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Juan Bosch: dualidad indivisible

by Néstor Medrano
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En Juan Bosch existe una condición indivisible que lo identifica y lo proyecta como una de las figuras emblemáticas de la literatura hispanoamericana y uno de los forjadores más importantes de la democracia dominicana. Su memoria histórica debe ser más difundida en las nuevas generaciones. El autor de la Nochebuena de Encarnación Mendoza veía la política como el vínculo necesario del cumplimiento de su sentir social, manifestado en sus creaciones literarias.

Desde cualquier perspectiva, Juan Bosch es un nombre literario y, si no literario, es sobre todas las cosas un nombre sinónimo de literatura, ubicado en el trayecto productivo de autores de la importancia hispanoamericana de Pedro Henríquez Ureña, Horacio Quiroga y Julio Cortázar. Por supuesto, cada uno desde su circunstancia y desde su particular realidad como actores fundamentales de la cultura del siglo XX.

Si esos escritores forman parte del acervo literario esencial –insisto, cada uno desde su circunstancia particular–, Bosch reúne, como ellos, y debería incluir aquí a novelistas de recia sensibilidad como Rómulo Gallegos, la particularidad ejemplar de haber colocado la literatura y su quehacer intelectual al servicio de la política, como razón redentora de las clases desposeídas de su país y del entorno antillano y americano, como digno seguidor de las ideas de Eugenio María de Hostos.1 Hay quienes han afirmado durante mucho tiempo que la actividad y la militancia políticas le restaron dimensión a su quehacer literario, y ciertamente fue el artífice de dos partidos políticos sobre los cuales se ha cimentado la democracia dominicana de la segunda mitad del siglo xx; el Partido de la Liberación Dominicana (pld) y Partido Revolucionario Dominicano (PRD).

El primero fue, o significó, la desvinculación de lo que el profesor Bosch consideró la distorsión de los principios que dieron origen a una organización, el prd, que al comienzo de su fundación en Cuba estaba destinada a regir el trayecto democrático de la República Dominicana una vez descabezada la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, y cuya cúpula, según las afirmaciones de sus biógrafos más connotados, fue contaminada e infiltrada por intereses ajenos a los que inspiraron su creación en 1939.

Lejos de distanciarlo de la misión que como escritor se había propuesto, la política le sirvió de catalizador en la búsqueda de soluciones a los conflictos sociales y las penurias que denunciaba en sus cuentos. Ambas disciplinas, la literatura y la política, se consubstanciaron en él, porque quien lee con detenimiento sus cuentos Los amos, La mujer y su novela La Mañosa, de inmediato se entera de que esas piezas literarias forman parte documental de un pensamiento que posteriormente se acentuaría con su producción ensayística y teórica.

La desvinculación del Juan Bosch literato –en toda la magnitud que denota esa acepción– de Juan Bosch político es imposible. Si analizamos las motivaciones que llevaron al cuentista –con una teoría sobre el arte de escribir cuentos aceptada por los artífices más avezados del género considerado el tigre de la fauna literaria– a salir de su país, nos daríamos cuenta de que se vio compelido a hacerlo cuando fue asediado por el tirano Rafael Leónidas Trujillo, quien conociendo su estatura de intelectual quiso que formara parte del club de sus servidores, y con tales fines deseaba postularlo como diputado. Bosch había visto que el  régimen de Trujillo se tornaba de fuerza, y para un hombre con profundas convicciones democráticas, el escenario de su tierra presentaba una posibilidad inminente de frenar la autonomía de su libertad creadora, por un lado, y de anquilosamiento de las libertades públicas, por el otro.

Bosch, que desde joven se perfilaba como una promesa de la literatura, no concebía la vida del escritor ceñida a patrones e imposiciones de fuerza. Por algo era un admirador consumado de José Martí, el patricio cubano, cuya sensibilidad también descollaba en la poesía, y del maestro borinqueño Eugenio María de Hostos, de cuya obra Bosch estaba destinado a ser organizador y comentarista en el futuro.

