneda sin respaldo alguno. Así nació la época del fiat standard y se eliminó toda disposición que limitara los excesos de emisiones inorgánicas. El resultado del nuevo sistema monetario era predecible: las emisiones inorgánicas aumentaron, se aceleró la inflación y, finalmente, su espiral desembocó en una hiperinflación. Estos acontecimientos quedaron grabados en la memoria de nuestros antepasados. Recuerdo en mi juventud que mis abuelos usaban la expresión: “Eso vale menos que las papeletas de Lilís”. Además de las emisiones inorgánicas, los excesos del gasto público también produjeron el endeudamiento externo. 

Trauma 

El trauma de la hiperinflación fue tan fuerte que en 1903 el Congreso abolió el peso dominicano y adoptó el dólar norteamericano como moneda de curso legal. Esta dolarización eliminó uno de los mecanismos de financiamiento del gasto público, pero dejó intacto el del endeudamiento externo. Repito que estos gobiernos eran miopes y no tomaban en consideración el impacto que tendría su política de gastos en las generaciones futuras, pues sólo se interesaban en su bienestar momentáneo. No es difícil suponer que el proceso de endeudamiento continuó y podemos precisar que se aceleró. Tampoco sorprende que a los pocos años de la dolarización, el país enfrentara una crisis de deuda externa, situación que pudo evitarse si el gasto público hubiese sido conmensurado con las recaudaciones fiscales. Después, Estados Unidos ocupó el país y tomó el control de las aduanas. Para quienes no lo recuerden, hacemos notar que en esa época la República Dominicana ni siquiera tenía un impuesto sobre el ingreso personal. La política fiscal estadounidense fue maximizar la recaudación de fondos, en su mayoría a través de impuestos indirectos. Los norteamericanos permitieron el libre comercio sin ningún impedimento. Recuerdo que mis abuelos mencionaban que encargaban artículos de los Estados Unidos a través de los catálogos de tiendas como Montgomery Ward y Sears. 

La dolarización de la economía dominicana trajo épocas de bonanza. El derroche y la opulencia de la llamada Danza de los Millones es un claro ejemplo. El famoso reinado de Amanda Forteza, que tanto se mencionaba en mi infancia en mi pueblo natal, San Pedro de Macorís, marcó la época de oro de la abundancia durante la dolarización. Pero no siempre fueron momentos de bienestar económico. También se dieron malos tiempos, como ocurrió con la depresión económica de los años 30. 

Con la ocupación, la República vivió real y efectivamente una economía pequeña y abierta, sujeta a las vicisitudes de la economía mundial. Con la dolarización nosotros importamos la política monetaria norteamericana y, por ende, en este periodo la inflación fue moderada, al igual que en Estados Unidos. La economía dominicana era como un bote en el océano, que subía y bajaba con la marea de la economía norteamericana. Tanto la Danza de los Millones de los años 20, como la depresión de los años 30, fueron fenómenos exógenos al país; ambos se originaron en Estados Unidos. 

Otra consecuencia de la ocupación norteamericana, quizás no intencionada, fue el ascenso al poder de Rafael Leonidas Trujillo. Aunque tal vez al principio el Departamento de Estado norteamericano lo considerara un aliado, su llegada produjo cambios en la nación. El dictador tuvo todas las facilidades para desplazar a los norteamericanos y apropiarse de una gran parte de los beneficios que éstos recibían. Su ascenso marcó el principio del fin de más de 40 años de dolarización dominicana. 

