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Mario Vargas Llosa: tengo una relación muy estrecha y muy emotiva con la República Dominicana

by Frank Baéz
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Para llegar a la habitación de Mario Vargas Llosa, la fotógrafa y yo somos revisados por unos oficiales de seguridad. Esta medida se debe a que algunos movimientos políticos minoritarios han amenazado con boicotear la entrega del IV Premio Pedro Henríquez Ureña al nobel peruano y las autoridades dominicanas han tenido que tomar estrictas medidas para proteger su integridad. El galardón se entrega mañana 19 de septiembre en la inauguración de la XIX Feria Internacional del Libro de Santo Domingo.

Las protestas en el país contra la figura de Vargas Llosa no son nuevas y se remontan a cuando el arequipeño publicó La fiesta del Chivo. No solo fue denostado por comunicadores, políticos y familiares de algunos de los personajes descritos en la novela, sino también por gran parte de la intelectualidad que lo acusó, entre otras cosas, de pervertido y plagiario. En esta ocasión, el revuelo va más allá de lo literario y ha sido causado por el artículo «Los parias del Caribe», que el escritor peruano publicó en su afamada columna del diario El País y donde criticaba la sentencia 16813 del Tribunal Constitucional que convierte en apátridas a cientos de miles de dominicanos de origen haitiano. Con el tiempo, se replanteó la medida y el Congreso aprobó una ley para restablecer la nacionalidad a los afectados. Sin embargo, los sectores más conservadores y nacionalistas del país no olvidaron lo que han considerado «una afrenta nacional». Aparentemente, lo que más les molestó fue la comparación que hace de la sentencia con las leyes nazis y la imagen que acompaña al artículo donde se muestra un mapa de nuestra isla y una bandera nazi sobre la parte dominicana. Por lo tanto, cuando a principios del año en curso, el jurado anunció que el galardonado del IV Premio Pedro Henríquez Ureña era Mario Vargas Llosa, hubo mucha indignación entre estos grupos que no querían separar los logros literarios del nobel de su opinión vertida en el artículo de marras. Cuando nos abre la puerta, Vargas Llosa luce sereno.

A medida que nos acomodamos en la habitación, no para de sonreír y de hacer chistes. Su habitación de hotel tiene una vista privilegiada al malecón. El sol vespertino derrama una agradable luz que se filtra por los ventanales y que alcanza al escritor peruano, que ha tomado asiento en uno de los sofás. De Mario Vargas Llosa no es necesario hacer ningún tipo de presentación. Aunque no estaría de más señalar que acaba de cumplir sus ochenta años y que los celebra con la publicación de su novela número 18, Cinco esquinas, donde retoma la historia reciente y regresa a Lima a relatar los últimos años de la dictadura de la dupla Fujimori Montesinos y la manera en que su régimen se servía del amarillismo para intimidar a la oposición. Al igual que en varias de sus novelas, Cinco esquinas rebosa de erotismo, de humor y de denuncia social. Pero lo que llama más la atención es la versatilidad y la vitalidad de la prosa, que está más cercana a la de un escritor nacido en los setenta o en los ochenta, y no a la de un escritor ya consagrado. Esto último es quizá uno de sus aspectos más meritorios, la manera en que ha logrado perdurar en el tiempo.

A diferencia de Philip Roth, que recientemente anunció que abandonaba la literatura, Vargas Llosa no solo ha seguido escribiendo en su vejez obras imprescindibles con la misma energía de su juventud, sino que sigue publicando ensayos y novelas, e incluso ha retomado el reportaje y recientemente ha escrito sobre la zona ocupada por Israel en Medio Oriente. Antes de empezar la entrevista y prender la grabadora, no me queda de otra que preguntarle de dónde saca tanta energía, y Vargas Llosa, soltando una carcajada, responde que si no escribiera se volvería loco. ¿Cuándo vino por primera vez al país? En el año 74. Vine a hacer un documental para la radiotelevisión francesa. No sé cómo nació la idea de ese documental. Yo estaba viviendo en Barcelona. Así que vine y para mí fue una experiencia decisiva. Estuve varias semanas haciendo el documental y viajando por todo el país. Entrevisté a todo el mundo, entre otros a Balaguer y a Peña Gómez. Cuando Bosch se enteró de que había entrevistado a Balaguer, ya no quiso que lo entrevistara. La fiesta del Chivo es una de sus últimas novelas más elogiadas. Y uno de los libros que me costó más trabajo escribir. ¿Cuánto le tomó la redacción? Tres años y pico. Bueno, incluyendo la redacción, la investigación, las entrevistas y todo lo que tuve que leer. Pero fue una experiencia apasionante. Mira, fue una inmersión en un fenómeno que lo ha vivido toda América Latina, con distintos matices, pero toda América Latina vivió el horror, la dictadura…, los caudillos mesiánicos.