Esa salida de la República Dominicana fue motorizada por la tiranía en ciernes: como ocurriera también con uno de los lingüistas, crítico literario, hispanista e intelectual puro, Pedro Henríquez Ureña, con un talento que fue reconocido de manera universal por Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato y otros. La tiranía de Trujillo estimuló la salida de Bosch y de Pedro Henríquez Ureña, aunque el primero, por sus preocupaciones político-sociales, utilizó el escenario internacional, Cuba, Puerto Rico, Costa Rica, Venezuela, para luchar contra ese régimen de fuerza ante el cual nunca se arrodillaría, a pesar de los intentos del tirano dominicano.

Desde fuera, adentro

Bosch vivió en el exilio. En el exilio creó su obra literaria fundamental: Cuentos escritos en el exilio, Cuentos escritos antes del exilio y Más cuentos escritos en el exilio. Esa actividad literaria esencial –esencial porque en la cuentística se convirtió en un maestro– impuso teorías y argumentó que el cuento para sercuento tiene que contar con más de tres personajes, un tema único, sin desvíos, y el predominio de la intensidad en el argumento. Su pensamiento teórico sobre este difícil género hace hincapié en lo que los griegos denominaron “la teckné”, o la técnica, sin la cual el escrito con intención narrativa podrá ser un relato, una estampa o cualquier cosa, menos un cuento, si no asume la concepción referida de tema único, síntesis y no más de tres personajes como ejes. Bosch reconoce las dificultades que puede tener un artífice de la cuentística para trabajar sobre una materia tan singular y excluyente.

Cuando le tocó escribir su teoría “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos”, a petición del novelista Miguel Otero Silva, indicó que el trabajo sería fácil porque en lengua española no se había hecho un estudio pormenorizado del cuento como género literario. Con todas sus preocupaciones de orden político, su incesante labor intelectual, sacaba tiempo para escribir literatura, porque significaba el mejor camino para llevar a la práctica sus esbozos y preocupaciones sobre la labor social, para la cual, evidentemente, había nacido.

El autor, antes que todo, se consideraba un cuentista. Pero su apreciación no fue fortuita.

Había estudiado al dedillo la obra de los grandes cuentistas del siglo xix y principios del xx, como los ingleses Rudyard Kipling y Gilbert Keith Chesterton, Hans Cristian Andersen, los rusos Antón Chejov y Leonidas Andreview. Según expone, siguió autores emblemáticos como los norteamericanos Edgar Allan Poe, Sherwood Anderson, Ernest Hemingway y el uruguayo Horacio Quiroga. El cuento atrajo a Bosch y sus apuntes sobre el género fueron escritos, cuando quiso indagar con seriedad las diferencias existentes entre cuento, novela y relato.

“Pero debo decir que el aprendizaje iba haciéndose en la práctica, esto es, mientras escribía cuentos, de los cuales no son pocos los que fueron escritos para demostrarme a mí mismo si era o no era verdad tal o cual idea acerca del cuento que se me ocurría, con lo que quiero dar a entender que esas ideas respondían a criterios que a mi juicio aplicaban los grandes maestros”. El cuentista, cuya sensibilidad conceptual siempre se aplicaba al mundo rural con sus ambientes socioculturales, el hombre de campo con sus costumbres y su particular idiosincrasia, que mu-chas veces marcaban una diferencia abismal con la sociedad de mayor posicionamiento económico y las diferencias, incluso, en la forma de ver la vida, era consciente del esfuerzo técnico que se requiere para manejar el arte literario del cuento. Llegó a tener la destreza facultativa que tuvieron en el manejo de la técnica Julio Cortázar, escritor de todo un ejercicio imbuido por sus concepciones ideológicas, y más tarde otros que son esencialmente narradores universales que cultivaron el cuento, como los Nobel Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, dedicados y consagrados a la tarea novelística. Juan Bosch escribió La mujer en 1932, según sus palabras, cuando comenzaba el camino formativo como cuentista.

