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Duarte en su contexto

by David Álvarez Martín
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Juan Pablo Duarte es, indudablemente, el líder político de nuestra Independencia y no únicamente de nuestra separación de Haití. No es el artífice militar que concretizó la separación de la República Dominicana de la nación con la que se comparte la isla, ni siquiera es el forjador del Estado dominicano, y no puede considerarse como valioso ningún aporte de él antes de 1838 ni después de 1844. Por tanto, el estudio de su accionar en esos seis años es el mejor aporte para justipreciar su contribución al surgimiento de nuestra nación como entidad soberana. 

Muchos de los textos escritos sobre él han convertido su aporte y su persona en un manojo de emociones, y su vida en una hagiografía. Un buen ejemplo de esa visión romántica se encuentra en la presentación de una obra de Jimenes Grullón realizada por el doctor Vetilio Alfau Durán: «Víctima de todo género de maldad, de negaciones imposibles, ha permanecido erguido, indiferente, arrebujado, en los pliegues de su capa magna, como un Dios olímpico […]» (Jimenes, 1982: 3). Recuperar la real dimensión política de Duarte y sus iniciativas, ubicándolas en las circunstancias que vivió, es un aporte fundamental para las nuevas generaciones y sus responsabilidades con el logro de una sociedad más justa.

Duarte nació el 26 de enero de 1813, cuando nuestro territorio era dominio español –fruto de la acción de los hateros que, con el apoyo de los ingleses, expulsaron a las tropas francesas de la parte oriental de la isla de Santo Domingo (Bosch, 2009a: 185) con el objetivo de volver a ser súbditos de la corona española–. Es menester recordar que 15 años antes de ese acontecimiento el rey de España había cedido este territorio a Francia mediante el Tratado de Basilea. Ocho años después del nacimiento de Duarte, la isla completa pasó a ser de Haití debido a la acción del presidente Jean Pierre Boyer (1776-1850), quien, desde su ascenso al poder en 1818, se marcó como meta la unificación de toda la isla, primero del lado haitiano, y una vez completada esa tarea ocupó en 1821 la parte oriental sin resistencia significativa de sus pobladores y con el beneplácito de muchos sectores criollos. A partir de ese momento pasaron a ser haitianos todos los habitantes de la isla, incluido Juan Pablo Duarte. 

Ese Duarte que fue súbdito español en sus primeros ocho años de vida sería ciudadano haitiano desde los ocho años hasta cumplidos los 31. Como dato curioso, nunca celebró su natalicio a partir de los 30 años de edad en su tierra natal, ni celebró cumpleaños alguno viviendo en la República Dominicana, debido a que su regreso, posterior a la Independencia Nacional, ocurre el 14 de marzo de 1844 y es exiliado por Santana el 10 de septiembre de ese año; posteriormente, en medio de la guerra restauradora, llegará Duarte a territorio dominicano en armas el 25 de marzo de 1864 y saldrá, para no regresar jamás, en junio de 1864.

Aproximarnos a la vida de Duarte siempre es un tema complejo por las inmensas lagunas que existen en su biografía: su estadía en Europa de joven, su vida en Venezuela, sus mínimos escritos personales que han sobrevivido, las notas de su hermana –que legítimamente reflejan el afecto fraterno– y, por supuesto, los testimonios de su contemporáneos y quienes le conocieron y trataron, que usualmente reflejan las filias y fobias de sus posiciones políticas. A diferencia de lo que ocurre con José Martí (1853-1895) y Eugenio María de Hostos (1839-1903) –antillanos como Duarte, hombres de su siglo, aunque posteriores, que dejaron una rica obra escrita que permite auscultar a profundidad su pensamiento y la evolución de sus ideas e intenciones–, con nuestro patricio tenemos las manos casi vacías si intentamos estudiarlo a través de sus ideas. Por tanto, tiene sentido que abordemos sus acciones políticas, identificadas por seguidores y opositores, en el escenario de la lucha contra dos gobiernos haitianos, los de Boyer y Riviere-Hérard, y su accionar durante los primeros meses del nacimiento del Estado dominicano.

