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Yuboa: el yucaye que escuela de los taínos 

by Rafael García Bidó
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Este artículo está fundamentado en un recuento de los monumentos líticos que se han conservado del poblado taíno de Yuboa, trasladado en parte desde las márgenes del río homónimo, en la hoy provincia Monseñor Nouel, hasta los jardines que alberga el Museo del Hombre Dominicano. La información grabada en los petroglifos revela la importancia que tuvo el lugar y desentraña resaltados sobre el rol de la mujer en esa sociedad. 

Posiblemente sea Yuboa el asentamiento taíno del que se conserven mayores vestigios pétreos que nos permitan indagar en la cultura de nuestros ancestros aborígenes. Aunque ninguno de los cronistas que narraron los avatares de los españoles en la isla de Haití o Española se refirió a ese lugar, afortunadamente se conservan tres elementos importantes para tratar de desentrañar aspectos que han pasado desapercibidos a los estudiosos de este tema.

En primer lugar, la plaza o batey de Yuboa, que se conserva en los jardines del edificio que alberga el Museo del Hombre Dominicano, en la Plaza de la Cultura de la ciudad de Santo Domingo. Fue trasladado allí desde su emplazamiento original en las márgenes del río Yuboa –en la hoy provincia Monseñor Nouel– en  1973, cuando se inauguraron dicho museo y dicha plaza.Esos trabajos fueron dirigidos por los arqueólogos Elpidio Ortega Canela, Marcio Veloz Maggiolo y Fernando Luna Calderón.

El batey de Yuboa es un rectángulo de 12 x 24 metros conformado en sus dos lados más largos por piedras alineadas y paradas, las cuales fue- ron pulidas en la cara que da al interior del área. En los otros dos lados tiene una calzada hecha en piedra de 1.2 metros de ancho. La calzada del lado oeste, en su extremo norte, termina en un espacio saliente y semicircular, conformado por 22 piedras de menor tamaño, donde presumiblemente estaba colocado un cemí o divinidad. En relación con otros bateyes conocidos, el de Yuboa es pequeño, apenas 288 metros cuadrados, pero fue hecho con esmero. Conforma un paralelogramo y sus dos lados más largos están alineados en dirección este-oeste; constan cada uno de 59 piedras de unas dimensiones promedio de 40 centímetros de altura sobre el nivel del suelo y 45 centímetros de ancho. Muchas de estas piedras tienen petroglifos en muy mal estado de conservación, de manera que es difícil distinguir la figura tallada.

En su ubicación original, a 24 metros del batey y paralelo a este, existió una calzada de piedra que conducía al río. Tenía unas dimensiones de 1.4 metros de ancho por 130 metros de longitud. Según los arqueólogos que se encargaron del traslado del batey, en sus piedras y alrededores había 61 petroglifos. Actualmente hemos contabilizado 39 piedras con petroglifos, la mayoría de estas con un solo grabado, pero otras con dos, tres y hasta cuatro. Entre estos grabados se destacan muchos rostros con aditamento sobre la cabeza, una figura notable con rostro y torso que abarca toda la extensión del lado de la piedra en que se encuentra, la imagen de una lechuza orejita, el rostro de un perro con tercer ojo, varios triángulos isósceles, un rectángulo y un pájaro visto de perfil.

El segundo legado que nos queda de Yuboa es que en el entorno donde estuvo el yucayeque (pa- labra taína que significa «ciudad» o «poblado») – actualmente en las inmediaciones del paraje de El Paso del Capá, camino a la localidad de Rincón de Yuboa, en la provincia Monse-ñor Nouel– quedan tres agrupaciones diferentes de piedras talladas en lugares relativamente cercanos uno de otro, que por conveniencia llamaremos emplazamientos A, B y C. En el emplazamiento A, que está en un terreno privado, llano, parecido al de un campo deportivo, donde la vegetación es pasto, hay un conjunto de piedras pequeñas que se levantan uno o dos pies del suelo. Ocho tienen petroglifos. La mayoría de ellas, uno o dos. Hay una con ocho petroglifos. Posiblemente el grabado más notable en este lugar es la imagen de un hombre con testículos. 

También llama la atención la cara de un perro. En el emplazamiento B, en una colina donde la yerba crece más alta, hay una agrupación de piedras medianas, de las que cuatro cuentan con petroglifos. La piedra B1, que fue mutilada para cortarle petroglifos, tiene en la actualidad seis figuras talladas. La B2 tiene 11 petroglifos y en esta resalta la figura de una mujer pariendo a cuyos pies se ve la criatura. La B3 posee numerosos petroglifos, pero no disponemos del número exacto. La B4 tiene una sola talla.