La fiesta del Chivo fue una de las experiencias más ricas que he tenido escribiendo un libro. A usted mañana le van a entregar el Premio Pedro Henríquez Ureña. ¿Cómo conoció la obra del ensayista dominicano? Soy un gran admirador de Henríquez Ureña. Cuando estaba en la universidad tuve la suerte de trabajar con un profesor de San Marcos, un historiador, Porras Barrenechea, un historiador muy brillante, un hombre muy culto, que había conocido a Henríquez Ureña, no sé si en México o en Argentina. Pero llegó a conocerlo y era un gran admirador de él. Entonces leí a Henríquez Ureña por la admiración que le tenía Porras Barrenechea. Creo que es uno de los pocos grandes críticos que ha producido América Latina, que ha producido grandes poetas, grandes novelistas, pero grandes críticos muy pocos. Y entre ellos está Pedro Henríquez Ureña. Fue un crítico con una visión de conjunto, que nunca cayó en esa visión nacionalista, provinciana, que en un momento dado hizo mucho daño a la literatura latinoamericana. Fue un dominicano, un latinoamericano, un hombre de su tiempo, arraigó además la idea de América Latina, pero nunca la disocia de España, porque fue un gran conocedor de la literatura de nuestra lengua.

En última instancia, fue un hombre de su tiempo, un hombre absolutamente universal con raíces muy profundas en América Latina…, una persona que yo creo que no ha sido suficientemente reconocida como el gran crítico de América Latina que fue. Aunque lo hayan admirado, porque mira, lo admiraba Reyes y lo admiraba Borges… Grandes escritores reconocieron inmediatamente que en él había una figura excepcional. Y, sin embargo, nunca fue totalmente reconocido. Si piensas en los años de la Argentina, son años tristísimos; la falta de reconocimiento total, dando clases en La Plata. Daba clases en un colegio. Sí, Leila Guerriero ha escrito un reportaje sobre esos años, maravillosamente escrito. A mí me impresionó muchísimo porque qué dramático, qué doloroso y qué injusto final el que tiene. Y este premio que ha causado tanta controversia, ¿qué significa para usted? El premio ha sido una sorpresa. Estoy muy agradecido al jurado. Creo que fue un acto de coraje darme este premio. Lo he aceptado, pues, con mucho gusto porque, mira, tengo una relación muy estrecha y muy emotiva con la República Dominicana. A uno con los países le ocurre como con las personas. Hay el coup de foudre. Hay amor a primera vista o no lo hay. Y yo he tenido desde la primera vez que vine a la República Dominicana una relación muy apasionada. Entonces me da mucho gusto. Y lo que siento es que haya un contexto que desnaturaliza mucho el carácter puramente literario de esta venida. Pero, bueno, así es la vida. Vamos a su obra. Usted en los últimos años ha intercalado la publicación de sus novelas con libros de ensayo. Tras dos novelas, ¿qué nos trae ahora? Procuro no escribir una novela después de una novela. Me refresca un poco cambiar de género: un ensayo o una obra de teatro. Ahora estoy trabajando en un ensayo.

Por cierto, siempre ha dicho que retomaría sus memorias. Sí, es un proyecto que está ahí. Bueno, proyectos no me faltan. Me va a faltar tiempo. Sería la continuación de El pez en el agua. El pez en el agua es un libro que escribí con la idea sobre todo de distanciarme un poco y entender la experiencia de esos tres años dedicados a la política. Pero después, como me pareció que estaba dando una imagen falsa de mí, entonces incorporé toda la primera época en la que nace mi vocación literaria, un poco para contrapesarla. Pero sí, quedó muchísimo sin contar. Espero que el tiempo me dé, pues, como para poder completar la historia de El pez en el agua. Hablemos de sus personajes. Le quiero preguntar por Pedro Camacho, de la novela La tía Julia y el escribidor. ¿De dónde le surgió? Surge de un personaje que conocí en la realidad, cuando todavía estaba en la universidad y trabajaba en Radio Panamericana, en Lima. Los dueños de Panamericana también eran los dueños de otra radio que se llamaba la Radio Central, que era además vecina de Panamericana, y que era como la versión popular. Era una radio que tenía muchas radionovelas. Entonces un día el dueño, Genaro Delgado, que era un joven empresario muy ambicioso, muy moderno, descubrió que en Bolivia había una especie de autor de radioteatros que era una industria, porque producía los radioteatros como si fueran salchichas, y además los dirigía y actuaba en todos ellos. En esa época, los radioteatros se compraban a la CMQ cubana, que era una fábrica que producía radioteatros. Pero era un problema porque los compraban al peso –era una cosa extraordinaria–, compraban kilos de radioteatro. Una obra de teatro de tantos kilos. Y entonces había que adaptarlos, prácticamente mientras se estaban radiando, para que los cubanismos se convirtieran en peruanismos.

Y entonces, pensando en todo eso, se trajo a ese personaje que era, pues, el as de las radionovelas bolivianas, y ahí lo conocí yo. El que inspira a Pedro Camacho. Fue el primer escritor profesional a tiempo completo que conocí. Solo escribía, actuaba y dirigía sus radioteatros. Era un personaje pequeñito, como lo describo yo, con una nariz muy grande y con unos ojos enloquecidos. Era una industria radioteatral… Los radioteatros que escribía se iban difundiendo a medida que los escribía y él mismo los dirigía. A él le ocurrió eso que cuento en la novela. De pronto empezaron unas llamadas de oyentes que protestaban. De esta manera, efectivamente, le descubrieron a la amante, a la que escuchaba y a la que escribía, que casualmente también era amante de un hombre muy peligroso, dueño de cárceles, de la cárcel de San Pedro, en Bolivia. Esas llamadas de atención por lo visto le salvó la vida. Todo eso me sirvió para la construcción de ese personaje. Para la novela que tú conoces, La tía Julia y el escribidor, tenía que inventarme el personaje de Camacho. 


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