El mensaje es el pueblo y sus luchas, a partir del análisis lineal del argumento que el hombre de letras abordó de manera magistral, el tema de la violencia doméstica, con lo que se explica que este relato vertiginoso es un importante documento sociológico que penetra la psicología y el pensamiento del hombre y la mujer dominicanos. Bosch, en cuanto intelectual con concepciones de comprensión política y social enraizadas en un quehacer indivisible, se considera un instrumento de esa dualidad que lo resalta: la política y la literatura. Una inseparable de la otra y muy al dedillo de sus convicciones. No se veía solamente como un literato, ni se considera únicamente un político. Es un pensador-literato-político cuyo destino final, como objetivo más ponderado, es el bienestar de su pueblo. “En mi caso la literatura, los cuentos y las otras materias de que me he ocupado escribiendo, así como la lucha política, me han dado siempre satisfacciones y solo satisfacciones, honores que no merezco. Si creyera lo contrario me colocaría por encima de mi pueblo, y si me colocara por encima de mi pueblo, no estaría expresándolo a él en las cosas en las que él no puede hacer manifestaciones”, escribió el autor de La Mañosa, para confirmar esas apreciaciones antes expuestas. La falta o ausencia metódica en el país literario dominicano de una crítica no limitada simplemente al comentario festivo y amistoso de editores de segmentos periódicos y reseñas laudatorias de libros, ha permeado de forma significativa la labor de escritores de la talla de Bosch, porque en él, reitero, está expresada la más alta expresión nacional de la cuentística, y coincido con el biógrafo Euclides Gutiérrez Félix de que se trata del autor criollo más difundido humanista Pedro Henríquez Ureña.

Otros dominicanos han logrado trascender, fruto de una labor incesante y de una calidad universal en el ámbito de la narrativa, como ha sucedido con el novelista y antropólogo Marcio Veloz Maggiolo, incorporado a los catálogos de importantes casas editoras extranjeras, gracias a su manejo técnico del relato que, sin miedo a equivocarme, repunta al autor de Materia prima, Los ángeles de hueso y De abril en adelante como el artífice literario más importante del presente. Hay que mencionar la vitalidad narrativa de la obra de Efraím Castillo, y valores perdurables como los de Antonio Fernández Spencer, Víctor Villegas y René del Risco.

Haciendo acopio de ese esquema, hay que significar que estos escritores como Veloz Maggiolo, Andrés L. Mateo y Roberto Marcallé Abreu, entre otros, han conocido un escenario propicio para la creación literaria. En las últimas décadas, el auge de la novelística y el cuento, el ensayo y la producción pedagógica ha encontrado un terreno fértil para que editoras del prestigio de Siruela y Planeta pusieran sus ojos en autores locales.

Política y creatividad

La situación política se desenvuelve sin cortapisas y sin censuras para la labor creativa y se puede decir que no existe una pugna interna de riesgo y persecución por la expresión de las ideas. Bosch sí tuvo que enfrentar esas situaciones adversas. Su producción literaria, prolífica y rigurosa, se gestó en circunstancias apremiantes por la coyuntura política de una nación cercenada por el imperio de los Trujillo.