La Trinitaria 

La primera acción política en la que Duarte militó –y que encabezó como fundador y director general de la Revolución– fue la sociedad La Trinitaria, fundada el 16 de julio de 1838, teniendo él a la sazón 25 años. A pesar de la publicidad que la historiografía dominicana le brinda a La Trinitaria, lo cierto es que su utilidad fue prácticamente nula (Inoa, 2008: 30-34), fuera por la responsabilidad que se le adjudica a Felipe Alfau, o por la inexperiencia de sus miembros. Respecto a la matrícula de sus fundadores la polémica ha sido extensa, tal como lo muestra el estudio de Vetilio Alfau Durán (Tena, 1976: 243-277). El juramento de su fundación tiene el valor de sintetizar el ideario de Duarte y sus seguidores, y a través de su prisma regularmente se interpretan las acciones del 27 de febrero y su ideario. El análisis de Víctor Garrido sobre el juramento (Tena, 1976: 279-291) clarifica los puntos esenciales e, indudablemente, apunta a la creación de una nueva entidad estatal llamada República Dominicana, fruto de la separación del Gobierno haitiano. 

¿Cuáles fuerzas gestaron La Trinitaria? Desde la historiografía tradicional se ha pregonado como móvil central el sentimiento nacional, la herencia hispánica de los haitianos de la zona este de la isla, en oposición a la herencia francesa y africana de los gobernantes haitianos. Sin negar que los sentimientos criollos jugaron un papel en la motivación de esos jóvenes de ascendencia española, la historiografía ha de encontrar los ejes que impulsaron un proyecto como el de los trinitarios. Esas fuerzas materiales que impulsaron la creación de La Trinitaria las expone muy bien Juan Bosch al afirmar que «[…] el reparto de tierras que hizo Boyer entre esclavos liberados […] se tradujo en la creación de un campesinado libre, pequeño propietario, y la existencia de ese sector amplió en pocos años el mercado comprador, lo que a su vez produjo una expansión comercial con el siguiente fortalecimiento de los comerciantes; y fue de esos comerciantes de donde salió la pequeña burguesía urbana que tuvo como líderes a los jóvenes fundadores de la Trinitaria» (2009a: 216). Esa pequeña burguesía urbana, hechura de Boyer, debió enfrentar una situación económica difícil –es la tesis de Bosch– ya que en el año en que se funda La Trinitaria, en el lado oeste de la isla hubo agitación política motivada por la pequeña burguesía del occidente y ambos grupos establecieron una alianza, por lo que «las dos pequeñas burguesías –la dominicana y la haitiana– iban a mantenerse unidas hasta que estalló y triunfó en Haití la revolución de la Reforma, que provocó la renuncia de Boyer el 13 de marzo de 1843» (Bosch, 2009a: 218).

La sociedad insular que había construido el régimen de Boyer, mediante un significativo desarrollo económico que impulsó el surgimiento de una pequeña burguesía urbana en las principales ciudades, forjaría dos movimientos políticos: en el lado oeste con el propósito de derrocar el régimen, y en el lado este un proyecto para impulsar la separación de Haití y fundar un nuevo Estado. Al igual que en el lado este existió La Trinitaria y posteriormente La Filantrópica, en el lado oeste existió una organización secreta llamada Sociedad de los Derechos Humanos y del Ciudadano (Inoa, 2008: 39), que por su título apunta claramente a un proyecto pequeñoburgués inspirado en los ideales de la Revolución francesa de 1789.

Si La Trinitaria fue efímera en su existencia y sin frutos concretos de su accionar, los miembros de dicho grupo político constituirían dos años después una nueva organización llamada La Filantrópica, cuyos objetivos públicos eran las actividades culturales y recreativas, y en el seno de la misma un grupo teatral llamado La Dramática. Por supuesto, la motivación de fondo era propiciar la causa política de la separación de Haití (Inoa, 2008: 34-35). Frente a esos hechos asistimos a un proceso de aprendizaje de la acción política por parte de Duarte y sus compañeros –buscando contacto con la sociedad criolla de manera pública–, que no motivara la represión de las autoridades y fuera creando las condiciones subjetivas, especialmente en la ciudad de Santo Domingo, para un movimiento de rebeldía frente al statu quo y que, a su vez, facilitara la identificación del liderazgo político pequeñoburgués que buscaba ser la vanguardia de un proceso emancipador.