En el emplazamiento C, el lugar más eleva- do de los tres y a unos 10 minutos de marcha del anterior, hay dos piedras talladas. La C1, de tamaño regular (menos de un metro de altura), comparable a las del sitio B, tiene un solo petroglifo que representa a un mujer pariendo. La C2 es un megalito de tamaño mayor que la conocida como piedra de Yuboa, que se encuentra río abajo, y tiene esculpidas nueve figuras. 

Entre ellas destacan la de una mujer con pelo a ambos la- dos de la cara, muy bien trabajada; un rostro con una especie de anteojos, y tres figuras humanas completas, cinceladas con trazos finos y coloca- das una al lado de la otra, la de la derecha sobre su cabeza tiene cincelado otro rostro, en el pecho lleva un guanín y sus pies se convierten en una nueva cara que, a su vez, conforma una estrella de seis puntas.

Hay que señalar que cuando precisamos el número de petroglifos que existe en una piedra es para dar una idea de la cantidad de información que contiene, pero con las técnicas que manejamos es sumamente probable que haya tallados que escapen a nuestro escrutinio.

Finalmente, el tercer monumento pétreo conservado de lo que fue el yucayeque de Yuboa es la llamada piedra de Yuboa, que se encuentra a cuatro kilómetros río abajo del emplazamiento del poblado taíno y cerca del actual paraje de La Colonia. Se trata de un megalito ubicado en el mismo cauce: dos piedras de mayor tamaño lo protegen impidiendo que sea arrastrado por las corrientes crecidas del río. Contiene una veintena de petroglifos que dan cuenta de que en ese lugar había un oráculo. El petroglifo que normalmente llama más la atención de los visitantes de este lugar es un rostro de tamaño casi natural que tiene un tercer ojo en el entrecejo.

Ese petroglifo evidencia que en el lugar se realizaban contactos interdimensionales con los ancestros y las divinidades y la existencia de una sacerdotisa a través de la cual hablaban los cemís o divinidades. Normalmente, en otras piedras talladas, como por ejemplo en la de Jayuya, en Puerto Rico, esa información se transmitía mediante el símbolo de la espiral, que señala el paso dimensional. En ese sentido, la piedra de Yuboa es excepcional pues la información del contacto interdimensional la proporciona el rostro con el tercer ojo, que indica la visión etérica, la visión de los mundos sutiles, de los seres de la segunda y cuarta dimensión.

También aparecen esculpidos los rostros de dos sacerdotisas, que se distinguen por el peinado especial que usaban, con el pelo formando dos pi- cos, uno a cada lado de la cabeza. Conservamos en nuestros archivos otra imagen de estas sacerdotisas, captada en una piedra cercana, pero por su tamaño presumimos que fue arrastrada por la corriente del río junto con una piedra gris que tenía grabada una circunferencia perfecta, que en su momento interpretamos como una representación de la luna llena.

Otros petroglifos tienen motivos ya señala- dos en los grabados del batey o de las piedras de El Paso del Capá: un hombre con prominentes testículos, una figura de múcaro o lechuza, un rostro con anteojos o escafandra. Además, hay siete rostros humanos, grabados en diferentes tamaños, la mayoría con surcos profundos que hacen las figuras bien definidas, permitiendo que se conserven por más tiempo que las de los otros lugares comentados.

La importancia que tuvo el yucayeque de Yuboa en el ámbito de la cultura taína se puede presumir a partir de la gran cantidad de información escrita (petroglifos) que hemos reseñado. Y esta importancia se origina en la presencia en el lugar de las sacerdotisas (maguanás) que ca- nalizaban a Nuna (Sabia Madre), que fueron consideradas cemís vivientes, pues eran intermediarias entre el pueblo y las divinidades. La reiteración de las figuras de mujeres pariendo y hombres con testículos (un símbolo de la fertilidad, tanto humana como de la tierra) se debe a que, por los consejos de Nuna, el yucayeque se constituyó en una escuela donde se enseñaba sobre relaciones matrimoniales, sexualidad, labo- res de parto, maternidad y paternidad. También allí se educaba a las jóvenes (sabilias) que mostraban aptitudes para llegar a ser sacerdotisas. Hay que recordar que el parto de las mujeres taínas se efectuaba en el agua. Así se conseguían dos beneficios: la mujer sentía menos dolor, y la criatura, al salir del vientre materno, pasaba a un medio más parecido al líquido amniótico donde se encontraba, logrando una transición menos abrupta al ambiente natural.