Esas circunstancias inspiran a Bosch a participar de ideas e iniciativas de carácter político como fue la creación del Partido Revolucionario Dominicano, la búsqueda de contactos con líderes liberales y demócratas a carta cabal de Hispanoamérica para concentrar esfuerzos destinados a derrocar al dictador. Esto conllevó viajes intensos, agendas llenas, trajinar en conceptualizaciones como sucedió con su participación en la Constitución cubana y su apoyo intelectual a Prío Socarrás. En Juan Bosch es indeclinable admitir que su causa literaria desbordaba a la vez el que hacer literario ficticio o de creación, para incluirse

en una labor de pura sociología pragmática que confunde al intelectual con el estadista que busca una explicación científica a los hechos constitutivos de la estratificación nacional, representada en la tesis de su libro Composición social dominicana. Conocía al dominicano rústico del pueblo, al echa madrugada inmigrante del campo, al chiripero que es el mismo hombre de sus cuentos y el mismo hombre, tema o ser social por el cual aspira a generar los cambios fundamentales en el país que quería dirigir. No ha existido una crítica literaria –en realidad y la falta de espacio en los periódicos, la desaparición de los suplementos literarios– que ubique a Bosch en el justo contexto de su magnitud literaria.

Era un visionario: por algo su novela La Mañosa fue texto prohibido durante más de quince años en su país, sin importar que las intenciones del autor eran denunciar las vaguedades de las supuestas revoluciones. Su universalidad literaria se manifiesta en el manejo de los temas: el hombre del campo es uno e indivisible en la República Dominicana, en Venezuela y en cualquiera de nuestras naciones afroamericanas.

Tampoco ha existido un esfuerzo masificado, con todos los instrumentos del marketing moderno y la idealización dirigida de lo que significa Juan Bosch: en el ámbito literario, su obra y su pensamiento, en lo relativo a las nuevas generaciones. Los esfuerzos por difundir a Bosch han sido pocos, sin explicar las excusas que para esto pueden existir y sin que nadie pretenda sentirse ofendido, este trabajo está sustentado en un enfoque legítimo a partir de lo que fue el gran literato, despejando cualquier interés partidarista.

Los niños de entre 8 y 13 años no saben quién fue Bosch. Los adolescentes tampoco, y los jóvenes lo conocen de refilón. Se sabe de intentos por de intentos por compilar la obra, incluso Alfaguara tiene una creó una biblioteca que enaltece su nombre y la que lleva su nombre, dirigida por su nieto, Matías Bosch, que lo fortalece como máxima figura del cuento dominicano y una de sus autoridades a escala universal.

Esto es lamentable porque en su país, las posiciones de los actores políticos contrarios a Bosch–una verdadera maquinaria que viene de aquellos tiempos en los que se fomentó la componenda para derrocar su gobierno y que se reafirmó luego de la estructuración del pld–, con patrones inconsecuentes esparcieron versiones insanas sobre el nombre y la conducta de Bosch. Esa actividad política por la cual se inclinó como uno de los abanderados de las justas sociales fue contraria a él y sus propios opositores y ciertos sectores de la Iglesia y de la cúpula empresarial se desbordaron en su contra, disminuyendo, de algún modo, su impronta literaria. Del mismo modo, puede consignarse después de una observación detallada que los vínculos políticos de Juan Bosch con sus estructuras partidaristas y un instrumento de formación ideológica de búsqueda del poder, él como orientador y guía de una organización cerrada, definida como logia, de corte piramidal con una autoridad definida, produjeron una percepción de exclusión en algunos ambientes, que distanció a Bosch – el cuentista de visos universales–, el político decidido a ejercer el poder con pureza, de una gran parte de la población seguidora de los otros líderes políticos fundamentales.

Esa circunstancia motivó, sin lugar a dudas, a incentivar el sectarismo, e incitó a que los millones de dominicanos militantes de esas fuerzas adversas fueran orientados contra Bosch y Bosch fue un crítico ácido de esos líderes políticos, perdiéndose en gran medida mucho del posible interés del cuentista que, en naciones como Cuba y Venezuela, era reconocido como un maestro de la narrativa.