Este movimiento comienza con la fundación de La Trinitaria y concluye con la partida de Duarte el dos de agosto de 1843 debido a la persecución desatada contra él y varios de sus compañeros por el nuevo gobierno de Riviere-Hérard, y es el período de mayor activismo político de Duarte en el proceso independentista. En ese proceso se percibe la rica creatividad del Padre de la Patria para generar movimientos políticos de diversa índole, su sagacidad a la hora de buscar una alianza con la pequeña burguesía del oeste para derrocar a Boyer, su participación en la formación de juntas en diversos lugares del país –fruto del triunfo del movimiento La Reforma y la consolidación de su liderazgo entre la pequeña burguesía de Santo Domingo–. La identificación de Duarte como cabeza del movimiento independentista fue reconocida claramente por el gobierno de Riviere-Hérard, quien desató una tenaz persecución contra él hasta forzar su salida de la isla (Inoa, 2008: 55). 

La alianza que impulsó Duarte con el movimiento La Reforma es de las acciones políticas más astutas del patricio. José Gabriel García, refiriéndose a los integrantes de la revolución contra Boyer, señala: «[…] de fraguarla se encargó como era de suponer, el elemento liberal, compuesto de la juventud ilustrada y de los hombres de ideas progresistas, quienes contaban con el apoyo de todos los militares descontentos» (Tena, 1976: 507). Composición muy semejante al movimiento de Duarte y su alianza con los sectores hateros, por lo que, tal como señala Bosch, era natural que Duarte buscara la alianza con dicho grupo en su lucha contra Boyer. La infructuosa labor de concretar la alianza con la pequeña burguesía del lado oeste, delegada en Juan Nepomuceno Ravelo, fue corregida con creces por Ramón Mella, y en el manifiesto del 1.o de septiembre de 1842, desde Aux Cayes, se ve reflejada la voluntad unitaria de ambos grupos de la pequeña burguesía en los dos extremos de la isla. El levantamiento militar encabezado por Charles Riviere-Hérard el 27 de enero de 1843 fue el comienzo de una acción revolucionaria que concluyó con la derrota de Boyer el 12 de marzo de 1843 en Leogane; en dos meses y medio la pequeña burguesía del oeste de la isla había triunfado sobre el régimen. El 29 de marzo, luego de varias escaramuzas, los reformistas de la parte este, entre los que se encontraban Duarte y sus aliados, entraron a la ciudad de Santo Domingo sin resistencia, luego de organizarse en San Cristóbal y de que el general Alexis Carrié, gobernador en el pasado gobierno de Boyer, huyera de la ciudad. Organizada una Junta Popular en Santo Domingo, de la cual fue parte Juan Pablo Duarte, el movimiento reformista completaba la consolidación del poder a nivel insular. 

El poder en manos de los hateros 

Al amparo del triunfo reformista y con hombres ubicados en los diversos estamentos del nuevo poder, al menos en la parte este, Duarte y sus aliados comenzaron acciones y prédicas en favor de la separación, sin que esto pasara desapercibido a sus aliados de La Reforma. Es en ese momento cuando a Duarte, delegado por la Junta Popular, se le encomienda formar instancias semejantes en diversos lugares de la zona este de la actual República Dominicana, labores en las que logra alianzas para la independencia con los hateros y, posteriormente en Santo Domingo, con los llamados afrancesados.  

La convocatoria a las elecciones para la selección de delegados a la Asamblea Constituyente que se reuniría en Puerto Príncipe para reformar la Constitución de Haití, fraccionó la alianza en ciernes entre los diversos movimientos separatistas, pero al final fueron elegidos una mayoría de los seguidores de Duarte, lo que confirmaba su papel de líder de la facción independentista. La identificación por parte de los dirigentes reformistas del oeste de las intenciones separatistas que tenían los criollos de la parte este impulsó una expedición militar encabezada por Charles Riviere-Hérard en persona para disolver el proyecto de independencia que cada vez más se hacía público. Este ejército partió el 7 de abril de 1843 y el 12 de julio llegó a Santo Domingo; en su recorrido fue apresando a varias figuras asociadas con los diversos proyectos separatistas y al llegar a la Ciudad Primada, dada la imposibilidad de los antiguos trinitarios de aglutinar el movimiento independentista y sus potenciales aliados, encontró a la mayoría de estos escondidos, incluyendo a Duarte (Inoa, 2008: 39- 62, y Tena, 1976: 509-530).