Banco Central 

En el año 1947 se funda el Banco Central de la República Dominicana. Durante un periodo de transición se anuncia que los dólares en circulación han de ser cambiados por pesos dominicanos a la tasa oficial de uno por uno. A pesar de que no se le llamó así, inicialmente el Banco Central funcionó como un currency board, es decir, que por cada peso que imprimió y que circuló en la economía, tenía un dólar de reserva. Para Trujillo, el currency board fue el negocio del siglo: hizo que el pueblo le entregara sus dólares a cambio de la nueva moneda que no le costó casi nada imprimir. Los gobiernos, a través de legislaciones o regulaciones bancarias, tienen la habilidad de aumentar el costo de transacción con moneda extranjera. La pueden hacer ilegal o pueden requerir que las operaciones legales sean con moneda nacional, entre otras cosas. A través de legislaciones y regulaciones el gobierno induce a que los intercambios internos se hagan con la moneda oficial y confiere una ventaja a la moneda nacional en el mercado local. En la medida que aumente las regulaciones, el Banco Central puede reducir la proporción de reservas internacionales que respaldan su moneda. Es decir, el gobierno puede financiar parte del gasto público con parte de las reservas internacionales. En la medida que las reservas internacionales se reducen, el sistema monetario dominicano evoluciona a un simple fiat standard con tipo de cambio fijo. La experiencia de otros países y la teoría económica nos han enseñado que estos sistemas son susceptibles, finalmente, de sufrir ataques especulativos, los cuales son inevitables. La excepción la ofrece algo que ya mencionamos anteriormente: el uso de controles de capitales, las restricciones de cambios y de importaciones, entre otros, reducen artificialmente la demanda de reservas internacionales y aumentan también en forma artificial la demanda de circulante interno. 

Además, en la medida que las reservas internacionales no son suficientes para cubrir las necesidades de la economía, parte de la demanda no satisfecha a través del mercado oficial es enviada al mercado extraoficial, el mercado paralelo. Y así empezó un nuevo experimento monetario en el país: la tasa flotante del mercado paralelo, cuyo valor se determina a través de la oferta y la demanda. Las restricciones monetarias influyeron notablemente en el mercado. En la medida en que escaseaban las divisas, el Gobierno aumentaba las restricciones cambiarias y enviaba más renglones económicos al mercado paralelo, que recibía, gradualmente, una mayor cantidad de divisas. Este proceso culminó con una moneda completamente flotante. Con esta experiencia, los dominicanos aprendimos que a largo plazo nuestra moneda sólo estaba fluctuando en una dirección y cada vez valía menos. Esto significa que en la medida en que la demanda del peso sea artificial, como resultado de imposiciones legales, cualquier liberalización de estas restricciones la reduce y aumenta la demanda del dólar. El resultado de la liberalización es la depreciación del peso y un aumento de la inflación dominicana. Esto produce un círculo vicioso de regulaciones al cambio de moneda, a las importaciones y exportaciones, cuyo origen sigue siendo la causa de la mayoría de los males económicos: un gasto público que está por encima de las recaudaciones fiscales. Por suerte, la práctica del mercado paralelo impuso algún asomo de disciplina fiscal, restringió en parte el gasto público y, en consecuencia, redujo la emisión monetaria y el endeudamiento público de nuestros gobiernos. Por esta razón la República no sufrió las hiperinflaciones de los países del Cono Sur durante la famosa década perdida. Ningún sistema monetario ha sido permanente.

Aún cuando hayan durado varias décadas, a la corta o a la larga, todos han fracasado por alguna u otra razón. Como dice el refrán: “No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. En otras palabras, cada sistema monetario conlleva un mecanismo de autodestrucción y, si éste no se controla, finalmente culmina en una crisis económica. Las experiencias de los distintos episodios revelan algo interesante. Primero, ninguno de los sistemas elimina la existencia de errores en la implementación de la política económica. En la mayoría de los casos el exceso del gasto público que supera a las recaudaciones es la causa del endeudamiento público y de los aumentos de emisiones monetarias. Esto indica que el gasto público es la clave para solucionar la recurrencia de las crisis monetarias y cambiarias. Nuestra recorrido por la historia monetaria de la República Dominicana termina donde empezó, con un fiat standard. Lamentablemente, este arreglo monetario no impone ninguna disciplina al gasto público, el cual es financiado parcialmente con excesos de emisiones monetarias o bien a través de la deuda externa. El impacto cumulativo del financiamiento del gasto público produce una depreciación de la moneda y un aumento de la inflación, para finalmente desembocar en una crisis monetaria y una intervención foránea en nuestra economía. Nuestro primer experimento causó la abolición del peso y la ocupación norteamericana. 