La fama del oráculo de Yuboa abarcaba toda la isla y de todos los lugares llegaban allí devotos con la intención de consultar a la divinidad. El sitio donde residía la sacerdotisa, en la orilla del río, donde está la piedra de Yuboa, estaba vedado al común de las personas. Para visitarla había que acudir al poblado, cuatro kilómetros río arriba, para la evaluación por el behique o alguno de sus asistentes: si estos lo aprobaban, en un momento adecuado las personas eran conducidas a la piedra, después de haberse purificado con dietas especiales y ayunos durante días. Por estas funciones también tenía un gran prestigio el behique de Yuboa, que, además, era instructor de numerosos buhitios y, en parte, de las sabilias.

Había dos momentos especiales a lo largo del año, en noches de luna llena, cuando Nuna recibía a los gobernantes de los cacicazgos de la isla o a sus representantes, siempre que estuviesen pre- parados adecuadamente para dicho encuentro. El carácter nocturno de estas grandes reuniones, signadas por la luna, indica dos aspectos importantes de las actividades del poblado de Yuboa.

Primero, la divinidad venerada era femenina y se manifestaba por medio de una sacerdotisa durante la noche, cuando para muchas culturas ancestrales predominan energías de divinidades femeninas. Segundo, y consecuencia de lo primero, el animal totémico que aparece tanto en el batey como en la piedra principal es el múcaro o lechuza, ave nocturna que simboliza al que ve en la oscuridad, al que ve cuando otros no ven, es decir, al sabio o sabia. Simbolismo que encaja muy bien con el yucayeque de Yuboa, que, como hemos dicho, era una escuela de sabiduría en materia de sexualidad y maternidad.

Debido al sexo de la divinidad que allí se manifestaba y al prestigio de la sacerdotisa o magua- ná, una especie de cemí viviente, en las piedras de Yuboa posiblemente la gran mayoría de los rostros no usados en función simbólica representan a personajes reales, a mujeres que eran sacerdotisas o aprendices de estas. Este aspecto, desconocido por muchos, es un signo inequívoco de que la mujer en la sociedad taína logró grados de integración sobresalientes para la época y acaso no superados en la sociedad occidental. Basta valorar que es- tos oráculos, como el de Yuboa o el de la cueva de Berna, en la provincia La Altagracia, eran una institución en la sociedad taína y también la relativa frecuencia con que las mujeres ocupaban el puesto de cacique. Además, las sacerdotisas eran quienes instruían a los escribientes sobre lo graba- do en las piedras. Es decir, que controlaban este medio de difusión.

Yuboahoy

La palabra que dolorosamente califica el estado de conservación del legado pétreo del antiguo yucayeque de Yuboa es descuido. Las escrituras en piedra que dejaron los ancestros taínos, tanto en El Paso del Capá como en el río Yuboa, perduran no solamente descuidadas, también desconocidas. Muchos de los habitantes de los entornos ignoran la existencia de ese patrimonio histórico. Los mu- nicipios correspondientes no han asumido este legado de la cultura taína y ni siquiera han co- locado señales en la carretera y los caminos para facilitar el acceso de turistas e investigadores.

En El Paso del Capá, donde las piedras talladas están en terreno privado, a por lo menos una de las rocas se le ha arrancado una porción para sustraer petroglifos. En algunos casos la vegetación del lugar logra cubrir casi por completo algunas de las piedras. En el río Yuboa es frecuente, como en estos momentos en que escribo, que las crecidas de las aguas arrojen grandes troncos sobre la piedra tallada, lo que impide ver la totalidad de las figuras grabadas, y que uno de ellos permanezca allí durante meses has- ta que la pudrición lo hace caer a pedazos.

El batey de Yuboa, por estar en los jardines del Museo del Hombre Dominicano, experimenta cierto grado de conservación y está bajo cierta vigilancia, pero aun así los petroglifos se van deteriorando por estar sometidos a la intemperie, sobre todo a la humedad, pues buena parte del emplazamiento se encuentra a la sombra de ár- boles. El batey amerita un estudio minucioso –lo iniciamos, pero debimos abandonarlo por falta de recursos– que permita al menos levantar un in- ventario fotográfico que sirva como archivo y me- dio expedito para el estudio e interpretación de la información allí grabada. No hay que olvidar que a una hora del día es imposible apreciar todos los petroglifos, pues hay algunos que, por ejemplo, solo se ven al atardecer, y otros que se aprecian mejor o peor según la posición del sol y la estación del año. Este archivo debería contener, por tanto, una foto de cada petroglifo tomada en las condiciones de luz en que mejor se aprecien sus detalles.


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