El 2 de agosto de 1843, Duarte logra huir de la tenaz persecución desatada contra él por el nuevo gobierno. El plan de aliarse con los reformistas no había logrado los objetivos esperados debido al fraccionamiento de los diversos movimientos separatistas y a la incapacidad de los independentistas para resistir militarmente la arremetida de las tropas de RiviereHérard. Los reformistas haitianos del oeste demostraron, por una parte, gran sagacidad al detectar y neutralizar los planes separatistas, al menos al finalizar el verano de 1843, pero, por otra parte, menos de seis meses después se proclamaría la independencia, el 27 de febrero de 1844, debido a la disminución del control militar de la parte este bajo el falso supuesto de que el movimiento separatista había desaparecido con la ausencia de sus líderes, parte de los cuales se encontraban clandestinos en la isla, y otros, como Duarte, en el exterior. A su vez, el grado de compromiso de los aliados de Duarte con la causa de la independencia y la experiencia acumulada en sus cinco años de activismo político, unidos a las alianzas que fueron reconstruidas con hateros y afrancesados, explican el Manifiesto del 16 de enero de 1844 y la proclamación de la Independencia el 27 de febrero.

Duarte desde Venezuela poco podía hacer, pero los jóvenes líderes de la pequeña burguesía de Santo Domingo le tenían como único líder. Por eso parte el 2 de marzo la goleta Leonor a buscarlo y llega el 15 de marzo en la condición de artífice de la Independencia y como tal fue recibido. El saludo del P. Portes: «Salve el Padre de la Patria», sintetiza los sentimientos que albergaban sus seguidores y parte de la sociedad de la capital del nuevo Estado. Pocas semanas después, Portes amenazaría a Duarte y sus compañeros con la excomunión si no aceptaban la autoridad de Pedro Santana tras el contragolpe de Estado del 12 de julio de 1844, lo que refleja claramente la nueva situación que se generó una vez proclamada la Independencia. 

Dos hechos previos a la llegada de Duarte determinaron que él y sus seguidores fueran excluidos de la dirección del nuevo Estado. Por una parte, la formación de la Junta Central Gubernativa, primer órgano ejecutivo de la República Dominicana, se articuló en torno a la presidencia de Tomás Bobadilla –antiguo aliado de Boyer–, en lugar de Francisco del Rosario Sánchez, quien efectivamente había dirigido el acto de la Independencia (Moya, 2000: 279-280), y, por otra parte, se había formado el primer ejército dominicano, al mando de Pedro Santana, quien sería por ese hecho el actor más poderoso del nuevo escenario, al tener la mayor cantidad de hombres armados. Dicho en breves palabras, los partidarios de Duarte, quienes dirigieron el proyecto independentista que se materializó el 27 de febrero, perdieron la dirección del Estado recién nacido al tomar el control de este los antiguos partidarios criollos de Boyer y los hateros (Bosch, 2009b: 601-606).

El Duarte que regresó ese 15 marzo tenía marcado el destino de la impotencia frente al nuevo liderazgo político y militar, y si intentaba, como ocurrió, disputar el poder a los nuevos jefes, tenía garantizada la muerte, prisión o expulsión del territorio, como efectivamente pasó. Incluso sus seguidores más cercanos, frente a la nueva realidad del poder, optaron, explícita o implícitamente, por adaptarse a los nuevos liderazgos con tal de conservar puestos de autoridad. La obra de Juan Isidro Jimenes Grullón (1982) al debatir la condición de Duarte como único Padre de la Patria, por conservar en todo momento su fidelidad al ideal de la independencia absoluta, frente a Sánchez y Mella que en diversos momentos se aliaron a proyectos anexionistas, no puede ser vista únicamente como un intento de medir la integridad personal de dichos líderes. Contrariamente a Duarte, que fue expulsado del país por orden de Santana el 10 de septiembre de 1844, Sánchez y Mella mantuvieron una vida activa en el devenir político del país, enfrentando contextos y situaciones muy diversas. Esta explicación no me lleva a justificarlos, sino a entenderlos, ya que, en definitiva, a mi humilde entender únicamente Duarte merece el reconocimiento de Padre de la Patria.