La segunda experiencia se está escribiendo hoy en la historia, pero es innegable que luego de las negociaciones con el FMI este organismo es el que condiciona la política fiscal y monetaria dominicana. En ambas experiencias uno se pregunta si las crisis y la intervención foránea son coincidencias o consecuencias de la organización del sistema monetario. Nosotros nos inclinamos por la segunda interpretación. La falta de disciplina fiscal forzó a los gobiernos dominicanos a imprimir una mayor cantidad de dinero de lo que requería la economía para su funcionamiento normal y no inflacionario. La gran diferencia entre los distintos sistemas monetarios es el resultado inflacionario. La historia muestra que los periodos con un tipo de cambio fijo producen mayor estabilidad económica en cuanto a la inflación se refiere. Puesto que no hay forma de monetizar el déficit, se reducen las imposiciones y controles de capitales para manejar las divisas del Banco Central o el tipo de cambio, lo que permite utilizar en forma eficiente los recursos económicos del país. 

Otro beneficio de la dolarización es que crea un sistema de mayor transparencia y tal vez una mejor disciplina fiscal. El argumento en favor de la dolarización es simple y es sólido. Sin embargo, la adopción del dólar como moneda oficial no es una panacea para todos los problemas económicos del país. Sólo hay que observar el ejemplo de naciones como Panamá, que aun cuando no tienen banco central han padecido periodos de adversidad política y económica. Lo que nadie puede negar es que durante tales episodios, a pesar de sus problemas políticos y económicos, Panamá ha registrado la inflación más baja de toda América Latina. 

El gran error de los proponentes de la dolarización es prometer más de lo que ésta puede producir en términos de beneficios a la economía dominicana. Al igual que la experiencia panameña, la dolarización sólo producirá una inflación moderada. En la medida en que se elimine la emisión de inorgánicos y no haya controles de capitales ni de cambios, la dolarización añadirá algo de disciplina fiscal y dará dinamismo a nuestra economía. Entre los principales argumentos en contra de la dolarización, se afirma que no tenemos recursos suficientes para implementarla, que no disponemos de las reservas suficientes para comprar y recoger todos los pesos en circulación. Si bien es cierto, no es la única opción para dolarizar. Yo creo en una dolarización gradual, a un ritmo determinado por la propia economía. Mi propuesta es la siguiente: autorizar que los bancos dominicanos operen cuentas corrientes en dólares. Yo no soy abogado, pero mi interpretación del artículo 40 de la Ley monetaria es que existe una legislación que permite estos depósitos. Lo único que se requiere es una disposición de la Junta Monetaria que autorice a los bancos para aceptar depósitos de cuentas corrientes en dólares. Si el gobierno quiere ayudar, veríamos con agrado que se comprometa a no imprimir inorgánicos. Esto último no es necesario para el proceso de dolarización que prevemos. Lo que si requerimos es transparencia y flexibilidad. 

En la medida en que el gobierno realice estas acciones, veremos el reverso de la famosa ley de Gresham: la “moneda buena” desplazará a la mala. Es algo así como un juego de sillas musicales y quien siempre se quedará sin silla será el gobierno. Tarde o temprano, todo el mundo tratará de pagar sus obligaciones al gobierno en pesos, y si éste no hace emisiones inorgánicas, finalmente el circulante en pesos dejará de existir. Otro argumento en contra de nuestra propuesta de dolarizar es que la escasez del circulante en pesos podría causar problemas, pero no creo que sea así. Supongamos que no hay circulante; uno se pregunta si los hoteles y las zonas francas del país, que generan sus ventas mayormente en dólares, dejarían de trabajar porque no hay pesos. 

Pienso que no, lo que harían estos negocios sería abrir cuentas de cheques en dólares y entonces pagarían a sus empleados en esa moneda. Los empleados harían lo mismo, abrirían cuentas en dólares y pagarían en dólares sus gastos en los negocios dominicanos, colmados, supermercados, servicios y demás. El proceso es sencillo: la dolarización ocurrirá de manera natural al ritmo que lo requiera la economía.


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