No se puede escribir un ensayo de aliento sobre Bosch tomando un único ángulo. La política es indivisible en él porque evidenció una gran capacidad de trabajo y de estrategia en su accionar, al momento de fundar dos partidos políticos que junto con el Reformista Social Cristiano, de Joaquín Balaguer, han incidido de manera esencial en la vida democrática actual. Es una tesis simple que quizás muchos no se atrevan a advertir conscientemente. Pero como bien dicen sus seguidores en el ámbito político, Bosch fue un visionario, incluso en el manejo de la controversia histórica o espiritual, y supo, como supieron otros autores, romper barreras y tabúes con temáticas vulnerables y fuertemente cuestionadas por el cristianismo.

Bosch, como pocos escritores en su tiempo, se atrevió a escribir Judas Iscariote el calumniado, un texto de temática compleja por su propia naturaleza y, esto más acentuado, dado el hecho de que el citado libro es un volumen que intenta presentar un esquema distinto del conocido históricamente acerca de la misión que como discípulo de Cristo llevó a cabo el personaje que se suicidó ahorcándose.

Debo retomar la inexpugnable condición política de Bosch y hacer la precisión siguiente: si bien es cierto que los opositores a su filosofía como José Francisco Peña Gómez, que fue uno de sus discípulos políticos más avezados en el prd y cuyas diferencias conceptuales se materializaron cuando el líder quiso postular su tesis de la dictadura con respaldo popular, y que el mismo Joaquín Balaguer, por más de veinte años la figura política fuerte del país, también alentó a su maquinaria de seguidores a desconocer sus méritos políticos e intelectuales, es de rigor exponer que ese accionar adverso contra el autor de Los amos, a lo interno de sus organizaciones políticas era legítimo, como lo era el quehacer del literato nacido en La Vega. En este ensayo no se cuestiona este aspecto: no es intención mostrar el peso específico del hombre de letras en detrimento moral de otras figuras que, con todas las objeciones y factores negativos en su órbita, son personajes fundamentales de la historia política dominicana.

La intención es simple: destacar, como creo que ya se ha hecho en las páginas precedentes, que Bosch no ha tenido la oportunidad de ser considerado en su justa dimensión, porque no ha existido un programa real destinado a dimensionarlo. Parte de esa responsabilidad también la tuvo Bosch. Su tarea de escritor fue solitaria y excluyente –como lo es la tarea de los intelectuales–. No se molestó en formar seguidores literarios –en hacer escuela, como dirían los academicistas–, sino seguidores políticos. Lo que se ha visto, luego de su deceso el primero de noviembre de 2001, es que sus discípulos aprendieron la concepción del poder y el tinglado para mantenerlo o ganarlo en los procesos electorales, y ya su sueño político más acariciado, el PLD, ha sido gobierno tres veces, con el doctor Leonel Fernández Reyna a la cabeza, y actualmente compite con intenciones de retener el control del Estado. ¿De quién es la responsabilidad de mantener la estela de Bosch como un patrimonio dominicano? No de los peledeístas ni de la clase política únicamente, sino de todos los dominicanos. ¿Por qué no auspiciar esfuerzos conjuntos coordinados por el Ministerio de Cultura y de Educación para que Bosch sea institucionalizado como figura cimera de las letras nacionales y se aproveche para reunir en este reclamo a Pedro Henríquez Ureña, Pedro Mir, Manuel del Cabral, Antonio Fernández Spencer, Manuel Rueda, Franklin Mieses Burgos y otros literatos de nuestro país? Es indudable que la memoria de Bosch está viva: el político y el literato. Ambas son dos caras de una moneda. Bosch es indivisible, pero su obra literaria merece ser estudiada con más ahínco en las escuelas y en las universidades.

Notas

1-Bosch era un antillanista, creía en la unificación de este territorio. Bosch, Juan: “La unidad antillana”, revista Camino Real, año 4, pág. 81.
2-De León, Luis: Memorias de don Juan, pág. 91.
3-El año 2010 fue declarado Año del Centenario del Natalicio de Juan Bosch, por disposición del presidente Leonel Fernández, y sirvió de punto de partida a una serie de festividades culturales, de difusión y reedición de la obra del literato.


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