Duarte y la libertad 

Luego de la Independencia tres hechos merecen valorarse en la vida de Duarte para evaluar sus aportes al país. Por un lado, su efímera intervención en asuntos militares al lado de Santana en el frente sur de la guerra de Independencia, que resultó en un total fracaso y que si algo positivo arroja es su honradez sin mancha en el manejo de los fondos que la Junta le proporcionó. La relación de sus gastos hasta el centavo es un documento que, junto al inventario de los bienes de Juan Bosch realizado por los golpistas en septiembre de 1963, es paradigma de honestidad en el azaroso devenir de nuestra historia, donde tantas veces el erario público ha sido desfalcado a manos de aquellos a quienes se le ha encomendado. Su candidatura presidencial, promovida en su periplo por el Cibao entre junio y agosto, lo llevó a enfrentar el poder de Santana, mejor consolidado por su liderazgo del aparato militar y el sometimiento de la Junta Gubernativa a sus dictados. Fruto de esa tentativa de llevar a Duarte al solio presidencial, el poder efectivo de los hateros y los afrancesados lo apresó y exilió. Un tercer y último hecho es su lamentable regreso en medio de la guerra restauradora, viejo y enfermo, desvinculado del nuevo liderazgo político que, finalmente, determinó su regreso a Venezuela. 

A manera conclusiva, como reflexión a partir de lo que nos aporta la historiografía dominicana, Duarte merece en su contexto ser considerado como Padre de la Patria por ser el líder de la pequeña burguesía que alentó, organizó y ejecutó la independencia del 27 de febrero de 1844. Es el que organiza La Trinitaria, posteriormente La Filantrópica, dirige la alianza con el movimiento de La Reforma que derroca a Boyer, orquesta la alianza con los hateros y afrancesados para impulsar la separación de Haití, y son sus seguidores, alentados por su ideario, quienes ejecutan el acto de la Independencia. Este conjunto de hechos justifican que sea considerado como Padre de la Independencia y fundador de la República Dominicana. Ese es el Duarte activo, creativo, comprometido con la soberanía del pueblo dominicano.

Su bosquejo de la Constitución y los fragmentos de sus cartas y el diario de su hermana nos los presentan como un liberal a la usanza del siglo xix, con una propuesta política muy superior a la de los hateros y los afrancesados. Recuperar al Duarte político de entre 1838 y 1843 es un legado de gran valor para las tareas políticas presentes y futuras. La imagen romántica de un Duarte impotente y sufrido, con perfiles hagiográficos, ha sido muy bien aprovechada por los intelectuales comprometidos con tiranías como la de Trujillo o regímenes autoritarios como el de los 12 años de Balaguer. En la imagen que tengamos de Duarte se juega también la motivación para la rebeldía y el compromiso de los jóvenes con una sociedad dominicana más democrática y justa.

Bibliografía

-Bosch, Juan (2009a): Obras completas. Volumen x. Comisión Permanente de Efemérides Patrias. Santo Domingo.

– (2009b): Obras completas. Volumen xi. Comisión Permanente de Efemérides Patrias. Santo Domingo.

–Inoa, Orlando (2008): Biografía de Juan Pablo Duarte. Editorial Letra Gráfica. Santo Domingo.

–Jimenes Grullón, Juan Isidro (1982): El mito de los padres de la patria. Editora Alfa y Omega. Santo Domingo.

–Moya, Frank (2000): Manual de historia dominicana. (12.a edición). Caribbean Publishers. Santo Domingo.

–Tena, Jorge (1976): Duarte en la historiografía dominicana. Editora Taller. Santo Domingo.


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